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Este libro va dirigido al gran público y, por consiguiente, no se citan las fuentes en el texto. Esto es más propio de obras de carácter técnico y quebraría la fluidez del relato. Sin embargo, durante la elaboración de este volumen fueron consultados muchos libros y documentos, sumamente originales, y sería injusto presentar aquél sin señalar la valiosa ayuda de éstos. Al final del libro, se incluye un apéndice en el que se citan las obras más importantes en relación con los temas tratados en cada uno de los capítulos.
El trabajo es la fuente de toda riqueza, afirman los especialistas en Economía política. Lo es, en efecto, a la par que la naturaleza, proveedora de los materiales que él convierte en riqueza. Pero el trabajo es muchísimo más que eso. Es la condición básica y fundamental de toda la vida humana. Y lo es en tal grado que, hasta cierto punto, debemos decir que el trabajo ha creado al propio hombre. Hace muchos centenares de miles de años, en una época, aún no establecida definitivamente, de aquel período del desarrollo de la Tierra que los geólogos denominan terciario, probablemente a fines de este período, vivía en algún lugar de la zona tropical — quizás en un extenso continente hoy desaparecido en las profundidades del Océano Indico— una raza de monos antropomorfos extraordinariamente desarrollada. Darwin nos ha dado una descripción aproximada de estos antepasados nuestros. Estaban totalmente cubiertos de pelo, tenían barba, orejas puntiagudas, vivían en los árboles y formaban manadas[2]. Es de suponer que como consecuencia directa de su género de vida, por el que las manos, al trepar, tenían que desempeñar funciones distintas a las de los pies, estos monos se fueron acostumbrando a prescindir de ellas al caminar por el suelo y empezaron a adoptar más y más una posición erecta. Fue el paso decisivo para el tránsito del mono al hombre. Todos los monos antropomorfos que existen hoy día pueden permanecer en posición erecta y caminar apoyándose únicamente en sus pies; pero lo hacen sólo en caso de extrema necesidad y, además, con suma torpeza. Caminan habitualmente en actitud semierecta, y su marcha incluye el uso de las manos. La mayoría de estos monos apoyan en el suelo los nudillos y, encogiendo las piernas, hacen avanzar el cuerpo por entre sus largos brazos, como un cojo que camina con muletas. En general, aún hoy podemos observar entre los monos todas las formas de transición entre la marcha a cuatro patas y la marcha en posición erecta. Pero para ninguno de ellos ésta última ha pasado de ser un recurso circunstancial. Y puesto que la posición erecta había de ser para nuestros peludos antepasados primero una norma, y luego, una necesidad, de aquí se desprende que por aquel entonces las manos tenían que ejecutar funciones cada vez más variadas. Incluso entre los monos existe ya cierta división de funciones entre los pies y las manos. Como hemos señalado más arriba, durante la trepa las manos son utilizadas de distinta manera que los pies. Las manos sirven fundamentalmente para recoger y sostener los alimentos, como lo hacen ya algunos mamíferos inferiores con sus patas delanteras. Ciertos monos se ayudan de las manos para construir nidos en los árboles; y algunos, como el chimpancé, llegan a construir tejadillos entre las ramas, para defenderse de las inclemencias del tiempo. La mano les sirve para empuñar garrotes, con los que se defienden de sus enemigos, o para bombardear a éstos con frutos y piedras. Cuando se encuentran en la cautividad, realizan con las manos varias operaciones sencillas que copian de los hombres. Pero aquí es precisamente donde se ve cuán grande es la distancia que separa la mano primitiva de los monos, incluso la de los antropoides superiores, de la mano del hombre, perfeccionada por el trabajo durante centenares de miles de años. El número y la disposición general de los huesos y de los músculos son los mismos en el mono y en el hombre, pero la mano del salvaje más primitivo es capaz de ejecutar centenares de operaciones que no pueden ser realizadas por la mano de ningún mono. Ni una sola mano simiesca ha construido jamás un cuchillo de piedra, por tosco que fuese. Por eso, las funciones, para las que nuestros antepasados fueron adaptando poco a poco sus manos durante los muchos miles de años que dura el período de transición del mono al hombre, sólo pudieron ser, en un principio, funciones sumamente sencillas. Los salvajes más primitivos, incluso aquellos en los que puede presumirse el retorno a un estado más próximo a la animalidad, con una degeneración física simultánea, son muy superiores a aquellos seres del
