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Soy padre jesuita "professus quattuot votorum sollemnium", con los cuatro votos solemnes, "reductos ad statum laicalem", absuelto de mis obligaciones sacerdotales y religiosas, vuelto con permiso al estado laico, por medio de un decreto pontificio, que se me concedió benignamente. Esta importante gracia fue un indulto especial, que me honra y del que he sido merecedor por mi conducta intachable en la Orden. Este indulto fue pedido por mi persona, hecho que deja acentuada la magnitud de la benevolencia con que éste me fue concedido, puesto que ningún j esuita "professus quattuor votorum" puede dimitir por su propio pedido (Epitome Instituti Societatis Jesé. Titulus IV. 99 2). Desde hace mucho tiempo vivía en mí, una inquietante curiosidad para saber la verdad sobre los masones, enemigos seculares de la Compañía de Jesús. Una vez fuera de la Orden, resolví satisfacer esta curiosidad y, ocultando mi identidad, me afilié a la Francmasonería, guiado por la más franca de las intenciones para descubrir la verdad. Llegué a los grados más altos y ahora que poseo una visión clara y auténtica de ambas instituciones, basada en experiencias propias a través de largos años, he decidido romper mi silencio y presentar al mundo la realidad del enigma.
Dios y el Mal, 2017
El problema del mal es bien real, que queramos asumir su existencia o no va más allá de nosotros puesto que es así. No podemos decir que el sol no existe puesto que le vemos o lo sentimos cada día. El mal se ve y se siente cada día. Una de las grandes ventajas que tenemos de tener a Dios como la correcta perspectiva de la vida nos ayuda a centrar nuestros objetivos para se alineen conforme a lo que Él diseño de antemano para nosotros.
2010
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allá por los años en que aparecieron los Beatles, aunque no precisamente por el Patio de Anaya de la facultad de filosofía y letras, y asistía a las clases de griego de los grandes helenistas Martín. S. Ruipérez y Luis Gil, con la hostia consagrada todavía casi en la punta de la lengua, un libro tan prodigiosamente delicioso como Dioses y héroes de la antigua Grecia, de Roben Graves, que ya se había publicado en Londres, si me lo hubiera encontrado entonces, me habría parecido un aborto del diablo. Frente a la verdad cristiana revelada, cuyo cielo estaba gobernado serena y castamente por Dios Padre, y que iluminaba mi vida con las más divinas luces de los profetas del Antiguo Testamento y los salvíficos relatos de los evangelistas, el miserable Olimpo griego, poblado promiscuamente por dioses y diosas, que copulaban como camellos, me parecía un repugnante prostíbulo sin pies ni cabeza. La religión, me decía, después de la comunión, es algo profundamente serio y solemne, y estos dioses griegos degenerados no son más que tratantes de ganado. Leo, estos días, por razones de trabajo, el prólogo de la excelente traducción de Vidas de filósofos, de Diógenes Laercio, que, en el siglo XVIII, firmó el gran helenista José Ortiz y Sainz, quien declara que ha disfrazado muchas palabras y expresiones menos decentes que Diógenes Laercio usa, como gentil que es, sin ninguna reserva. Y el traductor las anota, para que no dañen al lector, porque son opiniones ajenas a la sana moral. E incluso un hombre tan culto y fino como Ortiz y Sainz no puede librarse de la demente suficiencia que suele generar la fe en el Dios de los católicos. Aquí aparece, con todos sus hierros y yerros, el católico español que es más bruto que un arado etrusco, incluso, insisto, en el caso de un hombre fino como Ortiz y Sainz: «Por lo demás, los lectores se reirán como yo al ver los caprichos, sandeces, y necedades de Aristipo, Teodoro, Diógenes y demás cínicos; la metempsicosis pitagórica; ... el ateísmo de unos; el politeísmo de otros; y, en una palabra, cuantos disparates hacían y decían algunos filósofos de estos; pues la filosofía que no va sujeta a la revelación apenas dará paso sin tropiezo». Como se ve, a Ortiz y Sainz, le hacía gracia, por disparatada, la metempsicosis pitagórica, pero encontraba muy razonables-vamos, de lógica germánicamente cuadrada-la