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Homilias Septiembre 2022

2022

Abstract

En una oportunidad, la multitud se amontonaba alrededor de Jesús para escuchar la Palabra de Dios, y él estaba de pie a la orilla del lago de Genesaret. Desde allí vio dos barcas junto a la orilla del lago; los pescadores habían bajado y estaban limpiando las redes. Jesús subió a una de las barcas, que era de Simón, y le pidió que se apartara un poco de la orilla; después se sentó, y enseñaba a la multitud desde la barca. Cuando terminó de hablar, dijo a Simón: «Navega mar adentro, y echen las redes.» Simón le respondió: «Maestro, hemos trabajado la noche entera y no hemos sacado nada, pero si tú lo dices, echaré las redes.» Así lo hicieron, y sacaron tal cantidad de peces, que las redes estaban a punto de romperse. Entonces hicieron señas a los compañeros de la otra barca para que fueran a ayudarlos. Ellos acudieron, y llenaron tanto las dos barcas, que casi se hundían. Al ver esto, Simón Pedro se echó a los pies de Jesús y le dijo: «Aléjate de mí, Señor, porque soy un pecador.» El temor se había apoderado de él y de los que lo acompañaban, por la cantidad de peces que habían recogido; y lo mismo les pasaba a Santiago y a Juan, hijos de Zebedeo, compañeros de Simón. Pero Jesús dijo a Simón: «No temas, de ahora en adelante serás pescador de hombres.» Ellos atracaron las barcas a la orilla y, abandonándolo todo, lo siguieron. Reflexión Simón y sus compañeros habían pescado toda la noche sin sacar nada. Ya estaban limpiando las redes en la costa, cansados y defraudados, cuando Jesús les manda ir mar adentro y echar las redes al agua nuevamente. Seguramente no eran muchas las ganas que tenía Pedro de cumplir con el pedido del Señor. Pero la mirada de Jesús, el modo imperativo pero amable de sus palabras, llevaron a Pedro a embarcarse de nuevo. + Lucas 6, 6-11 Un sábado, entró en la sinagoga y comenzó a enseñar. Había allí un hombre que tenía la mano derecha paralizada. Los escribas y los fariseos observaban atentamente a Jesús para ver si curaba en sábado, porque querían encontrar algo de qué acusarlo. Pero Jesús, conociendo sus intenciones, dijo al hombre que tenía la mano paralizada: «Levántate y quédate de pie delante de todos.» Él se levantó y permaneció de pie. Luego les dijo: «Yo les pregunto: ¿Está permitido en sábado, hacer el bien o el mal, salvar una vida o perderla?» Y dirigiendo una mirada a todos, dijo al hombre: «Extiende tu mano.» El la extendió y su mano quedó curada. Pero ellos se enfurecieron, y deliberaban entre sí para ver qué podían hacer contra Jesús. Reflexión Jesús entró «otro sábado» en la sinagoga. ¡Sí!, «otro» sábado. Este evangelio señala la costumbre de Jesús. Su fidelidad cada sábado, en asistir al oficio religioso. El Señor nos enseña a cada uno de nosotros, la necesidad de ser fieles a la oración, de ser fieles en la concurrencia a misa. Jesús, fue respetuoso de las tradiciones religiosas, de la necesidad de reunirse para alabar a Dios. Y en la sinagoga había un hombre con un brazo paralizado. Y Jesús, sin que el hombre se lo pida, «lo cura». Lo cura un sábado. Jesús descubre «la necesidad» del hombre. Y los fariseos se pusieron furiosos. Para ellos el descanso obligatorio del sábado para dar Gloria a Dios, era lo más importante. Y Jesús, no viene a discutir ese sentido de la Gloria de Dios; pero, en lugar de considerarla como una mera observancia legalista, va hasta el fondo de la razón que justifica el sábado; entiende que la Gloria de Dios es