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Platón, Menéxeno. Discursos en honor de los caídos por Atenas, 2012
No todos los hombres pueden llevar a cabo a aquello a lo que se com-prometía Protágoras: convertir el discurso más débil en el más fuerte; no todos saben hacer que lo que ellos piensan o perciben lo piensen o perciban todos los demás hombres. 1 Nicias, por ejemplo, no poseía esta habilidad; en el asunto de la expedición a Sicilia no fue capaz de persuadir a la Asamblea de que la ciudad no había decidido con acierto, 2 y ello a pesar de que los acontecimientos posteriores hicieron ver con claridad lo acertado de sus pro-puestas. Pericles, por el contrario, sí que la poseía, y en grado sumo; con-venció a la Asamblea, entre otras muchas cosas, de que no había que derogar el decreto referente a los megarenses. Pericles es un político y su reflexión siempre se dirige a esas cuestiones concretas que la polis debe decidir en una dirección o en otra; pero Tucídides tiene la habilidad y la sensibilidad política suficientes para presentar esas reflexiones más o menos coyunturales dentro de un marco general que define una determinada concepción de lo político, de las relaciones entre los ciu-dadanos y su polis. La Historia de la Guerra del Peloponeso se aleja total-mente del contexto mítico; Tucídides presupone que la guerra no es un casti-go de los dioses, sino un fenómeno social y político que puede explicarse atendiendo a sus causas y condiciones y que sigue un curso del que cabe dar cuenta racionalmente. Investigando esas causas y ese curso Tucídides pone en boca de Pericles ( en aquel tiempo el primero de los atenienses y el más capacitado para hablar y actuar) tres discursos. 3 El punto de partida del primero de ellos es la desteologización de la tyche,
Revista de Estudios Clásicos, 2020
En este artículo se realizará una comparación entre el discurso que Aquiles, en la Ilíada, dirige ante el cadáver de Patroclo, y algunos epigramas funerarios áticos de época clásica (compilados por Hansen). El objetivo de esta comparación no es de orden estilístico ni sintáctico, sino de rastreo de ideas y conceptos; se pretende lograr un conocimiento más profundo acerca de lo que tanto la sociedad homérica como la clásica tenían en mente cuando se encontraban frente a la muerte. Se partirá del discurso de Aquiles, donde se resaltarán conceptos que aparecen también en los epigramas; así, se verá de qué forma algunas ideas permanecieron a través de los siglos y por qué.
, 1987). 34. En el mismo invierno los atenienses, siguiendo la costumbre tradicional, hicieron las ceremonias fúnebres en honor de los que primero habían muerto en esta guerra, procediendo del modo siguiente: Exponen durante tres días los huesos de los muertos, y cada uno lleva al suyo la ofrenda que quiere; y cuando tiene lugar el entierro, diez carros transportan las cajas, que son de ciprés, cada una de una tribu (las diez tribus de Clístenes); los huesos de cada uno de los muertos están en la caja de la tribu a que pertenece. Además, se lleva un féretro vacío y cubierto en honor de los desaparecidos que no hayan sido hallados y recogidos. Acompañan al entierro los que lo desean de los ciudadanos y extranjeros, y las mujeres de la familia se hallan junto a la tumba Ilorando. Los entierran en el sepulcro público, que está en el más hermoso barrio de la ciudad (el Cerámico), donde siempre entierran a los que mueren en la guerra, excepto a los de Maratón, pues considerando excepcional su valor, los enterraron en el mismo campo de batalla. Y una vez que los cubren de tierra, un ciudadano elegido por la ciudad, pronuncia en su honor el elogio apropiado; y después de esto, se retiran. Así lIevan a cabo el entierro; y a lo largo de toda la guerra, cuando se presentaba la ocasión, seguían esta costumbre. En honor de estos primeros muertos fue elegido para hablar Pericles, el hijo de Jantipo, y una vez que IIegó el momento oportuno, avanzando desde el sepulcro a la tribuna que se había hecho muy elevada para que pudiera ser oído por la multitud a la mayor distancia posible, habló así: 35. "La mayoría de los que han pronunciado discursos en este lugar elogian al que añadió a la costumbre tradicional esta oración fúnebre, por ser hermoso que fuera pronunciada en honor de los soldados