CRÉDITOS
COORDINADOR DEL PROYECTO
Grupo TH
TRADUCTORA/CORRECTORA
Maite2014
PORTADA Y EDICIÓN
JRVGJF
De fans para fans, sin animo de lucro.
¡Y no olvides comprar a los autores, sin ellos no podríamos
disfrutar de tan preciosas historias!
DEDICATORIA
Para Cortney.
Esta historia no vería la luz del día sin su apoyo
inquebrantable.
Gracias.
Este libro es tuyo para siempre.
3
SINOPSIS
Un romance MM apasionado, emocionante y adictivo.
El presidente Brennan Walker me cautivó desde el
momento en que entré en el Despacho Oval.
Es un misterio que estoy decidido a desvelar. No sé qué se
esconde en la mirada de Brennan cuando me mira, ni por
qué un rayo negro sigue colándose entre nosotros. Él es
una tormenta a medianoche, una luna oscura en ascenso,
problemas en el horizonte.
Estoy a punto de deslizarme hacia descubrimientos y
verdades para los que quizá no esté preparado.
Nunca he estado con un hombre, ¿pero ahora? Sueño con
sus ojos de color azul y me pregunto qué sentiría si sus
labios tocaran los míos. Hay algo aquí, algo entre nosotros,
como si el oxígeno que respiramos se encendiera antes de 4
cada inhalación.
Pero él es el presidente. Yo soy su agente del Servicio
Secreto. Él es el trabajo.
Él está prohibido.
Si cruzamos esta línea, Brennan podría perderlo todo.
Sé que tengo que alejarme.
Pero no puedo.
¿Cuánto estamos dispuestos a arriesgar?
¿Y cómo de malo será si estallamos en llamas?
Servicio secreto es un romance MM independiente, lleno
hasta el borde de pasión, suspense y placeres prohibidos.
Enamórate del agente especial Reese Theriot y del
presidente Brennan Walker... y agárrate fuerte para el viaje
de tu vida.
5
PREFACIO
Partes de esta novela tienen lugar en un mundo donde
una Rusia ficticia invadió una Ucrania ficticia y fueron
escritas antes de febrero de 2022, cuando, en nuestro
mundo, Rusia lanzó una invasión a la nación soberana de
Ucrania. Esta invasión se convirtió rápidamente en una
guerra a gran escala y ha creado una crisis humanitaria
cada vez más profunda.
Mi corazón está con el pueblo ucraniano y apoyo su
inspiradora resistencia a la tiranía y la opresión.
Creo que la comunidad internacional debe trabajar
unida para tomar todas las medidas adecuadas para poner
fin a este conflicto y garantizar la seguridad de los 6
ucranianos tanto dentro como fuera de Ucrania
Parte de las ganancias de este libro se donarán al
Comité Internacional de la Cruz Roja, a la Federación de la
Cruz Roja Ucraniana y a Médicos Sin Fronteras.
CAPITULO UNO
Reese
Ahora
Brennan Walker tuvo mi corazón en sus manos desde
el momento en que entré por primera vez en su Despacho
Oval. Hay una llave a una parte de mi alma que no sabía
que existía, y él guarda esa llave dentro de sí mismo.
No importaba que nunca hubiera estado con un
hombre. No importaba que nunca hubiera anhelado a un
hombre. Ni una sola vez había pensado en los músculos
moviéndose bajo la piel resbaladiza por el sudor, en el roce
de la barba contra mi muslo interior, en el sabor de un
pecho cubierto de vello contra mis labios.
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Una cerilla encendida quemó cada una de mis
terminaciones nerviosas cuando estreché la mano del
presidente Walker hace un año. Sus ojos azul acetileno se
clavaron en los míos y me deshice.
Lo que más recuerdo del día que nos conocimos es el
zumbido en mi cerebro, como las luces de neón que hacen
cortocircuito cuando entras en un bar de mala muerte. La
forma en que el tiempo se detuvo, como una película que
se atasca y tiembla en el carrete, incapaz de avanzar. La
forma en que algo se abrió dentro de mí.
Hay personas que no deberían estar juntas en este
mundo. La realidad tiembla demasiado fuerte bajo la fuerza
de su amor.
Yo no soy nadie. No soy un titán, ni un gigante que
camina por este planeta, pero si alguna vez se pusiera a
prueba mi amor por este hombre, si alguna vez el mundo
tratara de quitármelo -arrancaría el cielo de los bordes de
esta tierra.
Este amor que siento me aterroriza, y me ha
aterrorizado desde el momento en que nuestras miradas se
cruzaron por primera vez, cuando la distancia entre
nuestras almas parecía una división imposible e
inconcebible. Los seres humanos no están hechos para
llevar reactores nucleares dentro de su corazón.
Ese día no nos encontramos, sino que chocamos.
Colisionamos. Ardieron nuestro futuro y nuestro presente y
cada fibra muscular de nuestros corazones.
Aquí estamos, chocando de nuevo.
Me hace retroceder por el pasillo desde el Oval hasta
su estudio privado. Nos besamos como si nada en el mundo
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pudiera detenernos. Mi culo golpea el borde del escritorio, y
él limpia la superficie de sus carpetas y archivadores. Los
informes políticos y la bolsa de Top Secret caen al suelo.
Me guía hacia abajo, gimiendo en mi boca mientras mis
manos se hunden en su cabello y nuestros labios se traban.
Sólo nuestras ropas nos separan, y si pudiera, la
arrancaría. Sentir su pecho contra el mío, piel desnuda
contra piel desnuda.
Es el primer hombre que me beso. El primero que
enterró su rostro en mi nuca y suspiró mi nombre como
una oración.
Es el primer hombre que se arrodilló frente a mí.
Brennan ahueca mi rostro mientras nuestro beso se
profundiza. Mis manos se clavan en la solidez de sus
hombros, lo suficientemente fuerte como para que se
produzcan moretones. Me he aferro a ellos, les hundo mis
dientes, entierro mis gritos en su amplia extensión. El peso
del mundo descansa sobre esos hombros, pero él también
me ha dejado un espacio.
Mis muslos se agarran a sus caderas, arrastrándolo
hacia mí, hasta que estamos tan cerca que es casi
doloroso. Sus manos recorren mis costados, pero se dirigen
a mi pistolera. Su toque bordea mi pistola y se posa en mi
cintura, y si tuviéramos diez segundos más, estaríamos
desabrochando los cinturones del otro.
Pero no tenemos diez segundos. Lo que ambos
queremos, no lo podemos tener -no ahora.
Esa arma y todo lo que representa está en el camino.
Mi reloj interno se dispara, un talento que he cultivado
9
a través de años de estar de guardia en esta Casa Blanca.
—Se acabaron los cuatro minutos —digo—. Hora de irse,
mon cher.
Brennan apoya su frente en la mía, nuestros labios aún
siguen tocándose. Ahora es una caricia en lugar de un
beso, una conexión que necesitamos como respirar.
Retrocede, pero yo parpadeo ante las luces del techo
mientras cuento mi pulso.
Necesitamos estos segundos para guardar esto, volver
a nuestra fría y dura realidad.
No deberíamos habernos conocido, porque no hay
nada que no haría por Brennan, y esa clase de amor -
quemar el mundo, ondear la bandera negra1, eres mi para
siempre- es demasiado peligroso.
Somos peligrosos juntos.
Si me detengo a pensar realmente en lo que estoy
haciendo, mis justificaciones, excusas y racionalizaciones
cuidadosamente construidas se derrumban. He negociado y
me comprometido y he hecho tratos con el diablo, todo
para poder probar el beso de este hombre y sentir su piel
contra la mía.
Se acabaron nuestros minutos robados.
En el suelo, arrojada cuando no hemos podido
quitarnos las manos de encima, está la bolsa clasificada, la
de Top-Secret, la de solo-para-los ojos-Presidenciales. Es la
razón por la que estamos aquí, quemando estos cuatro
minutos mientras mi equipo de agentes de mayor confianza
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junta las piezas finales de uno de los mayores subterfugios
presidenciales de todos los tiempos. Brennan y yo hemos
roto todas las reglas, pero ni una sola vez -ni una sola vez-
he dejado que una pizca de riesgo atraviese mi escudo que
rodea al presidente. Él es no solo el trabajo. Él lo es todo.
Por eso odio la misión de esta noche más que cualquier
otra. Me araña, mastica mis pensamientos hasta que quiero
arrancarme la carne de los huesos.
Pero más que eso, odio que, sea lo que sea lo que está
pasando, tiene a Brennan en carne viva. Está destrozado.
Fracturado. Su beso sabe a desesperación, y sus manos
tiemblan al aferrarse a mi
1Se usa cuando alguien ha hecho algo malo y está a punto de ser castigado. Derivado del uso de la bandera
negra para indicar una penalización en carreras.
¿Por qué diablos el director de la CIA, Liu, necesita
hablar con el presidente Walker fuera de las instalaciones,
en medio de la noche? ¿Lejos de todos, y tan fuera de los
libros que estamos operando en márgenes ilegales?
Cualquiera que sea la razón, esta reunión es tan
clasificada que nadie en la administración de Brennan
puede saber que está ocurriendo. Soy la persona más
cercana a Brennan en el planeta, y él ni siquiera me ha
dicho lo que está pasando.
Brennan va a ir a Langley en una SUV que funcionará a
oscuras. Yo no quiero que vaya a ninguna parte sin mis
impenetrables capas de seguridad, pero ese tipo de
protección atrae la atención, y ahora mismo, necesita pasar
lo más desapercibido como sea posible.
Normalmente, las comitivas presidenciales tienen 11
media milla de largo, flanqueadas en cada extremo con
patrullas de motocicletas que bloquean el tráfico. Hay autos
de apoyo, limusinas ficticias, Equipo de Contra Ataque, una
ambulancia, el carro de comunicaciones, contramedidas
electrónicas barriendo las ondas, un helicóptero de
vigilancia y, por supuesto, mi ejército de agentes.
Esta noche, no habrá nada de eso.
Nuestro despiste comenzó hace horas, cuando la
guardia de los Marines fuera de la Oficina Oval se retiró.
Hay un Marine apostado siempre que la Oficina Oval está
ocupada, y es una señal obvia para el mundo de que el
presidente está trabajando en el Ala Oeste. La agenda de
Brennan para la noche ha sido adulterada -una violación de
la ley- y supuestamente ha cenado solo, ha hecho algunas
llamadas personales y se ha ido a dormir temprano. Ahora
mismo, según los registros oficiales, está profundamente
dormido.
Mi auricular suena. Es el Agente Especial Adjunto a
cargo, Henry Ellis, mi ayudante y segundo al mando, y mi
mejor amigo. En la quietud, su voz es lo suficientemente
alta para que Brennan escuche. —Pastel listo en el
subsuelo.
Ese es Henry. Siempre lindo cuando puede salirse con
la suya. Sobre todo, por la radio.
—Hora de irse. —La voz de Brennan es suave mientras
toma mi mano y besa mis dedos.
Un relámpago negro brilla en los ojos de Brennan
cuando enciendo mi micrófono de muñeca y respondo. —
Recibido.
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Nos movemos por la silenciosa Ala Oeste, pasando por
los oscuros despachos del jefe de gabinete y del
vicepresidente, y luego bajamos las escaleras y entramos
en el garaje del sótano. Dos agentes en las puertas, dos
ocupando posiciones en la pasarela. Tenemos el garaje
sellado, y durante los siguientes cuarenta y cinco segundos,
un bucle de las cámaras de vigilancia no mostrará nada
más que hormigón vacío y fluorescentes parpadeantes.
El SUV de Brennan es oscuro, como casi todos los SUV
en Washington, pero este está blindado y es a prueba de
balas. Hay escopetas en las puertas, granadas en el
maletero, ametralladoras bajo los asientos. Tiene su propio
suministro de aire autónomo. Placas antiexplosivos cubren
el tren delantero. Si este vehículo pasara sobre un artefacto
explosivo improvisado, se reiría y seguiría adelante.
Mis mejores y más capaces agentes están trabajando
esta noche. Estamos tan cerca que conocemos el ritmo
cardiaco en reposo y los patrones de respiración del otro.
Hemos visto todos los lados el uno del otro, hemos dado la
vuelta al mundo innumerables veces, y hemos luchado
contra la mierda que supone proteger al presidente de los
Estados Unidos. Estos chicos me conocen.
Entonces, ¿por qué no saben de mi relación con
Brennan? Somos el Servicio Secreto: destripamos secretos
para vivir
Es solo cuestión de tiempo. Nos van a pillar. Vamos a
delatar esto. Los ojos de él están sobre mi cuando no
deberían estar. Sé que lo están porque me enciendo cada
vez que él me mira de esa manera.
Henry ya está al volante, y su mirada en el espejo 13
retrovisor me golpea a través de la puerta del pasajero
abierta. ¿Estás bien?
Después de años juntos, él y yo podemos
comunicarnos sin palabras, incluso sin gestos. Puedo leer la
preocupación y la acidez de Henry con la misma facilidad
con la que puedo leer una multitud. Asiento y los ojos de
Henry se posan en Brennan mientras sube al asiento
trasero.
El agente Stewart está en el asiento delantero derecho.
Es uno de los chicos de Contra Ataque, y al elegirlo para
esta misión, tuvo que quitarse el uniforme negro y ponerse
un traje durante unas horas. Solo recibí una pequeña queja
de buen grado. Stewart es un buen tipo. Sólido. Confiable.
Un amigo
¿Soy el único que nota los puños cerrados de Brennan,
las duras crestas de sus nudillos blancos? ¿Las muescas en
la bolsa donde la agarra demasiado fuerte? Probablemente.
Lo conozco por dentro y por fuera. Más profundo, en cierto
modo, de lo que me conozco a mí mismo.
En este momento, está aprensivo, el temor es tan
espeso en su garganta que casi se ahoga.
Me está matando no ir con él, pero estoy dirigiendo
esta operación desde la Casa Blanca.
El trayecto será la parte más arriesgada. Le dije a
Henry que llevara a Brennan a través del Parque Rock
Creek, saliendo de DC hacia el norte antes de girar hacia el
suroeste a través de Chevy Chase y los Palisades y sobre el
Potomac. Es una ruta oscura, más oscura y tranquila que
una ruta directa a Langley. Unas discretas llamadas al NPS 14
aseguraron que el parque estuviera cerrado al público
durante la noche.
Los ojos de Brennan se encuentran con los míos a
través del cristal balístico mientras lo encierro dentro…
Y dudo. Solo un segundo, pero es un segundo que
altera el ritmo que llevamos mis agentes y yo, y es
suficiente para que Stewart mire por encima del hombro y
levante una ceja.
Golpeo la puerta cerrada dos veces, sin quitar mis ojos
de los de Brennan. Estaré aquí cuando me vuelvas, mon
cher.
Henry avanza, atraviesa el garaje y sube la rampa y
Brennan -el presidente Walker- se escapa de la Casa
Blanca.
Tenemos cuatro horas hasta que regresen, y ya estoy
contando los minutos.
Sesenta segundos fuera de la Casa Blanca: están
despejando el semáforo de la calle Diecisiete.
Si pudiera, haría que la tierra me sirviera de agente,
haría castillos con los bosques y caballeros con las rocas. Lo
que fuera necesario para mantener a Brennan a salvo.
—Vamos a empaquetarlo —digo.
Mi equipo mantendrá las apariencias y monitoreará la
misión a través de una subred de radio. Mientras cada uno
de nosotros toma un turno haciendo guardia en el centro de
mando, el resto del turno de noche permanecerán ajeno,
ocupando sus puestos alrededor de la Casa Blanca.
—¿Alguien quiere café? —pregunta el agente Sheridan. 15
Sus ojos recorren al grupo y, como siempre, se detienen en
los míos. Sheridan es joven, casi demasiado joven para mi
equipo de mando, pero se ha ganado este lugar a mi lado.
Algunos de nosotros aceptamos la oferta, y él se aleja hacia
el comedor de la Casa Blanca.
En el sótano bajo el Despacho Oval, el Servicio Secreto
dirige el centro de mando de la Casa Blanca. Es un
Fortaleza dentro de otra fortaleza, nuestra Baticueva,
nuestro escondite secreto. Aquí es donde guardamos
nuestras armas, nuestros esmóquines, nuestras radios.
Todos los canales de comunicación en Washington, DC,
pasan por esta sala. Tenemos acceso a todas las agencias
de la ley, incluidas algunas de los que el público nunca ha
oído hablar. Si has susurrado el nombre del presidente, lo
sabemos.
Hay una placa de latón junto a la puerta a prueba de
explosiones, sobre el teclado y el escáner que uso para
entrar.
Servicio Secreto de los Estados Unidos
División de Protección Presidencial
Agente Especial a cargo Reese Theriot
—¿Señor?
El toque en mi hombro me trae de vuelta.
Me he tomado un café, he puesto a mis chicos de
guardia y he dicho al equipo que iba a echar una siesta.
Puedo estar roncando minutos después de tomar un
espresso. El sueño es sagrado para el Servicio Secreto. Es
prácticamente moneda de cambio.
16
Sheridan está allí, arrodillado a mi lado en la
habitación trasera poco iluminada y llena de literas para los
agentes que hacen turnos dobles. Los suaves ronquidos y el
susurro de los cuerpos se reproducen en la oscuridad.
Compruebo la hora. Es la 1:17 am.
No he estado mucho tiempo fuera.
—¿Qué ocurre? —Me pongo de pie antes de que las
palabras salgan de mi boca, cogiendo mi sobaquera y mi
chaqueta.
—Hemos perdido contacto con Cupcake —dice
Sheridan—. Ellos han desaparecido.
—¿Qué quieres decir con que desaparecieron?
Podemos rastrear la posición del presidente con una
precisión de media pulgada por toda la superficie del
planeta. Es imposible que perdamos contacto con él.
Además, en materia de vigilancia, Washington es una de
las ciudades más cubiertas del mundo.
La FAA2 y la NSA3 pueden nombrar a los insectos que
entran y salen de Espacio aéreo de DC, así de controlado
está este sello postal de patrimonio inmobiliario.
Lo que dice Sheridan no tiene sentido.
El rostro de Sheridan está medio en sombras y bañado
en rojo, un sordo murmullo de luz arrojado por la única
bombilla de bajo consumo que tenemos en la sala de
literas.
Esto debe ser una broma. Alguna iniciación de la vieja
guardia de Sheridan. Normalmente estaría en la broma,
pero si quieren que le venda el pánico, están consiguiendo
su deseo. Mi corazón se está acelerando. Mi pulso está
17
subiendo. Y eso es el miedo en sus ojos.
—Han desaparecido, señor. —Su voz se engancha—.
Cupcake dejó caer toda nuestra red. No podemos
contactarlos por la radio.
—Joder.
El centro de mando es frío y oscuro, iluminado por el
resplandor azulado de docenas de monitores de vigilancia,
cámaras y televisores montados en la pared frontal.
Normalmente se escucha el murmullo de las voces, el clic-
clac de las teclas de los ordenadores portátiles y el zumbido
de la radio y la estática.
2
Administración Federal de Aviación
3
Agencia de Seguridad Nacional
Ahora hay un crujido en el aire, como chispas
eléctricas que se desprenden del ozono, y una quietud
antinatural. El silencio de una sala lleno de gente que
contiene la respiración.
Las llamas llenan la pantalla central en la pared frontal.
Se está reproduciendo una transmisión en vivo de CNN,
una toma aérea desde un helicóptero de noticias que
sobrevuela una sección del parque Rock Creek. Un infierno
serpentea fuera de la carretera y en el bosque en un patrón
de choque demasiado familiar.
—Señor. —La voz suena lejana, como si me estuvieran
gritando bajo el agua—. El presidente ha desaparecido.
18
CAPÍTULO DOS
Reese
Entonces
Esta es mi tercera investidura, y las he odiado todas.
Las investiduras son una pesadilla de principio a fin.
Todo el mundo trabaja el doble o el triple de horas extras
durante meses para asegurarse de que todo salga a la
perfección. El juramento en el Capitolio. La procesión a la
Casa Blanca. Lo observo todo, desde el centro de mando,
captando doscientas imágenes de cámaras y monitoreando
seis docenas de canales de radio.
Mi otra gran responsabilidad hoy es supervisar el
cambio. En la Casa Blanca, tenemos un turno de cinco 19
horas entre las administraciones saliente y entrante, y
durante esas cinco horas, el personal tiene que borrar la
administración anterior e instalar la nueva.
Eso incluye hacer reparaciones.
Durante este cambio, hubo una gran necesidad de
actualizar los sistemas de telecomunicaciones en el Ala
Oeste, pero eso no es tan simple como sacar los cables de
las paredes. Debajo de la Oficina Oval y del primer piso del
Ala Oeste, hay un tramo de cuatro metros y medio lleno de
equipo de comunicaciones, kilómetros y kilómetros de
cableado de seguridad, y todos los rastreadores
electrónicos de ciberdefensa y perros guardianes digitales
que puedas imaginar.
Durante toda la mañana, estuvimos esquivando a los
técnicos de la NSA y acordonando secciones del Ala Oeste
mientras el personal corría atropelladamente tratando de
acceder a sus oficinas.
A nadie en DC le gusta que le digan lo que no puede
hacer. A menos de una hora del inicio de la nueva
administración, el Servicio Secreto había ya cabreado a una
docena de empleados. Eso podría ser un nuevo record.
El presidente Walker llegó a la Casa Blanca esta tarde,
y desde entonces cada minuto ha estado lleno de
reuniones. Gran parte del trabajo pesado de aprender a ser
el presidente se realiza entre la elección y la toma de
posesión, y la mayoría de los presidentes entran por la
puerta listos para empezar a trabajar con un conocimiento
práctico de las tuercas y tornillos y los procesos de
gobierno. Las sesiones informativas diarias marcan el ritmo
de la administración entrante.
20
Pero hay una gran diferencia entre ser informado sobre
conceptos y situaciones en una suite en el Hay-Adams
versus asimilar esa información mientras se está dentro de
la Oficina Oval. El primer momento en el que un presidente
se sienta detrás del escritorio Resolute4 es impactante.
He estado dirigiendo la Casa Blanca, a un mundo de
distancia de la campaña del presidente Walker, y hasta
hoy, solo había visto al presidente entrante en las pantallas
de televisión y a través de nuestras evaluaciones internas
de inteligencia. Fue el director Britton quien informó al
presidente Walker sobre nuestras operaciones durante la
transición, pero ahora, es el momento de conocer al jefe.
4 También conocido como escritorio Hayes, es un escritorio de socios del siglo
XIX utilizado por varios presidentes de los Estados Unidos en la Casa
Blanca como escritorio del Despacho Oval.
Faltan seis minutos. Estoy solo en el vestuario, un
armario generosamente llamado situado junto al centro de
mando del Servicio Secreto repleto de taquillas maltrechas
y dos cabinas de ducha. El equipo de mando tiene un
vestuario más grande en el Edificio Eisenhower, pero a
menudo no disponemos de los cuatro minutos para correr
entre allí y la Casa Blanca, así que guardamos aquí
nuestros objetos personales y la ropa de repuesto. En este
trabajo, los segundos cuentan.
Henry empuja la puerta del vestuario y atrapa mi
mirada en el espejo. —Cinco minutos. Él está corriendo
justo a tiempo.
—Es la primera vez.
—Lo vas a hacer muy bien.
Henry empezó en el Servicio Secreto al mismo tiempo
21
que yo, pero yo subí de rango más rápido. Durante el
entrenamiento, era el veterano sabelotodo que resultaba un
dolor en el culo para nuestros instructores, pero que se
quedaba hasta tarde y ayudaba a los novatos con los ojos
muy abiertos. Enseñaba pacientemente a nuestros
compañeros a desmontar y montar nuestras armas y les
enseñaba los procedimientos y protocolos hasta altas horas
de la madrugada antes de los exámenes, incluso gritando
preguntas en el baño común mientras cagaba y esperaba
que alguien dijera la respuesta correcta. Es un agente
fenomenal, pero nunca tuvo la pulcritud necesaria para
ponerse al mando. Sabía desde nuestros días de academia
que nunca iba a estar al mando.
Una vez, cuando teníamos un pase nocturno en la
academia y estábamos en la ciudad, bebiendo cervezas y
tratando de ligar con mujeres -a pesar de que estamos tan
agotados que, si una mujer nos hubiera dado la hora, nos
habríamos dormido sobre ella antes de llegar a la segunda
base- me dijo que yo tenía esa mezcla de "cosas correctas".
Una mezcla de agallas, garra y encanto GQ, dijo.
Pretty Boy, me llamó, con una sonrisa. —Pretty Boy
llegará jodidamente lejos. Solo observa.
Le dije que se fuera a la mierda, bebimos un poco más
y luego dormimos en nuestro auto en el estacionamiento y
nos perdimos el pase de lista por la mañana. Pasamos todo
ese sábado corriendo y vomitando en la pista hasta que
nuestra instructora finalmente dijo que estaba cansada de
mirarnos.
Nos mantuvimos unidos a través de las vicisitudes del
Servicio, y Henry ha sido mi mejor amigo durante más de 22
una década. Cuando me nombraron jefe del destacamento
de protección presidencial, Henry fue el primero en llamar
para felicitarme. Lo nombré mi segundo al mando en esa
llamada, y es la piedra angular en torno a la que he
construido mi equipo de mando.
—Cuatro minutos, quince segundos. Te ves bien, jefe.
Te lo dije, ¿no?
—Ta gueule. —Cierra el pico. Tengo un lio de Cajún y
criollo dentro de mí, viejas palabras de un viejo pueblo,
mezcladas con el brío de Nueva Orleans que me inculcaron
durante mis años trabajando para el Departamento de
Policía de Nueva Orleans. El rudo patois cajún, el francés-
criollo del sur y la gramática de los bosques se me escapan.
Henry me guiña un ojo y sale del vestuario, dejándome
treinta segundos más a solas para mirarme a los ojos en el
espejo. —Merde —susurro.
Subimos las escaleras desde el sótano y salimos entre
la Sala Roosevelt y el despacho de la secretaría de prensa
entrante. Melissa Ferraro es un tornado, hace malabares
con un teléfono móvil entre la oreja y el hombro, enviando
mensajes de texto por otro y guiando a los trabajadores
sobre dónde apilar su montaña de cajas de archivos. Tres
televisores están encendidos en el fondo, reproduciendo la
llegada del presidente Walker a la Casa Blanca.
La cara de Walker llena cada pantalla.
Es un hombre fácil de querer. Es más joven que la
mayoría de los candidatos que cualquiera de los partidos ha
presentado durante años, y el electorado lo aprovechó. Se 23
presenta como un líder confiado, y el pueblo
estadounidense decidió que era el mejor preparado para
manejar este mundo al revés.
No es un veterano militar, pero pasó años en el
extranjero con fines humanitarios, y hablaba de valores y
ética con la gravedad de alguien que había sentido las
consecuencias de vida y muerte en cada caso. Cuando
hablaba de responsabilizar a los regímenes asesinos por sus
crímenes, lo decía con una autoridad a la que ninguno de
los otros candidatos podía acercarse.
Había sido la apuesta externa al comienzo de la
campaña, pero aquí lo tenemos: El presidente Brennan
Walker, el campeón del cambio y de los derechos humanos.
Por supuesto, no sería ni mucho menos la primera vez
que un político fuera un completo farsante y su verdadera
personalidad saliera a la luz dentro de los pasillos de la
Casa Blanca.
El secretario del presidente nos recibe en el Despacho
Oval. Es joven y está emocionado, y la única decoración
que ha puesto en su escritorio es una foto de una mujer
hermosa vestida de novia. Lleva el cabello más largo de lo
habitual para DC, un corte de cabello que se riza en las
puntas. Me lo imagino más fácilmente en una tabla de surf
que aquí, en el Ala Oeste.
Me tiende la mano y me sonríe. —Soy Matt.
—Agentes Theriot y Ellis, aquí para la sesión
informativa del presidente.
—Absolutamente. —Matt está lleno de entusiasmo—.
Llegan justo a tiempo.
24
Llegamos dos minutos antes. Lo dejo pasar. Matt
aprenderá pronto una nueva definición de puntualidad.
Henry se mete las manos en los bolsillos y se balancea
sobre sus talones. —Entonces, ¿cómo va tu primer día,
chico? ¿Te estás adaptando?
—Es increíble —dice Matt con entusiasmo—. No puedo
creer lo increíble que es este lugar. Es literalmente un
sueño hecho realidad.
Es puro californiano, efusivo, relajado y enamorado de
la vida. Lleva años con Walker, trabajando con él en la
oficina del gobernador de California antes de la campaña.
De hecho, veo una chaqueta polar de North Face sobre su
silla.
Henry y yo compartimos una mirada rápida. No
tenemos que decir nada. Espero que Washington no cambie
a Matt.
Henry se apoya en mi hombro, un momento silencioso
de apoyo oculto en la repentina actividad cuando se abren
las puertas del Oval y los líderes de la guardia de seguridad
nacional, un grupo de civiles y oficiales militares, pasan
junto a nosotros. Compruebo sus rostros, sus expresiones,
leyendo párrafos enteros en el movimiento de sus
mandíbulas y la inclinación de sus cabezas. Todos sonríen,
y algunos se están riendo. Ha sido una buena reunión.
—Y estás arriba. —Matt sonríe y nos hace pasar a la
Oficina Oval.
Incluso después de todos estos años, el Oval nunca
deja de asombrarme. El momento en que lo haga será el 25
momento en que tenga que entregar mi placa.
Matt nos pisa los talones, bebiendo el Oval a sorbos y
contemplándolo entre reunión y reunión. Yo era así hace
una década, recién llegado a la Casa Blanca y
esforzándome por echar un vistazo al interior mientras
soportaba los peores turnos del destacamento y pagaba
mis cuotas en mi camino hacia el ascenso.
Mi mirada recorre el despacho: las puertas del estudio
privado del presidente, el pasillo del Salón Roosevelt, las
puertas francesas que dan al Jardín de las Rosas y la
Columnata Oeste. El presidente Walker está de espaldas a
nosotros y gira el cuello mientras se apoya contra el
Escritorio Resolute. Es un momento al estilo Kennedy: los
hombros tensos bajo la chaqueta del traje, las palmas de
las manos sobre el escritorio.
Conozco esa pose. Migraña entrante, Mach 2.
Se vuelve cuando Matt anuncia nuestra llegada.
Las ramas de los cerezos de afuera se tambalean, y
todo se detiene con un chirrido.
La presencia de Brennan Walker -fuerza contenida,
masculinidad cruda- llenan la oficina, tan espesa como el
océano es de sal.
Su fuerza esta templada con alguna cualidad que la
campaña y las noticias intentaron definir y no pudieron.
Autoridad envuelta en terciopelo, liderazgo y solemnidad y
gracia combinados en igual medida. Sus ojos son más
brillantes que el azul, y su cabello oscuro es más largo en la
parte superior que el de los anteriores presidentes, lo
suficientemente largo como para pasar los dedos por él.
26
Un silencio eléctrico zumba en el Oval, un zumbido que
se hunde en mis huesos. Borra los bordes del mundo,
estrechando mi enfoque, atrayéndome hacia la mirada de
Walker. Estoy a punto de caer, de volcarme en esos ojos
azules, de deslizarme hacia el centro de este hombre...
La realidad vuelve a enfocarse y, de repente, todo va
demasiado rápido. Henry cruza el despacho. La puerta se
cierra. El presidente Walker mira fijamente, con los labios
entreabiertos mientras permanece clavado en el lugar.
Henry se mueve entre Walker y yo. —Sr. Presidente,
soy el agente especial Henry Ellis, agente especial adjunto
a cargo de su destacamento.
El incómodo silencio cuelga mientras la mano de Henry
cuelga en el aire. El presidente Walker y yo seguimos
perdidos el uno en el otro.
Mi sangre empieza a arder. Mi pulso aumenta. Mis
pensamientos se sacuden fuera de secuencia, palabras e
imágenes que no tienen sentido. Bleu profond. Captivant.
De toute beaute. Merde, Merde.
Finalmente, Walker se vuelve hacia Henry, pero tarda
otro momento en apartar sus ojos de los míos. Estrecha la
mano de Henry y muestra su sonrisa discreta y casi
secreta, la que provocó espasmos en el corazón de Estados
Unidos.
—Sr. Presidente. —Doy un paso adelante—. Reese
Theriot, agente especial a cargo de su destacamento.
—Agente Theriot. —Hay un timbre de voz diferente
conmigo que cuando habló con Henry. Sus dedos tiemblan,
muy débilmente, en mi agarre. Cuando suelta mi mano,
cierra el puño, con los nudillos tan apretados que son 27
blancos como polvo de luna.
—Estoy seguro de que ha sido un día largo para usted,
Sr. Presidente —dice Henry. Se aclara la garganta. Me
mira—. No le quitaremos mucho tiempo.
El presidente Walker nos hace un gesto para que nos
unamos a él en los sofás frente a la chimenea.
Noventa centímetros separan mi rótula del presidente
Walker cuando nos sentamos.
Soy como una araña bailando en un hilo de tela sobre
una hoguera. Tengo los pulmones apretados, la garganta
contraída. Él está perfectamente dispuesto, como si
estuviera sentado para una sesión de fotos de una revista,
con una pierna sobre la otra y las manos entrelazadas en
su regazo. Una de mis manos se retuerce en el cojín del
sofá.
¿Qué carajo está pasando?
Esta no es la forma en que se supone que la sesión
informativa va. Así no son las sesiones informativas.
El hombro de Henry roza el mío. Adelante, Reese.
—Sr. Presidente —empiezo—. Estamos aquí para
discutir sus procedimientos de seguridad y la protección del
Servicio Secreto que tendrá durante los próximos cuatro
años.
Me está mirando. Me está mirando. Y yo le devuelvo la
mirada.
28
CAPÍTULO TRES
Brennan
Entonces
Los procedimientos pasan por delante de mí. Los
detalles de los equipos de avanzada y rutas de viaje, todo,
desde el Air Force One hasta la comitiva, caen de mi
mente.
Debería estar enfocándome. Debería estar recordando
cada detalle. Estoy seguro de que necesito saber las cosas
que Reese me está diciendo. Dónde coloca el Servicio
Secreto a los agentes en la Casa Blanca. Cómo hago la
señal para pedir ayuda. Los botones de llamada que
llevarán a los agentes a mi lado en menos de tres
segundos. Qué sucede si se ordena una evacuación.
29
Mi mente se astilla.
Hace años, enterré una caja negra en una playa dentro
de mí, llena hasta el borde de verdades que no podía
enfrentar. La voz de Reese es la marea, y sus palabras son
olas que se estrellan contra mis orillas ocultas. La caja se
está desenterrando. Se abre.
No puedo apartar la mirada de sus ojos.
Ya no hay muchas cosas que me perturben, o incluso
que me sorprendan. Veinte años como humanitario, y luego
casi diez como político, te dan una visión del mundo en
forma de tira de Möbius5.
5
Es una superficie que se puede formar uniendo los extremos de una tira de papel con un
medio giro
Mi viaje político comenzó en mi estado natal -alcalde
de San Francisco, luego gobernador de California, y fue mi
incapacidad para mantener la boca cerrada sobre las
frustraciones de ser testigo de una inhumanidad sedienta
de sangre y devastadora que se extendía sin control lo que
me llevó aquí, a la presidencia.
Un viaje como ese te habitúa a los golpes con el
sistema.
O eso creía yo. Mis pensamientos se persiguen,
persiguen el sonido de la voz de Reese, intentan captar las
palabras que salen de sus labios.
Maldita sea, lo he guardado. Han pasado años.
Los ojos marrones de Reese están salpicados de oro, y
su cabello claro está cortado con precisión militar. La
mayoría de las personas que he visto hasta ahora han
30
vestido el estándar de DC, negro o azul marino, pero Reese
lleva un traje gris paloma y una camisa de vestir blanca
almidonada, su corbata de cuadros azules salpicada de
líneas de color amarillo pálido.
Se supone que no debo fijarme en su impresionante
aspecto, ni el cómo el gris suave realza su piel bronceada.
O la agudeza del ángulo de su mandíbula y la forma en que
un músculo se flexiona a lo largo del hueso cada vez que
respira.
Su voz es un estruendo bajo, demasiado áspera para
Washington. Él es de otro lugar Un lugar donde la luz del
día se interpone entre las sílabas, y donde las palabras
terminan en un gruñido sutil.
—Hay una última cosa, señor presidente —dice
Reese—. La relación entre el presidente y sus agentes del
Servicio Secreto es una de las más incomprendidas del
mundo.
Peligro. Quiero tener un pequeño malentendido con
Reese, pero estoy seguro de que no es eso lo que quiere
decir.
—Para que podamos trabajar juntos sin problemas,
ambas partes deben operar con dos certezas: que usted es
el presidente y su trabajo es ser el presidente, y que
nosotros somos sus protectores y nuestro trabajo es
mantenerlo a salvo y fuera de peligro.
—Suena bien.
31
—Es fácil decirlo, pero considere, Sr. Presidente, que
sus agentes pasarán más tiempo con usted que con su
familia. Nosotros vemos todo. Escuchamos todo. A menudo
estamos más cerca que su sombra, y tenemos que estarlo
para hacer nuestro trabajo.
Reese tan cerca como mi sombra…
—Nuestras insignias dicen: 'Digno de confianza y
seguridad'. Ese no es solo el lema del Servicio Secreto, Sr.
Presidente. Es la definición de nuestros personajes. Y es
importante que usted lo sepa. Lo peor que podría pasar
seria que usted perdiera la confianza en nosotros. Si
sintiera que no pudiera confiar en sus efectivos o pensara
que tiene que distanciarse de nosotros, no podríamos hacer
nuestro trabajo. En definitiva, lo que un agente oye o ve se
lo lleva a la tumba, señor presidente.
Parpadeo. Las palabras de Reese hacen eco en mi
mente. A la tumba. Más cerca que su sombra.
Algo lo está alcanzando a nivel atómico.
Los nervios que conectan mi cerebro con mis cuerdas
vocales se niegan a funcionar. Me cuesta creer que haya
jurado el cargo hoy, y mucho menos que haya ganado una
elección.
—Trabajamos en anillos. Su círculo de protección más
cercano serán los agentes más veteranos: yo y mi equipo
de mando. Si usted necesita que se aclare algo relativo a su
seguridad, usted o su equipo pueden comunicarse conmigo
en cualquier momento.
32
Debería distanciarme de Reese. Puedo hacer que
Valeria Shannon, mi jefa de personal, se encargue de todo.
No tengo que volver a hablar con Reese, aparte de "Hola" y
"Adiós" y "Gracias" Debería cerrar esta puerta y darle la
espalda. Hacer mi trabajo, como él dijo. Ser el presidente.
Sin distracciones.
Porque él es una distracción, de una promesa que hice
años.
—Estoy deseando trabajar con usted.
Bien hecho, Brennan. Buen trabajo con ese
distanciamiento.
Reese vacila. Es solo un momento, fácilmente perdido,
pero he pasado los últimos veinte minutos grabándolo en
mi memoria. —Estoy deseando trabajar con usted también,
Sr. Presidente.
Es la señal de que la reunión ha terminado, y me
pongo de pie, me abrocho la chaqueta y le extiendo mi
mano, sin apartar mis ojos de los suyos. Mi ritmo cardíaco
se calma mientras los acompaño a la salida, pero luego hay
un breve intercambio de posiciones cuando Henry se
adelanta a Reese y alcanza la puerta al mismo tiempo que
yo.
—Señor. —Mantiene la mano en el pomo.
—Primer día. —Doy un paso atrás y esbozo una
sonrisa—. No estoy acostumbrado a las formalidades
todavía.
—Tendrá mil reuniones informativas, pero ninguna de
ellas le dirá que hay una curva de aprendizaje, señor —dice
33
Reese—. Todo presidente se siente abrumado en su primer
día en la Casa Blanca. Toda su primera semana, incluso.
Es suave. Me da permiso para sentir estas mariposas,
pero no entiende que no vienen del trabajo. —Gracias.
Salimos a la oficina de Matt, y él está de pie, con una
sonrisa preparada para Reese. Eso me complace
enormemente. Matt es un excelente barómetro del carácter
de una persona.
—¿Qué sigue, Matt?
—Señor, eso es todo lo que tiene por hoy. Empezamos
de nuevo mañana muy temprano.
No estoy listo para que este día -o este momento-
termine. O para que Reese se vaya. —Agente Theriot,
usted mencionó que un recorrido de emergencia al bunker
era posible. Parece que tengo tiempo, ¿usted lo tiene?
Reese y Henry comparten una rápida mirada.
No sé nada sobre Reese Theriot. Sí sé que no soy la
primera persona que lo mira y piensa que su mundo ha
dejado de girar. En algún lugar de esta ciudad, debe haber
alguien afortunado agradeciendo a cada estrella en el cielo
que la sonrisa de Reese le pertenezca. Tal vez esa persona
sea Henry. Ellos parecen tener un lenguaje propio.
—Yo me encargo del cambio de turno —dice Henry en
voz baja. Reese asiente mientras Henry se vuelve hacia
mí—. Que tenga una buena noche, Sr. Presidente.
Y luego se marcha, caminando por el pasillo y
desapareciendo por las escaleras.
34
Me late el corazón. —Matt, gracias por todo —digo,
arrastrando mis ojos de Reese—. Por favor, dale a Rachel
mis saludos.
—Lo haré, Sr. Presidente. —Matt apaga su ordenador,
se abrocha la cremallera de su chaqueta polar y sigue a
Henry por el pasillo.
Reese y yo estamos solos.
He cometido un gran error.
CAPITULO CUATRO
Reese
Entonces
No dejo de correr hasta que casi me derrumbo,
doblándome mientras tomo una bocanada de aire en mi
cuarta vuelta al National Mall. No he dejado de moverme
desde que dejé al presidente Walker. No puedo. Si me
detengo, tendré que enfrentarme a lo que pasó, y no estoy
listo para hacerlo.
Los monumentos están iluminados contra el cielo de
medianoche, junto al resplandor de las luces exteriores de
la Casa Blanca detrás del Monumento a Washington. Me
arden las piernas y me duelen los oídos, mi pulso golpea 35
contra mis tímpanos demasiado fríos. Me estoy
sobrecalentando y congelando al mismo tiempo, y mis
pantalones de chándal y mi sudadera no ayudan en nada.
Me pongo las manos en la cabeza, doy la vuelta y me
dirijo a casa.
Lo que me lleva a pasar por los escalones del complejo
de la Casa Blanca. Me he dado un lujo cuando me
asignaron al destacamento de protección presidencial.
Demasiados de mis colegas luchan con sus viajes al
trabajo, pasando largas horas en sus autos o en el Metro
para llegar a casa, solo para dar la vuelta y hacerlo todo de
nuevo para su siguiente turno.
Vivir en DC puede ser brutal para tu cheque de pago,
pero el gasto valió la pena para mí. Mi apartamento está a
dos cuadras del pórtico norte de la Casa Blanca, y mi viaje
de ida y vuelta hasta mi vestíbulo toma más tiempo que
caminar desde las puertas del vestíbulo hasta el centro de
mando de la Casa Blanca.
‘Dedicación máxima’, dice mi historial. Cuando el
Servicio Secreto te asigna al destacamento, también te
dice, en términos inequívocos, que tu vida ya no es tuya.
Pertenece a la Casa Blanca y a los caprichos del presidente.
He amado cada día de esa vida. Incluso los días de
mierda, el tiempo que he pasado de guardia bajo la lluvia
torrencial, o los turnos de noche consecutivos, o cuando he
viajado doce zonas horarias en el Air Force One solo para
volver a entrar en servicio para otro turno doble.
Esta noche, no miro a la Casa Blanca o al Tesoro
mientras subo por la calle Quince. Tengo una puntada en
mi costado y el comienzo de un calambre en la pantorrilla. 36
¿Cuánto tiempo estuve corriendo? ¿más de una hora?
¿Dos?
No puedo quitarme de la cabeza al presidente Walker.
He reproducido nuestra reunión en el Despacho Oval
cientos de veces, y siempre es lo mismo. Me ahogo. Estoy
desequilibrado.
¿Por qué? ¿Por qué el presidente Walker me confundió
así? ¿Por qué el tiempo pareció detenerse y comenzar en
fotogramas congelados, momentos como fotografías
lanzadas al aire? Tuve que arrancar cada una de ellas por
sobre mi cabeza mientras buscaba a tientas qué decir.
Todo el tiempo, los ojos de Walker estuvieron sobre mí
-perforando en mí- y algo se encendió bajo mi piel.
Lo cual es ridículo. He estado alrededor de presidentes,
vicepresidentes, senadores, miembros del gabinete, -
diablos, incluso líderes extranjeros- por cerca de una
década
Después de la sesión informativa, caminamos uno al
lado del otro hacia el Ala Este en silencio. Es exactamente
como lo retratan los medios: cálido, imponente y amable,
saludando a todos con los que nos cruzamos.
Yo recito el alfabeto al revés en mi cabeza. Un
relámpago de calor recorría mis venas.
El viaje en ascensor hasta el PEOC, el bunker
presidencial, no es corto. Hay tiempo suficiente para
reflexionar sobre los hechos de la vida, y por lo general
estoy pensando en el trabajo.
Cada micra de mi enfoque estaba sintonizada con el
37
hombre que estaba a mi lado.
Se había quedado en silencio, recostado contra la fría
pared de acero con los ojos cerrados. La migraña del
primer día, sin duda. Sin embargo, me impresionó. Al final
del día seguía siendo amable, y no se podía decir lo mismo
de la mayoría de los presidentes.
Los agentes del Servicio Secreto ven la verdadera
naturaleza de su mandante, incluidos sus puntos débiles. A
lo largo de los años, he aprendido a juzgar a las personas
que ocupan puestos de poder por el carácter que muestra
cuando las cámaras se alejan, por si deciden ser amables
incluso cuando no están actuando.
Eso te dirá todo lo que necesitas saber sobre un
persona.
A solas, el presidente Walker dejó que sus ojos se
cerraran, dejó que su cabeza se inclinara hacia atrás. Me
quedé en mi lado del ascensor, dándole la cortesía de la
privacidad, al menos tanto como pude.
La discreción comienza en el momento cero.
Mi mirada periférica trazó la figura de Walker, pasó de
sus largas piernas a sus anchos hombros, a su cuello
expuesto y a su manzana de Adán. Estaba tenso, con los
brazos extendidos a los lados, agarrando el pasamanos con
los nudillos blancos. La tensión le había endurecido los
hombros. Sus palmas sudorosas se deslizaban en la
barandilla de metal.
—¿Largo día, señor?
Su mirada se encontró con la mía en silencio el tiempo
suficiente para que el ascensor descendiera otros diez
38
niveles.
—El más largo de mi vida. —Un momento, y luego
preguntó—: ¿Y tú qué tal? ¿Es difícil acostumbrarse a un
nuevo tipo?
—Este nuevo tipo parece estar bien hasta ahora.
Él rió. Todavía me miraba como si intentara leer
secretos de mis huesos. —¿De dónde eres? —preguntó. Su
voz había cambiado de nuevo. Más suave.
—De Luisiana. Fui detective en el Departamento de
Policía de Nueva Orleans antes de unirme al Servicio
Secreto.
Soy de la cuenca de Atchafalaya, el más grande de los
humedales que cubren Louisiana. Es un lugar de bosques,
lleno de cajunes de tercera y cuarta generación que viven
toda su vida dentro de esos turbios pantanos. Crecí
robando energía de las compañías madereras para nuestra
casa sobre pilotes6, vadeando el agua hasta el pecho con
un cable de extensión sobre mi cabeza, mientras pateaba a
los caimanes que se interesaban demasiado en mí.
A diferencia de la mayoría de los habitantes de la
Cuenca, me fui a la ciudad para salir al mundo. La policía
de Nueva Orleans siempre está contratando y despidiendo,
y me eligieron para el trabajo tres días después de poner
un pie en Canal Street.
Trabajé en turnos de noche solitarios, acarreé a
maleantes y a los matones a la celda de los borrachos, y
perseguí a los que combatían con cuchillos y a los adictos al
crack por las calles de Big Easy. Pasé de patrullero a oficial
y luego a detective, hasta que decidí poner mis
39
aspiraciones más altas.
Ahora estoy aquí, al lado del presidente de los Estados
Unidos.
Aun así, los pantanos y el blues están en mi sangre, y
sueño con el patois7 Cajun en el que me crie. El francés de
los pantanos traquetea dentro de mí, y cuando llueve,
vuelvo directamente a la Cuenca, como si cada gota cayera
sobre un recuerdo.
Walker sonrió. —Dos ciudades famosas por su política
y sus políticos. Apuesto a que tienes historias.
6
7
Dialecto local utilizado por una población generalmente pequeña, a menudo rural.
En Louisiana, los políticos siempre están bajo
investigación, y el homicidio a menudo no es el peor crimen
por el que son acusados. DC fue un paso más en la escalera
de la bajeza moral. —Claro que sí, pero como he dicho, se
irán conmigo a la tumba, Sr. Presidente.
—¿Como esta conversación?
—¿Qué conversación? —Mi acento se ha puesto en
marcha. Es algo que alejo en la sociedad educada, pero
sale como un truco de fiesta cuando estoy cansado, cuando
estoy estresado o cuando estoy presumiendo. Cuál de esos
estaba sintiendo en ese momento, no lo sé.
—Vas a ponerme a prueba en esa sesión informativa,
¿no?
—Cuando menos lo espere, señor. —Jesús, ¿qué
estaba haciendo? Era demasiado fácil bromear con él.
40
—Estamos más cerca que la sombra del otro —dijo,
repitiendo mis palabras. Su mirada se oscureció, el zafiro
cambiando a las sombras turbulentas de un océano
inquieto. El aire entre nosotros se volvió pesado, cargado
de algo que parecía estar a punto de estallar.
Cualquier respuesta que pudiera haber dado se vio
interrumpida cuando las puertas del ascensor se abrieron
en un pasillo, exactamente del tipo que se esperaría en el
subsuelo. Hormigón frío, luces fluorescentes zumbando y
un olor húmedo y mohoso.
Siempre hay un equipo de servicio en el búnker, y yo
dirigí a Walker a la sala de vigilancia y a los operadores
que, con los ojos y la boca muy abiertos, nunca, en toda su
carrera, habían recibido la visita del presidente al que
servían.
Le explicamos sobre los simulacros que realizamos una
vez al mes, siempre que el presidente está fuera de las
instalaciones. En cada uno de ellos, un agente fuera de
servicio o uno de los ayudantes militares interpreta al
presidente en una evacuación a gran escala de la Casa
Blanca.
Cuando llega la hora de la evacuación, hay que ir a
toda velocidad. Mis equipos despejan el edificio hasta el
búnker y bajan al ‘presidente’. Desde allí, evacuamos al
presidente-actor a través de túneles hasta el sitio de
aterrizaje secundario del Marine One y luego realizamos un
vuelo de emergencia a la Base Andrews de la Fuerza Aérea.
El Air Force One también es parte del entrenamiento, y 41
tan pronto como mis chicos transportan el paquete -el
‘presidente’, moviéndose tan rápido como el Servicio
Secreto puede hacer que se mueva, a bordo, esos pilotos
están rodando a toda velocidad y saltando hacia el cielo en
un despegue que aprieta el estómago y que nos lleva a
aguas seguras y a una patrulla de la marina que nos espera
mientras nos abrochamos el cinturón.
—Suena divertido. —Walker se rió en todas las partes
correctas, se aferró a las historias que compartieron los
vigilantes—. ¿Puedo ir para la próxima?
—Nunca hemos utilizado al presidente real en nuestros
simulacros. Suelen estar ocupados, señor.
—Estoy seguro de que podríamos arreglar algo. —Me
sonrió como si estuviéramos planeando una conspiración.
Él estaba más relajado en el viaje en ascensor de
regreso desde el búnker. Tampoco nos aferrábamos a
paredes opuestas. Estaba a mi lado, sin chaqueta. Podía
oler su colonia, poco densa al final del día. La tela que
cubría su codo rozaba mi antebrazo.
Debería haber cerrado la boca. Debería haberme
callado. Pero…
—¿Buen primer día, Sr. Presidente?
Nuestras miradas se cruzaron. Su pecho se elevó. Se
mantuvo. —Empezó muy bien y mejoró a cada hora.
Asentí, traté de sonreír y me salvó el deslizamiento de
las puertas del ascensor que se abrían en la planta baja del
Ala Este.
Lo acompañé hasta la Residencia, todo el camino hasta 42
la Gran Escalera. El agente de guardia nos dio unos metros
de privacidad.
—Aquí es donde me detengo, Sr. Presidente. La
Residencia es su casa particular. Vigilamos las entradas y
salidas, y mantenemos guardias en el techo. Si necesita
nuestra ayuda, hay teléfonos e intercomunicadores en cada
habitación.
—Gracias, Agente Theriot.
—Bienvenido a casa, Presidente Walker.
Fingí consultar con mi agente en su puesto mientras el
presidente subía las escaleras. Tenía un oído en lo que mi
agente estaba diciendo y dos ojos en Walker, y cuando él
miró hacia atrás en la curva, deteniéndose con una mano
en la barandilla…
¿Cuánto tiempo estuvimos allí, mirándonos el uno al
otro? Podría haber sido un respiro o toda una vida, un
segundo o una hora.
Parpadeé…
Subió la escalera sin mirar atrás.
El recuerdo vuelve a sonar en mi cabeza, y me maldigo
por milésima vez.
Desde mi apartamento, la Casa Blanca brilla,
resplandeciente como la joya de la corona de la
medianoche de Washington. Washington no es una ciudad
nocturna, y a estas alturas, el tráfico ha muerto, todo el
mundo se ha ido a casa, y nada más que el viento se
desliza a través del Parque Lafayette.
Si cierro los ojos y escucho, casi puedo oír los chirridos 43
de la radio de los guardias perimetrales y las pisadas de los
Patrullas de la División Uniformada.
Dentro de la Casa Blanca, a salvo con la protección de
mi destacamento, Walker duerme.
CAPITULO CINCO
Brennan
Entonces
¿Algún presidente duerme en su primera noche en la
Casa Blanca?
Apuesto a que no. Apuesto a que es uno de esos
secretos que los expresidentes comparten una vez que
están fuera de la oficina y pueden intercambiar historias
sobre sus días en el club más exclusivo del mundo.
¿Dormiste tu primera noche? Nope. No dormí durante la
primera semana.
Por supuesto, casi todos ellos tienen, o tuvieron, 44
familias. Hace más de 160 años que no hay un presidente
soltero en la Casa Blanca.
Todos ellos tenían cónyuges e hijos, vidas que llenaban
la Residencia cuando finalmente se retiraban del Ala Oeste.
