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En esta Unidad Temática se desarrollan los elementos necesarios para la redacción de proyectos de investigación, informes de investigación y tesis.
OBJETIVO Dar a conocer las diferencias e igualdades que tienen hombres y mujeres en un cantón determinado(MUISNE) mediante el programa SPSS
Este libro lo inicié gozando de salud y, a consecuencia de una grave enfermedad, he puesto su punto final tecleando con mil alfileres clavados en las yemas de mis dedos. Quiero dedicárselo a todos aquellos que luchan contra el cáncer, y también a quienes nos ayudan, nos animan, nos acompañan, sufren con nosotros y, en ocasiones, tienen que soportar nuestra desesperación. Gracias. defenderlos. En Barcelona solo se vendían flores en esa parte de las Ramblas. En el mercado de la Boqueria un sinfín de carros de transporte con sus toldos y sus caballos esperaban estacionados en hilera, costado contra costado, a un par de pasos escasos de las vías del tranvía. Los animales reaccionaron con nervios ante el griterío y la avalancha de las mujeres. Pocas de ellas prestaron atención al alboroto de caballos encabritados, mozos y tenderos corriendo de arriba abajo. El tranvía, que cubría la línea de Barcelona a Gràcia que se iniciaba en la Rambla de Santa Mònica, junto al puerto, se aproximaba. Dalmau Sala había seguido al piquete durante su itinerario por el casco viejo junto a otros muchos hombres, en silencio tras la Guardia Civil. Ahora, en una zona amplia como era la de las Ramblas, gozó de una visión más completa. El caos era absoluto. Caballos, carros y tenderos. Ciudadanos corriendo, curiosos; policías que se disponían en formación ante el grupo de mujeres con sus niños que se habían desplegado frente a ellos, en una barrera humana que pretendía separar a todas aquellas otras que habían hecho piña sobre las vías del tranvía para detener la máquina. Un escalofrío recorrió a Dalmau de arriba abajo al ver que algunas mujeres alzaban a sus pequeños y los exhibían ante los guardias civiles. Otros chiquillos, un poco más mayores, permanecían agarrados a las faldas de sus madres, asustados, con los ojos muy abiertos escudriñando el espacio en busca de unas respuestas que no encontraban, mientras los adolescentes, ensoberbecidos por el ambiente, llegaban a retar a los policías. No hacía muchos años, cuatro o cinco, Dalmau había cometido el mismo desplante ante la policía; su madre tras él, gritando, exigiendo justicia o mejoras sociales, animándolo a la lucha, como hacían la mayoría de las madres que interponían a sus hijos en defensa de unas causas que consideraban superiores incluso a su propia integridad física. Durante un instante, los gritos de las mujeres originaron en Dalmau una embriaguez similar a la vivida aquellas veces en las que se plantaba ante la policía. Entonces se sentían dioses. ¡Luchaban por los obreros! En algunas ocasiones la Guardia Civil o el ejército cargaron contra ellos, pero hoy no sucedería eso, se dijo Dalmau desviando la mirada hacia las huelguistas que hacían frente al tranvía. No. Ese día no estaba llamado a que la fuerza pública atacase a las mujeres; lo presentía, lo sabía. Parecían insuficientes para atender la cantidad de comidas que se servían en el salón: tres cocinas económicas de hierro negro, con cuatro fogones concéntricos cada una de ellas que funcionaban con carbón. Casi todos los fogones estaban encendidos, y sobre ellos, paellas, ollas y cazuelas, todas de hierro. En una de las esquinas todavía subsistía un fuego en tierra, sobre el que, de una cadena con un gancho, colgaba una gran olla que en ese momento borboteaba. -Está fuera, con los platos -le informó una de las hijas de Bertrán al pasar junto a él. Toda la familia trabajaba allí. -¡No te quedes ahí parado! -le recriminó una segunda. -Ve con tu novia de una puñetera vez y no molestes -terció ahora la madre en tono imperativo. Dalmau obedeció y salió al patio trasero, donde se amontonaba el carbón y todo tipo de trastos inservibles que Bertrán se empeñaba en conservar. Anochecía. El sol dejaba tras de sí un rastro rojizo que revivió en el joven las sensaciones con las que había entrado en el establecimiento. Quiso reconocer a Emma en una figura a contraluz que le daba la espalda, inclinada sobre un montón de arena que utilizaba para fregar los platos sucios. Junto a ella, dos chavales, que esa noche cenarían algún resto, la ayudaban. Dalmau se acercó en silencio, la abrazó por la cintura y arrimó su entrepierna con fuerza a sus nalgas. -¡Eh! -gritó Emma irguiéndose con brusquedad. Dalmau no la soltó. -Me habría preocupado que no te sorprendieras -le susurró al oído pegándose todavía más a ella. -Es mi reacción usual cuando me atacan por detrás -se burló Emma-. ¡Vosotros continuad fregando! -advirtió a los dos chavales, que los miraban ensimismados. Dalmau frotó su pene erecto contra ella. -¿Por qué no vamos a algún sitio...? -empezó a proponerle, y la besó en el cuello. -Porque primero tengo que acabar con los platos -lo interrumpió la joven. Emma se inclinó de nuevo, con Dalmau agarrado a sus caderas, insistente, tenaz; cogió un puñado de arena que echó sobre un plato sucio y frotó con ella los restos de comida hasta que se desprendieron del plato. «¡Estate quieto!», conminó a Dalmau, que ahora buscaba sus pechos con las manos. Lanzó la arena sucia, con los restos de comida, a otro montón. Se trataba de arena arcillosa, suave, abundante en la