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Zambrano Maria El Sueno Creador

El presente volumen, «El sueño creador», es un aspecto de la investigación acerca de los sueños y del tiempo emprendida, por quien esto escribe, hace ya algunos años, y que, a su vez, constituye un punto de partida e investigación acerca del tiempo en la vida humana, en suma, para una concepción del tiempo humano. De las tres partes de que consta la Introducción, la primera, «Los sueños y el tiempo», es un esquema casi esquelético del camino a seguir en tal investigación, es decir, desde la atemporalidad que en los sueños se presenta en una escala, o más bien espiral, que muestra los sueños de la psique en que la atemporalidad es completa, hasta los llamados sueños de realidad o sueños de la persona, donde aparece una imagen real que sin dejar de estar dentro de la forma sueño ofrece ciertos caracteres de la realidad; el más notable de ellos se nos aparece que sea el que lo real nos sea dado como precediéndonos y como prosiguiendo nuestra atención y presencia ante ellos. La segunda parte, «Lugar y materia en los sueños», apareció en La Nación, de Buenos Aires, y «El sueño y la verdad» lo hizo en Diálogos, de México. En cuanto a «El sueño creador», fueron dadas a conocer, en los Coloquios de Royaumont, algunas pocas páginas en una comunicación titulada «Los sueños y la creación literaria», mas como es natural esas páginas han sido notablemente desarrolladas. El capítulo sobre «La Celestina» fue publicado en la revista Papeles de Son Armadans. Sin duda que algunos otros artículos acerca de los sueños y el tiempo han sido publicados en revistas que solamente con una paciente investigación, en vista de unas obras completas, podrían ser encontrados hoy. Ahora, pues, lo que al posible lector se le ofrece es una reedición, corregida y notablemente aumentada, de «El sueño creador», primero, publicado en Universidad Veracruzana, México, e incluido posteriormente en la «Obra reunida» de Aguilar, donde aparece como apéndice «El sueño de los discípulos en el Huerto de los Olivos». Las páginas del presente volumen vienen a ser como unos trozos de mineral venido a la luz desde las oscuras galerías de una mina, que el autor querría, quizá por gusto del lugar, seguir recorriendo aún, antes de ofrecer el material ya extraído de ella y el que pueda aparecer. Se trata, pues, no de un libro inconcluso, que aún lo seguiría siendo en el caso, afortunado para el autor, de poder dedicar el tiempo necesario para que estén en estado de aparecer las investigaciones ya habidas y con vislumbres de horizontes que solamente apuntan en estas páginas. MARÍA ZAMBRANO Madrid, 24 de junio de 1985 La creación humana, en tanto que proceso, se somete al tiempo, lo traspasa sin deshacerse en él, sin pulverizarse en él, sin ser arrastrada por él. Pues el tiempo humano propiamente es el tiempo que deshace esta primitiva unidad del suceso psíquico al cual los aconteceres externos están supeditados en su aparición. Lo que nos ha acontecido en la vigilia entra en el universo del sueño, en la psique originaria, sometiéndose a su falta de tiempo, inmovilizándose. Por eso se relacionan entre sí acontecimientos ocurridos en situaciones alejadas y dispares de la vida del que sueña; por eso aparecen fragmentos de vida de la infancia o de momentos alejados del presente. Pues en realidad en la psique cerrada al tiempo nada transcurre, y lo que viene de fuera viene a formar un único suceso del que emergen fragmentos como monstruos. Esta falta de poros, de vacío en el transcurrir temporal, que hace que propiamente no exista en el sueño el tiempo es lo inverso de la forma espacial de los sueños. El vacío aparece en el sueño como lugar; todo sueño tiene lugar en el vacío. Tanto que podríamos decir: el vacío espacial es el lugar natural de los sueños. Es este vacío las imágenes flotan o se deslizan privadas de gravedad, de peso. Mientras que en el Infierno de Dante el lugar de Satanás es «donde de todas partes se conducen los pasos en la gravedad universal». Y así toda la intensidad de su percepción, toda la fuerza de estas imágenes proviene de ellas mismas, de su sola significación, de su solo sentido. En la vigilia muchas de las cosas que percibimos no serían ni siquiera percibidas si estuvieran sustraídas a la gravedad, si no nos diésemos cuenta de que pesan. Este vacío, que es lo inverso de la ausencia de poros en el tiempo de los sueños, se corresponde perfectamente con ella. Pues el vacío de su parte es falta de espacio. El hecho de que en sueños acontezcan movimientos no desmiente lo dicho. Por el contrario, aparece así la condición del movimiento que en sueños se efectúa, un movimiento por así decir «puro», sin tiempo y sin espacio: de la cosa misma, el movimiento propio de una psique primaria, que no está abierta al trato con la realidad, de la psique cerrada al espacio y al tiempo, revelándose en pura acción sin condicionamiento alguno, libre y automáticamente a la vez. Entendemos por vacío: donde no hay ni peso ni resistencia (distancia que recorrer). Espacio: donde hay una resistencia para los cuerpos y para el movimiento. Una distancia a recorrer. Entonces, ¿qué carácter tienen los movimientos efectuados en sueños? ¿O los que en sueños suceden? No el de hacerse, sino de ser-movimiento, de desplegarse en un movimiento aparente, en un movimiento-quietud, sustancial, por así decir. El movimiento es un estado, o, más bien, el ser puro del movimiento; no algo que conquiste el sujeto al moverse en un espacio-tiempo. Por esto este movimiento no puede ser modificado ni rectificado. Por eso en los sueños en que hay un obstáculo a sobrepasar, un espacio por breve que sea a franquear, nunca se logra. Y cuando se logra no ha habido para nada la sensación de haber hecho algo. Por ejemplo: en un sueño aparece un objeto cualquiera cuya posesión es preciosa, a una distancia apenas perceptible de la mano; cuando la mano se mueva para cogerlo, el sueño se desvanece. Y lo más probable es que despertemos si ha habido el deseo de apoderarse de él, es decir: la tensión que precede a un movimiento real. En sueños no se puede hacer nada; la única acción que nos es permitida es despertar, hacer lo posible para despertar. En la vigilia, pues, tenemos tiempo, y de ese tiempo disponible depende el que seamos libres, el que tengamos libertad y pensamiento, que es movimiento, no simple huella del ocurrir. De este punto debería arrancar una investigación acerca de el sueño deslizado en la vigilia y las acciones automáticamente amorales: crimen, locura, como falta de libertad y de tiempo. La única acción posible en el sueño es despertar. Mas sólo se puede si pasa algo, es decir, una interrupción que crea el vacío. Por una discontinuidad. «Que pase algo» es lo que se espera y se anhela en los estados desesperados; que pase algo, aunque sea el vuelo de un mosquito; lo que importa es el vacío, la rotura que inicia la discontinuidad que es necesaria para que seamos libres. El paso, pues, del sueño a la vigilia se da en el instante de vacío en el que comienza afluir el tiempo. La vigilia es un fluir. El sueño, algo compacto, cerrado, en el que se representa algo concebido de antemano, de intención desconocida, de autor desconocido. [«Somos sueños de una sombra». (Píndaro)]. El sueño, pues, es la manifestación de la psique en su carácter ambiguo real-irreal.