muertos en la guerra que reciben sepultura. A mí, en cambio, me parecería suficiente que ya que han sido de hecho unos valientes, les honráramos también de hecho, de la manera que veis ahora mismo en esta ceremonia fúnebre celebrada públicamente; y que la aceptación del heroísmo de muchos no dependiera peligrosamente de un solo hombre, que puede hablar bien o menos bien. Pues es difícil expresarse con justeza en circunstancias en que la creencia en la verdad queda apenas asegurada. Y es que el oyente que ha sido testigo de los hechos y lIeva buena voluntad, quiza crea que aquel heroísmo es expuesto como inferior a lo que quiere y sabe, mientras que el que los desconoce puede creer por envidia, al oír algo superior a su natural, que se exagera. Porque los'elogios de otro son soportables en la medida en que cada uno cree que es capaz de hacer algo de lo que oyó; pero los hombres, por envidia de lo que está por encima de ellos, no lo creen. Mas ya que los antiguos juzgaron que este discurso era oportuno, es preciso cumplir la ley e intentar satisfacer en todo lo posible el deseo y la expectacion de cada cual. 36. Comenzaré por nuestros antepasados, pues es justo y hermoso al mismo tiempo que en esta ocasion se les ofrezca el honor del recuerdo. Porque fueron ellos quienes, habitando siempre este país hasta hoy día mediante la sucesión de las generaciones, nos lo entregaron Iibre gracias a su valor. Son merecedores de encomio y aun mas lo son nuestros padres, puesto que se adueñaron, no sin trabajo, del imperio que tenemos, a más de lo que habían heredado, y nos lo dejaron a nosotros los hombres de hoy juntamente con aquello. Y el imperio, en su mayor parte, lo hemos engrandecido nosotros mismos, los que vivimos todavía, y sobre todo los de edad madura; y hemos hecho la ciudad muy poderosa en la guerra y en la paz en todos los aspectos. Mas de entre estas cosas dejaré a un lado las empresas guerreras con que adquirimos cada una de nuestras posesiones e igualmente el que hayamos rechazado valerosamente a enemigos bárbaros y griegos, pues no quiero extenderme sobre ello ante gentes que ya lo conocen; y mostraré en cambio, lo primero, la política mediante la cua Ilegamos a adquirirlas, y el sistema de gobierno y la manera de ser por los cuales crecieron, y pasaré después al elogio de nuestros muertos, pues creo que en la ocasión presente no es inadecuado que estas cosas sean expuestas, y es conveniente que todo este concurso de ciudadanos y extranjeros las escuche. 37. Tenemos un regimen de gobierno que no envidia las leyes de otras ciudades, sino que más bien somos ejemplo para otros que imitadores de los demás. Su nombre es democracia, por no depender el gobierno de pocos, sino de un número mayor; de acuerdo con nuestras leyes, cada cual está en situación de igualdad de derechos en las disensiones privadas, mientras que según el renombre que cada uno, a juicio de la estimación pública, tiene en algún respecto, es honrado en la cosa pública; y no tanto por la clase social a que pertenece como por su mérito, ni tampoco, en caso de pobreza, si uno puede hacer cualquier beneficio a la ciudad, se Ie impide por la oscuridad de su fama. Y nos regimos liberalmente no solo en lo relativo a los negocios públicos, sino tambien en lo que se refiere a las sospechas recíprocas sobre la vida diaria, no tomando a mal al prójimo que obre segun su gusto, ni poniendo rostros Ilenos de reproche, que no son un castigo, pero sí penosos de ver. Y al tiempo que no nos estorbamos en las relaciones privadas, no infringimos la ley en los asunto públicos, más que nada por un temor respetuoso, ya que obedecemos a los que en cada ocasión desempeñan las magistraturas y a las leyes, y de entre ellas, sobre todo a las que están legisladas en beneficio de los que sufren la injusticia, y a las que por su calidad de leyes no escritas, traen una vergüenza manifiesta al que las
Éufrates. Revista de Historia, 2017
En el presente artículo (publicado el 17 de octubre de 2017 en la Revista Éufrates) se analizan las principales ideas reflejadas en el Discurso de Pericles, recogido por Tucídides en el Libro II de la Historia de la Guerra del Peloponeso. Su relevancia reside en ser el primer manifiesto de la teoría democrática.
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