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Las características de territorio fronterizo que se dieron en Canarias durante la primera mitad del siglo XVI facilitaron la fusión de múltiples corrientes migratorias encajando todas las divergencias culturales dando como resultado, ya en tiempos de Felipe II, una nueva sociedad. En ese periodo, las Islas conocen una transformación radical en poblamiento y paisajes, pasando de una sociedad pastoril a insertarse en el proceso de transición a las primeras formas del capitalismo mercantil, donde el grueso del negocio se hacía fuera de la región. Estos cambios se notarán más en las Islas, que por clima y medios fueron orientadas a la plantación y producción del azúcar: Gran Canaria, La Palma y Tenerife, y en menor medida, La Gomera. Tras el resultado de la conquista, la población indígena retrocedió tanto en número como en la propia distribución geográfica, cuando no desapareciendo prácticamente en algunas de las islas. Sin embargo, el nivel demográfico anterior a la conquista será rápidamente superado con el aporte de nuevos grupos humanos, por un lado, parte de las tropas que participaron en la campaña militar, por otro, contingentes de colonos. Al calor de la industria azucarera llegará un importante número de profesionales, en su mayor parte portugueses, grupos familiares completos, pero principalmente mano de obra especializada en la producción y procesado de la caña de azúcar, agricultores y artesanos con experiencia en las explotaciones madeirenses, además de las diversas regiones dentro del ámbito castellano, con el propósito de asentarse en las nuevas tierras o simplemente utilizar su estancia en Canarias como una avanzadilla para intentar la aventura americana, ya que la colonización de las Indias se producía simultáneamente a la del Archipiélago. Otro grupo no menos importante era la población esclava: negros y moriscos, los primeros incorporados como mano de obra en las labores agrícolas y los segundos como trabajadores con una cierta especialización en labores domésticas, almocrebes o carniceros. Simultáneamente se detecta la presencia de numerosos extranjeros, mercaderes y financieros, algunos que habían contribuido a los gastos de la conquista y que resultaron favorecidos en los repartos de datas, otros, simplemente eran factores de las casas comerciales asentadas en la Baja Andalucía. La industria de la caña de azúcar demandaba una gran cantidad de capitales, pues era necesario poner grandes superficies de tierras en explotación y preparar la distribución de las aguas, ya que hay que recordar que es un cultivo que necesita riego frecuente y la propia industria de procesado: edificios, calderas, molinos, envasado y salarios de mano de obra especializada. Por todo ello era necesario financiar la puesta en marcha y esperar al menos dos años antes de empezar a recuperar lo invertido. Ése era el papel de aquellos mercaderes y financieros, que en muchos de los casos también eran productores y propietarios de ingenios, sin que hubiera una clara división en la intervención del negocio. Al valorar la naturaleza de los intercambios es fácil observar que se producía un comercio desigual, se exportaban materias primas como el azúcar y otros más exóticos como pájaros, orchilla, etc. y se recibían productos manufacturados: ferretería, tejidos, cueros,