
Victor Ansbergs
No es plagio, es divulgación. Dipl. en Ciencia Política. Turismo. Proceso de Tesis en Sociología. Filosofía, Antropología, Geografia e Historia.
Address: San Juan, Tucumán, Buenos Aires. Argentina
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Books by Victor Ansbergs
Teoría del Estado: Ramón Cotarelo ............................................. 15
Estado moderno: Ignacio Sotelo ..... ..... ..... ....... ........... ..... ............. 25
Constitución: Francisco Tomás y Valiente .................................... 45
Estado de Derecho: Elías Díaz...................................................... 63
Gobierno y Administración: Manuel Aragón ................................ 83
Totalitarismo: Raúl Morodo ........................................................ 95
Pueblo: Pablo González Casanova ............................................... 111
Sociedad civil: Salvador Giner ...... ..... ....... ......... ......... ..... ....... ...... 117
Opinión pública: Juan José Solozábal Echavarría ......................... 147
Producción de normas: Virgilio Zapatero Gómez......................... 161
Cambio político: José Fernández Santillán.................................... 187
Emancipación: Rafael del Águila .................................................. 201
Ideología: Enrique E. Marí........................................................... 211
Nacionalismo: Andrés de Bias Guerrero....................................... 231
Paz y guerra: Alfonso Ruiz Miguel ............................................... 245
Índice analítico............................................................................. 265
Índice de nombres ........................................................................ 269
Nota biográfica de autores ........................................................... 271
Quesada ................................................................................. 11
La filosofía de la praxis: Adolfo Sánchez Vázquez ........................ 17
Pluralidad cultural-diversidad política: María Herrera Lima ........ 37
Democracia y consenso: Carlos Ruiz Schneider ............................ 57
Los límites de la política: Pablo Ródenas ...................................... 75
El poder. Del poder político al análisis sociológico: Sergio Pérez
Cortés ..................................................................................... 97
La libertad como horizonte normativo de la Modernidad: María
Pía Lara.................................................................................. 117
El espacio público: caracterizaciones teóricas y expectativas polí-
ticas: Nora Rabotnikof ........................................................... 135
La justicia: Alberto Saoner............................................................ 153
Legitimidad política: Francisco Colom González .......................... 171
Los movimientos sociales en América latina: entre la modernización y la construcción de la identidad: Fernando Calderón ..... 187
Implicaciones políticas del feminismo: Ana de Miguel y Rosa Cobo 203
Estado, mercado y sociedad civil: Antonio GarcÍa-Santesmases.... 217
Reconstrucción de la democracia: Fernando Quesada .................. 235
índice analítico ............................................................................. 271
Índice de nombres ........................................................................ 277
Nota biográfica de autores ........................................................... 283
Mi propósito ha sido escribir un libro que combinara una cierta originalidad con un análisis de todos los temas básicos que hoy interesan a los sociólogos. El libro no intenta presentar conceptos abiertamente sofisticados; empero, se incorporan a lo largo del texto ideas y conclusiones que proceden de las aristas de la disciplina. Confío no haberlos tratado de forma partidista y haber cubierto de manera juiciosa, aunque no indiscriminada, las grandes perspectivas de la sociología.
El libro se ha construido en torno a diversos temas básicos, que espero concedan a la obra un carácter distintivo. Uno de los temas principales es el mundo que cambia. La sociología nació de las transformaciones que separaron violentamente el orden social industrial de Occidente de las formas de vida características de las sociedades preexistentes. El mundo que trajeron estos cambios ha sido el objeto de interés dominante del análisis sociológico.
El ritmo del cambio social ha continuado acelerándose y es posible que nos encontremos en el umbral de una transformación tan importante como la que se produjo a finales del siglo XVIII y durante el XIX. La sociología tiene una responsabilidad primordial en la exploración de las transformaciones que han tenido lugar en el pasado, así como en la comprensión de las grandes líneas de desarrollo que se dan cita en el presente.
La contemporaneidad es lo vigente, y la explicación de lo vigente es la historia. La conclusión que se impone es distinguir entre pasado e historia: el pasado sería la totalidad de las personas y las acciones, que no podemos conocer, en tanto la historia explica la construcción de las realidades presentes.
No es posible agotar la realidad. Del mismo modo que Galileo concibió la ciencia como el estudio de las magnitudes mensurables, el historiador selecciona los elementos significativos para la construcción del pasado. Durante siglos la historia se limitó a la acción de Dios y de los príncipes que hacían la guerra y la paz en su nombre. La aparición del ciudadano como sujeto de derechos complicó la existencia, y la historia se vio en la necesidad de incluir los elementos de la nueva realidad, sin que la especialización de las materias ofreciese una solución satisfactoria, mientras los resultados no se integren en una explicación global, la historia total que estuvo de moda hace unas décadas y que conserva su vigencia como pretensión de los autores.
I. INTRODUCCIÓN: LAS TIERRAS Y LOS PUEBLOS DE ALEMANIA
II. LA ALEMANIA MEDIEVAL
Los comienzos de la historia alemana - Alemania en la Edad Media: del siglo IX al siglo XIII - Alemania en la Baja Edad Media
III. LA ERA DE LA CONFESIONALIZACIÓN, 1500-1648
La Reforma alemana: los orígenes - La Guerra de los Campesinos en Alemania - La evolución de la Reforma alemana - Alemania en la era de la Contrarreforma - La Guerra de los Treinta Años - El Tratado de Westfalia y los efectos de la guerra
IV. LA ERA DEL ABSOLUTISMO, 1648-1815
El absolutismo y el auge de Prusia - Religión, cultura e Ilustración - El impacto de la Revolución francesa
V. LA ERA DE LA INDUSTRIALIZACIÓN, 1815-1918
La Alemania de la Restauración, 1815-1848 - Las revoluciones de 1848 - La unificación de Alemania - Alemania bajo Bismarck - Sociedad y política en la Alemania guillermina - La cultura en la Alemania imperial - La política exterior y la Primera Guerra Mundial
VI. DEMOCRACIA Y DICTADURA, 1918-1945
La República de Weimar: sus orígenes y primeros años - El periodo de aparente estabilización - El hundimiento de la democracia de Weimar - La consolidación del poder de Hitler - Política exterior y guerra - Holocausto, resistencia y derrota
VII. LAS DOS ALEMANIAS, 1945-1990
La creación de las dos Alemanias - De la fundación a la consolidación - La política en las dos Alemanias, 1949-1989 - Economía y sociedad en Alemania Occidental - Economía y sociedad en la RDA, 1949-1989
VIII. LA REPÚBLICA FEDERAL DE ALEMANIA DESPUÉS DE 1990
IX. PAUTAS Y PROBLEMAS DE LA HISTORIA ALEMANA
Bibliografía
Índice de ilustraciones y mapas
Índice onomástico
El moderno sistema mundial se publicó en 1974. En realidad, fue escrito en 1971-1972. Me costó bastante encontrar un editor. El libro trataba sobre el siglo xvi y se ocupaba de un tema prácticamente desconocido: una economía-mundo, deliberadamente escrita con guion. Era largo y tenía una cantidad considerable de notas al pie. Cuando apareció, un revisor no muy amistoso se quejó de que las notas trepaban por las páginas. Por fin Academic Press y quien era entonces su erudito asesor editorial, Charles Tilly, decidieron correr el riesgo de incluirlo en su nueva colección de ciencias sociales. Cuando salió, su recepción sorprendió a todos, y muy en especial tanto al editor como el autor. Obtuvo reseñas favorables en el New York Times Sunday Book Review (en la primera plana) y en el New York Review of Books. En 1975 recibió el premio de la American Sociological Association a la mejor publicación erudita. En ese momento un gran reconocimiento era el premio Sorokin. Fue algo tan inesperado que yo ni siquiera estaba presente en la sesión en la que se lo anunció. El libro se tradujo rápidamente a una gran cantidad de otros idiomas. Se vendió notablemente bien por tratarse de una monografía académica. Desde todo punto de vista, era un éxito. Pero también resultó, de inmediato, que era un libro sumamente controvertido. Recibió extraordinarios elogios, pero fue sujeto asimismo de enérgicas denuncias, que provenían de muchos campos diferentes. Ahora, mientras escribo 37 años después de la publicación inicial, creo que vale la pena pasar revista a las críticas. ¿Cuáles eran sus fuentes? ¿Qué tal han sobrevivido? ¿Qué pienso hoy de la validez de las mismas? ¿Cómo influyeron esas críticas en los siguientes volúmenes? Desde el primer momento tengo que señalar un subtexto particular de las críticas. Yo, por profesión, era sociólogo. Este libro les dio a muchos la impresión de ser una obra de historia económica. No se suponía, por lo menos no a principios de los setenta, que los sociólogos se interesasen por escribir respecto al siglo xvi o sobre temas de los que se ocupaban los historiadores de la economía. Por otro lado, los historiadores desconfiaban de los intrusos provenientes de otras disciplinas universitarias, sobre todo si se basaban, como hice yo, casi exclusivamente en las denominadas fuentes secundarias. Además, el libro se ocupaba, de manera central, de relaciones espaciales globales, y se suponía que ése era el dominio de los geógrafos. Y por último, entre los primeros entusiastas del libro había un grupo inesperado: algunos arqueólogos. Así que daba la impresión de estar desafiando las categorías que definían en ese momento el trabajo académico y de no encajar en las habituales divisiones enaltecidas en las estructuras del saber. Debo empezar este comentario con mi propia percepción en el momento en el que escribí el libro. En la introducción explicaba cómo llegué a escribirlo. Iba en pos de una mala idea: que podría entender mejor las trayectorias de las «nuevas naciones» del siglo xx si estudiaba cómo habían llegado a «desarrollarse» las naciones que fueron «nuevas» en el siglo xvi. Era una mala idea porque asumía que todos los estados seguían sendas paralelas e independientes hacia algo llamado "desarrollo". No obstante, esta mala idea tuvo ventajas inesperadas. Me puso a leer sobre Europa occidental en el siglo xvi e hizo que dirigiesen mi atención hacia realidades que no había previsto. En ese momento yo consideraba que estaba discutiendo primordialmente con los sociólogos weberianos; no con el mismo Max Weber sino con el uso de sus categorías tal como se daba en la sociología estadunidense (y hasta cierto punto mundial) en el periodo posterior a 1945. Imperaba la impresión general de que el libro de Weber sobre la ética protestante significaba que la existencia de ciertos tipos de valores constituía un requisito previo necesario para lo que en el periodo posterior a 1945 solía llamarse modernización o desarrollo (económico). En ese tiempo el procedimiento especializado habitual consistía en examinar, país por país, la existencia o el surgimiento de tales valores. El resultado fue la creación de una especie de orden jerárquico de la marcha del progreso. ¿Qué país fue el primero? ¿Cuál vino después? ¿Yahora cuál sería el siguiente? Y, como pregunta derivada, ¿qué tenía que hacer ahora un país para poder ser el siguiente? Yo traté de cuestionar esa narrativa de varias maneras. En primer lugar, insistía en que este proceso no podía examinarse país por país sino sólo dentro de una categoría más amplia que denominé sistema-mundo (donde la palabra mundo no es sinónimo de global): un mundo, no el mundo, como lo expresaría Fernand Braudel. Segundo, sugería que los valores en cuestión seguían, no precedían, a las transformaciones económicas que estaban produciéndose. Sugería que sólo si ubicábamos a los diversos estados en sus . relaciones con los demás podríamos comprender por qué algunos llegaron a ser líderes de la eficiencia productiva y la acumulación de riqueza. Y, tercero, rechazaba la principal antinomia de los weberianos posteriores a 1945: la de lo moderno y lo tradicional. Antes bien, compartía los argumentos —que estaban desarrollándose— de los dependistas, como Samir Amin y Andre Gunder Frank, en cl sentido de que lo «tradicional» era tan reciente como lo «moderno», que ambos aparecían juntos, por lo cual podríamos hablar, como en la famosa frase de Frank, «del desarrollo del subdesarrollo». Yo esperaba ser denunciado por los weberianos posteriores a 1945. Si bien se inclinaban por no aceptar lo que estaba sosteniendo, se inclinaban también en general a recibir mis argumentos educadamente, pese a lo que parecían pensar era mi resurrección de los argumentos marxistas (que ellos creían que ya había sido abandonados, o que tendrían que haber sido abandonados, por los estudiosos serios). Me parece que estaban sorprendidos ante el hecho de que yo realmente me hubiera zambullido en la historia del siglo xvi, mientras que muchos de ellos se habían limitado a basarse en una síntesis abreviada (y a veces distorsionada) de las tesis weberianas para poder discutir el material del siglo xx. Además, como observamos poco después Terence Hopkins y yo en un artículo conjunto, gran parte de los denominados análisis comparativos efectuados por los adeptos de la modernización involucraba la comparación de datos contemporáneos sobre un país no occidental con datos presuntos (pero no estudiados empíricamente) acerca de Estados Unidos (o tal vez de otro país de Europa occidental). De cualquier manera, los peores golpes vinieron de otro lado....
