Papers by armando alejandro garcia platas

Carrel: médico, biólogo y pensador francés, que unió la materia y el espíritu. Fue un extraordina... more Carrel: médico, biólogo y pensador francés, que unió la materia y el espíritu. Fue un extraordinario ejemplo de un hombre de ciencia abierto a las honduras del pensar. La influencia de los consejos de su madre, determinaron su personalidad moral y su fe cristiana. En 1935, surgió su idea de fundar una institución que se abocara a "una reconstrucción del hombre civilizado". Carrel manifestó entonces: "es necesario un centro del pensamiento sintético, una institución consagrada a la integridad del conocimiento que podría llamarse ¨Instituto del Hombre o de la Civilización¨". En 1941 escribió La conducta en la vida. Cuando estalla la Segunda Guerra, regresó a su Francia natal para colaborar con sus compatriotas. Su corazón dejó de propagar su música en este mundo en 1944. Dedico este libro a mis amigos FEDERIC R. COUDERT, CORNELIUS CLIFFORD y BORIS A. BAKHMETEFF PREFACIO El que ha escrito este libro no es un filósofo. No es más que un hombre de ciencia. Pasa la mayor parte de su vida en laboratorios estudiando a los seres vivientes, y el resto del tiempo en el vasto mundo, contemplando a los hombres y procurando comprenderlos. No tiene la pretensión de conocer las cosas que se encuentran fuera del dominio de la observación científica. En este libro se ha esforzado por distinguir claramente lo conocido de lo que pudiera conocerse; por averiguar con la misma claridad, la existencia de lo desconocido y de lo incognoscible. Ha considerado al ser humano como la suma de las observaciones y de las experiencias de todos los tiempos y de todos los países, pero, lo que ha descrito, lo ha visto por sí mismo o bien lo ha obtenido directamente de los hombres con los cuales se ha asociado. Ha tenido la buena fortuna de encontrarse en condiciones que le han permitido estudiar, sin esfuerzo ni méritos de su parte, los fenómenos de la vida en su turbadora complejidad. Ha podido observar casi todas las formas de la actividad humana. Ha conocido a los pequeños y a los grandes, a los sanos y a los enfermos, a los sabios y a los ignorantes, a los débiles de espíritu, a los locos, a los habilidosos, a los criminales. Ha frecuentado campesinos, proletarios, empleados, hombres de negocios, comerciantes, políticos, soldados, profesores, maestros de escuela, sacerdotes, aristócratas, burgueses. El azar lo ha colocado en el camino de los filósofos, de los artistas, de los poetas y de los sabios. Y a veces, también, junto a los genios, los héroes, los santos. Al mismo tiempo ha visto desarrollarse los mecanismos secretos que, en el fondo de los tejidos, en la vertiginosa inmensidad del cerebro, son el substratum de todos los fenómenos orgánicos y mentales. Lo que le ha permitido asistir a este gigantesco espectáculo es el modo en que se conduce la existencia moderna. Gracias a ello ha podido extender su atención sobre los más variados dominios, cada, uno de los cuales, normalmente, absorbe enteramente la vida de un sabio. El autor ha vivido tanto en el Nuevo como en el Viejo Mundo. Pasa la mayor parte de su tiempo en el -Rockefeller Institute for Medical Research‖ porque es uno de los hombres de ciencia a quienes Simón Flexner ha reunido en este Instituto. Allí ha tenido ocasión de contemplar los fenómenos de la vida, entre las manos de expertos incomparables, tales como Jacques Loeb, Meltzer y Noguchi y otros grandes sabios. Gracias al genio de Flexner, el estudio del ser vivo ha sido abordado en estos laboratorios en una amplitud no igualada hasta el presente. La materia es estudiada aquí en todos los grados de su organización y de su impulso hacia la realización del ser humano. Se examina la estructura de los más pequeños organismos que entran en la composición de los líquidos y de las células del cuerpo: las moléculas, de cuya arquitectura nos dan noticias claras los rayos X, y en un nivel más elevado de la organización material, la constitución de moléculas enormes de sustancia proteica, y los fermentos que sin cesar las construyen y las desintegran. También se ha observado el equilibrio físico-químico que permite a los líquidos orgánicos mantener constantemente su composición y constituir el medio interior necesario en la vida de las células. En una palabra, el aspecto químico de los fenómenos fisiológicos, se considera simultáneamente con las células, con la organización de éstas en sociedades y con las leyes de sus relaciones con el medio interior. Se estudia el conjunto formado por los órganos y los humores juntamente con sus relaciones con el medio cósmico. Se observa la influencia de las sustancias químicas sobre el cuerpo y sobre la conciencia. Otros sabios se consagran al análisis de los seres minúsculos, bacterias y virus, cuya presencia en nuestro cuerpo determina las enfermedades infecciosas. Se investigan los prodigiosos medios que para resistirlos utilizan los tejidos y los humores. Se estudia el curso de las enfermedades degenerativas, como por ejemplo, el cáncer y las