2021, Open Insight
In memoriam El pasado martes 24 de agosto de este tan tremendo año de gracia 2021, me topé en el Internet, a primera hora de la mañana, en una de sus más famosas-harto pegajosas, ciertamente, si bien a veces relativamente útiles-«redes sociales», con lo que en un primer momento no quise interpretar sino como un rumor desagradable: había quien le deseaba a Nancy el eterno descanso; por supuesto, sin decir de dónde sacaba que se lo tuviese que desear, así, tan de repente-y sobre todo tan de madrugada, como diría el poeta. Como suele suceder en esos medios, en los minutos y en las horas subsecuentes, ese mismo gesto se fue replicando precisamente en la forma en la que se propaga un verdadero rumor. Por mi parte, amén del escepticismo que, en defensa propia, suelo practicar frente a los «medios» en general pero, sobre todo, en las redes sociales, no es que en este caso no sólo no lo creyera, o que me reservara el beneficio de la cada vez más imprescindible duda, sino que en verdad no lo quería creer. No era ésta, después de todo, la primera vez que se anunciaba la muerte, o la inminente muerte, de Jean-Luc Nancy. Ya a finales del siglo pasado, en 1997, todo mundo lo daba por muerto pues-decían-esa era la evolución normal de un injerto de corazón. Los inmunodepresores que le administraban para que su cuerpo no rechazara el corazón que le habían injertado en 1991 le habían provocado un cáncer en el sistema linfático, por lo que tuvo que interrumpir sus labores en la Universidad de Ciencias Humanas de Estrasburgo (USHS, por sus siglas en francés). Y, sin embargo, regresó, y nos dio todavía, antes de jubilarse, un intenso, significativo y memorable seminario, nada menos que sobre la deconstrucción del cristianismo. A su vuelta, nos contó que los paramédicos le preguntaron en la ambulancia: «¿A qué se dedica usted?»; y cuando les dijo que se dedicaba a la filosofía, éstos le