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§ 16. Sobre los caracteres del eleatismo: Zeller-Nestle, I, 617 sig., quien está, empero, viciado por la preocupación de atribuir a los eleatas la doctrina de la corporeidad del ser, preocupación que impide aprehender el valor especulativo del eleatismo y su significado histórico como antecedente necesario de la ontología platónica y aristotélica. Los fragmentos y testimonios han sido traducidos al italiano por Pilo Albertelli,
Nicola Abbagnano - Diccionario de Filosofía , 1993
La finalidad de este diccionario es poner a disposición de cualquier persona un repertorio de las posibilidades de filosofar ofrecidas por los conceptos del lenguaje filosófico, tal como se ha venido constituyendo desde los tiempos de la antigua Grecia. El diccionario nos muestra cómo algunas de estas posibilidades han sido desarrolladas y explotadas hasta el agotamiento, y cómo otras, en cambio, han sido insuficientemente elaboradas o dejadas de lado. De tal manera presenta un balance del trabajo filosófico, desde el punto de vista de la fase actual de este trabajo. Al servicio de esta finalidad está dirigida la regla fundamental a que obedece la redacción de los términos: la de identificar las constantes de significado que pueden ser demostradas o documentadas con citas textuales, incluso en doctrinas aparentemente distintas. Pero las constantes de significado pueden ser comprendidas solamente si los significados diferentes, abarcados bajo un mismo término, se reconocen y distinguen claramente, y tal exigencia de claridad es la que se considera fundamental en una obra como ésta y la que, en realidad, es condición esencial para que la filosofía pueda ejercer una función cualquiera de aclaración y de guía en relación con los hombres. En un periodo en que los conceptos a menudo se confunden y mistifican, hasta el punto de resultar inservibles, la exigencia de una rigurosa precisión de los conceptos y de su articulación interna adquiere vital importancia. Espero que el diccionario que ahora presento al lector se halle a la altura de esta exigencia y contribuya a difundirla, restituyendo a los conceptos su fuerza rectora y liberadora. Procede ahora cumplir con la grata obligación de recordar aquí a las personas que me han ayudado en el cumplimiento de esta tarea.
un orden constituido, sino que en cierta medida promovía formas de activismo dinámico. Verdad es que no se proponía estimular el espíritu de iniciativa de los navegantes y mercaderes, cuya sola meta era la ganancia, sino más bien el del guerrero y, más tarde, el del funcionario destinado a cuidar la organización del vasto conjunto de "satrapías" en que estaba dividido el imperio. Si hemos de dar crédito a la Ciropedia (Educación de Ciro), del griego Jenofonte, la educación persa se asemejaba mucho a la espartana, de la que nos ocuparemos más adelante. Se sabe con certeza que procuraba ante todo la educación física, religiosa y moral del guerrero y reservaba una parte mínima o nula a la instrucción literaria e incluso al aprendizaje de la escritura, excepción hecha de la clase sacerdotal (hereditaria pero no muy fuerte políticamente: los famosos "magos") dedicada a perpetuar el dualismo religioso de Zoroastro conciliándolo con las supervivencias politeístas, ordenadas en dos grandes ejércitos de espíritus al servicio, respectivamente, de Ormuz y Arimán, es decir, la luz y las tinieblas. Naturalmente, al contacto con las refinadas y corruptas civilizaciones que llegaron a dominar, los persas acabaron por absorber junto con la cultura de éstas los gérmenes de su decadencia, y aunque siguieran ensalzando la virtud de la ruda vida militar y el sano trabajo de los campos, en realidad se habituaron al lujo que les venía del inmenso territorio conquistado. Las cuadradas falanges macedónicas los encontraron incapaces de defenderse. Entre los actos de magnanimidad que la historia atribuye a los persas, el más preñado de consecuencias para la civilización del mundo fue sin duda la decisión de Ciro, conquistador de Babilonia, a donde los judíos del reino de Judá habían sido deportados cincuenta años antes, de permitirles volver a Palestina y reconstruir el destruido templo de Salomón, quedando sólo formalmente como tributarios de Persia (536 a. C.). Téngase presente que, por el contrario, de las diez tribus que constituían el Reino de Israel, y que fueran deportadas por los asirios dos siglos antes, no ha quedado la menor huella en la historia (y se las designa en efecto como las "diez tribus perdidas"). Pueblo nómada de pastores, los judíos, provenientes del país mesopotámico de Ur, habían