Vidas a las que podían recurrir, escapar, lejos de este
trabajo.
Cuando subí esas escaleras alfombradas, me topé con
un muro de silencio tan pesado, tan absoluto, que oí el
bombeo de mi propia sangre. La alfombra se movía bajo el
cuero de mis zapatos. Cada respiración que tomé fue tan
fuerte como un tren.
La cena fue un emparedado, y llegó en una bandeja de
plata con una ensalada, patatas fritas aun calientes y un
vaso de agua helada, en el comedor formal, en la cabecera
de una mesa de tres metros y medio de largo.
Las velas parpadeaban en los candelabros de cristal.
En el centro de la gran mesa, se alineaban dos metros y
medio de rosas en arreglos de corte bajo. Era
devastadoramente hermoso. Romántico, incluso. Pero el
tintineo de mis cubiertos y el tintineo de mi vaso de cristal
con agua resonaban demasiado fuerte, y me retiré después
de comer solo la mitad de mi sándwich.
Reese dijo que esto sería un ajuste.
Puede que sí, pero no creo que alguna vez me
acostumbre al vacío de la mansión ejecutiva y la forma en
que esta casa casi se persigue a sí misma.
Nunca me han gustado los espacios vacíos de las casas
grandes. Solo poner un signo de exclamación en los
agujeros de mi propia vida, y en el lugar a mi lado donde
podría estar alguien cálido y maravilloso. 45
En California, rechacé la mansión del gobernador por
un condominio de gran altura en el centro de sacramento, y
conservé la casa de mi padre en San Francisco en la que
viví cuando era alcalde.
Esa pequeña casa en Presidio ha sido la piedra angular
de mi vida. Allí tomé todas mis decisiones más importantes,
escuchando los graznidos de las gaviotas y el estruendo del
Pacífico, o con el manto silencioso de la niebla
envolviéndome con sus brazos. Decidí partir a mi primera
misión humanitaria mientras observaba las olas rompiendo
en Baker Beach, y decidí quedarme en los Estados Unidos e
intentar arreglar las rupturas que había encontrado en el
mundo mientras caminaba de un extremo a otro del Golden
Gate.
Y fue allí donde me enamoré perdidamente por
primera vez en mi vida. Estaba en la secundaria y me cogí
de la mano de un chico dos años mayor que yo.
Compartimos un porro antes de besarnos en las heladas
arenas que bordean la bahía.
Puso certeza en mi mente, enseñó a mis manos y a
mis labios la verdad de quien anhelaba acariciar y besar.
Diez años más tarde, en ese paseo por el Golden Gate,
me dije a mí mismo que dejaría de lado esos deseos para
siempre.
Me preguntaba, hasta dónde podían llegar mis sueños.
Quería intentar recomponer este globo roto, pero, al menos
en aquel entonces, quién era yo ponía un duro límite a lo
lejos que podía llegar. Nunca hubo un futuro en el que
pudieran coexistir lo que yo quería y lo que anhelaba que 46
fuera.
¿Merecía la pena llevar una vida tranquila y sacrificar
la posibilidad de una relación? Si podía ayudar a cambiar el
mundo de alguna manera significativa, hacer de este un
lugar mejor para los demás, ¿importaba que estuviera solo?
Han pasado muchos años. Décadas. Tanto tiempo que
pensé que había matado de hambre estos deseos, o que
una parte de mi se había marchitado.
No en esta vida, sino en la próxima. Es un susurro que
me ha ayudado en las largas noches en las que mi brazo se
extiende por el frio colchón y las preguntas surgen como
llamas. La soledad no tiene fondo.
En esta vida, no estoy destinado a encontrar el amor.
Una capa de nieve se acumula en los bordes de la
ventana del Salón Oeste. Mi aliento empaña el vidrio
cuando apoyo mi frente contra él.
La quietud no es la respuesta. La quietud teje
telarañas de qué pasaría si dentro de mí. En noches como
esta, acabo paseando, tratando de escapar mis
pensamientos descendentes. Subo y bajo, con un pie
delante del otro, a lo largo del Vestíbulo Central, hasta que
encuentro la escalera que lleva al tercer piso de la
Residencia.
El tercer piso era el antiguo ático de la Casa Blanca, y
es menos opulento, más chirriante. Los techos están
inclinados y las habitaciones son oscuras. La luz de la luna
invernal se filtra a través de una puerta de vidrio al final de
un pasillo negro.
47
Esa puerta me lleva al exterior, al Promenade8, un
porche con una barandilla sólida que llega a la altura del
pecho y que pretende proteger a los presidentes de los ojos
y las balas por igual.
Es como si me hubieran dejado caer en el fondo de un
foso. Todo lo que puedo ver son las estrellas sobre mí.
Las voces murmuran en la oscuridad, demasiado cerca.
Mi corazón se aloja en mi garganta. Reese dijo…
Una linterna roja se enciende y se acumula en el suelo
frente a mí. —Sr. Presidente.
8
La voz viene de encima de mi cabeza. Mis ojos siguen
el haz hacia arriba y distinguen vagamente un equipo de
hombres vestidos de negro en la parte plana del techo. —
¿Todo bien, señor?
—Sí. Lo siento. Estoy explorando. Olvidé que ustedes
estaban aquí arriba.
—Estamos aquí las 24/7, señor presidente. Por su
seguridad.
—Se lo agradezco. Gracias.
—Es parte del trabajo, señor. —La luz se apaga. El
francotirador y su equipo se funden en la noche. Ya no
puedo ver sus contornos. Ni siquiera los oigo respirar.
Bueno, eso fue suave. Ganaste una elección, ¿verdad,
Brennan? 48
La vergüenza me lleva por el Promenade, tan lejos
como puedo de los francotiradores. El viento se desliza por
las mangas de mi camisa y las ramas desnudas crujen en el
Parque Lafayette.
¿Qué estoy haciendo aquí?
¿Cómo sería tener a alguien a mi lado esta noche?
Alguien a quien pudiera recurrir, alguien a quien pudiera
abrazar mientras trato de comprender todo lo que he
hecho. Alguien que me ayudara a soportar el peso que
ahora descansa sobre mis hombros.
¿Cómo sería si esa persona fuera Reese?
Jesús. Mi cabeza se hunde en mis manos, y espero que
esas Los francotiradores no hayan girado sus visores
nocturnos. Ahora mismo estoy lejos de ser presidenciable.
Mis momentos con Reese, una vez que estuvimos
solos, fueron de los más humanos que tuve en todo el día.
¿Fue porque el Servicio Secreto está más allá de la pompa
presidencial? Son respetuosos, por supuesto, pero no se
impresionan. En la sesión informativa, Reese se remitió a la
oficina, pero cuando estábamos él y yo...
¿Estoy inventando esto? ¿Estoy tan fuera de práctica
que estoy imaginando cosas que no existen?
¿Quiero una conexión tan desesperadamente que estoy
recordando -o malinterpretando- lo que vi? ¿Lo que sentí?
¿O Reese también sintió algo?
No. Reese levantó límites y barricadas entre nosotros
con cada palabra que dijo. Hizo énfasis en la distancia,
reforzó nuestra separación. Diablos, me dijo en mi cara que
la relación entre un presidente y su destacamento era una
49
de las más incomprendidas del mundo.
Y aquí estoy, cayendo justo en ese malentendido.
Pero hubo esos momentos en que nuestras miradas se
encontraron. Momentos en los que no podía respirar, y creí
oír su respiración entrecortada, también. Instantes en los
que nuestras manos se tocaron, en los que compartimos
sonrisas fugaces…
Tú enterraste esto.
No hay nada para ti en este camino, Brennan.
No dejes que tu corazón huya con sueños que nunca,
nunca podrán ser.
50
CAPÍTULO SEIS
Reese
Ahora
El hedor a carne quemada es lo primero que me llega.
El humo se eleva en espirales gruesas y turbulentas
desde el barranco junto a la carretera. Las llamas al rojo
vivo saltan desde el SUV volcado, ardiendo tan
intensamente que han encendido los árboles en un círculo
de tres metros alrededor del accidente. Los neumáticos
están reventados, y los trozos de goma humeante se
extienden en un rastro disperso desde el asfalto hasta el
terraplén. Ese IED9 actúa como una tapa, manteniendo el
fuego contenido dentro del vagón de pasajeros.
Concentrando el infierno.
51
Las llamas pintaban el cielo nocturno de cobre y
bronce y carmín mientras Sheridan y yo corríamos por DC,
con las luces, las sirenas, y las bocinas a todo volumen. El
resplandor se magnificaba a través del parabrisas cuanto
más nos acercábamos, hasta que la conflagración fue todo
lo que pudimos ver.
Sheridan fue el único agente que me igualó paso por
paso cuando salí del centro de mando. Saltó al volante de
mi SUV y condujo como el mismísimo diablo, saltando
bordillos y atravesando a gritos las intersecciones sin
siquiera pisar los frenos. Perdimos al resto de mis agentes
en la Plaza Black Lives Matter y llegamos al Parque Rock
Creek en seis minutos.
9 Artefacto Explosivo Improvisado
Estoy fuera del asiento delantero antes de que pise los
frenos, lanzándome hacia el infierno del choque. El calor
me abrasa la cara como si hubiera entrado en la
postcombustión de un motor a reacción. Si estuviera más
caliente, mi cabello se encendería y mi ropa se derretiría.
Pero antes de que pueda acercarme demasiado, soy
abordado. Unos brazos me rodean la cintura por detrás y se
cierran, arrastrándome de vuelta a la carretera que brille
por el calor. —¡No puedes bajar ahí!
Me esfuerzo contra el agarre de Sheridan hasta que
ruge y me levanta de los pies, y luego nos lanza a ambos
por el lado del pasajero del SUV. Tenemos
aproximadamente el mismo peso, pero él es más alto que
yo por unos pocos centímetros. Hemos pasado suficiente
tiempo entrenando como para saber que somos iguales
52
cuando se trata de una pelea. Él es delgado, donde yo soy
músculo delgado y fuerte construido desde una infancia en
los pantanos. Puedes pasar de cero a animal en tres
segundos, me dijo Henry una vez. Siempre apuesto por ti.
Jesús, Henry.
Sheridan y yo luchamos, yo pateando, tratando de
deshacerme de su bloqueo de brazo, tratando de quitarle
los dedos de donde están apretados contra mi traje. Me
golpeo hacia atrás contra el SUV. Su aliento sale en un
gruñido. Mi codo se clava en su diafragma. —El presidente…
Me aprieta más fuerte, tirando de mí hacia su pecho
mientras envuelve una pierna alrededor de mi muslo en un
movimiento que amenaza con tirarme al suelo. —No lo
hagas —suplica—. Morirás si bajas ahí.
Tengo que hacerlo. Tengo que arrastrar a Brennan
fuera y lo haré con mis propias manos…
Un crujido parte la noche cuando una rama devastada
por el fuego se desprende del tronco de un árbol
chamuscado y se estrella contra el chasis reforzado contra
explosivos del SUV volcado de Henry y Brennan. Las llamas
brotan como un hongo atómico y los bomberos se
dispersan mientras los escombros salen disparados en
todas direcciones.
El acero sobrecalentado explota y grita. Uno de los
puntales reforzados cede. El SUV hace un sonido como si el
diablo estuviera gimiendo, y luego se derrumba sobre sí
mismo, aplastando el techo.
El agarre de Sheridan se afloja.
Partes y piezas de mí mismo se desprenden, se
53
deslizan hacia los lados, se hacen añicos. El fuego me roba
el oxígeno de los pulmones, convierte mis músculos en
cuero, mis huesos en polvo. Me arranca todas las lágrimas
de los ojos.
No queda nada para contener el grito en el que me he
convertido. Un rugido crudo y devastador mientras las
llamas lamen la forma de un cuerpo suspendido de un
cinturón de seguridad dentro del SUV de Brennan.
Sheridan me sacude. Pierdo el equilibrio y caigo contra
el capó, con las palmas de las manos extendidas y la cara a
escasos centímetros de la superficie negra. El metal
chisporrotea bajo mis manos, demasiado caliente para
tocarlo, pero no me alejo.
El sudor se acumula en mi frente. Una gota cae,
aterriza en el capó como una estrella rota, y luego hierve.
Sheridan tiene las manos en la cabeza a mi lado, con
un aspecto absolutamente destruido.
Yo he hecho esto. Merde, yo causé esto. Brennan…
—¡Hey! ¿Quién eres tú? ¿Qué demonios estás haciendo
aquí? —una voz se eleva sobre la cacofonía de las sirenas
que se acercan.
Me sorprendería que en la Casa Blanca quedara algún
agente del Servicio Secreto en el recinto. Parece que está
llegando hasta el último, un ejército de SUV negros
llenando el parque de luces rojas y azules Esta misión
puede haber sido solo del equipo de comando, hace solo
una hora, pero ahora, con nuestros amigos y el presidente
en peligro -o algo peor- todos los que están de servicio lo
54
saben.
—Agente especial a cargo Reese Theriot, Servicio
Secreto. —Pongo mi placa en la cara del regordete policía
metropolitano de DC, que me rodea.
El policía mira de mi placa a mi cara y palidece. Sus
ojos están desorbitados, y se ensanchan aún más a medida
que contempla la flotilla de vehículos del Servicio Secreto
que se acercan. —¿Esto tiene algo que ver contigo?
Asiento.
Estará en las ondas de radio en unos momentos: el
Servicio Secreto saldrá de la Casa Blanca y se dirigirá a la
escena de un accidente en Washington y el terreno se
vaciará como el banquillo durante una pelea en el campo.
Un foco del helicóptero de la CNN que dio la noticia se
abre paso entre los árboles. —¡Saca a ese maldito pájaro
de aquí! —exijo.
Me cede el mando de la escena sin discusión, cogiendo
su radio y transmitiendo las órdenes de enviar los
helicópteros de la policía de DC y acordonar el espacio
aéreo. Los helicópteros del Servicio Secreto no tardarán en
llegar, pero lo necesitamos ahora, no pronto.
—¿Cuál es el estado del fuego? —grito por encima del
rugido—. ¿Cuándo se apagará?
—El jefe de bomberos dice una hora, siempre y cuando
los vientos no arrecien. Están sacando la espuma.
Más tiempo perdido. Si pudiera, apagaría este fuego
solo con la fuerza de mi furia.
55
—Déjame llevarte con el jefe. —Se pone a trotar,
llevándonos a Sheridan y a mí a un vehículo de los
bomberos de DC, estacionado junto a los motores. Los
bomberos se gritan unos a otros, luchando por sofocar las
llamas blancas y azules que salen del SUV en llamas. Las
mangueras serpentean por el pavimento. El aire está
empapado y húmedo. El agua se vaporiza contra el borde
de las llamas.
—¡Jefe! ¡El Servicio Secreto está aquí!
Una mujer de mediana edad con uniforme de capitán
apenas tarda un segundo para fruncir el ceño. —Jefe
Mallory —gruñe. Muestro mi placa. Sheridan también. Ella
no se impresiona—. Si están aquí, ¿puedo suponer que ese
vehículo es suyo? Nos está costando mucho apagar el
fuego. Tendría mucho sentido si fuera uno de los suyos.
Hay mucho más en nuestros SUV. Son resistentes al
fuego, pero una de las ironías más crueles de la vida es
que, una vez que algo resistente al fuego finalmente se
incendia, arderá como el infierno mismo. —Lo es.
—Vamos a necesitar una hora para apagar esto...
—Putain de merde, no tenemos una hora. Tenemos
que conseguir bajar ahora mismo y rescatar…
—No hay nadie ahí abajo para que lo rescate.
—No sabe…
—Mis bomberos pueden ver los restos.
Sus palabras son un puño cerrándose alrededor de mi
corazón. Brennan.
—¿Dónde se encuentran exactamente los restos? ¿En 56
qué asiento?
—Hay al menos un cuerpo adentro en el frente. Un
segundo parece haber sido expulsado del lado del
conductor.
Mi visión nada hasta que veo cuatro de ella. Sheridan
escupe una cadena de maldiciones. —Había tres personas
en ese SUV.
—Solo puedo confirmar dos grupos de restos. Tenemos
que esperar a que las llamas se reduzcan antes de poder
hacer algo más. —Vuelve a escuchar su radio. Las sirenas
vuelven a llenar el aire, las luces rojas rebotan en las
ramas colgantes mientras tres camiones de bomberos
rugen por la carretera.
Ella se hace a un lado, y no hay nada más que pueda
hacer. Lo único que estoy haciendo es entorpecer su
camino.
Pulso el micrófono de mi muñeca y doy órdenes para
que mi gente establezca un perímetro y cierre todas las
carreteras de entrada y salida del parque Rock Creek. —
Acompañen a los bomberos en lo que necesiten. Tienen
acceso total, pero absolutamente nadie más puede entrar.
Ni la policía metropolitana, ni el FBI, nadie. Que alguien
llame al cuartel general y consiga el mejor equipo forense y
una unidad de escena del crimen de la División de
Homicidios lo antes posible.
Suenan chasquidos, vuelven las afirmaciones.
Una voz se abre paso a través de la estática que ahoga
la banda de radio, haciendo la pregunta que nadie más se 57
atreve a hacer. —¿Qué pasa con la respuesta médica,
señor? ¿cuántas ambulancias necesitamos?
No es solo el presidente el que está ahí abajo en ese
infierno. No es solo mi Brennan. Dos malditos buenos
hombres estaban en ese SUV con él. Henry, mi mano
derecha, mi mejor amigo. Stewart, el bromista bonachón
que tenía el récord de distancia en las filas de
francotiradores del Servicio Secreto y que había pasado
más años en el techo de la Casa Blanca que Sheridan en
vida.
—Ninguna. Necesitamos bolsas para cadáveres.
Una hora más tarde, las llamas finalmente se han
reducido a su mínima expresión.
Hay un cráter carbonizado alrededor del SUV, y el
suelo es de color negro obsidiana bajo la espuma
empapada. La cinta de la escena del crimen se extiende a
través de los árboles y alrededor de la calzada a cien
metros en todas las direcciones. Partes de la cinta se
deshizo con el calor, cayendo al suelo en forma de manchas
como la cera amarilla de una vela.
El fuego ardió blanco -y azul- lo suficientemente
caliente como para destruir el marco reforzado de la SUV.
El vidrio balístico derretido yacía en charcos.
Lo que sea que provocó el incendio, atravesó nuestros
millones de dólares en medidas de seguridad que deberían
haber evitado que exactamente esto sucediera. Todo lo que
hizo de ese vehículo una fortaleza se volvió contra nosotros
y creó este espectáculo de terror.
58
Controlamos la escena con mano de hierro. Cada
agencia del alfabeto y unidad de aplicación de la ley que no
seamos nosotros está fuera del parque. La policía
metropolitana de DC está agrupada fuera de las puertas.
Tres equipos del FBI se están enfriando en nuestro puesto
de control y quejándose por la radio. Una compañía de
Marines ha venido a reforzar a mis agentes que mantienen
el perímetro.
Nadie, ni siquiera el FBI, se atreve a cruzar nuestra
línea. La angustia incandescente late en cada uno de mis
agentes.
Nuestros amigos están muertos.
Nuestro presidente está…
Brennan está...
No puedo pensar en la palabra.
En cambio, veo a nuestro equipo forense moverse
sobre el accidente arrasado por el fuego, con sus monos
oscuros. Los investigadores del Servicio Secreto de la
División de Homicidios se apiñan en la carretera, midiendo
un derrape de cincuenta metros de caucho quemado que
lleva a la caída del SUV al barranco.
El calor abrasador aún se eleva desde los restos. El
sabor químico de la espuma se ha alojado en mi garganta.
La arenilla cruje entre mis muelas. Cenizas, escombros,
restos humanos, no estoy seguro.
Sheridan y yo contemplamos el accidente, de espaldas
a nuestro vehículo, apoyados el uno en el otro.
Mi cordura se está desmoronando, y cuanto más huelo
a carne chamuscada y saboreo el polvo de huesos en la
59
parte posterior de mi lengua, más cerca estoy de
desmoronarme irremediablemente. Este es un momento
que nunca cicatrizará, un desgarro en mi alma que durará
para siempre, hacia un más allá negro que envolverá el
resto de mi existencia.
Un esqueleto calcinado cuelga boca abajo sobre el
tablero derretido.
El fuego hace cosas extrañas a un cuerpo. Los
músculos hierven y se retuercen. Los huesos se rompen y
se fracturan. Puedo distinguir lo que parece un brazo
pegado a la caja torácica quemada.
Otro cuerpo, apenas reconocible como humano, yace
junto a la puerta del conductor. ¿Fueron expulsados en el
choque? ¿O intentaron arrastrarse para liberarse antes de
ser vencidos?
El habitáculo trasero se llevó la peor parte de las
llamas. No queda nada más que acero fundido y cenizas
más finas que la arena.
Fragmentos de mi entrenamiento caen de mis
recuerdos. Los huesos humanos arden a 815 grados
Celsius. Se necesita tres horas para quemar un cuerpo
humano por completo. Menos si la temperatura supera
1090 grados.
—¿Agente Theriot? —llama el detective Hudson de la
División de Homicidios.
Está en cuclillas al comienzo del derrape de caucho
quemado. —Estas marcas de combustión —dice, señalando
el depósito inicial más oscuro y pesado—. Se hicieron
60
mientras el vehículo estaba detenido.
Henry no debería haber visto nada más que sus faros
deslizándose sobre el asfalto mientras atravesaba los
árboles. El parque estaba cerrado. No había ninguna razón
para que Henry se detuviera. Incluso si un ciervo hubiera
elegido el momento equivocado para cruzar, Henry solo
habría aflojado el acelerador y desviado el volante.
Sheridan se cierne detrás de mí. Respira rápido, con
pequeñas bocanadas que suenan como un animal en
apuros. Henry era su mejor amigo, su mentor, y ahora está
viendo como un equipo forense separa fragmentos de
huesos ennegrecidos de la tierra mientras recogen lo que
probablemente sean los restos de Henry. —¿Por qué se
detendría?
Sacudo la cabeza. —Henry no se habría detenido. No
por nada.
—Le digo, señor —dice Hudson— estas marcas fueron
hechas por un vehículo parado. El exceso de caucho… —
señala la capa más gruesa del asfalto— …indica que las
ruedas giraron antes de ganar tracción.
—Nuestros SUV son de tracción total. Eso es imposible.
—Es posible si el vehículo estaba retrocediendo a alta
velocidad y que luego cambiara rápidamente a la marcha
mientras pisaba a fondo el acelerador. Eso forma parte de
nuestro entrenamiento de conducción evasiva. Reducimos
al mínimo el tiempo de parada, pero con ese cambio, hay
milisegundos en los que los neumáticos pueden patinar. —
Hudson señala un punto separado veinte metros delante de
nosotros, líneas paralelas de caucho negro—. Ahí fue donde 61
pisó los frenos.
Hudson sabe lo jodida que es esta situación, que
tenemos que hacer todo bien. Las investigaciones sobre lo
que pasó aquí durarán años. Esta noche se quemara todo y
a todos. Las carreras están terminando. La mía, seguro. Lo
cual está bien para mí, porque la mejor parte de mi vida -
mi inesperado todo- se ha ido.
—No puedo decirte lo que pasó —dice Hudson con
cuidado—. Solo puedo decir lo que muestra la evidencia. El
agente Ellis frenó allí, dio marcha atrás a gran velocidad y
luego aceleró tan rápido que dejó una huella de cincuenta
metros antes de perder el control de su vehículo y caer al
vacío.
¿Por qué, Henry? ¿Qué viste? —Gracias. Buen trabajo,
Hudson.
Los ojos de Hudson registran los restos humeantes en
el barranco. Su mandíbula se aprieta. Se aleja antes de que
pueda decir otra palabra.
—¿Señor? —la patóloga, June Ahn, llama desde el lado
del pasajero de la SUV—. Tengo algunas cosas que necesita
ver.
Sheridan y yo nos dirigimos al accidente. El suelo está
resbaladizo y mis zapatos se hunden en el barro. Detrás de
mí, Sheridan resbala.
De cerca, el olor es espantoso. El olfato es el
encargado de reconocer las partículas en el aire. Estoy
respirando la muerte, las moléculas quemadas de los
cuerpos de mis amigos. El cuerpo de mi amante.
El calor es insoportable. El sudor me resbala por las
sienes y la nuca mientras me arrodillo junto a Ahn. Está
62
tomando fotos del interior de la puerta del pasajero
delantero, junto al esqueleto que cuelga boca abajo en el
asiento. El cinturón de seguridad se ha quemado, pero el
fuego ha fundido este cuerpo con el chasis, uniendo tejido y
hueso y acero.
—¿Qué tienes?
Ahn toma otra foto antes de meterse la cámara en el
bolsillo del pecho. Saca un lápiz y un bloc de notas y me
muestra un boceto a página completa de la puerta del
pasajero abierta junto a nosotros
—¿Ves el patrón de panal del daño por quemadura? —
Ahn señala primero su boceto y luego el interior de la
puerta. Ése es el blindaje balístico. Es más fuerte que el
Kevlar, y tiene un punto de inflamación mucho más alto.
Para que veamos este extenso daño por quemadura en el
blindaje, estamos viendo un fuego de muy alta
temperatura, uno que casi con seguridad fue causado por
acelerantes.
Acelerantes. Bordel de merde10.
—Lo que no sabemos es si esos acelerantes fueron
introducidos accidental o a propósito. La munición o los
agentes inflamables ya presentes, podrían haber sido
consumidos o detonados durante un incendio inicial más
pequeño antes de convertirse en esto.
—Mantenemos nuestros SUV abastecidos con más de
tres mil rondas de municiones y seis granadas de termita.
—Ese podría ser el culpable. Sabremos más una vez
que procesemos el vehículo en nuestro laboratorio. Ahora…
—Ahn señala con su lápiz el hueso de la cadera del
63
esqueleto agrietado por el fuego, luego uno de los panales
llenos de ceniza y una mancha oscura en medio de otras
cien manchas—. Echa un vistazo aquí.
Hay una razón por la que no me dediqué a la medicina
forense. No puedo ver nada, y si me quedo aquí abajo
mucho más tiempo, voy a perderlo. Estoy colgando de esta
tierra por un hilo, los cierres de mi cordura se deshacen en
jirones. Mi alma está en llamas, y todo lo que quiero es
arrastrarme en un agujero del que nunca saldré. Gritar
hasta que mi corazón se rinda y lo que quede de mí pueda
fundirse con lo que queda de Brennan.
—¿Qué se supone que debo ver?
10 Santa Mierda
—Hay un agujero de bala, señor. Una bala atravesó
este cuerpo y se incrustó en el panel interior de la puerta
del pasajero.
Ahn encontró esto a partir de una sola mancha y la
pelvis quemada a veinte centímetros de mi cara. —¿La bala
es recuperable?
—Sí, señor. Puedo ver la base del proyectil. Parece
significativamente deformada, y no sabré hasta que la
examine si es por haber sido descargada o por el fuego.
—¿Podría ser un proyectil perdido que se quemó?
Ahn señala el salpicadero derretido, el marco del
parabrisas, la consola central destruida. —He encontrado
munición cocinada en estos lugares, pero ninguna en la
puerta.
64
Sheridan respira por encima de mi hombro. El barro se
pega a las rodillas y los codos de su traje. Mira el agujero
de bala oculto por el humo, sus ojos enormes. —Si se hizo
un disparo dentro del SUV… —Su voz se apaga.
Las piezas del rompecabezas se están juntando.
Marcas de quemaduras en la carretera por encima de
nosotros y una bala incrustada dentro del SUV del
presidente -mi amante.
Esto es algo que asusta al director de la CIA, Brennan
lo había dicho cuando me pidió que organizara esta
excursión clandestina. Nadie puede saber acerca de esta
reunión. Nadie en absoluto.
Puedo contar con los dedos las personas que conocían
los movimientos de Brennan esta noche. Mantuvimos el
círculo pequeño.
No lo suficientemente pequeño, aparentemente.
Alguien sabía a dónde iba Brennan.
Y alguien sabía por qué iba a reunirse con el director
de la CIA en medio de la noche.
Alguien había asesinado…
Voy a cazarlos hasta los confines de la tierra, y lo
último que verán será mi cara y el cañón de mi arma.
—Hay una cosa más. —Ahn baja la voz. Sus ojos se
dirigen a Sheridan y luego a mí, haciendo una pregunta.
Sea lo que sea que quiera decirme, está nerviosa por eso.
—Sheridan está en mi equipo de mando. Él sabe todo
lo que yo sé.
La máscara de Ahn se hunde mientras respira 65
profundamente, y su mirada se dirige al compartimento de
pasajeros derretido. Al asiento de Brennan.
No estoy listo para esto. Nunca estaré listo para esto.
El mundo se agudiza: el metal aun enfriándose, gimiendo a
mi lado, las pisadas resbaladizas de los técnicos forenses.
Voces hablando suavemente. Y el olor, Dios, el olor.
Por un momento, puedo distinguir la colonia de
Brennan, colocada sobre la tierna piel de su cuello, bajo la
curva de su mandíbula. Lo besé allí, hace meses, justo
sobre su pulso. Me miró con tanta hambre, tanto anhelo,
tanto terror…
—Esto es solo una determinación preliminar…
Ahn está tratando de prepararme para la verdad,
aunque ya sé que nadie podría haber sobrevivido a este
infierno. ¿Cuántos agentes han perdido al presidente bajo
su vigilancia?
¿Cuántos agentes amaban a su presidente como yo
amaba al mío?
Nadie. ningún hombre podría amar a otro como yo
amo Brennan.
—Necesitamos tener el vehículo en nuestro laboratorio,
procesar todo el marco para estar seguros, pero estamos
bastante seguros...
—Ahn, ya lo sé. El presidente murió quemado.
Imágenes pasan por mi mente, negativos de películas
que se derriten en las llamas ¿Brennan trató de escapar?
¿Gritó mi nombre? ¿Esperaba que lo rescatara? ¿Murió
sabiendo que le había fallado? 66
Ella sacude la cabeza. —El cuerpo humano es muy
resistente al fuego. Incluso cuando un cuerpo es
incinerado, los restos óseos aún necesitan ser molidos, y
eso es después de tres horas de calor sostenido. En un
incendio como este, siempre queda algo. Puedes verlo tú
mismo: hay restos en la parte delantera del vehículo.
—Pero el fuego fue peor en el compartimiento de
pasajeros…
—No creo que haya sido lo suficientemente caliente
como para una destrucción completa.
—¿Qué estás diciendo? —la voz de Sheridan tiembla.
—No hemos encontrado ninguna evidencia de restos
humanos en ningún otro lugar que no sea el asiento del
pasajero delantero y fuera de la puerta del conductor —dice
Ahn con cuidado—. No creo que hubiera nadie en la parte
trasera de la SUV cuando el fuego destruyó el vehículo.
El tono medio de Ahn, su manera firme y precisa. No
busca cuentos de hadas, no intenta crear falsas
esperanzas. El mundo se inclina, el cielo se desliza hacia los
lados, y el suelo se acerca rápidamente a mi cara, hasta
que me apoyo en el chasis del SUV.
Los marcadores de evidencia sobresalen en ángulos
extraños, carteles amarillos con números negros que nadan
en mi visión. Me acerco con todo lo que hay en mí, como si
mi amor pudiera sacar la vida de Brennan de esta
destrucción y volver a convertirlo en carne y sangre, pintar
su sonrisa de nuevo en su rostro y volver a encender la luz
en sus ojos. Si estuviera frente a mí, aunque fuera en
pedazos, lo sabría… maldita sea, lo sabría. Un amor como
67
el que tuvimos no se consume sin más.
No siento nada.
—Si el presidente Walker no estaba en la SUV —
pregunta Sheridan—. Entonces, ¿dónde está? ¿Esto fue un
asesinato o un secuestro?
Nadie dice una palabra.
—¿Quién más lo sabe? —Finalmente le pregunto a Ahn.
—Solo mi equipo.
Los cuentos rápidamente. Siete personas, más ella. —
Mantenlo así. No se lo digas a nadie.
Ella asiente. Entiende lo que significa esto y lo que va
a pasar después.
Mi radio suena a la vida. —SAC Theriot, adelante.
—Theriot, adelante.
—Señor, el director lo necesita en la Casa Blanca.
Ahora.
Joder. Todavía falta una hora para el amanecer, pero
los canales de noticias de la mañana seguramente están
reproduciendo el incendio en bucle, junto con nuestro
bloqueo en todo DC y el bloqueo del Servicio Secreto en el
parque Rock Creek. Los medios exigen respuestas, pero no
tenemos nada que darles.
Menos que nada, de hecho.
Tenemos que mantener un control sobre esto. Brennan
era el objetivo, claramente, y la razón está enterrada en
algún lugar de ese informe de la CIA. Hasta que no
sepamos más, nada puede salir a la luz. Necesitamos todas
las ventajas, todos los ángulos.
68
Porque si Brennan está ahí fuera, su vida dependerá de
cómo respondamos y de lo que hagamos.
Y debo traerlo a casa.
—Entendido —respondo mientras subo por el terraplén
fangoso. Las luces rojas y azules convierten el parque en
un carnaval macabro. La carretera todavía está obstruida
con camiones de bomberos y vehículos del Servicio
Secreto—. ¿Han traído al vicepresidente a la Casa Blanca?
—Llegó hace una hora, señor. El y el director quieren
hablar con usted, lo antes posible.
—Estoy en camino. ETA... —No puedo ni imaginarme
cómo salir de este estacionamiento—. Tan pronto como
salga de aquí. Estoy en la escena.
—Roger, señor. Le avisaré al director.
Sheridan está a mi lado, frotando sus palmas
embarradas en los pantalones del traje. Sus ojos están
rojos como el rubí mientras gruñe —Yo conduciré —y trota
hacia el lado del conductor de mi SUV.
Tardamos siete minutos en despejar un camino fuera
del parque. Sheridan enciende las sirenas tan pronto como
pasamos el perímetro, y nos lleva de vuelta a la Casa
Blanca casi tan rápido como nos trajo a la escena.
Nos lleva al sótano, aparcando el SUV manchado de
hollín en la zona de descenso junto a señal de no
estacionar. Lo reprendería, pero el presunto presidente y el
director del Servicio Secreto nos esperan dos pisos más
arriba.
Aun así, me tomo un momento antes de abrir la
69
puerta. —Sheridan…
—¿Sí, señor?
No debería llevarlo conmigo. Parece que todo su
mundo se ha derrumbado, lejos de ser profesional o
inspirador para nuestros jefes.
Pero estamos entrando en una inquisición, y no soy lo
suficientemente fuerte ahora mismo para enfrentarme a
esto solo. Estoy desequilibrado, a punto de deslizarme en
una penumbra tan sin fondo que quizá nunca encuentre la
salida.
Así que me quedo con Sheridan.
Egoísta, sí, pero me importa una mierda.
Él puede ser mi ancla a través de esta tormenta, o el
último lazo que cortaré antes de seguir a Brennan, donde
quiera que haya ido.
—Quédate conmigo.
70
CAPÍTULO SIETE
Brennan
Entonces
He guardado mi secreto durante más de veinte años,
pero después de seis semanas en la Casa Blanca, podría
estar a punto de echarlo todo a perder. Destruir mi imagen
cuidadosamente construida y quemarla hasta los cimientos.
Soy el presidente, pero la Casa Blanca no se siente
como un hogar. El Ala Oeste pertenece al personal que da
vida a mi administración, y a la gente que mantiene
nuestro gobierno en funcionamiento, y a…
Reese está en todas partes. Está en los pasillos
controlando a sus agentes. Se pasea por el sótano del Ala 71
Oeste, y me hace entrar en la Sala de Situación. Está
tomando café del comedor, o consultando a Matt sobre mi
agenda, o estamos cruzando por los pasillos al mismo
tiempo, siempre frustrantemente fuera de alcance.
Está en el Despacho Oval una vez a la semana. Todos
los miércoles, entrega un informe del Servicio Secreto para
comenzar mi día. Quince minutos con Reese, cara a cara.
Solo él y yo en esa enorme oficina vacía, el tic-tac del reloj
de pie presionando sobre nosotros.
Hay una carga en el aire cuando estamos juntos, una
expectativa crepitante, casi una urgencia. Las palabras no
pronunciadas se agolpan en mi mente. Al mismo tiempo,
hay una distancia que no existía cuando bromeábamos en
el ascensor hasta el búnker. Esa noche compartimos
sonrisas, y me dio la bienvenida a casa. Fue el primero en
decirme eso sobre la Casa Blanca.
Ahora, algo se está gestando entre nosotros.
Cada vez que Reese se cruza en mi camino, estoy un
poco más al límite. Mi mente es un océano agitado, mis
pensamientos el rugido del oleaje, golpeando la playa que
guarda mis secretos enterrados.
¿Por qué él? ¿Por qué, después de todos estos años de
disciplina, es este el hombre que me hace soñar, y sentir
dolor y tener hambre otra vez?
Apenas lo conozco. Ciertamente no lo suficiente como
para arriesgarlo todo.
Pero algo presiona esos momentos en los que nos
juntamos, donde nuestros mundos se rozan y se funden y 72
luego se separan. Somos como gases listos para la
combustión, esperando una chispa.
Esto es lo último, lo absolutamente último en lo que
debería estar pensando. La desolada realidad de mi vida
amorosa es intrascendente, y mis dudas sobre la ocasional
respiración entrecortada de Reese, el deslizamiento de sus
ojos hacia los míos cuando cree que no lo noto, no van a
ninguna parte.
No va a pasar nada.
Mis dedos golpean el borde de mi escritorio a bordo del
Air Force One. Estamos a veinte minutos de DC, a poco
más de una hora de aterrizar en Ottawa. Es mi primer viaje
internacional desde la toma de mando. Estoy fortaleciendo
una alianza de larga data e iniciando el camino que prometí
durante la campaña.
Los fuegos de la guerra amenazan con volver a
envolver al mundo. Hace varios años, Rusia invadió
Ucrania, apoderándose de ella con un dominio brutal. Su
ejército arrasó ciudades enteras, borraron pueblos y aldeas
de la tierra, destruyeron los campos y las fábricas de
Ucrania. Millones de refugiados salieron del país y millones
más siguen luchando bajo la ocupación rusa.
No tenemos un recuento completo de cuántas vidas se
han perdido. El hambre, las enfermedades y la guerra
interminable sacuden ahora a Ucrania en una catástrofe
humanitaria que no hace más que empeorar.
Ahora, Rusia está lanzando nuevas amenazas. Una
confrontación podría estallar en cualquier momento. El
mundo está en vilo y se vuelve hacia Estados Unidos.
¿Qué es la política exterior sino una serie de 73
promesas? Combinamos la esperanza y la acción y creemos
que podemos marcar la diferencia apareciendo, estando
ahí, ofreciendo una mano amiga
No siempre acertamos. Mi propia vida ha quedado
marcada por la extralimitación de Estados Unidos, y hay un
agujero en mi existencia donde una persona debería estar,
pero no está.
Pero si Estados Unidos es mejor, lo que podamos
conseguir en el mundo será mejor. Las buenas obras
empiezan cerca de casa y crecen desde allí. La fuerza se
mide mejor con la amabilidad.
¿De qué sirven los principios estadounidenses si los
abandonamos? ¿Las democracias se mantienen unidas, o
caemos por separado? ¿Puede un solo dictador intimidar al
mundo para que permita que continúe la tragedia?
¿Cuál es la mejor respuesta, cuando cada acción
agudiza más y más esta crisis?
Avanzo y debato conmigo mismo, discutiendo en
círculos.
Entre reflexionar sobre una guerra mundial inminente
y una atracción que está poniendo mi psique de rodillas,
estoy varado en un sombrío paisaje lunar mental.
Mis pensamientos regresan a Reese.
Él está a bordo. Ahora mismo.
Él era parte del comité de bienvenida cuando subí la
escalera. Reese, Henry, los pilotos y el copiloto, mi jefe de
a bordo, y mi jefe de personal. Sostuve su apretón de
manos más tiempo del que debería.
—Agente Theriot, siempre es un placer verlo.
74
Él tampoco lo soltó de inmediato. Y volvió a tener esa
respiración entrecortada, esa ligera vacilación antes de
responder. Un poco de su acento de Louisiana se deslizó:
un poco de acento sureño, una pizca de francés del viejo
mundo. —Me encargaré de su equipo en Ottawa, Sr.
Presidente, y le informaré cuando estemos a punto de
aterrizar.
—Estoy deseando hacerlo.
Y eso fue todo.
Ahí es donde debería quedarse. No hay futuro para las
preguntas que mi subconsciente me lanza después de la
medianoche. ¿A qué sabrían sus labios? ¿Cómo sonaría mi
nombre pronunciado con su acento?
La inquietud me pone los nervios de punta, y ya he
recorrido la longitud de esta oficina una docena de veces.
¿Cuándo será ‘más cerca de aterrizar’? ¿Cuándo llegará
Reese a mi oficina?
Quiero verlo. Más de un segundo o dos en los pasillos,
más de quince minutos en una sesión informativa semanal.
A los presidentes no se les permite enamorarse,
especialmente no de los hombres, no cuando ese techo de
arcoíris ni siquiera tiene una abolladura. Mi secreto es una
granada de mano con el pasador tirado.
La opción inteligente aquí sería distanciarme de Reese.
Frustrarme por la noche con fantasías imposibles, y no ir
nunca más allá de unas cuantas caricias furtivas de mi
mano y su nombre ahogado en mi almohada.
75
Pero, ¿es posible que podamos ser... amigos?
¿Puedo confiar en mí mismo para intentarlo?
¿O es Reese la tentación de un adicto, un vaso sin
fondo de whisky ofrecido a un alcohólico?
—Hola, Danny.
—Sr. Presidente. —Danny, mi jefe de a bordo, se
congela en la cocina, con los ojos muy abiertos y aun
alcanzando el café molido junto a mi codo—. Señor, si hay
algo que necesite, todo lo que tiene que hacer es llamar.
—Solo estoy estirando las piernas. —Me apoyo contra
el marco de la puerta, esperando que Danny siga mi
ejemplo. No lo hace, se avergüenza cuando le paso la lata
de café, la deja y se empeña en prestarme toda su
atención.
—Hay muchos lugares más interesantes que la cocina,
Sr. Presidente.
—Todos los lugares son interesante para mí.
Finalmente, obtengo una pequeña sonrisa.
—¿Ha volado antes con el Agente Theriot? ¿Sabe por
casualidad cómo toma su café? Tengo una reunión con él
en unos minutos y me gustaría tener un gesto de buena
voluntad.
Danny arquea una ceja mientras enciende la cafetera.
—Por lo general, es el Servicio Secreto el que trata de
halagarlo a usted, Sr. Presidente, no al revés. He volado
con el Agente Theriot durante seis años y le he servido
galones de café. Estaré feliz de traerles a ambas tazas de
café recién hecho una vez que su reunión haya comenzado. 76
—Voy a cogerlo un poco antes. De ahí la ofrenda de
paz.
—No necesita una oferta de paz, Sr. Presidente.
Pero toma dos vasos de viaje, de papel. Prepara el mío
primero -añadiendo crema hasta que sea un perfecto
blanquecino, y luego el de Reese.
Reese toma su café solo, sin crema, sin azúcar. Cómo
no.
Danny cierra las tapas de los vasos y me los pasa. —
No es quisquilloso. Puede beber café colado a través de un
bloque de motor si tiene que hacerlo.
—Esperemos que nunca tenga que hacerlo.
Danny me deja escapar dignamente. Me dirigí a la
popa. Media docena de auxiliares de vuelo pasan junto a
mí, cada uno me saluda con un ‘Sr. Presidente’ y una
sonrisa.
El Air Force One es muchas cosas, pero es
predominantemente beige. El presidente vuela con estilo,
sí, pero ese estilo es sólidamente ochentero, como si todo
el avión hubiera sido equipado por los vendedores de La-Z-
Boy11 con una muestra de color. Sillones reclinables de
cuero beige, alfombras beige, paneles beige. Los únicos
toques de color son las cortinas azules y el sello
presidencial -que está pegado en todo lo que está a la
vista.
El pasillo de babor continúa, y más allá de una cortina
de privacidad, el grupo de prensa sigue en su sección. A mi
izquierda está el compartimiento del Servicio Secreto, un
77
área enorme, en su mayor parte atrincherada tras
mamparas y puertas cerradas. Sé que hay una armería,
una oficina y literas, así como una sala de espera que se
abre al pasillo. Ahí es donde voy despacio…
Y escucha algo inesperado: una risa.
Ese estruendo bajo es también la voz de Reese. Me
desestabiliza, como si el avión acabara de descender tres
mil metros, dejando mi estomago una altura superior.
¿Cómo se ve Reese cuando se ríe? Solo he visto su
sonrisa profesional, pero debe haber una más grande y
verdadera dentro de él.
11 Nombre derivado de Zephyr Competition Team, era un grupo
de skaters originarios de la zona de Santa Mónica/Venice, en California que en
los años 70 crearon la subcultura punk/skate actual.
Mis pasos son ligeros, casi silenciosos, mientras doy la
vuelta a la mampara y me dirijo a la sala de espera. Pero
mi acercamiento sigiloso no importa. Ni una sola persona
nota que estoy allí. Todos están de espaldas a mí.
Reese está sentado en el reposabrazos de una de esas
sillas de cuero beige, contando con el resto de los agentes
que llenan la habitación, mientras un hombre y una mujer
hacen ejercicio en la barandilla del portaequipaje. Ambos se
han despojado de sus chaquetas de traje y camisas de
vestir y están en camiseta con chalecos de Kevlar puestos
por encima. Los músculos de ella se ondulan mientras se
levanta y vuelve a bajar, más rápido que su contraparte
masculina.
—¡Doce! ¡Trece! —Reese aplaude mientras se ríe. Mis
ojos se fijan en él, en su sonrisa fácil y abierta.
78
Al otro lado de la sala, el hombre va más despacio.
Después de las dieciséis dominadas, cae al suelo, moviendo
la cabeza mientras la mujer hace cuatro más antes de
ponerse de pie. Apenas parece agotada, y todo el
compartimiento estalla, los agentes aplauden, silban y le
dan palmadas en los hombros. Abraza al hombre al que ha
derrotado, y es entonces cuando me ve.
—¡Sr. Presidente! —Ella se pone en atención, y el resto
de los agentes son prácticamente personajes de dibujos
animados que dejan estelas de luz tras de ellos mientras
pasan de ser seres humanos que se divierten a
profesionales serios. Las sonrisas desaparecen y vuelven a
ser los monolitos de mandíbula cuadrada y ceño fruncido
que veo en el Ala Oeste. La experiencia, desaparecida. La
diversión, borrada.
La decepción me pesa como una roca que se hunde en
el océano. Reese se para frente a su equipo. —¡Sr.
Presidente! ¿Le hemos molestado?
Los agentes detrás de él se han apretado tanto que no
creo que cualquiera de ellos cague durante una semana.
—¿Qué fue eso?
Silencio. Los agentes se miran unos a otros. Reese
está al frente, y nadie viene a ayudarle.
La explicación viene lentamente. —El Agente Núñez —
Reese señala a la mujer victoriosa— está ensayando para
CAT, señor. El agente Roberts la ha retado a un amistoso
concurso de dominadas12.
Me encuentro con las miradas de Núñez y Roberts.
Núñez tiene unos ojos marrones profundos y cabello negro 79
recogido en una apretada cola de caballo. Roberts es alta y
musculosa, pero obviamente a ella se le daba mejor las
dominadas. Ambos están sonrojados, con las mejillas y las
orejas rojas. Están de pie, en camiseta y chalecos, con el
sudor goteando sobre su piel. —No creo que pudiera sacar
diez dominadas. Mucho menos dieciséis o veinte.
Reese se estremece.
Ninguno de ellos se ha relajado. Se van a torcer algo si
me quedo más tiempo. —Agente Núñez, espero verle en
CAT en el futuro.
Núñez se quiebra lo suficiente para sonreír. —Gracias
Sr. Presidente.
12
Sigo sosteniendo dos tazas de café como un repartidor.
—¿Agente Theriot? ¿Quiere acompañarme?
La temperatura en la sala cae en picada. Los ojos se
deslizan hacia Reese, desesperados, comprensivos. Como si
lo hubiera invitado a su propia ejecución.
—Por supuesto, Sr. Presidente. —Agarra su portafolio
de su asiento y me sigue. Dejamos atrás lo que parece un
funeral.
—Le he traído café. —Cometo mi primer error cuando
se lo tiendo a Reese. El segundo es la sonrisa que le
ofrezco.
Reese reacciona como si lo hubiera regañado, no como
si hubiera tratado de hacer borrón y cuenta nueva. En el
silencio del pasillo, oigo el rechinar de sus dientes. No coge
el café, y recuerdo, demasiado tarde, el informe inicial del
80
Director del Servicio Secreto Britton: los agentes nunca
aceptarán nada que les entreguen en servicio. Sus manos
siempre deben estar listas en caso de que necesiten
desenfundar.
Estamos a salvo en el Air Force One, pero Reese sigue
sin aceptar. En su lugar, empuja la puerta de mi despacho
con tanta fuerza que rebota en la mampara y se golpea la
espalda mientras espera que pase.
Tomo asiento. Cierra la puerta y la mira, sin moverse.
Sus hombros están apretados, duros y tensos bajo de su
tensa chaqueta del traje.
Cuatro pasos lo sitúan frente a mí, donde se cuadra,
con las manos juntas, la barbilla recta y los ojos fijos sobre
mi cabeza. Probablemente esté pegado al sello presidencial
en la pared.
Los dos cafés se yerguen como estatuas sobre mi
escritorio. —Agente Theriot…
—Asumo toda la responsabilidad por lo sucedido, Sr.
Presidente. No hay excusa para nuestro comportamiento.
Espero que no permita que lo que vio le reste confianza en
las habilidades de mis agentes. —El musculo de su mejilla
se dispara—. Fue una broma que se salió de control…
—Parecía divertido.
Sus ojos se dirigen a los míos, luego se alejan, a la
velocidad del rayo.
—Por favor, agente Theriot. ¿Siéntese?
Le toma un momento. Puede que solo cumpla porque
81
cree que es una orden. No deja salir nada, ni una pizca de
emoción. No hay contacto visual, ni prolongado ni de otro
tipo. Él podría estar haciendo agujeros en el mamparo
detrás de mí con esa mirada.
—Este café es para ti. Puede estar un poco frío, pero
puedo calentarlo. —Hay un microondas en el mamparo
detrás de mí, lo que me hace reír, porque ¿quién en este
avión me permitiría calentar algo en el microondas por mi
cuenta?
—Sr. Presidente…
—¿Mis predecesores eran unos completos idiotas?
Él frunce el ceño.
—Estás en el Air Force One, el segundo lugar más
seguro en el mundo. Mi agenda me tiene aquí en mi oficina
hasta que aterricemos. Estabas en tiempo de inactividad, y
te sorprendí a ti y a tu equipo. La culpa es mía. Lo siento.
Es mi turno de mirar a un mamparo detrás de su oreja.
¿En qué estaba pensando?
Todo lo que necesitamos es un reloj que haga tic-tac, y
será como si estuviéramos en el Oval. Excepto que es peor,
porque al menos antes había contacto visual, y él me
hablaba. Pensé que había algo amistoso entre nosotros. Tal
vez lo había, pero ahora, está dejando muy claro que no
quiere saber nada de eso. O de mí.
—Me adelanté a la agenda. —Mi mano ondea a través
de mi escritorio vacío. Todo lo que necesitaba revisar para
este viaje está leído—. Pensé que podríamos sacar nuestra 82
sesión informativa del camino.
Él asiente, una vez, y se ocupa de su portafolios,
hojeando papeles mientras el aire de la cabina recircula.
Lo observo esta última vez, dejando que mis ojos se
detengan en el arco de su pómulo, en el ángulo de su
mandíbula. El toque de barba incipiente que luce, a pesar
de que apenas es mediodía. Quizás sea tarde para él. El
Servicio Secreto trabaja por turnos. Quizás lleva catorce
horas en su día. Hay tanto que quiero saber sobre Reese,
tanto que quiero preguntarle…
Unos ojos oscuros se levantan y me atrapan. Su
mirada me clava en mi asiento.
—¿Señor?
Sacudo la cabeza. Me ha atrapado con su mirada.
—¿Pasa algo?
Si. Todo está mal, porque no puedo sacarte de mi
cabeza. —No yo…
Hay tantas cosas que me gustaría poder decir.
Pensamientos que he tenido por primera vez en décadas,
reflexiones sobre cómo sería hacer reír a otro hombre, o
suspirar mi nombre, o mirarme con deseo mientras toma
mi mano. Me has hecho soñar de nuevo, aunque sólo sea
durante seis semanas.
Es un regalo cruel, porque no he deseado así desde
que enterré mi secreto e hice mi voto, pero al menos sé
que esta parte de mí no está muerta. Tal vez en el futuro
haya otro hombre que me quite el aliento, como lo hace
Reese ahora mismo.
O tal vez esta es una oportunidad única en la vida, y
83
estoy viendo cómo se desvanece.
No en esta vida, sino en otra. No estás destinado a
encontrar a quien quiere que sea, en esta vida.
Jugueteo con mi taza de café, con el pulgar dando
golpecitos sobre la tapa, mis ojos atraídos hacia las
complejidades del plástico y el cartón. Superaremos este
informe y este viaje, y luego cerraré la puerta a mis
fantasías.
—¿Cómo se está adaptando, Sr. Presidente? —su voz
es suave, las palabras ruedan suavemente sobre su acento.
Mi mirada se eleva. Mis pulgares quietos. —Tenías
razón. Es un gran ajuste. Todavía me tropiezo con cosas.
—¿Cómo?
Arqueo mis cejas. —Bueno… —Sus mejillas se
sonrojan, y vuelve a pasar las páginas de sus portafolios
mientras rompe el contacto visual—. Me siento aislado.
Apartado, también. El concurso de dominadas de tu equipo
fue la primera broma sincera que he visto desde que me
mudé a la Casa Blanca.
—Su tiempo es valioso, Sr. Presidente. Nadie debe
desperdiciarlo.
—No es un desperdicio conocer a las personas que me
rodean.
Sus fosas nasales se agitan al levantar la vista. Sus
pupilas se han oscurecido, y la forma en que me mira hace
que mis vértebras zumben.
—¿Soy tan diferente?
84
La frente de Reese se arruga en un ceño fruncido.
—¿De los presidentes anteriores?
Diferente es siempre el adjetivo que se usa para
describirme. Pero yo creía que se refería a mis políticas,
mis creencias, mis antecedentes que me llevaron a los
paisajes infernales más brutales del mundo antes de volver
para intentar cambiar las cosas para que esos horrores no
volvieran a pasar. No es que estuviera aquejado de una
decencia humana de la que mis predecesores habían
logrado escapar.