El moderno sistema mundial se publicó en 1974. En realidad, fue escrito en 1971-1972. Me costó bastante encontrar un editor. El libro trataba sobre el siglo xvi y se ocupaba de un tema prácticamente desconocido: una economía-mundo, deliberadamente escrita con guion. Era largo y tenía una cantidad considerable de notas al pie. Cuando apareció, un revisor no muy amistoso se quejó de que las notas trepaban por las páginas. Por fin Academic Press y quien era entonces su erudito asesor editorial, Charles Tilly, decidieron correr el riesgo de incluirlo en su nueva colección de ciencias sociales. Cuando salió, su recepción sorprendió a todos, y muy en especial tanto al editor como el autor. Obtuvo reseñas favorables en el New York Times Sunday Book Review (en la primera plana) y en el New York Review of Books. En 1975 recibió el premio de la American Sociological Association a la mejor publicación erudita. En ese momento un gran reconocimiento era el premio Sorokin. Fue algo tan inesperado que yo ni siquiera estaba presente en la sesión en la que se lo anunció. El libro se tradujo rápidamente a una gran cantidad de otros idiomas. Se vendió notablemente bien por tratarse de una monografía académica. Desde todo punto de vista, era un éxito. Pero también resultó, de inmediato, que era un libro sumamente controvertido. Recibió extraordinarios elogios, pero fue sujeto asimismo de enérgicas denuncias, que provenían de muchos campos diferentes. Ahora, mientras escribo 37 años después de la publicación inicial, creo que vale la pena pasar revista a las críticas. ¿Cuáles eran sus fuentes? ¿Qué tal han sobrevivido? ¿Qué pienso hoy de la validez de las mismas? ¿Cómo influyeron esas críticas en los siguientes volúmenes? Desde el primer momento tengo que señalar un subtexto particular de las críticas. Yo, por profesión, era sociólogo. Este libro les dio a muchos la impresión de ser una obra de historia económica. No se suponía, por lo menos no a principios de los setenta, que los sociólogos se interesasen por escribir respecto al siglo xvi o sobre temas de los que se ocupaban los historiadores de la economía. Por otro lado, los historiadores desconfiaban de los intrusos provenientes de otras disciplinas universitarias, sobre todo si se basaban, como hice yo, casi exclusivamente en las denominadas fuentes secundarias. Además, el libro se ocupaba, de manera central, de relaciones espaciales globales, y se suponía que ése era el dominio de los geógrafos. Y por último, entre los primeros entusiastas del libro había un grupo inesperado: algunos arqueólogos. Así que daba la impresión de estar desafiando las categorías que definían en ese momento el trabajo académico y de no encajar en las habituales divisiones enaltecidas en las estructuras del saber. Debo empezar este comentario con mi propia percepción en el momento en el que escribí el libro. En la introducción explicaba cómo llegué a escribirlo. Iba en pos de una mala idea: que podría entender mejor las trayectorias de las «nuevas naciones» del siglo xx si estudiaba cómo habían llegado a «desarrollarse» las naciones que fueron «nuevas» en el siglo xvi. Era una mala idea porque asumía que todos los estados seguían sendas paralelas e independientes hacia algo llamado "desarrollo". No obstante, esta mala idea tuvo ventajas inesperadas. Me puso a leer sobre Europa occidental en el siglo xvi e hizo que dirigiesen mi atención hacia realidades que no había previsto. En ese momento yo consideraba que estaba discutiendo primordialmente con los sociólogos weberianos; no con el mismo Max Weber sino con el uso de sus categorías tal como se daba en la sociología estadunidense (y hasta cierto punto mundial) en el periodo posterior a 1945. Imperaba la impresión general de que el libro de Weber sobre la ética protestante significaba que la existencia de ciertos tipos de valores constituía un requisito previo necesario para lo que en el periodo posterior a 1945 solía llamarse modernización o desarrollo (económico). En ese tiempo el procedimiento especializado habitual consistía en examinar, país por país, la existencia o el surgimiento de tales valores. El resultado fue la creación de una especie de orden jerárquico de la marcha del progreso. ¿Qué país fue el primero? ¿Cuál vino después? ¿Yahora cuál sería el siguiente? Y, como pregunta derivada, ¿qué tenía que hacer ahora un país para poder ser el siguiente? Yo traté de cuestionar esa narrativa de varias maneras. En primer lugar, insistía en que este proceso no podía examinarse país por país sino sólo dentro de una categoría más amplia que denominé sistema-mundo (donde la palabra mundo no es sinónimo de global): un mundo, no el mundo, como lo expresaría Fernand Braudel. Segundo, sugería que los valores en cuestión seguían, no precedían, a las transformaciones económicas que estaban produciéndose. Sugería que sólo si ubicábamos a los diversos estados en sus . relaciones con los demás podríamos comprender por qué algunos llegaron a ser líderes de la eficiencia productiva y la acumulación de riqueza. Y, tercero, rechazaba la principal antinomia de los weberianos posteriores a 1945: la de lo moderno y lo tradicional. Antes bien, compartía los argumentos —que estaban desarrollándose— de los dependistas, como Samir Amin y Andre Gunder Frank, en cl sentido de que lo «tradicional» era tan reciente como lo «moderno», que ambos aparecían juntos, por lo cual podríamos hablar, como en la famosa frase de Frank, «del desarrollo del subdesarrollo». Yo esperaba ser denunciado por los weberianos posteriores a 1945. Si bien se inclinaban por no aceptar lo que estaba sosteniendo, se inclinaban también en general a recibir mis argumentos educadamente, pese a lo que parecían pensar era mi resurrección de los argumentos marxistas (que ellos creían que ya había sido abandonados, o que tendrían que haber sido abandonados, por los estudiosos serios). Me parece que estaban sorprendidos ante el hecho de que yo realmente me hubiera zambullido en la historia del siglo xvi, mientras que muchos de ellos se habían limitado a basarse en una síntesis abreviada (y a veces distorsionada) de las tesis weberianas para poder discutir el material del siglo xx. Además, como observamos poco después Terence Hopkins y yo en un artículo conjunto, gran parte de los denominados análisis comparativos efectuados por los adeptos de la modernización involucraba la comparación de datos contemporáneos sobre un país no occidental con datos presuntos (pero no estudiados empíricamente) acerca de Estados Unidos (o tal vez de otro país de Europa occidental). De cualquier manera, los peores golpes vinieron de otro lado....
El moderno sistema mundial se publicó en 1974. En realidad, fue escrito en 1971-1972. Me costó bastante encontrar un editor. El libro trataba sobre el siglo xvi y se ocupaba de un tema prácticamente desconocido: una economía-mundo, deliberadamente escrita con guion. Era largo y tenía una cantidad considerable de notas al pie. Cuando apareció, un revisor no muy amistoso se quejó de que las notas trepaban por las páginas. Por fin Academic Press y quien era entonces su erudito asesor editorial, Charles Tilly, decidieron correr el riesgo de incluirlo en su nueva colección de ciencias sociales.
Cuando salió, su recepción sorprendió a todos, y muy en especial tanto al editor como el autor. Obtuvo reseñas favorables en el New York Times Sunday Book Review (en la primera plana) y en el New York Review of Books. En 1975 recibió el premio de la American Sociological Association a la mejor publicación erudita.
En ese momento un gran reconocimiento era el premio Sorokin.
Fue algo tan inesperado que yo ni siquiera estaba presente en la sesión en la que se lo anunció. El libro se tradujo rápidamente a una gran cantidad de otros idiomas. Se vendió notablemente bien por tratarse de una monografía académica. Desde todo punto de vista, era un éxito.
Pero también resultó, de inmediato, que era un libro sumamente controvertido. Recibió extraordinarios elogios, pero fue sujeto asimismo de enérgicas denuncias, que provenían de muchos campos diferentes. Ahora, mientras escribo 37 años después de la publicación inicial, creo que vale la pena pasar revista a las críticas. ¿Cuáles eran sus fuentes? ¿Qué tal han sobrevivido? ¿Qué pienso hoy de la validez de las mismas? ¿Cómo influyeron esas críticas en los siguientes volúmenes?
Desde el primer momento tengo que señalar un subtexto particular de las críticas. Yo, por profesión, era sociólogo. Este libro les dio a muchos la impresión de ser una obra de historia económica. No se suponía, por lo menos no a principios de los setenta, que los sociólogos se interesasen por escribir respecto al siglo xvi o sobre temas de los que se ocupaban los historiadores de la economía. Por otro lado, los historiadores desconfiaban de los intrusos provenientes de otras disciplinas universitarias, sobre todo si se basaban, como hice yo, casi exclusivamente en las denominadas fuentes secundarias. Además, el libro se ocupaba, de manera central, de relaciones espaciales globales, y se suponía que ése era el dominio de los geógrafos. Y por último, entre los primeros entusiastas del libro había un grupo inesperado: algunos arqueólogos. Así que daba la impresión de estar desafiando las categorías que definían en ese momento el trabajo académico y de no encajar en las habituales divisiones enaltecidas en las estructuras del saber.
Debo empezar este comentario con mi propia percepción en el momento en el que escribí el libro. En la introducción explicaba cómo llegué a escribirlo. Iba en pos de una mala idea: que podría entender mejor las trayectorias de las «nuevas naciones» del siglo xx si estudiaba cómo habían llegado a «desarrollarse» las naciones que fueron «nuevas» en el siglo xvi. Era una mala idea porque asumía que todos los estados seguían sendas paralelas e independientes hacia algo llamado "desarrollo". No obstante, esta mala idea tuvo ventajas inesperadas. Me puso a leer sobre Europa occidental en el siglo xvi e hizo que dirigiesen mi atención hacia realidades que no había previsto. En ese momento yo consideraba que estaba discutiendo primordialmente con los sociólogos weberianos; no con el mismo Max Weber sino con el uso de sus categorías tal como se daba en la sociología estadunidense (y hasta cierto punto mundial) en el periodo posterior a 1945. Imperaba la impresión general de que el libro de Weber sobre la ética protestante significaba que la existencia de ciertos tipos de valores constituía un requisito previo necesario para lo que en el periodo posterior a 1945 solía llamarse modernización o desarrollo (económico).
En ese tiempo el procedimiento especializado habitual consistía en examinar, país por país, la existencia o el surgimiento de tales valores. El resultado fue la creación de una especie de orden jerárquico de la marcha del progreso. ¿Qué país fue el primero? ¿Cuál vino después? ¿Yahora cuál sería el siguiente? Y, como pregunta derivada, ¿qué tenía que hacer ahora un país para poder ser el siguiente?
Yo traté de cuestionar esa narrativa de varias maneras. En primer lugar, insistía en que este proceso no podía examinarse país por país sino sólo dentro de una categoría más amplia que denominé sistema-mundo (donde la palabra mundo no es sinónimo de global): un mundo, no el mundo, como lo expresaría Fernand Braudel.
Segundo, sugería que los valores en cuestión seguían, no precedían, a las transformaciones económicas que estaban produciéndose. Sugería que sólo si ubicábamos a los diversos estados en sus . relaciones con los demás podríamos comprender por qué algunos llegaron a ser líderes de la eficiencia productiva y la acumulación de riqueza.
Y, tercero, rechazaba la principal antinomia de los weberianos posteriores a 1945: la de lo moderno y lo tradicional. Antes bien, compartía los argumentos —que estaban desarrollándose— de los dependistas, como Samir Amin y Andre Gunder Frank, en cl sentido de que lo «tradicional» era tan reciente como lo «moderno», que ambos aparecían juntos, por lo cual podríamos hablar, como en la famosa frase de Frank, «del desarrollo del subdesarrollo».
Yo esperaba ser denunciado por los weberianos posteriores a 1945. Si bien se inclinaban por no aceptar lo que estaba sosteniendo, se inclinaban también en general a recibir mis argumentos educadamente, pese a lo que parecían pensar era mi resurrección de los argumentos marxistas (que ellos creían que ya había sido abandonados, o que tendrían que haber sido abandonados, por los estudiosos serios). Me parece que estaban sorprendidos ante el hecho de que yo realmente me hubiera zambullido en la historia del siglo xvi, mientras que muchos de ellos se habían limitado a basarse en una síntesis abreviada (y a veces distorsionada) de las tesis weberianas para poder discutir el material del siglo xx. Además, como observamos poco después Terence Hopkins y
yo en un artículo conjunto, gran parte de los denominados análisis comparativos efectuados por los adeptos de la modernización
involucraba la comparación de datos contemporáneos sobre un país no occidental con datos presuntos (pero no estudiados empíricamente) acerca de Estados Unidos (o tal vez de otro país de Europa occidental).
De cualquier manera, los peores golpes vinieron de otro lado....
El moderno sistema mundial se publicó en 1974. En realidad, fue escrito en 1971-1972. Me costó bastante encontrar un editor. El libro trataba sobre el siglo xvi y se ocupaba de un tema prácticamente desconocido: una economía-mundo, deliberadamente escrita con guion. Era largo y tenía una cantidad considerable de notas al pie. Cuando apareció, un revisor no muy amistoso se quejó de que las notas trepaban por las páginas. Por fin Academic Press y quien era entonces su erudito asesor editorial, Charles Tilly, decidieron correr el riesgo de incluirlo en su nueva colección de ciencias sociales.
Cuando salió, su recepción sorprendió a todos, y muy en especial tanto al editor como el autor. Obtuvo reseñas favorables en el New York Times Sunday Book Review (en la primera plana) y en el New York Review of Books. En 1975 recibió el premio de la American Sociological Association a la mejor publicación erudita.
En ese momento un gran reconocimiento era el premio Sorokin.
Fue algo tan inesperado que yo ni siquiera estaba presente en la sesión en la que se lo anunció. El libro se tradujo rápidamente a una gran cantidad de otros idiomas. Se vendió notablemente bien por tratarse de una monografía académica. Desde todo punto de vista, era un éxito.
Pero también resultó, de inmediato, que era un libro sumamente controvertido. Recibió extraordinarios elogios, pero fue sujeto asimismo de enérgicas denuncias, que provenían de muchos campos diferentes. Ahora, mientras escribo 37 años después de la publicación inicial, creo que vale la pena pasar revista a las críticas. ¿Cuáles eran sus fuentes? ¿Qué tal han sobrevivido? ¿Qué pienso hoy de la validez de las mismas? ¿Cómo influyeron esas críticas en los siguientes volúmenes?
Desde el primer momento tengo que señalar un subtexto particular de las críticas. Yo, por profesión, era sociólogo. Este libro les dio a muchos la impresión de ser una obra de historia económica. No se suponía, por lo menos no a principios de los setenta, que los sociólogos se interesasen por escribir respecto al siglo xvi o sobre temas de los que se ocupaban los historiadores de la economía. Por otro lado, los historiadores desconfiaban de los intrusos provenientes de otras disciplinas universitarias, sobre todo si se basaban, como hice yo, casi exclusivamente en las denominadas fuentes secundarias. Además, el libro se ocupaba, de manera central, de relaciones espaciales globales, y se suponía que ése era el dominio de los geógrafos. Y por último, entre los primeros entusiastas del libro había un grupo inesperado: algunos arqueólogos. Así que daba la impresión de estar desafiando las categorías que definían en ese momento el trabajo académico y de no encajar en las habituales divisiones enaltecidas en las estructuras del saber.