virginidad de María después del parto, la divinidad y resurrección de Jesucristo, su ascensión a los cielos. En 1958 Luis Cernuda escribe «Historial de un libro. (La Realidad y el Deseo)», su autobiografía poética resumida en treinta y siete prodigiosas páginas. Y allí queda claro por qué un libro como, por ejemplo, Dioses y héroes de la antigua Grecia era imposible que fuera fruto de un cerebro español. Dice Cernuda: «No puedo menos de deplorar que Grecia nunca tocara al corazón ni a la mente española, los más remotos e ignorantes, en Europa, de "la gloria que fue Grecia". Bien se echa de ver en nuestra vida, nuestra historia, nuestra literatura». Y, aunque está muy claro, hay que explicar por qué Grecia, con muy pocas excepciones, no ha rozado nuestra vida, nuestra historia, nuestra literatura. Y Grecia no ha rozado la cultura española porque aquí, levantes donde levantes una piedra, siempre te salta al ojo una puta iglesia románica. Tampoco, cuando me fui a vivir a Atenas, a los veinticuatro años, tuve suerte con los mitos griegos. Allí, al borde de la Acrópolis, quedó pulverizada instantáneamente mi fe católica e, inmediatamente, me puse a blasfemar, a razón de unas doscientas blasfemias por minuto, como un labrador de Tudela picado en un ojo por un tábano cisterciense. Hice mío el odio que el poeta latino Lucrecio sentía por todas las religiones del mundo e incluí en este odio mío, según la célebre expresión romana, más que púnico, a la mismísima religión griega. Para colmo, y como debía ser, los griegos que me interesaron de verdad fueron los contemporáneos, y los poetas Seferis, Cavafis y Elitis desplazaron al Olimpo a Esquilo, Sófocles y Eurípides. De los dioses griegos, por muchos años, no quise saber nada. A mí, entonces, me interesaban sólo los poetas, los camareros, los quiosqueros, los futbolistas, los taxistas: o sea, gentes sin complicaciones celestiales. Pero, cuando, con los años, ya vi que había cubierto, e incluso con creces, mi cupo de blasfemias tudelanas, me acerqué por fin, ya sin resentimiento, a Dioses y héroes de la antigua Grecia y devoré estas historias como lo que son: unos cuentos griegos maravillosos relatados por Robert Graves, un genial bardo de Wimbledon, que siempre gastó una prosa que está a la altura de su excelente y copiosa poesía. Dioses y héroes de la antigua Grecia es el libro que debería ser de lectura aconsejada en todos los colegios occidentales. Es el único antídoto eficaz contra el mal de ojo de los crucifijos que todavía cuelgan en las aulas y en algunos hospitales públicos. En la historia de Occidente, sólo Ovidio, en Las metamorfosis, ha narrado los mitos griegos con las gracia, rigor, frescura, humor, dramatismo y desparpajo del exquisito Robert Graves.
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Entre los indios de Norteamérica aparecen dos mitologías contrapuestas, según sean las tribus cazadoras o plantadoras. Los que son fundamentalmente cazadores, ponen el énfasis de su vida religiosa en el ayuno individual para la obtención de visiones. El niño de doce o trece años es abandonado por su padre en algún lugar solitario, con un pequeño fuego que mantenga alejadas a las bestias, y allí ayuna y reza cuatro días o más, hasta que algún visitante espiritual llega durante el sueño en forma humana o animal para hablarle y darle poder. Su vida posterior estará determinada por esta visión, porque su familiar puede conferirle el poder de curar como chamán, el poder de atraer y matar animales o la habilidad de convertirse en guerrero. Y si los beneficios obtenidos no son suficientes para la ambición del joven, puede ayunar otra vez, con tanta frecuencia como lo desee. Un indio cuervo viejo llamado Abalorio Azul, dijo de este ayuno. «Cuando niño, era pobre. Veía a los grupos guerreros volver en procesión con los jefes al frente. Les envidiaba y decidí ayunar y convertirme en uno de ellos. Cuando obtuve la visión conseguí lo que había deseado... maté ocho enemigos.» (1) Si un hombre tiene mala suerte, sabe que su don de poder sobrenatural es insuficiente, mientras que, por otra parte, los grandes chamanes y jefes guerreros han adquirido poder en abundancia