1 5 AGRADECIMIENTO Este proyecto de investigación es el resultado del esfuerzo conjunto de todos los que formamos el grupo de trabajo. Por esto agradezco a nuestro docente Nicolás Huari Garay, mi compañera Melania Malena Samaniego Cruz y mi persona, quienes a lo largo de este tiempo han puesto a prueba sus capacidades y conocimientos en el desarrollo de este trabajo de investigación el cual ha finalizado llenando todas nuestras expectativas. INSTITUTO "JOSE MARIA ARGUEDAS"
EL LOBO HOMBRE Este volumen recoge trece cuentos escritos por Boris Vian en los años de la postguerra europea, entre 1945 y 1952. En todos y cada uno de estos relatos, el autor proyecta una desbordante imaginación, una creatividad radical, rupturista, y, tal vez lo que es más importante, la mentalidad que moldeó el movimiento existencialista: frente a la angustia existencial, no queda otra salida que el puro disparate narrativo, la lógica onírica, la sátira, el absurdo. En este marco de referencias, los relatos de Vian captan la atención del lector de una forma cautivadoramente endemoniada. El primero de estos cuentos, El lobo-hombre, recrea al revés la leyenda del hombre lobo: ahora resulta ser un lobo, que además es vegetariano, el que se convierte en hombre, por culpa del mordisco que le propina un mago... A partir de esta inversión narrativa todo es posible y por las páginas de los cuentos siguientes circulan personajes de lo más grotesco: desde una bailarina del Bronx que se excita frenéticamente atropellando a perros y personas conduciendo un taxi, hasta chiflados, pícaros, ingenuos, ladrones. Con esta galería de tipos, Boris Vian nos comunica el espectro de unos años decisivos de la vida europea y lo hace desde los enfoques que había diseñado la filosofía existencialista. El resultado de estas creaciones literarias nos conduce a una absurdidad reflexiva y tremenda que sobrecoge con la misma intensidad que la mejor pintura abstracta. Cada uno de estos cuentos desmonta y reconstruye la realidad en un ejercicio implacable de captar el mundo no inmediato. En definitiva, lo que le interesaba al Boris Vian escritor era romper con todos los convencionalismos que abogaban su época. No cabe duda de que estos cuentos son una muestra contundente de esta voluntad de ruptura que guió al autor en los treinta y nueve años de su existencia.
El Frente de Bucaramanga (Colombia), 2011
En el año 634 de nuestra era ardió la mayor biblioteca del mundo de entonces, la de Alejandría. El califa Omar, el conquistador musulmán de Egipto, habría ordenado al emir Amr bin Al la destrucción de los libros que no estuvieran de acuerdo con el Alcorán, con este argumento: "Si los escritos de los griegos dicen lo mismo que el Libro Sagrado, son redundantes (y no vale la pena conservarlos); si discrepan, son nocivos y deben destruirse".
El trabajo es la fuente de toda riqueza, afirman los especialistas en Economía política. Lo es, en efecto, a la par que la naturaleza, proveedora de los materiales que él convierte en riqueza. Pero el trabajo es muchísimo más que eso. Es la condición básica y fundamental de toda la vida humana. Y lo es en tal grado que, hasta cierto punto, debemos decir que el trabajo ha creado al propio hombre.
El trabajo es la fuente de toda riqueza, afirman los especialistas en Economía política. Lo es, en efecto, a la par que la naturaleza, proveedora de los materiales que él convierte en riqueza. Pero el trabajo es muchísimo más que eso. Es la condición básica y fundamental de toda la vida humana. Y lo es en tal grado que, hasta cierto punto, debemos decir que el trabajo ha creado al propio hombre. Hace muchos centenares de miles de años, en una época, aún no establecida definitivamente, de aquel período del desarrollo de la Tierra que los geólogos denominan terciario, probablemente a fines de este período, vivía en algún lugar de la zona tropical -quizás en un extenso continente hoy desaparecido en las profundidades del Océano Indico-una raza de monos antropomorfos extraordinariamente desarrollada. Darwin nos ha dado una descripción aproximada de estos antepasados nuestros. Estaban totalmente cubiertos de pelo, tenían barba, orejas puntiagudas, vivían en los árboles y formaban manadas[2].
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