Debo empezar este comentario con mi propia percepción en el momento en el que escribí el libro. En la introducción explicaba cómo llegué a escribirlo. Iba en pos de una mala idea: que podría entender mejor las trayectorias de las «nuevas naciones» del siglo xx si estudiaba cómo habían llegado a «desarrollarse» las naciones que fueron «nuevas» en el siglo xvi. Era una mala idea porque asumía que todos los estados seguían sendas paralelas e independientes hacia algo llamado "desarrollo". No obstante, esta mala idea tuvo ventajas inesperadas. Me puso a leer sobre Europa occidental en el siglo xvi e hizo que dirigiesen mi atención hacia realidades que no había previsto. En ese momento yo consideraba que estaba discutiendo primordialmente con los sociólogos weberianos; no con el mismo Max Weber sino con el uso de sus categorías tal como se daba en la sociología estadunidense (y hasta cierto punto mundial) en el periodo posterior a 1945. Imperaba la impresión general de que el libro de Weber sobre la ética protestante significaba que la existencia de ciertos tipos de valores constituía un requisito previo necesario para lo que en el periodo posterior a 1945 solía llamarse modernización o desarrollo (económico).
En ese tiempo el procedimiento especializado habitual consistía en examinar, país por país, la existencia o el surgimiento de tales valores. El resultado fue la creación de una especie de orden jerárquico de la marcha del progreso. ¿Qué país fue el primero? ¿Cuál vino después? ¿Yahora cuál sería el siguiente? Y, como pregunta derivada, ¿qué tenía que hacer ahora un país para poder ser el siguiente?
Yo traté de cuestionar esa narrativa de varias maneras. En primer lugar, insistía en que este proceso no podía examinarse país por país sino sólo dentro de una categoría más amplia que denominé sistema-mundo (donde la palabra mundo no es sinónimo de global): un mundo, no el mundo, como lo expresaría Fernand Braudel.
Segundo, sugería que los valores en cuestión seguían, no precedían, a las transformaciones económicas que estaban produciéndose. Sugería que sólo si ubicábamos a los diversos estados en sus . relaciones con los demás podríamos comprender por qué algunos llegaron a ser líderes de la eficiencia productiva y la acumulación de riqueza.
Y, tercero, rechazaba la principal antinomia de los weberianos posteriores a 1945: la de lo moderno y lo tradicional. Antes bien, compartía los argumentos —que estaban desarrollándose— de los dependistas, como Samir Amin y Andre Gunder Frank, en cl sentido de que lo «tradicional» era tan reciente como lo «moderno», que ambos aparecían juntos, por lo cual podríamos hablar, como en la famosa frase de Frank, «del desarrollo del subdesarrollo».
Yo esperaba ser denunciado por los weberianos posteriores a 1945. Si bien se inclinaban por no aceptar lo que estaba sosteniendo, se inclinaban también en general a recibir mis argumentos educadamente, pese a lo que parecían pensar era mi resurrección de los argumentos marxistas (que ellos creían que ya había sido abandonados, o que tendrían que haber sido abandonados, por los estudiosos serios). Me parece que estaban sorprendidos ante el hecho de que yo realmente me hubiera zambullido en la historia del siglo xvi, mientras que muchos de ellos se habían limitado a basarse en una síntesis abreviada (y a veces distorsionada) de las tesis weberianas para poder discutir el material del siglo xx. Además, como observamos poco después Terence Hopkins y
yo en un artículo conjunto, gran parte de los denominados análisis comparativos efectuados por los adeptos de la modernización
involucraba la comparación de datos contemporáneos sobre un país no occidental con datos presuntos (pero no estudiados empíricamente) acerca de Estados Unidos (o tal vez de otro país de Europa occidental).
De cualquier manera, los peores golpes vinieron de otro lado....
transformación de los conceptos políticos básicos en los países de habla española y portuguesa a ambos lados del Atlántico entre, aproximadamente, 1750 y 1850.
Es decir, desde las reformas borbónicas y pombalinas hasta la clausura de la primera oleada de revoluciones liberales y la cristalización de los nuevos Estados independientes.
Sin menospreciar la novedad metodológica de la aproximación propuesta, la relevancia de un proyecto de estas características estriba sobre todo en su dimension transnacional. En efecto: aunque en esta etapa inicial, por razones de eficacia en la investigación, los primeros resultados se ciñen a los contextos «nacionales» (y las comillas aquí son obligadas, puesto que en la América hispano-lusa los marcos de referencia políticos durante el periodo anterior a las independencias
–pueblos, ciudades, provincias, virreinatos, capitanías generales, audiencias, etc.– en modo alguno pueden calificarse de naciones), nuestro objetivo es ir más allá de los lindes del Estado nacional, para ensayar una verdadera historia atlántica de los conceptos políticos. Una historia que tome en cuenta el utillaje conceptual de los agentes –individuales y colectivos– para lograr así una mejor comprensión de
sus motivaciones y del sentido de su acción política, con vistas a un acercamiento más satisfactorio a la dinámica de los procesos históricos.
En la medida en que este libro recoge y explica una serie de voces ordenadas alfabéticamente, podemos decir que se trata de un diccionario. Hay que reconocer, sin embargo, que estamos ante un diccionario bastante atípico. Su propósito no es coleccionar un repertorio de definiciones unívocas –como en los diccionarios lexicográficos–, ni tampoco reunir un conjunto de informaciones acerca de acontecimientos, instituciones, personas, etc. –como en las enciclopedias–, sino más bien trazar un mapa semántico que, partiendo del vocabulario, recoja algunas de las más sobresalientes experiencias históricas vividas por los iberoamericanos, en este caso a lo largo de ese periodo crucial que suele denominarse la «era de las revoluciones». El glosario es aquí sobre todo una vía de entrada para entender mejor a los actores.
La doble premisa metodológica que subyace a esta aproximación –inspirada en gran medida en la «historia de conceptos» (Begriffsgeschichte) de Reinhart Koselleck– es que dichas experiencias han ido dejando su huella en el lenguaje, huella que el historiador puede rastrear y tratar de interpretar; y, en segundo lugar, pero no menos importante, que la posibilidad de vivir tales experiencias presupone que los actores tuvieron que disponer necesariamente de ciertas nociones
y categorías, pues la realidad social está lingüísticamente constituida, y sólo lo que ha sido previamente conceptualizado es visible e inteligible para los actores.
Es justamente esa dialéctica entre nociones y experiencias la que la historia conceptual se esfuerza por sacar a la luz, mostrando las complejas relaciones de ida y vuelta que algunos centenares de palabras cardinales guardan con las cambiantes circunstancias históricas.
Es sabido que las palabras, al menos ciertas palabras clave usadas estratégicamente por los agentes/hablantes, constituyen armas formidables en el combate político. Pero no se trata sólo de palabras, sino de conceptos. Y de conceptos fundamentales. Quizá sea oportuno en este punto recordar brevemente la distinción clásica que establece R. Koselleck entre unas y otros. Aunque tanto las palabras como los conceptos, por ser realidades históricas, «poseen una pluralidad de
significados», este autor distingue a efectos analíticos entre la palabra, que «contiene posibilidades significativas» que se aplican pragmáticamente en cada caso, de manera particularizada y tendencialmente unívoca, al objeto referido –por muy abstracto que pueda ser ese objeto–, y el concepto, que «unifica en sí el conjunto de significados», y por tanto es necesariamente polisémico. De modo que
un concepto es más que una palabra. Desde el punto de vista koselleckiano, «una palabra [sólo] se convierte en concepto cuando el conjunto de un contexto sociopolítico en el cual y para el cual se utiliza dicha palabra entra íntegramente a formar parte de ella»
Los conceptos vendrían a ser algo así como «concentrados de experiencia histórica» y, al mismo tiempo, dispositivos de anticipación de las experiencias posibles. De ahí que su análisis histórico, y más si este análisis es comparativo, nos permita acceder a la cristalización semántica diferencial –e internamente conflictiva– de tales experiencias/expectativas desplegadas en el espacio y en el tiempo.
Durante la ocupación alemana de su país en la Primera Guerra Mundial, Pirenne sobresalió por la oposición pacífica contra el invasor e incluso fue detenido por ello.
Obra
Henri Pirenne es conocido como uno de los grandes historiadores del siglo XX, en particular por lo que se conoce como la Tesis de Pirenne (una reinterpretación vigorosa e inédita sobre el inicio y duración de la Edad Media) y por su estudio sobre los orígenes de Bélgica como nación.
Sobre la obra de Pirenne se expresó Marc Bloch: "Es necesario repetir el valor de las cualidades que hacen de cada una de las obras del gran sabio belga, desde su aparición, en el sentido propio de la palabra, un clásico de la literatura..."
El libro más conocido de Pirenne es Mahoma y Carlomagno que es una especie de colofón al libro Historia económica y social de la edad media, que se publicó en artículos y que contiene la tesis que lleva su nombre.
Tesis de Pirenne
Pirenne aduce contra la teoría general que la Edad Media no se inicia con la caída del Imperio romano, pues los bárbaros que lo vencieron, no lo destruyeron, sino que, por el contrario, se romanizaron y lo utilizaron económica y culturalmente para beneficiarse de él. Por esta razón conservaron el Mediterráneo como el Mare nostrum de los romanos, para continuar con el comercio y el intercambio de la misma manera que lo hizo el imperio; así los pueblos siguieron trayendo del continente sus mercancías y trasladándolas por el Mediterráneo, conservando el eje comercial en Roma, hasta que los árabes invaden parte de Europa en el siglo VII
Esta fecha es la que propone para el verdadero inicio de la Edad Media. Estos invasores, que tenían una civilización más desarrollada que la europea, tuvieron por estrategia cerrar el Mediterráneo a la navegación por los europeos, convirtiendo a la Europa marítima en una Europa continental, reduciendo enormemente su riqueza y favoreciendo la aparición de feudos por el continente, todo lo cual profundizó la confrontación entre los musulmanes y cristianos, que derivó en una lucha en que cada parte reconcentró y defendió su identidad religiosa a falta de otra forma de cohesión nacionalista.
Las fases del predominio de una u otra parte a lo largo de la Edad Media se pueden concretar en un primer periodo de predominio musulmán, posteriormente la reacción cristiana conocida como las Cruzadas, y por último la contraofensiva musulmana, realizada esta vez por el Imperio otomano, en las costas orientales del Mediterráneo, hasta que Europa las recuperó en la Primera Guerra Mundial.
Este prólogo tiene como objetivo y misión hacer una invitación a la lectura de una compilación de ensayos, artículos y capítulos de libro escritos por un investigador científico e intelectual público del Uruguay actual.
La figura del investigador está, por lo general, apegada al oficio de delimitar problemas y plantear algunas respuestas que sean, además de convincentes, respaldadas por algún tipo de evidencia para que esas hipotéticas contestaciones sean válidas en un sentido definido y aceptado por pares. Cuando se trata de un historiador de aspectos políticos, como es el caso del autor de los textos aquí reunidos, esos problemas están conectados con alguna parte de la historia de un lugar y periodo. Caetano se ocupa de forma preponderante de la historia del Uruguay con especial destaque de aquella que transcurre desde el inicio del siglo veinte hasta la transición hacia la democracia que siguió a la última dictadura (1973-1985). Lugar y periodo son en sí mismos limitados y tratados con rigor historiográfico por múltiples autores connacionales y extranjeros, coetáneos y de generaciones previas y posteriores.
La persona que investiga sujeto a las normas de su disciplina y su campo de especialidad suele ser cuidadoso con sus fuentes de información, reflexivo en relación con los métodos y técnicas para tratar la evidencia que proviene de esas fuentes y riguroso en la comunicación de sus resultados. El autor de aquellos capítulos y artículos de esta compilación que provienen de la práctica de su oficio aúna a los rasgos anteriores su conocimiento de la historiografía y una calidad narrativa que se expresa mediante un estilo de presentar lo que ha investigado que atrae a cualquier lector.
Un investigador científico se torna un intelectual público cuando se ocupa, a partir de su bagaje de conocimientos, de asuntos que requieren de la deliberación pública en entornos específicos –foros, medios de comunicación, actividades de movimientos sociales. No obstante, su formación y su carácter de investigador científico, la personalidad de quien ha escrito estos textos trasciende hacia otras facetas que lo han convertido en un intelectual público. Tales son sus contribuciones sobre la evolución histórica de los procesos de integración, sobre las posibilidades de combinar de forma virtuosa, en América Latina, distribución equitativa del ingreso, crecimiento del producto e inserción internacional de los países y sobre la democracia como régimen político deseable para el contexto subregional. Sin duda, los textos sobre estos asuntos alientan la deliberación pública, no solo en su tierra natal sino también en foros diversos del subcontinente y más allá.
El Uruguay actual, ese que emerge de la transición democrática, es el entorno en el que el investigador ha practicado plenamente su oficio, sin las constricciones impuestas por la dictadura, y en el que ha desempeñado su papel de intelectual público. Desde allí su obra y sus contribuciones al debate intelectual han recorrido muchos foros latinoamericanos, continentales y extracontinentales.
El talante deliberativo sobre cuestiones latinoamericanas que caracterizan la obra de Caetano ha repercutido, a su vez, en la proyección de ese Uruguay actual en el ámbito internacional. Actualidad, carácter dialógico y rigor son en gran medida características de la obra aquí reunida.
Los motivos de esta invitación son de diversa índole y son aquellos que un lego, no un especialista ni un experto, daría para leer esta obra antológica.
Primer motivo, es infrecuente entrar al taller de un historiador.
La faena de la historia compromete a todas las personas, moldea lo que es cada una, hace la sociedad en que ellas viven, delinea el pensamiento de la época en que actúan, condiciona sus trayectorias de vida. Nadie escapa a la historia. Por ello el oficio de historiar es tan trascedente y difícil. Supone enterar a personas y sociedad vivientes de cómo llegaron hasta su época, debido a qué hechos y procesos, mediante qué acciones y reflexiones, en qué condiciones para hacer posibles sus distintos cursos de vida. Leer a un practicante de ese oficio tiene consecuencias para quien se aventura a comprender las historias que el historiador narra. Por tanto, es necesario tomar prevenciones mínimas cuando una persona lee Historia. La primera es entender que el historiador está tan comprometido y constreñido por la historia como cualquier persona. La segunda es conocer cuál es el taller en que se forja la narración historiográfica. Hay que tener claro qué fuentes nutren el relato, como se las usa, con qué conceptos, ideas y visiones se narra lo sucedido, con qué valores se juzgan personas, colectividades, sociedad, economía, política, cultura.
Un rasgo distintivo de la obra de Caetano y de los textos antologados es el siguiente: la infrecuente posibilidad de acceder al taller del historiador se torna, en su caso, posible con frecuencia. Sus trabajos presentan fuentes, discurren sobre categorías analíticas, sus enlaces y la forma de usar esa trama para interpretar lo que surge de la información tratada.La preocupación por conceptos, ideas y visiones es particularmente relevante en el trabajo historiográfico y el autor de estos textos es un caso ejemplar. La primera faceta de esta conducta es la dedicación que pone en historiar las ideas de cada periodo histórico. Allí se resaltan los usos de conceptos, sus conexiones ideológicas y el papel que cumplen ciertas tramas de ideas en la interpretación que hacen los sujetos históricos de lo que les tocó vivir.