Se toma su tiempo para responder. Cierra su
portafolios, también y me estudia. No quiero parpadear, no
quiero cortar esta conexión con él, pero si sigue mirándome
así, va a empezar a desenterrar cosas.
—Lo eres —dice finalmente—. Eres muy diferente.
No solo mis políticas, entonces.
Rompo nuestra mirada, mis ojos se deslizan hacia la
ventana con su persiana abierta. La luz del sol cae sobre la
alfombra al lado de donde está sentado Reese.
—Por ejemplo… —Reese toma la segunda taza de café
y la lleva al otro lado del escritorio—. Ningún jefe, nunca,
en toda mi carrera, me ha traído café.
—Nunca he pensado dos veces en hacer cosas así. —
Asiento hacia el café—. Pero ahora, de repente, se supone
que no debo hacerlo.
—Lo diferente no es necesariamente malo.
Sus palabras se deslizan a través de mí como un
cuchillo. Lo diferente, en este caso, es malo. Estoy jugando
85
con fuego, con mi verdad y mis secretos. Lo que quiero, no
lo puedo tener. Lo supe hace años, y nada ha cambiado. —
Agradezco que seas paciente conmigo. Debe ser difícil
acostumbrarse a los nuevos presidentes.
Su sonrisa es lenta, se despliega como un amanecer en
aguas ondulantes. Veo el brillo en sus ojos antes de que
hable, pero no tengo contexto para ello. No sé qué significa
que brillen así, o que su hoyuelo se hunda en un lado de su
mejilla. Mi corazón da un vuelco, se acelera, y eso va a
permanecer en mis sueños por algunas semanas…
—¿Sinceramente? Este tipo nuevo no está tan mal.
—No está tan mal. —Estoy demasiado aturdido para
reaccionar. Él sonríe, y algo más entra en la oficina. Ese
zumbido, esa presión que aumenta, pero incluso mientras
lo siento, su mirada cambia, oscureciéndose con sombras
movedizas.
No, aún no. Sea lo que sea, toda la amabilidad que me
está otorgando -sujétala. No quiero dejarla ir.
—Voy a hacer que pongan eso en mi lápida. 'No estaba
tan mal'.
Su sonrisa regresa, con toda su fuerza. —Mi informe
oficial al director dice que cumple con el protocolo del
Servicio Secreto y que no ha habido quejas de los agentes
asignados a su servicio.
—Ahora me dan ganas de salir corriendo, solo para ser
un poco incumplidor.
—No se atreva, Sr. Presidente —dice arrastrando las
palabras—. Odiaría tener que arrestarle. —Un guiño—. O 86
cambiar mi informe.
Estoy sonriendo y me empiezan a doler las mejillas.
Volvemos a mirarnos, a mirarnos fijamente, y cada
inhalación se siente como si me estuviera raspando en
carne viva. Me asaltan las preguntas. ¿Qué significa cuando
me sonríes? ¿Por qué me miras así? ¿Por qué no has
apartado la mirada?
—¿Qué tal es vivir en la Residencia?
—Es… grande.
Sus cejas se elevan. Su expresión se vuelve sardónica
y, si estoy leyendo bien, juguetona a partes iguales. ¿Está
él…? ¿Es esto…?
Deja de pensar tanto. —Sé la suerte que tengo de
estar allí, pero es mucha casa para un hombre solo. No
estoy acostumbrado a más de dos habitaciones.
El asiente. Creo que entiende, lo cual... ¿Significa que
también es soltero? ¿Acostumbrado a vivir solo, al espacio
que necesita una vida para uno?
Pero, ¿por qué Reese estaría soltero? Tiene que haber
alguien especial, alguien tan agudamente inteligente e
intenso como él, alguien que consiga empaparse de muchos
más momentos de los que yo he conseguido arrebatarle.
Espera hasta a que tome un sorbo antes de decir: —Al
menos tienes los fantasmas como compañía.
El café casi pinta la mampara, casi sale disparado de
mi nariz. —¿El qué? —grazno cuando he recuperado lo que
puedo de mi dignidad.
87
—La Residencia está embrujada.
—Mentira. El dormitorio de Lincoln es solo un mito.
—Esa vieja leyenda, seguro. Pero, señor, yo soy de
Nueva Orleans, y allí abajo nos tomamos los fantasmas
muy en serio. Reconozco una casa embrujada cuando la
veo.
Mis labios se separan.
—¿Nadie le advirtió, Sr. Presidente?
—¿Nadie? ¿Quieres decir como el jefe de mi
destacamento?
Él sonríe. Es absolutamente descarado. —El presidente
Truman solía decir que podía oír los fantasmas de los
presidentes Lincoln y Jackson moviéndose por los pasillos
de noche. Decía que las tablas del suelo crujían y las
cortinas se movían solas.
—He oído crujidos.
—El presidente Harrison fue el primer presidente que
murió en la Casa Blanca. Él frecuenta el tercer piso. Parece
que cada pocos meses, tengo que enviar a un agente a
comprobar los informes de ruidos y golpes.
Ahora me estoy dando cuenta, mi sorpresa se
convierte en desazón mientras intento dar lo mismo que él
está dando. —Bien. El fantasma de Harrison. Seguramente
no son tus francotiradores en el techo gastando una broma
a los nuevos agentes del destacamento.
Sus ojos sostienen los míos. No habla, no de
inmediato. El aire entre nosotros vibra. —Ahora que lo
88
menciona, Sr. Presidente, parece que siempre son los
nuevos agentes los que son enviados a hacer barridos de
fantasmas en el ático de la Casa Blanca—. Su voz es una
miel, suave como la seda, lenta como el verano.
Esto es lo que quería. Mirar debajo de las capas
exteriores, para ver al hombre que he vislumbrado desde
las sombras. Ver su sonrisa desmedida, escucha su risa
juguetona. Escucharle decir algo que no sea un
procedimiento o un informe.
Quiero conocerlo, porque no he conocido a ningún
hombre de forma significativa desde que me arranqué el
corazón hace tantos años.
Demasiado arriesgado. Demasiado peligroso. Esto es lo
que podría pasar si me dejo llevar por mis secretos.
Deseando. Anhelando.
Fallando.
Detente ahora, mientras puedas.
Si aun puedo.
Reese toma un buen sorbo de su café. Nuestro
contacto visual, por fin, se rompe, y yo arrastro un suspiro
tembloroso tan discretamente como puedo. He destrozado
el envoltorio de mi propia taza de café. La pulpa de papel
cubre mi regazo como si hubiera intentado desmontar el
cartón en átomos.
—¿Quiere repasar los procedimientos de seguridad
para cuando aterricemos, señor? 89
Durante los siguientes diez minutos, Reese detalla la
cronología de nuestra llegada y la coreografía de mi
traslado por el mundo. —Tras el cóctel de recepción,
saldremos de la residencia del primer ministro a las
veintiuna y volveremos al Air Force One. El regreso está
programado a las veintiuna y treinta, con las ruedas abajo
en Washington a las veintitrés. El Marine One lo llevará a la
Casa Blanca a las veintitrés cuarenta y cinco. ¿Alguna
pregunta, Sr. Presidente?
Si te conociera en otra vida, ¿me dejarías llevarte a
cenar?
No hay preguntas. Su informe es tan profesional y
ajustado como él es. Bajo mis pies, la cubierta comienza a
inclinarse hacia adelante. Estamos en el descenso a
Ottawa. Nuestro tiempo casi ha terminado.
Observo a Reese y él me estudia a su vez. Y
entonces…
Sus ojos bajan a mi boca, y más abajo, a mi pecho,
luego a mi mano agarrando mi café en mi regazo. Un
momento después, su mirada vuelve a subir y se fija en la
mía.
Seguramente no. Seguramente, completamente no. No
imagines cosas que no están ahí. Los agentes del Servicio
Secreto en el Ala Oeste observan a cada persona que
conocen, con ojos que escanean de la cabeza a los pies y
en todas partes en el medio. No te está comprobando.
Las ondas de calor se acumulan dentro de mí. Di algo.
Salva este momento. Tengo que aclararme la garganta
antes de poder hablar. —Yo, eh, pensé que no había
ninguna mujer en el Equipo de Contra Asalto. 90
—Todavía no las hay. Pero cualquiera que cumpla con
los estándares físicos puede hacer una prueba. Cientos de
agentes lo hacen. El CAT acepta menos del 1% de todos los
agentes que aplican.
—¿Roberts se está presentando?
Otra lenta sonrisa con hoyuelos. —No después de hoy,
señor.
El silencio vuelve a llenar el despacho. Las preguntas
se acumulan. Dentro de mí, dentro de su mirada.
Alfombran el suelo, trepan por las paredes. No pregunto
nada.
—Gracias. Excelente informe.
Mis oídos estallan. Frente a mí, Reese traba su
mandíbula, haciendo lo propio. En un vuelo comercial,
estaríamos guardando nuestras bandejas y abrochando los
cinturones de seguridad, pero supongo que nadie me va a
decir que me siente y apague mi móvil y mi portátil.
Se levanta, y yo también. —Cuando estemos en tierra,
el equipo y yo desembarcaremos primero y nos
aseguraremos de que todo sea seguro. Cuando reciba la
señal, bajará las escaleras. Prepárese para los aplausos.
—Llevaré mi sonrisa y mis cascabeles. —Extendiendo
mi mano para su taza de café—. ¿Te la tiro?
Duda antes de pasármela. Un pequeño golpe de
turbulencia, el primero en todo el vuelo, junto nuestros
dedos.
Esta es la sensación de la que he intentado
91
convencerme de que no eran más que mis fantasías
corriendo salvajes. Que no pasó cuando nos conocimos,
que me lo inventé, que todo estaba en mi cabeza. Pero aquí
está de nuevo: relámpagos crudos y miel negra y azules de
medianoche, cuerpos moviéndose en armonía, jadeos
silenciosos aplastado contra los hombros. El deslizamiento
de la espalda de un hombre bajo mi palma, y el apretón de
mis muslos alrededor de sus caderas. Manos en mi cabello,
la boca abierta, el rastrojo raspando a lo largo de mi cuello
y la mandíbula…
Esto es lo que me ha mantenido despierto por la
noche, esta electricidad y la curva de su sonrisa y el
parpadeo de luz en esos ojos casi impenetrables.
Se aparta.
Tiro nuestras tazas y me aclaro la garganta, intentando
que mi cerebro vuelve a estar operativo.
Se queda quieto en la puerta abierta y vuelve a
mirarme.
Las ruedas tocan tierra, con el chirrido del caucho
quemado en la pista. —Sr. Presidente —dice—. Le veré en
tierra en diez minutos.
92
CAPÍTULO OCHO
Reese
Ahora
—¿Qué mierda pasó?
Dean McClintock, el asesor de seguridad nacional,
habla primero. La rabia hace que le tiemblen las manos y
las junta frente a su boca. Su acento del este de Texas -
bosques de pino y tierra pantanosa- es más pronunciado de
lo habitual. Como el mío, sale cuando está estresado,
cuando está cansado. A diferencia del mío, también sale
cuando se enfrenta a Brennan. Los he oído discutir a todo
volumen, gritándose el uno al otro en todas partes, desde
el Oval hasta la Sala de Situación. 93
Es difícil encontrar la mirada de McClintock. —Estamos
tratando de entenderlo, señor.
McClintock vuelve a maldecir. Se lleva los dedos a sus
ojos enrojecidos y deja escapar un suspiro lento y
demacrado.
Patrick Marshall, el vicepresidente, se sienta en una de
las Sillas Queen Anee13. Está congelado, con los dedos
apretados frente a sus labios mientras mira fijamente a la
chimenea como si las respuestas estuvieran enterradas en
las frías brasas.
13
El director Peter Britton, mi jefe, tiene los codos
apoyados en las rodillas y mira al suelo como si esperara
que se abriera y se tragara entero.
La devastación flota en el aire viciado. La
desesperación se desliza por el papel pintado y se encharca
en el suelo. El pánico se sublima a través de la alfombra.
No me permitieron entrar al Oval de inmediato. A
Sheridan y a mí nos detuvo un Matt empapado en lágrimas
y con la cara roja. —Tendrás que esperar —jadeó, apenas
capaz de ahogar las palabras—. El vicepresidente está
hablando por teléfono con el director Liu.
Casi empujé a Matt a un lado y entré como una
exhalación. El Director de la CIA Liu es exactamente con
quien necesito hablar. Él es con quien Brennan debía
reunirse. 94
¿Sobre qué iba a informarle Liu? ¿Qué era tan
peligroso que Brennan tenía que ocultarlo a todos en su
propia administración?
¿Por qué han muerto hombres buenos y ha
desaparecido Brennan?
El director Britton levanta la cabeza. —¿Qué ha
pasado, Theriot? La agenda del presidente Walker lo tiene
arriba en la Residencia en el momento del accidente.
Sheridan se retuerce. La mirada de Britton se dirige
hacia él, recorriendo su traje arruinado y cubierto de barro
y luego salta hacia mí. No tengo mejor aspecto. El sudor se
ha secado en láminas sobre mi piel. El hollín y la ceniza me
manchan la cara. Nunca conseguiré sacar el humo o el
hedor de la muerte de mi traje.
¿Cuánto puedo decir? Brennan me hizo prometer que
mantendría la sesión informativa en secreto.
¿Ves cómo resultó eso?
—El presidente Walker programó una reunión
informativa extraoficial con el director Liu a las dos de la
mañana. Ayudé al presidente proporcionando cobertura
para la reunión, y organicé un transporte seguro y
clandestino a Langley para él. Hicimos una operación
cerrada. Protección dos a uno. Un solo coche, a oscuras.
Era confidencial.
McClintock levanta la cabeza mientras Britton palidece,
pero Marshall es el primero en reaccionar. —¿Sabes sobre
qué iba esta reunión? —Su mirada no se mueve de la
chimenea hasta después de haber hablado.
Cuando sus ojos se encuentran con los míos, mi
95
respiración se detiene. Merde, Marshall está buscando
sangre. La furia se ha instalado en su interior como un
nuevo conjunto de huesos.
—No, Sr. Vicepresidente.
—Necesitamos discutir cómo vamos a informar al
público —dice Britton—. Los medios están alborotados.
Hemos conseguido retenerlos con la agenda oficial del
presidente Walker de anoche, y he hecho que mi personal
filtre a la prensa que fue un agente del Servicio Secreto el
que se estrelló en el parque después de su turno. Pero eso
no durará mucho.
—¿Ha llegado el fiscal general? —pregunta Marshall.
—No todavía. —McClintock sacude la cabeza—. No
pude contarle lo que pasó por teléfono, así que se está
tomando su tiempo. Ya conoces a ese bastardo.
—Está retrasando el juramento de Patrick —espeta
Britton—. ¡La nación necesita un presidente!
Se están adelantando. —El Presidente Walker no está
muerto.
El silencio se extiende por el Oval. Tres cabezas giran
hacia mí.
—Theriot… —comienza Britton.
—Los forenses en la escena apuntan a un secuestro.
Solo hay dos grupos de restos humanos, muy
probablemente los agentes Ellis y Stewart, que estaban en
los asientos delanteros. No había restos humanos, ni 96
siquiera parciales, en el compartimento del pasajero.
Alguien disparó dentro del SUV. Hay una bala incrustada en
el panel interior de la puerta delantera. También hay
desgaste de los neumáticos en la carretera. Henry -el
agente Ellis, el conductor, trató de evadir algo o a alguien,
y cuando lo hizo, perdió el control del vehículo y se fue por
el terraplén. Alguien los atacó, señor.
Marshall me mira fijamente a los ojos, y me aferro a
eso, sostengo su mirada. No voy a perderlo. No puedo.
Brennan me necesita. Aprieto la mandíbula hasta que mis
dientes gritan.
—¿Quién más sabe esto? —La voz de Marshall es
enloquecedoramente calma
—He ordenado al equipo forense que lo mantenga en
secreto. A partir de este momento, solo ese equipo de
ocho, yo mismo, el Agente Sheridan y ustedes tres.
—¿Tiene alguna idea de dónde podría estar el
presidente Walker?
—No señor.
—¿Por qué no ha sacado a los perros malditos? —
brama McClintock—. ¿No puedes rastrear tu teléfono? Si el
presidente fue secuestrado, ¡debemos seguir su rastro!
—El fuego borró cualquier rastro físico que él o sus
secuestradores podrían haber dejado. Su teléfono personal
está en la Residencia, y los dos teléfonos celulares de mis
agentes fueron destruidos en el incendio. Física y
digitalmente, no tenemos pistas, no desde el accidente.
97
McClintock maldice.
Continúo. —Quienquiera que haya hecho esto,
quienquiera que haya atacado al presidente, sabían dónde
iba a estar, lo que significa que también tenían que saber
sobre la reunión informativa de anoche.
—¿Cuántas personas sabían sobre la reunión en
Langley?
—Muy pocos.
—Principalmente, su Servicio Secreto. —La voz de
Marshall me despelleja—. Parece que hay una fuga en su
equipo, agente Theriot. ¿Es la opinión del Servicio Secreto
que el fracaso está en sus manos?
—Espera… —comienza Britton.
—No, señor. Confío en los miembros de mi equipo con
mi vida y con la vida del presidente. No fuimos nosotros.
—Acabas de perder al presidente.
Esas palabras casi me ponen de rodillas. —Sr.
Vicepresidente, el Servicio Secreto ha perdido a dos buenos
hombres esta noche. Eran mis amigos. Puede oler lo que
queda de ellos en mí. —Extiendo mis manos ennegrecidas y
llenas de ampollas—. Y vea, justo aquí.
Los ojos de Britton se clavan en el suelo.
Marshall no se conmueve. —Las emociones no cambian
los hechos. El presidente se ha ido en tu guardia.
Lo sé. Joder, lo sé. Putain de bordel de merde, quiero
arrancarme el corazón, o cerrar los ojos y despertarme en
el futuro, cuando todo esto haya pasado y Brennan esté 98
tumbado en la almohada a mi lado, sonriendo mientras
pasa sus dedos por mi clavícula y bajando por mi pecho.
Pero ese futuro no existirá hasta que yo lo haga. Tengo
que encontrarlo.
—Señor, puede odiarme cuando esto termine, pero
ahora mismo, soy su mejor oportunidad de encontrar al
presidente Walker.
—¿A qué te refieres?
—No hay nadie en quien el presidente confíe más que
en mí.
Cejas arqueadas por todos los lados. La incredulidad
hace eco. —Él no le dijo a ninguno de ustedes sobre la
reunión informativa, ¿verdad? —Silencio. He dejado claro
mi jodido punto—. Sé a dónde iba. Sé exactamente dónde
estaba el todoterreno cuando se detuvo. Conozco a los dos
hombres que estaban en el vehículo con él. Serví con
ambos durante más de diez años.
—Un equipo de agentes del FBI puede leer estos
detalles en su informe de traspaso…
—¡Eso llevará tiempo! Tiempo que no tenemos, si
Presidente Walker sigue vivo. Sr. Vicepresidente, sé a
dónde iba y sé con quién se iba a reunir. Conozco a mi
gente. Lo que no sé es el lado de la CIA de esta ecuación...
—¿Está sugiriendo en serio que el director de la CIA
organizó un atentado contra el presidente? —la incredulidad
tensa la voz de Marshall casi al borde de la ruptura.
—Usted ha acusado al Servicio Secreto hace un
momento, Sr. Vicepresidente. —La voz de Britton es suave,
pero fría como el hielo.
99
Marshall le lanza una mirada fulminante.
—No el director, pero quizás alguien dentro de su
círculo en la CIA. Alguien que sabía de esta reunión.
—¿Por qué debería yo, o alguien en este gobierno,
confiar en usted de nuevo, agente Theriot? —pregunta
Marshall. Dígame por qué yo no debería tomar su placa y
su arma y hacer que lo escolten fuera del recinto en este
momento.
—Porque no hay nadie en el planeta más motivado
para encontrar al presidente Walker que yo.
Marshall guarda silencio mientras me observa. Su
expresión es plana, y está anormalmente quieto.
—La reunión informativa estaba programada hace dos
días, y la ruta no se confirmó hasta ayer por la mañana.
—¿Y compartiste la ruta del presidente con la CIA? —
pregunta McClintock.
—Con el director, sí.
—Dean, si esto es un trabajo interno, ¿cuáles son las
probabilidades de que veamos un mensaje público de los
secuestradores? ¿Parece una situación que terminará en un
video de ejecución subido a YouTube en unas horas? —Las
palabras de Marshall son clavos clavados en mi cerebro.
Los sesenta y seis años de McClintock parecen salir
disparados. —¿Cómo se supone que debo responder a eso,
Sr. Vicepresidente?
Marshall no parpadea. 100
Las manos de McClintock se abren. —Si sabían detonar
el SUV y calcinar la escena, sabrán lo suficiente como para
ir un paso adelante de nuestra investigación. Mi instinto
dice que podemos estar ante una situación en la que el
presidente acaba de desaparecer. Tal vez ya esté muerto, o
tal vez quien se lo llevó esté tratando de hacer desaparecer
el cuerpo. ¿Qué sería peor? ¿Un mártir o un hombre
desaparecido?
—Aún puedes acabar con un hombre desaparecido —
reflexiona Marshall.
—Los mártires viven para siempre en la mente de la
gente.
—No sé qué sería mejor para el presidente Walker en
este punto: que encontremos su cuerpo o que desaparezca.
La papada de McClintock se abulta, extendiéndose sobre el
cuello de su camisa blanca. Sigue hundiéndose en sí
mismo, una gran bola de viejo cascarrabias.
Estoy a tres segundos de arremeter en la habitación,
sacarlo del sofá y sacudirlo hasta que se retracte de esas
palabras, hasta que se disculpe…
—¿Y si es algo más? —deja escapar Sheridan. No había
dicho una palabra desde que entramos por la puerta. Es la
persona más joven en esta habitación, y se supone que no
debe dejar que nadie lo oiga respirar, y mucho menos abrir
la boca y hablar—. ¿Es posible que el presidente Walker
haya podido escapar de lo que sea que haya pasado esta
mañana?
—¿Estás sugiriendo que está huyendo? —Britton
sacude su cabeza. 101
Es una idea decente, pero Sheridan no sabe que yo ya
lo tenía y la descarté. Si Brennan estuviera huyendo o
necesitara ayuda, la primera llamada que habría hecho
sería a mí, y yo ya estaría a su lado.
Brennan tiene una de las caras más reconocibles del
mundo. Si estuviera ahí afuera, alguien lo hubiera visto.
Nadie dejaría al presidente en la cuneta o en una sala de
urgencias sin coger el teléfono.
¿Y si no puede llamar? ¿Qué pasa si está inconsciente
en el parque? ¿Y si está boca abajo en la tierra…?
En 2001, un interno que trabajaba en el Capitolio fue
asesinado y arrojado no lejos del accidente. Sus restos no
se encontraron durante más de un año.
No puedo leer en el periódico, algún día indefinido a
partir de ahora, que se encontraron dos cuerpos en las
profundidades del parque. Junto con los restos
descompuestos se han recuperado una insignia del Servicio
Secreto, una pistola oxidada de nueve milímetros y unos
gemelos de oro con el sello presidencial…
No, el NPS y los Marines barrerán el Parque Rock Creek
en cuanto salga el sol. Pondrán un pájaro en el aire con un
visor térmico y luego verificarán visualmente todo con un
lector manual, harán una búsqueda en cuadrícula, revisarán
cada hoja y brizna de hierba.
La puerta del Ovalo Exterior se abre. Nadie entra sin
permiso, y menos en medio de algo así. Matt entra a
trompicones, con lágrimas todavía cayendo por su rostro.
Marshall le informó lo básico antes de que llegáramos
102
Sheridan y yo, por eso se traga los sollozos y no espera a
que Brennan entre a su oficina.
Agarra un pedazo de papel doblado en su mano
temblorosa, y luego se lo pasa a Marshall. Marshall aprieta
el brazo de Matt mientras lee, lo que parecería
reconfortante si Marshall no se comportara como un buitre
dando vueltas alrededor de los restos de la presidencia de
Brennan.
Marshall vuelve a doblar la nota y la mete en su
chaqueta, luego inclina la cabeza, mirando de nuevo hacia
mí. —Catorce personas saben la verdad sobre el presidente
Walker, agente Theriot. ¿Cuánto tiempo puede mantenerlo
así?
—Mi gente no habla.
—¿Qué tan rápido puede averiguar lo que pasó? ¿Qué
tan pronto puede encontrar al presidente Walker?
Denme un arma cargada y unas horas. Denme al
Director Liu y una habitación cerrada. Denme permiso para
desatar mi furia emocional. Denme el poder de arrancar el
mundo de su eje y triturar electrones fuera de las órbitas
atómicas.
—Sabré el doble de lo que sé ahora en una hora,
señor. El doble en otra hora. Y el doble en la siguiente.
Tendré a quien haya hecho esto de rodillas antes de que
acabe el día.
Marshall arquea una ceja y me mira fijamente.
Dos pueden jugar ese juego.
—Ese mensaje era del director Liu —dice Marshall 103
finalmente—. Un miembro de su equipo que debía estar en
la reunión informativa con el presidente anoche, ha
desaparecido. Un analista de inteligencia, Clint Cross.
Clint Cross. El nombre se graba en la materia blanca
de mi cerebro. —Ahí es donde voy a empezar.
La mirada de Marshall recorre el Oval. Espera hasta
tener la atención de todos. —Ni una palabra sale de esta
oficina. Ni una sola palabra.
McClintock frunce el ceño. —El fiscal general viene a
tomarle juramento…
—Suspéndelo. Falsa alarma.
—Señor…
—Apoya la historia de que el accidente fue un agente
del Servicio Secreto fuera de servicio. Un agente querido
que encontró su trágico final. Ninguno de ustedes dice una
palabra de que el presidente Walker no está arriba en este
momento, durmiendo cómodamente.
Britton parece que se va a desmayar. La exhalación de
Sheridan es el único sonido en la habitación. No hay nada
ni siquiera cerca de lo legal en lo que el vicepresidente nos
ordena hacer. No en el mismo código postal. No en el
mismo continente.
—Necesitamos ganar tiempo —continúa Marshall—. Si
los restos de Walker no se encuentran en el lugar del
accidente, tenemos que asumir que ha sido secuestrado. El
silencio es nuestro mejor amigo en este momento. El
silencio mantiene desconcertado a quienquiera que esté
104
detrás de esto. No pueden contrarrestar nuestros
movimientos si no saben lo que estamos haciendo. Y si lo
que buscan es el terror, se sentirán decepcionados cuando
todo lo que vean sea lo de siempre cuando salga el sol. —
Marshall vuelve a agarrar el codo de Matt—. Sécate los ojos
y vuelve al trabajo o vete a casa. Eso va para todos.
Necesito que todos pongan sus caras de póquer.
Eso hace que Matt vuelva a tener espasmos de
lágrimas, pero se levanta y se las traga. Todos le damos un
minuto y, bajo la mirada de los hombres más poderosos de
Estados Unidos, Matt se obliga a calmarse. —Puedo hacer
esto, Sr. Vicepresidente.
Marshall mira a McClintock y Britton. McClintock
asiente. Britton duda. Está imaginando las audiencias del
Congreso que se acercan hacia todos nosotros. ¿Qué
elegiste hacer en este momento de crisis?
—Ayudaría a mi investigación si supiera de que trataba
la reunión de la CIA … —empiezo.
—La sustancia del informe del presidente no es parte
de su investigación, Agente Theriot. Ya tiene una pista.
Localice a Clint Cross. —Marshall se levanta y se abotona la
chaqueta del traje.
Es más bajo que Brennan, y su cabello es
prematuramente blanco, a diferencia de las gruesas hebras
de Brennan. Sus ojos también son más fríos que los de
Brennan.
Cuando empecé a enamorarme de Brennan, lo primero
que me atrajo fue la amabilidad de sus ojos. Esos ojos me
pidieron que confiara en él, y, maldita sea, lo hice. Confié
en él, y me enamoré de él, y se suponía que él podía
confiar en mí también. 105
Mientras estoy aquí, no puedo decir con certeza de qué
es capaz Marshall. ¿Qué está pasando detrás de esa cara
de póquer? ¿Qué está pensando realmente?
—Puede retirarse, agente Theriot —dice Marshall—.
¿Agente Sheridan? Quédese. Todos los demás, gracias.
Tienen sus órdenes.
McClintock, Britton, Matt y yo salimos. McClintock
levanta la mano cuando Britton lo llama por su nombre. O
se va a tomar cuatro tiros de bourbon en su oficina o va a
llamar a los medios. ¿Cuál sería el mejor final del juego?
Tengo que mantener un ojo en él.
Y necesito vigilar a Sheridan. ¿Qué mierda hace en un
cara a cara con el Vicepresidente Marshall?
Matt huye al baño para probablemente vomitar,
lavarse la cara y tratar de sacar la mayor mentira de su
vida. Si puede llegar al almuerzo, será capaz de manejar
cualquier cosa.
Britton detiene todo lo que trato de decir. —No hables,
Reese. Piensa en cambio en lo que vas a decir en el
Congreso. —Desaparece antes de que se abra la puerta del
Oval y escupe a Sheridan.
Ahora, Sheridan no hace contacto visual. Bien.
¿Marshal quiere poner a mi gente en contra mía? Haré esto
por mi cuenta. No necesito a nadie.
No necesito a nadie excepto a Brennan.
Cincuenta metros de caucho quemado. Un SUV volcado
y devastado por el fuego. Dos esqueletos ennegrecidos.
Una bala incrustada en el interior de la puerta.
106
Brennan, gritando mi nombre, rogando por una ayuda
que no llega.
Mi visión se desvanece, las paredes del Ala Oeste se
tambalean como si estuvieran bajo el agua. Cada molécula
de adrenalina que empapaba mis músculos antes, ha
desaparecido. Los horrores de esta noche han vaciado lo
más profundo de mí. Apenas puedo estar de pie, apenas
puedo moverme.
Sheridan me pisa los talones mientras me dirijo al
centro de mando. Abajo, ya se ha corrido la voz,
probablemente por Britton, que todos mantengan la boca
cerrada. Los ojos, también, al parecer. Nadie mira en
nuestra dirección. Soy un hombre muerto caminando, ya
un fantasma en mi propio centro de mando.
Sheridan se queda conmigo y nos encierra en el
vestuario. Estamos solos, y me desplomo contra la pared,
con la cabeza entre mis rodillas, mi corazón martilleando
como el propio yunque del diablo.
Sheridan saca un traje de repuesto de mi casillero para
mí antes de ir a la suya. Vuelve con una muda de ropa y
me da una botella de Gatorade y una barra de granola.
Llevo dos mordiscos de la barra de granola cuando
explota, arrojando su traje limpio al otro lado de la
habitación. La percha se estrella en una de las cabinas de
ducha vacías. Golpea el casillero, abollando el metal y la
pintura verde oscuro astillada hasta que se dobla hacia
adentro. Finalmente, pierde el control y cae de rodillas con
la frente apoyada en la puerta.
Lo observo y espero. 107
Sheridan gira hasta quedar sentado sobre su trasero.
—El vicepresidente me dijo que te espiara. Dijo que me
quedara a tu lado y que le enviara un mensaje de texto con
todo lo que hiciéramos. —Saca un nuevo teléfono de su
bolsillo—. Me dio esto, y dijo que me dará inmunidad
cuando comience la investigación si hago lo que él dice.
Cojo el móvil y le doy la vuelta. Es un desechable, no
del gobierno. Imposible de rastrear. Todos en la Casa
Blanca tiene media docena de estos guardados en sus
cajones, listos para dárselos a un periodista, un contacto
secreto, un amante. Un desechable puede esquivar la Ley
de Registros Federal. Si los federales no pueden
encontrarlo, no puede ser registrado ni ser citado, ¿no es
así?
Hay un número guardado.
Le devuelvo el teléfono.
—Voy a tirarlo.
—No. Haz lo que dice Marshall.
—No voy a espiarte…
—Sheridan, todo esto va mal. Haz lo que Marshall dice.
Si él cree que no estás involucrado, puedes sobrevivir a
esto.
Él traga. Sus labios delgados, se vuelven blancos.
Nos sentamos en silencio. Termino la barra de granola
y me bebo la mitad del Gatorade, luego le paso la botella a
Sheridan. Se la termina como si fuera su última comida
antes de ser llevado a la horca y luego arroja la botella
vacía contra la pared. Tiene los ojos enrojecidos, la
mandíbula apretada y desencajada, los nudillos crujen
108
mientras cierra los puños entre las rodillas.
Henry habría mandado al vicepresidente a la mierda.
También le habría metido el teléfono por el culo a Marshall.
Mi mejor amigo, mi mano derecha, mi cómplice. El hombre
que guardó mi secreto -y el de Brennan.
Entonces me golpea, como si un coche se estrellara
contra una pared de ladrillos: Henry se ha ido.
Se ha ido, y también Brennan.
Todo esto es culpa mía.
Sin embargo, no soy el único que está en agonía en
este momento. Henry había tomado a Sheridan bajo su ala,
lo había asesorado, lo había guiado. Convertiré a esa idiota
en un agente decente. Solo espera.
Somos los dos agentes con los corazones más
destrozados.
—Sheridan… —Mi voz se quiebra.
¿Me ayudarás a cortar las cuerdas que mantienen
unido este mundo?
¿Estarás conmigo y abrirás de una patada una puerta
en nuestras almas que nunca debería estar abierta, y
desatarás una furia que nunca podrá ser retirada?
No duda. Ni siquiera necesito terminar mi
pensamiento. —Estoy justo a tu lado.
109
CAPITULO NUEVE
Reese
Entonces
Canadá es un borrón. Hojas de arce, caras sonrientes y
yo mirando a Walker cada dos por tres.
Su itinerario es limitado, la mayor parte de su tiempo
se centra en el primer ministro. Soy su hombre del cuerpo
para este viaje, y cuando estamos en movimiento, estamos
dentro de la sombra del otro.
Justo como dije que seríamos.
Parece que el sol consume a Walker, porque cada vez
que él está cerca, me achicharro. Tan caliente que me 110
siento como un vaso a punto de romperse. Completamente
transparente, también. Esta agitación, esta ansiedad
punzante. Todo el mundo debe verlo. Todos deben ver
cómo apenas puedo mirar a Walker, cómo el hecho de estar
a su lado hace que mis manos se cierren en puños, que mi
nuca se oscurezca como un lirio de mora.
El Servicio no se hace amigo del presidente. Nunca.
Este trabajo es más fácil cuando no te importa tu director
como individuo, cuando no te interesa personalmente
quiénes son como seres humanos. La mayoría de las veces,
el director te ayuda a que no te importe una mierda. Somos
muebles en sus mundos. Plantas en macetas, las mesas
auxiliares feas.
Pero el presidente Walker es... diferente.
Hay algo que mantiene apretado y oculto del mundo,
como si tuviera un cable vivo envuelto alrededor de su
alma.
Yo también soy diferente con él. La forma en que lo
miro es diferente Cómo me acerco a él. Como lo trato.
Cómo pienso en él.
Pensamientos peligrosos nadan en las aguas de mi
mente.
No quiero saber que Walker es amable y simpático en
el cara a cara. No quiero saber que observó ese concurso
de dominadas el tiempo suficiente como para contar
cuantas lograron Nuñez y Roberts, o que ha sido generoso
con mi equipo todo el día, tratando con gracia de
disculparse por la interrupción y el aumento vertiginoso de
la presión arterial que causó.
111
No quiero saber que hay algo entre nosotros. Algo que
hace que mis huesos sean demasiado grandes, mi piel
demasiado tensa, mi corazón demasiado frenético.
Debería poner a Henry en el puesto principal. Debería
poner distancia entre nosotros. No debería perseguir este
tumulto, ni tratar de poner nombre a estos sentimientos
que el presidente Walker despierta en mi interior.
Debería hacer muchas cosas, y ninguna de ellas
incluye pasar el rato con Walker en su despacho del Air
Force One, intercambiando chistes y bromas amables.
Mi parte racional sabe que, sea lo que sea, es nada
bueno. Ni para él, ni para mí.
Nadie necesita que un rayo golpee su vida. No necesito
para saber por qué viene la tormenta. Solo necesito
despejarme.
Pero la carga en el aire está aumentando. Los truenos
en el horizonte se están convirtiendo en un huracán.
No sé a dónde me lleva esto, ni qué se esconde en los
ojos de Walker, ni por qué tanto estar como no estar cerca
de él hace que me duela el pecho.
Debería alejarme de él.
Él es diferente.
Peligroso.
112
LLEGAMOS tarde al despegue de Ottawa gracias a que
Walker y el primer ministro estaban llevándose como
nuevos mejores amigos, y no regresamos a la Base
Andrews de la Fuerza Aérea hasta pasada la medianoche.
Henry y su equipo se encontraron allí con el Marine One
para llevar al presidente a la Casa Blanca mientras mi
equipo se quedaba en el Air Force One.
Mi gente estaba más apretada que tornillos retorcidos
más allá de sus hilos. Durante todo el día, Walker se
aseguró de mirarlos a los ojos, sonreírles y saludarlos y
darles las gracias siempre que podía.
Su amabilidad ayudó y perjudicó. Ayudó: fueron
capaces de aflojar sus esfínteres poco a poco. Daño: su
amabilidad los hizo caer, y eso los hizo volver a la carga. Si
los agentes del Servicio Secreto son una cosa, es que
sospechan -de todo. Especialmente de una sonrisa.
Cuando regresé al centro de mando, hacia las tres am,
cambié la lista de turnos para sacar a mi equipo de viaje de
la Casa Blanca y darles un día de trabajo en el Edificio
Eisenhower. Ese es el código para Ir a dormir la siesta.
En cuanto a mí, estoy de vuelta en la Casa Blanca
antes de las ocho. Lo primero del día, un informe de viaje
con el presidente.
Walker me recibe en el Oval con una sonrisa. Algo
dentro de mí se tensa, aguanta y no se libera.
—Buenos días, Sr. Presidente.
113
—Agente Theriot, buenos días.
Tiene buen aspecto para haber dormido tan poco. Yo
no. Después de viajes como este, parezco Drácula
despertado muy temprano. Pero él tiene los ojos brillantes
y alerta, se ve elegante con un traje azul marino y una
corbata fucsia. Una elección atrevida, pero lo consigue. Esta
mañana, levanté la corbata que llevo puesta del suelo de
mi apartamento, y parece flácida y plana.
—¿Cómo está su equipo? ¿Están firmando su renuncia
y preparándose para caer sobre sus espadas?
Walker me lleva a los sofás. Él se sienta primero y
yo...
Me siento a su lado.
No en el otro sofá, al otro lado de la mesa de centro.
Estoy más cerca de él, de repente, mucho más cerca,
que nuestro habitual acurrucamiento en nuestros sofás
separados. Si pusiera su mano en el cojín que nos separa,
su pulgar podría rozar mi pierna.
Incluso para mí mismo, no tengo manera de explicar lo
que estoy haciendo. O por qué.
Los ojos de Walker se agrandan, pero se inclinan hacia
mí. Con cuidado. Cada movimiento que hace es deliberado.
Cruza una pierna sobre la otra, y ambas manos rodean sus
rodillas. Sus nudillos están blancos como el hueso,
apretados con fuerza.
—Creo que pueden sobrevivir —le digo—. Algunos de
ellos no han tenido éxito. Hoy les he dado trabajo ligero en
el Eisenhower. Como beneficio adicional, no se arriesgarán
114
a tropezar con usted en los pasillos.
Emerge su sonrisa oculta. —Tengo algo para el agente
Roberts.
Hay una bolsa de papel en la alfombra, junto al lugar
vacío del sofá donde yo debería estar sentado. Walker la
acerca y me la entrega.
Dentro hay un encase de proteína en polvo con la
imagen de un fisicoculturista en la etiqueta. Ha pegado una
nota manuscrita en la parte superior, en papelería
presidencial nada menos.
Agente Roberts,
Mejor suerte la próxima vez.
Saludos, Brennan Walker
—Sr. Presidente. —Ahora estoy sonriendo—. ¿En serio
está hablando mierda de alguien que se supone que debe
recibir una bala por usted?
—Tal vez un poco. —Levanta sus dedos, apretados. —
Pero vamos. Incluso yo podía ver que estaba superado.
Estaba pidiendo esa paliza.
Este es el tipo de cosa que vivirá en la infamia en el
Servicio Secreto. Si alguien consigue un video de Roberts
recibiendo esto -y me aseguraré de ello- se sacará a relucir
en las reuniones informativas matutinas y en las reuniones
de avance del equipo en cualquier momento. Roberts es el
protagonista de los próximos cuatro años. Se reproducirá
detrás de él cada vez que sea ascendido, y tendrá que
recordar la historia una y otra vez.
Es un gesto que Walker no necesitaba hacer, y que 115
creará una buena voluntad incalculable en mi equipo. Es
una amabilidad donde no se requería ni se esperaba
ninguna.
—Gracias. Esto significará mucho para todos.
—Tendrá que describirme su reacción.
—Lo haré mejor. Lo grabaré para usted.
Se ríe y lo entiendo. Entiendo cómo este hombre
cautivó a millones. En este momento, quiero sentarme y
olvidarme del mundo, pasar el resto del día riendo con él.
El pensamiento me toma por sorpresa.
Puedo oler la colonia de Walker. Cedro, bergamota y
ámbar. Es vertiginoso. Su risa se desvanece y nos miramos
fijamente.
Su pulso palpita por encima del cuello almidonado de
su camisa.
La luz del sol de la mañana entra a través de las
ventanas balísticas, distorsionada como si los rayos
viajaran bajo el agua para llegar a él. Su respiración es
uniforme, cada inhalación y exhalación dura exactamente
tres segundos. Demasiado controlado, especialmente para
un hombre que está exprimiendo la sangre de sus dedos.
Esos brillantes ojos azules están cautelosos, rodeados de
algo que no puedo identificar.
No ha parpadeado ni ha desviado la mirada. La
intensidad zumba desde él y dentro de mí.
Soñé con sus ojos en el vuelo de regreso a casa desde
Ottawa. Cómo brillan y arden, y cómo el azul puede ser a la
vez el hielo y el fuego. 116
No debería estar soñando con el presidente.
Hay que decir palabras, pero no sé cuáles son. El
silencio se alarga, se diluye. Fuera del Oval, dos mujeres se
ríen al pasar por el Salón Roosevelt.
—Gracias por el café. Ayer.
¿Con eso salí?
Otra inhalación lenta. —Fue un placer.
Exhala. Sus labios se separan. Se cierran. Se separan
de nuevo. — Agente Theriot… Si algo de lo que estoy
haciendo le incomoda, por favor hágamelo saber.
Ahí está mi salida.
Estoy incómodo, pero no por él. No, porque me he
pasado peligrosamente de la raya, pensando ya en cosas
como buen tipo, atento y considerado, y, lo que es peor,
deseando volver a verlo.
Incómodo es lo último de la lista de palabras que
usaría aquí. El problema es que no sé cuál es la correcta.
Equivocado. Prohibido. Peligroso.
Salvaje. Él hace que una parte profunda de mí se
sienta salvaje.
Hay algo aquí, algo entre nosotros, como si el oxígeno
que respiramos se encendiera antes de cada inhalación.
Él es el presidente. Él es el trabajo. En el mejor de los
casos, soy una distracción para él y, en el peor de los
casos, él es una distracción para mí. ¿Dónde estamos, en
este momento, sentados tan cerca que puedo conta su
117
pulso y sentir el calor de su cuerpo? Esto está tan desviado
que no está en los mapas.
La aprehensión se le clava en los ojos. Sus dedos
vuelven a apretar la rodilla.
Hay un camino que debería recorrer, pasos que
debería tomar. Cerrando esto, sea lo que sea, y limpiando
el aire.
—En realidad estaba pensando, Sr. Presidente, que
podría ser beneficioso aumentar nuestras reuniones
informativas matutinas a dos veces por semana.
No acabo de decir esas palabras. Mon Dieu, no lo hice.
La justificación gira en torno a mi oferta insensata. —
Podría ser útil para usted tener una visión más de cercana
de nuestras operaciones y procedimientos. Y, por nuestra
parte, sería útil entender mejor sus necesidades, señor.
No quiero pasar más tiempo con él para enseñarle
políticas y procedimientos. Quiero volver a ver su sonrisa.
Quiero oír su risa. Quiero cavar y cavar hasta entender por
qué me mira de esa manera, y lo que significa cuando esas
miradas ponen mi mundo patas arriba.
No ha respirado en doce segundos. Su ritmo se rompió
en una inhalación, y contuvo la respiración mientras yo
divagaba. Me miraba fijamente, con los ojos más abiertos,
su expresión más abierta de lo que había visto antes. No es
el presidente Walker el que está frente a mí. Estoy mirando
a Brennan.
—Si crees que puede ser útil —dice finalmente— estaré
encantado. 118
Va a ser algo. Hay una cerilla colocada contra mi
corazón, lista para golpear.
Parpadea y el presidente está de vuelta. —Su
orientación ha sido invaluable para mí. Estoy muy contento
de que esté dirigiendo mi equipo. ¿Quién más podría
gestionar mi seguridad sin problemas en dos países e
innumerables agencias?
—Cualquiera de mi equipo de mando, señor. Es
nuestro trabajo.
—Pero, ¿quién podría hacerlo todo y arbitrar un
concurso de dominadas? —Y ahí está esa sonrisa de
nuevo…
Ahí va el giro dentro de mí. El aire se espesa. No
puedo apartar la mirada.
Consulta su reloj. —¿Deberíamos empezar nuestra
reunión?
Hemos pasado cinco minutos, diez, quince. El tiempo
vuela por la ventana cuando estamos juntos. Me aclaro la
garganta, me enderezo. Por supuesto. Lo siento, Sr.
Presidente, me he pasado de tiempo.
—No es un problema. Nuestras conversaciones han
sido lo más destacado de mis días.
No hay nada que pueda decir a eso, nada que sea
adecuado para el público o para mi carrera.
Fuera de estos muros, el Ala Oeste está despertando.
Es el cambio de turno. La gente está llegando para su
jornada laboral. Comienzan las reuniones.
El informe posterior al viaje es sencillo. Yo le cuento el 119
viaje y las complicaciones que ocurrieron -aparte de las
dominadas en el Air Force One- ninguna, y él me da su
opinión sobre lo que le funcionó y lo que no. A veces, estas
reuniones se convierten en sesiones de perra, donde el
presidente se queja de la jaula que el Servicio Secreto
construye a su alrededor. En el pasado, he asentido, he
dicho sí señor, y no he cambiado ni una sola cosa sobre
nuestras operaciones o procedimientos.
Brennan no tiene ninguna queja. —Por favor exprese
mi gratitud a su equipo por un trabajo bien hecho.
—Sí, señor.
Nos levantamos juntos, y es la primera vez que
nuestras miradas se apartan la una de la otra. De repente,
no puede mirarme, y se ocupa de abotonarse la chaqueta y
aclarar su garganta mientras me acompaña hasta la puerta
de la Oficina Oval. Todo está al revés cuando abre la puerta
para mí. —Gracias, otra vez.
—Es un placer, Sr. Presidente.
Atravieso el pasillo y entro en el Salón Roosevelt antes
de que la puerta del Despacho Oval se cierre tras de mí,
antes de que mi agente de guardia pueda decir a mi
nombre. El Salón Roosevelt está vacío hasta las nueve de la
mañana, cuando se reúnen los miembros del gabinete.
Conozco este lugar por dentro y por fuera, conozco cada
habitación, cada horario, cada agente en servicio.
Sé cómo derribar a un atacante armado dentro de una
zona de muerte de un metro, cómo sacar a un hombre
inconsciente de un auto que se hunde y nadar hasta la
orilla. Puedo lanzar plomo a distancia en perfectos ojos de
buey cada vez que tomo un arma. 120
Pero no sé qué diablos está pasando ahora.
CAPÍTULO DIEZ
Reese
Ahora
Sheridan y yo derribamos la puerta del apartamento
de Clint Cross cuarenta y cinco minutos después.
—¡Servicio Secreto! —grito, deslizándome hacia
adentro y hacia la derecha. Sheridan va a la izquierda, y
despejamos el pequeño apartamento en treinta segundos.
—No hay nadie en casa —digo después de que
Sheridan da el visto bueno al diminuto dormitorio y al baño.
Clint vive en Friendship Heights, un barrio urbano en el
noroeste de Washington, a veinte minutos en metro. 121
Otros diez minutos en el tren nos llevarían a los
suburbios de Bethesda, donde vive Henry… vivía.
La inmensidad de esta pérdida es demasiado
abrumadora. No puedo mantener mis tiempos correctos. Ni
siquiera puedo empezar a aceptar que Henry se ha ido.
El pequeño apartamento de una habitación de Clint es
una guarida de inmundicia: ropa sucia apilada en los
rincones, cajas de pizza debajo de la barra de desayuno,
una bolsa de basura negra en un rincón desbordante con
latas vacías de Monster Energy y Mountain Dew. Apenas
hay muebles: un puf remendado con cinta adhesiva, una
mesa plegable y una silla individual, y en el dormitorio, un
colchón doble en el suelo. En lugar de una cómoda, hay
más pilas de ropa. Un puñado de camisetas cuelga en el
armario junto a un traje cubierto de polvo en un estilo que
desapareció a finales de los noventa. Todavía hay una
etiqueta de Goodwill14 en la parte superior.
El único objeto importante en el apartamento es una
pantalla plana de 60 pulgadas montada en la pared. El
puff15 está colocado justo frente a ella con un controlador
de PlayStation arrojado sobre la alfombra sucia. Envoltorios
vacíos de burritos congelados y tres latas de Mountain Dew
completan el nido del jugador.
Todo el lugar huele a suciedad, a hombre sin lavar y a
un intento empalagoso de cubrir todo con el spray corporal
Axe. Toso mientras volteo la basura junto al colchón de
Clint, esparzo la ropa, reviso cada enchufe en cada
habitación. Dame un cargador de teléfono móvil, un cable
de portátil, una tableta, un lector electrónico. Cualquier
cosa que pueda llevarnos a un rastro digital. Cualquier cosa
que pueda usar para rastrear a Clint.
122
Sheridan está de pie en medio del desorden, el asco
torciendo sus rasgos.
—¿Sabes cómo funciona eso? —señalo la PlayStation.
—Sí, señor.
—Manos a la obra. Busca en su cuenta y mira a qué
juega. A juzgar por todo esto, esa va a ser la mayor clave
para su psicología.
14 Es una empresa estadounidense sin ánimo de lucro y además una organización
que proporciona trabajo a personas en situaciones vulnerables. Goodwill está
financiada por una red de tiendas de segunda mano.
15
Sheridan hojea la pila de juegos de Clint, tomando
fotos de los títulos con su móvil. —Un montón de juegos de
disparos en primera persona. Quiere fingir que es un héroe
de acción. —Tira los juegos y enciende la PlayStation.
Nada hasta ahora en mi búsqueda de la huella
tecnológica de Clint. Aparte de la PlayStation, parece estar
desconectado.
Los saltamos a cubrirnos. Los pasos se detienen frente
a la puerta. El pomo gira. Los enormes ojos de Sheridan
encuentran los míos al otro lado de la sala…
—Amigo —llama una voz ronca—. ¿Agente Theriot?
—¿Quién diablos eres tú?
Nadie debería saber que estamos aquí.
—Director Liu. Voy a entrar. Estoy solo.
123
Merde, ¿qué hace aquí el director de la CIA? —
¿Marshall te dijo que iba a enviar al director? —le susurro a
Sheridan. Él sacude la cabeza.
Liu aparece en el pasillo, iluminado por las luces de la
cocina. Él, como todos los directores de las agencias del
alfabeto, está en el lado mayor de la mediana edad. Está
más en forma que sus compañeros, con solo una pequeña
barriga, aunque su cabello plateado se está volviendo fino.
Hoy, luce la expresión más demacrada que he visto en un
político en dos décadas. Sus hombros están inclinados, y
apesta a desesperación.
—Señor. —No enfundo mi arma hasta que veo que
realmente está solo. Sheridan me sigue, aunque más
lentamente—. ¿Qué está haciendo aquí? —No hay tiempo
para sutilezas.
—El vicepresidente me llamó. Me dijo que estaban
investigando a Clint. —Liu sostiene una carpeta llena de
papeles sueltos y envuelta con una banda elástica.
—¿Qué es eso?
—Registro personal de Clint.
El mero hecho de coger esa carpeta es un delito. Los
registros de personal de la CIA son clasificados.
Agrégalo a la lista de cargos que estoy seguro de que
el Congreso -y Marshall- me echarán en cara.
La foto de servicio de Clint Cross está arriba. Es joven,
tal vez de la edad de Sheridan. Es alto y está bien formado,
presumiblemente por la genética y no por su dieta. En su
124
foto, está de pie junto a una bandera estadounidense,
llevando el traje de Goodwill que aún está colgado en su
armario. No sonríe, y aunque probablemente intenta
parecer serio, parece que está jugando a disfrazarse con la
ropa de su papá.
Su expediente tiene más redacciones que contenido.
Página tras página de texto tachado. Esto es inútil. Todo lo
que puedo deducir de este montón de mierda son fechas.
Clint fue reclutado por la CIA al salir de la universidad en
Seattle hace ocho años. Y hace seis meses, fue trasladado
al grupo de trabajo personal del director.
—¿En qué estaba trabajando Clint?
—No puedo decirte eso.
—Director…
—Solo el presidente Walker conocía los detalles. Él lo
clasificó. Sólo para sus ojos.
—Usted informó al Vicepresidente esta mañana.
Liu traga saliva. Se queda mirando por encima de mi
hombro, con aspecto de estar enfermo. —El Vicepresidente
Marshall es el presidente interino ahora. Tiene que saberlo.
—¿Y McClintock y el Director Britton? ¿Estaban
escuchando?
—No. Solo hablé con el Vicepresidente.
Sheridan y yo compartimos otra larga mirada. Se está
moviendo por el disco duro de la PlayStation de Clint,
tomando fotos de cada pantalla con su celular.
—¿Qué puede decirme, director? ¿Por qué está aquí?
125
La mandíbula de Liu se aprieta antes de hablar. —Clint
era el mejor analista de inteligencia que he conocido. Veía
patrones que nadie más veía. Aplicaba la teoría matemática
a la inteligencia humana, la psicología a la inteligencia de
señales. Podía sacar secretos de la nada. Vino a verme
hace seis meses con una preocupación. Algo le molestaba,
dijo, y durmió en su escritorio durante tres semanas hasta
que lo descubrió.
