2023, El descontento
El nivel de descontento hoy es generalizado. Se basa en tres factores: El primero es la debilidad del Estado. Aún con gobiernos bien intencionados, el Estado no puede dar a los ciudadanos seguridad, salud y educación. Tampoco puede combatir la corrupción. Los estados que no funcionan terminan generando fastidio. El segundo es la desigualdad. En Chile, por ejemplo, el Estado funciona más o menos bien, pero la gente está con mucha rabia, porque trabaja, se endeuda y hace lo posible, pero nadie puede llegar a la clase media alta. Nunca van a tener los privilegios con los que nace le élite económica. La desigualdad y los obstáculos reales o percibidos que impiden la movilidad social producen descontento. De allí vino el giro a izquierda con el triunfo de Boric. El tercero es el debilitamiento del sistema. La gente puede votar en contra del status quo con más facilidad que antes. Con las redes sociales se puede llegar al electorado sin tener que depender de los partidos tradicionales, ni de los medios tradicionales. Es mucho más fácil apelar a la gente descontenta y movilizarla en contra el sistema. El hecho de que puedan ganar los outsiders es muy democrático, pero puede ser un factor desestabilizador. El historiador y sociólogo mexicano Massimo Modonesi nos advierte del peligro de una revolución. Considera que, a raíz del resurgimiento de las derechas en América Latina en los últimos años, los gobiernos progresistas se han desmarcado de sus raíces izquierdistas. Llegaron al poder con una limitada capacidad y disposición reformista. Las transformaciones que proponen, el humanismo y el principio de equidad son valores universales del liberalismo. Sin embargo, pueden ser un freno a los excesos de las derechas. Las clases dominantes no están dispuestas a negociar a la baja sus privilegios en términos de acumulación de riqueza, lo cual llevó al surgimiento de derechas altamente reaccionarias, de corte neofascistas o posfascistas. Surge el debate anti fascismo anti comunismo. La diferencia está en que el anticomunismo se basa en una hipótesis de una amenaza hoy inexistente, mientras que el fascismo se viene trabajando desde finales del siglo XX.