La reconstrucción de los imaginarios con que se actúa y se delibera está presente en varios textos. La segunda faceta de esa preocupación se concentra en precisar, adecuar y generar conceptos e ideas que hagan posible producir narraciones que no violenten la evidencia. Este ejercicio es especialmente cuidadoso en los textos que analizan hechos y procesos donde están en juego las nociones y los enunciados ideográficos relativos a la nación, la democracia, la república y sus relaciones mutuas.
La narración es cualidad común de quien refiere peripecias vitales, lo es por tanto de aquellos que comparten la disciplina de historiar. Sin embargo, cuando se ponen en juego tramas categoriales, tejer la narración es más complicado que cuando esta responde exclusivamente a la ficción. Los historiadores que narran fluida y fielmente por lo general no develan por completo sus interpretaciones. Los textos de esta antología muestran en muchos casos cómo narrar y develar la trama.
La observación de los quehaceres de la investigación histórica revela siempre una tensión clave. La investigación combina pre-conceptos, prejuicios y precriterios, en el sentido de conceptos para aprehender acontecimientos o procesos, juicios para tejer relaciones e imágenes, criterios para valorar acciones y sus resultados que anteceden al tratamiento de la evidencia espacial, cronológica y fáctica. Así las categorías previas son puestas a prueba ante la evidencia que se debe interpretar.
Este es el origen de la dificultad de historiar que cada historiador enfrenta e intenta superar mediante su narración. El lector de los textos de este libro comprobará y juzgará como se realiza este ejercicio.
Segundo motivo, es atractivo leer a un intelectual con presencia pública.
Los intelectuales públicos tienen una audiencia. La audiencia es producto del discurso que crea quien habla y de que, en este caso, es la opinión de un investigador científico. Interactúan así la fascinación por la palabra, la fuerza de la retórica, y el prestigio del científico que la profiere, la potencia de la lógica. Todo discurso requiere retórica y lógica.
Mucho de esta dualidad está presente también en los textos antologados.La lectura de un texto historiográfico a la luz de la presencia pública ofrece la posibilidad de situar lo leído en relación con el debate público en curso. Surgen así oportunidades críticas del texto que van más allá de la que tiene quien está solo frente al texto. Muchos de los temas de la conversación que existe en los ámbitos polémicos uruguayos y, en general, latinoamericanos donde participa el autor, motivan a recorrer muchos textos de este libro. El ejercicio de pasar de la conversación a la lectura tiene valor equivalente al de cuestionar lo leído partiendo de opiniones que se profieren en la deliberación pública.
La investigación, en particular, la científica se aprecia comúnmente como una actividad ajena a su comunicación. Es más, entre los investigadores es habitual distinguir el orden de la investigación del orden de la exposición de los resultados. La forma de revelar los quehaceres del investigador presente en muchos de los textos antologados muestra el diálogo entre investigación y comunicación del conocimiento como una dimensión posible y prolífica....
El primer volumen reúne los capítulos que tratan sobre cuestiones relacionadas con métodos de interpretación de textos en general, y más específicamente con el método utilizado y perfeccionado por Skinner, además de respuestas a críticas que ese abordaje ha suscitado.
En el segundo volumen, Skinner examina los principios republicanos, que pueden encontrarse tanto presentes en la iconografía del quattrocentista Ambrogio Lorenzetti como valorizados en los apasionados discursos de John Milton durante la revolución inglesa del siglo xvi o censurados en las perspectivas políticas más recientes, como es el caso de la de Isaiah Berlin.
El tercer volumen, finalmente, está enteramente dedicado a iluminar puntos del pensamiento político de Thomas Hobbes tan distintos entre sí como la importancia de la retórica y del humanismo en su filosofía o la atmósfera intelectual y social en la que construyó su teoría de la obligación política.
Estos temas alrededor de los cuales se organizan los volúmenes de Vision of Politics —los métodos de interpretación de textos, las derivaciones del lenguaje republicano y la filosofía de Hobbes- corresponden, desde mediados de la década del '60, a tres de los principales objetos de estudio y de interés de este Regius Professor de Cambridge. Y todos ellos, de algún modo, están tratados en el texto que ahora recibe, por primera vez, traducción al español: El nacimiento del
Estado. Originalmente publicado en 1989 bajo el título de “El Estado” (en Political Innovation and Conceptual Change, ed. Terence Ball, James Farr y Russel L.Hanson), el texto sufrió varias modificaciones, tales como la incorporación de bibliografía más reciente, la reestructuración y la introducción de párrafos. Pero su enfoque sigue siendo el mismo: describir las alteraciones conceptuales por las que n que pasaron el término “Estado” y sus correlatos hasta llegar a una formulación más familiar a nosotros.
En el presente “Estudio preliminar”, el propósito será el de examinar un poco más en detalle esos temas y sus conexiones, a fin de ofrecer al lector un abordaje aproximativo que le permita localizar el texto ahora traducido en el marco de las preocupaciones de Skinner.
Digo que son engañosamente sencillas porque la formulación oculta algunas distinciones importantes. Diferentes historiadores o diferentes tipos de historiadores han encontrado distintas teorías utiles en diversas formas, algunas como marco general y otras como medio de comprender un problema determinado. Otros han mostrado y siguen mostrando una fuerte resistencia a la teoría. También puede ser útil distinguir entre las teorías y los modelos o los conceptos. Son relativamente pocos los historiadores que emplean la teoría en el sentido estricto del término; un número mayor utiliza modelos, y los conceptos son prácticamente indispensables.
La distinción entre práctica y teoría no coincide con la distinción entre historia y sociología, o entre historia y otras disciplinas, como antropología social, geografía, política o economía. Algunos estudiosos de esas disciplinas producen estudios de caso en que la teoría desempeña un papel muy reducido. Por otra parte, algunos historiadores, en particular los marxistas, dedican mucha energía a la discusión de problemas teóricos, incluso cuando se quejan como lo hizo Edward Thompson en un famoso ensayo polémico de lo que éste llamaba “la pobreza de la teoría”.
Después de todo, dos conceptos que han tenido enorme e influencia en la sociología, la antropología y los estudios sociales en los últimos años fueron lanzados originalmente por historiadores marxistas británicos: la "economía moral" de Edward Thompson y la “invención de la tradición de Eric Hobsbawm. Sin embargo, en general, los que trabajan en esas otras disciplinas emplean conceptos y teorías con mayor frecuencia, más explícitamente, más en serio y con más orgullo que los historiadores. Esa diferencia en las actitudes hacia la teoría es lo que explica la mayoría de los conflictos y malentendidos entre los historiadores y los demás estudiosos.
2. Historia desde abajo Jim Sharpe
3. Historia de las mujeres. Joan Scott
4. Historia de ultramar. Henk Wesseling
5. Sobre microhistoria. Giovanni Levi
6. Historia oral. Gwyn Prins
7. Historia de la lectura. Robert Darnton
8. Historia de las imágenes. Ivan Gaskell
9. Historia del pensamiento político. Richard Tuck
10. Historia del cuerpo. Roy Porter
11. Historia de los acontecimientos y renacimiento de la narración. Peter Burke
Es sabido que el gran historiador, cofundador, en 1929, de la revista Annales (titulada por entonces Annales d'histoire économique et sociale y hoy Annales, Économies, Sociétés, Civilisations), que, por ser judío, había debido ocultarse durante el régimen de Vichy, entró en 1943 en la red de francotiradores de la Resistencia en Lyon y fue fusilado por los alemanes el 16 de junio de 1944, cerca de esta ciudad. Fue una de las víctimas de Klaus Barbie.
Marc Bloch dejaba inconclusa, entre sus papeles, una obra de metodología histórica compuesta al final de su vida y titulada Apologie pour l'histoire, subtitulada en el plan más antiguo O cómo y por qué trabaja un historiador, y que finalmente fue publicada en 1949 por Lucien Febvre con el título de Apología para la historia o el oficio de historiador.
No emprenderé aquí un estudio sistemático del texto compulsándolo contra la obra anterior de Marc Bloch, publicada o aún inédita en 1944. Sin embargo, será importante ver si Apología para la historia representa en esencia la encarnación de la metodología aplicada por Marc Bloch en su obra, o si señala una nueva etapa de su reflexión y de sus proyectos.
Tampoco emprenderé el estudio, que exigiría una investigación de gran aliento, de una comparación entre ese texto y otros textos metodológicos de fines del siglo XIX y la primera mitad del XX, en particular de la oposición entre ese texto y la célebre Introducción a los estudios históricos, de Langlois y Seignobos (1901), que el propio Marc Bloch estableció, como lo prueba la nota 1 de su manuscrito (véase la nota en la p. 41), como contraste, pese al homenaje que rinde a esos dos historiadores que fueron sus maestros. Ello no tiene nada de sorprendente, pues los Annales, desde su creación, se presentaron como el órgano de un combate contra la concepción de la historia definida por Langlois y Seignobos.
Esforzándome por ser el discípulo póstumo —ya que, por desgracia, no pude conocer a Marc Bloch— de ese gran historiador cuya obra y cuyas ideas fueron para mí, y siguen siéndolo, las más importantes en mi formación y mi práctica de historiador, y habiendo tenido el honor de pasar a ser en 1969, gracias a Fernand Braudel (gran heredero de Lucien Febvre y de Marc Bloch), codirector de los Annales, en las páginas que siguen trataré simplemente de expresar las reacciones actuales de un historiador que se sitúa en la tradición de Marc Bloch y de los Annales y que se esfuerza por practicar para con ellos la fidelidad definida por este último, indicando en la nota antes evocada que la fidelidad no excluye la crítica. Me propongo decir lo que significaba ese texto en el marco general de la historiografía, en particular de la historiografía francesa en 1944, y lo que sigue significando aún hoy. El titulo y el subtítulo Apología para la historia o cómo y por qué trabaja un historiador expresan claramente las intenciones de Marc Bloch. La obra es, ante todo, una defensa de la historia.
Esta defensa se ejerce contra los ataques explícitos que va evocando en la obra y en particular los de Paul Valéry, pero también contra la evolución real o posible de un saber científico a cuyos márgenes sería expulsada la historia, o incluso excluida. También puede creerse que Marc Bloch quiere defenderla contra los historiadores que, a sus ojos, creen servirla y le hacen un flaco servicio. Por último, y creo yo que tal es uno de los puntos fuertes de la obra, intenta precisar las distancias de la obra ante los sociólogos o los economistas cuyo pensamiento le interesa, pero cuyos peligros para la disciplina histórica también ve. Tal será el caso, como veremos, de Emile Durkheim o de François Simiand.
El subtítulo definitivo, O el oficio de historiador, que remplaza de manera pertinente al primer subtítulo, subraya otra preocupación de Marc Bloch: definir al historiador como hombre de oficio, investigar sus prácticas de trabajo y sus objetivos científicos, como veremos, incluso más allá de la ciencia.
Lo que el título no dice, pero sí lo dice el texto es que Marc Bloch no se contentó con definir la historia y el oficio del historiador, sino que también quiso indicar lo que debe ser la historia y cómo debe trabajar el historiador...."
No trata de encontrar un filósofo en el hombre de la calle, sino descubrir por qué la vida callejera requiere una estrategia. Actuando a ras de tierra la gente común aprende la "astucia callejera", y puede ser tan inteligente, a su modo, como los filósofos. Pero en vez de formular proposiciones lógicas, la gente piensa utilizando las cosas y todo lo que su cultura le ofrece, como los cuentos o las ceremonias.
¿Qué usa la gente para pensar? Claude Lévi-Strauss hizo esta misma pregunta hace 25 años a propósito de los totems y los tatuajes en el Amazonas. ¿Valdría la pena hacer lo mismo en relación con la Francia del siglo XVIII? Un escéptico respondería que los franceses del siglo XVIII no pueden ser entrevistados, y terminaría añadiendo que los archivos no pueden ser un sustituto del trabajo de campo. Es cierto, pero los archivos del Antiguo Régimen son excepcionalmente ricos, y pueden formularse nuevas preguntas utilizando material antiguo.
Además, no se piense que los antropólogos no tienen dificultades con sus informantes nativos. El antropólogo también se enfrenta a regiones oscuras y silenciosas, y debe deducir de la interpretación del nativo informante lo que piensan los otros nativos. El funcionamiento mental es tan impenetrable en las selvas como en las bibliotecas.
Al que regresa de un trabajo de campo fe parece obvio que la otra gente es distinta. Los otros no piensan como nosotros. Si deseamos comprender su pensamiento debemos tener presente la otredad. Traduciendo esto a la terminología del historiador, la otredad parece un recurso familiar para evitar el anacronismo. Sin embargo, vale la pena insistir, porque es muy fácil suponer cómodamente que los europeos pensaron y sintieron hace dos siglos como lo hacemos nosotros hoy día, excepto en lo que se refiere a las pelucas y zapatos de madera. Es necesario desechar constantemente el falso sentimiento de familiaridad con el pasado y es conveniente recibir electrochoques culturales.
Creo conveniente vagar a través de los archivos. Difícilmente puede leerse una carta del Antiguo Régimen sin sentir sorpresa; todo es desusado, desde el constante temor al dolor de muelas, que era muy común, hasta la obsesión por el estiércol que exhibían en montones en algunos pueblos. Lo que fue sabiduría proverbial para nuestros antepasados, es completamente enigmático para nosotros. Cuando abrimos un libro de proverbios del siglo XVIII encontramos ejemplos como éste: "Al mocoso, déjale que se suene la nariz." Cuando no podemos comprender un proverbio, un chiste, un rito o un poema, estamos detrás de la pista de algo importante. Al examinar un documento en sus partes más oscuras, podemos descubrir un extraño sistema de significados. Esta pista nos puede conducir a una visión del mundo extraña y maravillosa.
En este libro intento explorar visiones poco familiares del mundo. Aquí se investigan las sorpresas que se encuentran en un conjunto de textos inverosímiles: una versión antigua de "Caperucita Roja", un relato de una matanza de gatos, una extraña descripción de una ciudad, el raro archivo llevado por un inspector de policía. Estos documentos no pueden usarse para tipificar el pensamiento de! siglo XVIII, pero sirven para adentrarnos en él. Mi examen empieza con las expresiones más vagas y generales, y se vuelve poco a poco más preciso.