—¿Qué era?
Liu sacude la cabeza. —No voy a ir allí, agente Theriot.
—Necesito ver su escritorio. Necesito acceso a todo lo
que tocó, todo en lo que estuvo trabajando durante los
últimos seis meses.
—No hay nada que ver. Trabajaba en un loft en el
barrio chino. Lo mantuve separado de la sede una vez que
comenzó a trabajar para mí.
—¿Por qué? ¿No confiabas en él?
—Al contrario. No podía correr el riesgo de que alguien
descubriera lo que estaba haciendo. No quería que fuera un
objetivo.
—¿Es eso lo que crees que sucedió? ¿Que Clint era el
objetivo?
—No puedo imaginar otra cosa. Él no era capaz de
traición o violencia.
Sheridan, todavía en la PlayStation, habla. —
Respetuosamente, señor, eso no es lo que estoy viendo.
Tiene algunas cosas horripilantes guardadas aquí. — 126
Sheridan hojea un carrusel de clips guardados, algunos de
videojuegos, otros de YouTube. Derribos brutales. Disparos
instantáneos. La liberación de Ucrania seguida de tres
emojis de la bandera rusa. La Z es el Camino.
—Conocí a Clint —insiste Liu.
—¿Conocía? ¿Significa que está muerto?
—En este momento, no tengo esperanzas de que esté
vivo.
—Cuéntemelo todo. ¿Trabajó con él durante seis
meses? ¿Qué tan cerca?
—No pasé todos los días con él. Me informaba una vez
a la semana, siempre en persona, siempre en su oficina
externa. Tengo la impresión de que no tenía mucha
interacción social.
Estamos metidos hasta los tobillos en el apartamento
de mierda de Clint, el hedor es tan espeso que me quema
los ojos. —Para reunir información como esa es para lo que
le pagan mucho dinero, señor.
—Y el Departamento de Policía de Nueva Orleans es
donde aprendiste todo sobre el procedimiento
constitucional, ¿verdad, Theriot? Me fijé en la orden que
dejaste en la puerta al entrar.
Le sostengo la mirada. No hay orden judicial. Hoy no.
Esto no va a juicio. No estoy buscando una sanción, estoy
buscando a Brennan.
—No tenía amigos. No tenía pareja romántica. Sus
supervisores decían que era un tipo difícil. Obstinado,
testarudo, convencido de que tenía razón. El problema es
que la tenía. Siempre. No tenía amigos en la Agencia, pero 127
nadie podía permitirse deshacerse de él.
—¿Alguna vez tuvo un encontronazo con él?
—Sabía cómo manejar su personalidad.
—¿Y cómo es eso?
—Le di toda la cuerda que quería. Me imaginé que o se
ahorcaba o me traía una obra maestra. Me trajo una obra
maestra.
—¿Tiene alguna idea de dónde está Clint en este
momento?
Liu sacude la cabeza. —Comprobé el anexo del Barrio
Chino tan pronto como me enteré del accidente del
presidente. Está intacto. Clint y yo estuvimos allí ayer por
la mañana preparando la sesión informativa del presidente.
Descargamos la información a un disco duro seguro y
purgamos los datos de todos los sistemas. Cerramos el
anexo.
Mis dientes rechinan. Mi cabeza está palpitando. No
saber de qué le informaron a Brennan me está destrozando
el último nervio.
—¿Qué pasó con ese disco duro?
—Lo llevé personalmente a mi oficina. Está guardado
en mi caja fuerte.
La oficina del director de la CIA es uno de los lugares
más seguros del mundo. Más seguro, incluso, que el
Despacho Oval. Es privado, enterrado en Langley, tras
impenetrables muros de seguridad. El Servicio Secreto
tiene que proteger al hombre más poderoso del mundo en
público. Nosotros no podemos escondernos.
128
Sheridan termina con la PlayStation y lanza el control
en el puff. Sale a toda prisa de la estrecha sala de estar,
esparciendo la basura a su paso. Dirige una oscuridad
mirada hacia Liu antes de desaparecer en la habitación de
Clint.
—¿Es la suya la única copia del informe? ¿O de la
fuente de la fuente de información en bruto que lo
respaldándolo?
—Lo es.
—¿Por qué no podemos ir al anexo del Barrio Chino?
¿Qué hay allí?
—Nada. No queda nada. Eres bienvenido al lugar. No
encontrarás nada. Ahora son cuatro paredes y un cable de
extensión. Clint limpió todo después de que tomé el disco
duro y los datos.
—¿Y no cree que hiciera una copia del informe? ¿Salió
con su portátil y se vendió al mejor postor? La CIA ha
tenido la mayor cantidad de traidores de cualquier agencia
del gobierno. —Estoy siendo un imbécil. No me importa.
—No —gruñe Liu—. No lo sé.
—Señor, tiene que ver esto. —La llamada de Sheridan
corta mi siguiente pregunta.
Está destrozando el dormitorio de Clint, y está
volcando el colchón. En la parte inferior, el centro está
ahuecado, la tela y la espuma arrancadas para crear un
cráter invertido. Los trozos cuelgan de los bordes
irregulares. Y en el suelo, donde estaba el espacio vaciado,
hay una pila de libros.
129
El nuevo orden mundial. Exponiendo la Verdad. El
Verdadero Gobierno en las Sombras. ¿Quién mueve
realmente los hilos? La Libertad no es Gratis. NECESITAS
LUCHAR por el MUNDO QUE QUIERES.
Este es el tipo de libros que encontramos cuando
asaltamos las casas de los chiflados que piensan que los
gobiernos están controlados por una conspiración global y
que todo lo que sucede está dirigido por una camarilla de
malhechores. Normalmente, también hay extraterrestres en
la mezcla. El presidente actual siempre es el malo, así que
el Servicio tiene que estar al tanto de su propaganda. De
vez en cuando, la retórica se convierte en acción, y ahí es
cuando nos involucramos.
Los libros de Clint están muy manoseados, con las
páginas dobladas y marcas con rotulador. Hojeo las páginas
de uno, escaneando…
Una foto de Brennan cae al suelo.
Está cruzando a grandes zancadas el Jardín Sur, el
Marine One al fondo, y saluda a la cámara con una sonrisa
tan grande y brillante como el sol. El cielo es de color
cobalto ininterrumpido, sin una nube en kilómetros, y la
hierba es una alfombra color esmeralda. El Monumento a
Washington se eleva más allá de la burbujeante fuente,
compensado por las rosas de color vino en plena floración.
Recuerdo este día. Era septiembre, uno de los últimos
días de verano, y Brennan me había esperado en el Casa
Blanca durante horas. Cuando finalmente llegué, le rompí el
corazón de tal manera que pensé que nunca sanaría. 130
—Ha escrito algo. —Sheridan toma la foto y le da la
vuelta.
Contra todos los enemigos, extranjeros y domésticos,
¡Presidente Walker! está garabateado en el reverso.
Doméstico está rodeado con un círculo y subrayado tres
veces.
Liu me ha seguido al dormitorio de Clint y ahora está a
mi lado, ceniciento mientras lee las palabras de Clint.
—Entonces, Director, ¿todavía cree que Clint es digno
de su confianza?
El miedo en sus ojos me dice que no lo es. Ya no.
Sheridan saca fotos de los libros antes de ponerlos
todo en una bolsa de basura para llevarlos con nosotros.
Quizá tengamos suerte y descubramos que Clint formaba
parte de un club de lectura sobre terrorismo doméstico.
Seguir la pista a un solitario es la peor manera de
iniciar una investigación, pero nadie es una isla completa.
Alguien sabe algo sobre Clint Cross. Tal vez ese alguien es
sólo el tipo que hizo sus sándwiches o la mujer que espiaba
la música y los podcasts que escuchaba en el Metro todos
los días. Él existió en este mundo, y dejó huellas. Ahora los
encontramos y lo perseguimos.
Revolvemos su apartamento, vaciamos cada armario,
volteamos cada montón de ropa. Cortamos el puff y
levantamos la alfombra para buscar en las tablas del suelo
antes de arrancar cada zócalo de las paredes. Desenrosco
las tuberías bajo los fregaderos y busco en los sifones.
Drenamos el inodoro, vaciamos el tanque y arrancamos el
131
pedestal del piso.
Ahn me llama mientras Sheridan está metiendo el
inodoro en la bañera. Han transportado el SUV de Brennan
al laboratorio del cuartel general. —Estoy a punto de
empezar con los restos recuperados —dice— debería tener
algo en una hora.
Vacío la nevera y el congelador -mostaza, Mountain
Dew, y burritos congelados- mientras Sheridan mete la
mano en el triturador de residuos. Es el último lugar que
revisamos antes de dejarlo. Liu se fue al amanecer.
Sheridan se estremece, con el antebrazo metido. Saca
su mano -cubierta de lodo negro y partículas de comida, y
sostiene un pedazo de papel empapado hecho una bola.
Está demasiado empapado para desenrollarlo sin destruirlo.
Tendremos que secarlo.
—Siempre hay algo —le digo a Sheridan.
La gente se cree muy lista cuando intenta tirar
evidencia. Los trituradores de basura y los inodoros son los
lugares favoritos, pero un triturador de basura no es un
triturador de papel, y esta no es la primera vez que tengo
suerte allí.
Hay un envoltorio de burrito vacío en el mostrador, y
lo cojo para que Sheridan deje caer el desorden.
Se lava las manos tres veces antes de salir. Nuestro
SUV manchado de hollín, que dejamos a medias en la
acera, tiene una multa de estacionamiento en el parabrisas.
Lo arrugo y lo tiro al asiento trasero mientras Sheridan
carga los libros de Clint. El envoltorio del burrito está
seguro en el bolsillo interior de su chaqueta.
—Envía un mensaje de texto a Marshall —le digo
132
mientras me meto en el tráfico, cortando un Audi y
recibiendo el dedo medio de un hombre con su celular—.
Dile que hemos revuelto el apartamento de Clint.
Sheridan hace una mueca, pero saca el teléfono
desechable. —¿Le digo lo que hemos encontrado?
—Los libros, claro. Todavía no sabemos lo que hemos
encontrado en el triturador.
No me contesta, y no leo por encima de su hombro
mientras teclea un mensaje para el vicepresidente. Cuando
termina, apaga el teléfono y lo mete en su bolsillo.
—Sheridan, tienes que salir de esto de pie. Si necesitas
dejarlo ir…
—Para —gruñe.
—Sheridan…
—Señor. —Nunca he oído ese tono de él. Es brusco,
duro y enojado. No, está furioso—. No te voy a abandonar.
Giro hacia Connecticut y me dirijo al centro de la
ciudad.
Ninguno de los dos dice una palabra más.
133
CAPÍTULO ONCE
Reese
Entonces
Es aterrador lo rápido que lo equivocado empieza a
sentirse bien.
Y cómo nuestras reuniones matutinas ilícitas -sólo de
nombre- se convierten en la base de mis días.
Brennan Walker es un rompecabezas que solo yo
puedo armar, porque para el mundo está completo, pero
para mí es un misterio que estoy decidido a develar. Es una
adicción que no puedo saciar, un anhelo que no puedo
llenar. 134
Estoy constantemente pendiente de él.
Como jefe del destacamento, tengo su agenda, con
incrementos minuto a minuto.
Ahora estoy en los pasillos cuando no necesito estarlo,
solo para atrapar un vistazo de él moviéndose a través del
Ala Oeste. Me sonríe inclinado contra el marco de la puerta
de Shannon, o cuando entra a la oficina de Ferraro. Asomo
la cabeza por el Oval y le saludo después del almuerzo,
cuando sé que tiene cinco minutos a sola antes de una
reunión con la guardia de seguridad nacional.
Cada interacción trae más preguntas que respuestas.
El salvajismo dentro de mí está creciendo. El dolor que
siento cuando estoy con él persiste, sangra de momento a
momento.
Su colonia me sigue durante todo el día. Me detengo
cada vez que me alcanza. Más de una vez, Henry me ha
pillado con los ojos cerrados, Yves Saint Laurent
deslizándose sobre mí como un recuerdo.
La frustración se dispara, y acabo golpeando el
pavimento a todas horas de la noche, como si pudiera
escapar de mí mismo o de estos pensamientos sin forma y
sin sentido.
No debería tener un dolor en el pecho cada vez que
pienso en el Presidente Walker. No debería soñar con sus
ojos o su sonrisa.
Y absolutamente no debería despertarme con su
nombre en mis labios y una erección dura como el acero
entre mis piernas.
Había estado sobre mi vientre, follando el colchón, su
135
nombre un jadeo enterrado en mi almohada. Al momento
siguiente, salí disparado de la cama, moviéndome tan
rápido que caí sobre mis manos y rodillas y me arrastré por
mi dormitorio, tratando de escapar de las imágenes
indistintas que impulsaban mi sueño. Ojos azul fuego,
cabello oscuro que se deslizaba entre mis dedos. Un cuerpo
firme moviéndose contra el mío. La mano de un hombre
deslizándose por mi estómago, hacia abajo…
Me detuve antes de poder hacer algo inolvidable, o
imperdonable Una ducha fría y abrasadora se encargó de
esos pensamientos.
He sido heterosexual toda mi vida. Nunca he mirado a
un hombre y he pensado, sí. Nueva Orleans es un lugar
donde puedes devora todo lo que alguna vez soñaste. Que
un hombre salga a rodar por la noche con otro hombre
forma parte del mosaico de la vida. A algunos tipos no les
importa demasiado con quién se revuelcan, siempre y
cuando lo hagan.
Pero nunca se me ha pasado por mi cabeza. Las
mujeres son lo que he conocido. Las mujeres son lo que
conozco.
¿Cómo empiezo a entender esto?
Tal vez el sueño no era sobre él.
Largas horas en la Casa Blanca, una sequía sexual a
partir de conocer a Walker en la que no quiero pensar
demasiado, y lo que sea que haya entre nosotros me ha
dado pensamientos extraños. Sueños de fiebre.
Estrés. Fricción. Agotamiento, también. Cruce de
cables en una mente sobrecalentada. 136
Eso es todo.
Los informes matutinos semanales se convierten en
una invitación de Walker a tomar un café un viernes por la
mañana. Un viernes se convierte en otro, y luego se
agregan los lunes, hasta que nos dedicamos minutos de
cada día para el otro. Creamos bromas internas y
compartimos sonrisas que no pertenecen a nadie más.
Nos reímos. Me cuenta de una llamada telefónica casi
desastrosa que involucra al primer ministro italiano y una
frase mal entendida. Le cuento algunos de los chismes
compartibles del Ala Oeste que mis agentes han escuchado.
La Casa Blanca, a veces, es peor que una telenovela.
Toma su café con crema, hasta que tiene color de la
porcelana. Sostiene la taza sobre su rodilla y me mira a los
ojos cuando hablamos. Sus ojos se arrugan cuando sonríe.
Me pide historias de mi pasado. Le hablo de los viajes
anticipados de los anteriores presidentes, de la gestión de
la protección del Servicio Secreto junto a las fuerzas
policiales de cuarenta países diferentes. Le cuento sobre el
entrenamiento, sobre la coordinación de operaciones con
mi equipo hasta el segundo, sobre cómo puedo conducir el
curso táctico a toda velocidad en reversa sin rayar la
137
pintura de la limusina. Le hablo de la carrera de obstáculos,
de cómo debemos completar el recorrido de cinco
kilómetros -corriendo, trepando, arrastrándonos, saltando-
y de cómo nos detenemos para calificar con cada una de las
armas del Servicio a medida que avanzamos. Incluso con
las piernas de gelatina y los brazos temblorosos,
necesitamos un 90 por ciento de precisión o más, o nos
mandan a empacar.
Está pendiente de cada una de mis palabras. Me hace
sentir como un superhéroe. Me mira como si fuera
maravilloso, como si fuera el Capitán América. Como si
hubiera creado algo para él.
Hace que mis días -las largas horas, los turnos
interminables, las evaluaciones de amenazas que cambian
constantemente- sean increíbles, porque cada mañana me
mira así, y eso reordena todo mi jodido mundo.
Y luego están las reacciones que me provoca. Cómo se
ríe, inclinando la cabeza hacia atrás contra el sofá mientras
una sonrisa lo ilumina. Cómo sostiene mi mirada y me hace
querer quedarme, como si pudiera detener el tiempo y vivir
dentro del Oval para siempre.
Le pido que me cuente sus propias historias. Me cuenta
cómo se marchó al extranjero justo después de estudiar
derecho, dando tumbos por todo el mundo como abogado
de derechos humanos. Ayudó a excavar fosas comunes en
los Balcanes, Ruanda y Camboya. Ha testificado en la Corte
Penal Internacional.
Me cuenta que cada vez que sacaba un hueso del
suelo, le prometía a esa vida perdida que haría algo para
evitar que esos horrores volvieran a ocurrir.
Eventualmente, dice, se dio cuenta de que la única manera
138
de cambiar el mundo era cambiar a las personas que
tomaban las decisiones en él.
Volvió a casa, a California. Ardió desde dentro,
defendiendo con pasión la dignidad humana individual de
cada vida. Ganó la alcaldía de forma aplastante.
Pasó los fines de semana en comedores populares y
refugios para personas sin hogar y construyó casas con sus
propias manos. Creó programas de capacitación laboral
financiados por empresas de la ciudad a cambio de
exenciones fiscales, luchando contra la desigualdad con un
enfoque de ‘Todos ayudan a todos’. La policía comunitaria
se convirtió en más que una frase elegante, y la policía y el
público trabajaron juntos para crear confianza. Los agentes
del orden se ofrecieron como voluntarios en escuelas,
refugios y centros comunitarios, enseñaron como suplentes
en las aulas y trabajaron turnos en las salas de urgencia de
la ciudad.
He oído hablar de la gente que ha reunido. La mitad de
su gabinete vino de California y ha estado con él durante
décadas. La lealtad que crea es inspiradora. Sería difícil de
creer si no estuviera funcionando tan profundamente, tan
perfectamente, en mí.
¿Por qué -cómo- está soltero? ¿Por qué tengo partes
de su tiempo libre? ¿Por qué no pasa las mañanas con una
bella esposa e hijos hermosos? Walker salió con un
pequeño ejército de mujeres cuando era alcalde, pero no se
ha relacionado con ninguna desde su primer mandato como
gobernador.
Un viernes, le pregunto: —¿Y nunca conoció a nadie
con quien quisiera casarse? —Merde, quiero tragarme la 139
lengua. ¿Qué derecho tengo a interrogarlo?—. Eso fue
demasiado personal. Lo siento.
—No es demasiado personal. Esa puerta se cerró hace
tiempo, por múltiples razones. Nunca he estado lo
suficientemente cerca de nadie para pensar en el
matrimonio. Cuánto más alto subía en la política, más me
daba cuenta de que la gente que me rodeaba quería lo que
yo podía hacer por ellos, más que lo que yo era.
—Su equipo lo adora.
—Mi gente cree en mi visión. Eso es un mundo aparte
de encontrar a alguien con quien compartir mi vida. Por
eso, quiero ser amado por lo que soy cuando no soy el
presidente. —Su mirada vuelve a mí—. Nunca ha
mencionado a alguien especial. —Su voz se eleva, una
pregunta.
—Ninguna mujer estaba interesada en inscribirse en
este viaje. —Mi voz es mitad risa, mitad burla, la forma en
que todos los solteros hablan de sus fracasadas vidas
amorosas.
—¿Por qué no? —Suena genuinamente confundido. Un
ceño fruncido zurza su ceño.
—Es difícil construir una relación con alguien que
nunca está en casa. Ven la placa y el arma, y tal vez les
interese la idea, pero luego prueban el horario de servicio y
lo retiran al monte. Si no estoy en el puesto doce horas
seguidas, estoy volando en viajes anticipados durante
semanas. Esa no es la vida a la que las mujeres quieren
inscribirse.
—No saben lo que se pierden.
Estamos en nuestros lugares en el sofá -nuestros
140
lugares, porque pasamos mucho tiempo juntos- y los
minutos se desvanecen. Matt llega al Ovalo Exterior,
trasteando en su escritorio. Está cantando algo que no
puedo oír a través de las paredes, probablemente todavía
lleva sus auriculares.
—Es la hora, Sr. Presidente. —Me pongo de pie.
Él se levanta conmigo. Estamos tan cerca que nuestros
antebrazos se rozan cuando abotonamos nuestras
chaquetas. Incluso a través de las capas de tela, su toque
es suficiente para deshacerme.
Los reflejos de mi sueño de hace dos noches cortan
mis pensamientos: la mano de un hombre en mi brazo, los
dedos de un hombre deslizándose por mi piel, el toque tan
caliente que quema. Pechos desnudos presionados juntos,
brazos fuertes rodeando mi cintura, un soplo de aliento en
mis labios. Ojos iluminados, imposiblemente azules.
Los sueños son cada vez más frecuentes. Cada vez que
despierto de uno, le cierro la puerta para siempre.
O eso es lo que me miento a mí mismo.
Nos miramos el uno al otro mientras se nos acaba el
tiempo y suenan tres golpes rápidos en la puerta del
Despacho Oval. Matt entra con la agenda del presidente y
dice: —Buenos días, Sr. Presidente. Buenos días, Agente
Theriot —ya no se sorprende de verme aquí a primera hora.
—Buenos días, Matt. —Le hago un gesto con la cabeza,
aunque mi atención está bloqueada en el Presidente
Walker. Ha tomado la agenda de Matt, pero no la ha
mirado. En cambio, me observa como si el mundo pudiera
esperar.
141
Matt se escabulle, y quedamos solo Walker y yo en el
Despacho Oval mientras el Ala Oeste cobra vida.
No debería hacer lo que estoy a punto de hacer, pero
eso se ha vuelto mi mantra estos días. —Hay una cosa
más, Sr. Presidente. No estaré aquí la próxima semana.
La sorpresa aparece en sus rasgos. —¿Vacaciones? Te
las has ganado con creces —sonríe—. Tengo que decir que
estoy celoso. Me encantaría escaparme.
—Lamentablemente, no son vacaciones. Todos los
agentes del destacamento rotan para recibir entrenamiento
de actualización dos veces por trimestre. Es mi turno, y
estaré en Rowley -el centro de entrenamiento del Servicio
Secreto- todo la próxima semana.
Tenemos que mantener nuestras habilidades bien
afiladas. Cada seis semanas, volvemos a los cursos, a
calificar en conducción, armas, y simulacros de escenarios.
Tenemos que estar al borde absoluto de nuestros límites,
siempre.
Hace semanas que sé que esto iba a suceder, pero no
he querido fijarme demasiado en la forma en que ha puesto
mi mente en vilo. Yo también estoy luchando con
imposibilidades, demasiado frustrado y molesto para
examinar lo que se mueve bajo estas corrientes dentro de
mí.
Seis días sin verle -seis días sin verlo ni hablar con él,
o estar cerca de él. Estoy tan enojado por eso que quiero
arañar mi piel.
—Oh. —Sus dientes raspan su labio inferior, una, dos 142
veces.
Luego se mueve, se dirige a su escritorio y coge un
bolígrafo. Garabatea algo en la esquina de la agenda que le
acaba de dar Matt y la arranca, y luego camina de regreso
a mí. Sus pupilas se dilatan cuando nuestras miradas se
cruzan y él me pasa el trozo de papel.
Es su número de teléfono. Su móvil personal.
—Por si acaso. —Su voz es ligera, como si el hecho de
que me dé su número privado no significara que vayamos a
salir al jodido aire—. Si te aburres, estaré aquí.
Traqueteando por esta casa embrujada.
Estoy haciendo malabares con fósforos encendidos que
él me está pasando sobre un tanque de combustible para
cohetes. Mi cerebro está gritando que me desconecte, para
alejarme antes de que sea demasiado tarde. Nada
irrevocable se ha hecho todavía. Los sueños pueden
olvidarse.
Quiero respuestas a mis porqués y a los enigmas que
me plantea Brennan Walker, pero estoy a un punto de
deslizarme hacia descubrimientos y verdades para los que
tal vez no esté preparado. Estoy soñando con un hombre
en mis brazos y en mi cama, y con los ojos de Walker, y el
olor de Walker, y el toque de Walker, y es solo mi bruta
terquedad la que se niega a conectar esos puntos.
Empuja la nota de nuevo en sus manos. Di no.
Deslizo su número de teléfono en mi bolsillo. —Dele al
fantasma del Presidente Harrison mis saludos, señor.
143
CAPÍTULO DOCE
Brennan
Entonces
Los aviones pasan más allá del Monumento a
Washington, los puntos de las luces de sus alas parpadean
en un cielo de algodón de azúcar. La primavera está en
camino, y una tarde inusualmente cálida me ha traído al
Balcón Truman.
Estoy en una camiseta y mis leggins para correr, y
estoy echado en una tumbona con vistas al Jardín Sur. Hay
dos tumbonas aquí, pero por supuesto, estoy solo. Tiré mi
sudadera con capucha y mi botella de agua sobre la otra.
144
Intento mantenerme enfocado, mantener mi mente en
orden, pero ha pasado todo el fin de semana y Reese no ha
mandado ningún mensaje.
No tengo derecho a que me moleste. ¿Qué somos el
uno para el otro realmente? Colegas, como mucho. Dos
personas cuyos deberes los acercan.
Un hombre irremediablemente atrapado por el otro.
Una semana de separación ayudará a calmar mi
mente. Trato de mantener mis fantasías contenidas,
encerrarlas en las paredes de mi dormitorio, pero durante
el día, mi atención se desvía de mis carpetas e informes, y
de repente estoy reproduciendo nuestras conversaciones o
recordando la forma de la sonrisa de Reese.
Hay una soledad tranquila dentro de mí. Siempre ha
estado ahí, pero desde que conocí a Reese, ha crecido. Más
intensa. Se extiende cada vez más, como dedos helados a
la deriva que suben por mi columna vertebral.
Esta noche se trata de regresar a mi centro.
Encontrarme de nuevo y asentar mis pensamientos.
Recordando las promesas que hice, y por qué.
La biografía de Sérgio Vieira de Mello está a mi lado.
Era un hombre complicado, pero era mi héroe, y un hombre
que me hizo creer verdaderamente que la esperanza de
una persona convertida en acción podía cambiar el mundo.
El fuego de su vida, demasiado corta, encendió mi propia
necesidad de buscar respuestas que resolvieran las
montañas de problemas insolubles que desgarraban
nuestro mundo. Hay soluciones, si somos lo
suficientemente valientes para encontrarlas más allá de
nuestra ira y nuestro dolor.
145
Yo encontré mi solución hace años. ¿Qué es la soledad
de un hombre frente al dolor del mundo?
Por unas horas, necesito ser yo. Aquí no hay
presidencia. Sin informes ni carpetas, ni BlackBerry segura,
ni declaraciones o discursos para leer y editar. Hay
momentos en los que desearía poder despojarme de esta
oficina, colgarla y permitirme ser un hombre por un día. O
una noche.
Una noche en la que pudiera invitar a Reese a cenar.
Para. Ojos cerrados. Inhala.
No en esta vida, Brennan.
En otro capítulo, o tal vez en otra serie de asanas16…
16
Es el nombre en sánscrito de la postura de yoga
Buzz, buzz.
Fue un optimismo tonto lo que me hizo traer mi celular
personal conmigo. Reese ha tenido mi número durante más
de sesenta horas y no me ha enviado un solo mensaje.
¿Cuál es la probabilidad de que las próximas horas se
desarrollen de manera diferente?
Buzz, buzz. Otro texto.
Puede ser de Matt, o de cualquiera del pequeño
puñado de personas que se mantienen en contacto conmigo
personalmente. Mi vida privada y profesional siempre han
estado estrictamente divididas. El trabajo tiene un teléfono
aparte -una BlackBerry, protegida por la NSA, impenetrable
para los hackers o los gobiernos extranjeros- y yo tengo un
pequeño y solitario Android, cuya pantalla brilla desde la
tumbona a mi lado. El fondo es una foto que tomé en Baker 146
Beach, nada más que niebla y olas rompiendo y lo
desconocido extendiéndose hasta el infinito.
No reconozco el número que me envía el mensaje.
Código de área 202. Washington DC. Por favor, no un
reportero que descubrió mi número privado.
Por favor, que sea él.
El primer texto es corto y va al grano.
Hola. Seguido de, Este es Theriot. Reese. Acabo de
registrarme aquí en RTC.
Han pasado cuatro minutos entre su último mensaje y
ahora, y mientras leo las palabras por octava vez, aparecen
tres pequeños puntos, bailando debajo de su mensaje.
Reese: De todos modos, que tengas una buena
semana.
Hola, le respondo el mensaje. Me alegra saber de ti.
Reese: Oh, hola. Pensé que estarías ocupado.
Debería estarlo. Si no con el mundo, entonces con el
serio asunto de superar a Reese, pero... me estoy tomando
la noche libre. De ambas cosas, parece.
Yo: ¿Dónde está RTC?
Mi destreza en la navegación se limita a la Costa
Oeste, y la Costa Este todavía me confunde de vez en
cuando.
Reese: Lo siento, RTC es el Centro de
Entrenamiento Rowley. Laurel, Maryland. Estoy
dieciséis millas al noreste de ti.
147
Miro a mi izquierda, como si pudiera mirar la Casa
Blanca y todo DC, mirar hacia el noreste y de alguna
manera localizar a Reese por ahí.
Yo: ¿Cómo es el centro de entrenamiento del
Servicio Secreto? Me estoy imaginando algo
impresionantemente tecnológico.
Me envía una imagen como respuesta: una habitación
sencilla y austera, con las paredes de bloques de cemento
pintadas de blanco. Una cama individual, una mesita de
noche y una lámpara. El único signo de presencia humana
es una bolsa de lona abierta en un estante de equipajes.
Reese: Lúgubre.
Yo: Se parece a algunos de los campamentos en
los que me quedé cuando fui por primera vez al
extranjero.
Reese: ¿Sí?
Comparto más con él en un solo texto que con la
mayoría de las personas que me preguntan sobre mi
tiempo de trabajo en el extranjero.
Yo: Cuando fui por primera vez a los Balcanes,
nos alojábamos en un almacén en ruinas. Éramos
probablemente treinta personas en total. Antropólogos
forenses, técnicos, abogados, agregados jurídicos,
asesores de derechos humanos y sepultureros. Llovió
tanto que el lodo se deslizó por debajo de las paredes
del almacén y empezó a acumularse dentro. Deshizo
los cimientos, y para cuando nos fuimos, el almacén 148
estaba a noventa grados de donde había estado. Lo
llamamos el trompo.
Silencio. Los puntos de Reese bailan y luego se
detienen. Bailan y paran.
Reese: ¿Cómo fue? ¿Hacer lo que hiciste?
Yo: Desgarrador.
En la primera fosa común que ayudé a excavar,
recuperamos trece cuerpos, todos amontonados unos
encima de otros como si hubieran sido arrojados a un pozo.
Habían estado allí durante años. Estaban esqueletizados.
El plástico y el nailon se descomponen mucho más
lentamente que la carne, y las ataduras y vendas que
habían usado sus verdugos seguían allí, como si acabaran
de anudarlas. Tela sobre cuencas oculares vacías, cordel de
plástico alrededor de los frágiles huesos de brazos y
piernas.
Llovió todo el tiempo, el barro se deslizó dentro y
alrededor de cada esqueleto, como si la tierra no quisiera
renunciar a los muertos.
Un pensamiento resonó en mí después: esto no
debería ocurrir en este mundo. Nunca más, a nadie.
Yo: Fue esclarecedor de un sentido cruel. Vi hasta
dónde puede llegar la gente en su propio odio, y lo que
ocurre cuando arrojan por la borda su humanidad.
Nunca hablo de estas partes de mi pasado. Son
públicas, por supuesto, del mismo modo que mi currículum
es público. Pero las cosas que vi, los horrores que
desenterré con mis propias manos... esos me pertenecen.
149
Otra larga pausa, y luego Reese cambia de tema.
Reese: ¿Cómo es una noche libre para ti?
Al parecer, intento olvidarme de ti. Por supuesto, no
escribo eso. Saco una foto de la puesta de sol desde el
Balcón Truman, capturando el final de mi tumbona, mis
pantorrillas envueltas en leggins, mis pies descalzos. El
cielo es melocotón y rosa y está salpicado de nubes. Los
capullos de los cerezos se ciernen sobre los árboles y el
césped vuelve a brillar una vez más. Las rosas alrededor de
la Fuente Sur están en su primera floración escarlata.
Reese: Guau. Estoy celoso. Solo he tenido tráfico
para ver en mi viaje esta noche.
Yo: Pensé que te ibas ayer.
Reese: Iba, pero tuvimos una amenaza que llegó
por medio de los amigos Seal, y quise ir a comprobarlo
personalmente. Eso se comió mi sábado. Me perdí el
check-in y la prueba de aptitud física. Los haré mañana
por la mañana, antes de la primera recalificación de
armas.
Yo: ¿Una amenaza?
Reese: Resultó ser solo un bromista. Alguien que
hablaba sin parar y se calentó demasiado. Estaba muy
arrepentido cuando nos presentamos en su casa a las
cinco de la mañana y lo llevamos al centro. Lo dejamos
ir con una advertencia, pero lo mantendré vigilado.
No es la primera vez que alguien arremete contra mis
políticas o contra mí personalmente. Sin embargo, es la
primera vez desde que tengo a Reese como protector, y 150
eso me hace cosas extrañas.
Las imágenes se suceden, escenas construidas a partir
de la fantasía y el aire. Reese protegiéndome. Reese a mi
lado. Reese encima de mí, con los codos sujetando a la
altura de mi cabeza mientras su cabello cae hacia
adelante…
Aclara tu mente, Brennan.
Reese: probablemente lo escucharás en el
informe del miércoles. Núñez estará a cargo.
Yo: Gracias.
Reese: Solo trabajo, señor.
Dios, puedo oírlo cuando escribe eso, oír la cadencia y
el acento, el lento rumor de su voz moviéndose a través de
esas palabras.
Quiero saber todo sobre él. Quiero saber cómo son las
puestas de sol en su lugar de origen, a qué escuelas fue,
cómo pasó los veranos cuando crecía. Quiero saber de
dónde sacó las pecas que tiene en la nariz y cómo aprendió
a sonreír tan lacónicamente, como si él fuera el que tiene el
remate perpetuo. ¿Qué lo formo como hombre? ¿Por qué es
él cruzando caminos conmigo, ahora mismo?
Reese: Debería dejarte volver a tu velada.
Yo: No, está bien.
¿He enviado el mensaje demasiado rápido? ¿Fue
demasiado ansioso?
151
Yo: No hay mucho que hacer aquí. Lo único que
tengo planeado es otra ronda de yoga.
Reese: ¿Haces yoga?
Yo: Puedo oír la conmoción en tu texto.
Reese: El yoga no está en tu expediente.
Algunas cosas no están en mi archivo, pero eso no es
lo correcto para decirle a Reese. Es un hombre al que le
gusta tener todas las respuestas Tal vez pueda convencerlo
de que el yoga es el secreto más profundo que guardo.
Yo: Hice treinta minutos de asanas antes de venir
aquí. Eso me ayuda a tranquilizarme.
Normalmente.
Reese: Guau. ¿Así que eres como Madonna?
¿Puedes hacer todas las poses elegantes?
Mi sonrisa es suave, pero lo suficientemente firme
como para hacer que me duelan las mejillas. Me acurruco
alrededor de mi teléfono mientras la luz del sol se
desvanece, mordiéndome el labio como un joven
enamorado.
Yo: Me enfoco más en los ejercicios básicos. Sin
embargo, soy bastante bueno parado de manos.
Reese: Esto lo tengo que ver.
Yo: ¿No me crees?
Reese: He visto a mucha gente poderosa hacer un
montón de cosas, pero ninguno de ellos ha hecho
alguna vez yoga en serio. No creo que la mayoría de 152
las personas para las que he trabajado puedan dejar
sus BlackBerry el tiempo suficiente para enfocarse.
Yo: No tengo ningún BlackBerry conmigo en este
momento.
Reese: Vas a dar a tu hombre del cuerpo un
ataque al corazón si necesitan encontrarte.
Yo: Estoy encerrado en la Casa Blanca. ¿Qué tan
difícil soy de encontrar?
Reese: Te sorprenderías. A lo largo de los años,
hemos jugado a algunos juegos de escondite bastante
épicos. No todos a propósito.
Yo: Bueno, estoy solo cuando hago mi yoga, pero
veré qué puedo hacer para intentar conseguirte una
foto de prueba.
No hay puntos que reboten ni mensajes. Me muerdo el
labio y vuelvo a leer mi último mensaje.
Reese: Debería irme. Necesito levantarme a las
cero cuatro para la prueba de condición física.
Yo: Diría buena suerte, pero definitivamente no la
necesitas.
Reese tiene la musculatura resistente y el cuerpo en
forma de un hombre que se dedica a mantener las
máximas capacidades humanas.
Reese: Gracias por el voto de confianza.
Yo: Fue bueno saber de ti. Que tengas una buena
semana.
Reese: Tú también. Disfruta tu yoga.
153
De nuevo con su voz sonando en mi mente. Mis ojos se
cierran y aprieto mi teléfono tan fuerte como puedo.
Tienes que dejar pasar esto.
NO VER A REESE a primera hora hace que mi mañana
del lunes se tambalee. Deambulo por la Residencia,
haciendo pasar los minutos que normalmente estaríamos
en el Oval.
Los mensajes de anoche se repiten en mi mente. Los
he releído una docena de veces. Tumbado en la cama, y de
nuevo esta mañana mientras sorbía mi café y me
preguntaba acerca de su prueba de condición física. ¿Qué
tan fácilmente la pasó? ¿Qué tan lejos estuvo de las
expectativas?
Normalmente, dejo mi teléfono personal en la
Residencia durante el día. Mi trabajo y mi persona están
separados, y las pequeñas cosas que hago ayudan a
reforzarlo. El teléfono personal está arriba, generalmente
en el mostrador de la cocina, donde dejo mi libro y mi taza
de café.
Pero... Eres un tonto, Brennan.
Mi día es un borrón de reuniones, propuestas políticas,
llamadas telefónicas y negociaciones. Estoy en el Oval, en 154
la Sala de Situación, en la Sala del Gabinete. Cuando puedo
agarrar cinco minutos, me escapo a la Columnata Oeste y
el Jardín de las Rosas.
Las rosas de tono rosado están floreciendo, las flores
del invernadero son lo suficientemente grandes como para
acunarlas en mi palma. Los narcisos, los ranúnculos y los
tulipanes se alinean en las losas, y la sombra moteada por
el sol se filtra a través de las ondulantes ramas de los
manzanos silvestres.
Con los ojos cerrados, respiro el momento: la paz, la
serenidad. El ruido del tráfico de la Calle Diecisiete. El
rugido de voces demasiado altas que van y vienen y por la
parte trasera del Ala Oeste.
Mi teléfono vibra en el bolsillo de mi pantalón.
Aférrate a esto. A las rosas y al sol y a la esperanza
que brota en mi pecho. Por un segundo, imagino que Reese
me ha enviado un mensaje. Cuando lo compruebe,
seguramente me decepcionará. Pero por un momento, un
momento, la esperanza puede ser mía.
Es él.
Me ha enviado un mensaje con una foto de una diana,
el centro completamente borrado, como si hubiera
disparado tantas veces al mismo lugar que hubiera creado
una nueva diana. Las balas deben haber silbado en el aire
vacío cuando terminó.
Aunque soy californiano, también pasé veinte años en
zonas de guerra y conflicto. Tengo algo más que una
familiaridad pasajera con las armas y con lo que significa
este tipo de arreglos para disparar. Reese es bueno. 155
Jodidamente bueno.
Reese: Calificación del arma de mano aprobada.
Puedo dar en el blanco. ¿Cómo está la oficina?
Yo sonrío. La oficina. Como si fuéramos cualquier otro
par de compañeros de trabajo.
Yo: Ocupado. ¿Cómo está RTC?
Reese: También ocupado. A punto de entrar en
una clase de actualización sobre psicología y perfiles.
Luego hay un simulacro esta noche.
Yo: ¿Simulacro?
Reese: Vamos a interpretar un ataque a la
caravana. Seré el líder de los detalles. Tengo que llevar
a nuestro POTUS al punto de evacuación en menos de
noventa segundos.
Aquí estoy, viendo una mariposa rebotando sobre el
Jardín de las Rosa, y ahí está Reese, destruyendo objetivos
y jugando a salvar mi vida.
Yo: ¿Intentas mantener vivo al presidente?
Reese: Siempre lo hago.
Me lleva una docena de intentos, pero finalmente
consigo el ángulo correcto. Tengo mi teléfono de lado,
levantado sobre una pila de libros e inclinado contra mi
botella de agua, grabando mientras aprieto mis
abdominales, inhalo, y ruedo mis caderas hacia arriba. Mis
rodillas están dobladas, mis antebrazos apoyados en el
suelo. Mantengo la posición de plegado durante una larga
exhalación antes de extender mis piernas, lentamente, en
156
el pincha mayurasana17.
Si la toma es correcta, acabo de grabarme extendido
en una posición de antebrazo, frente al Monumento a
Washington, recortado contra el sol poniente y un cielo
limpio. En el mejor de los casos, me veo fuerte y en forma,
y tal vez incluso un poco imponente. Si mis piernas
estuvieran rectas y no me temblaran al subir, incluso podría
parecer impresionante.
O tal vez luzco ridículo.
17
Normalmente, sostengo esta asana durante al menos
dos minutos, concentrándome en el trabajo de respiración y
conectándome a tierra. Mis abdominales se activan al final,
con pequeños temblores y apretones mientras mantengo
mi cuerpo y mi mente en línea. Disciplina. Control. Inhala y
exhala.
Veintitrés segundos después de levantar las piernas,
me caigo y cayendo con un ruido sordo sobre mis pies
descalzos. Esto no es el final de mi rutina, pero mi
concentración se ha agotado, y todo lo que estoy pensando
es si el ángulo para el video funcionó y, si es así, ¿debería
enviárselo a Reese?
Funcionó. La luz es perfecta, todo naranja ardiente con
el mármol del Monumento a Washington tan brillante como
la Luna llena. Soy una sombra, tan siluetada que no se
157
puede distinguir mi cara. La vanidad me llevó ponerme mis
leggins favoritos para esto, por lo que me reprendí, ¿pero
ahora? Cada línea de mis cuádriceps, isquiotibiales y
pantorrillas parece talladas en piedra.
El video completo es demasiado para enviarlo, pero
recorto tres segundos de mi levantamiento y luego una
captura de pantalla de la asana final.
Y vacilo.
¿Por qué estoy haciendo esto? Está mal, todo mal.
Borra la foto, Brennan. No la envíes.
Lo envío.
Y entonces silencio mi teléfono y vuelvo a mi
colchoneta de yoga. Y paso la siguiente hora arrancando a
Reese Theriot de mis pensamientos.
Pasan dos horas antes de que sea lo suficientemente
valiente como para revisar mi teléfono.
He leído la evaluación de inteligencia nocturna de la
vigilancia de la seguridad nacional, he leído las
actualizaciones diarias de la situación de los Jefes de Estado
Mayor Conjunto y he intercambiado correos electrónicos
con Matt sobre la conveniencia de pasar de una reunión a
otra con un grupo del Congreso al que no quiero dedicar
tiempo. Le he pedido a Matt que le pase la pelota al
vicepresidente por ahora. Su solicitud de una reunión cae
más en la cartera de políticas que le he pedido a Patrick
que lidere de todos modos.
Todavía estoy tanteando a Patrick Marshall. Cuando
me tiré al ruedo presidencial, no había pensado seriamente
en los candidatos a la vicepresidencia. No esperaba tener
158
muchas posibilidades, sobre todo, esperaba que mis
propuestas políticas y mis puntos de vista pudieran influir
en los demás candidatos. Tal vez podría empezar algo.
Pero luego gané Iowa, New Hampshire y Nevada, y el
resto del Súper Martes fue a mi favor. De repente, yo era el
favorito, y todo se estaba volviendo real. Mis ideales, mis
sueños, mis políticas.
Y necesitaba un vicepresidente.
Patrick se manifestó en uno de esos acuerdos de
trastienda a los que son aficionados los partidos políticos.
No era un candidato presidencial, pero había sido
gobernador durante dos mandatos de un estado del medio
oeste con un crecimiento estable, una población feliz y una
economía en crecimiento constante. Era la opción segura, la
moderada, el equilibrio a mis maneras de la Costa Oeste. Si
la mitad de Estados Unidos me miraba y pensaba:
"Demasiado, demasiado pronto", podía cambiar su mirada
a Patrick.
No chocamos, pero aún no hemos encontrado nuestro
equilibrio. Es respetuoso, deferente con la oficina, pero
también es quince años mayor que yo, y hay momentos en
los que parece como si se dirigiera a mí de manera
paternalista en lugar de como mi vicepresidente y mi
supuesta mano derecha.
Como dijo Reese, la presidencia es un ajuste. La
verdad de esas palabras se hunde más cada día.
Finalmente, mientras termino de cenar, reviso mi
teléfono. Hay tres textos de Reese.
Mi estómago se agita. Soy mi peor enemigo.
159
Reese: Wow.
Reese: Realmente, wow.
Vuelvo a sonreír y a mirar la pantalla. Todo lo que dijo
fue "Wow", pero es exactamente lo que esperaba. Quise
impresionarlo, de alguna manera, de alguna forma.
Reese: Soy un tipo en forma, pero no puedo
hacer eso en absoluto.
Hay un intervalo de diez minutos y luego otro mensaje.
Reese: Acabo de probar una parada de manos
normal y, bueno, me alegro de que no me estén
grabado. Creo que mi cuerpo no se ha movido así
desde que tenía cuatro años.
Yo: Me complace que lo apruebes.
Puede que él ya ni siquiera esté cerca de su teléfono.
No hay razón para que me quede cerca del mío,
refrescando la pantalla cada vez que se apaga. Es lo
suficientemente tarde como para que haya salido a tomar
una cerveza, con sus compañeros o con alguien más, y
estoy haciendo el ridículo esperando que aparezcan esos
tres puntitos.
Pero lo hacen, y mi corazón salta mientras espero su
mensaje.
Reese: Voy a tener que actualizar tu expediente.
Y yo voy a tener que modificar ese informe mío al
Director. La actividad de yoga desconocida debe ser
investigada.
Me hace sonreír demasiado.
Yo: ¿Vas a tener que arrestarme?
160
Reese: Si lo intentara, probablemente serías
capaz de escapar.
Mi respiración es agitada, como si el aire se hubiera ido
de la cocina de la Residencia, y me toma un momento
volver a centrarme en mí mismo. No está coqueteando
contigo, Brennan.
Yo: ¿Cómo ha ido el simulacro? ¿Salvaste al
presidente?
Reese: Lo hice. Ella vivió para enseñar ética
mañana por la mañana y anotar la siguiente ronda de
nuestras pruebas de puntería.
Yo: ¿Es una instructora?
Reese: Sí. Una buena. Ella me enseñó cuando
llegué por primera vez a la academia. Ella pensó que
yo era un cabeza hueca, y me lo dijo, y todavía piensa
que es una locura que yo esté al frente del
destacamento en estos días.
Reese está tan lejos de ser un cabeza hueca como
pudo imaginar a un hombre.
Yo: ¿Tienes la oportunidad de salir mientras estás
allí? ¿Cenar? ¿Tomar una copa?
Reese: Muchos de los chicos lo hacen. Salieron
esta noche, pero yo estoy agotado. Comí en la
cafetería con los aprendices.
Puntos bailando de nuevo.
Reese: Una de las únicas cosas buenas de venir 161
aquí para el entrenamiento es que hay un muy buen
lugar cajún cerca. Voy a cenar allí al menos dos veces.
Tal vez tres veces.
Yo: Ahora estoy realmente celoso.
Reese: Christa puede prepararte algo de comida
cajún. Ella no está nada mal, para alguien que no es
del pantano.
Christa Delos Santos es la chef ejecutiva de la Casa
Blanca, y además de planificar y preparar las comidas para
cada acto de Estado y supervisar al personal de cocina, ella
se encarga de cocinar personalmente todas mis comidas.
O lo estaría, si no le hubiera pedido discretamente que
me devolviera esa responsabilidad.
Yo: Últimamente estoy cocinando para mí mismo.
¿Es eso algo más que no está en tu expediente?
El silencio atónito de su parte es palpable.
Reese: No es así. Tengo que decir que estoy
impresionado por tus habilidades evasivas.
Yo: No hay evasión. Yo le pedí hacerlo. Ella me da
recetas e ingredientes la mayoría de los días, pero
también hay veces que me toca improvisar.
Reese: ¿Así que te gusta cocinar?
Yo: Sí, me gusta. Y Matt tiene la amabilidad de
llevarse mis sobras para el almuerzo.
Reese: Chico con suerte.
Yo: ¿Quieres las sobras? 162
Reese: El almuerzo es más una cosa conceptual
para el Servicio. He oído que otras personas lo comen,
pero no puedo decir que haya tenido tiempo de
hacerlo.
Almuerza conmigo. Quiero decirlo. Podríamos comer en
el patio junto al Oval, detrás de las glicinias y los rosales
trepadores. Yo podría oír tu risa a la luz del sol.
Reese: ¿Qué hiciste para la cena?
Los restos de mi ensalada de salmón y espinacas están
fríos, y la mayoría de las veces he cogido el plato. Aun así,
tomo una foto y se la envío a Reese.
Reese: Muy saludable. Se ve mejor que la carne
misteriosa y el puré de verduras que comí.
Ven. Está en la punta de mis dedos escribir. Ven y te
prepararé la cena. Dime tu comida favorita y me dedicaré
todo el día a aprender a prepararla.
Todo lo que envió es gracias.
Reese: Entonces, cocinar, hacer yoga, ir a lugares
sin tu BlackBerry. Eres un auténtico renegado.
Yo: Solo estuve en el Balcón Truman.
El silencio se asienta entre nosotros, lo suficiente como
para que deje de actualizar la pantalla y luego deje mi
teléfono en el mostrador y limpiar mi plato, lavarlo y
dejarlo secar.
Todavía no hay mensaje. Sin embargo, ¿qué debería
esperar? ¿Un buenas noches, duerme bien de Reese?
Es casi medianoche cuando mi teléfono vuelve a
163
vibrar. He intentado ser fuerte y dejarlo en la cocina, pero
después de solo diez minutos, lo llevo a mi dormitorio. El
silencio se ha vuelto opresivo. Ni siquiera Sergio puede
distraerme de mis pensamientos errantes.
Reese debería estar dormido, y yo también, pero si lo
estuviera me habría perdido su mensaje. Es simple, y no
hay nada que deba leer en él.
Reese: Que tengas un buen día mañana.
Mi corazón es un globo, flotando lejos.
Yo: Tú también.
CAPÍTULO TRECE
Reese
Entonces
Es la cosa más estúpida que he hecho, sin duda.
¿Enviar mensajes al presidente?
Su número quemó un agujero en los pantalones de mi
traje todo el viernes. Me dije una docena de veces que lo
tirara, y una docena de veces más, me convencí de
conservarlo. De hecho, metí ese papelito en mi billetera
para mantenerlo a salvo.
El sábado por la mañana, conduje hasta Anacostia y
compré un teléfono desechable de un minimercado de una
gasolinera y me cargué de minutos y mensajes de texto de
prepago. Todavía no había decidido si iba a enviarle un 164
mensaje o no, pero si lo hacía, iba a ser de uno desechable.
Algo que pudiera arrojar al océano si algún indicio de
escándalo comenzaba a acercarse a Brennan Walker.
El resto del fin de semana estuvo lleno de basura
suficiente como para mantener mi mente alejada del
problema de enviar o no mensajes de texto al presidente
Y luego me encontraba en mi dormitorio en Rowley,
con el teléfono desechable en una mano y su número
escrito a mano en la otra.
Había tenido el sueño otra vez el sábado por la noche.
Ojos azules, manos cálidas, cuerpo firme. Piel contra
piel. Esta vez, los labios del hombre de mis sueños estaban
en mi nuca. Sus brazos me rodeaban por detrás, y nuestros
dedos se enredaban mientras me sostenía contra él. Su
nariz recorría mi cabello y su aliento pasaba como un
fantasma por la curva de mi mandíbula.
Me había despertado antes del amanecer y me había
hecho pasar de inconsciente a totalmente despierto en
menos de un segundo. Estaba de espaldas con una mano
dentro de mis boxers. Mi corazón palpitaba, mis pulmones
ardían y mi polla estaba caliente, dura y pesada en mi
agarre. Se me curvaron los dedos de los pies, y eché la
cabeza hacia atrás contra la almohada, como si me
estuviera inclinara hacia el recuerdo de mi sueño. Gemí
mientras me corría.
No te atrevas a enviarle un mensaje de texto. No te
atrevas, Reese.
Por supuesto lo hice.
165
LA ACTUALIZACIÓN de la formación es al mismo
tiempo estimulante y aburrida. La recertificación de armas
es genial. No hay nada que me guste más que el estado
meditativo en el que caigo mientras lanzo quinientas rondas
de plomo por el campo de tiro. Puedo dejar caer balas una
encima de la otra, y hacer diez disparos en un círculo
perfecto como si solo hubiera disparado una sola ronda.
Algunos de mis objetivos están en las paredes de RTC.
También la conducción. Lo hacemos todo. Disparar
desde las limusinas y los SUVs, fuego de supresión y de
cobertura, disparos de derribo y ataques quirúrgicos.
Practicamos la conducción a 140 kilómetros por hora,
esquivando a un asesino, a una turba enfurecida, a una
insurrección. Luego lo hacemos todo de nuevo, a la inversa.
Después de una mañana cargada de adrenalina, nos
reparten las clases y nos dan PowerPoint, y los agentes que
se quedan dormidos tienen que hacer flexiones durante el
resto de la clase. Henry y yo nos mantenemos despiertos
tirándonos gomas elásticas en los brazos del otro.
Henry reúne a un grupo de agentes después de las
clases para ir a la vida nocturna de Laurel, Maryland, pero
yo me dirijo al interior, directamente a mi comida cajún.
Durante todo el día, he pensado en bolas de boudin y
166
hervidos de mariscos, patas de cangrejo y langostas, el
condimento criollo y el cush cush.
Todo el día, yo también había pensado en él. Y en
nuestros textos.
Algo está pasando aquí, dentro de mí, a mí, pero no
soy el tipo más introspectivo del planeta, y es más fácil
seguir empujando la reflexión profunda y conmovedora que
necesito tener, más allá de mis preocupaciones más
inmediatas. El tráfico. Bolas de Boudin18.
Enviar una foto de mi canasta enorme de mariscos
fritos a Walker.
Brennan: Estoy loco de celos.
