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2008, Contratexto digital (Perú)
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El texto plantea cómo las dinámicas actuales del aparato informativo han situado a la muerte (en tanto medular del contenido noticioso) en un lugar similar al que la pornografía ha dado al sexo. Es decir, en espectáculo consumista y banalizado. PUBLICADO EN: Contratexto digital N°6; Universidad de Lima; Año 5; 2008; ISSN: 1993-4904
Postrimerías. Valdés Leal desde la Facultad de Bellas Artes de Sevilla, 2022
La majestad de la muerte relaciona conceptualmente la obra de Juan de Valdés Leal con la representación de la muerte a través del clímax la tragedia en el arte, con ejemplos no sólo de la concepción de la muerte en el Barroco, sino también en las tragedias clásicas o en la idea estética romántica de lo sublime. The Majesty of Death conceptually relates the work of Juan de Valdés Leal with the representation of death through the climax of tragedy in art, with examples not only of the conception of death in the Baroque, but also in classical tragedies. or in the romanticist aesthetic idea of the sublime.
A mi madre Isabel por potenciar la creatividad que hay en mí: expresarme sencillamente.
resumen La interpretación heideggeriana de la "muerte de Dios" que comprende no sólo a Nietzsche, sino el conjunto de la filosofía moderna, entraña la esencial significación de un movimiento según el cual la metafísica llega a ser superada. En palabras de Heidegger, después de Nietzsche "a la filosofía sólo le queda pervertirse y desnaturalizarse, de modo que ya no se divisan otras posibilidades para ella". Esta superación apunta a la consumación de la onto-teología en cuanto marca fundamental de la metafísica, de la cual Hegel habría ofrecido su exposición más radical al imponerle a lo absoluto la medida del concepto. La "muerte de Dios" evidenciaría según ello lo que Jean-Luc Marion ha sabido denominar la "idolatría del concepto". El texto examina la "muerte de Dios" a la luz del postulado de la onto-teología en cuanto esencia de la metafísica, y en la línea de una superación de la idolatría, a fin de intentar una reasunción de lo divino para el pensamiento contemporáneo.
About the dead and wors od Jesus "I am the resurreccion and the life" (Ego eimí anastasis ke zoe)
Cultura de los Cuidados Revista de Enfermería y Humanidades, 2000
El sentido del siguiente artículo es dar a conocer una lectura familiar para muchos profesionales de los Cuidados y nueva para otros, a veces la intuición nos ha llevado a un cuidar mejor, apareciendo conceptos profesionales como: confianza, empatia, autonomía, cuidados y esperanza, que nos capacitan cada vez más para una relación terapéutica de calidad.
El terremoto de 8.8 que devastó Chile el 27 de febrero fue tan potente que modificó el eje de rotación de la tierra. El día se redujo en 1.26 microsegundos.
DE LOS MUCHOS problemas que ejercitaron la temeraria perspicacia de Lönnrot, ninguno tan extraño -tan rigurosamente extraño, diremos-como la periódica serie de hechos de sangre que culminaron en la quinta de Triste-le-Roy, entre el interminable olor de los eucaliptos. Es verdad que Erik Lönnrot no logró impedir el último crimen, pero es indiscutible que lo previó. Tampoco adivinó la identidad del infausto asesino de Yarmolinsky, pero sí la secreta morfología de la malvada serie y la participación de Red Scharlach, cuyo segundo apodo es Scharlach el Dandy. Ese criminal (como tantos) había jurado por su honor la muerte de Lönnrot, pero éste nunca se dejó intimidar.
