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Un día, ya entrada en años, en el vestíbulo de un edificio público, un hombre se me acercó.
El amaranto, un alimento que ha comenzado a ganar espacio en el mercado nacional por su gran valor nutritivo tiene también las puertas abiertas del mercado extranjero. De acuerdo a datos de Ceprobol, especialmente los países de Europa (Alemania y Países Bajos en mayor medida) demandan el producto. La demanda mundial de amaranto presenta a partir de 1995 un crecimiento muy importante. En Bolivia un 70 por ciento de la producción de amaranto está bajo las normas de la agricultura. Por ello, es considerado un alimento con un valor nutritivo excelente y con un gran potencial agrícola, alimentario, industrial y de exportación. No existen muchos países que participan en el comercio mundial de amaranto, entre los más importantes se encuentra Argentina que tiene una participación del 49,13% ; en segundo lugar de importancia está Perú que representa el 45,24% : en el tercer lugar se encuentra México con 3,02, seguido de Bolivia con 0,36% , Ecuador con 0,25 y otros con un 2 % de participación. Características El amaranto es una planta anual de tallos tanto suculentos cuando tiernos y algo fibrosos, en estado de madurez, puede medir hasta 2 metros de altura o más. En Bolivia, de acuerdo a la región es conocido con diferentes nombres. El amaranto se cultiva en América desde hace 5 mil a 7 mil años, probablemente los primeros en utilizarlo como un cultivo altamente productivo fueron los mayas, de quienes otros pueblos de América, entre ellos los aztecas y los incas aprendieron su consumo. Cuando los españoles llegaron a América, el amaranto o huautli era uno de los granos más apreciados por los aztecas. DATOS DEL PRODUCTO Composición.-Los granos y semillas del amaranto son, en su composición física, parecidos a los de la quinua, pero más pequeños, sin el sabor amargo de la quinua. Proteínas -El grano de amaranto tiene un elevado número de proteínas y grasa en relación a otros cereales, estos aspectos le dan a este alimento el atributo de constituirse en un componente potencial de la alimentación humana. El amaranto es una planta autóctona de América, domesticada, cultivada y utilizada desde hace más de 4000 años. Las excavaciones arqueológicas revelan que las semillas y hojas fueron consumidas por habitantes prehistóricos mucho antes del proceso de domesticación,
Y luego que hubo anochecido, se le entreabrieron los ojos. Oh, un poco, muy poco. Era como si quisiera mirar escondida detrás de sus largas pestañas. A la llama de los altos cirios, cuantos la velaban se inclinaron, entonces, para observar la limpieza y la transparencia de aquella franja de pupila que la muerte no había logrado empañar. Respetuosamente maravillados se inclinaban, sin saber que Ella los veía. Porque Ella veía, sentía.
Es el Creador de los cielos y de la tierra: que, cuando decide algo, le dice tan solo ¡Sea! y es. (Corán 2; 117) El Átomo INTRODUCCION: Esquema: DESARROLLO:
Revista Iberoamericana, 1994
No es el yo fundamental eso que busca ei poeta, 5mb el to esencial.
Es una propuesta basada desde la Filosofía Aistotélico Tomista. Por medio de la cual, deseo expresar la gran problemática actual, concerniente sobre el amor y su capacidad de desarrollo en los jóvenes y niños en la zonas urbano marginales de la ciudad de Bogotá.
Resumen Los esposos Hamilton son personajes históricos europeos famosos en su época, y cuyos nombres pasaron a la posteridad. Emma Hamilton por haber salido de la extrema pobreza y ascendido socialmente a través de sus habilidades y ambición, y por haber sido esposa de William Hamilton -coleccionista de renombre-y amante de Horacio Nelson. Este artículo aborda la construcción histórica de estos personajes a través de prensa de la época y bibliografía posterior, con un especial énfasis en el aporte de Susan Sontag en la configuración de los personajes y su época a través de la novela El amante del volcán.