18
Como con una sola mano para poder enviar unos
mensajes.
Yo: ¿Qué has hecho?
Brennan: Todavía estoy cocinando.
Me envía una foto de una sola pechuga de pollo en una
sartén, cubierta de rodajas de limón y almohadillas de
mantequilla y esparcida de alcaparras.
Brennan: Terminé tarde abajo. Acabo de
regresar.
Son casi las nueve de la noche. No es que la Sala de
Situaciones y el Ala Oeste no tengan horario, pero la
mayoría de los presidentes intentan mantener un horario
regular. Walker lo ha hecho mejor que otros, y ahora que
estoy viendo algunas facetas más del hombre, estoy 167
empezando a entender por qué.
Yo: ¿No hay yoga?
Brennan: Todavía no, no. Quizás haga la postura
del cadáver esta noche.
Yo: Esa me la sé. Se me da bien.
Escribo, "También soy bueno en la postura del perro
boca abajo", y luego lo borro. ¿Qué mierda estás haciendo,
Reese? Come una bola de boudin.
Brennan: ¿Cuéntame de la vida afuera?
Estoy en un agujero-en-la-pared con olor a grasa frita
en la pintura. El tipo de lugar donde la tapicería está
pegada con cinta adhesiva y hay cartón metido debajo de
las patas de la mesa tambaleante. El tráfico fue una bestia,
pero siempre es una bestia en la Costa Este. Había parado
y avanzado durante treinta kilómetros, y cuando estacioné,
estaba listo para bajarme una cerveza, poner los pies en
alto y enviar un mensaje a Walker.
No quise fijarme demasiado en esto último.
El punto es que no hay nada especial acerca de donde
estoy o en lo que estoy haciendo. El Ala Oeste puede ser mi
oficina diaria y, claro, eso le ha quitado un poco de brillo al
lugar, pero sigue siendo mucho más grandioso que
cualquier otro lugar de por aquí. Si necesito un soplo de
aire fresco en Rowley, mi opción es pasar el rato en el
desvencijado balcón rodeado de mis compañeros agentes y
fumadores. Si quiero aire en la Casa Blanca, puedo pasar
unos minutos en el Jardín de las Rosas, o pasear por el
Jardín Sur, o, mejor aún, saludar a Walker en el patio del
168
Despacho Oval.
Yo: No hay mucho que compartir. El Tráfico. Las
multitudes. Preferiría estar de vuelta en el Casa
Blanca.
Brennan: ¿Y perderte esa comida?
Yo: La pediré para llevar.
Walker se queda callado, lo cual es inusual. Pero, no
soy la única cosa en su plato. Mil cosas podrían haber
surgido en el último minuto para arrastrarlo lejos, desde su
cena hasta un estallido de una guerra nuclear. Si yo
estuviera allí, lo sabría. Tal vez yo estaría a su lado de
camino a la Sala de Situación. O tal vez estaríamos
teniendo esta conversación en persona en lugar de por
mensaje. En su cocina. En la Residencia.
Déjalo en paz. Deja que haga su trabajo. Que es ser el
presidente, no enviarme mensajes porque no puedo sacarlo
de mi mente
No pasa ni un minuto antes de que le mande un
mensaje.
Yo: ¿Estas bien?
Brennan: Sí.
Espero.
Su burbuja de texto vuelve a aparecer, con tres puntos
rebotando. Parando. Rebotando. Parando.
Brennan: Estoy inquieto. Me siento un poco…
enjaulado.
Debería haber visto esto venir. 169
Antes de llegar a la Casa Blanca, Brennan Walker era
conocido como una especie de adicto a la adrenalina. En
California, no era raro que desapareciera durante un fin de
semana, y volviera a Sacramento y al capitolio del estado
con unos cuantos moretones e historias de rafting, escalada
en roca o esquí de travesía. Yo había pensado, y el Servicio
pensó, que esos impulsos se habían moderado por las
exigencias de la campaña y luego por la presidencia.
Tal vez podría pensar en una excursión. Equilibrar la
búsqueda de adrenalina y la seguridad del Servicio Secreto.
¿Como se vería eso? ¿Un castillo inflable en el Jardín
Sur?
Yo: Haces ejercicio, ¿sí? ¿Más que yoga?
Brennan: Sí. En San Francisco, solía correr por el
Presidio. Iba a Battery Park y luego bajaba a Baker
Beach y volvía por el sendero del mirador. Nada más
que las olas y la niebla.
Un segundo, y luego,
Brennan: ¿Has estado alguna vez en San
Francisco?
Yo: Algunas veces con el Servicio. Nunca por
placer.
Otro largo silencio. Termino mis bolas de boudin y
todos mis camarones y vieiras. Voy por la mitad de mi
segunda cerveza cuando vuelve a enviar un mensaje.
Brennan: Me encantaría enseñarte los acantilados
de Baker Beach. 170
Mi botella de cerveza todavía está a medio camino de
mis labios. Me quedo mirando la pantalla tanto tiempo que
se oscurece, y tengo que deslizar el dedo para volverla a la
vida y releer esas palabras.
Me estoy imaginando esto, ¿verdad? No quiere decir,
en absoluto, las mentiras que mi mente está tratando de
decirme.
¿Cuál es la forma correcta de responder?
Bueno, la forma correcta era no estar nunca en una
situación como esta en la que tuvieras que preocuparte por
eso. Resolver el problema antes de que surja. ¿No volví a
aprender eso esta tarde?
Hay una regla en el Servicio que no está escrita: no le
cauces problemas al presidente.
Yo soy lo último que necesita para que lo molesten. Yo
y estos pensamientos imprudentes, esta naturaleza salvaje
dentro de mí.
Yo: El Servicio puede organizar una salida para ti
cuando quieras regresar a California.
Brenan: Claro. Gracias.
Más silencio. Término mi cerveza, tiro mi basura, y me
voy. En mi SUV, miro nuestro hilo de mensajes, como si no
hubiera tenido el teléfono en la mano todo este tiempo y no
supiera no ha vibrado con ningún mensaje entrante.
No molestes al presidente. Déjalo estar.
Lo dejo todo el camino de regreso a Rowley, mientras
mi mente da vueltas y vueltas a nuestros últimos
mensajes. Inquieto. Acorralado. Me encantaría mostrarte 171
los acantilados de Baker Beach.
Le envío un mensaje de texto tan pronto aparco mi
SUV en la puerta del dormitorio.
Yo: Hey, entonces. Solo una idea. Hay una pista
de jogging alrededor del Jardín Sur. ¿Te gustaría correr
por ella? No es como correr al lado del océano, pero es
mejor que una cinta de correr.
Mis dedos golpean el costado del teléfono desechable.
Mi pie se une, hasta que soy como un baterista trabajando
con un riff en un antro de blues de la calle Decatur.
Dale un minuto, Reese.
Me arrastro hasta mi habitación, pasando por un grupo
de agentes que conozco de otras oficinas de campo con un
gesto de mentón y un saludo distraído. Hay lo que parece
una fiesta bastante decente dos pisos más abajo y a la
vuelta de la esquina. Me invitan, pero hago un gesto,
poniendo el tipo de cara que haces cuando tienes mucho
trabajo y esa es tu excusa para no salir.
Tan pronto como mi llave golpea la cerradura, el
desechable vibra.
Brennan: ¿Corres?
Yo: Sí.
Mi siguiente pensamiento se dispara como una sinapsis
rota, un misil de crucero sin software de guía.
Yo: ¿Quieres que corramos juntos?
Brennan: ¿Podemos?
Yo: Claro. 172
No, claro que no. Sin embargo, la bravuconería me
anima, y sigo con mi mierda.
Yo: Me encanta el Jardín Sur. Es privado, y los
jardines de ahí son geniales. Acepto cualquier excusa
para ir a esa pista.
Brennan: Oh, ya veo. Me estás usando. :)
Mis hombros finalmente se relajan. Lo he recuperado,
al menos lo suficiente como para burlarse y bromear.
Brennan Walker se envuelve él mismo en una cortina de
tranquila solemnidad, pero me han dado un atisbo de la
calidez que guarda.
Yo: Definitivamente te estoy usando. :)
Y disparo más adelante.
Yo: Podríamos correr cuando vuelva. ¿Quieres
que nos encontremos por las mañanas?
Su respuesta parece durar una eternidad. Cuanto más
rebotan los puntos, más seguro estoy de que va a
regañarme, a decirme lo inapropiado que estoy siendo, lo
grosero que soy y lo imbécil que soy. Rebota, para. Rebota,
para.
Brennan: Me gustaría eso.
Oh, la mierda que voy a tener que inventar para
justificar esto. Pero no sé cómo parar. No cuando se trata
de Brennan Walker.
Yo: Trataré de pensar en algo más, también. Sé
que te enjaulamos.
Brennan: Esto ayuda. 173
Yo: ¿Mis fotos de increíble comida cajún y los
blancos impecables?
Brennan: Hablar contigo.
¿Qué carajo digo a eso?
¿Cómo sería si él no fuera el presidente y yo no fuera
su jefe de destacamento? Si él no fuera el presidente, ¿me
arriesgaría a descubrir... lo que sea que esté pasando
dentro de mí? ¿Perseguiría esos ojos de neón? ¿Descubriría
lo que significa ser abrazado en la vida real de la misma
forma que alguien -alguien tal vez él- me ha estado
abrazando en mis sueños?
Pero, ¿cómo nos habríamos conocido, si no fuera por lo
que somos? Él, un chico de California, y yo, nacido y criado
en el pantano del bosque. No habría habido ningún
momento en el que me hubiera topado con él en las calles
neblinosas de San Francisco o se hubiera topado conmigo
en el calor sofocante de Nueva Orleáns. DC nos unió, pero
DC también nos mantiene separados.
Tomo la salida del cobarde.
Yo: Me alegro, señor.
Su respuesta llega casi una hora más tarde, cuando ya
me he cepillado los dientes y estoy metido en mi pequeña
cama de mierda del dormitorio, sosteniendo el teléfono
desechable y deseando que suene.
Brennan: Buenas noches.
Veo su video de yoga otras seis veces antes de apagar
el teléfono.
En mis sueños, corro persiguiendo un par de ojos
174
azules y una sonrisa escondida. Esta vez, son mis manos
las que exploran. Son mis dedos los que recorren las
piernas firmes, los abdominales duros como el granito y las
caderas definidas. Mis labios aterrizan en su clavícula y
besan un camino hacia el valle de sus pectorales. Hasta el
ombligo de un hombre y su sendero feliz, y luego más allá,
hasta la cintura de un par de leggins y...
Me despierto acariciándome, y hay medio segundo
entre mi sueño y la plena vigilia, y entonces mi orgasmo
me golpea. Me acurruco hacia delante, jadeando, cerrando
los ojos con fuerza, gimiendo por las réplicas.
Mi corazón está acelerado, y hay un nombre en mis
labios que no puedo decir No puedo, porque si lo hago,
estoy jodido. No puedo desearlo a él. No puedo desearlo.
Pero, maldita sea, lo hago.
Se siente como una profanación. Como si estuviera
contaminando algo maravilloso, o como si hubiera tomado
algo atesorado y regalado para mí y lo hubiera estrellado
contra el suelo. Como si no pudiera confiar en mí con su
amabilidad o su respeto, sus sonrisas o su atención, porque
esto es lo que estoy haciendo con eso.
—Brennan… —respiro.
LA MAÑANA está llena de clases de recertificación de
175
EMT, lo que significa que nuestro simulacro del mundo real
más adelante será un presidente herido.
Todo golpea diferente ahora, mientras le pongo la
venda a Henry, que hace el papel de mi presidente caído.
Un disparo en el pecho, por encima del arco de su chaleco.
Se supone que debemos evitar que la bala sea disparada en
primer lugar, pero si la hemos jodido tanto que le disparan
a nuestro chico, lo siguiente que podemos hacer es
mantenerlo vivo hasta que llegue al hospital.
Henry y yo solemos molestarnos el uno al otro. Tuve
que entrar una vez para el boca a boca, y Henry me recibió
con los labios fruncidos. Hace unos años, Henry sacó el
escenario de parto de emergencia de la bolsa de sorpresas,
y yo realicé una actuación de parto digna de un Oscar en el
asiento trasero de uno de nuestros SUV en nuestra pista de
aterrizaje simulada, fingiendo ser una princesa sueca. Para
cuando el bebé había nacido, parecía que todo el RTC
estaba reunido alrededor de él y de mí, aullando.
Esta vez, no puedo participar en la diversión. Es solo
Henry debajo de estas vendas y estas heridas y signos
vitales en picada no son reales, y no hay una herida de bala
real...
Pero, ¿y si lo hubiera? ¿Y si Brennan resulta herido en
mi guardia? ¿Y si ocurre algo terrible y no puedo salvarlo?
Estoy nervioso, fuera de mi elemento, y apenas paso
mi recertificación después de perder los signos de la tríada
de Cushing.
Henry sabe que pasa algo. Sus ojos se quedan en mi
durante el resto de la mañana.
176
En el almuerzo, lo agarro y nos escapamos de Rowley
a un bar de mala muerte que hace las veces de
hamburguesería grasienta durante el día. Nos sentamos en
una mesa de la esquina y comemos hamburguesas con
champiñones y suizo, compartiendo un plato de papas
fritas.
Si hablo rápido, tal vez no se dé cuenta de la mierda.
—Así que, el presidente Walker va a empezar a correr por
las mañanas en la pista del Jardín Sur. Voy a correr con él.
¿Qué piensas de poner agentes cada cien metros?
Él mastica y me mira. —¿Quieres correr al ritmo de
Walker?
Por supuesto, se centra exactamente en lo que yo
esperaba que no lo hiciera. No se le escapa nada. —Sabes
que me gusta esa pista.
Él sigue mirando. —¿Cómo sabes que va a estar
corriendo cuando volvamos a la casa grande?
Mierda. —Correo electrónico. Walker solicitó un
cambio. —Una mentira descarada.
—¿Por qué quiere correr fuera? El tiempo se va a
convertir en una mierda pronto.
Tenemos una pequeña ventana de buen tiempo antes
de que el calor y la humedad se disparan. DC se construyó
sobre un pantano, y aunque yo crecí respirando vapor de
agua, la mayoría de las personas trasplantadas a la ciudad
odian el verano.
—Saldrá temprano. —Eso es solo una parte de por qué
sugerí la hora. DC está aturdido por la mañana. Aunque la
pista del Jardín Sur es privada, todavía existe la posibilidad
de que alguien equivocado pueda ver—. Mira, corría por la
177
playa en California. Mirar una pared en una caminadora no
puede replicar eso. Él es infeliz.
—¿Infeliz? —Henry resopla—. ¿El mismísimo Sr. Feliz?
¡Estás bromeando!
—¿Sr. Feliz? —Se me cae la hamburguesa.
Él toma un largo trago de refresco mientras el rojo
oscurece sus pómulos —Es un apodo que algunos de los
chicos tienen para él—. Tienes que admitir que Walker
parece ser bastante optimista. Al menos, lo es por las
mañanas.
Las mañanas son cuando él y yo nos encontramos. Mi
rostro es de piedra, ni un solo respingo. Si Henry quiere
decir algo, ahora es el momento.
—Cinco agentes alrededor de la pista deberían
funcionar —dice, rompiendo el silencio—. Puedo mover las
cosas y liberar a algunos chicos del final del turno de
noche. Yo tomaré el quinto puesto. No voy a correr. —Me
apunta con una patata frita, sacudiéndola—. Solo corro
cuando es necesario para el trabajo. Lo odiaba en los
Marines, y lo odio ahora. Me voy a tomar mi café mientras
tú estás sudando tu trasero.
—Ese es el punto. Como dije, quiero correr la pista. Lo
estoy usando.
—Uh Huh. —Se levanta y se limpia las manos antes de
coger nuestros platos—. Vamos.
Solo picoteé mi comida. Por lo general, puedo acabar
con una hamburguesa en un santiamén, pero él no dice
nada sobre mi falta de apetito. 178
Salimos por la puerta y regresamos a mi SUV cuando
él dice: — Vamos a cambiar a algunas personas de lugar.
Hay un chico nuevo en el turno de noche al que quiero
subir. Tiene potencial.
—¿Oh sí? ¿Quién?
—Se llama Sheridan.
Conozco a todos en la Casa Blanca. Recorro los
archivos de personal de mis agentes en mi mente. Es un
exmarine, como Henry. También es joven. —¿Agente Leigh
Sheridan? ¿El del caso de la campaña? Después de lo que
hizo, el director lo puso en la vía rápida hacia la Casa
Blanca.
—Mm-hmm.
—Se unió al Servicio hace solo dos años. Eso es
bastante rápido para ascender en los destacamentos.
No quiero jugar con listillos que tienen la favor del
director porque hicieron un gran movimiento y tuvieron el
brillo del chico bueno sobre ellos durante unos minutos. El
Servicio Secreto no es para ser el centro de atención, y no
tengo tiempo para enseñar a las prima donnas esa verdad.
Especialmente cuando estoy tratando de encubrir mis
propias decisiones cuestionables.
—Sheridan es un buen agente. Sé lo que estás
pensando, y él no es así. Está aquí en Rowley haciendo su
recertificación esta semana también. deberías conocerlo. Te
gustará.
La lista de gente que realmente me gusta es pequeñas.
179
—Lo tomare bajo mi ala. —Henry sonríe—. Ya verás.
—¿Jugando a los favoritos con tus compañeros
marines?
—Siempre.
HENRY TIENE RAZÓN. Sheridan me agrada.
Nos encontramos en el gimnasio de Rowley, en el ring
de boxeo. Boxeé en la secundaria y en el equipo de policía
de Nueva Orleans, y es una habilidad y un pasatiempo que
mantengo.
Sheridan es rápido de pies, pero estamos bien
emparejados. Él es duro. Podría romperle las manos en la
cara y seguiría teniendo los puños en alto, listo para una
oportunidad para contraatacar. Después de algunas rondas,
se reúne una audiencia y dos docenas de nuestros
compañeros observan cómo Sheridan y yo nos conocemos
a base de golpes.
Terminamos en empate, y cuando le doy la mano, veo
a Henry apoyado en las cuerdas, sonriendo.
—Es un honor conocerte —dice Sheridan mientras
tomamos agua y nos quitamos la cinta de nuestras manos.
Llevamos protectores de cabeza y cubrebocas, y ahora su
pelo está jodido, todo sudoroso y despeinado. El mío tiene 180
que estar igual, o peor, porque es más largo que el suyo.
Quiero tomarme una selfie y enviársela a Brennan.
—Henry dice que eres un agente decente. Quiere
ascenderte. ¿Estás listo para el gran espectáculo?
—Sí, señor. Lo estoy. —No suena engreído, o como un
imbécil que piensa que el toque del director es su boleto a
la fama.
—Eso espero. Te veré en la Casa Blanca. —Le doy una
palmada a Sheridan en el hombro antes de agarrar mi
bolsa de gimnasia y volver a mi habitación.
En el camino, mi teléfono desechable termina en mi
mano, y antes de saber lo que estoy haciendo, tengo mis
textos abiertos y estoy leyendo la conversación de anoche.
Brennan y yo no hemos hablado todavía hoy. ¿Debería
enviar un mensaje primero? ¿O debo esperar y ver qué
hace?
Solo puedo culparme a mí mismo por esta tormenta de
mierda mental.
Antes, grabé imágenes del curso de conducción de uno
de nuestros agentes haciendo un escape evasivo, y es muy
malo. Neumáticos chirriando, caucho quemado, la limusina
presidencial balanceándose y rodando como nunca lo hace
en la vida real. Puede que se divierta con eso.
Se lo envío a Brennan antes de que pueda pensar
demasiado en mi impulso.
Responde casi de inmediato.
Brenan: Hola ¿Estás solo? 181
Mi corazón martillea.
Yo: Sí.
Brennan: ¿Puedo llamarte?
Joder. Hemos borrado una docena de líneas aquí, pero
tal vez pueda decir que estos textos son inocuos y no
significan nada ¿Pero una llamada telefónica?
¿De qué diablos quiere hablar conmigo? ¿Mi
comportamiento? ¿De nosotros? No, no hay ningún
nosotros.
Empujo mi toalla contra la parte inferior de mi puerta,
como si eso fuera a insonorizar este pequeño dormitorio de
mierda.
Yo: Sí.
El aparato suena veinte segundos después.
—Hola —dice Brennan, y, merde, esa es la voz que
oigo en mis sueños, ¿no? Aprieto los dientes, y mi mano
libre se cierra en un puño, y cada parte de mí se aprieta.
—Hey. —Trato de ser casual. Estoy seguro de que
fracaso.
—Necesito salir de mi cabeza. Estoy dando vueltas en
círculos.
—¿Qué ocurre?
—¿Has visto las noticias?
Cada mañana, me despierto con algún nuevo horror
que Rusia está infligiendo. Han intensificado su ofensiva de
nuevo, probablemente gracias a la elección de Brennan.
182
Rusia ha estado moviéndose en Europa del Este
durante diez años, pero durante la última administración,
los rusos pusieron su dinero donde estaba su boca e
invadieron Ucrania. Hubo mucho ruido de antemano sobre
cómo los rusos iban a aplastar al país más pequeño, pero
Ucrania luchó hasta llegar a un punto muerto.
Desafortunadamente, Rusia no es un espectáculo de
una sola vez, y sus objetivos militares a largo plazo tienen
que ver más con el sometimiento y desesperación que con
ganar corazones y mentes.
Las tácticas militares rusas castigan a la población
civil. Compare las imágenes de Chechenia, Siria y Ucrania,
y creerá que está mirando el mismo paisaje infernal.
Hoy, Ucrania es un país dividido, con una zona oriental
ocupada por Rusia que tiembla de rabia e insurgencia.
Nos saldremos con la nuestra mediante la negociación
o la guerra, dijo el presidente ruso Nikita Kirilov. Persiguió
ambas cosas, y lo consiguió: cuando se firmó el alto el
fuego, la mitad de Ucrania pasó a formar parte de la Nueva
Rusia, y Kirilov movió sus fuerzas hacia el interior de
Europa.
Ucrania es un país casi imposible de ocupar. Sus
montañas se tragan a las fuerzas rusas, al igual que los
bosques y el campo. Los campos en barbecho están
sembrados con los huesos de los invasores. Los ucranianos
juraron no rendirse nunca, nunca abandonar la lucha, y no
descansar hasta que todos los soldado rusos estén fuera de
su país.
Esta mañana, la alerta de noticias en mi teléfono decía
que las fuerzas rusas estaban cruzando las líneas de alto el
183
fuego para cazar insurgentes ucranianos.
—Aquellas unidades que cruzaron las líneas de alto el
fuego diezmaron tres pueblos —dice Brennan—. Son las
mismas tácticas que usaron en Chechenia y el Medio
Oriente. Los civiles están siendo sacrificados ¿Recuerdas lo
que le pasó a Grozny?
—Sí, lo recuerdo.
—Esto se siente como el preludio de una limpieza
étnica.
Si alguien podía saberlo, sería Brennan.
No se me permite ser leído en temas de seguridad
nacional. Pero eso es dolor en su voz. Se acerca a mí para
hablar. ¿Cómo puedo rechazarlo? —¿Qué vas a hacer?
La frustración sale de él, seguida de un suspiro de
cansancio. —Todo el mundo discute en una dirección
diferente, y nadie parece estar escuchando cuando digo que
la trayectoria actual es inaceptable. No podemos permitir
que esto se desarrolle.
Todas esas direcciones diferentes se debatieron cuando
Rusia ocupó Ucrania por primera vez. Según los expertos,
plantarle cara a Rusia significaba una guerra nuclear
segura. Rusia apretaría el gran botón rojo, y eso apagaría
las luces del mundo. No había buenas opciones, y nada que
salvo ver cómo se producía la invasión.
Está callado, y puedo oírlo respirar antes de que
continúe —¿Dónde está el punto en el que decimos, 'No
más'? ¿Es una línea en un mapa? ¿Las fronteras de una
alianza de naciones? ¿La OTÁN? Una vez, el mundo dijo:
184
'Nunca más', pero no ha hecho un gran trabajo
manteniendo esa promesa.
Camboya. Darfur. Ruanda. Los Balcanes.
Y sigue. —No provoquen a Rusia. Esa es la regla
número uno, ¿verdad? Pero ellos se provocan a sí mismos
para inventar justificaciones para cualquier cosa que
quieran hacer. ¿Dónde está el equilibrio entre la disuasión
inteligente y una agresión a la altura cuando el costo se
paga en vidas humanas y sufrimiento? ¿Cómo podemos
quedarnos quietos mientras se desata el mal?
Lo conozco lo suficiente como para saber que esta es
la parte que lo está destrozando por dentro. —Aquí es
donde necesitas tomar una posición.
—Lo hago. Se supone que somos un mundo basado en
reglas, pero eso solo funciona cuando todos juegan con el
mismo conjunto de reglas. Derechos soberanos. Derechos
humanos. ¿De qué sirven si nadie lucha por ellos?
—El pueblo estadounidense te eligió porque creyó en
ti.
—¿Creen en mí todo hasta a la guerra? Estoy en una
bifurcación del camino, y esta ese dicho sobre los caminos
y las buenas intenciones.
—Sabes la línea que quieres mantener. ¿Con qué estás
dispuesto a vivir?
Oigo su respiración, larga y lenta, como si estuviera
terminando una de sus posturas de yoga. —Gracias, Reese.
Esa es la pregunta perfecta para hacerme.
Reese. Mi nombre. Lo ha dicho antes, pero no desde
que estos sueños han echado raíces en mí. Reese. Merde, 185
es él.
Es su voz en mis sueños.
—Espero haber ayudado.
—Lo hiciste. —Hay ruido de fondo. Una puerta
abriéndose, gente entrando en una habitación. La voz de
Matt diciendo: —Su próxima reunión, Sr. Presidente. El
grupo de trabajo de la CIA.
—Te dejaré ir.
—Escríbeme luego. —Cuelga.
DESPUÉS DE LA ÚLTIMA sesión del día, le envió a
Brennan una foto de mi cena -tacos de comida rápida, que
apenas como- y no recibo nada en respuesta. Una hora
más tarde, me ato las zapatillas y salgo a la pista. Después
de ocho kilómetros y un balde de sudor, vuelvo a entrar.
Ningún mensaje de Brennan.
Él es el presidente. Hay un montón de mierda pasando
en el mundo.
Una ducha me trae de vuelta desde donde me había
impulsado a la órbita. El chorro de agua golpea mis
músculos justo donde las manos de ensueño de Brennan
me acariciaban, y paso demasiado tiempo en el vapor
repitiendo cada fantasía. Mi polla se hincha y, por primera
vez, me masturbo pensando en Brenan Walker.
186
En un hombre. El presidente.
Imagino sus brazos rodeándome y su mano sobre la
mía -tocándome, tomando el control- y luego él
besándome. Mi cabeza golpea la pared de azulejos, y lucho
por contener un gemido cuando me corro más fuerte de lo
que lo he hecho en mucho tiempo.
No hay forma de ocultar la verdad cuando me enfrento
a mí mismo en el espejo. Estás jodido, Reese.
No es que esté fantaseando con un hombre. Hay una
escasez de gente buena en este mundo, y si el que captura
mi corazón termina siendo un hombre, pues bien. Supongo
que no soy tan heterosexual como pensé todos estos años.
Es que el hombre del que me enamoré, el mejor
hombre que he conocido, es Brenan Walker.
Tienes un nivel de exigencia jodidamente alto,
gilipollas. Miro fijamente mi propio reflejo. Enamórate de un
rey la próxima vez. Será igual de inalcanzable.
Mais quel con19, ¿cómo voy a manejar esto cuando
vuelva a la Casa Blanca? Tener un enamoramiento es lindo
cuando estoy a veintiséis kilómetros de distancia de
Brennan, pero ¿cómo voy a míralo a los ojos y hablarle
como si no hubiera estado soñando con sus labios sobre
mí? ¿O como si no acabara de acariciarme hasta el orgasmo
mientras imaginaba que mi mano era la suya?
Un zumbido atraviesa mi autoflagelación, salgo
corriendo del baño y agarro el móvil del cargador en la
mesita de noche. Es Brennan, pero no está enviando un 187
mensaje de texto, está llamando. Deslizo para responder
antes de darme cuenta de que he enviado una solicitud de
videollamada.
Y ahí está él: suave y tenue en el brillo de la lámpara
que brilla en la mesa auxiliar de la Sala de Estar Oeste. Va
vestido con su camiseta y los mismos leggins de correr que
vi en la foto que se tomó en el balcón Truman. Tiene el pelo
alborotado, como si hubiera estado de cabeza en una
postura de yoga, y lleva puestas unas gafas de lectura con
montura negra. Está acurrucado en la esquina del sofá, con
una pierna apoyada en el pecho y un brazo suelto sobre la
rodilla. El tipo de flexibilidad ágil con el que la mayoría de
los hombres solo pueden soñar.
19
Pero que idiota
Sus ojos se agrandan cómicamente, y sus labios se
abren mientras su mirada cae al centro de la pantalla.
Mierda. Salí disparado del baño en nada más que una
toalla. Tengo el pelo todavía mojado y me caen gotas de
agua por el pecho.
—Lo siento. Espera, déjame agarrar una camisa.
Brennan queda tumbado en mi cama mientras vuelo a
mi bolsa de lona, tirando de los bóxer y una camiseta al
mismo tiempo. Estoy hecho un lio, pero en ocho segundos
consigo pasarme las manos por el pelo, sacudirme un poco
más de agua y no tener un ataque al corazón, así que eso
es una victoria. Luego es mi turno de dejarme caer, pero no
puedo sentarme como él. Lo mejor que puedo hacer es
cruzar las piernas.
—Hey —sonrío. 188
—Hey. —Él me devuelve la sonrisa.
Debería ser raro, pero no lo es. Él es el presidente y yo
no soy nadie, pero durante los siguientes veinte minutos,
solo somos dos tipos hablando. Se burla de mis tacos de
autoservicio y yo me burlo de él por ser un loco de la salud.
Se encoge de hombros, dice "California" y sí, lo entiendo.
Es una razón en sí misma.
Le cuento del combate de boxeo y el encuentro con
Sheridan y de cómo Henry estaba un poco demasiado
complacido de tener razón sobre que me gustaría. —Así
que vas a ver una cara nueva en torno al destacamento.
Chico joven, pero tengo esperanzas.
—Estoy seguro de que será genial.
Entonces, al parecer, es la hora de las historias,
porque le cuento media docena: Mi breve paso por la
protección diplomática, antes de ser transferido a
cibercrimen y luego trasladado a la Casa Blanca. Mi primera
vez en Washington, que fue el primer día de mi
entrenamiento en el Servicio Secreto. Llegar a Nueva
Orleans con nada más que trescientos dólares en el bolsillo
y mis botas de piel de caimán en los pies.
—¿Te estoy aburriendo? Lo siento, solo estoy
divagando.
Él tiene una suave sonrisa en su rostro. —En absoluto.
Escucharte hablar es muy relajante.
—¿A mí? ¿Con este acento?
—Amo tu acento.
189
Sus ojos brillan, así que digo lo primero que se me
ocurre. —Eres 'rougarouin', mon cher.
—¿Qué significa eso?
—Significa que eres un problema. —Significa que eres
un problema, querido, como en, querido mío, pero dejé que
esa parte se deslizara de mi explicación.
—¿Yo? —Sus cejas se elevan—. Creo que te refieres a
ti. Tu eres problema.
—¡Alohrs pas! No soy un poseído. —Bueno, tal vez lo
soy. Soy un chico malo, pero es él quien me pone así.
—¿Me enseñarías? Podríamos tener un lenguaje
secreto.
Es juguetón otra vez, burlándose de mí, y, quel con,
me encanta.
—Bien sur. Ca c'est bon.
—Conozco a ese. Tomé dos años de francés en la
secundaria. Eso fue hace un millón de años, pero algunas
cosas se han quedado grabadas. Pude saludar al presidente
francés, al menos. —Me rió…
Y luego me sorprende muchísimo cuando pregunta: —
Je peux te ver demain soir20?
Mañana es el último día de entrenamiento. Nos dejan
libres por la tarde, y estaba planeando ir a casa para
ponerme al día con la semana de trabajo perdido y luego
tratar de dormir una noche completa antes de volver a
trabajar.
190
Pero… ¿Puedo verte mañana por la noche?
No me atrevo a hablar. Asiento con la cabeza en su
lugar.
¿Qué diablos voy a hacer?
Por ahora cambio de tema, porque no podemos
quedarnos este punto. —¿Tus asesores por fin te ayudaron
en lugar de hacerte girar en círculos?
Se ríe, pero es una media risa resignada, y se mete
con un hilo en el costado de su rodilla. —Creo que deberías
ser mi tutor. Hablar contigo fue más útil que horas y horas
de reuniones.
—¿Todos quieren proteger su espacio?
20
¿Puedo verte mañana por la noche?
—Recorrimos la Sala de Situación, y la propuesta de
cada uno era una repetición exacta de la posición de su
departamento. Entiendo que Estado no quiere alterar el
equilibrio de poder, y entiendo que Defensa busque una
misión ampliada y sin restricción, pero…
—Pero no crees en ninguna de esas dos cosas.
—Exactamente. ¿Ves? Necesitas estar aquí, conmigo.
Oh, sí, de muchas maneras. Me aclaro la garganta. —
¿Te has puesto firme?
Por lo general, hay un momento como este al principio
de la administración de cada presidente: el tira y afloja
entre las políticas de los departamentos atrincherados y la
nueva dirección que persigue el presidente entrante.
—Lo hice. Les he dicho a todos que vuelvan mañana 191
con propuestas que apoyen mis políticas, no las que anclen
sus propios intereses. Yo soy el presidente. Este es mi
gobierno. Necesito que la gente empiece a apoyarlo.
—Lo harán.
Brennan Walker ha demostrado, una y otra vez, que a
él no se le puede subestimar. Ni en California, ni en la
Campaña. Ni en su administración ni en el escenario
mundial. Si alguien va a cambiar este mundo, será él.
Él ya ha cambiado mi vida.
El siguiente paso de esta caja de sorpresas se
interrumpe cuando un bostezo divide su rostro. Se cubre la
boca, cierra los ojos y agita la mano frente a la cámara. —
Perdón, perdón.
—Encantado de aburrirlo cuando quiera, Sr.
Presidente.
—Estás lejos de ser aburrido. Estás tan lejos de ser
aburrido como California es de DC.
—A cinco mil kilómetros de distancia del aburrimiento.
Lo tengo. Eso sigue siendo un poco aburrido, ya sabes.
Se ríe de nuevo, pero es interrumpido por otro
bostezo. Ahora me río de él y él se ríe de sí mismo. —Vaya
a la cama, Sr. Presidente.
—Lo haré.
Nuestras miradas se encuentran, y no queda nada y
todo para decir: duerme bien, mon cher, y fais de beaux
rêves21, y tus ojos son del color de mis sueños. Pero mis
palabras están atascadas en mi garganta, y parecer que las 192
suyas también.
Él saluda a la cámara, yo le devuelvo el saludo y
termina la llamada.
Y estoy solo en mi dormitorio en Rowley, con el eco de
la voz de Brennan en mi alma.
Diez minutos más tarde, cuando estoy acostado en la
oscuridad, el teléfono zumba.
Brennan ha enviado un mensaje. Buenas noches.
Le devuelvo el mensaje. Bonne nuit.
21
Dulces sueños
CAPITULO CATORCE
Reese
Entonces
El último día de entrenamiento amanece con un trueno
que sacude las paredes del dormitorio y un aguacero que
inunda la pista, el campo de tiro y la pista de obstáculos.
Realizamos el curso de todos modos, y al final, somos
más Cosa del pantano, que agentes del Servicio Secreto.
Henry está enojado. Le gusta su comodidad. Sheridan, sin
embargo, parece deleitarse con el desafío.
El barro nos salpica mientras agarramos la cuerda y
descendemos en rappel22, y me golpea en la cara mientras 193
ayudo a levantar y empujar a mis compañeros agentes
sobre el muro de escalada. A algunos les resbalan los dedos
en los gatillos en el campo de tiro, y los sacan de ahí,
diciéndoles que vuelvan a empezar. Me dejo caer con ellos,
a la sombra de cada uno y los ayudo a limpiar sus armas
antes de que vuelvan a intentarlo.
No me voy hasta que todos los demás han terminado
el recorrido. Henry me espera con una expresión miserable,
tan empapado como una rata ahogada e igual de
agradable. Sheridan está junto a él, radiante, cubierto
desde la punta del cabello hasta los dedos de los pies en un
lodo espeso y pegajoso.
22
Es el tipo de asquerosidad que requiere al menos dos
duchas para limpiarlo. Para cuando estamos todos lavados
y de vuelta en nuestro equipo de clase, estamos atrasados,
y el resto de la tarde es un apuro para finalizar las últimas
recalificaciones y firmas.
Se hacen ajustes para tomar unas cervezas después.
Henry trata de conseguir que lo acompañe. Detrás de él,
Sheridan parece esperanzado.
Pero hay un mensaje de Brennan en mi teléfono que
dice: Si no has comido después de que hayas terminado
hoy, pasa por aquí.
Como si fuera la oferta más informal del mundo. El
presidente pidiéndome que pase. A la Residencia.
Tengo que ocuparme de unas cuantas reuniones extra
con los peces gordos, ya que soy la galleta principal en la
194
Casa Blanca. Me retraso para dejar Rowley, y son pasadas
las seis de la tarde cuando por fin salgo.
Llego a girar a la izquierda en la autopista antes de
estar atrapado en el tráfico. La lluvia sigue cayendo a
cántaros, y mis limpiaparabrisas apenas pueden seguir el
ritmo. Las luces de freno carmesí se fracturan a través del
aguacero torrencial. Mis pensamientos están desarraigados,
como los ríos que fluyen por las alcantarillas a los lados de
la carretera.
En Nueva Orleans, la lluvia hace brillar la ciudad,
convierte las calles en túneles del tiempo y espejos
mágicos. El musgo español reluce como un diamante
incrustado en los lugares que cubre. Los ladrillos y las
baldosas empapados, los melones y las magnolias, te hacen
cosquillas en la nariz, y el agua se acumula y luego se
desborda del plátano y del lirio de canna y del ciprés en
charcos iluminados por el neón.
En esas tardes después de una buena tormenta, el
blues y el jazz y el rock and roll suenan más claros. Más
vibrantes. Como si todo hubiera recibido una nueva pizarra.
Toda la niebla y la humedad se han desvanecido, y con ella,
las complicaciones en tu vida también han sido
desterradas. Las calles, la ciudad, incluso la música, se
sienten renovadas. Puede pasar cualquier cosa.
La lluvia en DC es un embotellamiento del tráfico, las
bocinas sonando y mil migrañas que te hacen perder la
cabeza a la vez. Mover al presidente bajo la lluvia eleva el
factor fricción a once. Los frenos de alguien van a resbalar,
o alguien va a hacer un hidroavión. Es necesario ampliar los
plazos, lo que interfiere en los horarios de otras personas y
195
los cabrea. Las tormentas joden las radios, lo que se puede
oír y lo que se puede ver. Aquí, la lluvia oscurece. Frustra.
Cuando era joven, dormía en una hamaca en el porche
de mi padre y escuchaba las gotas de lluvia golpear el
techo de hojalata como si estuviera en el interior de un
tambor. Sin tiempo, sin espacio, solo yo y la lluvia.
¿Adónde fue esa versión de mí? ¿Soy un hombre que
todavía puede escuchar la lluvia y dejar que mi mente
flote?
De momento, no. Me rechinan los dientes mientras
piso los frenos, con el guardabarros pegado al sedán que
tengo delante. Esta lluvia no es meditativa ni pacífica. Esta
lluvia me aleja de Brennan.
¿Le gustan las tormentas? ¿Estás haciendo yoga en el
Balcón Truman? ¿Cómo se vería al pararse de manos con
los relámpagos como telarañas crepitando en el cielo?
Me envía un par de mensajes, el primero preguntando
si todavía estoy interesado en pasar por allí, y luego,
después de decir que definitivamente lo estoy, me dice que
no me apresure y que suba cuando llegue. Que está en la
cocina.
Estoy viviendo en una realidad fragmentada, en un
lugar donde el presidente me habla como si fuera alguien
especial para él.
Amaso el volante por todo el trayecto, hasta que he
molido el cartílago entre mis nudillos. Mis manos están
blancas como huesos cuando salgo de New York Avenue
hacia la calle Quince y aparco debajo del Departamento del 196
Tesoro.
Es lo suficientemente tarde como para que el Ala Este
esté en silencio. Como Brennan no tiene una Primera
Dama, el Ala Este da la sensación de ser un museo con
poco personal. Mis botas rechinan en los pisos de baldosas.
Llevo el traje de clase táctica de Rowley: caquis cargo, polo
negro ceñido con cinturón y el escudo dorado del Servicio
Secreto. El arma en mi cadera, al lado de mis puños, la
radio -que está apagada- y la munición de repuesto.
El Ala Este me lleva a la planta baja de la Residencia,
donde los guías turísticos conducen desfiles de visitantes
dos veces por semana, pasando por la Sala Vermeil, la Sala
de Mapas y la Sala de Recepción Diplomática. Estas son las
habitaciones sin usar, las salas de exhibición, y a las ocho
de la noche, son el reino de los fantasmas
Sin embargo, las salas médicas están al final del pasillo
y en ellas hay personal a todas horas.
No hay ninguna razón real para que yo esté aquí, y
aunque podría inventar una excusa para estar en el lugar,
no puedo empezar a formular una razón para entrar en la
residencia del presidente a deshora.
Cuando las puertas del ascensor se abren en el
vestíbulo de la Sala Oeste, el ruido de la lluvia que cae
sobre las ventanas me envuelve. Eso, y el olor de la
santísima trinidad: cebolla, pimientos y apio, junto con una
buena dosis de ajo, pimentón, cayena y pimienta negra.
Mantequilla derretida y nata templada, tomates guisados y
el inconfundible aroma del cangrejo perfectamente cocido
al vapor.
La cocina privada del presidente está al final del 197
pasillo, y mi nariz y mis pies me llevan directamente allí.
Está en la cocina, vestido con vaqueros ceñidos y una
camiseta ajustada, de espaldas a mí, mientras hace
perezosos ochos en una sartén. Un roux de color rojo
hierve a fuego lento.
Es como si hubiera abierto puertas secretas dentro de
mí, encontrado las llaves para volverme del revés. Los
olores de mi infancia, el sonido de la lluvia golpeando las
ventanas. El, en el centro de todo: mi pasado y mi futuro y
la confusión del ahora. Él forma parte de todo, tan tranquilo
como puede serlo, aunque haya tomado mi alma y la haya
sacudido para liberarla de todas mis amarras.
—Ga lee23, ¿estás bromeando? —Cierro ambas manos
en el marco de la puerta y me inclino hacia la cocina. Lo
inhalo todo, una gran bocanada.
Me ve, y una sonrisa ilumina su rostro. —En el
momento perfecto. Creo que está hecho.
—Huele a hecho. Dios mío, ¿cómo supiste que los
cangrejos de río étouffée24 son mi plato favorito de todos
los tiempos?
—Conjetura afortunada. —Está tan radiante que podría
romper el vidrio—. Ven a probarlo y dime cómo lo hice.
Nunca he hecho esto antes.
—¿No? Aquí huele como a cocina de bayou. Como si
supieras manejar la chaudière25, mon chere.
Se sonroja, el carmesí se extiende por sus mejillas y 198
por el hueco de su garganta. El pulso a un lado de su cuello
se agita.
Nos enfrentamos ante la estufa, él a gusto, yo como si
me acabaran de dar brazos y piernas y no tuviera ni idea
de cómo usarlos. ¿Dónde he puesto mis manos durante los
últimos treinta y siete años de mi vida? Quieren alcanzarlo,
deslizarse alrededor de su estrecha cintura, tirar de él hacia
mí…
Las manos en los bolsillos, Theriot.
Brennan apaga el quemador y remueve el étouffée
otra vez.
—Lo hiciste a la manera criolla —le digo.
23
Dialecto que expresa sorpresa
24
Especialidad de la gastronomía de Lousiana elaborado con marisco.
25 Caldera
—¿Es eso malo?
—No, en absoluto. —Nuestras palabras son suaves,
nuestras voces profundas. La mía suena como el oleaje del
golfo después de un huracán. La suya es rasposa en los
bordes exteriores. No se encuentra con mi mirada.
—Toma. —Me tiende la cuchara, llena de jugosos
cangrejos bañados en roux—. Dime cómo lo hice.
El sabor explota, y yo caigo en el tiempo hasta el jazz
callejero de Decatur Street, hasta sacar los últimos restos
de étouffée de cartones para llevar mientras me apoyo en
mi coche patrulla en las afueras del Distrito Noveno. A los
chaudières en los pantanos, los nenúfares floreciendo, el
canto de los pájaros a través de la niebla, el chapoteo de
las aguas turbias contra las paredes de madera de nuestra
casa. Es el pantano y el blues, las noches empapadas de 199
neón, las tardes empapadas de humedad.
Mis ojos se cierran mientras gimo.
Se sobresalta, la cuchara salta y una pizca de roux se
desliza por mi barbilla. —Lo siento.
Se mueve al mismo tiempo que yo. Nuestras manos
chocan, las suyas cálidas y aromáticas por la cocina, del
pimiento y cebolla y pimentón. Las mías están frías por la
lluvia y el aire acondicionado en mi SUV.
Se queda quieto.
Mis dedos rodean los suyos, acercándolo más, hasta
que nos enredamos juntos en su cocina frente, al todavía
burbujeante étouffée.
El Roux se desliza por mi pulgar. Brennan tira mientras
da un paso adelante, moviéndose hasta que no hay espacio
entre nosotros.
Nuestros muslos se encuentran. Nuestras caderas.
Nuestros pechos se rozan al inhalar y nuestras miradas se
fijan.
Desliza mi pulgar en su boca. Lame el roux con su
lengua.
Chasqueo.
Me muevo antes de que mi cerebro pueda reaccionar,
en un momento en que el instinto y la necesidad superan a
los pensamientos. Hago retroceder a Brennan y lo conduzco
tres pasos hasta la nevera, donde lo enjaulo contra el acero
inoxidable. Los brazos contra el metal frío, las caderas
contra Brennan, cada centímetro de mí presionando cada
200
centímetro de él.
Sus ojos son enormes, un torbellino de emociones,
demasiadas para analizarlas o nombrarlas.
Este es un momento que ha rondado en mis sueños.
Me han provocado con la promesa de un beso y nunca lo
han cumplido.
Inclino la cabeza y rozo mi nariz contra la de Brennan
antes de cerrar esos milímetros imposibles de cruzar y
apretar nuestros labios.
Es como sumergirse en el océano. El silencio
desciende, seguido de un rugido sordo, el sonido de la
realidad que se mantiene a raya. Me meto dentro de mí y
me aferro a Brennan. Su pulso frenético se convierte en el
mío. Acuno la cara de Brennan y lo beso más
profundamente, con mi pulgar recorriendo el arco de su
pómulo. Su rastrojo incipiente araña el centro de mi palma.
Manos en mi pecho. Tirando de mí, y luego…
Me empuja lejos.
Nuestro beso se rompe con un jadeo, y apoyo mi
frente contra la suya mientras mis ojos se cierran con
fuerza.
Joder, que manera de arruinarlo. Hace veinticuatro
horas, me preguntaba cómo iba a comportarme con
Brennan, ahora que había reconocido y asimilado la verdad
de mi enamoramiento por el hombre. ¿Cuántos minutos
habían pasado desde que había salido del ascensor?
La definición de comportarse no incluye presionar el
presidente contra la nevera y besarlo. 201
Brennan respira con dificultad, con los dedos atrapados
en la tela de mi polo ¿Qué está pensando? Dios, realmente
está temblando. Sus temblores me atraviesan.
—Lo siento —susurro—. Brennan, lo siento. —La he
jodido, mal.
Un gemido, y luego sus brazos serpentean alrededor
de mi cuello. Soy más alto por unos centímetros, pero
ahora, parecen unos centímetros importantes cuando me
tira hacia abajo y vuelve a juntar nuestros labios. Es algo
inesperado -¿él, besándome?- y no tengo ninguna
explicación ni racionalización para este cambio repentino.
Estoy sin huesos en sus brazos, aturdido cuando sus labios
se mueven sobre los míos, cuando me acerca, mientras una
de sus piernas se enrosca en la parte posterior de mi
muslo.
Mi mente rebota, oscilando entre la velocidad y la
quietud. Los momentos se quedan colgados y luego se
desdibujan, y estoy mareado, tratando de seguir el ritmo.
La lengua de Brennan se enreda con la mía. Gruñe y
succiona mi labio en su boca, mordisquea mi piel. Alguien -
yo- grita. Mi cabeza cae hacia atrás, y sus dientes raspan a
lo largo de mi cuello, muerde el ángulo de mi mandíbula.
Esta vez, soy yo el que se echa para atrás, hasta que
golpeo la isla de la cocina con un gruñido. El toque de
Brennan está en todas partes, las manos se deslizan por
mis brazos, por mis hombros, por mi pecho, sobre mi
cintura y hasta mi cinturón…
Un tirón y un tirón, y entonces mi cinturón está
desabrochado y Brennan Walker, el presidente de los
Estados Unidos, está de rodillas frente a mí, bajándome los 202
pantalones y los boxers.
—Bordel de merde. —¿Qué agarró? ¿El granito detrás
de mi o a Brennan? ¿Dejo esto o sigo adelante? Hace medio
segundo, habría jurado sobre la Biblia que mis fantasías
eran nada más que imaginaciones ridículas. Pero, joder,
aquí está, mirando mi polla hinchada como si fuera lo que
más desea. No la paz mundial, sino rodearme con sus
labios y chuparme hasta los huesos.
Brennan me acaricia el vientre. Exhala y cierra los
ojos. El deseo desnudo le cruza la cara. Sus manos
tiemblan al agarrar mis muslos.
Entierra su cara en mi entrepierna y lame, un largo y
lento deslizamiento de su lengua que termina con sus ojos
mirando hacia arriba y hacia los míos.
—Merde… —No puedo apartar la mirada. Mis manos
van a aplastar esta encimera de granito.
Calor. Succión. La boca de Brennan a mi alrededor,
bajando, bajando, hasta el fondo. Jesús, él ha hecho esto
antes. Él es jodidamente bueno en eso, también.
Me agarro, una pierna se bloquea, la otra se derrumba,
y solo mi agarre el mostrador me mantiene de pie. Todo
tiembla: mis brazos, mis piernas, mi mente. Mis músculos
se aprietan y se sueltan, luchando contra una necesidad
primaria de corcovear, de perseguir esta gloria, de empujar
en la boca de Brennan una y otra y otra vez…
Sin embargo, él tiene el control, y me tiene envuelto
en sus dedos. Pasa su lengua por mi parte inferior, la hace
girar alrededor de mi cabeza. Hueca sus mejillas y tararea,
con su mirada clavada en la mía en cada inmersión 203
profunda. El chupa hasta que mis ojos retroceden, hasta
que me olvido de respirar, hasta que jadeo y gimoteo.
—Brennan… Mon Dieu… Merde, mon cher…
Sus ojos se encienden. Caen relámpagos negros. Sus
uñas se clavan en mis muslos, sus mejillas se ahuecan, y
me chupa todo hasta el fondo, sus labios y su nariz
enterrados en la maraña de mi pubis
Retiro mis manos del mostrador y hundo mis dedos en
su cabello -el cabello del presidente- mientras trato de
sofocar mi rugido.
No perturbes al presidente. La regla parpadea un
momento antes de que llegue mi orgasmo, y trato
frenéticamente de apartarlo, mi cerebro febril disparando
pensamientos imposibles como, No hagas que el presidente
se trague tu corrida.
Pero él lo quiere, aparentemente, porque se resiste a
que mi mano lo empuje hacia atrás y enreda nuestros
dedos.
Me mira a los ojos.
Me deshago con su nombre en mis labios. Nos
miramos fijamente durante todo el proceso, mientras yo
tiemblo y me estremezco, mientras él traga, y luego caigo
de rodillas frente a él y le doy un beso jadeante con la boca
abierta a un lado de su cara.
Está callado y quieto, como el aire vacilante frente a
una tormenta. Levanta la mano para limpiarse la boca.
Cuando me inclino hacia atrás, se aleja, desplomándose
como si se estuviera plegando en un origami. Un minuto
204
después, deja caer la cabeza entre las palmas de sus
manos.
Necesito hablar, decir algo, pero me ha chupado el
cerebro a otra dimensión. Está ocurriendo un cataclismo,
los sueños y las verdades chocan. Besé a Brennan Walker.
Brennan Walker me besó. Brennan Walker…
Las realizaciones se agitan dentro de mí, pero ¿Qué
está pasando dentro de él? Esos no eran los pasos de un
hombre sin experiencia. Brennan Walker era un hombre de
secretos y, hace meses, quería desenterrarlos,
desenterrarlos de la tierra e inspeccionar los bloques
básicos de su alma. Aquí hay un secreto que no esperaba
encontrar, pero, mon Dieu.
Lo miro…
La alegría delirante en la que deambulo no es la que
Brennan parece estar sintiendo ahora mismo. El
arrepentimiento es un sumidero que se abre dentro de él.
Me vuelvo a meter en mis pantalones cargo y luego me
deslizo por el suelo. Envuelvo mis brazos alrededor de él,
mis manos se deslizan por su espalda y los dedos bailan
sobre los pliegues de su columna vertebral. Mis rodillas
están fuera de las suyas, y cada inhalación que toma trae
su pecho contra el mío. Lo acurruco hasta que estamos
frente a frente, nariz con nariz, labio con labio, y luego
acuno su mejilla en mi mano de nuevo, un espejo de
nuestro primer beso.
—Hey —susurro.
Se estremece. Presiono con mis labios el ángulo de su
mandíbula, la suave piel que se agita sobre su pulso. 205
—Yo no… —Duda—. No te pedí que vinieras para eso.
—Mira, cuando un hombre hace un buen roux… —Estoy
tratando de que sonría y, finalmente, lo hace. Suspira en
mí, una parte de él se libera mientras otra parte de él
todavía vibra—. Sabes, esto tampoco está en tu archivo.
Sacude la cabeza.
—¿Desde cuándo?
—¿He sido gay? —Encuentra mi mano detrás de su
espalda y entrelaza nuestros dedos. Mi pulgar rueda sobre
sus nudillos—. Toda mi vida. ¿Cuánto tiempo lo he
ocultado? Décadas. Desde siempre, en realidad. Nunca he
sido el hombre más abierto del mundo. ¿Y tú? —Su
pregunta es una molécula de sonido—. No pensé que
fueras…
—En cambio, creo que yo no lo soy. O tal vez no se la
respuesta todavía. Nunca antes había besado a un hombre.