en sus ayunos visionarios. Quizá se han cortado las falanges de los dedos y las han ofrecido. Tales ofrendas eran comunes entre los indios de las llanuras. En las viejas manos de algunos sólo quedaban dedos y falanges suficientes para apuntar la flecha y tirar del arco. Entre las tribus plantadoras-los hopi, zufli y otros indios pueblo-la vida está organizada alrededor de las ricas y complejas ceremonias de sus dioses enmascarados. Estos ritos son complicados y toda la comunidad participa en ellos, están organizados según un calendario religioso y los dirigen sacerdotes diestros. Como observa Ruth Benedict en su Patterns of Culture: «Ningún campo de la actividad es más importante que el ritual. Posiblemente, la mayoría de los hombres adultos de los pueblos del oeste le dedican la mayor parte de su vida. Supone memorizar al pie de la letra una cantidad tal de ritual que nuestras mentes menos adiestradas lo encuentran asombroso, y la representación de ceremonias primorosamente ensambladas, trazadas por el calendario, que entrelazan complejamente todos los otros cultos y la legislación en interminables procedimientos formales.» (2) En una sociedad así hay poco lugar para el juego individual. Existe una relación rígida no sólo del individuo con sus semejantes sino también de la vida de la aldea con el ciclo del calendario, porque los plantadores son perfectamente conscientes de su dependencia de los dioses de los elementos. Un período de demasiadas lluvias o de lluvias escasas en el momento crítico, y todo el trabajo de un año se convierte en escasez. Mientras que la suerte del cazador es algo muy distinto. Ya hemos visto un relato típico de la búsqueda de un indio americano de esta visión en la leyenda del origen del maíz. La tribu ojibway, de la que se derivó esa versión de la leyenda tan extendida, tenía cuando Schoolcraft vivió entre ellos un nivel cultural equivalente aproximadamente al de los natufienses del Oriente Próximo arcaico, alrededor del año 6000 a.C. Eran un pueblo cazador y luchador de la estirpe de! los algonquinos, y el cuerpo principal de sus mitos y cuentos era de tradición cazadora y no plantadora. Sin embargo, recientemente habían adquirido de los pueblos agricultores del mucho más desarrollado sur las técnicas de la siembra, recogida y preparación del maíz, que ahora utilizaban para complementar lo que obtenían con la caza. Y junto con el maíz llegó el viejo mito de la maravillosa planta-Dema, que ya encontramos entre los caníbales de Indonesia y vimos cómo cruzó el Pacífico junto con el cocotero. En Suramérica lo han aplicado cientos de
Arete, 2013
En este texto el A. se propone mostrar que es posible emplear algunas técnicas de la lógica modal para reflexionar en torno al problema de la existencia de Dios. En la primera parte se presenta la estructura general de la lógica modal, su simbología y los diversos sistemas que recientemente han sido propuestos. En la segunda parte, el A. sugiere la posibilidad de formular en términos modales la prueba ontológica de San Anselmo. El texto culmina extrayendo algunas consecuencias de esta formulación.
2017
Resumen: El articulo en cuestion, aborda las complejas relaciones Iglesia- Estado durante la decada de la administracion de los hermanos Monagas: Jose Tadeo y Jose Gregorio, entre 1847 y 1857. A traves de una minuciosa seleccion de prensa de oposicion, de opinion religiosa y prensa eclesiastica, correspondiente al periodo, se analizan temas como el nombramiento del Arzobispo de Caracas y Venezuela, la difusion de una practica novedosa como el Espiritismo, el conflicto con los Misioneros y los Jesuitas y la eliminacion de los censos eclesiasticos. Palabras Clave: Iglesia, Estado, prensa, Arzobispo, gobierno de los Monagas, espiritismo, misioneros y jesuitas, censos eclesiasticos. Abstract: The article deals with the complex Church-State relations during the decade of the administration of the Monagas brothers: Jose Tadeo and Jose Gregorio, between 1847 and 1857. Through a meticulous selection of opposition press, religious opinion and press Ecclesiastical, corresponding to the period...
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