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El chamán y el sacerdote

Entre los indios de Norteamérica aparecen dos mitologías contrapuestas, según sean las tribus cazadoras o plantadoras. Los que son fundamentalmente cazadores, ponen el énfasis de su vida religiosa en el ayuno individual para la obtención de visiones. El niño de doce o trece años es abandonado por su padre en algún lugar solitario, con un pequeño fuego que mantenga alejadas a las bestias, y allí ayuna y reza cuatro días o más, hasta que algún visitante espiritual llega durante el sueño en forma humana o animal para hablarle y darle poder. Su vida posterior estará determinada por esta visión, porque su familiar puede conferirle el poder de curar como chamán, el poder de atraer y matar animales o la habilidad de convertirse en guerrero. Y si los beneficios obtenidos no son suficientes para la ambición del joven, puede ayunar otra vez, con tanta frecuencia como lo desee. Un indio cuervo viejo llamado Abalorio Azul, dijo de este ayuno. «Cuando niño, era pobre. Veía a los grupos guerreros volver en procesión con los jefes al frente. Les envidiaba y decidí ayunar y convertirme en uno de ellos. Cuando obtuve la visión conseguí lo que había deseado... maté ocho enemigos.» (1) Si un hombre tiene mala suerte, sabe que su don de poder sobrenatural es insuficiente, mientras que, por otra parte, los grandes chamanes y jefes guerreros han adquirido poder en abundancia en sus ayunos visionarios. Quizá se han cortado las falanges de los dedos y las han ofrecido. Tales ofrendas eran comunes entre los indios de las llanuras. En las viejas manos de algunos sólo quedaban dedos y falanges suficientes para apuntar la flecha y tirar del arco. Entre las tribus plantadoras-los hopi, zufli y otros indios pueblo-la vida está organizada alrededor de las ricas y complejas ceremonias de sus dioses enmascarados. Estos ritos son complicados y toda la comunidad participa en ellos, están organizados según un calendario religioso y los dirigen sacerdotes diestros. Como observa Ruth Benedict en su Patterns of Culture: «Ningún campo de la actividad es más importante que el ritual. Posiblemente, la mayoría de los hombres adultos de los pueblos del oeste le dedican la mayor parte de su vida. Supone memorizar al pie de la letra una cantidad tal de ritual que nuestras mentes menos adiestradas lo encuentran asombroso, y la representación de ceremonias primorosamente ensambladas, trazadas por el calendario, que entrelazan complejamente todos los otros cultos y la legislación en interminables procedimientos formales.» (2) En una sociedad así hay poco lugar para el juego individual. Existe una relación rígida no sólo del individuo con sus semejantes sino también de la vida de la aldea con el ciclo del calendario, porque los plantadores son perfectamente conscientes de su dependencia de los dioses de los elementos. Un período de demasiadas lluvias o de lluvias escasas en el momento crítico, y todo el trabajo de un año se convierte en escasez. Mientras que la suerte del cazador es algo muy distinto. Ya hemos visto un relato típico de la búsqueda de un indio americano de esta visión en la leyenda del origen del maíz. La tribu ojibway, de la que se derivó esa versión de la leyenda tan extendida, tenía cuando Schoolcraft vivió entre ellos un nivel cultural equivalente aproximadamente al de los natufienses del Oriente Próximo arcaico, alrededor del año 6000 a.C. Eran un pueblo cazador y luchador de la estirpe de! los algonquinos, y el cuerpo principal de sus mitos y cuentos era de tradición cazadora y no plantadora. Sin embargo, recientemente habían adquirido de los pueblos agricultores del mucho más desarrollado sur las técnicas de la siembra, recogida y preparación del maíz, que ahora utilizaban para complementar lo que obtenían con la caza. Y junto con el maíz llegó el viejo mito de la maravillosa planta-Dema, que ya encontramos entre los caníbales de Indonesia y vimos cómo cruzó el Pacífico junto con el cocotero. En Suramérica lo han aplicado cientos de