Se queda tan quieto, tan de repente, que es como si
todo el movimiento atómico hubiera cesado. El miedo le
sale a borbotones. —Yo… —No puede sacar las palabras,
físicamente no pueden sacarlas—. Lo siento… Yo…
—Mon cher, no. Nada de eso. He estado soñando
contigo.
—¿Qué?
Todavía puedo saborear su beso en mis labios. —
Nunca me había sentido atraído por un hombre, pero desde
que nos conocimos, es como... —Suspiro—. Estás bajo mi
piel. Estás dentro de mi mente. Estás en lo más profundo
de mis huesos. Estás en todas partes y eres todo. No puedo
escapar, pero tampoco quiero escapar. De ti, o de esto. —
206
Sus ojos son enormes, zafiros encendidos—. Te sientes
inevitable. Como si te hubiera estado esperando.
Parpadea, mira hacia abajo, mira hacia otro lado.
Aprieta la mandíbula, aguanta. —Así es como me haces
sentir. He guardado esto dentro de mí durante años, y
luego te conocí y... Me haces soñar sueños imposibles.
Me vuelves salvaje. Me haces creer que puedo
enamorarme de un hombre como tú. Me haces creer que
este crujido de la realidad entre nosotros está vivo, como si
el destino y la suerte pudieran ser medidos por la física.
—No es tan imposible, ¿eh? Aquí estamos, después de
todo. —Intento ser desenfadado, pero creo que fracaso.
Aquí estamos, pero ¿por cuánto tiempo más? Ya
estábamos bailando en el filo de una espada, y ahora, con
esto... Hay verdades entre nosotros, pero también hay
verdades fuera de estas paredes.
Brennan puede cambiar el mundo. Lo creo hasta el
fondo de mi ser, pero solo puede hacerlo si el mundo no lo
destruye primero.
Y el mundo lo destruiría por esto. A nosotros. A mí.
Peligroso.
Brennan suspira y entierra su rostro en mi cuello. —
¿Te quedas? Por un rato.
—Por supuesto. Hay étouffée para comer. —Siento la
forma de su sonrisa contra mi piel—. ¿Vas a ver la lluvia
conmigo?
Quiero abrazarlo. Besarlo. Explorarlo, aunque este
lugar desconocido entre nosotros se siente frágil.
207
Despacio. Tendremos que ir despacio. Ha dicho
décadas. ¿Por qué ahora? ¿Por qué yo?
¿Por qué él? No conozco las respuestas, pero tal vez no
sea necesario. Tal vez solo necesitemos estar juntos y ver
esta lluvia.
Él asiente y nos ponemos de pie. Nos tomamos de la
mano mientras comemos étouffée directamente de la
sartén, compartiendo la cuchara y alimentándonos
mutuamente. Nos robamos besos en labios y en la punta de
los dedos, nos acariciamos el cuello y la sien.
A medianoche, lo sostengo en mis brazos frente a las
ventanas del Salón Oeste. La Casa Blanca está a oscuras a
nuestras espaldas, mientras las luces del Ala Oeste, el
Eisenhower, y todo DC -y el resto del mundo- parecen
extenderse eternamente.
Sus dedos se entrelazan con los míos, apretando con
fuerza, como si nunca quisiera soltarlos.
208
CAPÍTULO QUINCE
Reese
Ahora
El cuartel general está en la calle H, a cinco cuadras de
la Casa Blanca. Es todo de ladrillo y vidrio y se parece la
oficina central de un banco. Ni siquiera hay un letrero
afuera. Aun así, es un lugar mucho mejor que el edificio
Hoover. El antiguo cuartel general del FBI es un laberinto
minimalista tan acogedor como una prisión.
Sheridan y yo conducimos hasta el garaje subterráneo.
El cuartel está cerrado y la insignia de Sheridan no le da
acceso, pero la mía sí.
209
El sótano es donde los equipos forenses trabajan su
magia. Los laboratorios se extienden a lo largo de una
manzana: balística, huellas dactilares, rastros, serología,
toxicología. Incluso el famoso laboratorio de tinta está aquí
abajo.
La gente parece olvidar que el Servicio Secreto es una
agencia de la aplicación de la ley. No somos solo
guardaespaldas. Tenemos algunos de los mejores técnicos
forenses en el campo -no importar lo que diga el FBI- pero
esta será la investigación más grande de la vida de todos.
Entre el garaje subterráneo y los laboratorios hay un
espacio cavernoso, similar a un almacén, que sobresale
varios pisos hacia arriba en el vientre de HQ26. Es donde
traemos los vehículos de flota y transportamos las pruebas
26
Cuartel General
para su procesamiento. Coches, camiones, incluso barcos.
En una de las paredes se alinean los compartimientos para
automóviles, cada uno equipado con computadoras,
máquinas de rayos X portátiles y sistema de imágenes
digitales.
En este momento, los restos quemados del SUV de
Brennan están colocados en el centro, dentro de una sala
estéril portátil con paredes de láminas de plástico atadas a
un marco de PVC. Técnicos con monos antiestáticos están
desarmando el SUV pieza por pieza.
Uno de ellos embolsa un tornillo roto y lo coloca en una
bandeja de metal al lado de otra docena de tornillos en
bolsas individuales.
Dos técnicos al frente están desmontando los restos
ennegrecidos del motor. Se ha recogido toda la ceniza del 210
incendio y, en otra sala limpia, los técnicos la examinan
grano por grano.
Están buscando restos humanos. Los restos de
Brennan. Los pasos de Sheridan se vuelven más lentos
cuando pasamos.
No estoy aquí por el SUV. Estoy aquí por la habitación
al final de este pasillo: la morgue.
Sheridan no necesita venir conmigo. También es su
mejor amigo, tendido sobre el frío acero de la morgue. Ahn
ya ha empezado a rebanar y cortar en cubitos, y aunque la
mayoría de los agentes asisten a una autopsia, o al menos
revisan la sangrienta consecuencia, varias veces en su
carrera, nadie debería ver a alguien a quien amaban
descuartizado y disecado.
Sheridan debería recordar a Henry tal y como era. El
hermano mayor, el bromista, su mentor. Admiraba tanto a
Henry…
Sin embargo, ambos nos movemos por la adrenalina y
la rabia. Estamos sedientos de justicia. No, no de justicia.
Venganza. Y no hay combustible más potente que la furia.
Sheridan fue un infante. Ha visto la muerte de cerca.
Pero es diferente cuando es alguien a quien amabas.
Me quedo quieto antes de abrir la puerta de acero.
Sheridan casi corre hacia mí, y su mano aterriza en mi
hombro mientras se estabiliza. Está temblando.
—¿Seguro de que quieres ver esto?
—¿Me estás ordenando que me quede afuera?
—No. Te estoy dando a elegir. ¿Quieres ver lo que hay
211
al otro lado de esta puerta?
Su mandíbula se aprieta. Mira hacia otro lado. Las
luces fluorescentes nos iluminan a ambos, destacando
todas las formas en que estamos rotos. Todavía hay barro
en su cuello, justo por encima de la línea de su cuello. Mi
propia piel tira donde el barro y el hollín se han secado.
—Estamos perdiendo el tiempo —gruñe finalmente—.
Vamos.
El olor golpea primero: formaldehído, humo y la
mezcla de podredumbre, sangre y lejía que comparten
todas las morgues. Ese olor está impregnado en las
paredes y en el aire, y no importa cuánto se limpie el lugar,
el hedor de la muerte persiste.
Sheridan tiene arcadas y sus pasos vacilan. Se gira
hacia un lado, apoya una mano en la pared junto a la
puerta. Sigo adelante.
Ahn está inclinada sobre un cuerpo ennegrecido en una
camilla. En la pared arriba, las pantallas digitales
reproducen un video de primer plano de su trabajo,
ampliado para magnificar los cortes exactos que su bisturí
está haciendo en la carne carbonizada a lo largo del hueso
negro quemado.
Hay otra camilla contra la pared, los restos cubiertos
con una sábana. Un escudo yace sobre el pecho del
cadáver. No el que llevaban Stewart o Henry anoche. Esos
se derritieron. Alguien trajo un reemplazo tan pronto como
el cuerpo fue identificado.
Necesito saberlo. Voy a él primero. 212
Es Stewart. Sé el número de placa de Henry, y esta no
es suya. Me agarro a los bordes de la camilla y el frío acero
arde a través de la fina sábana de algodón contra mis
palmas. —Lo siento.
Si este es Stewart, entonces Ahn está con Henry.
El calor pincha la parte de atrás de mis ojos mientras
respiro, sostengo el aire pútrido dentro de mí. Sheridan
sigue contra la pared, con la frente apoyada en el dorso de
su mano, los omoplatos altos y tensos.
Tres dedos quemados cuelgan del borde de la camilla
junto al muslo de Ahn, y eso es todo lo que veo mientras
cruzo la morgue.
Un halo de luces LED sobre Ahn destierra cualquier
sombra mientras trabaja en el cadáver de Henry. Los
horrores están expuestos, al descubierto: cada rizo de
carne y músculo chamuscado, todas las protuberancias
cenicientas de sus vértebras.
Casi todo ha desaparecido. Quemado. Todo lo que
queda son parches fragmentados de tejido disecado
estirados a través de los huesos devastados por el fuego. El
cráneo yace de lado, descansando sobre un pómulo
agrietado.
Ahn ha abierto el tórax y ha extraído el esternón y las
costillas quebradizas. Mi mirada sigue el arco aórtico
chamuscado hasta que desaparece detrás de una masa de
tejido pulmonar carbonizado mientras ella corta el
pericardio.
Los zapatos chirrían detrás de mí. El aliento de
Sheridan me estremece la nuca. 213
—¿Qué tienes? —Le pregunto a Ahn. Es como hablar
en una cripta. No consigo que mi voz sea lo suficientemente
suave.
Ella coge el corazón carbonizado y lo libera del pecho.
Lo coloca en una bandeja de disección entre nosotros. El
hedor del humo, el sabor de la desesperación, cuelgan
inmóviles sobre el cadáver.
—Hay una duda sobre la identidad de este cuerpo.
Mi mano vuela hacia la camilla. Aprieto hacia abajo el
frígido metal, lo suficientemente fuerte como para que las
ampollas que se formaron cuando presioné mis palmas
contra el metal recalentado de mi SUV se rompan. He
empujado el cadáver, y la mandíbula inferior se abre como
si se riera de mí. —¿Que?
—No estoy segura de que este sea el agente Ellis.
Ahn coge un mando a distancia y lo apunta al terminal
del ordenador que tenemos encima. Una radiografía de la
columna fechada hace cinco años llena la pantalla. En la
esquina superior izquierda dice, Ellis, Henry.
—Hace cinco años, el agente Ellis tuvo un accidente
automovilístico en un viaje de avanzada en París. Lo
llevaron a la embajada de los EE. UU. para examinarlo
después de dos días de dolor de espalda.
—Me dijo que no era gran cosa.
Recuerdo cuando sucedió. Me llamo desde la embajada
y me dijo que estaba bien, que volvería en el vuelo. Yo
quería enviarlo a casa. Él se negó.
—Según las radiografías que tomó la embajada, el 214
agente Ellis no tenía una lesión en la columna. Le recetaron
analgésicos y le dijeron que hiciera un seguimiento en los
Estados Unidos. No parece que lo haya hecho. No hay nada
en sus registros.
Ahn cambia de pantalla. Aparece una nueva
radiografía. Es otra toma de la espina, pero en lugar de un
nombre, la imagen está marcada como Doe, John, y la
fecha es hoy.
—¿Ves esta franja blanca? —Ella apunta a una línea de
media pulgada de largo que recorre la parte lateral
izquierda de la columna cervical. Parece un cabello o un
rasguño en la película. Si no fuera por Ahn, habría
parpadeado y pasado de largo.
—¿Qué estoy mirando?
—Eso puede ser la evidencia de un crecimiento óseo a
lo largo de múltiples vértebras. A veces lo vemos en
personas que han tenido cirugías de columna. Discos
comprimidos, fracturas menores, tornillos extraídos. Cosas
así. Si compara esta fotografía con la del expediente
médico del agente Ellis…
Ella las pone una al lado de la otra. Hay un gran daño
del fuego en una: los brazos se han separado de los
hombros, los huesos largos de los muslos están partidos
por la mitad, y ambas escápulas están partidas en dos. —
Hace cinco años, ese crecimiento óseo no estaba presente.
—Henry nunca se sometió a una cirugía de columna.
—Un crecimiento excesivo también puede ocurrir
después de un traumatismo, como un accidente de coche.
¿Se quejó Henry alguna vez de rigidez en el cuello? 215
Lo hizo, pero las palabras no quieren ser dichas. Es
como si yo dijera, sí, se quejaba de su cuello todo el
tiempo, entonces eso es todo, este cadáver es él, y no hay
posibilidad de que mi amigo siga vivo.
Quiero creer en cuentos de hadas, en posibilidades
mágicas donde hay un final feliz para esta historia. Si hay
una duda sobre la identidad de este cuerpo, entonces tal
vez no sea Henry.
Lo que significa que este podría ser…
Mi mente se cierra de golpe ante ese pensamiento.
—En este momento, no puedo decir con certeza que
este es o no el agente Ellis. Eso podría ser producto del
fuego o de un traumatismo que no puedo ver con claridad.
Necesito abrir la columna y examinar físicamente las
vértebras. También necesito comprobar si el agente Ellis se
hizo alguna radiografía reciente.
—¿No hay otras formas? ¿Dentales? ¿ADN? ¿Medidas
corporales? ¿Es este cuerpo de la misma altura que Henry?
—Hay una docena de formas diferentes de identificar los
restos.
—Debido a la extensión de la destrucción del tejido, no
puedo obtener una altura y un peso precisos. Cuando
intenté formar una impresión dental, los dientes se
agrietaron y se desintegraron. También probé con el ADN.
Por lo general, incluso después de un incendio, los
ventrículos del corazón aún contienen sangre líquida que
podemos extraer como muestra. No esta vez. El calor
dentro de ese SUV estaba fuera de lo normal
—¿Qué tan pronto puedes saber con certeza quién es? 216
—Necesito varias horas.
—Cada segundo cuenta.
—Estoy haciendo todo lo que puedo.
Por primera vez, Sheridan habla. —¿Pero esto puede
no ser Henry? —Hay tanta esperanza cruda en la voz de
Sheridan, que es agobiante.
Ahn lo mira, sus ojos marrones dicen más de lo que
puede poner en palabras. No esperes.
—¿Qué puede decirme sobre el habitáculo? ¿Ha
recuperado algún resto, cualquier cosa, del asiento trasero?
—No. No tenemos un tercer conjunto de restos.
Mis rodillas se doblan, y el mundo se inclina, y me
derrumbo hasta que mi frente descansa en el borde de la
camilla. Así de cerca, el hedor a cadáver es abrumador.
Carne chamuscada. Sangre hervida. Nunca volveré a comer
bistec.
—Recuperamos dos muestras de ADN a lo largo de la
puerta trasera izquierda del pasajero y el marco de la
ventana. Están demasiado degradados para un perfil
completo, pero ambas muestras han dado una coincidencia
parcial tentativa con la del presidente Walker. Puede haber
sido arrastrado fuera de la camioneta a través de la
ventana.
Los recuerdos me asaltan. Henry y Brennan, uno al
lado del otro. Casi de la misma altura, ambos hombres
altos y fuertes. El cuerpo que tengo frente a mí fue
217
encontrado fuera del SUV. Una eyección, se dijo en la
escena, pero después de tanto daño por fuego, no hay
manera de saber si fue una eyección o...
El pensamiento que no quería completar antes ruge de
vuelta. Mis ojos se dirigen al corazón en la bandeja de
disección.
Si este cadáver no es Henry…
Voy a vomitar.
Llego al fregadero en la pared antes de vomitar
Gatorade, la barra de granola y bilis hasta que estoy
sudando frío. La palma pegajosa de Sheridan aterriza en mi
nuca. Sigue temblando, de pie dentro de mi sombra.
Cuando vuelvo a Ahn, no puedo apartar los ojos del
cadáver.
¿Es este mi mejor amigo o mi amante?
—¿Ha revisado las radiografías del presidente Walker?
—mi voz es hueca.
—No. —Ahn palidece—. Tendré que solicitarlos a la
Casa Blanca. Habrá preguntas. Eso se filtrará.
—Pase por el director. Él se coordinará con el
vicepresidente. No dejarán que se filtre.
Ella asiente, y cuando mira al cadáver desfigurado, lo
hace de manera diferente. Con más reverencia, como si ella
también lo estuviera considerando.
Tal vez más que considerarlo. Tal vez ella cree que
este cadáver es Brennan.
Mi mirada sigue el pómulo expuesto, la cuenca del ojo
colapsado. El cráneo sigue tumbado de lado.
218
Tengo recuerdos de Brennan tumbado exactamente
así. Él de lado, con la cara medio enterrada en la almohada.
Estaba viendo como dormías. Ha puesto su mejilla en mi
pecho más veces de las que yo puedo contar, y he pasado
mis dedos por su cabello y he paseado la punta de cada
uno a través de la línea de su mandíbula y sus sienes.
Si rodeara este cráneo con mi mano ¿lo sostendría
como si acunara a Brennan? ¿Se ajustarían estos huesos a
mi palma como lo hacían los de mi amante?
—Hay más —dice Ahn—. Recuperé cuatro fragmentos
de bala separados de los dos cuerpos. Uno estaba
incrustado en el interior del hueso de la cadera derecha del
agente Stewart, y tres estaban fundidos en los tejidos de
este hombre. Lo cual, si sus sospechas son correctas…
—No sabemos quién es —gruño—. Quiero eliminar esa
teoría, no probarla.
Estoy siendo un imbécil. Ella lo deja pasar. —Los
fragmentos de bala de la cadera del agente Stewart
coinciden con la bala que recuperamos del panel interior de
la puerta del pasajero delantero. Una punta hueca de
cobre. Calibre 45.
El 45 no es un arma del Servicio Secreto. No es algo
que Henry o Stewart llevaran anoche, lo que significa que
vino de quien atacó la caravana.
¿Clint tenía un arma? No hay nada registrado a su
nombre, pero eso no significa nada. No con el vibrante
mercado negro de armas en Estados Unidos.
—¿Y él? ¿Cómo murió? —No digo ni el nombre de
Henry ni el de Brennan cuando miro el cuerpo. No puede
219
ser Brennan. No puede ser Henry. No puede ser ninguno de
esos hombres. Simplemente no puede.
—Le dispararon a quemarropa. Dos balas colapsaron
sus pulmones y destrozaron su diafragma y la aorta
ascendente. Las balas quedaron fundidas en los restos de
sus tejidos tras el incendio.
Estoy agradecido por su discurso clínico y lo desprecio
hasta mi núcleo. —¿También una 45?
—No. Las tres procedían de una nueve milímetros. —
Hace una pausa—. Estaba muerto antes de que empezara
el fuego. No había hollín ni partículas en sus pulmones o en
sus vías respiratorias.
¿Qué es peor? ¿Imaginar que tu amante fue ejecutado
a sangre fría, o que fue quemado vivo? En ambas
pesadillas, imagino a Brennan gritando mi nombre,
aguantando desesperadamente, esperando que lo salvara...
—Henry llevaba una nueve. —La voz de Sheridan es
pequeña. Rota.
—No hemos podido localizar ningún fragmento o resto
del arma de servicio del agente Ellis. Sí recuperamos la
carcasa fundida del arma del agente Stewart en el espacio
para los pies delantero.
Sheridan se aleja, con las manos agarrándose la nuca.
Mi mente levanta teorías, las descarta, las reconstruye
a partir de los restos. Los únicos escenarios en los que
Henry entregó su arma son apocalípticos. Henry, saliendo
de ese infierno, decidido a llegar a Brennan. Henry, herido,
en agonía, moribundo, pero luchando hasta su último
aliento para salvar a Brennan.
220
En esos momentos, alguien podría haberle quitado el
arma.
Estos hechos son piezas de rompecabezas lanzadas a
través de una habitación obscura. Las cosas no cuadran.
Un cadáver no identificado y dos hombres
desaparecidos. Ambos hombres significan el mundo para mí
de maneras completamente diferentes. Mejor amigo.
Amante.
El amor de mi vida.
El Presidente de los Estados Unidos.
Y Clint Cross, analista de la CIA desaparecido, con la
biblioteca terroristas domésticos y una foto de Brennan.
Clint encontró algo, dijo el director Liu. Llevó sus
inquietudes y la información en bruto directamente al
director. Tenía fama de tener siempre la razón. Sacaba
información de la nada.
¿Y si todo esto fuera fruto de la nada?
¿Y si él puso en marcha todo, todo el maldito asunto,
hace seis meses?
Si Clint pensaba que el mundo necesitaba deshacerse
de Brennan, podría haber usado su posición y su reputación
en la CIA para hacer una realidad falsa a partir de sus
propios delirios. ¿Y si todo, desde el momento en que Clint
fue a Liu, fue una fantasía? ¿El primer paso de un largo y
paciente plan que se materializó en un camino aislado del
parque Rock Creek a la una de la madrugada, donde Clint
Cross esperaba para emboscar a la comitiva? 221
Claramente Clint tenía fantasías violentas, si su
PlayStation servía de referencia, pero ¿las convirtió en
acciones? Nadie se despierta y decide asesinar al
presidente ese mismo día. Hay un camino de radicalización,
un viaje. Una serie de pasos que conducen a actos
evidentes. ¿Cuál fue el viaje de Clint?
¿Qué pasó en ese camino en el parque Rock Creek?
¿Qué pasó en ese barranco, cuando las llamas empezaron a
envolver al SUV? ¿Le quitó Clint el arma a Henry? ¿Miró a
Henry a los ojos antes de dispararle y dejar que su cuerpo
fuera consumido por el fuego?
¿Ejecutó al presidente?
¿Asesinó a mi Brennan?
—Sheridan… —Mi cuesta un momento que mi voz
funciona—. ¿Dónde está el papel que recuperamos?
Saca el envoltorio del burrito de su traje y se lo
entrega. El desastre hecho una bola yace en un charco de
agua sucia en el fondo del envoltorio de plástico.
Ahn parece que si le estuviéramos dando un roedor
enfermo. —¿Qué es esto?
—Algo que recuperamos del triturador de basura de
nuestro principal sospechoso. No estaba triturado como él
esperaba.
—Lo secaré y veré qué podemos recuperar.
—Cuéntame sobre el incendio. ¿Qué sabes?
—Fue iniciado por granadas de termita. Ese es el
acelerante que buscábamos. Las granadas de termita son
222
parte del equipamiento estándar de los vehículos del
Servicio Secreto, ¿correcto?
Asiento.
—Recuperamos cuatro gotas de escoria separadas. —
Las escorias son los restos fundidos que quedan tras la
detonación de una granada de termita—. Había dos en el
compartimiento de pasajeros traseros, uno en la consola
central entre los dos asientos delanteros y otro en el
espacio para los pies del pasajero delantero. basándonos en
la posición de las granadas, parece que el fuego se
provocado intencionalmente. No estallaron en su caja de
almacenamiento. Fueron colocadas.
Un escenario se desarrolla en mi mente, construido a
partir de los datos forenses que Ahn y su equipo están
descubriendo: Henry frenando de golpe. Poniendo el SUV
en reversa. Perdiendo el control. El SUV cayendo por el
lateral.
¿Clint arrastró a Brennan primero? ¿Henry luchó por
salir y trató de salvarlo? ¿O Clint estaba al acecho, y
ejecutó a Henry tan pronto como salió por la ventana del
conductor, y luego le disparó a Stewart?
Con Henry y Stewart muertos, Clint habría tenido todo
el tiempo del mundo para arrastrar a Brennan fuera del
coche y poner esas granadas para cubrir sus huellas.
¿Pero por qué? ¿Por qué Clint Cross, oficial de la CIA,
orgullo del Director Liu, haría esto? ¿Qué lo impulsó a
seguir este camino? ¿Qué decisiones retorcidas tomó, una y
otra vez, que lo llevaron a un camino oscuro en medio del
parque Rock Creek? 223
CAPÍTULO DIECISÉIS
Reese
Entonces
Debería irme, pero no lo hago.
Acabamos tirados en el sofá de la Sala de Oeste.
Pasamos nuestras manos por el cabello del otro, pasamos
los dedos arriba y abajo de los brazos del otro y
escuchamos cómo la lluvia golpea con fuerza las paredes.
Nos tumbamos de lado en un espacio hecho para uno
solo. Mis brazos lo acunan, y nos miramos a los ojos hasta
que el sueño nos vence, como si no pudiéramos soportar
que esta noche termine. 224
Lo despierto con un beso el sábado antes del amanecer
y le susurro: —Tengo que irme. —Toma mis manos y besa
mis dedos y luego insiste en prepararme un café antes de
que baje al sótano y atraviese el Ala Este vacía hasta mi
SUV.
Menos de ocho horas después, estoy de vuelta,
subiendo las escaleras a la Residencia. En sus brazos. En
los secretos que estamos construyendo entre nosotros.
El sábado es un sueño construido con cielos grises y
acurrucados juntos en el Balcón Truman.
No podemos dejar de besarnos. No quiero parar nunca.
Lo hago rodar debajo de mi mientras compartimos una
tumbona, y capturo sus labios con los míos hasta que
siento que el tiempo se ha detenido. Sus dedos entran y
salen de la cintura de mis jeans. Ahueca mi trasero, pasa
sus manos por debajo de mi camisa y sigue la línea de mis
dorsales hasta mis hombros hasta que mordisquea la tierna
piel a lo largo de mis costillas y el bulto de mi pectoral
debajo de mi pezón.
Los dos estamos duros, y llevamos una hora
besándonos en la nublada tarde. Es como si no hubiera
nada más allá de nosotros, ningún mundo asomándose,
ninguna consecuencia por estos besos y caricias robadas.
Ni siquiera podemos ver el Monumento a Washington ni oír
el burbujeo de la fuente del Jardín Sur. Esta tarde y estas
caricias nos pertenecen a nosotros y solo a nosotros.
Su gemido también me pertenece, al igual que la
forma en que mi nombre se rompe en un jadeo cuando
tomo su polla en mi mano a través de sus vaqueros.
Sus ojos están muy abiertos y fijos en los míos. 225
Anoche, me hizo una de las mejores mamadas que he
tenido en mi vida, pero después de eso, las cosas parecían
demasiado delicadas. Al final, yo me corrí y él no, y eso es
un desequilibrio que necesito corregir.
Abro el botón de su bragueta y bajo la cremallera.
Brennan gimen. Me trago el sonido con un beso y
luego envuelvo mi palma alrededor del calor de su polla. Es
la primera vez que tengo a otro hombre así. Está tan duro
que le tiemblan los muslos, las bolas ya apretadas y
calientes contra su cuerpo.
—Estoy cerca —respira contra mis labios.
—¿Sí?
Él asiente, con pequeños y rápidos movimientos
mientras abre sus piernas y trata de arquearse para recibir
mis lentas caricias. —Tú, así. Es perfecto. Dios, Reese... —
Aprieta los ojos y un escalofrío lo recorre.
Es tan jodidamente hermoso que no puedo soportarlo.
Quiero grabar esta imagen en la parte en el fondo de mis
ojos para poder verlo así en todo momento. Me duele, tan
duro y caliente que parece que me voy a romper algo.
Nunca he estado tan ido, nunca he sido tan salvaje, por
nadie. Una vez más, me deshace, todo el camino
rápidamente.
Se muerde el labio mientras se corre, mientras el calor
húmedo se derrama sobre mi mano.
Lo beso por todas partes. Sus ojos, sus mejillas, su
mentón, su mandíbula, la punta de su nariz. Es lento como
la miel, sus besos son suaves y con la boca abierta
mientras jadea contra mi cabello. Tiene una mano en puño 226
en la tela de mi camisa sobre la parte baja de mi espalda,
una pierna envuelta alrededor de mi muslo, sosteniéndome
contra él.
—Reese…
—Mon cher. —Acaricio un lado de su cara, beso la
comisura de su boca—. Mon Brennan.
El tiempo avanza, pero nosotros permanecemos fuera
de él. Yo soy suyo, y él es mío, mientras estemos
encerrados en esta niebla que se arrastra por el balcón y
nos separa del mundo.
VOLVER a los detalles el lunes por la mañana es
extraño.
Por fuera nada ha cambiado, pero por dentro, todo ha
cambiado. Mis sinapsis se disparan en todas las direcciones
nuevas, y todas apuntan a Brennan.
Le dije a Henry que Brennan y yo correríamos juntos
cuando volviéramos a la Casa Blanca, y eso es exactamente
lo que hacemos. Henry se encuentra conmigo en el patio de
la Oficina Oval a las seis de la mañana, bebe su café y me
mira fijamente.
¿Se nota? ¿Se da cuenta de que he pasado el fin de
semana acurrucado con Brennan? ¿Hay algo que grita que
he besado a un hombre por primera vez?
227
¿O sabe que he estado en la Casa Blanca desde las
cuatro treinta de la mañana?
Hay una cafetería de veinticuatro horas cerca de
Andrews que hace unos buñuelos decentes, así que hice la
carrera de ida y vuelta antes del amanecer para poder
colarme en la Residencia y despertar a Brennan con un
beso de azúcar en polvo.
Me metí en la cama y le di trozos de buñuelo con la
mano.
—Esta no es la forma de conseguir que corra —había
dicho, justo antes de lamer cada uno de mis dedos para
limpiarlos—. ¿Por qué no nos quedamos en la cama?
Estuve tentado.
Pero no, hay que guardar las apariencias. Ya estoy
bailando en un alambre, y Henry es demasiado observador
como para que salga con más tonterías. Si me escapara de
nuestra primera carrera matutina, después de hacer un
número rápido de jazz para preparar todo esto, Henry me
clavaría a la pared hasta que confesara todo.
Brennan ya está en el Oval, pendiente de un correo
electrónico que espera y de la confirmación de una llamada
que intenta concertar con el presidente francés. Incluso si
nos hubiéramos saltado esta carrera, el resto del mundo
aún estaría ahí fuera. Voy a tener que aprender a compartir
a Brennan.
Henry me mira de arriba abajo mientras me ajusto los
pantalones cortos de correr y la camiseta Dri -Fit. Es nueva.
La recogí ayer cuando por fin salí de la Residencia. Es
228
ajustada, algo que nunca habría comprado hace un año, o
incluso hace un mes. O hace una semana.
—Supongo que no tenían tu talla en stock, ¿eh?
—Evacua el sudor. —Deslizo mi pistola en la funda en
la parte baja de mi espalda. Después de diez años en el
trabajo, correr con un arma es una segunda naturaleza.
—También lo hace una camiseta de algodón, y no
muestran tus pezones y cada folículo piloso en tu pecho.
Lo fulmino con la mirada.
Él sonríe, pareciendo demasiado presumido para tan
temprano en la mañana. —El resto de la tripulación debería
estar apareciendo en cualquier momento
Un grupo de agentes emerge de la salida del sótano y
se dirige hasta el césped del Ala Oeste. Reconozco a tres de
ellos, todos veteranos de un año del destacamento. El
cuarto es Sheridan, de rostro fresco y cabello color arena y
vestido con traje. Es un mundo aparte del monstruo de
barro o del desaliñado compañero de entrenamiento que
dejé atrás en Rowley.
—Sheridan. —Le doy la mano con una sonrisa y luego
saludo a los otros agentes con buenos días y
agradecimiento por haber venido.
—Señor. —Sheridan está radiante. Ni siquiera son las
siete de la mañana, pero se le ve con mucha energía y listo
para aprovechar el día.
Henry informa a la pandilla sobre sus puestos y
deberes -estar en su lugar durante una hora y ver al
presidente dar vueltas alrededor del jardín sur- y luego les
dice que yo seré la protección cercana de Brennan. 229
—Todos agradezcan a Theriot, porque sé que yo no
quiero correr ahora mismo, y estoy bastante seguro de que
ninguno de ustedes quiere ir a golpear unos cuantos
kilómetros después de estar de pie en su puesto toda la
noche.
Como niños, todos dicen: —Gracias, señor.
—Estoy feliz de correr —dice Sheridan—. Si alguna vez
quieres tomarte la mañana libre. No me importa.
Henry me lanza una mirada: ¿qué te dije?
Brennan sale del Ala Oeste por las puertas francesas
junto al despacho de Shannon. Su mirada me encuentra de
inmediato, y sonríe.
Un momento después, tropieza, casi se salta un paso.
Es inusualmente torpe para él. Se sonroja, y cuando se une
a nosotros, ya parece sin aliento. Sus ojos saltan, mirando
las rosas, la pérgola, la fuente. Cualquier cosa menos a mí.
Supongo que también le gusta tu camisa —dice Henry
en mi oído.
—Tu me fais chier27 —le respondo bruscamente.
Henry sonríe.
Finge hasta que lo consigas. Tenemos que vender que
no somos nada el uno para el otro sino presidente y líder de
destacamento. —Buenos días, Sr. Presidente.
—Buenos días, Agente Theriot.
Nos vestimos por separado. Me escapé al vestuario del
puesto de mando mientras él terminaba su café y leía el
230
primero de su montaña de informes. Y aunque sé que
Brennan usa leggins para correr, y los he visto incluso, no
estaba preparado para encontrarme cara a cara con sus
piernas perfectamente tonificadas a la vista tan pronto
después de deslizarse fuera de su cama. Quiero arrastrarlo
de vuelta a ella, o al menos hacer una parada en boxes en
el Oval y ponerme a trabajar para quitarle ese spandex.
Explorar toda esa piel y esos músculos que ha pasado años
perfeccionando hasta convertirlos en arte…
Aparto la mirada antes de ponerme en evidencia.
Henry ordena a los agentes que se vayan a sus
posiciones. Los chicos se dispersan. Sheridan se ofrece
como voluntario para el puesto del vértice, el más alejado,
y sale corriendo por la pista con su traje y mocasines.
27
Me cabreas
Brennan y yo estamos en silencio en nuestra primera
vuelta, escuchando los pájaros y el zumbido del tráfico de
Washington. Cada cien metros, pasamos junto a uno de
mis agentes, y cuando los dejamos detrás, oigo "Ranger
pasando el punto Alfa" y "Ranger pasando el punto
Charlie”. Es como correr dentro de una rueda de hámster.
En la tercera vuelta, nos relajamos y volvemos a
nuestra habitual toma y daca. Él hace una imitación del
gruñido grave y gorjeante de McClintock que casi me tira al
césped, de tanto reírme.
Pasa media hora, y ya llevamos cinco kilómetros de
nuestra carrera, cuando abro mi gran boca y le cuento una
idea que se me había ocurrido. —Si quieres alejarte de este
lugar durante una hora, creo que tengo algo.
Gira frente a mí y corre hacia atrás. —¿En serio? 231
¿Cómo? ¿A dónde iríamos?
Está imaginando otra cosa, solo nosotros dos y algo
romántico. Eso sería fantástico, pero lo más cerca que
vamos a estar del romanticismo son los despertares de las
cuatro de la mañana y las sesiones nocturnas de besos
cuando nadie mira. No hay ningún mundo donde él y yo
podamos escabullirnos para tener una cita.
—Eso no —digo con cuidado mientras pasamos por
delante del agente Domínguez. en el extremo inferior de la
pista—. Estaba pensando que podríamos recorrer el
National Mall por la noche. Está desierto al anochecer.
Podríamos hacerlo como un evento no programado, lo que
significa que no hay un avance evidente, ni una gran
presencia de seguridad y, en el mejor de los casos, que
nadie te reconozca. Pareceríamos tres corredores
nocturnos. Tú, yo y otro agente cercano corriendo en
formación de puntos.
Los movimientos más arriesgados que realiza el
presidente son los que se hacen públicos y se programan
con antelación. Eso da a nuestros adversarios tiempo para
planificar y preparar, y nos pone a la defensiva. Los
movimientos no programados, por sorpresa, son imposibles
de planificar y -contrariamente- más seguro.
Lo reflexiona durante un cuarto de vuelta.
—Sé que no es Baker Beach. Pero es lo que puedo
darte.
Su expresión se suaviza. —Me encantaría. ¿Cuándo
podemos?
—Tengo que consultarlo con Henry primero y 232
establecer los conceptos básicos, pero estaba pensando en
el viernes por la noche, ¿a menos que tengas planes?
Estamos en silencio mientras pasamos por Sheridan,
los únicos sonidos son el golpeteo de nuestras zapatillas
contra la pista y nuestra rítmica respiración.
—Mmm. —Frunce el ceño—. Hay alguien con quien
tengo que consultar primero.
Mis cejas se elevan.
—Ahí está este tipo. —Se inclina hacia mí—. Este
increíble y hermoso tipo…
Me ruborizo y tropiezo, casi caigo a su lado, y eso es
exactamente lo que no puedo hacer frente a Henry y su
equipo cuidadosamente seleccionado.
—Muy bien, si puedes hablar mierda, no estamos
trabajando lo suficiente. —Muevo mis piernas y paso
volando junto a él. —¡El primero en volver al Oval gana!
Se ríe, y el sonido flota sobre mí, se instala dentro de
mí. Sus zapatillas golpean la pista, pero me mantengo
fuera de su alcance. Cruzamos el áspero límite que va
desde la esquina del patio del Despacho Oval hasta un
triste manzano silvestre con corbata, pasando a toda
velocidad junto a Henry, todo brazos y piernas y risas.
Brennan se derrumba en el césped de la Oficina Oval,
tumbado de espaldas mientras recupera el aliento. Yo me
doblo, con las manos en las rodillas, y todo lo que puedo
hacer es mirarlo y sonreír.
Por supuesto, el presidente golpeando el suelo es un
código rojo, y Sheridan, que viene de su puesto, da la 233
alerta por radio mientras él y el resto de los chicos
atraviesan el Jardín Sur. Nos alcanzan justo cuando una
docena de agentes, seis militares, el médico de la Casa
Blanca y dos enfermeras irrumpen en el Ala Oeste.
Henry y yo pasamos cinco minutos calmando a la
caballería. Sheridan está avergonzado, pero hizo lo correcto
y Brennan se muestra bondadoso al respecto.
—Debería haberlo pensado antes de tirarme al suelo.
—Estrecha la mano de Sheridan—. Gracias por su
diligencia. Agente Sheridan, ¿verdad?
LE PLANTEO mi idea a Henry más tarde ese mismo día.
Él y Sheridan están juntos, lanzando una pelota de
fútbol en la parte de atrás del centro de mando mientras
Henry pone a prueba a Sheridan en nuestro procedimiento
de la caravana de emergencia. Me uno a ellos, escuchando
mientras Sheridan supera el examen sorpresa de Henry.
—Oye, jefe —dice Henry, tirándome la pelota después
de un amago a Sheridan.
La atrapo y hago girar la pelota hacia atrás. —¿Tienes
un segundo?
—¿Para ti? Siempre. —Asiente a Sheridan,
despidiéndolo.
Le devuelvo el saludo. —Sheridan, ¿te quedas? Puede
234
que quiera tu ayuda en esto.
Sheridan tiene demasiadas ganas de agradar y vuelve,
tratando de parecer que está a gusto mientras se encuentra
a punto de llamar la atención. Henry y yo compartimos una
mirada privada, una de las cien que tenemos que hablan
conversaciones enteras sin una sola palabra.
—Tengo una idea…
—Oh, no —gime Henry—. ¿Cuánto Pepto28 voy a
necesitar?
—Toma la botella.
Henry mira al techo, escuchando mientras se lanza el
balón a sí mismo. Puedo ver cómo se agitan los engranajes
28
Antiácido
de su mente. Está completando este crucigrama, reuniendo
las pistas que estoy dejando atrás.
—¿En qué seguridad estás pensando? —pregunta
finalmente.
—Protección cercana dos contra uno. Flanco derecho e
izquierdo. Estaba pensando en mí y… —hago un gesto hacia
Sheridan—. Un coche de persecución también, saltando
alrededor del perímetro del centro comercial.
Sheridan parece que ha ganado la lotería. Sus ojos son
enormes, y está sofocando una sonrisa.
—Es factible —dice Henry lentamente—. Especialmente
si mantienes el círculo pequeño y no se anuncia.
—Esa es la idea.
—¿Cuándo estabas pensando?
235
—El viernes por la noche.
Henry hace girar el balón hacia Sheridan. Lo golpea en
el pecho — ¿Qué crees tú? ¿Te apetece correr por el Centro
comercial el viernes por la noche en lugar de ir de bar en
bar y recoger pollitos?
—No voy de bar en bar. Estoy libre, y me encantaría
ser elegido para esta oportunidad.
Sheridan tiene buenas intenciones, pero, joder, espero
no haber sido nunca tan verde fluorescente. —Gracias,
Sheridan. Te haré saber cuál es la decisión final.
¿Mantienes esta conversación para ti?
—Sí, señor. —Sonríe, acepta mi despedida y se
marcha. Tres segundos después, trota hacia atrás y empuja
el balón en las manos de Henry, luego vuelve se retira de
nuevo.
—Dame seis meses —dice Henry—. Ese cabeza de
chorlito será uno de los líderes de nuestro equipo. Lo
prometo.
—Confío en ti.
—¿Confías en ti mismo?
Es la primera vez que me llama la atención sobre esto.
Sobre la cercanía que crece entre Brennan y yo, sobre los
cafés matutinos que hemos compartido, nuestras sonrisas
en los pasillos y mi red de mentiras que sigo tejiendo.
Nadie me conoce mejor que Henry. No puedo ocultarle
nada. ¿Sabía él que estaba enamorado de Brennan antes
que yo? ¿Vio lo que yo no pude ver? 236
Creo que ve a través de mí. Creo que sabe que
Brennan y yo estuvimos en contacto casi constante la
semana pasada mientras estábamos en Rowley.
Sacudo la cabeza y le doy a Henry mi mejor mirada de
confusión, como un perro que oye un silbido fuera de
alcance. —No estoy seguro de lo que quieres decir.
Me da una palmada en el hombro y me aprieta. —
Avísame sobre el viernes.
ES UNA SEMANA DIFÍCIL.
Brennan y yo no podemos encontrar tiempo para
reunirnos fuera del Ala Oeste. Volvemos a correr el martes
por la mañana, luego mantenemos nuestra reunión
informativa programada para el miércoles por la mañana, y
pasamos todo el tiempo escondiendo nuestras manos
cogidas entre nosotros en el sofá, aunque estemos solos.
Nos retamos con miradas silenciosas a ser el primero en
arriesgarse a besarse ahí mismo, en el Oval, donde
cualquiera podría entrar.
Pero no lo hacemos.
El jueves por la noche, intento tener una cita, y me
cuelo en la Residencia con una pizza, con la esperanza de
sorprender a Brennan con una cena a la luz de las velas en
237
la cocina. Los rumores procedentes de Rusia en el Círculo
Polar Ártico lo mantienen encerrado en la Sala de Situación
hasta casi las cuatro de la mañana y me duermo con la
cabeza apoyada en mis brazos y me despierto con su beso
en la nuca.
Comemos pizza fría tomados de la mano, demasiado
cansados para hablar, le doy un beso de buenos días y me
acuesto en una litera en el centro de mando hasta el
cambio de turno. Brennan regresa al Oval cuatro horas
después.
Henry nunca dice una palabra sobre nuestras carreras
matutinas. Hace salir a su equipo de agentes tres veces
para que hagan guardia y mantiene un ojo de águila sobre
cada paso que Brennan y yo compartimos.
Él tiene que saberlo.
Pero si le pregunto si lo sabe, eso lo hará real, así que
no lo hago.
Nos mantenemos a raya con nuestras tonterías de ida
y vuelta. Él me compra una camiseta Dri-Fit más grande.
Le compro una taza de café que dice: “El mejor agente del
FBI del mundo”. Me llama imbécil.
Muevo a Sheridan al turno de Henry, emparejándolos,
y luego los pillo en casi todos los rincones de la Casa Blanca
mientras Henry intenta volcar cien años de historia y
formación en la mente joven de Sheridan.
La noche del viernes finalmente llega, y con ella,
nuestra carrera ilícita.
Lo llamo una cita en mi cabeza, aunque es lo más 238
alejado de una cita que podemos tener. Henry y Sheridan
están aquí, y aunque los ojos del mundo no estarán sobre
nosotros durante los próximos sesenta minutos, sus ojos
serán un escrutinio más que suficiente.
Me encuentro con Brennan en la curva de la Gran
Escalera, y pasamos treinta segundos contra la pared,
besándonos hasta que mis huesos se derriten y mi piel arde
por dentro. Quiero decir que se joda la carrera, y tal vez él
también, pero no podemos.
Pasamos por el Ala Este y escapamos hacia la avenida
Executiva Este. El SUV de Henry está parado en la zona
oscura de la cámara que llega al centro de mando.
Abro la puerta trasera para Brennan y subo detrás de
él. Sheridan está en el asiento del pasajero, donde
tradicionalmente se sienta el agente principal.
No hay nada tradicional en lo que estamos haciendo.
—Sr. Presidente —dice Henry, encontrándose con la
mirada de Brennan en el espejo retrovisor—. ¿Adónde
vamos esta noche? ¿Comida china? ¿Al teatro de calle E?
¿Vuelo a las Bahamas?
—Eso último suena bastante bien.
Henry pone el SUV en marcha. Nos lleva por East Exec,
la avenida cerrada entre la Casa Blanca y el edificio del
Tesoro. Ahora es un acceso de entrega, con garitas en cada
extremo. El agente uniformado espera a que Henry baje la
ventanilla y comprueba su identificación antes de bajar las
barricadas. —Que tenga una buena noche, agente Ellis.
—Ah, el trabajo nunca termina, Mike. Solo estoy
tomando un café. Vuelvo en un rato.
239
—Trabaja demasiado, señor. —Mike saluda mientras
Henry sale a la calle E.
Brennan y yo estamos apretados, nuestras caderas,
nuestras rodillas, nuestros costados, nuestros hombros,
todos tocándose. Los dedos de Brennan se entrelazan con
los míos, ocultos en la oscuridad.
—Déjanos en la Decimoquinta junto a los baños —le
digo a Henry.
El asiente. El aire dentro del SUV vibra. Giramos a la
derecha en la Decimoquinta y nos deslizamos por
Constitución. A las once de la noche, el centro comercial
esta casi desierto.
Henry se detiene en la salida del autobús junto al
Monumento a Washington, y Sheridan y yo salimos del SUV
al mismo tiempo. Sostengo a Brennan en el vehículo,
escaneando a la izquierda y a la derecha mientras Sheridan
toma la posición de bloqueo.
—Despejado —dice Sheridan en voz baja.
Brennan espera, con la mirada clavada en mí. Henry lo
está observando en el retrovisor.
Mi corazón da un vuelco ante el brillo en los ojos de
Brennan. Maldición, quiero cogerle la mano, tirar de él
hacia mí y echarme sobre él, justo aquí bajo el resplandor
del Monumento a Washington y todas estas banderas rojas,
blancas y azules.
Brennan se baja el gorro y sale del SUV.
Henry se aleja tan pronto como se cierra la puerta. Va
a dar la vuelta al centro comercial mientras recorremos el 240
pavimento. Dibujo su ruta en mi mente, calculo la distancia
y la velocidad a la que conduce. Nunca estará a más de
diez metros de distancia.
Salimos a un ritmo suave, Sheridan y yo rodeando a
Brennan. Seguimos por el camino iluminado y nos
cruzamos con dos policías del Parque Nacional que
patrullan, pero no nos dan una segunda mirada.
Brennan nunca vino a DC antes de mudarse a la Casa
Blanca. Todo esto es nuevo para él, y yo hago de guía
turístico mientras subimos al Monumento a la Segunda
Guerra Mundial y luego pasamos Ash Woods y el
Monumento a la Guerra de Corea. Por la noche, los
soldados iluminados parecen fantasmas moviéndose bajo la
luz de la luna y la niebla. Es una escultura inquietante y
hermosa, y vamos despacio para asimilarla.
Veo pasar el SUV de Henry por Independence cuando
giramos hacia el Monumento a Lincoln.
Brennan nos reta a Sheridan y a mí a subir corriendo
las escaleras. Todos estamos resoplando en la cima, y pido
un breve descanso mientras Brennan se para frente a
Lincoln. Está teniendo un momento, y veo cómo la
ansiedad, la incertidumbre, los miedos y las presiones del
cargo, se enredan en sus ojos.
¿Cómo pude creer que este hombre era ilegible? Puedo
sentir sus emociones como si fueran las mías.
Cuando empezamos a trotar de nuevo, nos dirigimos al
Muro de los veteranos de Vietnam.
Brennan reduce la velocidad y luego se detiene.
Le dije a Henry que esperara esto. Está en ralentí en 241
Constitución, esperando mi señal.
—Aquí mismo.
El jueves, cuando Brennan se reunía con un grupo del
Congreso en la Sala Roosevelt, me escabullí de la Casa
Blanca y vine al Mall por mi cuenta para encontrar este
nombre. Ahora, mis dedos trazan las letras talladas en
granito negro. Alejandro Walker.
Casi al final de la guerra, el padre de Brennan, un
médico, partió en su tercer despliegue un mes después del
nacimiento de Brennan. Fue derribado en una misión de
evacuación médica seis meses después. La madre de
Brennan se volvió a casar cuando él tenía cinco años, y
cuando cumplió los dieciséis, le dio las cartas que su padre
le había escrito -una cada día- desde el día en que Brennan
nació hasta el día en que Alexander murió.
Brennan pone su mano sobre la mía, sobre el nombre
de su padre, y luego se inclina hacia el monumento, con la
frente presionada contra la piedra templada por el verano.
Su aliento empaña la superficie brillante mientras habla,
susurrando palabras que sólo les pertenecen a ellos.
Me ha metido en este momento entre él y su padre.
Me muevo sin pensarlo y paso mis dedos por su
espalda sudorosa. Los músculos de Brennan están tensos
como un arco, y su hombro tiembla bajo mi toque.
Cuando termina, Brennan lleva mi mano a sus labios,
besando mi palma donde el nombre de su padre tocó mi
piel.
A nuestro lado, Sheridan está tan quieto como los Tres
Soldados. Las luces se curvan a su alrededor, acentuando
los huecos de su cara.
242
Se aleja, dándonos una privacidad que no merecemos.
Sin embargo, es cuidadoso con el manual, manteniendo sus
ángulos de visión perfectos. Maldita sea, realmente es un
buen agente.
¿Qué está pensando Henry, viendo lo que acaba de
pasar desde el SUV?
La adrenalina pura me alimenta para el resto de la
carrera. Subimos por Constitución bajo la vigilancia de
Henry, giramos por la Decimoquinta y luego otra vez por
Madison, pasando por el Smithsonian y hacia el Capitolio.
No puedo apartar la mirada de Brennan.
Sus ojos se deslizan hacia los míos. Bloquea. El mundo
se desvanece, las luces como brillos desenfocados, los
sonidos del tráfico y nuestros pies en el pavimento como
lluvia lejana. No hay nada más que él y yo.
Sheridan tose. El mundo vuelve de golpe.
Giramos en la Tercera a la altura de Union Square y
luego en Jefferson y regresamos al Monumento a
Washington.
Brennan empieza a hacerle preguntas a Sheridan: ¿de
dónde es? ¿cuánto tiempo lleva en el Servicio?, ¿qué hacía
antes? Sheridan es educado y profesional, no es el joven
impresionado conmigo y con Henry. Consigue que Brennan
se ría rápidamente.
Un punto para el novato. Bien hecho, Sheridan.
Consigue el favor del jefe haciendo reír a su amante.
Henry nos espera en el desvío y corremos derecho a el 243
SUV y nos metemos en él. Tiene el aire acondicionado al
máximo y botellas de agua fría listas. En el asiento de
Sheridan hay toallas, y él le pasa una a Brennan y otra a mí
mientras Henry sube por la Diecisiete y nos deslizamos por
la barricada de la calle E mientras saluda a Mike.
Aparca en el mismo lugar oscuro en el estacionamiento
del Ala Este. Le da una mirada dura a Sheridan, y luego
ambos salen del vehículo. Las luces del techo se apagan
cuando se abren las puertas, y Brennan y yo nos quedamos
solos en la oscuridad.
Brennan deja caer su frente sobre mi hombro. Su
exhalación roza mi bíceps, y sus dedos trazan un camino
hacia el centro de mi cuádriceps. —¿Como supiste?
—El Servicio Secreto. Lo sabemos todo. —Beso la parte
superior de su cabeza—. Te conozco. O, al menos, estoy
tratando de hacerlo.
Acuna mi cara entre sus manos y me mira a los ojos.
Sus pulgares pintan círculos en mis sienes. Su piel está fría
por el aire acondicionado, pero aún está caliente por la
carrera. —Yo… —Lo que sea que esté a punto de decir se le
escapa en un suspiro.
Cierro mis ojos…
Su toque desaparece cuando se abre la puerta del
SUV. Henry está de pie en la puerta abierta, de espaldas a
nosotros. —Lo siento, Sr. Presidente. Hay una alerta en la
radio. Se le necesita en el Sala de Situación.
—Mierda. —Brennan sale de la parte trasera del SUV.
Nuestros ojos se encuentran, y se mantienen, se
244
mantienen, y parece que está a punto de decir algo…
Henry cierra la puerta trasera, en silencio y luego guía
a Brennan donde espera Sheridan en la entrada del Ala
Este. Los tres desaparecen dentro de la Casa Blanca.
Mis manos alcanzan el aire vacío que dejó la estela de
Brennan, tratando de aferrarse al recuerdo de su toque. La
calidez de Brennan es un eco que se desvanece, y los
asientos de cuero se mueven y se acomodan en su
ausencia. Todavía puedo olerlo, el aroma limpio y
penetrante de su jabón y desodorante mezclado con el
sudor de nuestra carrera.
Merde, quiero enterrar mi cara en su pecho, besar mi
camino hasta su cuello, deslizar mis dedos en su cabello.
Alejar la realidad y deleitarme con este hombre y los
descubrimientos que estamos desenterrando.
Pero se ha ido, y estoy solo.
Más que solo. Me queda una sensación de
hundimiento. Me llena, se desliza dentro de mí.
Nuestras vidas no nos pertenecen.
Y estoy robando a este hombre, arrebatando
momentos con avidez para mí. Él es necesario de muchas
maneras, de maneras significativas, y yo…
Estoy arriesgando el mundo por el sabor de su beso.
245
BRENNAN PERMANECE ENCERRADO en la Sala de
Situación durante las siguientes trece horas.
