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Dramaturgia colaborativa a partir de "El coloquio de los perros" y otras Novelas Ejemplares de Cervantes.
CIPIÓN.-Berganza amigo, dejemos esta noche el Hospital en guarda de la confianza y retirémonos a esta soledad y entre estas esteras, donde podremos gozar sin ser sentidos desta no vista merced que el cielo en un mismo punto a los dos nos ha hecho. BERGANZA.-Cipión hermano, óyote hablar y sé que te hablo, y no puedo creerlo, por parecerme que el hablar nosotros pasa de los términos de naturaleza. CIPIÓN.-Así es la verdad, Berganza; y viene a ser mayor este milagro en que no solamente hablamos, sino en que hablamos con discurso, como si fuéramos capaces de razón, estando tan sin ella que la diferencia que hay del animal bruto al hombre es ser el hombre animal racional, y el bruto, irracional. BERGANZA.-Todo lo que dices, Cipión, entiendo, y el decirlo tú y entenderlo yo me causa nueva admiración y nueva maravilla. Bien es verdad que, en el discurso de mi vida, diversas y muchas veces he oído decir grandes prerrogativas nuestras: tanto, que parece que algunos han querido sentir que tenemos un natural distinto, tan vivo y tan agudo en muchas cosas, que da indicios y señales de faltar poco para mostrar que tenemos un no sé qué de entendimiento capaz de discurso. CIPIÓN.-Lo que yo he oído alabar y encarecer es nuestra mucha memoria, el agradecimiento y gran fidelidad nuestra; tanto, que nos suelen pintar por símbolo de la amistad; y así, habrás visto (si has mirado en ello) que en las sepulturas de alabastro, donde suelen estar las figuras de los que allí están enterrados, cuando son marido y mujer, ponen entre los dos, a los pies, una figura de perro, en señal que se guardaron en la vidad amistad y fidelidad inviolable. BERGANZA.-Bien sé que ha habido perros tan agradecidos que se han arrojado con los cuerpos difuntos de sus amos en la misma sepultura. Otros han estado sobre las sepulturas
A QUIEN COMÚNMENTE LLAMAN "LOS PERROS DE MAHUDE"
A QUIEN COMÚNMENTE LLAMAN "LOS PERROS DE MAHUDE"
2008
Reservados todos los derechos. De conformidad con lo dispuesto en el art. 534 bis del Código Penal Vigente, podrán ser castigados con penas de multa y privación de libertad quienes reprodujeran o plagiaran, en todo o en parte, una obra literaria, artística o científica en cualquier soporte electrónico o mecánico, incluidas fotocopias, grabaciones u otros sistemas retribuibles de información, sin el preceptivo permiso por escrito del editor.
Se estudia «La segunda parte de “El coloquio de los perros” (1635) de Ginés Carrillo Cerón y su relación con “El coloquio de los perros” de Miguel de Cervantes.
Salía del Hospital de la Resurrección, que está en Valladolid, fuera de la Puerta del Campo, un soldado que, por servirle su espada de báculo y por la flaqueza de sus piernas y amarillez de su rostro, mostraba bien claro que, aunque no era el tiempo muy caluroso, debía de haber sudado en veinte días todo el humor que quizá granjeó en una hora. Iba haciendo pinitos y dando traspiés, como convaleciente; y, al entrar por la puerta de la ciudad, vio que hacia él venía un su amigo, a quien no había visto en más de seis meses; el cual, santiguándose como si viera alguna mala visión, llegándose a él, le dijo: -¿Qué es esto, señor alférez Campuzano? ¿Es posible que está vuesa merced en esta tierra? ¡Como quien soy que le hacía en Flandes, antes terciando allá la pica que arrastrando aquí la espada! ¿Qué color, qué flaqueza es ésa?