llegado a Egipto, habían huido de ahí y en el año 1200 a. C. habían logrado instalarse en Palestina donde convirtieron en parcialmente agrícola su economía pastoral. Al contacto con las civilizaciones más avanzadas de su tiempo, absorbieron muchos elementos culturales sin dejarse en cambio absorber ellos mismos. Su fuerza principal residía en el principio religioso, espiritualista y personalista, que habían elaborado: mientras los pueblos agrícolas y sedentarios divinizaban sobre todo las fuerzas naturales, los animales y los lugares, los judíos concibieron a Dios como un espíritu no ligado a nada de particular o contingente, que velaba por ellos desde lo alto en las interminables peregrinaciones, escrutaba su alma, y los castigaba o premiaba, colectiva e individualmente, de acuerdo con sus faltas o sus méritos. En un principio, Jehová o Yahvé debe haber sido concebido por los judíos como su dios particular, cuya existencia no era incompatible con la de los dioses de otros pueblos: "Bien que todos los pueblos anduvieren cada uno en el nombre de sus dioses, nosotros andaremos en el nombre de Jehová nuestro Dios para siempre y eternamente", decía el profeta Miqueas. Pero -más tarde, por obra de Elías y otros profetas, los judíos concibieron, por vez primera en la historia de la humanidad, un riguroso monoteísmo, cuidadosamente depurado de todo residuo de idolatría. Los profetas no eran propiamente sacerdotes, sino más bien predicadores laicos que se sentían poseídos por el verbo divino. El juez Samuel, el mismo que indujo a los judíos a elegir un único rey en Saúl, promovió también la institución de "escuelas proféticas", de tal modo que la enseñanza de los profetas pudiera volverse más profunda y eficaz. Los profetas fueron los primeros grandes educadores del pueblo hebreo, cuya instrucción elemental se impartía desde hacía tiempo en el seno de la familia: un profundo sentimiento religioso, que reunía y sublimaba en sí los efectos familiares y el patriotismo, constituía la inspiración profunda de una educación que no estaba formalmente organizada, pero que en el aspecto moral era más eficaz que cualquier otra educación oriental. Sin embargo, posteriormente al cautiverio en Babilonia encontramos formada también entre los * * * * * * * * * * Esta figura representa la década, y como quiera que se la mire nos demuestra que la década es 1 +2 + 3 + 4, o sea, que se genera de los primeros cuatro números naturales, llamados la tetráctida, o mejor aún la Santa Tetráctida, en cuanto se la considera como fuente de toda realidad (en efecto, la década representa simbólicamente la naturaleza creada, respecto de la cual la tetráctida es el elemento creador). Los pitagóricos juraban sobre la "Santa Tetráctida". Y sin embargo, estas ideas no carecían de cierta sugestiva justificación. Por ejemplo, el uno corresponde al punto, con dos puntos se determina la línea, con tres la superficie, con cuatro, que no estén sobre el mismo plano, el sólido. O bien: si estudiamos la longitud de los pares de cuerdas (de igual grosor, calidad y tensión) con que se pueden producir acordes musicales, encontramos entre ellas las siguientes relaciones: 1/2 (para el acorde de octava), 2/3 (para el de quinta), 3/4 (para el de cuarta). He aquí los mismos números en acción, generando las sublimes armonías de la música. Y la astronomía ¿no nos muestra acaso cómo los números rigen también el movimiento de los astros, lo más perfecto que al hombre es dado contemplar? Por eso, geometría, astronomía y música constituían para los pitagóricos los estudios fundamentales, es decir, los mathemata (que en griego significa simplemente estudios). Poco sabemos de cómo se impartían efectivamente esos conocimientos, pero es de pensar que se haya acabado por abarcar muchísimas materias, con un criterio enciclopédico, si debe considerarse como justificada la crítica que Heráclito, enemigo jurado del enciclopedismo, lanza incluso contra Pitágoras imputándolo de polimatía, de impartir una enseñanza encaminada a formar una vasta e inútil erudición en todos los campos. Pero los pitagóricos desarrollaron también un tema, caro a Heráclito, que respondía muy bien al espíritu de su doctrina: para ellos el bien era armonía de opuestos, incluso el alma era armonía (motivo que luego se desarrolló en el campo de la medicina: también la salud es armonía) como parece que haya sostenido sobre todo Filolao, contemporáneo de Sócrates. Armonía es también, según Arquitas, señor de Tarento y contemporáneo y amigo de Platón, una justa vida política. A Arquitas debemos además un preciso argumento en favor de la infinitud del universo.