Teoría del Estado: Ramón Cotarelo ............................................. 15
Estado moderno: Ignacio Sotelo ..... ..... ..... ....... ........... ..... ............. 25
Constitución: Francisco Tomás y Valiente .................................... 45
Estado de Derecho: Elías Díaz...................................................... 63
Gobierno y Administración: Manuel Aragón ................................ 83
Totalitarismo: Raúl Morodo ........................................................ 95
Pueblo: Pablo González Casanova ............................................... 111
Sociedad civil: Salvador Giner ...... ..... ....... ......... ......... ..... ....... ...... 117
Opinión pública: Juan José Solozábal Echavarría ......................... 147
Producción de normas: Virgilio Zapatero Gómez......................... 161
Cambio político: José Fernández Santillán.................................... 187
Emancipación: Rafael del Águila .................................................. 201
Ideología: Enrique E. Marí........................................................... 211
Nacionalismo: Andrés de Bias Guerrero....................................... 231
Paz y guerra: Alfonso Ruiz Miguel ............................................... 245
Índice analítico............................................................................. 265
Índice de nombres ........................................................................ 269
Nota biográfica de autores ........................................................... 271
Quesada ................................................................................. 11
La filosofía de la praxis: Adolfo Sánchez Vázquez ........................ 17
Pluralidad cultural-diversidad política: María Herrera Lima ........ 37
Democracia y consenso: Carlos Ruiz Schneider ............................ 57
Los límites de la política: Pablo Ródenas ...................................... 75
El poder. Del poder político al análisis sociológico: Sergio Pérez
Cortés ..................................................................................... 97
La libertad como horizonte normativo de la Modernidad: María
Pía Lara.................................................................................. 117
El espacio público: caracterizaciones teóricas y expectativas polí-
ticas: Nora Rabotnikof ........................................................... 135
La justicia: Alberto Saoner............................................................ 153
Legitimidad política: Francisco Colom González .......................... 171
Los movimientos sociales en América latina: entre la modernización y la construcción de la identidad: Fernando Calderón ..... 187
Implicaciones políticas del feminismo: Ana de Miguel y Rosa Cobo 203
Estado, mercado y sociedad civil: Antonio GarcÍa-Santesmases.... 217
Reconstrucción de la democracia: Fernando Quesada .................. 235
índice analítico ............................................................................. 271
Índice de nombres ........................................................................ 277
Nota biográfica de autores ........................................................... 283
Mi propósito ha sido escribir un libro que combinara una cierta originalidad con un análisis de todos los temas básicos que hoy interesan a los sociólogos. El libro no intenta presentar conceptos abiertamente sofisticados; empero, se incorporan a lo largo del texto ideas y conclusiones que proceden de las aristas de la disciplina. Confío no haberlos tratado de forma partidista y haber cubierto de manera juiciosa, aunque no indiscriminada, las grandes perspectivas de la sociología.
El libro se ha construido en torno a diversos temas básicos, que espero concedan a la obra un carácter distintivo. Uno de los temas principales es el mundo que cambia. La sociología nació de las transformaciones que separaron violentamente el orden social industrial de Occidente de las formas de vida características de las sociedades preexistentes. El mundo que trajeron estos cambios ha sido el objeto de interés dominante del análisis sociológico.
El ritmo del cambio social ha continuado acelerándose y es posible que nos encontremos en el umbral de una transformación tan importante como la que se produjo a finales del siglo XVIII y durante el XIX. La sociología tiene una responsabilidad primordial en la exploración de las transformaciones que han tenido lugar en el pasado, así como en la comprensión de las grandes líneas de desarrollo que se dan cita en el presente.
La contemporaneidad es lo vigente, y la explicación de lo vigente es la historia. La conclusión que se impone es distinguir entre pasado e historia: el pasado sería la totalidad de las personas y las acciones, que no podemos conocer, en tanto la historia explica la construcción de las realidades presentes.
No es posible agotar la realidad. Del mismo modo que Galileo concibió la ciencia como el estudio de las magnitudes mensurables, el historiador selecciona los elementos significativos para la construcción del pasado. Durante siglos la historia se limitó a la acción de Dios y de los príncipes que hacían la guerra y la paz en su nombre. La aparición del ciudadano como sujeto de derechos complicó la existencia, y la historia se vio en la necesidad de incluir los elementos de la nueva realidad, sin que la especialización de las materias ofreciese una solución satisfactoria, mientras los resultados no se integren en una explicación global, la historia total que estuvo de moda hace unas décadas y que conserva su vigencia como pretensión de los autores.
I. INTRODUCCIÓN: LAS TIERRAS Y LOS PUEBLOS DE ALEMANIA
II. LA ALEMANIA MEDIEVAL
Los comienzos de la historia alemana - Alemania en la Edad Media: del siglo IX al siglo XIII - Alemania en la Baja Edad Media
III. LA ERA DE LA CONFESIONALIZACIÓN, 1500-1648
La Reforma alemana: los orígenes - La Guerra de los Campesinos en Alemania - La evolución de la Reforma alemana - Alemania en la era de la Contrarreforma - La Guerra de los Treinta Años - El Tratado de Westfalia y los efectos de la guerra
IV. LA ERA DEL ABSOLUTISMO, 1648-1815
El absolutismo y el auge de Prusia - Religión, cultura e Ilustración - El impacto de la Revolución francesa
V. LA ERA DE LA INDUSTRIALIZACIÓN, 1815-1918
La Alemania de la Restauración, 1815-1848 - Las revoluciones de 1848 - La unificación de Alemania - Alemania bajo Bismarck - Sociedad y política en la Alemania guillermina - La cultura en la Alemania imperial - La política exterior y la Primera Guerra Mundial
VI. DEMOCRACIA Y DICTADURA, 1918-1945
La República de Weimar: sus orígenes y primeros años - El periodo de aparente estabilización - El hundimiento de la democracia de Weimar - La consolidación del poder de Hitler - Política exterior y guerra - Holocausto, resistencia y derrota
VII. LAS DOS ALEMANIAS, 1945-1990
La creación de las dos Alemanias - De la fundación a la consolidación - La política en las dos Alemanias, 1949-1989 - Economía y sociedad en Alemania Occidental - Economía y sociedad en la RDA, 1949-1989
VIII. LA REPÚBLICA FEDERAL DE ALEMANIA DESPUÉS DE 1990
IX. PAUTAS Y PROBLEMAS DE LA HISTORIA ALEMANA
Bibliografía
Índice de ilustraciones y mapas
Índice onomástico
El moderno sistema mundial se publicó en 1974. En realidad, fue escrito en 1971-1972. Me costó bastante encontrar un editor. El libro trataba sobre el siglo xvi y se ocupaba de un tema prácticamente desconocido: una economía-mundo, deliberadamente escrita con guion. Era largo y tenía una cantidad considerable de notas al pie. Cuando apareció, un revisor no muy amistoso se quejó de que las notas trepaban por las páginas. Por fin Academic Press y quien era entonces su erudito asesor editorial, Charles Tilly, decidieron correr el riesgo de incluirlo en su nueva colección de ciencias sociales. Cuando salió, su recepción sorprendió a todos, y muy en especial tanto al editor como el autor. Obtuvo reseñas favorables en el New York Times Sunday Book Review (en la primera plana) y en el New York Review of Books. En 1975 recibió el premio de la American Sociological Association a la mejor publicación erudita. En ese momento un gran reconocimiento era el premio Sorokin. Fue algo tan inesperado que yo ni siquiera estaba presente en la sesión en la que se lo anunció. El libro se tradujo rápidamente a una gran cantidad de otros idiomas. Se vendió notablemente bien por tratarse de una monografía académica. Desde todo punto de vista, era un éxito. Pero también resultó, de inmediato, que era un libro sumamente controvertido. Recibió extraordinarios elogios, pero fue sujeto asimismo de enérgicas denuncias, que provenían de muchos campos diferentes. Ahora, mientras escribo 37 años después de la publicación inicial, creo que vale la pena pasar revista a las críticas. ¿Cuáles eran sus fuentes? ¿Qué tal han sobrevivido? ¿Qué pienso hoy de la validez de las mismas? ¿Cómo influyeron esas críticas en los siguientes volúmenes? Desde el primer momento tengo que señalar un subtexto particular de las críticas. Yo, por profesión, era sociólogo. Este libro les dio a muchos la impresión de ser una obra de historia económica. No se suponía, por lo menos no a principios de los setenta, que los sociólogos se interesasen por escribir respecto al siglo xvi o sobre temas de los que se ocupaban los historiadores de la economía. Por otro lado, los historiadores desconfiaban de los intrusos provenientes de otras disciplinas universitarias, sobre todo si se basaban, como hice yo, casi exclusivamente en las denominadas fuentes secundarias. Además, el libro se ocupaba, de manera central, de relaciones espaciales globales, y se suponía que ése era el dominio de los geógrafos. Y por último, entre los primeros entusiastas del libro había un grupo inesperado: algunos arqueólogos. Así que daba la impresión de estar desafiando las categorías que definían en ese momento el trabajo académico y de no encajar en las habituales divisiones enaltecidas en las estructuras del saber. Debo empezar este comentario con mi propia percepción en el momento en el que escribí el libro. En la introducción explicaba cómo llegué a escribirlo. Iba en pos de una mala idea: que podría entender mejor las trayectorias de las «nuevas naciones» del siglo xx si estudiaba cómo habían llegado a «desarrollarse» las naciones que fueron «nuevas» en el siglo xvi. Era una mala idea porque asumía que todos los estados seguían sendas paralelas e independientes hacia algo llamado "desarrollo". No obstante, esta mala idea tuvo ventajas inesperadas. Me puso a leer sobre Europa occidental en el siglo xvi e hizo que dirigiesen mi atención hacia realidades que no había previsto. En ese momento yo consideraba que estaba discutiendo primordialmente con los sociólogos weberianos; no con el mismo Max Weber sino con el uso de sus categorías tal como se daba en la sociología estadunidense (y hasta cierto punto mundial) en el periodo posterior a 1945. Imperaba la impresión general de que el libro de Weber sobre la ética protestante significaba que la existencia de ciertos tipos de valores constituía un requisito previo necesario para lo que en el periodo posterior a 1945 solía llamarse modernización o desarrollo (económico). En ese tiempo el procedimiento especializado habitual consistía en examinar, país por país, la existencia o el surgimiento de tales valores. El resultado fue la creación de una especie de orden jerárquico de la marcha del progreso. ¿Qué país fue el primero? ¿Cuál vino después? ¿Yahora cuál sería el siguiente? Y, como pregunta derivada, ¿qué tenía que hacer ahora un país para poder ser el siguiente? Yo traté de cuestionar esa narrativa de varias maneras. En primer lugar, insistía en que este proceso no podía examinarse país por país sino sólo dentro de una categoría más amplia que denominé sistema-mundo (donde la palabra mundo no es sinónimo de global): un mundo, no el mundo, como lo expresaría Fernand Braudel. Segundo, sugería que los valores en cuestión seguían, no precedían, a las transformaciones económicas que estaban produciéndose. Sugería que sólo si ubicábamos a los diversos estados en sus . relaciones con los demás podríamos comprender por qué algunos llegaron a ser líderes de la eficiencia productiva y la acumulación de riqueza. Y, tercero, rechazaba la principal antinomia de los weberianos posteriores a 1945: la de lo moderno y lo tradicional. Antes bien, compartía los argumentos —que estaban desarrollándose— de los dependistas, como Samir Amin y Andre Gunder Frank, en cl sentido de que lo «tradicional» era tan reciente como lo «moderno», que ambos aparecían juntos, por lo cual podríamos hablar, como en la famosa frase de Frank, «del desarrollo del subdesarrollo». Yo esperaba ser denunciado por los weberianos posteriores a 1945. Si bien se inclinaban por no aceptar lo que estaba sosteniendo, se inclinaban también en general a recibir mis argumentos educadamente, pese a lo que parecían pensar era mi resurrección de los argumentos marxistas (que ellos creían que ya había sido abandonados, o que tendrían que haber sido abandonados, por los estudiosos serios). Me parece que estaban sorprendidos ante el hecho de que yo realmente me hubiera zambullido en la historia del siglo xvi, mientras que muchos de ellos se habían limitado a basarse en una síntesis abreviada (y a veces distorsionada) de las tesis weberianas para poder discutir el material del siglo xx. Además, como observamos poco después Terence Hopkins y yo en un artículo conjunto, gran parte de los denominados análisis comparativos efectuados por los adeptos de la modernización involucraba la comparación de datos contemporáneos sobre un país no occidental con datos presuntos (pero no estudiados empíricamente) acerca de Estados Unidos (o tal vez de otro país de Europa occidental). De cualquier manera, los peores golpes vinieron de otro lado....
