Héroes sin Olimpo

PROLOGO "Solemnemente juro que dedicare mi vida al ser humano sin importar su raza religión, nacionalidad o clase social, llevare a cargo mis obligaciones con mis pacientes" era el juramento de ella.

Resumen Un análisis de la fotografía de Abd Alkader Hadak, fotógrado retratado mientras llora al ser testigo de un ataque en contra de habitantes evacuados de Fua y Kefraya, durante abril del 2017. Se sostiene que esta fotografía posee una carga simbólica que detonó el interés del público de las redes sociales a nivel mundial y que se enmarca en lo que podría ser una nueva manera de construcción de crónicas de guerra que emplean como recurso referentes simbólicos y que emergen del periodismo ciudadano y las redes sociales digitales. Palabras clave: Fotoperiodismo, simbolismo, práctica fotográfica.

Revista Atenea, 2008

Vivimos socialmente orientados a una ética de mínimos a la que repugna la idea de lo heroico. “No queremos héroes” es la consigna que de fondo determina este hacer y el héroe, que es la afirmación del contenido ético por excelencia, no sólo es no-querido, sino que resulta terriblemente inapropiado.

En la mitología griega, la Titanomaquia (en griego antiguo Τιτανομαχία Titanomakhía, 'Guerra de los Titanes') fue la serie de batallas libradas durante diez años entre las dos razas de deidades muy anteriores a la existencia de la humanidad: los Titanes, luchando desde el monte Otris, y los Olímpicos, que llegarían a reinar en el monte Olimpo. Se la conoce también como la Batalla de los Titanes o la Guerra Titánica. Es confundida por algunos autores (como Ovidio) con la Gigantomaquia a pesar de las múltiples diferencias entre ambas.

Los narcotraficantes y su búsqueda de aceptación en la sociedad colombiana: la vía económica, la vía política, la vía violenta y la vía social.

1986

Repertorio Americano, 2019

Cuento en el contexto de la alfabetización durante el período de la Revolución Sandinista.

Herencia Estudios Literarios Linguisticos Y Creaciones Artisticas, 2009

Revista Periplo, 2010

PERIPLO se propone en este cuarto número abordar el tema de los héroes y antihéroes. Los interrogantes irán apareciendo -algunos sin respuesta- a medida que descubran en cada artículo los mundos fascinantes que de ellos se desprenden. Existen tantas definiciones de héroes como personas intenten significarlo, pero hay una certeza: son construcciones mentales que las sociedades utilizan como depositario de sus ilusiones, anhelos y fracasos. Llevan en su frente las hazañas más admirables y su capa cubre las virtudes de un prócer. Pero, ¿quiénes son? ¿Dónde viven? ¿Por qué llegan al pedestal de la idolatría? Los héroes de carne y hueso, y no aquellos seres corpulentos vestidos de acero y dotados de cualidades excepcionales, son los portadores de las banderas más utópicas que una sociedad puede levantar. Y, a veces, esa idealización rompe los muros temporales y geográficos para convertirse en representantes diplomáticos de su comunidad en el exterior. La opinión pública, esa masa mediatizada sedienta de fe, es la que legitima a estos cuerpos todopoderosos y ellos actúan en consecuencia. Será este un viaje antropológico para saber qué hay detrás de ellos y cómo se escabullen en la vida cotidiana. A través de las diferentes visiones del arte y las humanidades indagaremos en la condición humana no sólo del héroe sino también de su contra cara y, a veces, su complemento: el antihéroe. Aquel ser quebrado, protagonista de los grandes sueños postergados, el eterno perdedor que jamás será alcanzado por el agua bendita del heroísmo. Ambas caracterizaciones, lejos de formar parte de un mundo onírico e intangible, tropiezan con los infortunios de la realidad. Lloran, aman, ríen, mueren. Los actores sociales del presente y del pasado no desaparecieron de la escena pública, siguen vivos, rondando el aire de la historia, sólo es cuestión de saber distinguirlos entre tanta máscara y traje grandilocuente. Algunos se han disfrazado de héroes, otros de villanos, pero ambos caminan a nuestro lado y nos hablan al oído. Víctor Bermúdez & Fernando Pittaro (Eds.). Héroes y antihéroes. Revista Periplo. Vol. IV. Agosto. 2010. Págs.: 94.

Una sonrisa manchada de sangre. El logo de una generación -aquel smiley tan conocido para quien ha crecido en los años ochenta y ha escuchado la exhortación de no dejarse abatir por las preocupaciones tomando la vida con serenidad-marcado por una huella roja que obliga a una reflexión sobre la realidad edulcorada de los resplandecientes brillos de aquel amarillo canario. Es éste el símbolo que Alan Moore pone como sello de su obra más celebrada, la novela gráfica titulada Watchmen, que salió de la imprenta justo en la segunda mitad de aquel decenio, a partir de 1986. Un trabajo significativo en el horizonte de la narrativa del comic, en particular si es confrontado con la vasta producción dedicada a los personajes extraordinarios generados por la fantasía de los autores americanos, sucedáneos pop de una mitología ancestral a la cual la cultura de los pueblos siempre ha confiado la trasmisión de los más altos valores de la civilización. De hecho, la visión de Moore se distingue de aquella tradicional ofreciendo un punto de observación diferente sobre los protagonistas de las vivencias fantásticas descritas en sus tablas. Si comúnmente el superhéroe encarnaba la esperanza americana de seguridad y de libertad, ofreciéndose en muchos casos como guía moral de la población, encarnando una conducta de vida consagrada al sacrificio, a la abnegación y al respeto de la responsabilidad derivada del propio rol -pensemos al postulado ético di Stan Lee, autor de Spiderman, según el cual «a grandes poderes corresponden grandes responsabilidades»-, los vigilantes de Moore manifiestan antes de nada los límites de la propia humanidad. Ellos vienen descritos bajo una luz que evidencia los trazos escondidos, los miedos y las manías, insiriéndolas en una dimensión cotidiana bien diversa de aquella que comúnmente es atribuida a los personajes fantásticos.