Traducción y diseño por Charlex López. Programada el 22 de junio en la Filarmónica de París, en el marco del festival Manifiesto, Quaderno di Strada de Salvatore Sciarrino no podrá ser tocada. Pero esto no nos impedirá descubrir una idea tan original como central en el trabajo del compositor italiano, «la ecología de la escucha», que este último explica en este texto, publicado en 2004. Presentar mi música es, en primer lugar, describir la experiencia de escucha particular que propone 1. Punto de partida, la íntima propiedad del sonido, la comunicación inmediata y emocional. Digámoslo ahora mismo: nos aventuramos en la otra cara del planeta música, la que oficialmente ignoramos. Al dedicarme a la composición, siempre he querido llevar el fenómeno sensorial a límites extremos y contradictorios. Una de ellas es la percepción de lo imperceptible en sí mismo, hasta el punto en que sonido y silencio se confunden. Creo que, con la música, podemos llegar a una revelación de lo natural fuera de los residuos sentimentales, y ser introducidos a una verdadera ecología de la escucha. Si eso es un objetivo, no debo apartarme de él. Si es un acertijo, hace más de 40 años que le doy vueltas. Es un horizonte que se mueve conmigo, me precede y me sigue en el camino. En los confines del silencio donde nace mi música, nuestro oído se afila y el espíritu acoge cada acontecimiento sonoro como si lo escucháramos por primera vez. La percepción viene, por así decirlo, a regenerarse y la escucha se hace muy emocional. En otro tiempo, habría mencionado a Orfeo y los orígenes míticos de la música. Hoy sería útil buscar referencias en disciplinas desgraciadamente desconocidas de la musicología: la psicoacústica, la musicoterapia, los estudios sobre el lenguaje de los animales. No es casualidad que se trate de disciplinas emergentes y empíricas. Escuchar como por primera vez, dijimos. Es muy probable que lo que nunca antes se ha escuchado no conmueva hasta cierto punto; hay en nosotros, sin embargo, una necesidad de auto-apropiación proporcional al actual estruendo en el que, fatalmente, estamos inmersos. Pero para escuchar, no basta con salir del alboroto: el espíritu debe callarse. Cuando nos acercamos a lo inalcanzable, al silencio profundo, y encontramos nuestra propia respiración, como si nunca la hubiéramos escuchado,