La vieja gitana toma nuestra mano, le da la vuelta, con la palma hacia arriba, y la examina atentamente. Su sucio dedo recorre las líneas que la surcan, palpa las ligeras protuberancias carnosas, examina los dedos, da de nuevo la vuelta a la mano, observa nuestras uñas. Murmura palabras que nos suenan cabalísticas: «la línea de la vida», «el llano de Marte», «el monte de Venus», «el dedo de Júpiter»... Luego hace su predicción: Nuestra vida será larga pero accidentada; correremos aventuras, hallaremos nuestro amor en circunstancias difíciles, será un amor que no durará mucho; ¿riquezas?, sí, pero con sudores; nada nos será fácil... Mientras habla, su dedo recorre de nuevo nuestra palma, señala un lugar, luego otro, como si leyera en ellos lo que nos está diciendo. Y, de hecho, lo lee. Para quien sabe interpretarla, la mano humana es un libro abierto donde se puede leer no sólo quiénes somos y lo que somos, sino también lo que nos depara nuestro futuro. Por supuesto, puede que la vieja gitana que nos está «leyendo la buenaventura» esté trabajando solamente sobre una ciencia infusa, que ha heredado de sus antepasados, de generación en generación, a través de deformaciones de un antiguo significado. Sabe que debe halagar en cierto modo a su cliente para conseguir un buen pago: nunca presentarle un futuro excesivamente esplendoroso para no despertar sospechas, pero tampoco un futuro tétrico o deprimente, aunque vea una línea de la vida demasiado corta o una inminente separación en la línea del matrimonio. Pero, en el fondo, está practicando un arte muy antiguo que hoy en día tiene características de ciencia: la quirología, con todas sus derivaciones.