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Animales no domesticables

pajaritos de colores y a las ma-riposas Morpho, enormes, con alas de color azul metalizado. Era de material y había sido blanca, una casa con todas las de la ley en medio de la selva, construida en los tiempos de la explotación maderera para alojar a los ingenieros. Me debatí. Si me quedaba iba a gastarme el resto de mi plata y no podría seguir viajando. Pero, por otro lado, estaban la casa abandonada con sus pajaritos y mariposas y ese hombre fuerte que andaba descalzo en la selva. Lo miré preocupada y le dije que se cuidara, no fuera a mor-derlo una equis. Cucarachas, ratas y murciélagos La casa llevaba tanto tiempo abandonada que por dentro estaba plagada de cucara-chas, ratas y murciélagos. Nos pasamos los primeros días fumigando, arrancando las malezas que crecían en el con-creto debilitado, sacando la tierra negra de los huecos que se habían formado y tratando de blanquear el moho de las humedades. Tenía goteras en todos lados. Con el paso de las semanas, él se entregó a la pereza y a la marihuana. No me había en-gañado, pero nunca esperé que empeorara. Olvidó su lema y ya no trabajaba duro ni nunca. Se la pasaba todo el día en la hamaca mientras por la no-che llovía adentro de la casa. Habíamos tenido que poner la cama en la sala, en el único punto donde no caía agua. Le dije que ahora sí me iba y él se paró de la hamaca, prome-tió arreglar la casa esta vez sí de verdad y se puso a tapar las goteras. Animales no domesticables Pilar Quintana El jaguar En el Orinoco, el ex-tremo más oriental de Colombia, un viajero alemán me habló de un jaguar que tenían en una reserva del Pací-fico, el extremo más occidental de Colombia. Me dijo que lo sacaban a caminar como a un perro, con collar y correa. Los jaguares no son animales do-mesticables; yo tenía que verlo. Atravesé el país en bus-los llanos extensos, las tres cordi-lleras y los valles ardientes-y llegué al puerto de Buenaven-tura, donde todo es gris porque vive lloviendo. Ahí tomé una lancha rápida a Juanchaco, la última parada antes de la reser-va del jaguar. El viaje, por un mar verde lleno de crestas, duró una hora. Juanchaco es una comunidad negra con casas de tablas de madera y un muelle de hormi-gón que custodian los militares de una base naval que hay cerca. El Paisa, un blanco que organiza los paseos turísticos en la zona, me llevó a la reserva del jaguar. Primero fuimos en moto hasta un embarcadero en medio de la selva y luego navegamos en una lancha de madera por un estero de aguas turbias que nos condujo a mi destino. El administrador de la re-serva me dio la bienvenida sin entusiasmo. Al jaguar lo tenían en una jaula pequeña, de transporte, donde a duras penas podía estirarse y darse la vuelta y ya no lo sacaban a ca-minar como a un perro porque le había dado un zarpazo a un turista y herido la pierna. Me dieron ganas de llorar. Pero el voluntario que se encargaba de él, es decir, que le tiraba la comida por entre las rejas, me dijo que iba a construirle una jaula digna. Se había rasura-do la cabeza y prometido no dejarse crecer el pelo hasta no haberla terminado. Pajaritos y mariposas El voluntario era rubísimo y el pelo casi le llegaba a la oreja. La jaula tenía un árbol que el jaguar trepaba, una plataforma elevada que usaba para dormir y una piscina donde se bañaba. Había sido un reto construirla por las condiciones de la selva, la lluvia, el sol, los caminos empantanados y el transporte de los materiales desde Buena-ventura, pero aun teniendo eso en cuenta le había tomado más tiempo del necesario porque se la pasaba fumando marihuana. Tenía un lema: «Yo no trabajo todos los días, pero cuando lo hago, trabajo duro». Lo ayudé lo más que pude con trabajo físico y una dona-ción en efectivo. Ya no quedaba nada que hacer por el jaguar, aparte de tirarle la comida por entre las rejas, de lo que nos encargábamos él o yo, los únicos voluntarios que perma-necíamos. Anuncié que había llegado la hora de irme y él me dijo que estaba pensando arre-glar la casa abandonada. Como no quise entender lo que insi-nuaba, agregó: «Arreglarla para ti, para nosotros». La casa abandonada queda en lo profundo de la reserva, lejos del jaguar, los senderos, la administración y el hospedaje de turistas y voluntarios. Tenía un jardín de plataneras y un ár-bol con frutos que atraían a los Seis columnas 1 www.elboomeran.com Revista Dossier nº 28