Obedientemente, Carlos aspiró un montoncito y después otro, uno por cada fosa nasal, los que le produjeron como dos micro mazazos en la base del cerebro, se le adormecieron las fosas nasales, la base del paladar y la mente empezó a despejársele. Cinco minutos después, él subió a su auto sintiéndose el dueño del mundo. No había tráfico y él condujo con rostro plácido por el centro de las calles Espinar, Conquistadores, Santa Luisa, como rebotando alegre en lo alto. En esta última y sin que Rengifo se percatara, un automóvil grande se aproximó por detrás a alta velocidad, su conductor conectó luces de carretera e hizo sonar el claxon en forma estridente. Esto lo sorprendió y, en acto reflejo, viró el timón con brusquedad apartándose hacia la izquierda; el intruso pasó casi rozándole como una tromba azulada. Los ojos de Carlos Rengifo captaron la mirada burlona del conductor del otro auto y, cuando abrió la boca para insultarlo, sintió que las llantas del suyo chocaban contra algo y se elevaba. Lo último que vio fue una pared blanca que se le venía al encuentro. Un guardián le contaría luego que el MG se había desviado de la pista, rebotado en una pequeña rampa que había en la vereda y estrellado contra el muro de una residencia. A lo lejos, desde lo que parecía el infinito, una claridad aterciopelada empezó a jalarlo como si lo que "era" en si, fuese un pedazo de hierro y aquella un imán. En esa extraña distancia, como si se tratara de algo ajeno, percibió que su cuerpo iba relajándose, y que un hormigueo agradable y frío le subía desde los pies hacia a la cabeza; también notó que su corazón estaba paralizado y no respiraba. Estaba muriendo. Una parte de su cerebro lo sabía, la cual iba apagándose como una vela a la que se le hubiese acabado la cera, y no le importaba. Estaba abandonándose al fenómeno final, alejándose lentamente de su cuerpo y acercándose a la fuente de luz desde la que le llegaban voces, en la que creyó vislumbrar siluetas etéreas de personas cuando, súbitamente, algo húmedo, lejano y tibio recorrió repetidamente su mejilla produciendo una reacción en su cuerpo casi ausente. En ese instante una idea brotó como un chispazo tenue en medio de aquella rara luminosidad poblada de sombras. <Te estás muriendo, Carlos, sin decidirlo, sin participar en ello > Con ese pensamiento algo despertó en su recóndito interior, y como a trompicones tomó conciencia que la fuerza de esa muerte era más débil que la voluntad de vivir. Percibió, como si ello sucediera en otro cuerpo, que la adrenalina ingresaba al torrente sanguíneo a la altura de la cintura. Pero el flujo de sangre estaba detenido. <¡No moriré hoy! ¡No quiero, carajo!> pensó intensamente, desde el fondo de un desconocido lugar. Y la cólera empezó a invadirle de la manera más lenta que había experimentado jamás, inmerso ahora en una ensoñación de sillas gigantescas, como si él hubiera sido una hormiga en un salón comunal con horizontes de caoba, ruidos de claxon y luces caleidoscópicas. El corazón, que había estado detenido, se contrajo dolorosamente, se expandió espasmódicamente succionando sangre, se contrajo nuevamente enviando un chorro de sangre a todo el cuerpo. Otra expansión más rápida, seguida de una contracción, y los latidos se estabilizaron en forma irregular. <¡Oxígeno!,¡oxígeno!> Parecía escuchar órdenes extrañas desde lejos, en medio de un bosque de patas de las sillas con asientos casi estratosféricos. Irse o no irse, un dilema extraño. Ahora sintió algo caliente en la mejilla y un aliento fétido le penetró por la mucosa de la nariz. 1 Pequeña ave amazónica insectívora que ataca a gavilanes y los hace salir de sus terrirorios 2 Ave marina de la costa peruana 3 Fruto amazónico, llamado también supay ocote Abrió la boca y trató de respirar; empezó a hacerlo en jadeos cortos, paladeando y tragando sangre que tenía en la boca. A pesar del dolor continuó aumentando el volumen de aire en cada inhalada. Otra vez la cosa húmeda y tibia recorriéndole repetidamente la mejilla, con un fondo de sonido de voces que le llamó la atención. Abrió los ojos y vio todo borroso en medio de luces y movimiento, colores. Enfocó lentamente la mirada y luego de unos instantes se percató que un perro labrador le lamía la cara con las patas delanteras apoyadas en la desvencijada puerta del auto, y que una pequeña multitud de gente vestida con pijama y batas se hallaba alrededor, mirándolo y comentando el evento destructivo de la pared. Carlos salió del hospital apoyado en muletas, triste, sintiéndose despertar a un dolor total, como parido a una nueva realidad, a pesar de medir un metro ochenta y dos, ser profesional, atlético, haber recorrido siete países, amado a dos mujeres, realizado obras de caridad, tener una posición económica aceptable, haber buscado a Dios en Buda,