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Urdida en torno al conflicto entre la libertad de la imaginación y la opacidad de la realidad, Tormento es una de las obras más significativas de Benito Pérez Galdós. En ella, Pedro Polo se ordena sacerdote movido por el deseo de abandonar la estrechez del medio rural, pero no halla en la vida pastoral cauce para su natural fogoso e imaginativo. Falto de auténtica vocación religiosa, huirá de la realidad cotidiana a través de la ensoñación fantástica y romperá el celibato al seducir a Amparo Sánchez Emperador.
Miau es una novela de Benito Pérez Galdós publicada en 1888. Enmarcada en el género realista cultivado por Galdós, a través de la novela se satiriza el Madrid burocrático de finales del siglo XIX. Encuadrada en la segunda mitad del siglo XIX, ya restaurada la monarquía borbónica en la figura de Alfonso XII, esta novela está protagonizada por el cesante Ramón Villaamil, un competente ex-empleado del Ministerio de Hacienda, que se encuentra a la sazón sin trabajo por no haberse arrimado a las influencias adecuadas. Ramón Villaamil, tras una vida destinada al empleo público-llegó incluso a servir en Filipinas-se encuentra cesante. Tan sólo le restan dos meses de trabajo para poder retirarse. Don Ramón vive en una casa de Madrid con su derrochadora esposa, doña Pura y su hermana Milagros, la hija del matrimonio, Abelarda, y Luisito, nieto del señor e hijo de la difunta Luisa y de Víctor Cadalso. Este último es precisamente la antítesis de Ramón, ya que a pesar de su incompetencia, tiene atractivo físico y dones de palabra, y gracias a que ha sabido conquistar a importantes damas, va ascendiendo en sus diversos cargos públicos. Es curioso ver cómo el resto de empleados del Ministerio se burlan de Ramón a sus espaldas, y cómo, a pesar de que sus propuestas novedosas, como el income tax-impuesto progresivo-, que serán en un futuro impuestas en España, por aquel entonces son burlonamente desechadas. Las «Miau»-las tres mujeres que viven en su casa, con cara de gatos-, el éxito de Víctor, y las desavenencias con la Administración, sumergirán al pobre mártir don Ramón en la más absoluta miseria. A través de los ojos de Villaamil y de Cadalso, Galdós dibuja una lograda historia desde dos puntos de vista: el resignado del anciano y el inocente de su nieto.
Con la batalla de Trafalgar, donde junto con los barcos se hundió definitivamente el poderío naval español, inició Galdós sus Episodios nacionales, esa historia, cruelmente divertida si no fuera tan triste, de nuestro azaroso siglo XIX. Una hábil conjunción de historia y fábula le sirve para narrar el hecho histórico propiamente dicho, mientras rellena los intersticios de la historia con oportunos detalles inventados, que dan vida y calor humano a lo que sólo fue acontecimiento. De este modo se entrelazan vida e historia, fábula y mito, dando como resultado Trafalgar: una obrita maestra, que nadie puede leer sin conmoverse.
Electra es una obra de teatro de Benito Pérez Galdós, en cinco actos, estrenada el 30 de enero de 1901. La muy personal versión del escritor canario del mito llevado a tragedia sucesivamente por Esquilo, Sófocles y Eurípides, y recuperado en numerosas ocasiones a lo largo de la historia de la cultura, fue un «duro alegato contra los poderes de la Iglesia y contra las órdenes religiosas que la servían» en un momento histórico en el que en España, tras los avances liberales del periodo 1868-1873, crecía de nuevo la influencia de los intereses políticos del Vaticano. Aquella bofetada, que para asombro del propio Galdós fue mucho más sonora de lo que él había esperado, encendería la mecha de una conspiración ultramontana, que al cabo de los años se llevaría una desproporcionada, triste y muy poco cristiana revancha: conseguir que el genio literario de Galdós no fuera reconocido con el Premio Nobel de Literatura.
Escrita a continuación de La de Bringas, Lo prohibido (1885) es la novela en que Benito Pérez Galdós (1843-1920) más se acerca a los postulados del naturalismo. Narrada en primera persona por su protagonista, José María Bueno de Guzmán-un solterón despilfarrador y falto de escrúpulos-, la historia se desenvuelve en torno a las relaciones amorosas que éste, a lo largo de cuatro años, mantiene en Madrid con sus tres primas casadas y su progresivo deterioro físico y moral. Los diversos avatares por los que transcurre la trama novelesca sirven una vez más a Galdós para poner en pie una asombrosa galería de personajes que retratan con crudeza el clima moral y político reinante en la España de la Restauración, gobernado por la especulación, la apariencia y el gasto.