El presidente ruso Kirilov pronuncia un discurso en el
que afirma que los insurgentes de Ucrania son fuerzas
militares occidentales disfrazadas. Se ensaña contra las
armas occidentales que van a parar a los combatientes
ucranianos y dice al mundo entero que EEUU y Occidente
ya han iniciado la Tercera Guerra Mundial. Dice que Rusia
no permitirá la entrada de ningún cargamento de ayuda en
el país, alegando que se están introduciendo armas de
contrabando entre los alimentos y la ayuda medica
La artillería rusa destruye un convoy de suministros
médicos que se dirigía a un hospital de campaña materno-
pediátrico. Despliega unidades militares en pueblos y
ciudades, comienza a reunir a civiles y los traslada a zonas
de reasentamiento. Áreas controladas, dice.
Los informes de las desapariciones, de personas que
caen desde el borde del planeta, de tumbas cavadas a toda
prisa y el humo que se eleva en la distancia, se dispara.
Siento que el corazón de Brennan se rompe como si
fuera el mío.
246
CAPÍTULO DIECISIETE
Brennan
Entonces
El presidente Kennedy dijo una vez: “No hay
experiencia que pueda prepararte para la presidencia”.
Nunca se dijeron palabras más ciertas.
El peso de la presidencia no se ha asentado
simplemente en mis hombros. Está tratando de romperme.
No me siento tanto como Atlas sino como como Sísifo29.
Estos problemas, deliberaciones, calamidades, atrocidades
y las decisiones a las que me enfrento resonarán para
siempre en la historia aun por escribir. 247
La presidencia es como contener la respiración
mientras saltas de un avión con las manos esposadas a la
espalda. Todo lo que puedes hacer es caer.
Este es el cargo más solitario del mundo. No importa
que tenga asesores increíbles, un gabinete excelente, que
me haya rodeado de las mejores y más brillantes
personas…
Al final del día, todo depende de mí.
No quiero estar solo. Quiero a alguien a quien pueda
recurrir. Alguien en quien pueda confiar estos momentos en
los que me debato entre el ahora y el siempre y cuál es la
29
Sísifo en la mitología griega, era un ejemplo de rey impío, pues es conocido por su
castigo: empujar cuesta arriba por una montaña una piedra que, antes de llegar a la cima,
volvía a rodar hacia abajo, repitiéndose una y otra vez el frustrante y absurdo proceso.
mejor opción. Alguien en quien pueda confiar mis dudas y
mis miedos, mis consternaciones y mis deseos.
Quiero a Reese.
Él es el hombre que llena el vacío en mi vida. Anhelo
sus sonrisas y el sonido de su voz. Su comprensión, y cómo
parece haber ensamblado mis secretos como si yo fuera un
rompecabezas hecho solo para él.
Él me conoce.
No mucha gente sabe acerca de mi padre. Me he
guardado eso en los huesos.
No he visto a Reese desde que el mundo decidió salirse
de su eje. Ucrania está cayendo en el caos y la
desesperación, y cuando no estoy en la Sala de Situación,
estoy inmerso en negociaciones con los jefes de gobierno 248
de la OTAN y de la ONU. Debemos actuar. Debemos
hacerlo. Innumerables personas pueden morir si el mundo
no hace nada. No podemos dejar que los hombres viciosos
dicten dónde están nuestras líneas de decencia humana.
Reese me preguntó con qué puedo vivir. No puedo -no
quiero- vivir sin hacer nada.
Ucrania se muere, toda una nación estrangulada por la
ocupación rusa. Especialmente ahora, cuando las fuerzas
rusas han intensificado sus operaciones de
contrainsurgencia y los informes de limpieza étnica van en
aumento. Los intereses del presidente ruso radican en
mantener el caos totalitario y la entropía asfixiante como su
statu quo.
Mis pensamientos han adquirido el sonido de la voz de
Reese. Ese estruendo bajo, ese lento rugido Está dentro de
mí, como si debiera estar allí. Por la noche, me duermo con
su nombre en los labios.
Estoy hablando por teléfono con el primer ministro del
Reino Unido cuando oigo a Reese de verdad, por primera
vez en días, y giro en mi silla como si hubiera aparecido en
el Oval.
Sin embargo, su voz proviene del escritorio de Matt, y
arrastro el teléfono conmigo, estirando el cable del Resolute
todo lo posible hasta que logro abrir la puerta y asomarme.
Él está aquí.
—No podemos avanzar sin los alemanes —dice el
primer ministro en mi oído. Soy sacudido de vuelta a la
oficina. La presidencia—. Y están siendo obstinados. No
pueden cerrar el gas que viene de Rusia. Ya sabes lo que
pasó la última vez.
249
La última vez, el mundo intercambió parte de Ucrania
para que la energía rusa volviera a fluir hacia Europa. Las
sanciones se suavizaron cuando las líneas de alto al fuego
dividieron a un país.
—Noruega y los Países Bajos han hecho grandes
avances en producción de energía renovable. Esos nuevos
aerogeneradores están produciendo mucha más energía de
la prevista.
—Y esas turbinas son extremadamente vulnerables a
los ataques rusos. ¿Sabe cuánto se caen cada día, Sr.
Presidente? Todos sabemos que es manipulación rusa.
Ataques cibernéticos y ataques físicos. Los submarinos
rusos cazan en el Mar Báltico, y mi país ha asumido la
mayor parte del riesgo al enfrentarse a esos bastardos.
—Estoy de acuerdo, necesitamos una presencia más
contundente en el Báltico. Ya es hora de hablar de
estacionar fuerzas allí. Letonia ya ha hecho la solicitud.
Polonia también.
¿Fuerzas permanentes? ¿Está hablando de las fuerzas
de la OTAN, Sr. Presidente o de las estadounidenses?
¿Enviará tropas estadounidenses de vuelta a Europa?
¿Botas en el terreno, a largo plazo?
—Sí. Debemos enfrentarnos a Moscú, Primer Ministro.
Usted sabe lo que está pasando en la Ucrania ocupada. No
lo permitiré, no en este mundo.
—Pero Moscú tiene las cartas. Siempre que tengan la
capacidad de lanzar armas nucleares ...
—Verá, no creo que ellos tengan las cartas. Creo que
estamos cediendo ante un matón y le estamos dejando
250
controlar la conversación, lo que le permite controlar el
resultado. Mientras tanto, la gente está siendo masacrada.
—¿Quiere jugar a la ruleta rusa nuclear, Sr.
Presidente?
—Tenemos más opciones que debemos considerar.
Pero necesitamos hablar con una sola voz sobre esto. La
disuasión solo funciona cuando Kirilov cree que vamos a
actuar con un frente unido.
—¿Qué está pidiendo, Sr. Presidente?
—Que adoptemos una posición más fuerte. Juntos.
Detenemos esto.
—Buena suerte con eso, Sr. Presidente. Tendrá más
suerte haciendo que los alemanes cambien de opinión.
Le cuelgo antes de que él pueda colgarme, luego
apoyo el teléfono en el respaldo del sofá. Todo el ´Óvalo
exterior acaba de oír eso. Todos me están mirando.
Reese cruza hacia mi puerta y se encorva contra el
marco. Sus ojos brillan como estrellas privadas solo para
mí. Nadie puede ver su rostro, pero todos pueden ver el
mío.
—Sr. Presidente.
—Agente Theriot. —Mis dedos bailan nerviosamente
sobre el teléfono de la Oficina Oval. La última vez que
estuvimos juntos, estaba acunando su rostro—. ¿Cómo
está? Ha pasado un tiempo.
Te extraño, murmura. —Estoy bien, señor.
Yo también, trato de decir con los ojos. —He echado de 251
menos nuestras carreras. Con todo lo que está pasando…
Es difícil escaparse.
El asiente. Un ceño fruncido surca su frente. —Estoy
aquí siempre que me necesite, Sr. Presidente. Dia o noche.
Quiero tomar su mano y llevarlo a mi oficina, decirle
que ahora, ahora mismo, es cuando te necesito. Cerremos
la puerta y…
Suena el teléfono de la Oficina Oval.
Reese se estremece.
—Tengo que tomar esto. —Tengo llamadas en fila toda
la tarde con nuestros aliados. Sin embargo, no quiero
contestar este teléfono. Yo quiero sacar más tiempo para
Reese.
—Por supuesto, Sr. Presidente.
Matt aparta a Reese antes de que él se aleje, y le
hecho una última mirada antes de agarrar el teléfono y
cerrar suavemente la puerta de la Oficina Oval.
252
CAPÍTULO DIECIOCHO
Reese
Entonces
—Puedo ponerte en su agenda si quieres —dice Matt.
—¿Cinco minutos al final del día de hoy? O diez justo
antes del almuerzo mañana. Le gusta tener unos minutos
libres aquí y allá para descomprimirse, pero sé que prefiere
verte a ti.
—Matt…
—Agente Theriot.
—No sé lo que crees…
253
—Conozco a Brennan Walker. Me gusta pensar que te
estoy conociendo.
No hay nada que pueda decir que no haga que me
despidan o que Matt se vea envuelto en mi toma de
decisiones de mierda, y posiblemente sea llevado ante un
comité del Congreso, así que no digo nada en absoluto.
—¿Eso es un no a cinco minutos?
—Eres un amigo maravilloso para él. Veo por qué te
aprecia.
—¿Piénsalo? —Matt pregunta, con la voz baja. Hay
otras personas que pasan cerca—. Es más feliz cuando
estás cerca. Nunca ha dicho nada, pero... Puedo leerlo
bastante bien.
Eso me hace sonreír, pero es una sonrisa de pánico,
una sonrisa de estoy-tan-jodido. Si Matt nos ha
descubierto…
El escándalo se despliega en los titulares de los
periódicos en mi mente. La impropiedad y la caída en
desgracia de Brennan, la prueba positiva de que no es el
buen hombre que siempre dijo ser.
No debería haber subido aquí, pero el lado impulsivo
de mí esperaba exactamente lo que acaba de suceder. He
estado fuera de mi, necesitando ver a Brennan de nuevo.
Peligroso.
Me retiro al centro de mando y me desplomo en mi
escritorio, hundiéndome en mi silla hasta que miro hacia el
techo. Los paneles acústicos manchados de agua me miran
fijamente. El parloteo de la radio y la estática zumban. Los
254
teclados suenan. Inhalo y exhalo. C'est le bordel30.
—Hola jefe. —Henry aparece sobre mi cabeza, al revés
de mi punto de vista—. ¿Problemas?
—Solo de mi propia creación.
Asiente como si supiera de lo que estoy hablando. —
Llevaré a Sheridan al campo de tiro. ¿Vienes con nosotros?
Lanzar plomo y hacer agujeros en el papel es lo mejor para
aliviar el estrés.
—Oh, sí.
—Coge tu equipo y reúnete con nosotros en el sótano.
Me pongo mi equipo táctico, agarro mi bolsa de armas
y bajo corriendo las escaleras. Henry y Sheridan ya están
30
Es un desastre
en el asiento delantero de uno de nuestros SUV,
parloteando, cuando subo a la parte de atrás.
—¡Señor! —Sheridan intenta salir—. Toma el asiento
correcto. Eres el agente principal.
Lo despido. —Hoy, seré el director. Tú tomas el puesto
de jege de destacamento…
—Pretende tomar el mando —interrumpe Henry.
—Ahora… —Me desplomo en el asiento trasero y
levanto mis pies en la consola central entre sus hombros—.
¿Dónde está mi champan?
Henry me lanza su botella de agua por encima del
asiento del conductor.
Brennan me persigue todo el camino hasta Rowley. Los
recuerdos aparecen y desaparecen: momentos en el
255
tiempo, segundos de nuestras conversaciones, fragmentos
de su risa.
Quinientas rondas después, tengo los antebrazos
doloridos y treinta dianas con su centro borrado, pero no
estoy más cerca de sacar a Brennan de mi mente de lo que
estaba antes.
Sin embargo, me he divertido. Sheridan es un
excelente tirador. Casi superó mi puntaje, y destrozó a
Henry.
Mientras observaba, una nueva faceta de Sheridan
salió a la luz. Durante unas horas, se transformó en otra
persona.
Una vez, cuando vaciamos nuestros cargadores y nos
detuvimos a recargar, me pareció ver algo. Fue solo una
fracción de segundo, pero en ese segundo, no reconocí a
Sheridan. No reconocí la mirada dura en sus ojos ni cómo
parecía que todo en él se había ido por el desagüe. Como si
se hubiera vaciado.
Parpadeé, y él estaba de vuelta, todo sonrisas y ojos
brillantes y contando historias sobre su tiempo en la
academia mientras nos reiniciábamos.
Pero lo que vi se grabó en mi cerebro y lo observé más
de cerca a medida que avanzaba la tarde. Si había dejado
escapar algo de sí mismo, no volvió a cometer ese error.
Tomo fotos de mis objetivos y se las envió a Brennan.
La culpa me asalta cada vez que lo hago. Tiene cosas
mucho más importantes que hacer que enviarme un
mensaje de texto.
Lo cual es objetivamente cierto, porque él no
256
responde. De hecho, no me ha enviado ningún mensaje de
texto en los últimos tres días lo que era más de la mitad de
la razón por la que me había arrojado a la oficina de Matt
antes, con la esperanza de echar un vistazo o encontrarme
con Brennan.
Volvemos a la Casa Blanca para el segundo turno,
llegando justo a tiempo para que el jefe de gabinete de
Brennan arroje el equivalente a una bomba nuclear para el
Servicio Secreto en el destacamento presidencial: Brennan
ha decidido organizar su primera cena de estado.
No solo para uno, sino para un grupo de once líderes
mundiales. En un mes, justo antes de la Asamblea General
de la ONU.
Esto es menos una cena de estado y más una mini
cumbre.
—¿Preparado para el triple de horas extras? —Henry se
tira en la silla frente a mi escritorio.
Au revoir a cualquier indicio de ver a Brennan en el
próximo mes. Necesitaré tres de mí para lograr esto, y no
tendré ni un respiro ni un pensamiento de sobra hasta que
la noche haya terminado.
Por supuesto, él tampoco lo hará.
¿Hemos terminado antes de empezar?
La respuesta a eso tiene que ser Sí.
257
CAPÍTULO DIECINUEVE
Brennan
Entonces
El primer ministro dijo que sería imposible reunir a
todo el mundo y discutir esto en persona, pero nadie
rechaza una invitación a una cena de estado.
Podemos resolver nuestros problemas intratables.
Elaborar una estrategia conjunta y acudir a la ONU con una
sola voz unida. Esta es nuestra oportunidad de hacer las
cosas de forma diferente a la anterior.
Estoy sangrando optimismo como si me hubiera
abierto las venas. 258
Mi padre vaga por mis pensamientos.
Alexander Walker era un hombre brillante, y devoraba
todo lo que la vida podía arrojarle. Quería salvar el mundo,
y quería hacerlo persona por persona. Al mes de mi
nacimiento, las cartas que me escribió hablaban de sus
esperanzas sobre el impacto que nuestra familia podría
tener en el mundo. Viviríamos en África, Asia, América del
Sur. Me enseñaría todo, hasta que fuera un médico como él
-mejor que él, incluso.
Su mente ardía y cada uno de sus sueños estaba
arraigado en el deseo de ayudar a los demás.
Si estas leyendo estas palabras, escribió unos días
antes de ser abatido, entonces me he ido. Pero la mejor
parte de mí siempre vivirá dentro de ti, Brennan.
A veces me pregunto si eso es cierto, o si le habría
decepcionado si hubiera vivido. Lo habría defraudado en
todas las formas que un hijo puede defraudar a su padre.
Brennan, recuerda siempre que los buenos hombres se
abren camino cuando todas las opciones son malas. Elige
bien. Elige siempre bien.
¿Hacia dónde apunto? ¿Es esta una oportunidad para
evitar otra Ruanda, Somalia, Darfur o Yugoslavia? ¿O estoy
recorriendo el camino de las buenas intenciones sin sentir
el fuego que está a punto de engullirme?
Elige bien, hijo.
Lo estoy intentando, papá.
He programado una jornada completa de trabajo para
doce de nosotros -presidentes, primeros ministros y un 259
canciller- después de la cena de estado. ¿Doce jefes de
gobierno encerrados en una habitación? O no pasa nada, o
pasa todo.
Mi vida se está acelerando, y el propósito al que he
dedicado mi existencia está aquí. Estamos en la prehistoria,
y delante de mí, vislumbro un nuevo rumbo para el mundo.
Se salvan vidas. El mal atrincherado es desarraigado y
desalojado. Juntos salimos victoriosos.
Cada momento se dedica en una planificación furiosa.
Hay logística, operaciones, estrategias. Políticas y
propuestas. Todos corremos a toda prisa, y yo duermo en
incrementos de treinta minutos en el sofá de la Oficina Oval
mientras Matt mantiene las puertas cerradas.
Reese es un fantasma.
Es como un miembro fantasma, está presente en mi
vida y luego desaparece tan repentinamente que todavía
siento su presencia como si estuviera a mi lado. Persisten
indicios de él. Su olor en la Residencia, en mi almohada, en
el Salón Oeste. Su forma en mi salón en el Balcón Truman.
Cruzamos el Ala Oeste, pero nunca al mismo tiempo. Oigo
su nombre al pasar, veo su imagen residual.
El Servicio Secreto es una colmena pateada, frenética
con sus propios preparativos. Si estoy ocupado tratando de
cambiar el mundo, Reese está igualmente consumido
tratando de asegurarse de que todos sobrevivamos la
noche para poder vivir en ella.
Nos enviamos mensajes de texto como si estuviéramos
dejando Post- its el uno para el otro: “Te echo de menos.”
“También te extraño, mon chere.”
260
Reese entrega el informe oficial sobre el amplio
paquete de seguridad del Servicio Secreto para el evento.
Henry está presente, pero no hay bromas, no hay chistes
sobre volar a las Bahamas. Núñez y un puñado de otros
agentes representan a los diferentes líderes de equipo
dentro del destacamento: francotiradores, escuadrón
antibombas, CAT, comunicaciones.
Este será el evento más guionizado de mi presidencia
hasta el momento. Reese ha elaborado un plan ajustado,
respetuoso con la singularidad del momento pero
inquebrantable en su protección.
—Este es un trabajo asombroso, Agente Theriot.
—Ha sido un esfuerzo de grupo, señor. —Él asiente a
Henry, quien me da lo que generosamente podría llamarse
una sonrisa débil. Todo el equipo parece exhausto—.
Vamos a comenzar a hacer pruebas y ensayos de
sincronización, Sr. Presidente. Haremos todo lo posible para
mantenernos fuera de su camino.
—Tienen todo lo que necesiten de mí.
—Gracias, señor.
Y eso es todo. Este es el mayor contacto que he tenido
en días con mi... ¿amante? ¿Novio? ¿Galán imposible?
La sesión informativa ha terminado y Reese recoge su
portátil, me da la mano, y se dirige a la puerta. Mis uñas se
arrastran sobre mis palmas. Soy como el agua justo antes
de la ebullición. A punto de estallar, a punto de arder.
Brillando hasta mis átomos.
¿Por qué ahora? Mi vida ha estado dedicada a este
momento, a impulsar al mundo a tomar una posición antes 261
de que sea demasiado tarde, antes de que la frase "nunca
más" se pronuncie una vez más. Entregué mi corazón a
esto, juré que mis deseos eran intrascendentes frente a
poner fin a las fosas comunes y desenterrar esqueletos con
los ojos vendados.
Y luego estaba Reese.
Lo veo irse, esperando que mire hacia atrás. Solo una
mirada. Tiene mi corazón en sus manos, y espero...
Es el último momento, pero sus ojos vuelven a mirar
por encima de su hombro cuando cierra la puerta de la
Oficina Oval tras de sí.
Se queda quieto, y nuestras miradas se encuentran.
El mundo se acelera, pero tú eres mi centro, Reese
Theriot.
—Jefe —dice Henry.
Nuestros ojos se sostienen hasta que no pueden
mientras él cierra la puerta. Nunca mira hacia otro lado.
NADA PUEDE PREPARARTE para la grandeza de una
cena de estado.
La Casa Blanca se ha transformado de su habitual aire
reservado a un exceso de opulencia. Jarrones tan altos 262
como yo se alinean en el Salón de la Cruz, llorando con
rosas de la paz. Los candelabros de plata arrojan una luz de
velas resplandecientes. Banderas de Canadá, Reino Unido,
Francia, Alemania, Italia, Letonia, Lituania, Estonia,
Noruega, Turquía y los Países Bajos se alinean en una
pared. Las banderas estadounidenses se alinean en el lado
opuesto, un desfile de estrellas con lentejuelas en el
resplandor moteado.
La furiosa actividad desciende en una secuencia de
rondas a medida que llega cada jefe de gobierno. El
protocolo dicta cómo saludarse, qué música se toca y el
orden de las filas de recepción cuando cada uno entra en la
Casa Blanca.
Después de eso, el Servicio Secreto espera, y mientras
los presidentes, los primeros ministros, el canciller y sus
cónyuges son recibidos con honores, su personal pasa por
el puesto de control de seguridad, el magnetómetro y el
escáner de bolsas.
Los agentes de Reese, todos de esmoquin, son
omnipresentes y discretos. Busco a Reese, pero no está en
las ceremonias de llegada. Henry sí, dando la bienvenida a
cada jefe de gobierno con gran eficiencia antes de
entregarlos a un militar impecablemente vestido que los
escolta a ellos y a sus cónyuges hasta la Residencia.
Comenzamos en el Oval Amarillo, la sala de fiestas
privadas de la Residencia. Un cuarteto de cuerdas toca en
un rincón mientras el champán y los aperitivos circulan en
bandejas de plata que se remontan a la administración de
Jefferson. Mientras el sol se pone, once líderes mundiales,
sus cónyuges y yo conversamos en el balcón Truman. Los
263
miembros de nuestros gabinetes están apiñados en el
interior, probablemente hablando de trabajo, pero en este
momento, nosotros estamos evitando cualquier cosa
pesada. Por una vez somos sociales, sin agenda, sin
segundas intenciones que no sean las disfrutar de esta
noche.
Faltan cinco minutos para las ocho. Reese aparece a mi
lado.
Lleva un esmoquin, casi del mismo estilo que el mío,
pero se ve mucho mejor que yo. Las líneas de su esmoquin
acentúan sus anchos hombros, su largo torso y sus
apretadas caderas. Su chaqueta parece pintada, incluso
donde hay un poco de tela extra para ocultar su arma de
fuego, y las rayas de raso que recorren sus pantalones
hacen que parezca que son eternas.
Quiero sentir esas piernas a mi alrededor.
Mi mano aterriza en la parte baja de su espalda, casi
sin pensar, y mi voz es suave y cálida cuando digo: —
Reese.
Una copa de champán es aparentemente demasiado.
Me encuentro junto a la barandilla del balcón con la
mayoría de mis colegas líderes mundiales, y después de
que hablo, todos se vuelven y miran fijamente a Reese,
esperando que les presente al hombre que claramente me
importa.
Los músculos se enrollan alrededor de su columna.
Dejo caer mi mano. Mis dedos cubren su funda oculta.
—Todos, es un placer presentarles al agente especial
Reese Theriot, la jefa de mi destacamento del Servicio
Secreto.
264
Son amables y acogedores, estrechando su mano y
haciendo preguntas sobre su posición, sus deberes y, por
supuesto, qué secretos pueden revelarse sobre la Casa
Blanca. Oh, más importante, sobre mí.
Reese es perfecto, con esa sonrisa y el brillo en sus
ojos cuando dice, —Afortunadamente para el presidente
Walker, cada agente se lleva los secretos de su presidente
a la tumba.
Su presidente. Una frase tan pequeña, pero es
suficiente para hacer que mi corazón se acelere. Quiero ser
tuyo, Reese.
Reese se inclina a mi lado. —Sr. Presidente, la
procesión formal comienza en dos minutos.
Tomamos nuestro champán y seguimos a Reese hasta
la Gran Escalera. Mis colegas jefes de gobierno se alinean
en el orden en que cada país reconoció a los Estados
Unidos al formarse como nación. Quienquiera que haya
ideado ese protocolo, bueno, me quito el sombrero. Hay
algunas burlas de buen grado entre las filas, pero dado que
esto se basa en casi doscientos cincuenta años de tradición
histórica, nadie se lo toma demasiado en serio.
Los otros líderes llevan a sus esposas en el brazo, pero
yo estoy solo a la cabeza de la procesión.
Excepto que no estoy solo, porque Reese está aquí, de
repente, parado tan cerca de mí que el dorso de nuestras
manos se roza. Está esperando la señal para hacernos
bajar, y por un momento, me imagino acercándolo,
bajando la escalera con él a mi lado para que todos lo vean.
265
Nuestros ojos se encuentran. Me imagino entrelazando
sus dedos con los míos y no soltarlos nunca.
—Sr. Presidente, es hora. —Se aleja. Esa es mi señal
para dejarlo y comenzar la procesión oficial.
La primera hora es una formalidad forzada. Posamos
para un millón de fotografías que dejan estallidos de
estrellas grabados en mis retinas. Caminamos hombro con
hombro hacia el Salón Este y luego nos colocamos en orden
para la fila oficial de recepción.
Cada país tiene su propia mesa, engalanada con sus
colores y heráldica. El champán fluye a medida que se
sirven los platos, y las risas se hacen más fuertes al final de
la comida. Me ocupo de la sala, estrechando manos y
haciendo brindis, hasta que la Banda de la Marina se
prepara para el baile de después de la cena.
Esta noche he pedido jazz. Jazz de Nueva Orleans y
blues sureño. Incluso algunos números de zydeco31, si
pudieran hacerlo.
La pista de baile se llena enseguida. El presidente
francés y el canciller alemán llevan a la pista a los primeros
ministros de Lituania y Estonia para bailar un vals, para
deleite de toda la sala. Esa será la foto en la portada de los
periódicos del mundo.
Reese está en todas partes y en ninguna. Moviéndose
entre la multitud y luego desapareciendo. Aparece junto a
sus agentes para comprobar y luego se escabulle. Siempre
en los bordes, nunca entre la multitud, pero atrae mi
atención sin importar dónde esté. Quiero tomarlo entre mis
brazos, preguntarle si conoce esas canciones que está
tocando la banda. Quiero bailar con él, sentir sus caderas y
las mías moverse juntas.
266
Quiero saber que se siente al besarlo en el medio de
una sala llena de gente.
A la mitad de mi cuarta copa de champán, no puedo
apartar los ojos de él mientras comprueba a sus agentes.
Sé lo suficiente como para dejar mi copa.
Tras la segunda actuación musical, aparecen los
camareros con las bebidas de sobremesa. Tomo un café y
al primer ministro canadiense, y hablamos durante veinte
minutos antes de que el resto de nuestros compatriotas
descienda sobre nuestra mesa.
31Hace referencia a la música originada por la combinación de la tradición
musical cajún y elementos del blues, en el sur de Estados Unidos. Es la música
propia de los afroamericanos de Luisiana de lengua francesa.
Los bostezos se ahogan cuando la Marine Band anuncia
el número final
—¿Sr. Presidente? —La primer ministra de Estonia me
tiende su mano—. No ha bailado esta noche. ¿Quiere
cambiar eso?
La única persona con la que quiero bailar está de pie a
dos metros de distancia, manteniendo el puesto detrás de
la mesa donde estamos sentados. Tomo su mano y beso
sus dedos. —Lo siento, pero tengo dos pies izquierdos, y lo
último que quiero es pisotear tus hermosos zapatos.
—Llevaré a la dama de nuevo. —El presidente francés,
por supuesto, está a la altura de las circunstancias. Se
inclina y extiende su mano—. Señora.
Se van, y veo como la noche termina.
267
La mayoría de los invitados se van, saliendo por las
puertas del fondo. para que no nos inunden trescientos
simpatizantes todos diciendo adiós. El Servicio Secreto nos
hace pasar a todos, y el chasquido de los tacones y
murmullo de las voces se hacen más silenciosos hasta que
solo quedan los jefes de gobierno y nuestro staff principal.
Los cónyuges se agrupan en el otro extremo de la sala,
bien acostumbrados a la charla diplomática de última hora
que se desarrolla al final de estas veladas.
Compartimos una última copa y planeamos retomar
nuestras conversaciones por la mañana. Me dicen que
prepare el café extrafuerte. Nos reuniremos en la misma
sala en la que hemos cenado y bailado, pero de la noche a
la mañana se transformará de salón de baile a espacio de la
cumbre.
La emoción se apodera de todos nosotros. Esto está
sucediendo y podemos sentirlo. Vamos a romper el molde.
Vamos a escribir historia de formas nuevas y mejores.
Vamos a cambiar el mundo juntos, y esto empieza aquí,
esta noche. O empezó cuando los invité a todos a esta cena
de Estado, o antes, cuando me atreví a imaginar que
podíamos elegir mejor y ser mejores personas los unos
para los otros. Tal vez comenzó cuando crucé a pie el
Golden Gate y juré que haría todo lo que pudiera en esta
vida. Por Sérgio, y por mi padre, y para las trece personas
de la primera fosa común que excavé, que nunca, incluso
después de todo este tiempo, han sido reunidos con sus
nombres o familias.
Es surrealista, escoltar a estos líderes mundiales hasta
la puerta de mi casa y despedirme de cada uno de ellos
mientras suben a sus caravanas y se marchan. 268
Y entonces… estoy solo.
Los suaves chasquidos de la vajilla y el tintineo de los
cubiertos que se recogen, salen desde la Sala Este cuando
el personal comienza a limpiar. Las aspiradoras se
encienden y su rugido sordo recorre el pasillo. Todas las
velas se han apagado, y me siento como Cenicienta al final
del baile. Llevo demasiado tiempo fuera, y todo se
convierte en calabazas.
La soledad se apodera de mí.
Estoy atrapado en dos mundos, cada uno de los cuales
me precipita hacia lo inevitable. Cambios históricos en el
escenario mundial. Los derechos humanos y la dignidad
elevados a su legítimo lugar más alto.
Reese, y cómo ya he empezado a enamorarme de él.
Estoy solo en esta mansión vacía con solo el zumbido
de las aspiradoras como compañía.
—Sr. Presidente.
Y ahí está.
Reese es tan perfecto ahora, a medianoche, como lo
era hace seis horas. Su esmoquin aún parece planchado y
almidonado, como si no hubiera estado en movimiento
durante toda la noche. Luce su sonrisa con hoyuelos, y un
solo mechón de cabello ha caído hacia adelante,
enroscándose sobre su frente y rozando sus cejas.
Las burbujas de champán flotan en mis venas. Hay una
irrealidad en este momento, esta noche estresante pero
exitosa que está terminando con aspiradoras y pasillos
vacíos. Me siento desvinculado del mundo.
269
Estamos solos de nuevo. No hemos estado solos desde
que estuvimos en la parte trasera del SUV de Henry
después de nuestra carrera.
—¿Dónde están tus agentes?
—Todos los que estaban de servicio desde la cena han
sido relevados. La mitad probablemente ya esté durmiendo
en las literas de abajo. Todos los demás está en sus
puestos habituales. La Casa Blanca es segura, Sr.
Presidente. Las puertas están cerradas y el puente levadizo
está levantado.
Alguien deja caer una pieza de plata en la Sala Este.
El estruendo rueda por el pasillo y rompe contra
nosotros. Calabazas de hecho.
Reese me ofrece su codo. —¿Te acompaño a casa?
Un riesgo, pero es tarde, y como él dijo, el puente
levadizo está levantado. Envuelvo mi mano alrededor de su
codo. Nos balanceamos juntos y separados y luego juntos
de nuevo.
—¿Disfrutaste tu primera cena de estado?
Subimos la escalera hacia la Residencia.
—Fue un éxito más allá de todas mis expectativas.
Estoy asombrado de lo perfecta que fue.
Inclina la cabeza hacia atrás y se ríe mientras
doblamos la curva de las escaleras. Casi me pierdo el
siguiente escalón. Es demasiado cautivador. El arco de su
cuello y la forma en que la luz del candelabro se desliza por
la amplia extensión de su espalda. Quiero congelar el
tiempo, capturarlo en mi mente exactamente así. Riendo
conmigo como si no le importara quien lo oyera o lo viera.
270
—Estuvo lejos de ser perfecto —dice mientras subimos
hasta el rellano. Estamos de vuelta donde empezamos la
noche, donde me dio la señal para comenzar la procesión.
Quizás sea aquí donde lo terminemos, donde se cierra el
círculo.
Pero no quiero que la noche termine. Todavía no.
—Las cenas de estado son engranajes en movimiento
dentro de engranajes en movimiento. La pieza del Servicio
por si sola es gigantesca, pero si lo hacemos bien, nadie
nos nota. Nadie nos mira toda la noche, como a la banda o
a la decoración o a la comida. Pero si no se nota, fue
perfecto para ti, eso significa que fue un éxito.
Estamos en la Residencia, pero no quito la mano de su
codo. Pasamos juntos al Oval Amarillo.
Es como entrar en la suite de un hotel después de la
fiesta. Las copas de champán desechadas están en las
mesas auxiliares y en la repisa de la chimenea, con el
cristal manchado con medias lunas de lápiz labial rosa y
rojo. Las servilletas están esparcidas por la alfombra. Hay
un coctel de camarones a medio comer abandonado en el
alfeizar de la ventana.
—Como dije, no es perfecto. —Reese sacude la cabeza.
—Alguien va a tener un aneurisma cuando se dé
cuenta que se olvidaron de esto.
—También dijiste que fue una noche grandiosa.
Hay una bandeja de copas de champán limpias de la
administración Kennedy en la esquina, al lado de una
botella sin abrir que se encuentra de lado en una cubitera
de hielo casi derretido. —¿Te sirvo una copa?
271
—No puedo quedarme. —El arrepentimiento mancha
su voz.
—Apenas nos hemos visto.
Su mirada se desliza hacia las ventanas mientras
muerde el interior del labio. —Mon cher, ojalá pudiera
quedarme para siempre.
Para siempre es un sueño demasiado salvaje para
atreverse. Quiero pasar una eternidad conociendo a este
hombre, explorando las complejidades de su corazón y su
alma, pero empezaré por esta noche. —¿Podemos tener
una hora?
Él duda, luego asiente.
Le quito el papel de aluminio a la botella de champán y
él se quita la chaqueta de esmoquin y me la da.
—Cubre el corcho con esto. Eso debería amortiguar el
sonido. A veces, estas cosas hacen que los agentes vuelvan
a verificar qué fue ese estallido.
No puedo hacer que mis manos trabajen, y los simples
movimientos mecánicos de tomar su chaqueta y colocarla
sobre la botella son demasiado complejos. El algodón se
desplaza sobre sus bíceps y su pecho. Quiero llevarlo a mi
cama y quitarle cada pieza de ropa. Recorrer con mis labios
desde su cabeza hasta los dedos de los pies, besar una
exploración que mapee cada suspiro y escalofrío que puede
crear.
Se vuelve hacia las ventanas que dan al balcón y yo
por fin puedo volver a pensar. Tiene razón, la chaqueta 272
amortigua el estallido del corcho, pero derramo las
burbujas en su manga y en la alfombra antes de que pueda
conseguir una copa bajo la efervescencia. —UPS.
Su reflejo me sonríe. —No es la primera vez que hay
champán en esta alfombra.
Coge la copa que le entrego mientras salimos al Balcón
Truman. Ahí está el lugar donde grabé mi video de yoga,
casi exactamente donde bromeaba con mis colegas jefes de
gobierno. Reese y yo nos besamos en mi tumbona allí, él
encima de mí mientras me besaba para alejar mis gemidos
y el sonido de su nombre cuando me deshacía bajo su
toque.
Nos apoyamos en la barandilla uno al lado del otro
mientras bebemos. Se desabrocha la pajarita y deja que los
extremos cuelguen, luego se abre los dos botones
superiores de su camisa. Mis ojos van directamente al
hueco de su garganta, al triangulo de piel que ha dejado
expuesto.
La botella de champán descansa entre nosotros, y él
vuelve a llenar nuestras copas y se coloca detrás de mí.
Sus brazos envuelven mi cintura y amolda su cuerpo al mío
con un suspiro. Su cara en mi pelo, sus labios en mi cuello.
Estamos envueltos en la oscuridad, iluminados solo por la
luz de las estrellas y el resplandor de la Casa Blanca.
Mi corazón se acelera. Hay tanto silencio que puedo oír
el burbujeo de la fuente en el Jardín Sur.
—¿Por qué le dijiste a la primer ministro que no podías
bailar? —Su voz es un susurro sobre mi oído—. Se que eso
no es verdad.
Acaricio su mejilla. Sonríe. —Porque solo quería bailar
273
contigo.
Besa mi sien y siento que saca un teléfono del bolsillo
de su pantalón. Juguetea con la pantalla, la pone en la
barandilla, y entonces la música se eleva desde el altavoz.
Blues doliente, bajos temblorosos, tambores desgarradores.
Whisky en lo profundo de las venas y toda la noche
haciendo el amor en el calor del verano. Me hace girar sin
apartarse, nuestros cuerpos se deslizan el uno hacia el
otro, yo dentro del círculo de sus brazos. Sólo la tela nos
separa. Apoya su mejilla en mi cabello, me acuna contra él.
Encajamos perfectamente.
—Brennan. —Pone mi palma sobre su corazón. Exhala.
Nunca he estado más seguro de ninguna verdad que
de esto: quiero a este hombre, en todos los sentidos, para
el resto de mis días. Quiero ser el hombre por el que
sonríe. Quiero ser el hombre por el que suspira. Quiero
suspender el tiempo y la rotación de la tierra para
esconderme con él. Aprender su cuerpo y cómo hacerlo
jadear y gemir, gritar mi nombre.
Suenan dos canciones más, blues lamentando amores
perdidos, antes de que Reese hable. —Deberíamos poner
algo de distancia entre nosotros…
—¿Qué?
—¿Y si alguien se entera de esto? Lo que estamos
haciendo podría destruir todo lo que estás tratando de
lograr…
—Eso no es cierto.
Excepto que lo es. Tiene razón. Si esto saliera a la luz… 274
sería un hombre arruinado. Toda mi credibilidad,
desaparecida. El problema no es que sea gay, sino que lo
he ocultado. Mentiroso, me llamarían. No importa que la
verdad sea mía, que mi vida no pertenezca a nadie más, y
que la elección que tomé me destrozó durante años. Todo
lo que el mundo verá es el escándalo.
“El presidente Walker se acuesta con un hombre”. No,
"el presidente Walker se acuesta con su jefe de
destacamento".
El Congreso escarbaría en cada faceta de nuestra
relación. Cada conversación que hayamos tenido, cada
texto que hayamos enviado. ¿Quién lo sabía, quién lo
ocultaba? ¿Quién me ayudó a mentirle al mundo?
Todo por lo que he luchado sería derribado.
—Esta noche fue… —Reese suspira—. Verte, ver lo que
puedes hacer por el mundo. —Sus labios se mueven contra
mi frente, como si sus palabras fueran besos
desgarradores—. Estás corriendo un terrible riesgo
conmigo. Soy la mayor amenaza a la que te enfrentas. Y no
puedo hacerte daño, mon cher. No puedo.
Sin embargo, no puede alejarse y nos quedamos
abrazados.
No sé qué decir, qué hacer. Estamos atrapados entre
el debería y el no debería, el deseo y la necesidad, en los
milímetros entre nuestros corazones que laten.
—Tengo que irme. —Le tiembla la voz.
Así no. No puede terminar así. —Por favor… —Ahora
no. No cuando las estrellas se están alineando.
275
—Mon cher, no hagas que esto duela más de lo que ya
duele.
Sus besos son agridulces como los deja caer en las
esquinas de mis ojos, cuando levanta mi barbilla y presiona
sus labios contra los míos.
No sé cómo evitar que mi corazón se rompa.
Retrocede, alargando el momento hasta que sólo las
yemas de nuestros dedos siguen conectadas. Quiero tirar
de él, arrastrarlo a mis brazos, decirle que no, que no me
importan las consecuencias: eres el hombre por el que he
esperado toda mi vida.
Pero nos separamos, y su mano cae, y cierro los ojos
para no verlo irse.
Me quedo en el oscuro balcón hasta que las estrellas se
desvanecen y el amanecer rompe en el horizonte. No
duermo. No puedo. Si lo hago, lo veré en mis sueños, y
cuando despierte, la verdad volverá a rugir de. Él se habrá
ido y yo estaré solo.
No soy lo suficientemente fuerte para soportar esa
pérdida por segunda vez.
No sé si soy lo suficientemente fuerte para soportarlo
ahora.
276
CAPÍTULO VEINTE
Reese
Ahora
Sheridan guarde un silencio sepulcral durante el
trayecto hasta la casa de Henry.
Tiene una mirada de mil metros, los músculos de su
mandíbula tan apretada que podría romperse.
Henry vive en Bethesda, en una casa con un patio y un
garaje y el triple de espacio que yo, por menos de la mitad
del costo. La última vez que estuve aquí…
Sheridan no rompe el silencio hasta que me detengo
en el camino de entrada de Henry. —No es él. No es Henry, 277
sé que no lo es.
Quiere que esté de acuerdo con él. Quiere oírme decir
que no es Henry para no está solo mientras se aferra a su
desesperada esperanza.
—Por favor, no me hagas decir qué hombre no quiero
que esté muerto.
Sheridan se marchita, exhalando como un globo
reventado. No dice nada, solo se arroja fuera del SUV, y el
vehículo se balancea a izquierda y derecha después de que
él cierra la puerta. No es una hazaña fácil, ya que estos
SUV blindados pesan más de seis toneladas. Me coloco
detrás de él mientras sube a toda velocidad por el camino
hasta la puerta de Henry.
Siempre ha habido algo fuera de lo común con
Sheridan. No entiendo estos oscuros remolinos que me
desequilibran. Hay algo dentro de él que mantiene oculto,
de lo que solo consigo vislumbrar.
Me congelo cuando saca las llaves de su bolsillo y mete
una en la puerta principal de Henry. El cerrojo se desliza
hacia atrás.
—¿Tienes una llave?
Sheridan le habla a la puerta, como si enfrentarse a mí
fuera demasiado doloroso.
—Me mudé hace meses. Al principio, dijo que podía
quedarme aquí cuando lo necesitara, pero después de
Acción de Gracias, me mudé a su habitación libre. Mi
apartamento estaba en Gaithersburg, y mi contrato de
arrendamiento había terminado y yo estaba haciendo
278
tiempo extra en la Casa Blanca...
Ir de Gaithersburg a la Casa Blanca es como intentar
transitar la distancia entre el cielo y el infierno. Pero ahí es
donde suelen acabar los empleados subalternos del
gobierno, gracias a sus modestos sueldos.
Por supuesto que Henry ayudaría a Sheridan. ¿Cómo
me atrevo a no darme cuenta o a intervenir para ayudar
como lo hizo Henry? ¿Habría ayudado a Sheridan a
encontrar un nuevo lugar, o lo habría ayudado con su
mudanza y un depósito si lo necesitaba?
Sheridan ha movido la tierra por mí. Lo menos que
podía hacer era ayudarle a encontrar un nuevo
apartamento.
—Dado que esta es técnicamente también tu casa... —
Le hago un gesto con la cabeza. Me deja entrar primero.
Nos sumergimos en las sombras.
La puerta principal se abre a un vestíbulo oscuro y a
medio tramo de escaleras que suben a la planta principal
de la casa de dos niveles. Al subir los escalones, hay una
sala de estar abierta y una cocina con una pared de vidrio
con vista al patio trasero de Henry. Mantiene las cortinas
opacas cerradas durante el día, especialmente cuando tiene
que dormir los turnos de noche en la Casa Blanca.
Tres habitaciones están subiendo otro tramo de
escaleras, en el segundo piso. Abajo está el garaje de
Henry.
Estamos aquí porque Henry era el agente a cargo del
SUV de Brennan cuando se estrelló. No quiero hacer esto,
279
pero es el procedimiento. Tenemos que poner la vida de
Henry patas arriba, porque cuando todo esto salga a la luz,
todos los dedos apuntarán al Servicio Secreto y a Henry.
Tenemos que protegerlo, y para hacerlo, tenemos que
mostrarle al mundo quién era realmente.
Sheridan camina detrás de mí. Está demasiado cerca.
—Enciende la luz —digo.
—No funciona.
Doy tres rápidos pasos lejos de él, hacia las escaleras…
Hay una lámpara tumbada de lado, colgando sobre el
escalón superior. La pantalla está rota y medio
derrumbada, como si la hubieran tirado. Saco mi arma y
siseo —Sheridan.
Siento que se mueve en la oscuridad, le oigo sacar su
arma.
Mi espalda golpea la pared en silencio. Subimos las
escaleras en tándem, nuestros pasos sincronizados. Nos
detenemos antes de llegar a la cima, y apenas hay
suficiente luz saliendo por una estrecha rendija entre las
cortinas para ver a Sheridan agachado frente a mí.
La mínima luz no llega a sus ojos.
—Cúbreme.
Asiente. Hago un recuento silencioso y luego irrumpo
en la sala de estar de Henry, gritando: —¡Servicio secreto!
—mientras me muevo hacia la derecha y me abrazo a la
pared. Mi linterna va de una esquina a otra, de suelo a
techo.
280
Las estanterías de Henry están derribadas, y su mesa
de café y dos sofás han sido arrojados a una esquina. Su
mesa de comedor, una placa de vidrio de dos metros de
largo, está hecha añicos. Las obras de arte que tenía -una
mezcolanza de mujeres sensuales y perros jugando al
póquer- están amontonadas, con los lienzos rasgados y los
marcos rotos. Su pantalla plana ha sido arrancada de la
pared, y grietas gigantes recorren la parte frontal.
—Despejado en este nivel. —Abro las cortinas para que
entre la luz.
El lugar de Henry está absolutamente destruido.
Los ojos de Sheridan son tan grandes como platos.
Todavía tiene su arma desenfundada mientras se da la
vuelta y sube las escaleras hasta el segundo piso.
—¡Sheridan!
Corro tras él, pero me lleva demasiada ventaja.
Está empujando las puertas de los dormitorios,
corriendo de una habitación a otra. No es un procedimiento
de despeje. Está en pánico.
—¡Sheridan, merde, detente!
Cuando lo alcanzo, está golpeando el marco de la
puerta de uno de los dormitorios de invitados de Henry.
La habitación ha sido completamente revuelta. El
colchón individual ha sido arrancado del marco de la cama,
los trajes y las corbatas arrancados del armario y un
ordenador portátil partido por la mitad y arrojado sobre la
alfombra. Los boxers, las camisetas y las municiones
sueltas están por el suelo. 281
—¿Esta es tu habitación?
—Si. —Sheridan patea una almohada. Se estrella
contra la pared con un soplo
—Sal de aquí. Sabes lo que es mejor aquí. Baja las
escaleras. Despeja el garaje y luego haz un inventario de lo
que falta. No toques nada. Esto es una escena del crimen.
Maldice y sale furioso, baja corriendo las escaleras y
atraviesa el nivel inferior. La puerta del garaje se cierra de
golpe.
Miro los restos de la vida de Sheridan. ¿Quién le hizo
esto a la casa de Henry y al dormitorio de Sheridan? Estas
son las acciones de alguien que estaba buscando algo.
¿Qué buscaban?
¿Hay algo que encontrar?
Las balas se deslizan bajo mis zapatos. Prácticamente
no hay ningún lugar donde pueda pisar que no esté
cubierto. Giro en circulo, buscando en las esquinas y debajo
de la cómoda y el marco de la cama rota de Sheridan. Su
habitación es casi estéril, como un dormitorio o una
habitación de hotel. No hay nada que revele el mundo
interior de Sheridan. Ni libros, ni películas. Ni condones, ni
una revista porno que haya dejado abierta. Nada. Está
demasiado limpio. Demasiado desnudo. Casi artificial.
Arranco su sábana, paso las manos por su colchón…
La hendidura está en la esquina más lejana, cerca de
la costura inferior. Apenas es lo suficientemente ancha
como para meter los dedos, pero cuando escarbo, me
encuentro con un pequeño cuadrado de plástico. Y cuando 282
lo saco, lo reconozco inmediatamente.
Es una tarjeta de memoria, el tipo de dispositivo de
almacenamiento portátil que todos usan en sus teléfonos,
cámaras y ordenadores.
También es el tipo de almacenamiento que ha sido
explícitamente prohibido por la Casa Blanca. Las tarjetas de
memoria han sido las principales responsables de las más
devastadoras violaciones de seguridad nacional de Estados
Unidos.
Sheridan no es una de las cinco personas autorizadas a
llevar una en la Casa Blanca.
Tal vez esto es solo personal. Tal vez guarda su porno
en ella y la desliza en su tableta o portátil para su
entretenimiento nocturno. Tal vez esto no sea nada.
Tal vez sea algo.
Sheridan siempre ha sido un cubo de Rubik para mí, e
incluso cuando creo que estoy alineando los colores en un
lado, no estoy ni cerca de resolver el rompecabezas.
Cierro mi puño alrededor de la tarjeta de memoria y la
deslizo en mi bolsillo.
Hay más balas debajo de la cama de Sheridan. Tengo
mucha munición de repuesto en mi apartamento, pero esto
es como si el almacén de una armería hubiera sido volcado
en el suelo de su dormitorio. Cojo seis como si estuviera
jugando a las jotas. Diferentes pesos, diferentes tipos.
Diferentes calibres: 9 mm, .357 Magnum, .40…
Y tres de punta hueca de cobre .45.
Las seis balas van a mi bolsillo con la tarjeta de 283
memoria.
El otro dormitorio de invitados de Henry es un
gimnasio casero, y busco entre las pesas libres derramadas
y el banco de ejercicios roto antes de pasar al dormitorio de
Henry.
Al igual que la de Sheridan, la habitación ha sido
revuelta. Su tocador está golpeado en su frente, y su
mesita de noche está rota en pedazos. A diferencia de
Sheridan, Henry tiene un alijo de revistas porno. Están
destrozadas y esparcidas por la alfombra. Lo único que no
ha sido tocado es una bandera del Cuerpo de Marines
clavada en lo alto de la pared sobre su cama.
Además, a diferencia de Sheridan, Henry no ha
escondido nada en su colchón. Lo compruebo dos veces.
En la planta baja, Sheridan intenta buscar entre los
montones de destrucción sin tocar nada. Me desvío hacia la
cocina antes de unirme a él. Cada plato está roto. Las ollas
y las sartenes están todas en el suelo. Todo lo de la nevera
ha sido tirado. La leche, el yogur y los huevos se han
convertido en una gelatina rancia sobre la baldosa.
Acciono el interruptor de la luz de la cocina con el
dorso de la mano, y las luces del techo cobran vida.
Interesante.
Sheridan se ha calmado cuando me reúno con él. Se
frota la frente con su muñeca. —Lo siento. —Está
avergonzado. Mortificado, en realidad—. No debería
haberme ido así.
—No, no deberías haberlo hecho.
No me mira cuando pregunta: —¿Encontraste algo?
284
Espero y lo observo mirando fijamente a la pared. —
No.
No dice una palabra, solo sigue hurgando en las ruinas.
estantería y marcos de cuadros rotos en la esquina donde
él está en cuclillas.
—¿Cuándo estuviste aquí por última vez, Sheridan?
—Ayer por la mañana, antes de mi turno.
Ayer le tocó el segundo turno. Me encontré con él
antes de que entrara en servicio y almorzamos juntos.
Recuerdo lo feliz que parecía cuando caminábamos por la
calle I. Que despreocupado.
Ese hombre está a un millón de millas de distancia del
que está delante de mí ahora.
—¿Cuándo exactamente?
—A las diez… no, diez y media. Tomé el metro de las
diez cuarenta al centro.
Eso deja una ventana de veinticuatro horas entre su
salida y nuestra llegada.
—¿Puedes decir si falta algo?
Echa otro vistazo a la habitación. —No me parece. Lo
único que era realmente valioso era su televisor. —Señala
con la cabeza la pantalla plana destrozada—. Veíamos
Netflix o jugábamos PlayStation juntos… —Su voz se
quiebra y no termina.
—¿Dónde está la PlayStation?
—Por ahí. Alguien le dio un martillazo. Está jodida.
285
—Agárrala. Nos la llevamos.
Me da una sonrisa acuosa.
No me importan las partidas guardadas de Henry y
Sheridan, y no la llevo por sentimentalismo porque
construyeran recuerdos juntos a altas horas de la noche.
Aunque Henry no tenía un ordenador en su casa,
aparentemente no podía decir que no a una consola de
videojuegos.
Es algo que aprendemos en el Servicio, y algo que
Sheridan también está a punto de aprender. Cada
dispositivo conectado a internet es otro punto de acceso.
La Casa Blanca lucha contra los intentos de hackeo
cada segundo de cada día. Sus defensas son las mejores
del mundo, pero si un hacker realizara ese tipo de ataque
de fuerza bruta contra uno de los miles de trabajadores de
la Casa Blanca, ¿cuánto tiempo duraríamos bajo un ataque?
Tal vez algo se arrastró por la tubería y se deslizó
dentro de la PlayStation de Henry. ¿Qué aprendería un
hacker si tuviera un micrófono abierto dentro de la casa
donde vivían dos agentes del Servicio Secreto del
destacamento de protección presidencial?
Nada en mi apartamento está conectado a Internet. No
tengo una nevera inteligente, ni una cafetera inteligente, ni
un marco de foto inteligente, ni nada activado por voz. Mi
portátil es un ladrillo de acero encerrado en una jaula de
Faraday. Se conecta difícilmente a la red del Servicio
Secreto en la Casa Blanca o en el cuartel general. Nunca,
jamás, a internet.
La única vez que rompí esa regla fue con un teléfono 286
desechable que compré en Anacostia, pero lo destrocé y
arrojé los pedazos al Potomac la mañana después de
destrozar el corazón de Brennan.
Sheridan enrolla el cordón alrededor del estuche roto y
se mete la PlayStation bajo el brazo. —¿Puedo tomar algo
de ropa?
La tarjeta de memoria está fundida en mi bolsillo.
¿Está tratando de volver por ella? —Sé rápido.
Mientras él está arriba, me muevo al vestíbulo. Acciono
el interruptor para de la luz que hay sobre las escaleras,
pero sigue a oscuras. Esta vez la luz del sol ilumina el
espacio, lo suficiente para que pueda ver que la bombilla
está intacta.
Sheridan baja como una manada de elefantes. Lleva
un traje de repuesto, boxers y una camiseta arrugada en
una mano. Sin embargo, está rojo, sonrojado desde el
cuello hasta las orejas. ¿Sabe que le falta la tarjeta de
memoria?
—Empújame para que pueda alcanzar la bombilla. Y
dame tus calzoncillos.
