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Carlos Garriga

1. Preliminares: en el principio fue el Estado. La historia y configuración del poder político en el tiempo largo que precede a las revoluciones liberales ha sido objeto principal de la historiografía jurídica europea desde comienzos del siglo XIX y motivo de constante debate durante las últimas déca-das del XX, al calor entonces de la construcción y ahora de la crisis del Estado nacional. La vinculación entre aquella historiografía y estos procesos históricos no es en absoluto casual y si fuera necesario podría explicarse fácilmente, recordando que los historiado-res se ocupan del pasado (la historia), pero viven en el presente y al presente pertenece su obra. No sería exagerado decir que, tal como la entendemos, la historiografía del de-recho nació como parte del complejísimo proceso de construcción estatal –lo que para el caso es tanto como decir nacional-que llena buena parte del siglo XIX europeo: ésta es la matriz de la que arranca, y a la que sirve, nuestra tradición disciplinar, todavía hoy pujante. Las razones por las que muchos obedecen a unos pocos en cierto espacio de convivencia y el modo cómo éstos deban ejercer sobre aquéllos el poder que así tienen ha sido siempre, y no es para menos, cuestión problemática, que ha requerido de una estructura de legitimación, esto es, de argumentos capaces de crear un efecto de obe-diencia consentida en quienes soportan la dominación política. El Estado nacional es la particular solución que el mundo occidental contemporáneo, alumbrado por las revolu-ciones burguesas, ofreció a este problema y supone, por usar una formulación tan clási-ca como válida a nuestros efectos ahora, el monopolio del uso de la fuerza legítima en un determinado espacio, históricamente alcanzado merced a la concentración en un úni-co polo del poder disperso en el cuerpo social 1. Esta monumental tarea expropiatoria (por utilizar el término del mismo Weber que cuajó esa noción) en que vino a resolverse el proceso de construcción del Estado nacional, exigió una potente operación ideológica, en la cual la historia como disciplina asumió el cometido de naturalizar la idea estatal, construyendo el Estado en el pasado para presentarlo como la forma política propia o consustancial al hombre socialmente organizado. Con su eficaz retórica, decía Ranke que los Estados eran " creaciones origi-nales del espíritu de la humanidad. Diría más: pensamientos de Dios " 2. El Estado (sin adjetivos) ya no es sólo un nombre más o menos preciso para cierta cosa, una organiza-ción política dada, sino que envuelve toda una concepción acerca de cómo deba confi-gurarse la dominación política, que responde en lo sustancial a la forma como resultó políticamente organizada, mediante un proceso complejo y muy conflictivo, la sociedad europea posrevolucionaria, el llamado Estado liberal o de derecho. Esta tarea, que llena historiográficamente el siglo XIX y buena parte del XX, consistió en un auténtico y