un orden constituido, sino que en cierta medida promovía formas de activismo dinámico. Verdad es que no se proponía estimular el espíritu de iniciativa de los navegantes y mercaderes, cuya sola meta era la ganancia, sino más bien el del guerrero y, más tarde, el del funcionario destinado a cuidar la organización del vasto conjunto de "satrapías" en que estaba dividido el imperio. Si hemos de dar crédito a la Ciropedia (Educación de Ciro), del griego Jenofonte, la educación persa se asemejaba mucho a la espartana, de la que nos ocuparemos más adelante. Se sabe con certeza que procuraba ante todo la educación física, religiosa y moral del guerrero y reservaba una parte mínima o nula a la instrucción literaria e incluso al aprendizaje de la escritura, excepción hecha de la clase sacerdotal (hereditaria pero no muy fuerte políticamente: los famosos "magos") dedicada a perpetuar el dualismo religioso de Zoroastro conciliándolo con las supervivencias politeístas, ordenadas en dos grandes ejércitos de espíritus al servicio, respectivamente, de Ormuz y Arimán, es decir, la luz y las tinieblas. Naturalmente, al contacto con las refinadas y corruptas civilizaciones que llegaron a dominar, los persas acabaron por absorber junto con la cultura de éstas los gérmenes de su decadencia, y aunque siguieran ensalzando la virtud de la ruda vida militar y el sano trabajo de los campos, en realidad se habituaron al lujo que les venía del inmenso territorio conquistado. Las cuadradas falanges macedónicas los encontraron incapaces de defenderse. Entre los actos de magnanimidad que la historia atribuye a los persas, el más preñado de consecuencias para la civilización del mundo fue sin duda la decisión de Ciro, conquistador de Babilonia, a donde los judíos del reino de Judá habían sido deportados cincuenta años antes, de permitirles volver a Palestina y reconstruir el destruido templo de Salomón, quedando sólo formalmente como tributarios de Persia (536 a. C.). Téngase presente que, por el contrario, de las diez tribus que constituían el Reino de Israel, y que fueran deportadas por los asirios dos siglos antes, no ha quedado la menor huella en la historia (y se las designa en efecto como las "diez tribus perdidas"). Pueblo nómada de pastores, los judíos, provenientes del país mesopotámico de Ur, habían llegado a Egipto, habían huido de ahí y en el año 1200 a. C. habían logrado instalarse en Palestina donde convirtieron en parcialmente agrícola su economía pastoral. Al contacto con las civilizaciones más avanzadas de su tiempo, absorbieron muchos elementos culturales sin dejarse en cambio absorber ellos mismos. Su fuerza principal residía en el principio religioso, espiritualista y personalista, que habían elaborado: mientras los pueblos agrícolas y sedentarios divinizaban sobre todo las fuerzas naturales, los animales y los lugares, los judíos concibieron a Dios como un espíritu no ligado a nada de particular o contingente, que velaba por ellos desde lo alto en las interminables peregrinaciones, escrutaba su alma, y los castigaba o premiaba, colectiva e individualmente, de acuerdo con sus faltas o sus méritos. En un principio, Jehová o Yahvé debe haber sido concebido por los judíos como su dios particular, cuya existencia no era incompatible con la de los dioses de otros pueblos: "Bien que todos los pueblos anduvieren cada uno en el nombre de sus dioses, nosotros andaremos en el nombre de Jehová nuestro Dios para siempre y eternamente", decía el profeta Miqueas. Pero -más tarde, por obra de Elías