El moderno sistema mundial se publicó en 1974. En realidad, fue escrito en 1971-1972. Me costó bastante encontrar un editor. El libro trataba sobre el siglo xvi y se ocupaba de un tema prácticamente desconocido: una economía-mundo, deliberadamente escrita con guion. Era largo y tenía una cantidad considerable de notas al pie. Cuando apareció, un revisor no muy amistoso se quejó de que las notas trepaban por las páginas. Por fin Academic Press y quien era entonces su erudito asesor editorial, Charles Tilly, decidieron correr el riesgo de incluirlo en su nueva colección de ciencias sociales. Cuando salió, su recepción sorprendió a todos, y muy en especial tanto al editor como el autor. Obtuvo reseñas favorables en el New York Times Sunday Book Review (en la primera plana) y en el New York Review of Books. En 1975 recibió el premio de la American Sociological Association a la mejor publicación erudita. En ese momento un gran reconocimiento era el premio Sorokin. Fue algo tan inesperado que yo ni siquiera estaba presente en la sesión en la que se lo anunció. El libro se tradujo rápidamente a una gran cantidad de otros idiomas. Se vendió notablemente bien por tratarse de una monografía académica. Desde todo punto de vista, era un éxito. Pero también resultó, de inmediato, que era un libro sumamente controvertido. Recibió extraordinarios elogios, pero fue sujeto asimismo de enérgicas denuncias, que provenían de muchos campos diferentes. Ahora, mientras escribo 37 años después de la publicación inicial, creo que vale la pena pasar revista a las críticas. ¿Cuáles eran sus fuentes? ¿Qué tal han sobrevivido? ¿Qué pienso hoy de la validez de las mismas? ¿Cómo influyeron esas críticas en los siguientes volúmenes? Desde el primer momento tengo que señalar un subtexto particular de las críticas. Yo, por profesión, era sociólogo. Este libro les dio a muchos la impresión de ser una obra de historia económica. No se suponía, por lo menos no a principios de los setenta, que los sociólogos se interesasen por escribir respecto al siglo xvi o sobre temas de los que se ocupaban los historiadores de la economía. Por otro lado, los historiadores desconfiaban de los intrusos provenientes de otras disciplinas universitarias, sobre todo si se basaban, como hice yo, casi exclusivamente en las denominadas fuentes secundarias. Además, el libro se ocupaba, de manera central, de relaciones espaciales globales, y se suponía que ése era el dominio de los geógrafos. Y por último, entre los primeros entusiastas del libro había un grupo inesperado: algunos arqueólogos. Así que daba la impresión de estar desafiando las categorías que definían en ese momento el trabajo académico y de no encajar en las habituales divisiones enaltecidas en las estructuras del saber. Debo empezar este comentario con mi propia percepción en el momento en el que escribí el libro. En la introducción explicaba cómo llegué a escribirlo. Iba en pos de una mala idea: que podría entender mejor las trayectorias de las «nuevas naciones» del siglo xx si estudiaba cómo habían llegado a «desarrollarse» las naciones que fueron «nuevas» en el siglo xvi. Era una mala idea porque asumía que todos los estados seguían sendas paralelas e independientes hacia algo llamado "desarrollo". No obstante, esta mala idea tuvo ventajas inesperadas. Me puso a leer sobre Europa occidental en el siglo xvi e hizo que dirigiesen mi atención hacia realidades que no había previsto. En ese momento yo consideraba que estaba discutiendo primordialmente con los sociólogos weberianos; no con el mismo Max Weber sino con el uso de sus categorías tal como se daba en la sociología estadunidense (y hasta cierto punto mundial) en el periodo posterior a 1945. Imperaba la impresión general de que el libro de Weber sobre la ética protestante significaba que la existencia de ciertos tipos de valores constituía un requisito previo necesario para lo que en el periodo posterior a 1945 solía llamarse modernización o desarrollo (económico). En ese tiempo el procedimiento especializado habitual consistía en examinar, país por país, la existencia o el surgimiento de tales valores. El resultado fue la creación de una especie de orden jerárquico de la marcha del progreso. ¿Qué país fue el primero? ¿Cuál vino después? ¿Yahora cuál sería el siguiente? Y, como pregunta derivada, ¿qué tenía que hacer ahora un país para poder ser el siguiente? Yo traté de cuestionar esa narrativa de varias maneras. En primer lugar, insistía en que este proceso no podía examinarse país por país sino sólo dentro de una categoría más amplia que denominé sistema-mundo (donde la palabra mundo no es sinónimo de global): un mundo, no el mundo, como lo expresaría Fernand Braudel. Segundo, sugería que los valores en cuestión seguían, no precedían, a las transformaciones económicas que estaban produciéndose. Sugería que sólo si ubicábamos a los diversos estados en sus . relaciones con los demás podríamos comprender por qué algunos llegaron a ser líderes de la eficiencia productiva y la acumulación de riqueza. Y, tercero, rechazaba la principal antinomia de los weberianos posteriores a 1945: la de lo moderno y lo tradicional. Antes bien, compartía los argumentos —que estaban desarrollándose— de los dependistas, como Samir Amin y Andre Gunder Frank, en cl sentido de que lo «tradicional» era tan reciente como lo «moderno», que ambos aparecían juntos, por lo cual podríamos hablar, como en la famosa frase de Frank, «del desarrollo del subdesarrollo». Yo esperaba ser denunciado por los weberianos posteriores a 1945. Si bien se inclinaban por no aceptar lo que estaba sosteniendo, se inclinaban también en general a recibir mis argumentos educadamente, pese a lo que parecían pensar era mi resurrección de los argumentos marxistas (que ellos creían que ya había sido abandonados, o que tendrían que haber sido abandonados, por los estudiosos serios). Me parece que estaban sorprendidos ante el hecho de que yo realmente me hubiera zambullido en la historia del siglo xvi, mientras que muchos de ellos se habían limitado a basarse en una síntesis abreviada (y a veces distorsionada) de las tesis weberianas para poder discutir el material del siglo xx. Además, como observamos poco después Terence Hopkins y yo en un artículo conjunto, gran parte de los denominados análisis comparativos efectuados por los adeptos de la modernización involucraba la comparación de datos contemporáneos sobre un país no occidental con datos presuntos (pero no estudiados empíricamente) acerca de Estados Unidos (o tal vez de otro país de Europa occidental). De cualquier manera, los peores golpes vinieron de otro lado....
El moderno sistema mundial se publicó en 1974. En realidad, fue escrito en 1971-1972. Me costó bastante encontrar un editor. El libro trataba sobre el siglo xvi y se ocupaba de un tema prácticamente desconocido: una economía-mundo, deliberadamente escrita con guion. Era largo y tenía una cantidad considerable de notas al pie. Cuando apareció, un revisor no muy amistoso se quejó de que las notas trepaban por las páginas. Por fin Academic Press y quien era entonces su erudito asesor editorial, Charles Tilly, decidieron correr el riesgo de incluirlo en su nueva colección de ciencias sociales.
Cuando salió, su recepción sorprendió a todos, y muy en especial tanto al editor como el autor. Obtuvo reseñas favorables en el New York Times Sunday Book Review (en la primera plana) y en el New York Review of Books. En 1975 recibió el premio de la American Sociological Association a la mejor publicación erudita.
En ese momento un gran reconocimiento era el premio Sorokin.
Fue algo tan inesperado que yo ni siquiera estaba presente en la sesión en la que se lo anunció. El libro se tradujo rápidamente a una gran cantidad de otros idiomas. Se vendió notablemente bien por tratarse de una monografía académica. Desde todo punto de vista, era un éxito.
Pero también resultó, de inmediato, que era un libro sumamente controvertido. Recibió extraordinarios elogios, pero fue sujeto asimismo de enérgicas denuncias, que provenían de muchos campos diferentes. Ahora, mientras escribo 37 años después de la publicación inicial, creo que vale la pena pasar revista a las críticas. ¿Cuáles eran sus fuentes? ¿Qué tal han sobrevivido? ¿Qué pienso hoy de la validez de las mismas? ¿Cómo influyeron esas críticas en los siguientes volúmenes?
Desde el primer momento tengo que señalar un subtexto particular de las críticas. Yo, por profesión, era sociólogo. Este libro les dio a muchos la impresión de ser una obra de historia económica. No se suponía, por lo menos no a principios de los setenta, que los sociólogos se interesasen por escribir respecto al siglo xvi o sobre temas de los que se ocupaban los historiadores de la economía. Por otro lado, los historiadores desconfiaban de los intrusos provenientes de otras disciplinas universitarias, sobre todo si se basaban, como hice yo, casi exclusivamente en las denominadas fuentes secundarias. Además, el libro se ocupaba, de manera central, de relaciones espaciales globales, y se suponía que ése era el dominio de los geógrafos. Y por último, entre los primeros entusiastas del libro había un grupo inesperado: algunos arqueólogos. Así que daba la impresión de estar desafiando las categorías que definían en ese momento el trabajo académico y de no encajar en las habituales divisiones enaltecidas en las estructuras del saber.
Debo empezar este comentario con mi propia percepción en el momento en el que escribí el libro. En la introducción explicaba cómo llegué a escribirlo. Iba en pos de una mala idea: que podría entender mejor las trayectorias de las «nuevas naciones» del siglo xx si estudiaba cómo habían llegado a «desarrollarse» las naciones que fueron «nuevas» en el siglo xvi. Era una mala idea porque asumía que todos los estados seguían sendas paralelas e independientes hacia algo llamado "desarrollo". No obstante, esta mala idea tuvo ventajas inesperadas. Me puso a leer sobre Europa occidental en el siglo xvi e hizo que dirigiesen mi atención hacia realidades que no había previsto. En ese momento yo consideraba que estaba discutiendo primordialmente con los sociólogos weberianos; no con el mismo Max Weber sino con el uso de sus categorías tal como se daba en la sociología estadunidense (y hasta cierto punto mundial) en el periodo posterior a 1945. Imperaba la impresión general de que el libro de Weber sobre la ética protestante significaba que la existencia de ciertos tipos de valores constituía un requisito previo necesario para lo que en el periodo posterior a 1945 solía llamarse modernización o desarrollo (económico).
En ese tiempo el procedimiento especializado habitual consistía en examinar, país por país, la existencia o el surgimiento de tales valores. El resultado fue la creación de una especie de orden jerárquico de la marcha del progreso. ¿Qué país fue el primero? ¿Cuál vino después? ¿Yahora cuál sería el siguiente? Y, como pregunta derivada, ¿qué tenía que hacer ahora un país para poder ser el siguiente?
Yo traté de cuestionar esa narrativa de varias maneras. En primer lugar, insistía en que este proceso no podía examinarse país por país sino sólo dentro de una categoría más amplia que denominé sistema-mundo (donde la palabra mundo no es sinónimo de global): un mundo, no el mundo, como lo expresaría Fernand Braudel.
Segundo, sugería que los valores en cuestión seguían, no precedían, a las transformaciones económicas que estaban produciéndose. Sugería que sólo si ubicábamos a los diversos estados en sus . relaciones con los demás podríamos comprender por qué algunos llegaron a ser líderes de la eficiencia productiva y la acumulación de riqueza.
Y, tercero, rechazaba la principal antinomia de los weberianos posteriores a 1945: la de lo moderno y lo tradicional. Antes bien, compartía los argumentos —que estaban desarrollándose— de los dependistas, como Samir Amin y Andre Gunder Frank, en cl sentido de que lo «tradicional» era tan reciente como lo «moderno», que ambos aparecían juntos, por lo cual podríamos hablar, como en la famosa frase de Frank, «del desarrollo del subdesarrollo».
Yo esperaba ser denunciado por los weberianos posteriores a 1945. Si bien se inclinaban por no aceptar lo que estaba sosteniendo, se inclinaban también en general a recibir mis argumentos educadamente, pese a lo que parecían pensar era mi resurrección de los argumentos marxistas (que ellos creían que ya había sido abandonados, o que tendrían que haber sido abandonados, por los estudiosos serios). Me parece que estaban sorprendidos ante el hecho de que yo realmente me hubiera zambullido en la historia del siglo xvi, mientras que muchos de ellos se habían limitado a basarse en una síntesis abreviada (y a veces distorsionada) de las tesis weberianas para poder discutir el material del siglo xx. Además, como observamos poco después Terence Hopkins y
yo en un artículo conjunto, gran parte de los denominados análisis comparativos efectuados por los adeptos de la modernización
involucraba la comparación de datos contemporáneos sobre un país no occidental con datos presuntos (pero no estudiados empíricamente) acerca de Estados Unidos (o tal vez de otro país de Europa occidental).
De cualquier manera, los peores golpes vinieron de otro lado....
El moderno sistema mundial se publicó en 1974. En realidad, fue escrito en 1971-1972. Me costó bastante encontrar un editor. El libro trataba sobre el siglo xvi y se ocupaba de un tema prácticamente desconocido: una economía-mundo, deliberadamente escrita con guion. Era largo y tenía una cantidad considerable de notas al pie. Cuando apareció, un revisor no muy amistoso se quejó de que las notas trepaban por las páginas. Por fin Academic Press y quien era entonces su erudito asesor editorial, Charles Tilly, decidieron correr el riesgo de incluirlo en su nueva colección de ciencias sociales.
Cuando salió, su recepción sorprendió a todos, y muy en especial tanto al editor como el autor. Obtuvo reseñas favorables en el New York Times Sunday Book Review (en la primera plana) y en el New York Review of Books. En 1975 recibió el premio de la American Sociological Association a la mejor publicación erudita.
En ese momento un gran reconocimiento era el premio Sorokin.
Fue algo tan inesperado que yo ni siquiera estaba presente en la sesión en la que se lo anunció. El libro se tradujo rápidamente a una gran cantidad de otros idiomas. Se vendió notablemente bien por tratarse de una monografía académica. Desde todo punto de vista, era un éxito.
Pero también resultó, de inmediato, que era un libro sumamente controvertido. Recibió extraordinarios elogios, pero fue sujeto asimismo de enérgicas denuncias, que provenían de muchos campos diferentes. Ahora, mientras escribo 37 años después de la publicación inicial, creo que vale la pena pasar revista a las críticas. ¿Cuáles eran sus fuentes? ¿Qué tal han sobrevivido? ¿Qué pienso hoy de la validez de las mismas? ¿Cómo influyeron esas críticas en los siguientes volúmenes?
Desde el primer momento tengo que señalar un subtexto particular de las críticas. Yo, por profesión, era sociólogo. Este libro les dio a muchos la impresión de ser una obra de historia económica. No se suponía, por lo menos no a principios de los setenta, que los sociólogos se interesasen por escribir respecto al siglo xvi o sobre temas de los que se ocupaban los historiadores de la economía. Por otro lado, los historiadores desconfiaban de los intrusos provenientes de otras disciplinas universitarias, sobre todo si se basaban, como hice yo, casi exclusivamente en las denominadas fuentes secundarias. Además, el libro se ocupaba, de manera central, de relaciones espaciales globales, y se suponía que ése era el dominio de los geógrafos. Y por último, entre los primeros entusiastas del libro había un grupo inesperado: algunos arqueólogos. Así que daba la impresión de estar desafiando las categorías que definían en ese momento el trabajo académico y de no encajar en las habituales divisiones enaltecidas en las estructuras del saber.
Debo empezar este comentario con mi propia percepción en el momento en el que escribí el libro. En la introducción explicaba cómo llegué a escribirlo. Iba en pos de una mala idea: que podría entender mejor las trayectorias de las «nuevas naciones» del siglo xx si estudiaba cómo habían llegado a «desarrollarse» las naciones que fueron «nuevas» en el siglo xvi. Era una mala idea porque asumía que todos los estados seguían sendas paralelas e independientes hacia algo llamado "desarrollo". No obstante, esta mala idea tuvo ventajas inesperadas. Me puso a leer sobre Europa occidental en el siglo xvi e hizo que dirigiesen mi atención hacia realidades que no había previsto. En ese momento yo consideraba que estaba discutiendo primordialmente con los sociólogos weberianos; no con el mismo Max Weber sino con el uso de sus categorías tal como se daba en la sociología estadunidense (y hasta cierto punto mundial) en el periodo posterior a 1945. Imperaba la impresión general de que el libro de Weber sobre la ética protestante significaba que la existencia de ciertos tipos de valores constituía un requisito previo necesario para lo que en el periodo posterior a 1945 solía llamarse modernización o desarrollo (económico).
