Me decía: hay que ir más allá de la contradicción aparente entre materialismo y espiritualismo. P... more Me decía: hay que ir más allá de la contradicción aparente entre materialismo y espiritualismo. Pero, el camino científico, ¿acaso no conducía a ella? Y, en este caso, ¿no era mi deber informarme de ello? ¿No era, a fin de cuentas, una actitud más razonable, en un occidental del siglo xx, que tomar un bordón de peregrino y marchar descalzo a la India? ¿Acaso no me rodeaba una multitud de hombres y de libros que podían ilustrarme? ¿No debía, ante todo, calar hondo en mi propio terreno? Si la reflexión científica, en su grado extremo, desemboca en una revisión de las ideas admitidas sobre el hombre, era preciso que yo lo supiera. Y enseguida se presentaba otra necesidad. Toda idea que pudiese forjarme después sobre el destino de la inteligencia, sobre el »Por fin comprendí. La frontera entre nuestros dos mundos se había borrado a causa de la niebla. El cuervo, que se imaginaba volar a su altura acostumbrada, vio de pronto un espectáculo sobrecogedor, contrario para él a las leyes de la Naturaleza. Había visto a un hombre que andaba por los aires, en el corazón mismo del mundo de los cuervos. Había presenciado una manifestación de la rareza más absoluta que puede concebir un cuervo: un hombre volador... »Ahora, cuando me ve desde arriba, lanza unos pequeños gritos, y yo descubro en ellos la incertidumbre de un espíritu cuyo universo se ha desquiciado. Ya no es, ya no volverá a ser jamás como los otros cuervos...» Este libro no es una novela, aunque su intención sea novelesca. No pertenece a la science-fiction, aunque se rocen los mitos que alimentan este género. No es una colección de hechos chocantes, aunque el ángel de lo Chocante se encuentre aquí en su elemento. Tampoco es una contribución científica, el vehículo de una asignatura desconocida, un testimonio, un documental o una moraleja. Es el relato, a ratos legendario y a ratos exacto, de un primer viaje a los dominios apenas explorados del conocimiento. Como en los manuscritos de los navegantes del Renacimiento, lo imaginario y lo verdadero, la interpolación aventurera y la visión exacta, se mezclan en él. Y es que no hemos tenido tiempo ni medios de llevar hasta el final nuestra exploración. Sólo podemos inspirar hipótesis y trazar bocetos de las vías de comunicación entre los diversos dominios que, por ahora, siguen siendo tierra prohibida, y en los que sólo hemos podido permitirnos breves estancias. Cuando hayan sido mejor explorados, sin duda se advertirá que muchas de nuestras palabras eran delirantes, como los relatos de Marco Polo. Es un riesgo que aceptamos de buen grado. «Había muchas tonterías en el libraco de Pauwels y Bergier.» Esto es lo que dirán.
Me decía: hay que ir más allá de la contradicción aparente entre materialismo y espiritualismo. P... more Me decía: hay que ir más allá de la contradicción aparente entre materialismo y espiritualismo. Pero, el camino científico, ¿acaso no conducía a ella? Y, en este caso, ¿no era mi deber informarme de ello? ¿No era, a fin de cuentas, una actitud más razonable, en un occidental del siglo xx, que tomar un bordón de peregrino y marchar descalzo a la India? ¿Acaso no me rodeaba una multitud de hombres y de libros que podían ilustrarme? ¿No debía, ante todo, calar hondo en mi propio terreno? Si la reflexión científica, en su grado extremo, desemboca en una revisión de las ideas admitidas sobre el hombre, era preciso que yo lo supiera. Y enseguida se presentaba otra necesidad. Toda idea que pudiese forjarme después sobre el destino de la inteligencia, sobre el »Por fin comprendí. La frontera entre nuestros dos mundos se había borrado a causa de la niebla. El cuervo, que se imaginaba volar a su altura acostumbrada, vio de pronto un espectáculo sobrecogedor, contrario para él a las leyes de la Naturaleza. Había visto a un hombre que andaba por los aires, en el corazón mismo del mundo de los cuervos. Había presenciado una manifestación de la rareza más absoluta que puede concebir un cuervo: un hombre volador... »Ahora, cuando me ve desde arriba, lanza unos pequeños gritos, y yo descubro en ellos la incertidumbre de un espíritu cuyo universo se ha desquiciado. Ya no es, ya no volverá a ser jamás como los otros cuervos...» Este libro no es una novela, aunque su intención sea novelesca. No pertenece a la science-fiction, aunque se rocen los mitos que alimentan este género. No es una colección de hechos chocantes, aunque el ángel de lo Chocante se encuentre aquí en su elemento. Tampoco es una contribución científica, el vehículo de una asignatura desconocida, un testimonio, un documental o una moraleja. Es el relato, a ratos legendario y a ratos exacto, de un primer viaje a los dominios apenas explorados del conocimiento. Como en los manuscritos de los navegantes del Renacimiento, lo imaginario y lo verdadero, la interpolación aventurera y la visión exacta, se mezclan en él. Y es que no hemos tenido tiempo ni medios de llevar hasta el final nuestra exploración. Sólo podemos inspirar hipótesis y trazar bocetos de las vías de comunicación entre los diversos dominios que, por ahora, siguen siendo tierra prohibida, y en los que sólo hemos podido permitirnos breves estancias. Cuando hayan sido mejor explorados, sin duda se advertirá que muchas de nuestras palabras eran delirantes, como los relatos de Marco Polo. Es un riesgo que aceptamos de buen grado. «Había muchas tonterías en el libraco de Pauwels y Bergier.» Esto es lo que dirán.
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