La tetralogía de Torquemada cuenta a lo largo de sus páginas, unas veces con piedad y otras con ironía, la historia de un usurero que pasó a ser universal. Quizá este personaje de ficción dibujado con vitriolo por Benito Pérez Galdós naciera a partir de otros de Balzac o Dickens, como Gobseck o el Scrooge de Cuento de Navidad, pero Torquemada está, sin duda, a la altura de éstos, y hoy todavía nos parece vivo y muy real. Su propio creador, al comprender tiempo después de la publicación de la primera novela su relevancia, le hizo protagonizar otras tres obras más, que forman uno de los más importantes ciclos galdosianos; un ciclo admirado y elogiado por nombres tan distintos como César M. Arconada, Luis Buñuel o Sergio Pitol, quien ha señalado recientemente, con motivo de la concesión del Premio Cervantes, que «las novelas de Torquemada» fueron fundamentales en su formación como lector y escritor.
Chico, yo mismo me asustaba. Mi principal dice: «Ido colaborador»... Emprendimos tres novelas a la vez. Él dictaba los comienzos; luego yo cogía la hebra, y allá te van capítulos y más capítulos. Todo es cosa de Felipe II, ya sabes, hombres embozados, alguaciles, caballeros flamencos, y unas damas, chico, [9] más quebradizas que el vidrio y más combustibles que la yesca...; el Escorial, el Alcázar de Madrid, judíos, moriscos, renegados, el tal Antoñito Pérez, que para enredos se pinta solo, y la muy tunanta de la princesa de Éboli, que con un ojo solo ve más que cuatro; el Cardenal Granvela, la Inquisición, el príncipe D. Carlos, mucha falda, mucho hábito frailuno, mucho de arrojar bolsones de dinero por cualquier servicio, subterráneos, monjas levantadas de cascos, líos y trapisondas, chiquillos naturales a cada instante, y mi D. Felipe todo lleno de ungüentos... En fin, chico, allá salen pliegos y más pliegos... Ganancias partidas; mitad él, mitad yo... Capa nueva, hijos bien comidos, Nicanora curada (Deteniéndose sofocado...) yo harto y contentísimo, trabajando más que el obispo y cobrando mucha pecunia.
En los Episodios nacionales Galdós se propuso reflejar un siglo completo de la historia de España. Cerca de seis mil personajes-históricos y de ficcióndesfilaron por sus cuarenta y seis episodios, edificando el espejo convulso de una época atormentada. En 1908 Galdós decidió adaptar siete de los diez episodios de la primera serie «para uso de los niños». Reescribió poco, cortó mucho y adaptó en unos cuantos pasajes. Su sabiduría estuvo en la selección y en el traslado. Narró aventuras y cantó el heroísmo, aunque con el suficiente distanciamiento como para poder decir que, a veces, se peleaba con «saña más propia de fieras que de hombres».
Se puso el sol. Tras el breve crepúsculo vino tranquila y oscura la noche, en cuyo negro seno murieron poco a poco los últimos rumores de la tierra soñolienta, y el viajero siguió adelante en su camino, apresurando su paso a medida que avanzaba la noche. Iba por angosta vereda, de esas que sobre el césped traza el constante pisar de hombres y brutos, y subía sin cansancio por un cerro en cuyas vertientes se alzaban pintorescos grupos de guinderos (1) , hayas y robles. (Ya se ve que estamos en el Norte de España.) Era un hombre de mediana edad, de complexión [6] recia, buena talla, ancho de espaldas, resuelto de ademanes, firme de andadura, basto de facciones, de mirar osado y vivo, ligero a pesar de su regular obesidad, y (dígase de una vez aunque sea prematuro) excelente persona por doquiera que se le mirara. Vestía el traje propio de los señores acomodados que viajan en verano, con el redondo sombrerete, que debe a su fealdad el nombre de hongo, gemelos de campo pendientes de una correa, y grueso bastón que, entre paso y paso, le servía para apalear las zarzas cuando extendían sus ramas llenas de afiladas uñas para atraparle la ropa.
Social frente a nuevos escenarios sociopolíticos en la Argentina.