montaña de Montjuïc. «¡Para ya!», insistió al notar que le manoseaba un pecho. Comprobó que el plato estaba limpio de restos y lo pasó por el agua de un barreño. -¿Y por qué no continúan estos dos? -propuso él. -Porque tal como me diera la vuelta se llevarían los platos, el barreño y hasta la arena. Aguanta, que queda poco... si me dejas hacer. ¿Esto lo entiendes? Dalmau permaneció agarrado a ella, pero aflojó su abrazo como si estuviera dispuesto a permitirle trabajar. -Podrías ayudar -le recriminó Emma. -¿Yo? ¿Un artista? -bromeó él-. Mis manos... -¿Quieres que te diga lo que van a tocar esas manos esta noche?ironizó ella. Con la ayuda de Dalmau terminaron pronto y se despidieron de los Bertrán, padre, esposa e hijas, sin darles oportunidad a chistar. Se apresuraron en dirección a la casa del tío de Emma, con el que ella vivía desde que había quedado huérfana. -Esta noche le toca guardia en el matadero -tranquilizó a Dalmau. -¿Y tus primos? Emma se encogió de hombros antes de contestar: -Si aparecen lo entenderán. Y si no lo entienden tendrán que aguantarse. Un piso de renta, uno de los miles que habían construido los ricos en el Eixample de Barcelona, con el objeto de arrendarlos a una masa laboral que no dejaba de crecer animada por la inmigración que acudía a la gran ciudad en busca de mejores oportunidades. Se trataba de edificios hechos con ladrillos, «casas de escalera», se las llamó primero, luego «construcciones a la catalana», un tipo de obras en la que primaba la economía, y en las que las endebles paredes de ladrillo sostenían edificios de hasta siete plantas. Los maestros de obras que levantaban aquellas casas afirmaban que eran las que tenían las paredes resistentes más delgadas del mundo en relación con el peso que soportaban. Se trataba de edificios jerarquizados en los que las calidades de los pisos disminuían de abajo arriba. En la planta noble, la principal, la más baja por encima de las tiendas que daban a la calle, acostumbraba a vivir el propietario. Techos altos, una gran tribuna al exterior, grandes ventanales... A medida que los pisos ascendían, tenían menos superficie, menos ventanas, menos altura, menos balcones, hasta carecer de ellos los superiores, y por supuesto también se detectaba una calidad inferior en los materiales constructivos. El piso del tío de Emma era de los elevados, y aun así era bastante más amplio y aireado que los del casco antiguo de la ciudad. Emma atrancó la puerta de uno de los dos dormitorios, el que compartía con una prima suya, prendió un par de velas y, tal como se volvió, empujó con fuerza a Dalmau, quien, con las dos manos sobre su pecho, trastabilló hasta caer sentado en la cama. Se acercó, y de pie frente a él, lo agarró de la cabeza y se la apretó contra su pubis. -¿Dónde está ahora esa fogosidad? -preguntó al mismo tiempo que se restregaba contra su cara. Dalmau se arrodilló delante de ella, le alzó delantal y falda bajo los que metió la cabeza y, con las manos en sus nalgas, empezó a lamer, primero el pubis y luego la vulva. Con Dalmau arrodillado y escondido bajo sus ropas, Emma, en pie, como si estuviera sola en la habitación, acompañó el placer que él le proporcionaba con las caricias que ella misma se prodigó por todo el cuerpo: vientre, pechos, cuello... Al cabo, alcanzó el orgasmo con un grito ahogado. -Desnúdate -urgió a Dalmau. Terminó de desvestirse también, y mostró unos pechos grandes y firmes, de pezones que miraban al cielo, vientre plano, cintura estrecha y caderas redondas. Era una joven voluptuosa, pero tremendamente proporcionada. «Tienes buen hueso», le decía Dalmau acompañando las palabras con un cachete en el culo. El trabajo de su tío en el matadero y el de ella en la casa de comidas le había facilitado una alimentación de la que carecían la gran mayoría de los barceloneses. Como cada vez que la veía desnuda, Dalmau negó con la cabeza, extasiado ante algo que no acababa de considerar real. -Eres bella -la halagó-. Muy bella. El rostro de Emma, sudoroso, relució sonriente en la penumbra que procuraban las velas. Ovalado, de ojos grandes y castaños, labios carnosos, pómulos algo prominentes y una nariz recta, pétrea, que anunciaba su carácter decidido e independiente. Pocos podían equivocarse ante aquella mujer. -Tú tampoco estás mal -le contestó ella acariciándole el pene erecto-. No tendrás una goma, ¿no? -No -se lamentó Dalmau. -Pues has tenido tiempo suficiente para procurártela -le reprochó ella mientras lo obligaba a tumbarse boca arriba en la cama. Luego se sentó a horcajadas sobre él y manipuló su pene hasta que notó cómo la penetraba-. Avísame antes de irte -le pidió en el momento en que empezó a moverse rítmicamente al mismo tiempo que con las dos manos le pellizcaba los pezones-. Te mataré si no lo haces. Dalmau la agarró de la cintura para acompañarla en sus movimientos. -Te amo...
Se busca determinar la longitud de onda de un láser a partir de un experimento realizado con una rejilla, en el cual se proyecta un has de luz que pasa por esta hasta una pantalla donde se puede observar el máximo brillante, los mínimos de intensidad y las sombras. Se pudo observar que, a mayor amplitud de las rejillas, menor distancia entre el máximo brillante y mínimo oscuro adyacente, la forma de las rejillas no indica el has de luz que se refleja en la pantalla.
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ANÁLISIS DE LA COMERCIALIZACIÓN DE LA CEBOLLA LARGA EN CORABASTOS BOGOTÁ, 2019