qué, todo el mundo la llamaba tía, tía en general, y lo mismo ocurría entre los Versilov, con los cuales, por lo demás, puede que estuviera emparentada. Era Tatiana Pavlovna Prutkova. Poseía aún en aquella época, en la misma provincia y en el mismo distrito, treinta y cinco «almas» (6) de su propiedad exclusiva. Adrninistraba, o vigilaba más bien, a título de vecina, la hacienda de Versilov (quinientas almas), y aquella vigilancia, por lo que he oído decir, era tan eficaz como la de no importa qué intendente especialmente instruido. Por lo demás sus conocimientos no me interesan en absoluto; quiero agregar solamente, rechazando todo pensamiento de alabanza y de adulación, que esta Tatiana Pav1ovna es una criatura noble y hasta original. Fue, pues, ella quien, lejos de contrariar las inclinaciones matrimoniales del sombrío Makar Dolgoruki (parece que era muy sombrío), las animó en el más alto grado. Sofía Andreievna (aquella sierva de dieciocho años, mi madre) era huérfana desde hacía varios años; su padre, que sentía por Makar Dolgoruki un respeto extraordinario y le estaba, no sé por qué, muy agradecido, siervo él también, al morir seis años antes, en su lecho de muerte, y se pretende incluso que un cuarto de hora antes de entregar el último suspiro, tanto que se podría haber visto en aquello, en caso de necesidad, un efecto del delirio si no hubiese sido ya incapaz como tal siervo, había llamado a Makar Dolgoruki y, delante de todo el personal y en presencia del sacerdote, le había expresado en voz alta y apremiante aquella última voluntad, señalándole a su hija: -¡Edúcala y tómala por esposa! Aquellas palabras fueron oídas por todo el mundo. En lo que concierne a Makar Ivanov, ignoro con qué sentimientos se casó seguidamente, si con gran placer o solamente para cumplir un deber. Lo más probable es que presentara el aire exterior de una perfecta indiferencia. Era un hombre que, ya entonces, sabía adoptar una pose. Sin estar versado en las Escrituras ni ser un letrado (se sabía de memoria todos los oficios y sobre todo algunas vidas de santos, pero principalmente de oídas), sin ser una especie de razonador de profesión, tenía sencillamente un carácter resuelto, a veces incluso aventurero; hablaba con aplomo, tenía juicios categóricos y, en una palabra, « vivía respetablemente», según su pasmosa expresión. He ahí la clase de hombre que era entonces. Naturalmente, disfrutaba del respeto universal, pero, se dice, se hacía insoportable a todo el mundo. Todo cambió cuando salió de la casa: no se habló ya de él más que como de un santo y un mártir. Todo esto lo sé de buena fuente. Por lo que se refiere al carácter de mi madre, Tatiana Pavlovna la guardó a su vera hasta que cumplió los dieciocho años, a pesar del intendente, que quería ponerla como aprendiza en Moscú, y le dio alguna educación, es decir, le enseñó la costura, el corte, las buenas maneras a incluso le hizo aprender un poco a leer. En lo que se refiere a escribir, mi madre no llegó a hacerlo nunca pasablemente. A sus ojos, aquel matrimonio con Makar Ivanov era desde hacía mucho tiempo una cosa resuelta y todo lo que le sucedió entonces le pareció excelente y perfecto; se dejó conducir al altar con la fisonomía más tranquila que se pueda tener en caso semejante, tanto que la misma Tatiana Pavlovna la trató entonces de «pava». Por esta misma Tatiana Pavlovna me he enterado de lo que concíerne al carácter de mi madre en aquella época. Versilov llegó a sus tierras exactamente seis meses después de aquel matrimonio. V Quiero indicar solamente que jamás he podido saber ni adivinar de manera satisfactoria cómo comenzaron las cosas entre él y mi madre. Estoy totalmente dispuesto a creer, como él mismo me lo aseguró el año pasado, con rubor en las mejillas, aunque me hiciera todo el relato con el aire más desenvuelto y más «espiritual», que no hubo a11í ni la novela más mínima, y que todo pasó «como pasan esas cosas». Creo que es verdad, y el «como pasan esas cosas» es una expresión encantadora. A pesar de todo, siempre he tenido deseos de saber cómo pudo iniciarse aquello. Esas porquerías siempre me han inspirado horror y me lo siguen inspirando. No, desde luego no es porque haya curiosidad malsana por mi parte. Haré notar que hasta el año pasado no he conocido a mi madre, por así decirlo; desde la infancia he estado confiado a extraños, para mayor comodidad de Versilov (más tarde se tratará de eso), y por consiguiente soy incapaz de figurarme la fisonomía que ella pudiera tener entonces. Si no era hermosa, ¿qué había en ella que pudiese seducir a un hombre como Versilov? Esta cuestión es importante para mí, porque este hombre se dibuja aquí en un aspecto extremadamente curioso. He ahí por qué me planteo la pregunta, y no por perversión. Él mismo, este hombre sombrío y reservado, me decía, con esa amable ingenuidad que se sacaba Dios sabe de dónde (como se saca un pañuelo del bolsillo) cuando le era necesario, que, por aquel entonces, no era más que «un cachorrillo estúpido» y, sin