2014
Dado que Miguel de Cervantes en el título y el Prólogo a sus Ejemplares le otorga al término novela un valor fundacional tanto en su narrativa como en la historia de la prosa española, aquí atiendo, en principio, el significado que fue definiendo a lo largo de su producción literaria no sólo del vocablo heredado de la lengua toscana -novella-, sino del género mismo. Subrayo también las diferencias explícitas en su propia ficción, a partir de 1605, año de publicación de la Primera parte del Quijote, entre el género novela y otros tipos de narrativa ya existentes en la península ibérica. Contrasto después los criterios sostenidos por personajes y narradores en la obra cervantina con lo que el autor declara en el Prólogo al conjunto de novelas y, finalmente, pondero la autonomía que el nuevo relato corto adquirió con la práctica y la reflexión cervantinas. 1 Miguel de Cervantes. La Galatea. Ed., intr. y notas de Florencio Sevilla Arroyo y Antonio Rey Hazas. Madrid, Alianza Editorial, 1997. 12 13 CERVANTES NOVELADOR: HACIA LAS NOVELAS EJEMPLARES JORGE R. G. SAGASTUME
2013
En este artículo busco establecer un camino que conecta el motivo central del perro murmurador en El coloquio de los perros cervantino con una antigua fábula lucianesca cuyo protagonista, el dios Momo, descubre ante Júpiter el carácter fiel y la memoria en el can, mientras que la serpiente se desvela con una perniciosa naturaleza adulatoria y llena de falsedad engañadora. Quiero mostrar cómo estos canes habladores lo son bajo el influjo del dios Momo, divinidad de la sátira y la crítica capaz de ver las ocultas intenciones de los hombres. Mediante el ejercicio de la memoria, Berganza recupera murmurando todo un camino biográfico que se convierte en relato, y muestra ante el lector la moraleja de la fábula de la serpiente acerca de la desconfianza ante las intenciones engañosas entre el género humano.
Salía del Hospital de la Resurrección, que está en Valladolid, fuera de la Puerta del Campo, un soldado que, por servirle su espada de báculo y por la flaqueza de sus piernas y amarillez de su rostro, mostraba bien claro que, aunque no era el tiempo muy caluroso, debía de haber sudado en veinte días todo el humor que quizá granjeó en una hora. Iba haciendo pinitos y dando traspiés, como convaleciente; y, al entrar por la puerta de la ciudad, vio que hacia él venía un su amigo, a quien no había visto en más de seis meses; el cual, santiguándose como si viera alguna mala visión, llegándose a él, le dijo: ¿Qué es esto, señor alférez Campuzano? ¿Es posible que está vuesa merced en esta tierra? ¡Como quien soy que le hacía en Flandes, antes terciando allá la pica que arrastrando aquí la espada! ¿Qué color, qué flaqueza es ésa? A lo cual respondió Campuzano: A lo si estoy en esta tierra o no, señor licenciado Peralta, el verme en ella le responde; a las demás preguntas no tengo qué decir, sino que salgo de aquel hospital de sudar catorce cargas de bubas que me echó a cuestas una mujer que escogí por mía, que non debiera. ¿Luego casóse vuesa merced? replicó Peralta. Sí, señor respondió Campuzano. Sería por amores dijo Peralta, y tales casamientos traen consigo aparejada la ejecución del arrepentimiento. No sabré decir si fue por amores respondió el alférez, aunque sabré afirmar que fue por dolores, pues de mi casamiento, o cansamiento, saqué tantos en el cuerpo y en el alma, que los del cuerpo, para entretenerlos, me cuestan cuarenta sudores, y los del alma no hallo remedio para aliviarlos siquiera. Pero, porque no estoy para tener largas pláticas en la calle, vuesa merced me perdone; que otro día con más comodidad le daré cuenta de mis sucesos, que son los más nuevos y peregrinos que vuesa merced habrá oído en todos los días de su vida. No ha de ser así dijo el licenciado, sino que quiero que venga conmigo a mi posada, y allí haremos penitencia juntos; que la olla es muy de enfermo, y, aunque está tasada para dos, un pastel suplirá con mi criado; y si la convalecencia lo sufre, unas lonjas de jamón de Rute nos harán la salva, y, sobre todo, la buena voluntad con que lo ofrezco, no sólo esta vez, sino todas las que vuesa merced quisiere. Agradecióselo Campuzano y aceptó el convite y los ofrecimientos. Fueron a San Llorente, oyeron misa, llevóle Peralta a su casa, diole lo prometido y ofrecióselo de nuevo, y pidióle, en acabando de comer, le contase los sucesos que tanto le había encarecido. No se hizo de rogar Campuzano; antes, comenzó a decir desta manera: «Bien se acordará vuesa merced, señor licenciado Peralta, como yo hacía en esta ciudad camarada con el capitán Pedro de Herrera, que ahora está en Flandes.» Bien me acuerdo respondió Peralta. «Pues un día prosiguió Campuzano que acabábamos de comer en aquella posada de la Solana, donde vivíamos, entraron dos mujeres de gentil parecer con dos criadas: la una se puso a hablar con el capitán en pie, arrimados a una ventana; y la otra se sentó en una silla junto a mí, derribado el manto hasta la barba, sin dejar ver el rosto más de aquello que concedía la raridad del manto; y, aunque le supliqué que por cortesía me hiciese merced de descubrirse, no fue posible acabarlo con ella, cosa que me encendió más el deseo de verla. Y, para acrecentarle más, o ya fuese de industria [o] acaso, sacó la señora una muy blanca mano con muy buenas sortijas. Estaba yo entonces bizarrísimo, con aquella gran cadena que vuesa merced
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