y otros profetas, los judíos concibieron, por vez primera en la historia de la humanidad, un riguroso monoteísmo, cuidadosamente depurado de todo residuo de idolatría. Los profetas no eran propiamente sacerdotes, sino más bien predicadores laicos que se sentían poseídos por el verbo divino. El juez Samuel, el mismo que indujo a los judíos a elegir un único rey en Saúl, promovió también la institución de "escuelas proféticas", de tal modo que la enseñanza de los profetas pudiera volverse más profunda y eficaz. Los profetas fueron los primeros grandes educadores del pueblo hebreo, cuya instrucción elemental se impartía desde hacía tiempo en el seno de la familia: un profundo sentimiento religioso, que reunía y sublimaba en sí los efectos familiares y el patriotismo, constituía la inspiración profunda de una educación que no estaba formalmente organizada, pero que en el aspecto moral era más eficaz que cualquier otra educación oriental. Sin embargo, posteriormente al cautiverio en Babilonia encontramos formada también entre los * * * * * * * * * * Esta figura representa la década, y como quiera que se la mire nos demuestra que la década es 1 +2 + 3 + 4, o sea, que se genera de los primeros cuatro números naturales, llamados la tetráctida, o mejor aún la Santa Tetráctida, en cuanto se la considera como fuente de toda realidad (en efecto, la década representa simbólicamente la naturaleza creada, respecto de la cual la tetráctida es el elemento creador). Los pitagóricos juraban sobre la "Santa Tetráctida". Y sin embargo, estas ideas no carecían de cierta sugestiva justificación. Por ejemplo, el uno corresponde al punto, con dos puntos se determina la línea, con tres la superficie, con cuatro, que no estén sobre el mismo plano, el sólido. O bien: si estudiamos la longitud de los pares de cuerdas (de igual grosor, calidad y tensión) con que se pueden producir acordes musicales, encontramos entre ellas las siguientes relaciones: 1/2 (para el acorde de octava), 2/3 (para el de quinta), 3/4 (para el de cuarta). He aquí los mismos números en acción, generando las sublimes armonías de la música. Y la astronomía ¿no nos muestra acaso cómo los números rigen también el movimiento de los astros, lo más perfecto que al hombre es dado contemplar? Por eso, geometría, astronomía y música constituían para los pitagóricos los estudios fundamentales, es decir, los mathemata (que en griego significa simplemente estudios). Poco sabemos de cómo se impartían efectivamente esos conocimientos, pero es de pensar que se haya acabado por abarcar muchísimas materias, con un criterio enciclopédico, si debe considerarse como justificada la crítica que Heráclito, enemigo jurado del enciclopedismo, lanza incluso contra Pitágoras imputándolo de polimatía, de impartir una enseñanza encaminada a formar una vasta e inútil erudición en todos los campos. Pero los pitagóricos desarrollaron también un tema, caro a Heráclito, que respondía muy bien al espíritu de su doctrina: para ellos el bien era armonía de opuestos, incluso el alma era armonía (motivo que luego se desarrolló en el campo de la medicina: también la salud es armonía) como parece que haya sostenido sobre todo Filolao, contemporáneo de Sócrates. Armonía es también, según Arquitas, señor de Tarento y contemporáneo y amigo de Platón, una justa vida política. A Arquitas debemos además un preciso argumento en favor de la infinitud del universo.
Cuadernos sobre Vico, 2020
Anales del Seminario de Historia de la Filosofía, 2019
Crítica (México D. F. En línea)