Capítulo Primero LA MUERTE PARA EMPEZAR Recuerdo muy bien la primera vez que comprendí de veras que antes o después tenía que morirme. Debía andar por los diez años, nueve quizá, eran casi las once de una noche cualquiera y estaba ya acostado. Mis dos hermanos, que dormían conmigo en el mismo cuarto, roncaban apaciblemente. En la habitación contigua mis padres charlaban sin estridencias mientras se desvestían y mi madre había puesto la radio que dejaría sonar hasta tarde, para prevenir mis espantos nocturnos. De pronto me senté a oscuras en la cama: ¡yo también iba a morirme!, ¡era lo que me tocaba, lo que irremediablemente me correspondía!, ¡no había escapatoria! No sólo tendría que soportar la muerte de mis dos abuelas y de mi querido abuelo, así como la de mis padres, sino que yo, yo mismo, no iba a tener más remedio que morirme. ¡Qué cosa tan rara y terrible, tan peligrosa, tan incomprensible, pero sobre todo qué cosa tan irremediablemente personal. A los diez años cree uno que todas las cosas importantes sólo les pueden pasar a los mayores: repentinamente se me reveló la primera gran cosa importante -de hecho, la más importante de todas que sin duda ninguna me iba a pasar a mí. Iba a morirme, naturalmente dentro de muchos, muchísimos años, después de que se hubieran muerto mis seres queridos (todos menos mis hermanos, más pequeños que yo y que por tanto me sobrevivirían), pero de todas formas iba a morirme. Iba a morirme yo, a pesar de ser yo. La muerte ya no era un asunto ajeno, un problema de otros, ni tampoco una ley general que me alcanzaría cuando fuese mayor, es decir: cuando fuese otro. Porque también me di cuenta entonces de que cuando llegase mi muerte seguiría siendo yo, tan yo mismo como ahora que me daba cuenta de ello. Yo había de ser el protagonista de la verdadera muerte, la más auténtica e importante, la muerte de la que todas las demás muertes no serían más que ensayos dolorosos. ¡Mi muerte, la de mi yo! ¡No la muerte de los «tú», por queridos que fueran, sino la muerte del único «yo» que conocía personalmente! Claro que sucedería dentro de mucho tiempo pero... ¿no me estaba pasando en cierto sentido ya? ¿No era el darme cuenta de que iba a morirme -yo, yo mismo-también parte de la propia muerte, esa cosa tan importante que, a pesar de ser todavía un niño, me estaba pasando ahora a mí mismo y a nadie más? Estoy seguro de que fue en ese momento cuando por fin empecé a pensar. Es decir, cuando comprendí la diferencia entre aprender o repetir pensamientos ajenos y tener un pensamiento verdaderamente mío un pensamiento que me comprometiera personalmente, no un pensamiento alquilado o prestado como la bicicleta que te dejan para dar un paseo. Un pensamiento que se apoderaba de mí mucho más de lo que yo podía apoderarme de él. Un pensamiento del que no podía subirme o bajarme a voluntad, un pensamiento con el que no sabía qué hacer pero que resultaba evidente que me urgía a hacer algo, porque no era posible pasarlo por alto. Aunque todavía conservaba sin crítica las creencias religiosas de mi educación piadosa, no me parecieron ni por un momento alivios de la certeza de la muerte. Uno o dos años antes había visto ya mi primer cadáver, por sorpresa (¡y qué sorpresa!): un hermano lego recién fallecido expuesto en el atrio de la iglesia de los jesuitas de la calle Garibay de San Sebastián, donde mi familia y yo oíamos la misa dominical. Parecía una estatua cerúlea, como los Cristos yacentes que había visto en algunos altares, pero con la diferencia de que yo sabía que antes estaba vivo y ahora ya no. «Se ha ido al cielo», me dijo mi madre, algo incómoda por un espectáculo que sin duda me hubiese ahorrado
Fuente: Alumnos/as de la licenciatura de Sociología, en la Universidad de Barcelona (febrero 1998). Notas: Contestaciones a la pregunta: «¿Cómo le gustaría morirse?».
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Problemata: Revista Internacional de Filosofía, 2013
Balajú. Revista de Cultura y Comunicación de la Universidad Veracruzana., 2015
Contracampo Ensayos Sobre Teoria E Historia Del Cine 2007 Pags 350 357, 2007
En: Carlos Simón Vázquez, ed. Diccionario de Bioética. Burgos. Monte Carmelo, 2006