Podría afirmarse que el manuscrito de Episodios Nacionales para niños pudo surgir, entre otras razones, del deseo didáctico del escritor y del ya incipiente contenido infantil advertidos en determinadas formas literarias de los Episodios. Porque didactismo y amor al niño fueron preocupación de Galdós, de un modo especial durante los últimos veinte años de su vida. Reducción, selección de relatos, lenguaje, etc… están realizados con la intención de dar una lección de patriotismo a los jóvenes. Es sabido que toda la primera parte de los Episodios Nacionales está basada en la «transformación del pilluelo en héroe» como bien indica Gullón. Todo ello se establece en la observación psicológica de que el ensueño de todo niño, y más en el desplazado social y familiarmente, es llegar a ser protagonista de grandes acciones. Ello nos lleva a la conclusión de que en la exposición y desarrollo de estos Episodios nacionales para niños lo heroico mítico y lo didáctico patriótico destacan como rasgos y fines más evidentes en el conjunto de la obra, para mostrar los ejemplos de ciudadanía patriótica de un pueblo sacrificado por la causa de su independencia, una guerra justa tras la que triunfa el ideal de la vida pacífica del verdadero ciudadano.
Pepe Rey, hombre de ideas liberales, acude a Orbajosa, pequeña ciudad episcopal castellana, donde piensa casarse con una prima suya, Rosario, matrimonio acordado por su padre, Juan, y por la hermana de este, la madre de la novia, Perfecta, viuda de Polentinos. Los novios se gustan de inmediato, apenas conocerse, y se declaran amor eterno, pero el malmetimiento de un canónigo de la catedral, don Inocencio, descarrila las buenas intenciones del padre y de la tía, y contraría el flechazo amoroso sentido por los jóvenes. La infeliz marcha de los acontecimientos desemboca en un enfrentamiento entre la tía y el sobrino, cuando esta se niega a que la hija se case con un descreído.
El escenario de La Fontana de Oro, café madrileño próximo a la Puerta del Sol y lugar de cita de escritores, artistas y políticos a comienzos del siglo XIX, sirve a Benito Pérez Galdós para recrear el trienio liberal de 1820-1823. Publicada en 1870 y perteneciente al llamado «periodo histórico» del autor, que habría de culminar con el prodigioso fresco histórico-literario que son los Episodios nacionales, la novela reconstruye vívidamente unos años marcados por las reuniones clandestinas de los conspiradores, las tertulias de los viejos cafés, las manifestaciones populares a los sones del «Trágala», el funcionamiento de las logias masónicas y de las sectas ultramontanas y las ejecuciones infamantes de la Plaza de la Cebada.
La incógnita es una novela del escritor español Benito Pérez Galdós publicada en 1889, que cierra el ciclo de las «Novelas españolas contemporáneas» junto con Realidad, escrita también en 1889 y con la que en opinión de Joaquín Casalduero guarda una estrecha relación argumental e ideológica, tratando el mismo asunto desde puntos de vista diferentes y con recursos narrativos distintos. El fondo argumental dramático lo construye y protagoniza el personaje de Manolito Infante, llegado a Madrid para estrenarse como diputado, y la relación que vive con Francisco Viera, Tomás Orozco y Augusta, su esposa. El folletín galdosiano básico: el narrador-protagonista se ha enamorado de una mujer casada, y al ser rechazado duda en aceptar si fue por honestidad o porque hay otro hombre. La duda (y la incógnita) florece también cuando muere uno de sus amigos, y no acierta a considerar si fue suicidio o asesinato.
La tetralogía de Torquemada cuenta a lo largo de sus páginas, unas veces con piedad y otras con ironía, la historia de un usurero que pasó a ser universal. Quizá este personaje de ficción dibujado con vitriolo por Benito Pérez Galdós naciera a partir de otros de Balzac o Dickens, como Gobseck o el Scrooge de Cuento de Navidad, pero Torquemada está, sin duda, a la altura de éstos, y hoy todavía nos parece vivo y muy real. Su propio creador, al comprender tiempo después de la publicación de la primera novela su relevancia, le hizo protagonizar otras tres obras más, que forman uno de los más importantes ciclos galdosianos; un ciclo admirado y elogiado por nombres tan distintos como César M. Arconada, Luis Buñuel o Sergio Pitol, quien ha señalado recientemente, con motivo de la concesión del Premio Cervantes, que «las novelas de Torquemada» fueron fundamentales en su formación como lector y escritor. Esta tercera novela, nos presenta a un Torquemada en constante ascenso social: Donoso le ha presentado a las personas justas con las que asociarse en el mundo de las altas financias. De este modo, y gracias al natural instinto para los negocios del antiguo usurero, la prosperidad económica de la familia Torquemada-Del Águila se incrementa a pasos de gigante.