afecciones cardíacas. Se aborda, en fin, el profundo problema de la individualidad y de sus bases químicas. Ha bastado al autor de este libro escuchar a los sabios que se han especializado en estas investigaciones y observar sus experiencias, para aprehender la materia en su esfuerzo organizador, las propiedades de los seres vivientes y la complejidad de nuestro cuerpo y de nuestra conciencia. Ha tenido, por lo demás, la posibilidad de abordar por sí mismo los temas más diversos, desde la fisiología hasta la metapsíquica, porque, por primera vez, los procedimientos modernos que multiplican el tiempo, han sido puestos a disposición de la ciencia. Se diría que la sutil inspiración de Welch y el idealismo de Frederic T. Gates hicieron florecer en el espíritu de Flexner una concepción nueva de la biología y de los métodos de investigación. Al espíritu científico puro, Flexner proporciona la ayuda de métodos de investigación que permiten economizar el tiempo de los trabajadores, facilitar su cooperación voluntaria y mejorar la técnica experimental. Gracias a estas investigaciones, cada cual puede adquirir, si quiere darse algún trabajo, una multitud de conocimientos sobre diversos objetos cuya maestría habría exigido a una época anterior muchas existencias humanas. El inmenso número de conocimientos que poseemos hoy día sobre el hombre, es un obstáculo para su empleo. Para que resulte utilizable, nuestro conocimiento debe ser sintético y breve. Por lo demás, el autor de este libro no ha tenido la intención de escribir un tratado acerca de nosotros mismos, porque un tratado tal, aun conciso, se compondría de varias docenas de volúmenes. Ha querido hacer tan sólo una síntesis inteligible para todos. Se ha esforzado, pues, en ser breve; en condensar en un pequeño espacio el mayor número posible de nociones fundamentales aunque no elementales. Se ha esforzado, además, por no presentar al público una forma atenuada construidas por ellos. Trabajan en las fábricas a horas fijas, en un trabajo fácil, monótono y bien pagado. En las ciudades habitan igualmente los trabajadores de las oficinas, los empleados de los almacenes, de los bancos, de la administración pública, los médicos, los abogados, los profesores y la muchedumbre de aquellos que, directa o indirectamente, viven del comercio y de la industria. Tanto las fábricas como las oficinas son vastas, claras y limpias. La temperatura permanece igual, porque los aparatos de calefacción y de refrigeración elevan la temperatura durante el invierno y la bajan durante el verano. Los rascacielos de las grandes ciudades han transformado las calles en zanjas oscuras, pero la luz del sol se ha reemplazado en el interior de los departamentos por una luz artificial rica en rayos ultravioletas. En lugar del aire de la calle impregnado de vapores de bencina, las oficinas y los talleres reciben el aire aspirado al nivel del techo. Los habitantes de la Ciudad nueva se encuentran protegidos contra la intemperie. No viven como antes cerca de su taller, de su almacén o de su oficina. Los unos, los más ricos, habitan gigantescos edificios de las grandes avenidas. Los reyes de ese extraño mundo poseen en la cumbre de torres vertiginosas, casas deliciosas rodeadas de árboles, césped y flores. Se encuentran al abrigo del ruido, del polvo y de la agitación como en la cima de una montaña. Se mantienen más completamente aislados del común de los seres humanos, que lo estuvieron antes los señores feudales detrás de las murallas y los fosos de sus fuertes castillos. Los otros, aun los más modestos, se alojan en departamentos cuyo confort sobrepasa al que rodeaba a Luis XIV o a Federico el Grande. Muchos tienen su domicilio lejos de la ciudad. Cada atardecer los trenes rápidos transportan una muchedumbre innumerable hacia los extramuros cuyas anchas avenidas abiertas entre alfombras de verde césped y árboles se encuentran guarnecidas de casas bellas y confortables. Los obreros y los más humildes empleados poseen casas mejor acondicionadas que las que ayer no más poseían los ricos. Los aparatos de calefacción de marcha automática que rigen la temperatura de las casas, los refrigeradores, los proveedores eléctricos, las máquinas domésticas empleadas en la preparación de los alimentos y el aseo de las habitaciones, las salas de baño y los garajes para automóviles, dan a la habitación de todos no solamente en las ciudades sino también en el campo un carácter que no pertenecía antes sino a muy raros privilegiados de la fortuna. Lo mismo que la habitación, el modo de vivir se ha transformado. Esta transformación se debe sobre todo a la rapidez y a la aceleración de las comunicaciones. Es evidente que el uso de los trenes y de los barcos modernos, de los aviones, de los automóviles, del telégrafo y del teléfono ha modificado las comunicaciones de los hombres y de los países los unos con los otros. Cada cual hace muchas más cosas que antes y toma parte en mayor número de acontecimientos. Entra también en contacto con un número mucho más considerable...
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