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Gonzálvez Villa, Joaquín Pedro.
(La presente obra ha sido incorporada a la biblioteca digital de www.ladeliteratura.com.uy con fines exclusivamente didácticos) La mañana resultó ser más calurosa de lo que Cayo había esperado, y, después de un tiempo, el olor de los muertos se hizo bastante desagradable. Las muchachas empaparon sus pañuelos con perfume, que aspiraban constantemente, pero eso no era suficiente para cubrir las súbitas oleadas del fétido y nauseabundo olor que flotaba en el camino, ni podían impedir que se reaccionara contra tal hedor. Las muchachas estaban descompuestas y Cayo finalmente tuvo que quedarse atrás, ir a un lado del camino y buscar allí alivio para sí mismo. Casi se les arruina la mañana. Felizmente, en un trecho de poco menos de un kilómetro, hasta la posada donde se detuvieron para almorzar, no había crucifijos, y si bien era escaso el apetito que les quedaba, pudieron al menos sobreponerse a su indisposición. Aquella taberna junto al camino había sido construida en estilo griego; se trataba de un curvo edificio de un piso con una agradable terraza. La terraza, donde habían sido puestas las mesas, estaba construida sobre una pequeña barranca por la que corría un arroyo, y enfrente había una gruta rodeada por grupos de fragantes y verdes pinos. Allí no se aspiraba otra cosa que olor a pino, el húmedo, el dulce olor de los bosques, y no había otro ruido que el cortés rumor de las conversaciones de los comensales y la música del arroyuelo. «¡Qué lugar tan delicioso!» exclamó Claudia, y Cayo, que ya había estado allí antes encontró una mesa para ellos y comenzó a ordenar el almuerzo con gran autoridad. El vino de la casa, una bebida burbujeante y ambarina, seca y reconfortante, les fue servido de inmediato y mientras lo sorbían les volvió el apetito. Estaban en la parte de atrás de la casa, separados del ambiente general del frente, donde comían los soldados, los que conducían carromatos y los extranjeros; allí había sombra y se estaba fresco y, aunque raras veces se suscitaba la cuestión, se reconocía que era sitio para servir sólo a caballeros y patricios. Esto no hacía del lugar nada exclusivo, ya que los caballeros eran viajantes de comercio, negociantes y manufactureros y comisionistas y tratantes de esclavos; pero era una posada y no una residencia privada. Además, desde fecha reciente, los caballeros imitaban las maneras de los patricios, lo que los hacía menos bulliciosos, inoportunos y desagradables. Cayo ordenó pato frío ahumado y prensado y naranjas glaseadas y, hasta que llegó la comida, estuvo conversando sobre la última obra representada en Roma, una comedia más bien artificial, una pobre imitación del teatro griego, como tantas había. La trama se refería a una mujer fea y vulgar que había hecho un pacto con los dioses de entregarles, a cambio de un día de gracia y de belleza, el corazón de su esposo. El esposo había dormido con la amante de uno de los dioses, y el argumento, complicado y falso, se basaba en una débil cuestión de venganza. Por lo menos, eso era lo que pensaba Helena, pero Cayo protestaba de que a pesar de su superficialidad, tenía a su entender varios pasajes diestramente concebidos. -A mí me gustó -dijo sencillamente Claudia. -A mí me parece que estamos demasiado preocupados con lo que una cosa dice en vez de la forma en que se dice -sonrió Cayo-. Por mi parte, yo voy al teatro a entretenerme con lo que es original. Si uno prefiere el drama de la vida y de la muerte, puede ir al circo y ver cómo los gladiadores se destrozan entre sí. He observado, sin embargo, que no son los tipos particularmente brillantes o profundos los que frecuentan las peleas. -Estás justificando el escribir mal -protestó Helena.
Quaderni di Storia 76, 2012, 33-82.
In this paper we make an intellectual journey through the perception and the understanding of Sparta and Spartiates by the men of the Enlightenment. Some of them took the Spartan citizens as a model of virtues and so, as a paradigm for a moral regeneration of their age, while some others, notably the Physiocrats, despised the hómoioi because of their alleged militarism, cruelty and lack of culture.