La historia se desarrolla en el Madrid de fines del siglo XIX y gira en torno al enamoramiento que experimentan dos mujeres pertenecientes a diferentes clases sociales hacia un mismo hombre: Juan Santa Cruz.
La Tetralogía de las Novelas de Torquemada es un conjunto de cuatro novelas del escritor español Benito Pérez Galdós publicadas entre 1889 y 1895. La que abre el grupo, titulada Torquemada en la hoguera (1889), se enmarca aún dentro del «ciclo de la materia», el primero del conjunto de las novelas españolas contemporáneas.
Si leer a Galdós constituye siempre un placer, es posible que para muchos lectores esta recopilación se convierta incluso en un auténtico descubrimiento. Y es que la extraordinaria magnitud de la obra novelística de Don Benito resulta en buena parte responsable del oscurecimiento, cercano al olvido, que ha sufrido hasta nuestros días su producción de cuentos o relatos breves. Sin embargo, se trata de un conjunto más que estimable, no tanto por cantidad como por calidad, en el que brillan con luz propia muchas páginas imperecederas, que revelan la poderosísima vena fantástica del autor.
Las generaciones artísticas en la ciudad de Toledo, en su origen, fue editada como un conjunto de artículos periodísticos en la páginas de Revista de España. Se trata, en términos absolutos, de unos de sus primeros escritos, contemporáneo de La Fontana de Oro, su primera novela. Mas esta peculiar obra quedó después completamente olvidada hasta que ¡cincuenta y cuatro años más tarde!, vuelve a publicarse, ya en forma de libro, con algunos retoques realizados durante el tiempo transcurrido por el mismo Galdós y precedida de un prólogo de Alberto Ghiraldo, coordinador de la edición de las Obras Inéditas. Don Benito había muerto en Madrid apenas cinco años antes, en 1920. En esta obra en la que Galdós realiza un gran trabajo de investigación sobre la arquitectura de la ciudad de los Concilios, donde va construyendo la historia de la ciudad capa a capa de arquitectura, el autor también nos muestra su «gusto estético» pintando sin pretenderlo o pretendiéndolo, la imagen de la ciudad Imperial, una imagen coincidente con la visión de los viajeros románticos que visitaban Toledo en la segunda mitad del XIX, imagen que sirvió a la historiografía moderna para teorizar el arte nacional, aquel arte que debía ser rescatado y restaurado, aquel arte en el cual los viajeros se sentían identificados al adentrarse en la esencia de España, esa España que se dibujaba y se creaba en la visión que viajeros e intelectuales como Galdós, ofrecieron en sus pinceladas y en sus palabras. Pero Galdós no solo se queda con esa primera impresión que tiene al llegar a Toledo, impresión no muy buena, por cierto, al ver una ciudad paralizada en el tiempo, lejos de la modernidad de las grandes ciudades como Madrid, Sevilla o Salamanca, localidades con las que la compara; Toledo, por el contrario, es una ciudad en ruinas, imagen que se percibe nada más aproximarte en el tren. Galdós profundiza en la esencia de la ciudad, realiza una «labor de arqueología» y, comienza a destapar esa Toledo de abajo hacia arriba, desde el Tajo, sus primeros asentamientos hasta la Toledo que se vislumbra a la llegada en tren. Comienza analizando en profundidad la capa de la Toledo visigoda, recorriendo sus restos de edificios visigodos para subir un peldaño más en la Toledo árabe, momento de gran esplendor de la ciudad, si sube un peldaño más llega a la Toledo cristiana en convivencia con la árabe, momento de gran creatividad y desarrollo de las artes en Toledo para comenzar un periodo de decadencia que comienza a partir del renacimiento llegando al barroco donde, siempre según el autor, la ciudad Imperial, al igual que en toda España, desarrolla un arte de «mal gusto» y de arquitectura de ruptura que nada le merece la pena reseñar, como buen romántico. ebookelo.com-Página 2 Este texto sirvió como clasificación de la arquitectura de la ciudad de Toledo por etapas históricas y artísticas, fue una fuente importante para definir y determinar aquellos monumentos más relevantes en la ciudad y que más merecían ser restaurados bajo los criterios de restauración que en el siglo XIX se estaban llevando a cabo. De enorme valor para cualquier