1. Después de tres décadas de hegemonía cultural conservadora, por fin se vuelve a hablar de "arte político". La caída de los países socialistas, la derrota de la guerrilla latinoamericana y de los gobiernos de izquierda, la represión bajo las dictaduras militares, dio paso a profundos procesos de "autocrítica", la mayor parte de las veces simplemente autodestructivos. La ominosa hegemonía neoliberal, como contrapartida, abrió las puertas a la generalización de la mercantilización del arte, bajo la dictadura de una nueva clase de críticos, animados por las retóricas más sofisticadas del post estructuralismo. La apertura de las democracias neoliberales, por último, solo significó la gruesa cooptación del campo del arte por los financiamientos estatales, creando una lógica de clientelismo y "arte correcto", amparado en la indiferencia por las formas, acompañada discretamente por la autocensura en los contenidos. Todo un panorama, desde luego, en que de lo último que quería oírse en los ambientes culturales era de "política", imponiéndose una curiosa neutralidad, en que los gremios del arte usufructuaban del mercado y el mecenazgo estatal como si las desastrosas consecuencias sociales del neoliberalismo no fueran sino inventos de una retórica populista anticuada o, en todo caso, eventos de una periferia muy lejana y ajena, sobre la que no se puede intervenir, menos aun en nombre de perspectivas utópicas que se declararon de manera muy general como enajenantes (sic!) y engañosas.