El año 1878 me gradué de doctor en Medicina por la Universidad de Londres, y a continuación pasé a Netley con objeto de cumplir el curso que es obligatorio para ser médico cirujano en el Ejército. Una vez realizados esos estudios, fui a su debido tiempo agregado, en calidad de médico cirujano ayudante, al 5.°d e Fusileros de Northumberland. Este regimiento se hallaba en aquel entonces de guarnición en la India y, antes que yo pudiera incorporarme al mismo, estalló la segunda guerra del Afganistán. Al desembarcar en Bombay. me enteré de que mi unidad había cruzado los desfiladeros de la frontera y se había adentrado profundamente en el país enemigo. Yo, sin embargo, junto con otros muchos oficiales que se encontraban en situación idéntica a la mía, seguí viaje, logrando llegar sin percances a Candahar, donde encontré a mi regimiento y donde me incorporé en el acto a mi nuevo servicio. Aquella campaña proporcionó honores y ascensos a muchos, pero a mí sólo me acarreó desgracias e infortunios. Fui separado de mi brigada para agregarme a las tropas del Berkshire, con las que me hallaba sirviendo cuando la batalla desdichada de Malwand. Fui herido allí por una bala explosiva que me destrozó el hueso, rozando la arteria, del subclavio. Habría caído en manos de los ghazis asesinos, de no haber sido por el valor y la lealtad de Murray, mi ordenanza, que me atravesó, lo mismo que un bulto, encima de un caballo de los de la impedimenta y consiguió llevarme sin otro percance hasta las líneas británicas. Agotado por el dolor y debilitado a consecuencia de las muchas fatigas soportadas, me trasladaron en un gran convoy de heridos al hospital de base, establecido en Peshawur. Me restablecí en ese lugar hasta el punto de que ya podía pasear por las salas, e incluso salir a tomar un poco el sol en la terraza, cuando caí enfermo de ese flagelo de nuestras posesiones de la India: el tifus. Durante meses se temió por mi vida, y cuando, por fin, reaccioné y entré en la convalecencia, había quedado en tal estado de debilidad y de extenuación, que el consejo médico dictaminó que debía ser enviado a Inglaterra sin perder un solo día. En consecuencia, fui embarcado en el transporte militar Orontes, y un mes después tomaba tierra en el muelle de Portsmouth, convertido en una irremediable ruina física, pero disponiendo de un permiso otorgado por un Gobierno paternal para que me esforzase por reponerme durante el período de nueve meses que se me otorgaba. Yo no tenía en Inglaterra parientes ni allegados. Estaba, pues, tan libre como el aire o tan libre como un hombre puede serlo con un ingreso diario de once chelines y seis peniques. Como es natural, en una situación como esa, gravité hacia Londres, gran sumidero al que se ven arrastrados de manera irresistible todos cuantos atraviesan una época de descanso y ociosidad Me alojé durante algún tiempo en un buen hotel del Strand, llevando una vida incómoda y falta de finalidad y gastándome mi dinero con mucha mayor esplendidez de lo que hubiera debido. La situación de mis finanzas se hizo tan alarmante que no tardé en comprender que, si no quería yerme en la necesidad de tener que abandonar la gran ciudad y de llevar una vida rústica en el campo, me era preciso alterar por completo mi género de vida. Opté por esto ultimo, y empecé por tomar la resolución de abandonar el hotel e instalarme en una habitación de menores pretensiones y más barata. Me hallaba, el día mismo en que llegué a semejante conclusión, en pie en el bar Criterios, cuando me dieron unos golpecitos en el hombro; me volví, encontrándome con que se trataba del joven Stamford, que había trabajado a mis órdenes en el Barts (1) como practicante. Para un hombre que lleva una vida solitaria, resulta por demás grato ver una cara amiga entre la inmensa y extraña multitud de Londres.
História em Quadrinhos em Perspectiva para o Ensino de História, Rio de Janeiro, Desalinho Publicaçôes, 2020, 123-136., 2020
El título que lleva este ensayo tiene la doble función de apuntar, por un lado, hacia la definición de los que es «espiritualidad» y, por el otro, hacia el hecho de que en realidad no hay una sino muchas espiritualidades. Empezaremos considerando lo que no es «espiritualidad» para después definirla a partir de lo que realmente es.
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A. Díaz Fernández (ed.), Después de Mantinea, Barcelona, Bellaterra, 2023, pp. 95-113., 2023
Homenaje al Profesor Juan Antonio López Férez (eds. L. M. Pino Campos & G. Santana Henríquez), Madrid, Ediciones Clásicas, 2013, pp. 524-531