ser sentimental, acababa de leer, « como quien no quiere la cosa», Antonio el Desgraciado (7) y Paulina Saxe (8), dos producciones literarias que han tenido un inapreciable influjo civilizador sobre la generación de aquellos tiempos. Agregaba que había sido quizás a causa del personaje de Antonio por lo que había vuelto al campo, y decía eso muy seriamente. ¿En qué forma aquel «cachorrillo estúpido» pudo entrar en relaciones con mi madre? Acabo de pensar que, si yo tuviese solamente un lector, éste no dejaría de prorrumpir en carcajadas a mis expensas: ridículo adolescente que, conservando su tonta inocencia, pretende razonar sobre cosas de las que no entiende ni jota. Sí, desde luego, todavía no entiendo nada de eso, y lo confieso sin el menor orgullo, porque sé hasta qué punto esta inexperiencia es algo estúpido en un chicarrón de veinte años; solamente que diré a ese señor que tampoco él entiende nada y se lo probaré. Es cierto que en cuestión de mujeres no sé nada, y nada quiero saber, porque me burlaré de ellas toda mi vida, me lo he jurado decididamente. Y sé sin embargo que una mujer puede encantarle a uno con su belleza, o sabe Dios con qué, en un abrir y cerrar de ojos; a otra, hace falta estarla trabajando seis meses antes de comprender lo que lleva en la mollera; a la de más a11á, para verla del todo y quererla, no basta con mirarla, no basta con estar dispuesto a todo. Hace falta además ser un superdotado. Estoy convencido de ello, aunque no entienda nada; de no ser así, se necesitaría de golpe y porrazo rebajar a todas las mujeres a la categoría de simples animales domésticos y no mantenerlas cerca de uno más que en esta forma. Eso es lo que querría quizá muchísima gente. Lo sé positivamente por varios conductos, mi madre no era una belleza, aunque yo no haya visto jamás su retrato de aquellos tiempos, retrato que existe en alguna parte. Prendarse de ella a la primera mirada era pues imposible. Para una simple «distracción», Versilov podía elegir a otra cualquiera, y había una, en efecto, una jovencita, Anfisa Constantinovna Sapojkova, una criadita. Por lo demás, para un hombre que llegaba allí con el desgraciado Antonio, atentar, en virtud del derecho señorial, contra la felicidad conyugal de su siervo, habría resultado muy vergonzoso a sus propios ojos, puesto que, lo repito, apenas hace unos meses, es decir, después de transcurridos veinte años, hablaba aún de aquel infeliz Antonio con una seriedad extraordinaria. Ahora bien, a Antonio no le habían quitado más que el caballo, y no la mujer. Sucedió, pues, alguna cosa rara, en detrimento de la señorita Sapojkova (a mi entender, para ventaja de ella)j Una o dos veces, el año pasado, en los momentos en que se podía hablar con él, cosa que no ocurría todos los días, le hice estas preguntas y noté que, a pesar de toda su cortesía y a veinte años de distancia, se hacía rogar largo rato antes de decidirse a hablar. Pero yo lograba mi propósito. Por lo menos, con aquella desenvoltura mundana que se permitía conmigo muchas veces, esbozó un día cosas muy extrañas: mi madre era una de esas personas sin defensa a las que no se puede querer, ¡desde luego que no!, pero que de repente, sin que se sepa por qué, suscitan un sentimiento de lástima, a causa de su dulzura. ¿A causa de qué en realidad? Nunca se sabe con seguridad. Pero la lástima perdura; a fuerza de lástima, se siente uno ligado... «En una palabra, pequeño, sucede incluso que no es posible ya zafarse.» Eso es to que él me dijo. Y si las cosas ocurrieron realmente de aquella manera, me veo obligado a ver en él algo muy distinto al cachorrillo estúpido de que él mismo habla, refiriéndose a cómo era en aquella época. Esto es todo lo que yo quería hacer constar. Por lo demás, se puso en seguida a asegurarme que mi madre lo había querido por «humildad»; un poco más, y ya iba a inventar que «por obediencia servil». Mentía por dárselas de elegante, mentía contra su propia conciencia, contra toda norma de honor y de generosidad. Todo esto, desde luego, lo he escrito, pudiera decirse, en alabanza de mi madre, y sin embargo, como ya lo he declarado, ignoro en absoluto to que ella fuese entonces. Es más, conozco muy bien la impermeabilidad del ambiente y de las nociones lastimosas entre las cual.es ella se ha enranciado desde su infancia y entre las cuales ha pasado a continuación toda su existencia. A pesar de todo, la desgracia terminó por consumarse. A propósito, una rectificación: me he perdido entre las nubes y he olvidado un hecho que, por el contrario, era preciso hacer resaltar: todo se inició entre ellos precisamente por la desgracia. (Espero que el lector no se pondrá a fingir ahora que no comprende todo aquello de lo que inmediatamente quiero hablar.) En una palabra, aquellos comienzos fueron señoriales, aunque la señorita Sapojkova hubiese sido dejada a un lado. Pero aquí intervengo yo y declaro anticipadamente que no me contradigo en lo más mínimo. ¿De qué, gran...
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