En ese tiempo el procedimiento especializado habitual consistía en examinar, país por país, la existencia o el surgimiento de tales valores. El resultado fue la creación de una especie de orden jerárquico de la marcha del progreso. ¿Qué país fue el primero? ¿Cuál vino después? ¿Yahora cuál sería el siguiente? Y, como pregunta derivada, ¿qué tenía que hacer ahora un país para poder ser el siguiente?
Yo traté de cuestionar esa narrativa de varias maneras. En primer lugar, insistía en que este proceso no podía examinarse país por país sino sólo dentro de una categoría más amplia que denominé sistema-mundo (donde la palabra mundo no es sinónimo de global): un mundo, no el mundo, como lo expresaría Fernand Braudel.
Segundo, sugería que los valores en cuestión seguían, no precedían, a las transformaciones económicas que estaban produciéndose. Sugería que sólo si ubicábamos a los diversos estados en sus . relaciones con los demás podríamos comprender por qué algunos llegaron a ser líderes de la eficiencia productiva y la acumulación de riqueza.
Y, tercero, rechazaba la principal antinomia de los weberianos posteriores a 1945: la de lo moderno y lo tradicional. Antes bien, compartía los argumentos —que estaban desarrollándose— de los dependistas, como Samir Amin y Andre Gunder Frank, en cl sentido de que lo «tradicional» era tan reciente como lo «moderno», que ambos aparecían juntos, por lo cual podríamos hablar, como en la famosa frase de Frank, «del desarrollo del subdesarrollo».
Yo esperaba ser denunciado por los weberianos posteriores a 1945. Si bien se inclinaban por no aceptar lo que estaba sosteniendo, se inclinaban también en general a recibir mis argumentos educadamente, pese a lo que parecían pensar era mi resurrección de los argumentos marxistas (que ellos creían que ya había sido abandonados, o que tendrían que haber sido abandonados, por los estudiosos serios). Me parece que estaban sorprendidos ante el hecho de que yo realmente me hubiera zambullido en la historia del siglo xvi, mientras que muchos de ellos se habían limitado a basarse en una síntesis abreviada (y a veces distorsionada) de las tesis weberianas para poder discutir el material del siglo xx. Además, como observamos poco después Terence Hopkins y
yo en un artículo conjunto, gran parte de los denominados análisis comparativos efectuados por los adeptos de la modernización
involucraba la comparación de datos contemporáneos sobre un país no occidental con datos presuntos (pero no estudiados empíricamente) acerca de Estados Unidos (o tal vez de otro país de Europa occidental).
De cualquier manera, los peores golpes vinieron de otro lado....
transformación de los conceptos políticos básicos en los países de habla española y portuguesa a ambos lados del Atlántico entre, aproximadamente, 1750 y 1850.
Es decir, desde las reformas borbónicas y pombalinas hasta la clausura de la primera oleada de revoluciones liberales y la cristalización de los nuevos Estados independientes.
Sin menospreciar la novedad metodológica de la aproximación propuesta, la relevancia de un proyecto de estas características estriba sobre todo en su dimension transnacional. En efecto: aunque en esta etapa inicial, por razones de eficacia en la investigación, los primeros resultados se ciñen a los contextos «nacionales» (y las comillas aquí son obligadas, puesto que en la América hispano-lusa los marcos de referencia políticos durante el periodo anterior a las independencias
–pueblos, ciudades, provincias, virreinatos, capitanías generales, audiencias, etc.– en modo alguno pueden calificarse de naciones), nuestro objetivo es ir más allá de los lindes del Estado nacional, para ensayar una verdadera historia atlántica de los conceptos políticos. Una historia que tome en cuenta el utillaje conceptual de los agentes –individuales y colectivos– para lograr así una mejor comprensión de
sus motivaciones y del sentido de su acción política, con vistas a un acercamiento más satisfactorio a la dinámica de los procesos históricos.
En la medida en que este libro recoge y explica una serie de voces ordenadas alfabéticamente, podemos decir que se trata de un diccionario. Hay que reconocer, sin embargo, que estamos ante un diccionario bastante atípico. Su propósito no es coleccionar un repertorio de definiciones unívocas –como en los diccionarios lexicográficos–, ni tampoco reunir un conjunto de informaciones acerca de acontecimientos, instituciones, personas, etc. –como en las enciclopedias–, sino más bien trazar un mapa semántico que, partiendo del vocabulario, recoja algunas de las más sobresalientes experiencias históricas vividas por los iberoamericanos, en este caso a lo largo de ese periodo crucial que suele denominarse la «era de las revoluciones». El glosario es aquí sobre todo una vía de entrada para entender mejor a los actores.
La doble premisa metodológica que subyace a esta aproximación –inspirada en gran medida en la «historia de conceptos» (Begriffsgeschichte) de Reinhart Koselleck– es que dichas experiencias han ido dejando su huella en el lenguaje, huella que el historiador puede rastrear y tratar de interpretar; y, en segundo lugar, pero no menos importante, que la posibilidad de vivir tales experiencias presupone que los actores tuvieron que disponer necesariamente de ciertas nociones
y categorías, pues la realidad social está lingüísticamente constituida, y sólo lo que ha sido previamente conceptualizado es visible e inteligible para los actores.
Es justamente esa dialéctica entre nociones y experiencias la que la historia conceptual se esfuerza por sacar a la luz, mostrando las complejas relaciones de ida y vuelta que algunos centenares de palabras cardinales guardan con las cambiantes circunstancias históricas.
Es sabido que las palabras, al menos ciertas palabras clave usadas estratégicamente por los agentes/hablantes, constituyen armas formidables en el combate político. Pero no se trata sólo de palabras, sino de conceptos. Y de conceptos fundamentales. Quizá sea oportuno en este punto recordar brevemente la distinción clásica que establece R. Koselleck entre unas y otros. Aunque tanto las palabras como los conceptos, por ser realidades históricas, «poseen una pluralidad de
significados», este autor distingue a efectos analíticos entre la palabra, que «contiene posibilidades significativas» que se aplican pragmáticamente en cada caso, de manera particularizada y tendencialmente unívoca, al objeto referido –por muy abstracto que pueda ser ese objeto–, y el concepto, que «unifica en sí el conjunto de significados», y por tanto es necesariamente polisémico. De modo que
un concepto es más que una palabra. Desde el punto de vista koselleckiano, «una palabra [sólo] se convierte en concepto cuando el conjunto de un contexto sociopolítico en el cual y para el cual se utiliza dicha palabra entra íntegramente a formar parte de ella»
Los conceptos vendrían a ser algo así como «concentrados de experiencia histórica» y, al mismo tiempo, dispositivos de anticipación de las experiencias posibles. De ahí que su análisis histórico, y más si este análisis es comparativo, nos permita acceder a la cristalización semántica diferencial –e internamente conflictiva– de tales experiencias/expectativas desplegadas en el espacio y en el tiempo.
Durante la ocupación alemana de su país en la Primera Guerra Mundial, Pirenne sobresalió por la oposición pacífica contra el invasor e incluso fue detenido por ello.
Obra
Henri Pirenne es conocido como uno de los grandes historiadores del siglo XX, en particular por lo que se conoce como la Tesis de Pirenne (una reinterpretación vigorosa e inédita sobre el inicio y duración de la Edad Media) y por su estudio sobre los orígenes de Bélgica como nación.
Sobre la obra de Pirenne se expresó Marc Bloch: "Es necesario repetir el valor de las cualidades que hacen de cada una de las obras del gran sabio belga, desde su aparición, en el sentido propio de la palabra, un clásico de la literatura..."
El libro más conocido de Pirenne es Mahoma y Carlomagno que es una especie de colofón al libro Historia económica y social de la edad media, que se publicó en artículos y que contiene la tesis que lleva su nombre.
Tesis de Pirenne
Pirenne aduce contra la teoría general que la Edad Media no se inicia con la caída del Imperio romano, pues los bárbaros que lo vencieron, no lo destruyeron, sino que, por el contrario, se romanizaron y lo utilizaron económica y culturalmente para beneficiarse de él. Por esta razón conservaron el Mediterráneo como el Mare nostrum de los romanos, para continuar con el comercio y el intercambio de la misma manera que lo hizo el imperio; así los pueblos siguieron trayendo del continente sus mercancías y trasladándolas por el Mediterráneo, conservando el eje comercial en Roma, hasta que los árabes invaden parte de Europa en el siglo VII
Esta fecha es la que propone para el verdadero inicio de la Edad Media. Estos invasores, que tenían una civilización más desarrollada que la europea, tuvieron por estrategia cerrar el Mediterráneo a la navegación por los europeos, convirtiendo a la Europa marítima en una Europa continental, reduciendo enormemente su riqueza y favoreciendo la aparición de feudos por el continente, todo lo cual profundizó la confrontación entre los musulmanes y cristianos, que derivó en una lucha en que cada parte reconcentró y defendió su identidad religiosa a falta de otra forma de cohesión nacionalista.
Las fases del predominio de una u otra parte a lo largo de la Edad Media se pueden concretar en un primer periodo de predominio musulmán, posteriormente la reacción cristiana conocida como las Cruzadas, y por último la contraofensiva musulmana, realizada esta vez por el Imperio otomano, en las costas orientales del Mediterráneo, hasta que Europa las recuperó en la Primera Guerra Mundial.
Este prólogo tiene como objetivo y misión hacer una invitación a la lectura de una compilación de ensayos, artículos y capítulos de libro escritos por un investigador científico e intelectual público del Uruguay actual.
La figura del investigador está, por lo general, apegada al oficio de delimitar problemas y plantear algunas respuestas que sean, además de convincentes, respaldadas por algún tipo de evidencia para que esas hipotéticas contestaciones sean válidas en un sentido definido y aceptado por pares. Cuando se trata de un historiador de aspectos políticos, como es el caso del autor de los textos aquí reunidos, esos problemas están conectados con alguna parte de la historia de un lugar y periodo. Caetano se ocupa de forma preponderante de la historia del Uruguay con especial destaque de aquella que transcurre desde el inicio del siglo veinte hasta la transición hacia la democracia que siguió a la última dictadura (1973-1985). Lugar y periodo son en sí mismos limitados y tratados con rigor historiográfico por múltiples autores connacionales y extranjeros, coetáneos y de generaciones previas y posteriores.
La persona que investiga sujeto a las normas de su disciplina y su campo de especialidad suele ser cuidadoso con sus fuentes de información, reflexivo en relación con los métodos y técnicas para tratar la evidencia que proviene de esas fuentes y riguroso en la comunicación de sus resultados. El autor de aquellos capítulos y artículos de esta compilación que provienen de la práctica de su oficio aúna a los rasgos anteriores su conocimiento de la historiografía y una calidad narrativa que se expresa mediante un estilo de presentar lo que ha investigado que atrae a cualquier lector.
Un investigador científico se torna un intelectual público cuando se ocupa, a partir de su bagaje de conocimientos, de asuntos que requieren de la deliberación pública en entornos específicos –foros, medios de comunicación, actividades de movimientos sociales. No obstante, su formación y su carácter de investigador científico, la personalidad de quien ha escrito estos textos trasciende hacia otras facetas que lo han convertido en un intelectual público. Tales son sus contribuciones sobre la evolución histórica de los procesos de integración, sobre las posibilidades de combinar de forma virtuosa, en América Latina, distribución equitativa del ingreso, crecimiento del producto e inserción internacional de los países y sobre la democracia como régimen político deseable para el contexto subregional. Sin duda, los textos sobre estos asuntos alientan la deliberación pública, no solo en su tierra natal sino también en foros diversos del subcontinente y más allá.
El Uruguay actual, ese que emerge de la transición democrática, es el entorno en el que el investigador ha practicado plenamente su oficio, sin las constricciones impuestas por la dictadura, y en el que ha desempeñado su papel de intelectual público. Desde allí su obra y sus contribuciones al debate intelectual han recorrido muchos foros latinoamericanos, continentales y extracontinentales.
El talante deliberativo sobre cuestiones latinoamericanas que caracterizan la obra de Caetano ha repercutido, a su vez, en la proyección de ese Uruguay actual en el ámbito internacional. Actualidad, carácter dialógico y rigor son en gran medida características de la obra aquí reunida.
Los motivos de esta invitación son de diversa índole y son aquellos que un lego, no un especialista ni un experto, daría para leer esta obra antológica.
Primer motivo, es infrecuente entrar al taller de un historiador.
La faena de la historia compromete a todas las personas, moldea lo que es cada una, hace la sociedad en que ellas viven, delinea el pensamiento de la época en que actúan, condiciona sus trayectorias de vida. Nadie escapa a la historia. Por ello el oficio de historiar es tan trascedente y difícil. Supone enterar a personas y sociedad vivientes de cómo llegaron hasta su época, debido a qué hechos y procesos, mediante qué acciones y reflexiones, en qué condiciones para hacer posibles sus distintos cursos de vida. Leer a un practicante de ese oficio tiene consecuencias para quien se aventura a comprender las historias que el historiador narra. Por tanto, es necesario tomar prevenciones mínimas cuando una persona lee Historia. La primera es entender que el historiador está tan comprometido y constreñido por la historia como cualquier persona. La segunda es conocer cuál es el taller en que se forja la narración historiográfica. Hay que tener claro qué fuentes nutren el relato, como se las usa, con qué conceptos, ideas y visiones se narra lo sucedido, con qué valores se juzgan personas, colectividades, sociedad, economía, política, cultura.
Un rasgo distintivo de la obra de Caetano y de los textos antologados es el siguiente: la infrecuente posibilidad de acceder al taller del historiador se torna, en su caso, posible con frecuencia. Sus trabajos presentan fuentes, discurren sobre categorías analíticas, sus enlaces y la forma de usar esa trama para interpretar lo que surge de la información tratada.La preocupación por conceptos, ideas y visiones es particularmente relevante en el trabajo historiográfico y el autor de estos textos es un caso ejemplar. La primera faceta de esta conducta es la dedicación que pone en historiar las ideas de cada periodo histórico. Allí se resaltan los usos de conceptos, sus conexiones ideológicas y el papel que cumplen ciertas tramas de ideas en la interpretación que hacen los sujetos históricos de lo que les tocó vivir.