interesado en la conjunción que historia y arte forman en Toledo, Las generaciones… atesoran, sin embargo, un interés añadido para los toledanos, pues de sus páginas se desprenden casi línea I Cuando se llega en ferrocarril a la que, por una tradición, en cierto modo irrisoria, se llama todavía Ciudad Imperial, no cree el viajero encontrarse a las puertas de la antigua metrópoli española, ni aun a las de un pueblo, clasificado por la administración moderna en la fastuosa categoría de las capitales de provincia. El viajero no ve sino un escarpado risco a la izquierda, un llano a la derecha y enfrente, a lo lejos, algunas casas de mal aspecto y la cúpula de un edificio (el Hospital de Tavera), cuyo exterior no demuestra la importancia y belleza que interiormente tiene. Es preciso avanzar un poco en aquello que los toledanos llaman el paseo de la Rosa, pasar más allá de la corroída estatua del rey Wamba, doblar a la izquierda, siguiendo el camino, y allí ya se presenta repentinamente la grandiosa perspectiva del puente de Alcántara; arriba el Alcázar, puesto como un nido de águilas en lo alto de una montaña inaccesible; a la derecha, y más lejos, en la pendiente que baja a la vega, el Arrabal de Santiago, donde las torres de la puerta nueva de Visagra forman, con el ábside de la vieja parroquia y los ennegrecidos cubos de la muralla, el más pintoresco conjunto; a la izquierda se ven las ruinas del castillo de San Servando; enfrente una confusa aglomeración de edificios antiquísimos y modernos, construidos unos sobre otros en la pendiente del risco; y abajo el río, el padre Tajo, profundo, oscuro, revuelto, precipitado, espumoso, atravesando todo entero y con gran velocidad el gran arco de aquella prodigiosa fábrica que, a la solidez probada en tantos siglos, reúne una extraordinaria belleza. Vísta panorámica de Toledo. Finales s. XIX. Al entrar por este sitio en la ciudad olvida el viajero que ha venido en el vehículo de los tiempos modernos. Su aspecto es el de los pueblos muertos, muertos para no renacer jamás, sin más interés que el de los recuerdos, sin esperanza de nueva vida, sin elementos que puedan, desarrollados nuevamente, darle un puesto entre los pueblos de hoy. De aquellos ilustres escombros, destinados a ser vivienda de lagartos y arqueólogos, no puede salir una ciudad moderna, como sucede a sus compañeras en la Historia, Salamanca y Sevilla. No tiene sino el valor de las ruinas, grandes para algunos, acaso o tal vez despreciables para la generalidad. ebookelo.com-Página 7 ebookelo.com-Página 11 Mendoza y Cisneros. Sala capitular. Catedral Primada. A la memoria de estas figuras se une la de sus ilustres Arzobispos, entre los cuales figura don Rodrigo Jiménez de Rada, compañero y amigo de San Fernando; el ilustre Gil de Albornoz, el Cardenal Mendoza, el gran Cisneros, de imperecedero recuerdo, Tavera, cuya caridad ha quedado consignada en un grandioso monumento; Silíceo, etc. No podemos olvidar que en aquel Zocodover, encrucijada molesta y sucia, se han hablado en mejores días todas las lenguas de Europa, y que en aquella destartalada Judería, hoy reducida a escombros, donde la miseria ha hecho su habitación, se ebookelo.com-Página 12
La loca de la casa es una novela del escritor español Benito Pérez Galdós publicada en 1892, dentro del ciclo «espiritualista» de las novelas españolas contemporáneas. Concebida como novela dialogada en cuatro jornadas, el autor la adaptó a pieza dramática en cuatro actos, y fue estrenada en el Teatro de la Comedia de Madrid el 16 de enero de 1893. José María CRUZ, alias «Pepet», emigrante enriquecido en California y México regresa a Barcelona, donde había nacido de unos humildes criados de los poderosos MONCADA, industriales textiles. En la Ciudad Condal, donde espanta a la burguesía catalana con su rudeza y su presunción de indiano, «Pepet» visita el hogar de sus antiguos amos; en él, el viejo Juan de MONCADA, que casi arruinado había intentado casar a su hija mayor, VICTORIA (La loca de la casa) con un noble catalán, y ante la negativa de ella y la amenaza de meterse en un convento, ve ahora la oportunidad de salvarse casando a la otra hija, GABRIELA, con el indiano enriquecido… Página 2
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