La reconstrucción de los imaginarios con que se actúa y se delibera está presente en varios textos. La segunda faceta de esa preocupación se concentra en precisar, adecuar y generar conceptos e ideas que hagan posible producir narraciones que no violenten la evidencia. Este ejercicio es especialmente cuidadoso en los textos que analizan hechos y procesos donde están en juego las nociones y los enunciados ideográficos relativos a la nación, la democracia, la república y sus relaciones mutuas.
La narración es cualidad común de quien refiere peripecias vitales, lo es por tanto de aquellos que comparten la disciplina de historiar. Sin embargo, cuando se ponen en juego tramas categoriales, tejer la narración es más complicado que cuando esta responde exclusivamente a la ficción. Los historiadores que narran fluida y fielmente por lo general no develan por completo sus interpretaciones. Los textos de esta antología muestran en muchos casos cómo narrar y develar la trama.
La observación de los quehaceres de la investigación histórica revela siempre una tensión clave. La investigación combina pre-conceptos, prejuicios y precriterios, en el sentido de conceptos para aprehender acontecimientos o procesos, juicios para tejer relaciones e imágenes, criterios para valorar acciones y sus resultados que anteceden al tratamiento de la evidencia espacial, cronológica y fáctica. Así las categorías previas son puestas a prueba ante la evidencia que se debe interpretar.
Este es el origen de la dificultad de historiar que cada historiador enfrenta e intenta superar mediante su narración. El lector de los textos de este libro comprobará y juzgará como se realiza este ejercicio.
Segundo motivo, es atractivo leer a un intelectual con presencia pública.
Los intelectuales públicos tienen una audiencia. La audiencia es producto del discurso que crea quien habla y de que, en este caso, es la opinión de un investigador científico. Interactúan así la fascinación por la palabra, la fuerza de la retórica, y el prestigio del científico que la profiere, la potencia de la lógica. Todo discurso requiere retórica y lógica.
Mucho de esta dualidad está presente también en los textos antologados.La lectura de un texto historiográfico a la luz de la presencia pública ofrece la posibilidad de situar lo leído en relación con el debate público en curso. Surgen así oportunidades críticas del texto que van más allá de la que tiene quien está solo frente al texto. Muchos de los temas de la conversación que existe en los ámbitos polémicos uruguayos y, en general, latinoamericanos donde participa el autor, motivan a recorrer muchos textos de este libro. El ejercicio de pasar de la conversación a la lectura tiene valor equivalente al de cuestionar lo leído partiendo de opiniones que se profieren en la deliberación pública.
La investigación, en particular, la científica se aprecia comúnmente como una actividad ajena a su comunicación. Es más, entre los investigadores es habitual distinguir el orden de la investigación del orden de la exposición de los resultados. La forma de revelar los quehaceres del investigador presente en muchos de los textos antologados muestra el diálogo entre investigación y comunicación del conocimiento como una dimensión posible y prolífica....
El primer volumen reúne los capítulos que tratan sobre cuestiones relacionadas con métodos de interpretación de textos en general, y más específicamente con el método utilizado y perfeccionado por Skinner, además de respuestas a críticas que ese abordaje ha suscitado.
En el segundo volumen, Skinner examina los principios republicanos, que pueden encontrarse tanto presentes en la iconografía del quattrocentista Ambrogio Lorenzetti como valorizados en los apasionados discursos de John Milton durante la revolución inglesa del siglo xvi o censurados en las perspectivas políticas más recientes, como es el caso de la de Isaiah Berlin.
El tercer volumen, finalmente, está enteramente dedicado a iluminar puntos del pensamiento político de Thomas Hobbes tan distintos entre sí como la importancia de la retórica y del humanismo en su filosofía o la atmósfera intelectual y social en la que construyó su teoría de la obligación política.
Estos temas alrededor de los cuales se organizan los volúmenes de Vision of Politics —los métodos de interpretación de textos, las derivaciones del lenguaje republicano y la filosofía de Hobbes- corresponden, desde mediados de la década del '60, a tres de los principales objetos de estudio y de interés de este Regius Professor de Cambridge. Y todos ellos, de algún modo, están tratados en el texto que ahora recibe, por primera vez, traducción al español: El nacimiento del
Estado. Originalmente publicado en 1989 bajo el título de “El Estado” (en Political Innovation and Conceptual Change, ed. Terence Ball, James Farr y Russel L.Hanson), el texto sufrió varias modificaciones, tales como la incorporación de bibliografía más reciente, la reestructuración y la introducción de párrafos. Pero su enfoque sigue siendo el mismo: describir las alteraciones conceptuales por las que n que pasaron el término “Estado” y sus correlatos hasta llegar a una formulación más familiar a nosotros.
En el presente “Estudio preliminar”, el propósito será el de examinar un poco más en detalle esos temas y sus conexiones, a fin de ofrecer al lector un abordaje aproximativo que le permita localizar el texto ahora traducido en el marco de las preocupaciones de Skinner.
Digo que son engañosamente sencillas porque la formulación oculta algunas distinciones importantes. Diferentes historiadores o diferentes tipos de historiadores han encontrado distintas teorías utiles en diversas formas, algunas como marco general y otras como medio de comprender un problema determinado. Otros han mostrado y siguen mostrando una fuerte resistencia a la teoría. También puede ser útil distinguir entre las teorías y los modelos o los conceptos. Son relativamente pocos los historiadores que emplean la teoría en el sentido estricto del término; un número mayor utiliza modelos, y los conceptos son prácticamente indispensables.
La distinción entre práctica y teoría no coincide con la distinción entre historia y sociología, o entre historia y otras disciplinas, como antropología social, geografía, política o economía. Algunos estudiosos de esas disciplinas producen estudios de caso en que la teoría desempeña un papel muy reducido. Por otra parte, algunos historiadores, en particular los marxistas, dedican mucha energía a la discusión de problemas teóricos, incluso cuando se quejan como lo hizo Edward Thompson en un famoso ensayo polémico de lo que éste llamaba “la pobreza de la teoría”.
Después de todo, dos conceptos que han tenido enorme e influencia en la sociología, la antropología y los estudios sociales en los últimos años fueron lanzados originalmente por historiadores marxistas británicos: la "economía moral" de Edward Thompson y la “invención de la tradición de Eric Hobsbawm. Sin embargo, en general, los que trabajan en esas otras disciplinas emplean conceptos y teorías con mayor frecuencia, más explícitamente, más en serio y con más orgullo que los historiadores. Esa diferencia en las actitudes hacia la teoría es lo que explica la mayoría de los conflictos y malentendidos entre los historiadores y los demás estudiosos.
2. Historia desde abajo Jim Sharpe
3. Historia de las mujeres. Joan Scott
4. Historia de ultramar. Henk Wesseling
5. Sobre microhistoria. Giovanni Levi
6. Historia oral. Gwyn Prins
7. Historia de la lectura. Robert Darnton
8. Historia de las imágenes. Ivan Gaskell
9. Historia del pensamiento político. Richard Tuck
10. Historia del cuerpo. Roy Porter
11. Historia de los acontecimientos y renacimiento de la narración. Peter Burke
Es sabido que el gran historiador, cofundador, en 1929, de la revista Annales (titulada por entonces Annales d'histoire économique et sociale y hoy Annales, Économies, Sociétés, Civilisations), que, por ser judío, había debido ocultarse durante el régimen de Vichy, entró en 1943 en la red de francotiradores de la Resistencia en Lyon y fue fusilado por los alemanes el 16 de junio de 1944, cerca de esta ciudad. Fue una de las víctimas de Klaus Barbie.
Marc Bloch dejaba inconclusa, entre sus papeles, una obra de metodología histórica compuesta al final de su vida y titulada Apologie pour l'histoire, subtitulada en el plan más antiguo O cómo y por qué trabaja un historiador, y que finalmente fue publicada en 1949 por Lucien Febvre con el título de Apología para la historia o el oficio de historiador.
No emprenderé aquí un estudio sistemático del texto compulsándolo contra la obra anterior de Marc Bloch, publicada o aún inédita en 1944. Sin embargo, será importante ver si Apología para la historia representa en esencia la encarnación de la metodología aplicada por Marc Bloch en su obra, o si señala una nueva etapa de su reflexión y de sus proyectos.
Tampoco emprenderé el estudio, que exigiría una investigación de gran aliento, de una comparación entre ese texto y otros textos metodológicos de fines del siglo XIX y la primera mitad del XX, en particular de la oposición entre ese texto y la célebre Introducción a los estudios históricos, de Langlois y Seignobos (1901), que el propio Marc Bloch estableció, como lo prueba la nota 1 de su manuscrito (véase la nota en la p. 41), como contraste, pese al homenaje que rinde a esos dos historiadores que fueron sus maestros. Ello no tiene nada de sorprendente, pues los Annales, desde su creación, se presentaron como el órgano de un combate contra la concepción de la historia definida por Langlois y Seignobos.
Esforzándome por ser el discípulo póstumo —ya que, por desgracia, no pude conocer a Marc Bloch— de ese gran historiador cuya obra y cuyas ideas fueron para mí, y siguen siéndolo, las más importantes en mi formación y mi práctica de historiador, y habiendo tenido el honor de pasar a ser en 1969, gracias a Fernand Braudel (gran heredero de Lucien Febvre y de Marc Bloch), codirector de los Annales, en las páginas que siguen trataré simplemente de expresar las reacciones actuales de un historiador que se sitúa en la tradición de Marc Bloch y de los Annales y que se esfuerza por practicar para con ellos la fidelidad definida por este último, indicando en la nota antes evocada que la fidelidad no excluye la crítica. Me propongo decir lo que significaba ese texto en el marco general de la historiografía, en particular de la historiografía francesa en 1944, y lo que sigue significando aún hoy. El titulo y el subtítulo Apología para la historia o cómo y por qué trabaja un historiador expresan claramente las intenciones de Marc Bloch. La obra es, ante todo, una defensa de la historia.
Esta defensa se ejerce contra los ataques explícitos que va evocando en la obra y en particular los de Paul Valéry, pero también contra la evolución real o posible de un saber científico a cuyos márgenes sería expulsada la historia, o incluso excluida. También puede creerse que Marc Bloch quiere defenderla contra los historiadores que, a sus ojos, creen servirla y le hacen un flaco servicio. Por último, y creo yo que tal es uno de los puntos fuertes de la obra, intenta precisar las distancias de la obra ante los sociólogos o los economistas cuyo pensamiento le interesa, pero cuyos peligros para la disciplina histórica también ve. Tal será el caso, como veremos, de Emile Durkheim o de François Simiand.
El subtítulo definitivo, O el oficio de historiador, que remplaza de manera pertinente al primer subtítulo, subraya otra preocupación de Marc Bloch: definir al historiador como hombre de oficio, investigar sus prácticas de trabajo y sus objetivos científicos, como veremos, incluso más allá de la ciencia.
Lo que el título no dice, pero sí lo dice el texto es que Marc Bloch no se contentó con definir la historia y el oficio del historiador, sino que también quiso indicar lo que debe ser la historia y cómo debe trabajar el historiador...."
No trata de encontrar un filósofo en el hombre de la calle, sino descubrir por qué la vida callejera requiere una estrategia. Actuando a ras de tierra la gente común aprende la "astucia callejera", y puede ser tan inteligente, a su modo, como los filósofos. Pero en vez de formular proposiciones lógicas, la gente piensa utilizando las cosas y todo lo que su cultura le ofrece, como los cuentos o las ceremonias.
¿Qué usa la gente para pensar? Claude Lévi-Strauss hizo esta misma pregunta hace 25 años a propósito de los totems y los tatuajes en el Amazonas. ¿Valdría la pena hacer lo mismo en relación con la Francia del siglo XVIII? Un escéptico respondería que los franceses del siglo XVIII no pueden ser entrevistados, y terminaría añadiendo que los archivos no pueden ser un sustituto del trabajo de campo. Es cierto, pero los archivos del Antiguo Régimen son excepcionalmente ricos, y pueden formularse nuevas preguntas utilizando material antiguo.
Además, no se piense que los antropólogos no tienen dificultades con sus informantes nativos. El antropólogo también se enfrenta a regiones oscuras y silenciosas, y debe deducir de la interpretación del nativo informante lo que piensan los otros nativos. El funcionamiento mental es tan impenetrable en las selvas como en las bibliotecas.
Al que regresa de un trabajo de campo fe parece obvio que la otra gente es distinta. Los otros no piensan como nosotros. Si deseamos comprender su pensamiento debemos tener presente la otredad. Traduciendo esto a la terminología del historiador, la otredad parece un recurso familiar para evitar el anacronismo. Sin embargo, vale la pena insistir, porque es muy fácil suponer cómodamente que los europeos pensaron y sintieron hace dos siglos como lo hacemos nosotros hoy día, excepto en lo que se refiere a las pelucas y zapatos de madera. Es necesario desechar constantemente el falso sentimiento de familiaridad con el pasado y es conveniente recibir electrochoques culturales.
Creo conveniente vagar a través de los archivos. Difícilmente puede leerse una carta del Antiguo Régimen sin sentir sorpresa; todo es desusado, desde el constante temor al dolor de muelas, que era muy común, hasta la obsesión por el estiércol que exhibían en montones en algunos pueblos. Lo que fue sabiduría proverbial para nuestros antepasados, es completamente enigmático para nosotros. Cuando abrimos un libro de proverbios del siglo XVIII encontramos ejemplos como éste: "Al mocoso, déjale que se suene la nariz." Cuando no podemos comprender un proverbio, un chiste, un rito o un poema, estamos detrás de la pista de algo importante. Al examinar un documento en sus partes más oscuras, podemos descubrir un extraño sistema de significados. Esta pista nos puede conducir a una visión del mundo extraña y maravillosa.
En este libro intento explorar visiones poco familiares del mundo. Aquí se investigan las sorpresas que se encuentran en un conjunto de textos inverosímiles: una versión antigua de "Caperucita Roja", un relato de una matanza de gatos, una extraña descripción de una ciudad, el raro archivo llevado por un inspector de policía. Estos documentos no pueden usarse para tipificar el pensamiento de! siglo XVIII, pero sirven para adentrarnos en él. Mi examen empieza con las expresiones más vagas y generales, y se vuelve poco a poco más preciso.