Se vuelve de un tono granate aún más oscuro cuando
me pasa un par de boxers a cuadros y luego dobla la rodilla
para dar un paso. Cuando me subo a él, me agarra la
pierna por detrás de la rodilla, anclándome contra su
hombro.
Sus calzoncillos cubren mi mano mientras desenrosco
la bombilla. Mi suposición era correcta: ya estaba medio
desenroscada. 287
—Bájame. ¿Puedes encontrar un lápiz? Uno de
madera, no metálico.
Se pone en marcha asintiendo y vuelve un minuto
después blandiendo un lápiz con la goma de borrar
masticada.
Henry fuma puros en su patio, y aunque el patio está
destruido, su encendedor está justo donde lo dejó, en el
marco de ladrillo que rodea la ventana.
—Sostén esto.
Sheridan recupera sus calzoncillos y la bombilla como
si sostuviera un pajarito.
Se queda en silencio mientras prendo fuego al lápiz,
quemando la madera hasta que todo lo que queda es el
núcleo de grafito. Apago las últimas llamas y sacudo el
carbón, luego muevo el grafito hasta que tengo un montón
en la palma de la mano. Voilà, polvo de huellas dactilares
casero.
Le digo cómo sujetar la bombilla por los hilos y hacerla
girar mientras sacudo el polvo sobre el cristal. Me escucha
y sigue mis instrucciones al pie de la letra.
Ambos lo vemos al mismo tiempo: una huella dactilar,
perfectamente plasmada en el costado de la bombilla, justo
donde alguien la apretaría si la estuviera desenroscando del
casquillo. Es demasiado nítida para ser vieja. Esto es
fresco. Totalmente nuevo.
—Mierda —respira Sheridan.
Solo hay una razón para que esta bombilla en toda la
casa esté a medio desatornillar: alguien quería mantener la
288
entrada a oscuras.
Si alguien llegaba mientras quienquiera que estuviera
revolviendo el lugar de Henry todavía estaba por aquí, un
vestíbulo oscuro al final de las escaleras serían una zona de
muerte perfecta.
—Llama al detective Hudson de Homicidios. Lo necesito
aquí inmediatamente. Dile que traiga su M-RID y que venga
solo.
HUDSON APARECE en menos de veinte minutos. Tuvo
que venir en código tres de la sede, pero cuando entra en
el vecindario, su patrulla sin identificación es silenciosa y
las luces rojas y azules están apagadas. Se detiene detrás
de mi SUV en una maniobra de bloqueo, encerrándonos en
el camino de entrada de Henry.
Sheridan y yo estamos sentados en la puerta trasera.
Me he deshecho de la chaqueta del traje y la camisa de
vestir, y me he quedado con la camiseta vieja que
guardaba en el fondo de mi casillero, la que está demasiado
ajustada después de demasiadas pasadas por la lavadora.
Sheridan no tiene chaqueta, tiene las mangas
arremangadas hasta los codos y los dos primeros botones
de su camisa de vestir están abiertos. Su corbata hecha un
289
ovillo está metida en el bolsillo del pantalón.
—¿De qué se trata todo esto? —pregunta Hudson, de
pie dentro de la V de la puerta del conductor abierta con los
brazos apoyados en el marco. La cautela pulsa en él.
No lo culpo por eso. En sus zapatos, yo tampoco
confiaría en mí ahora mismo. Los rumores deben estar
calientes y pesados corriendo a través de las filas, sobre
todo después de mi bronca a puerta cerrada con el
Vicepresidente Marshall.
—En unos minutos, vamos a reportar un allanamiento
en la residencia de un agente del Servicio Secreto del PPD.
Necesitaremos una respuesta completa del personal”.
—UH Huh. Este allanamiento, no lo habrán hecho
ustedes dos, ¿verdad?
—No. Pero tenemos una pista sobre quién fue. —
Levanto la bombilla cubierta de grafito. A la luz del sol, la
huella dactilar es como un cráter en la luna: obvia, enorme
y casi perfecta como un libro de texto.
—Alguien la aflojó al entrar. ¿Trajiste tu M-RID?
Hudson asiente. Todavía no se mueve. Sus dedos se
mueven uno sobre el otro mientras frunce los labios.
Si es necesario, le quitaré el M-RID a la fuerza.
Hudson no es un mal tipo. Está en una posición de
mierda ahora mismo, y eso es culpa mía. Lo estoy poniendo
en el atasco y girando los tornillos. O desobedece a un
oficial superior, o rueda los dados cuando se trata de la
investigación del Congreso. ¿Cuánta lealtad tengo de mi
gente?
290
Hudson abre el maletero y da un portazo. Coge lo que
parece una bolsa de ordenador portátil y la lleva al SUV,
colocándola entre Sheridan y yo.
Mientras el M-RID arranca, Hudson procesa la huella.
Toma fotos desde todos los ángulos, suficientes como para
reconstruirla digitalmente, si es necesario y luego transfiere
la huella a un papel adhesivo transparente. Es un
profesional, y consigue una transferencia limpia, clara y
nítida en el primer intento.
Todo se reduce al M-RID.
El escáner Mobile de Identificación Rápida se usa
generalmente en una persona, no en un trozo de cinta.
Puede escanear una huella dactilar y llamar desde casa a la
sede central, donde estamos conectados a todas las bases
de datos mundiales, y nos permite saber en segundos
exactamente a quién tenemos en nuestras manos. Esa
información es necesaria cuando controlamos el acceso al
presidente.
Hudson se pone un guante y alinea la huella lo mejor
que puede contra su propio dedo índice. El mismo ángulo,
la misma posición. Coloca la huella y la máquina emite un
pitido al arrancar.
Vemos el icono de Espera, un escudo del Servicio
Secreto que gira, dando vueltas y vueltas.
Está tardando más de lo habitual. Mucho más.
Estoy esperando que Clint Cross aparezca en la
pantalla. El asesino solitario es la peor pesadilla del Servicio
Secreto exactamente por esa razón. Son casi imposibles de
predecir o prevenir.
291
¿Y si el pistolero solitario tiene el mismo acceso a la
inteligencia que tú? ¿Y si, de hecho, ha manipulado la
inteligencia y ha creado su propio entorno perfecto para un
asesinato?
Clint tenía todo lo que necesitaba para este ataque.
Sabía dónde iba Brennan y cuándo, y, gracias a su acceso a
la CIA, podría haber averiguado fácilmente que Henry era
mi segundo al mando. Entrar en su PlayStation y escuchar
a escondidas. También irrumpir en su casa. Después de que
el director Liu lo dejara ayer, ¿Clint vino directamente aquí?
Finalmente, el M-RID emite un pitido. La pantalla
parpadea en rojo. Coincidencia Encontrada.
Los ojos de Hudson se mueven hacia los míos.
Konstantin Petrov, Embajada Rusa, Adjunto de Asuntos
Culturales.
Arrugo la frente. —Ejecutarlo de nuevo.
Hudson lo hace, pero la impresión vuelve con el mismo
resultado.
Debe haber algún error. Konstantin es un alto oficial de
FSB. Su nombre aparece innumerables veces en nuestra
inteligencia, especialmente cuando los rusos en Washington
o Londres se han lanzado al vacío desde sus balcones o se
han disparado dos veces en la cabeza.
—Mierda. —Sheridan vocaliza lo que estoy pensando.
No hay forma de que Sheridan olvide a Konstantin.
Petrov. No después de Nueva York.
Pero, ¿cuál es la conexión entre Konstantin Petrov? y
292
Clint Cross?
CAPÍTULO VEINTIUNO
Reese
Entonces
Hay pocos lugares que provoque más úlceras al
Servicio Secreto que la ciudad de Nueva York. El centro de
Kabul, tal vez. En medio de una zona de guerra.
Gestionar el avance de la Asamblea General de las
Naciones Unidas cada septiembre es uno de los mayores
trabajos del Servicio. Tenemos que reproducir la burbuja
protectora de la Casa Blanca, uno de los lugares más
controlados y resistentes del planeta, en un miasma de
imprevisibilidad tan seguro como la gelatina. Ciento
noventa y tres cabezas de gobierno vienen a Manhattan, y 293
cada uno recibe una combinación de protección del Servicio
de Seguridad Diplomática del Departamento de Estado y
del Servicio Secreto. La oficina de campo de Nueva York se
prepara y planifica este evento los 365 días del año.
Estoy en Nueva York para suavizar los detalles y el
resto de las operaciones del Servicio. Normalmente, este es
un trabajo que hago desde la Casa Blanca. No es necesario
hacerlo en persona. Este no es mi terreno, pero tengo
antigüedad ya que soy el tipo junto a Brennan Walker.
Conduje hasta allí pocas horas después de huir de la
Residencia, comprobando un SUV y saliendo a la carretera
antes del amanecer. El sabor de Brennan permanece en
mis labios, y la colonia que usó para la Cena de Estado se
aferra a mí como si estuviera a un palmo de distancia.
Distancia. Eso es lo que yo -nosotros- necesitamos.
Esto entre nosotros es demasiado salvaje, demasiado
impredecible.
No debería tirar las reglas y normas por la ventana,
pero él me hace hacer exactamente eso. Me hace querer
deshacerme de este trabajo como de la piel de una
serpiente, convertirme en un hombre que podría subir las
escaleras de la Residencia y tomar su mano a cualquier
hora del día o de la noche. O ser alguien que no necesita
fabricar excusas para pasar tiempo juntos, como correr de
madrugada o ir a ver a su secretaria para verlo a través de
la puerta de su oficina.
Soy malo para Brennan Walker. Todo lo que hemos
hecho -todo lo que he hecho- podría derribarlo. Destruirlo.
Pas bon32. Tienes que alejarte de él. 294
Protégelo de todo.
Especialmente de ti mismo.
HENRY DEBE HABER recibido llamadas de la oficina de
campo de Nueva York quejándose de cómo estoy pasando
por encima del equipo aquí. Mira, no me importa que las
radios hayan sido revisadas la semana. Revísalos de nuevo.
32
No es bueno
Comprueba las rutas de evacuación. Comprueba los
antecedentes del personal del hotel. Comprueba el parque
móvil y los garajes. Comprueba…
Pone a Sheridan en un vuelo de la tarde al JFK con
órdenes de pegarse a mí.
Estoy secretamente agradecido. Cuando estoy solo,
doy vueltas. La tranquilidad me recuerda a las capas con
las que se cubre Brennan.
Nos encontramos fuera del hotel y llevo a Sheridan a
un recorrido a pie por las disposiciones de seguridad antes
de que pueda dejar sus maletas. El Servicio Secreto se ha
hecho cargo de diez de los cincuenta y cinco pisos de uno
de los hoteles más exclusivos de la ciudad, a un kilómetro y
medio de la sede de las Naciones Unidas, durante dos
semanas. 295
Brennan se quedará aquí dos noches.
La oficina de Nueva York ya ha recorrido el hotel con
perros rastreadores y detectores de metales, barredoras
electrónicas y máquinas de rayos X. Después de que la
suite de Brennan fuera declarada limpia, se selló todo el
piso y un agente monta guardia las veinticuatro horas.
Cuando Brennan llegue, el piso será solo suyo. Los
detalles se dividen entre los pisos directamente por encima
y por debajo de Brennan. Los siguientes siete pisos
pertenecen al personal del presidente.
Sheridan tiene los ojos tan abiertos como siempre.
Antes de esto, lo más cerca que estuvo de cualquier acción
presidencial fue lavando los SUVs de la comitiva.
Y nuestra carrera ilícita de medianoche.
Somos los primeros agentes de fuera de la ciudad en
llegar y nuestras habitaciones están una al lado de la otra.
—Deja tus cosas y cámbiate. Te llevaré a cenar.
Voy a un mil por hora, tratando de mantenerme
ocupado, tratando de mantener mi mente acelerada.
Cualquier cosa para no pensar en Brennan.
¿Qué está haciendo Brennan ahora mismo? ¿Está,
como yo, reviviendo nuestro tiempo robado?
¿Reproduciendo cada uno de los besos que compartimos
hacia atrás y hacia delante, o recordando la tarde envuelta
en niebla en la que memorizamos la forma de los labios del
otro?
¿O se ha dado cuenta de que nosotros dos no somos
más que una mala luna trepando en la oscuridad?
Le hablo al oído a Sheridan en un pub en Madison,
296
tratando de llenarlo de buenos consejos. Está pendiente de
cada una de mis palabras. Mientras se toma su tercera
cerveza, el culto al héroe en su mirada se agudiza y
cambia.
Antes no había reconocido esa mirada.
Antes -antes de ver ese brillo en mi propio reflejo,
antes de luchar contra el creciente torrente de mi propia
atracción por Brennan- habría pasado por alto la forma en
que los ojos de Sheridan caen sobre mis labios, cómo sus
mejillas y el hueco de su garganta se vuelven tan rosados
como una puesta de Sol en el Golfo. La forma en que trata
de cubrir y ocultar sus sentimientos, tímido y atrevido a
partes iguales.
Las llamas de su atracción me rozan a través de
nuestra mesa.
La comprensión ocurre en un momento y pasa igual de
rápido.
Sheridan se dirige al bar para otra ronda. Lo veo ir,
aparentemente solo en un mar de gente, y después de
pedir, baja la cabeza. Sus hombros caen. Sus ojos se
cierran durante tres latidos antes de que el cantinero
regrese con nuestras cervezas.
Vuelve a sonreír y a tener un buen humor irreprimible
cuando vuelve a la mesa.
Si no hubiera pasado los últimos meses librando mi
propia guerra contra mi subconsciente, luchando contra mi
propia atracción por Brennan, no lo entendería.
297
Pero ahora lo hago.
Tomamos otra ronda, hablando de deportes y tráfico y
de los mejores lugares para comer una hamburguesa o un
bistec con queso en los alrededores de la Casa Blanca.
Temas seguros, temas neutrales.
Una hora después, pago la cuenta y regresamos al
hotel. Está borracho y callado, y capto sus ojos
deslizándose hacia mí en los reflejos de las ventanas de los
taxis y los escaparates de las tiendas de Duane Reade.
Estamos de vuelta en nuestras habitaciones antes de
que hable de nuevo. —¿Señor?
Merde. —¿Sí, Sheridan?
El nerviosismo se apodera de él. —Desde hace un
tiempo, he querido decirle… —Traga saliva. Vacila—.
Gracias —suelta—. Nunca pensé que estaría aquí, así.
Había oído hablar mucho de usted antes de conocernos en
RTC, y empezar a trabajar con usted, y aprender de usted,
es… —Se ríe como si no pudiera creer que está aquí
conmigo, diciendo estas palabras—. Tengo que agradecerle
todo. Me dio una oportunidad. Así que gracias.
—No me des las gracias. Te hiciste notar por ser
malditamente bueno. Te lo has ganado a pulso.
—Pero…
—Espera a que estemos de regreso en Washington
antes de decirme que este es tu sueño hecho realidad.
Tenemos un año de trabajo y seis días para hacerlo.
Duerme bien esta noche, porque es la última vez que vas a
estar más de tres horas en horizontal hasta que todo esto
termine. 298
Todavía hay calor en sus ojos, y su mirada me quema
mientras estamos en el pasillo mirándonos el uno al otro.
Sus pupilas son charcos de obsidiana.
Finalmente, asiente, dice: —Buenas noches, señor —y
desliza su tarjeta en la puerta.
—Buenas noches, Sheridan.
SEIS DÍAS PASAN VOLANDO.
Sheridan y yo nos dejamos la piel. No hay mas salidas
nocturnas, no más cervezas compartidas, y no más miradas
encendidas y atracciones accidentalmente reveladas.
Cuando el Air Force One aterriza, envío a Sheridan a
unirse a Henry mientras llevan a Brennan al hotel.
Conseguir que el presidente entre y salga de
Manhattan es un pacto faustiano con la física. No importa lo
bien que se controlen las calles y las intersecciones,
siempre habrá un contratiempo, o un choque o un desvío.
Los helipuertos han caído en desuso en las últimas tres
décadas, y donde antes era fácil llevar al presidente desde
La Guardia a cualquier otro lugar en Midtown, ahora
estamos atrapados con nuestra kilométrica caravana y un
aneurisma cada vez que movemos el presidente por la 299
ciudad.
La fiesta presidencial cae en un frenesí, con grupos de
veinte personas saliendo de los ascensores del hotel en
cada piso, agarrados a sus teléfonos móviles y bolsas de
ropa y discutiendo sobre a qué restaurante ir. Ellos pueden
elegir la ciudad, pero Brennan se dirigirá al bar de la azotea
de la ONU para la recepción de bienvenida.
Yo estoy en el centro de mando, en una de las
habitaciones del hotel que hemos ocupado. Todo el
mobiliario de la habitación ha desaparecido, y las filas de
mesas plegables cubiertas con ordenadores portátiles
llenan el espacio. Los agentes monitorean un centenar de
transmisiones de intercepción a través de los canales. La
iluminación es tenue, un resplandor azul que nos da a todos
un tono pastoso.
Al frente y en el centro de nuestros monitores de
vigilancia está Brennan.
Su llegada es un caos organizado, un millar de piezas
en movimiento sin margen de error, pero mi gente traslada
a Brennan de la caravana al ascensor y a su suite en menos
de un minuto.
Por lo general, es una combinación perfecta de
casualidad de la Costa Oeste y autoridad presidencial.
Leggins y camiseta. Vaqueros y un Henley. Trajes
sensuales y sin esfuerzo que se amoldan a su cuerpo. Lleva
el cargo de la presidencia y el poder que ostenta con una
fuerza serena que proviene de una confianza estoica
construida a su ser. Está tan seguro de sus principios como
de respirar, y eso es malditamente atractivo.
Ese no es el hombre que veo en los monitores. 300
Se desploma en el ascensor, se apoya contra la pared
trasera y cruza los brazos mientras mira al suelo. La línea
de sus hombros está rota y el acero de su columna parece
haberse desvanecido. Suspira, y se pasa las manos por la
cara. Los círculos oscuros manchan la piel debajo de sus
ojos y hay huecos bajo sus pómulos.
Me escapo a la caravana. Hemos sacado la flota
secundaria mientras la primaria reabastece y se reinicia
después de hacer la carrera del aeropuerto. Quince SUVs
estacionados frente al hotel, con treinta policías en
motocicleta del Departamento de Policía de Nueva York
merodeando a ambos lados de nuestros vehículos para
hacer retroceder el tráfico y la avalancha de humanidad.
Toda la calle está bloqueada. Hay simpatizantes y
manifestantes más allá de las barricadas con carteles a
favor y en contra de Brenan.
Mañana es la Asamblea General. Se dirigirá a todo el
organismo de la ONU y, al día siguiente, presidirá una
sesión del Consejo de Seguridad a nivel de jefes de
gobierno. En la historia de la ONU, una reunión de tan alto
nivel solo se ha producido un puñado de veces.
Este es el momento decisivo de su presidencia. Esto es
lo que determinará cómo se recordará su gestión. Está en
la cúspide de los dos días más importantes de su vida.
Aléjate. Eres malo para Brennan Walker y para el
mundo.
Si él y yo damos un paso en falso y la historia le hinca
el diente, su legado quedará manchado para siempre.
301
Yo no valgo eso. No lo valgo.
Henry toma el puesto de líder de la caravana a la ONU,
y yo voy con Nuñez en el SUV perseguidor.
Hay un ritmo en estas reuniones. El servicio de
seguridad de cada nación negocia entre sí para establecer
la hora de llegada de sus líderes. Bueno, todos menos
nosotros. Nosotros dictamos lo que vamos a hacer. O
juegas a la pelota con el Servicio Secreto o te metemos el
bate de béisbol por el culo. Le dijimos al mundo cuándo iba
a llegar Brennan para la recepción de la noche, y somos
puntuales al segundo.
Entonces, ¿por qué diablos el presidente ruso Nikita
Kirilov sale de su limusina presidencial en la ONU
exactamente cuando se suponía que íbamos a llegar?
El maldito contingente de seguridad ruso ha llenado
toda la plaza de la ONU con su caravana, dejándonos
colgados en la Primera Avenida, completamente expuestos.
Y parece que no tienen prisa por moverse.
En dos segundos, seis de nuestros SUV forman una
falange alrededor del vehículo de Brennan, creando un
bloqueo de protección inmediata, y salto del auto
perseguidor y corro hacia la plaza de la ONU. Sheridan y
Nuñez aparecen a cada lado de mí mientras el equipo CAT
rodea el vehículo de Brennan y los seis SUV que lo
flanquean con sus armas desenfundadas.
El presidente Kirilov merodea en la entrada, y hasta
que se le entregue a salvo dentro de la ONU, todos los
miembros de su comitiva parecen tener órdenes de
permanecer donde están. No importa que mis agentes 302
pierdan su mierda o la policía de Nueva York grite a los
conductores rusos que muevan el culo. Son tan inamovibles
como el hielo.
La versión rusa del Servicio Secreto son simplemente
Agentes del FSB mejor armados. A medida que nos
acercamos a su caravana, la retaguardia, un equipo de
cinco personas vestidas de negro de pies a cabeza y
llevando MP5, mueven los dedos a sus gatillos.
—Consígueme a Anatoly —le grito al ruso más
cercano—. ¡Ahora!
Anatoly Anisimov, el jefe del FSB en Washington y mi
homólogo ruso, se pasea hacia mí por el flanco de la
caravana. Es un hombre grande y fornido, y es fácil
subestimarlo como otro ruso de mediana edad. Hace tres
años, en Londres, lo vi derribar a uno de su propio equipo,
dejar inconsciente al oso con un solo golpe. Pasó por
encima del cuerpo inconsciente y, con un movimiento
rápido de muñeca, tres de sus agentes se llevaron a su ex
compañero de trabajo.
Va vestido con un traje negro sobre negro y se ha
dejado crecer la barba desde la última vez que lo vi -
recortada y bañada en plata- pero en lugar de parecer
viejo, parece más siniestro.
—Anatoly, ¿qué diablos? Mueve tu caravana.
—El presidente Kirilov aún no ha ingresado a la ONU.
—Tu presidente no debería estar aquí. Sabe que el
presidente Walker está llegando.
—El presidente Kirilov insistió. —Se encoge de
hombros como diciendo que todo está fuera de su control. 303
Es la manera rusa: nunca nada es culpa suya—. Mi
presidente está interesado en hablar con tu presidente.
Las advertencias se activan como un incendio de cinco
alarmas dentro de mi cráneo. Eso suena como un puto
desastre. —No. Absolutamente no.
—El presidente Kirilov insiste.
—Me importa una mierda. Mueve tu maldita caravana
ahora.
—Es un buen día, ¿no? El presidente Kirilov podría
disfrutar del sol por un rato. —Anatoly se aleja.
Putain de merde. Llamo a Henry por radio en un canal
privado y le transmito la demanda de Kirilov. —Depende de
Ranger. Puedo tirarme aquí, o él puede salir y saludar.
Estoy por la opción número uno, pero Ranger tiene que
tomar la decisión.
Roger. Espera. Yo espero. Henry está hablando con
Brennan en su SUV. ¿Brennan está tan furioso como yo?
¿Está furioso conmigo por dejar que esto suceda?
—Él va a salir.
—Merde. Entendido. —Vuelvo a llamar a Anatoly y le
doy la palabra.
—¿Ves lo fácil que es resolver esto?
—Tu me fais chier, Anatoly. No hemos terminado aquí.
Me saluda con dos dedos y una sonrisa de satisfacción
mientras camina hacia su caravana para hablar con el
presidente Kirilov. Los veo hablar. Observo la sonrisa de
Kirilov, tan cálida como una víbora.
304
Hay otro hombre escuchando al lado de Kirilov. El
reconocimiento me golpea como un mazo. Justo lo que
necesitamos, otro peso pesado del FSB a poca distancia de
Brennan.
Los conductores rusos comienzan a arrastrarse hacia
adelante. —Prepárense para moverse. —Hablo por mi
micrófono de muñeca, comunicando el detalle por radio—.
Dame una doble cuña alrededor de Ranger tan pronto como
salga de la limusina Hay muchos de ellos aquí, y tengo ojos
en al menos tres BOLOs33. No se dejen rodear.
La caravana rusa se desplaza, pero todos los demás
rusos se quedan, rodeando a su presidente y entorpeciendo
33
Sospechosos
el camino. Núñez, Sheridan y el equipo CAT comienzan a
gritarles a los rusos que "retrocedan joder".
Se reorganizan en su lugar y no se mueven.
Para empeorar las cosas, los medios están aquí. Hay al
menos veinte cámaras y tres transmisiones de video en
vivo. Tienen también un micrófono direccional para
capturar lo que sucede entre Brennan y el presidente
Kirilov. Malditos buitres.
Ordeno a Sheridan y Nuñez que se instalan junto a las
puertas de la ONU. Si es necesario, sacaremos a Brennan
de allí y lo meteremos en el edificio, luego impediremos la
entrada a los rusos. Dos de mis equipos de avanzada ya
están adentro. El equipo del vestíbulo está preparado y listo
para salir, y puedo ver sus siluetas a través del cristal. Las
manos en sus armas, listas para desenfundar. 305
Aparcamos la caravana seis metros atrás y llenamos el
hueco entre nosotros y los rusos con el equipo CAT. El CAT
está armado hasta los dientes, cada hombre lleva seis
armas y suficientes balas para disparar a todas las
ventanas de la ONU. No quiero que hoy sea el día en que el
Servicio Secreto se vea envuelto en un tiroteo con el FSB,
pero si sucede, nuestros muchachos saldrán ganando.
Pero esto no es académico. No es un ejercicio de
reflexión. No es un entrenamiento. No estoy en el puto
Rowley, y no hay un instructor en ese SUV. Esta es la vida
de Brennan con la que los rusos están jodiendo. La furia
arde dentro de mí. Mi visión se reduce a un punto preciso.
Henry está a la derecha de Brennan en cuanto sale de
la limusina. Yo estoy a su izquierda, ocupando el puesto de
líder, con mi cuerpo colocado directamente delante del
corazón de Brennan.
El resto de los detalles caen en una formación de doble
cuña, construyendo un muro entre Brennan y los agentes
armados del FSB, que parecen igualmente protectores de
su presidente.
Kirilov se mueve primero, caminando a través de sus
agentes como si estuviera separando el Mar Rojo. —
Presidente Walker —dice Kirilov. Anatoly está a su derecha,
y yo estoy mirando al hombre de la derecha de Anatoly.
Konstantin Petrov está en la cima de múltiples listas de
vigilancia del Servicio Secreto, y ahora está a menos de
tres metros de distancia de Brennan. No es bueno, no es
jodidamente bueno.
—Presidente Kirilov. —Brennan suena enojado. No
306
sonríe—. Esto es bastante dramático, ¿no cree?
Kirilov llega al borde exterior de sus agentes. Sólo hay
dos capas de mi gente entre él y Brennan.
Brennan hace señas en silencio para que le dejen más
espacio. Henry tiene cara de piedra mientras desplaza su
cuerpo entre Konstantin y Brennan y pone su mano en la
empuñadura de su arma.
Los rusos empiezan a extenderse por los costados,
como si quisieran inmovilizarnos.
—Quería asegurarme de que todo el mundo pudiera
escuchar lo que tenemos que decirnos. —Kirilov extiende su
mano. Brennan no le corresponde.
—Ya está todo dicho. Mi posición es firme. No se puede
permitir que las acciones de su país continúen. Hombres,
mujeres y niños inocentes están siendo masacrados, y
nosotros intervendremos.
—Me parece divertido que Estados Unidos esté de
repente tan comprometido con prevenir atrocidades y
salvar vidas cuando durante años estuvo en el negocio de
cometer atrocidades y quitar vidas. ¿Cuántos muertos hay
hoy que estarían vivos si no fuera por los Estados Unidos?
La vena en la sien de Brennan palpita.
—Rusia ha traído estabilidad a los lugares que ustedes
abandonaron y dejaron para los perros. Ahora quieren
volver al mundo con esa famosa doctrina americana de
'Matar a otros para salvar vidas. Pero esta vez vienen a
matar rusos. Esto no estará permitido. Si asesina una sola 307
vida rusa, Sr. Presidente, vamos a responder. ¿Está listo
para ser el último presidente de Estados Unidos?
Esto es peor de lo que jamás imaginé. Los medios de
comunicación están devorando esto. Las cámaras
parpadean sin parar. Estoy viendo estrellas mientras
mantengo mis ojos fijos en Brennan. Está furioso. Puedo
verlo en cada línea tensa de su rostro, cada músculo
apretado.
Y mi gente está empezando a perder la calma. La
tensión no está aumentando, sino que es un martillo
neumático, y están observando a los rusos mientras ellos
intentan flanquearnos. CAT ha frenado a la derecha, pero la
izquierda se está acercando. El FSB está tratando de rodear
a Brennan y cortar su ruta hacia el edificio.
¿Se trata de una postura puramente política, o hay un
diseño más oscuro en su mierda?
No voy a esperar para averiguarlo.
—Ni yo ni los Estados Unidos nos dejaremos
sermonear por usted, y no aceptaré sus charadas políticas.
Usted, presidente Kirilov —dice Brennan— es responsable
de la destrucción y masacre de innumerables vidas. Se está
ahogando en sangre, y no descansaré hasta arrastrarlo
personalmente a la Corte Penal Internacional y hacerlo
responsable de cada uno de sus crímenes.
Esto termina ahora.
—¡Crash, crash! —Grito en la radio. Es la señal para
evacuar, para la pelea, para sacar al presidente de allí. No
voy a dejar que los rusos se muevan otra micra sobre
nosotros. Me acerco a Brennan y le agarro el codo, lo
308
envuelvo en mis brazos, lo doblo y lo cobijo debajo de mí…
No sé quién da el primer puñetazo.
En menos de un segundo, es una pelea sin cuartel. Mis
agentes descargan sobre los rusos, puños y codos volando.
Los rusos pelean sucio, y dos de los míos caen cuando les
patean las rodillas.
Saco mi bastón plegable y golpeo, abriendo un camino
para Brennan y para mí hacia las puertas de la ONU. Los
puños golpean mis costillas, mi espalda. Sheridan y Nuñez
corren hacia mí. —¡Cúbrenos! —grito.
Sheridan se lanza a través de la trifulca y, en un
momento, está a mi lado, arrojándose frente a mí y
Brenan.
Konstantin aparece de la nada. ¿Cómo ha podido
superar la pelea a puño limpio? Lo escudriño en busca de
un arma y lo veo buscando una pistola en una funda debajo
de su chaqueta. —¡Arma!
Sheridan se lanza contra Konstantin. Es un movimiento
de cobertura de manual, una elección hecha cuando no hay
otras opciones. Si Konstantin dispara, lo hará a quemarropa
en el corazón de Sheridan.
Pero hay un corolario: a menos de tres metros, es
probable que un tirador no pueda disparar antes de que tu
estés sobre él, y es mejor precipitarse con violencia y
derribarlo rápido y con fuerza.
El puño de Sheridan golpea el costado del cráneo de
Konstantin. antes de que Konstantin lo envuelva en un
abrazo de oso y lo lleve al suelo. El arma de Konstantin cae 309
en el hormigón, donde es recogido por uno de mis agentes.
Konstantin le da tres duros golpes mientras Sheridan
yace aturdido. Su cabeza cruje contra el concreto antes de
que su brazo se levante y cierre su mano alrededor de la
garganta de Konstantin.
Sheridan me ha dado los segundos que necesito para
sacar a Brennan, y los aprovecho. Le da un cabezazo a
Konstantin, y se enzarzan en una ráfaga de puñetazos y
forcejeos mientras entro a toda velocidad en el vestíbulo de
la ONU. Una vez dentro, se forma un perímetro detrás de
nosotros mientras corremos hacia los ascensores.
Los neumáticos chirrían. Protejo a Brennan con mi
cuerpo, preparándome para el inevitable choque del coche
contra el cristal.
No pasa nada más. Más llantas chirrían mientras las
sirenas se elevan. La caravana rusa se aleja rugiendo,
probablemente con Anatoly, Konstantin y Kirilov. Han
dejado el motín y la mitad de sus agentes del FSB, y los
puños siguen volando.
Mi gente ya no lucha para proteger a Brennan. Están
peleando por pelear.
La policía de Nueva York llega y se mete en la batalla
campal. Ahora los policías lanzan a rusos y agentes del
Servicio Secreto a diestro y siniestro mientras intentan
disolver la situación.
Llevo a Brennan al ascensor que espera al final del
vestíbulo. El Servicio Secreto tiene la llave de control de
incendios activada, y yo cierro las puertas y presiono el
botón del ático antes de pararme a respirar. 310
—¿Estás bien? —Coloco mi bastón y lo vuelvo a meter
en su funda. Dos pasos me acercan a Brennan y compruebo
si está herido. Que Dios ayude a Anatoly y a sus rusos si
Brennan tiene una sola marca.
Toda la furia se ha drenado de Brennan. Toma mis
manos entre las suyas. —Estoy bien. ¿Tú estás bien?
—Sí, por supuesto. Estoy bien. —No tengo ni idea de
cómo estoy.
—Estás temblando. Me estudia con esa mirada intensa,
que te deja sin palabras. —Detén el ascensor.
No es una petición, es una orden, y viene del
presidente. Giro la llave a Stop, y los frenos del ascensor
chirrían y nos detienen bruscamente justo por encima del
vigésimo piso.
La adrenalina todavía me recorre, y sigo comprobando
obsesivamente si Brennan está herido. —Lo siento. Putain
de bordel de merde...
—No es tu culpa, Reese.
—Tu seguridad es mi responsabilidad. Todo eso de ahí
fuera es absolutamente culpa mía.
No me doy cuenta de lo cerca que estamos hasta que
levanta la mano y aparta un mechón de mi cabello que ha
caído sobre mi frente. —No es tu culpa que el presidente
Kirilov haya querido hacer teatro político.
Mis ojos se cierran. Mi respiración se agita.
—¿Están bien tus agentes?
Mi radio está chisporroteando con los informes de la
caravana y el vestíbulo. Dos de mis muchachos están
311
siendo atendidos por el equipo médico y el médico
presidencial. El resto de las lesiones parecen ser nudillos
magullados, labios partidos y ojos morados. —Parece que
los rusos se llevaron la peor parte. Se han retirado y todos
los recién llegados están siendo enviados al garaje.
Mi gente no se está moviendo del frente de este
edificio.
—Mantenme informado. Quiero saber cómo están
todos.
Asiento. Toma mi otra mano entre las suyas. —Estoy
bien —dice suavemente—. Me sacaste de ahí. Y, a pesar de
lo que cree el Servicio Secreto, realmente no se puedes
controlar todo en el mundo.
—Puedo intentarlo. —El sonríe. No estoy bromeando—.
Hiciste un buen trabajo ahí abajo.
—Habrá cortes de sonido, estoy seguro.
—Le diste la vuelta al teatro de Kirilov. Lo que quería,
no lo consiguió, Brennan.
Sus ojos brillan cuando digo su nombre. Aléjate,
Reese. No puedo moverme.
Nuestras miradas se cruzan. —Te he echado de menos.
—La mano de Brennan aprieta la mía.
Eres malo para él.
Protégelo de todo.
Especialmente de ti mismo.
Llevo toda la semana intentando matar de hambre a
312
esta conflagración entre nosotros antes de que nos explote
en la cara, pero aquí estoy.
Apoyo mi frente contra la suya y lo respiro. —Yo
también te he echado de menos, mon cher.
Mi radio grazna. —Rooftop a Quarterback. ¿Cuál es el
retraso?
Tecleo mi micrófono. Brennan está tan cerca que los
agentes del otro lado probablemente puedan oír su
respiración. —Ranger necesitaba un minuto. Estamos en
camino.
Brennan da un paso atrás, se endereza la camisa y la
corbata, y ajusta su chaqueta.
—Te ves perfecto, mon cher. Siempre lo haces.
Se aclara la garganta mientras un rubor sube por su
cuello y se extiende por sus mejillas. No me mira, y yo no
lo miro. De repente hay demasiada tensión entre nosotros,
como si fuéramos dos imanes que no saben cómo
interactuar si no nos fusionamos.
Pasa las siguientes cuatro horas en la recepción. La
pelea es la comidilla de la ONU, y Brennan minimiza su
intensidad mientras juega con los actos heroicos del
Servicio Secreto. Al final de la noche, Sheridan
prácticamente luchó contra todos los rusos con una sola
mano, mientras que yo soy su caballero del bayou con
armadura brillante.
La policía de Nueva York ni siquiera intenta arrestar a
los agentes rusos. No en territorio de la ONU, y no mientras
la pelea se desarrollaba en el espacio entre las caravanas
313
estadounidenses y rusas. Hay suficientes dudas sobre qué
leyes se aplican a quién y en qué jurisdicción estaban los
pies de cada uno como para que nadie quiera tocar esa
úlcera legal.
En cambio, la ONU y Estados Unidos presentan
protestas oficiales contra Rusia antes de que se ponga el
sol. El presidente Kirilov está en el aire de vuelta a Moscú
dos horas después, con un mordaz comunicado de prensa a
su paso.
No me quedo a la recepción. No puedo estar tanto
tiempo al lado de Brennan, luchando para que no se note lo
que se retuerce y enreda dentro de mí. Todo está
demasiado cerca, demasiado caliente, demasiado a punto
de estallar.
Tomo un SUV para ir al hospital donde a dos de mis
agentes les están escaneando las rodillas. Ambos tienen los
ligamentos rotos y los envío de vuelta a Washington.
Sheridan también está allí, siendo evaluado por una
conmoción cerebral, y espero con él hasta que lleguen los
escáneres. Está hecho polvo, su traje rasgado, su camisa
salpicada de sangre y uno de sus ojos está cerrado por la
hinchazón. Pero sus mejillas son de color rosa melocotón
cuando me siento junto a su cama, y él y yo hablamos en
voz baja de nada hasta que está despejado No hay
conmoción cerebral, y aparte de estar golpeado y
magullado, va a estar bien.
Está tranquilo en el camino de vuelta al hotel.
—Lo que hiciste fue muy valiente, Sheridan —le digo
mientras las luces de Midtown nos iluminan. Los 314
fluorescente lo confunden con el neón y oscuridad—.
Probablemente has salvado la vida del presidente. Y la mía.
—Mi intermitente hace clic. Los peatones que cruzan la
acera frente a nosotros se ríen, sonando lejanos desde el
interior del SUV blindado—. ¿Quieres tomarte un tiempo?
Volver a Washington...
—No —dice rápidamente. Tal vez demasiado rápido—.
No, quiero quedarme. Lo que hice… —Se encoge de
hombros—. No fue nada especial. Sólo fue lo correcto.
—Eres un buen hombre, Sheridan.
Mira por la ventanilla del pasajero y observa cómo se
aleja Midtown.
Lo ayudo a llegar a su habitación, lo ayudo a quitarse
el traje arruinado y le doy el relajante muscular que le
recetaron en urgencias. Nuestras manos se rozan cuando le
paso una botella de agua. Sus ojos brillan.
—Quiero que conduzcas a POTUS mañana por la
mañana. —Acabo de ponerlo en uno de los puestos más
altos del destacamento. El puesto de Henry. La posición de
mi mano derecha.
Sus labios se separan mientras me mira. —¿De
verdad?
—Te lo has ganado. Para mañana, al menos. —Le
acaricio el cabello—. Duerme un poco.
Sus párpados caen rápidamente y se duerme antes de
que cierre la puerta de su habitación de hotel al salir. Sin
embargo, está sonriendo.
Henry y yo estamos despiertos hasta después de la 315
medianoche en una conferencia telefónica con el director
Britton, revisando la pelea. La ONU entregó las imágenes
de seguridad al Servicio Secreto y hay una imagen clara de
uno de los agentes del FSB dando el primer golpe. Es un
jodido milagro que nadie haya resultado herido o muerto.
La mitad de mi gente está dolorida por la mañana, y
dejo que los peleadores se queden en el centro de mando y
rote a los agentes nuevos. Lo último que necesitamos hoy
es que los medios de comunicación de todo el mundo se
centren en agentes del Servicio Secreto tiesos y cojeando.
Sheridan aparece en el centro de mando con un ojo
morado, un labio partido y una sonrisa.
Brennan desayuna en su habitación, y mantiene una
serie de reuniones rápidas con su personal. Luego manda a
todo el mundo afuera, y Matt me llama. Quiere llamar a los
chicos que fueron enviados a casa. Uno no contesta su
móvil, así que Brennan le da un poco de mierda en su
correo de voz por haber perdido la llamada del presidente
antes de agradecerle sus acciones y desearle lo mejor. El
otro está mareado por los analgésicos, y hay un montón de
Sí, señor, arrastrados antes de que Brennan también le
desee lo mejor y cuelgue.
—Eso significará mucho para todos. —Mis dos chicos
estaban cagados de miedo cuando los encontré en el
hospital. Les prometí que los defendería contra cualquier
acción disciplinaria, pero estaban más preocupados por
defraudar a Brennan que por sus propios expedientes
personales. Estamos a un mundo de distancia de cuando mi
gente estaba planeando sus funerales después de esa
competencia en el Air Force One.
—Es lo menos que podía hacer. —No podemos decir
316
nada más, porque Matt está en la habitación, pero
compartimos una sonrisa hasta que Matt anuncia que es
hora de salir.
—Ranger bajando por el ascensor en dos —le digo a mi
micrófono de muñeca
Cuando llegamos a la calle, tengo a Sheridan
esperando fuera del SUV para cargar a Brennan. Tal y como
esperaba, Brennan sonríe, le da la mano y le agradece que
haya derribado a Konstantin y nos haya dado una vía de
escape.
Sheridan está eufórico cuando vuelve a ponerse al
volante. Solo él podría recibir una paliza de un agente del
FSB y seguir pensando que la Asamblea General es su
sueño hecho realidad.
El día es largo y aburrido, con focos de actividad
frenética mientras negociamos el traslado de Brennan a
través de un edificio repleto de líderes mundiales. Hoy hay
una actitud extra en nuestra actitud, y nadie trata de jugar
juegos de mierda con el Servicio Secreto.
El presidente de la ONU abre la sesión y, por tradición,
el líder de Brasil habla primero. Después de eso, es el turno
de Estados Unidos, y Brennan sube al podio en medio de
una ronda de aplausos más enérgica de lo habitual. La ONU
suele tener toda la emoción de un partido de golf.
Brennan busca entre la multitud y me encuentra. Estoy
contra la pared con otros cincuenta jefes de detalle de otras
naciones. Sheridan está a mi lado, luciendo con orgullo su
ojo morado.
Nuestros ojos se encuentran, y frente a 193 naciones y 317
los medios de comunicación de todo el mundo, Brennan me
sonríe.
No puedo evitarlo. Le devuelvo la sonrisa. El rayo
negro entre nosotros vuelve a caer. El mundo -literalmente,
el mundo que nos rodea en ese momento- se desvanece,
hasta que solo quedamos él y yo.
Peligroso.
Brennan se queda en la ONU por el resto del día, y por
la tarde, el segundo turno lo recoge y lo lleva a un
restaurante de la zona alta para cenar con sus asesores
mientras yo regreso al hotel con Henry y Sheridan. Pedimos
una pizza y nos sentamos en el centro de mando. Sheridan
se queda dormido mientras esperamos, y no se mueve
cuando Henry comienza a tirarle Skittles. Cuando
finalmente abre los ojos, arroja los Skittles que ha
recolectado en secreto a Henry de un tirón.
Dejo que los dos pasen el resto de la noche. El primer
día ha sido un éxito, y por lo general hay una buena
reunión de personal de seguridad llenando los bares del
Midtown. Mientras salen, oigo a Henry decir: —Puedes
conseguir la chica que quieras esta noche con ese ojo
morado y tu historia de patear culos rusos. Demonios,
probablemente puedas conseguir un puñado de ellas.
Los ojos de Sheridan se dirigen a mí antes de que las
puertas del ascensor se cierren.
A las once de la noche, Brennan regresa de la cena y
está solo en su suite. Su personal ha bajado al bar del hotel
o están metidos en sus camas. Todo está en calma y
quietud, al menos en la superficie 318
Observo el tráfico desde la ventana de mi habitación.
¿Brennan se está preparando para mañana? ¿Tratando
de relajarse? ¿Hace yoga en el camino, o solo cuando está
seguro de estar solo? Nunca he oído hablar de que hiciera
yoga antes de que me lo dijera, y la mayoría de los
presidentes y políticos viven con su personal dentro de su
vida privada. Los chismes del personal son el origen de la
mitad de los archivos del Servicio Secreto.
¿Está pensando en mí tanto como yo en él?
Es peligroso.
Aléjate.
Un zumbido vibra debajo de mi almohada. Mis ojos se
cierran, y mi frente golpea el cristal. Si me tomara en serio
lo de alejarme de Brennan, habría destruido ese aparato.
Pero lo mantuve, y más que eso, lo mantuve cerca.
Mantuve mi conexión con Brennan en mis manos.
Brennan: ¿Estás ahí?
Aléjate.
Pero estoy luchando conmigo mismo, mi mente en
guerra con el corazón, ambos destrozados entre mi deber y
mi anhelo.
No es sobre mí. No se trata de lo que quiero o de lo
que anhelo. No se trata de cómo he perdido el control o de
cómo este hombre ha puesto mi vida patas arriba. Se trata
de él. Se trata de protegerlo, no solo físicamente, sino de
proteger todo lo que está tratando de lograr. Todo el bien
que puede hacer. ¿Soy tan egoísta como para arrancarlo
del mundo? ¿Arrancar los sueños y las buenas intenciones
319
que tiene en su interior?
Aléjate.
No respondas al mensaje, Reese.
Yo: Estoy aquí.
Brennan: ¿Puedo verte?
Eres malo para él.
Peligroso, para él y por él.
Yo: Voy en camino.
CAPÍTULO VEINTIDÓS
Brennan
Entonces
Traté de caer en mi rutina, pero no puedo pasar de la
primera asanas Mi trabajo de respiración está arruinado. Mi
enfoque está arruinado. Mi mente vuela de pensamiento en
pensamiento. El presidente Kirilov y sus amenazas. la ONU
Mi discurso ante el Consejo de Seguridad mañana.
Reese.
Siempre Reese.
¿Nuestra despedida en el Balcón Truman fue un adiós
para siempre? ¿Fue eso? 320
Nos unimos como el viento, deslizándonos en la vida
del otro. Él ya era mi adicción antes de cruzar la línea -
cruzamos una docena de líneas- pero ahora sé a qué saben
sus labios y cómo se siente su cuerpo.
El control que he construido en dos décadas se ha
desvanecido. La disciplina, desaparecida. Las inhibiciones,
desaparecidas. No puedo despejar mi mente ni por un
minuto. Reese siempre está ahí, y mi corazón se vuelve
loco, mis pulmones tartamudean, mis palmas pican y el
hambre dentro de mí explota.
Quiero los besos de Reese y su toque. Lo quiero sobre
mí, debajo de mí, rodeándome. Sus brazos rodeándome
para que no haya nada más que él.
Y lo quiero a mi lado. En el sofá mientras nuestros
dedos se enredan y hablamos durante horas, o en la cocina
mientras cocino para los dos. Mirando la lluvia, o corriendo
juntos, o sentados en la niebla. Me siento completo cuando
está cerca, como si llevara un pedazo de mí. Antes de
conocernos, había un vacío en mi vida, pero ahora…
Los golpes en mi puerta rompen mi ensoñación. Le
envié un mensaje a Reese hace cuatro minutos. Podría ser
él. También podría ser cualquiera de mi personal. Valerie
Shannon, con otro mensaje de los británicos o los
alemanes, los franceses o los finlandeses. Mi redactor de
discursos, aquí para afinar otra media docena de palabras
en el discurso de mañana. Dean McClintock, con noticias de
una pesadilla que se desarrolla en Ucrania o en lo más
profundo de Rusia.
321
Han lanzado. Tenemos veinte minutos, Sr. Presidente.
Respiro profundamente. Le dije a mi personal que se
tomara la noche. Hemos estado trabajando duro durante
meses, y nunca más que en las últimas semanas, tratando
de construir esta alianza a través de la cena de estado, y
ahora aquí en la ONU. Tómate la noche y descansa.
Traté de seguir mi propio consejo, pero…
Reese se asoma a la puerta, con los ojos brillantes,
una sonrisa pequeña y tenue, una mano apretando el
marco de la puerta y la otra enterrada en el bolsillo del
pantalón de su traje. —Hey.
Lo hago pasar a mi suite. Mi dormitorio está a la
izquierda, y a la derecha, Shannon y Matt han instalado
una mesa de trabajo temporal. Los espacios vacíos revelan
el lugar dónde sus ordenadores portátiles caen en las pilas
desordenadas de carpetas, borradores de discursos, notas
escritas a mano y horarios reescritos.
Reese se para detrás del sofá de dos plazas en el
centro de la sala de estar de la suite. Sus ojos van de una
pared a otra mientras sus dedos juegan sobre la costura
donde la tela se une a la madera pulida. —Pensé que
estarías relajándote. Haciendo yoga.
—Lo intenté. No podía concentrarme.
—No recuerdo que una colchoneta de yoga haya
estado en tu hoja de equipaje.
Todo lo que llevo, a donde quiera que vaya, es
revisado y revisado por el Servicio Secreto. Una esterilla de
yoga se hubiera notado. Comentado.
Mi yoga es solo mío, algo que nunca he tenido que 322
compartir con los medios. Sacudo la cabeza. —Sin
colchoneta. Me he entrenado para practicar en cualquier
espacio en el que me encuentre. O lo he intentado—. Mi
concentración se ha ido esta noche.
—¿Nervioso por lo de mañana?
—Mañana y otras cosas.
El silencio desciende como un cuchillo.
Sus ojos se posan en los míos. Estoy a su lado en el
respaldo del sofá, y si estiro un poco la mano, las yemas de
mis dedos podrían cepillar los planos de su estómago. Está
aquí, y está tan cerca. Este es el peor tipo de felicidad,
tenerlo aquí y no poder alcanzarlo. Es una tortura haber
deseado y anhelado y haber probado todo, solo para estar
atrapado en este pantano incierto.
—¿Hay algo que pueda hacer? —Su voz es como agua
profunda, como vetas de oro en tierra ennegrecida.
Bésame. Tómame en tus brazos. Dime que no lo decías
en serio cuando dijiste que te tenías que irte.
Se aclara la garganta. —¿Ayudaría si tuvieras a alguien
con quien hacerlo? Tu yoga, quiero decir.
Parpadeo para volver a la realidad, a este momento y
a Reese. Yoga. Correcto. Se muerde el interior del labio,
vacilante de una manera que nunca había visto antes.
Manteniendo la distancia entre nosotros, aunque estemos a
centímetros de distancia, lo suficientemente cerca como
para sentir el calor del otro.
—Nunca lo he compartido con nadie. Bueno, excepto el
vídeo que te envié.
323
Sonríe.
—Te mostraré algunas asanas. Probablemente
necesitarás quitarte la chaqueta. Tendrás que moverte con
más facilidad.
Asiente y se quita la chaqueta, luego comienza a
quitarse el arsenal que lleva en su cinturón. Un par de
esposas, su bastón plegable, tres cargadores de munición
de repuesto, su radio y auricular. Deja su arma enfundada
en su cadera, pero se desabrocha los primeros botones de
su camisa de vestir y se la tira sobre su cabeza. —
¿También me quito los zapatos?
Estoy descalzo y los dedos de mis pies se clavan en la
alfombra. —Será más fácil para ti si lo haces.
Se quita los zapatos y los calcetines, y entonces se
para frente a mí solo con los pantalones del traje, la
camiseta y el arma enfundada.
Empezamos con el adho mukha svanasana34. Le
muestro como colocar las manos y como presionar contra el
suelo con las yemas de los dedos y los talones para aliviar
el peso de sus muñecas y tobillos.
—Presiona tus caderas hacia el techo. Intenta alargar
tu columna.
Levantamos las caderas juntos, uno al lado del otro
detrás del sofá. Sus piernas son largas y rectas, y los nudos
de su columna se elevan a través de su camiseta.
Quiero pasar mi mano por su espalda. Deslizar mis
labios por su espalda. Apoyar mi mejilla en su hombro
mientras envuelvo mis brazos alrededor de su cintura.
324
Sus ojos se encuentran con los míos.
—Respira profundamente durante cinco segundos.
La postura requiere diez segundos de trabajo de
respiración constante, pero si puedo conseguir cinco
segundos con él a mi lado, me proclamo vencedor.
Desde allí, lo guio hacia el ardha kapotasana35. —
Levanta tu rodilla izquierda hacia tu pecho, luego bájala al
piso como si estuvieras a punto de sentarte con las piernas
cruzadas.
34
35
Se lo demuestro. Sus labios se separan cuando me
muevo, sus ojos pegados a mi muslo flexionado.
Su movimiento es inestable y se tambalea, casi se cae,
pero consigue bajar la pierna, la dobla y la coloca frente a
él.
—Ahora baja lentamente todo lo que puedas. —
Termino en los splits, una pierna estirada detrás de mí, la
otra doblada adelante, mi espalda recta con mis manos
apoyadas en mi tobillo.
—Vaya. —Está congelado, medio abajo, medio arriba,
como un papel arrugado a punto de volcarse con el viento—
. Merde, eres flexible.
Sonrío. —¿Cuánto puedes bajar?
—En ningún lugar cerca de eso. 325
—Intenta tumbarte hacia adelante. Dobla la pierna de
atrás si es necesario, como un molino de viento.
Él asiente y, con cuidado, se baja. Ambas rodillas están
dobladas, pero sus caderas están planas, y está boca abajo
y acostado sobre su rodilla. —Dios, puedo sentir cómo se
estiran cosas que nunca supe que podría estirarse. —Su
voz es casi un gemido.
—Realmente abre los glúteos y la espalda baja.
Sus ojos parpadean y, de nuevo, se deslizan sobre mí,
deteniéndose en mis caderas, mis piernas, mi culo. Cierra
los ojos y gira la cara hacia la colchoneta. —¿Cuántas
respiraciones?
—Diez.
Respiramos juntos, inhalando y exhalando con la
misma cadencia. Su cabello cae hacia adelante,
oscureciendo sus ojos. Debería centrarme en mi trabajo de
respiración y la conexión a tierra de mi cuerpo, pero no lo
hago. En lugar de eso, mi mirada vaga hacia Reese. Sobre
el apretado algodón sobre sus omóplatos y la forma en que
su camiseta se levanta en la espalda, revelando la piel
suave y oculta allí. Sus pantalones de traje están tensos,
apretados alrededor de sus muslos y su culo redondo y
firme, y…
Aprieto los dientes y cierro los ojos. —Está bien, vamos
a estirar eso.
En el utthita ashwa sanchalanasana36, una estocada
hacia adelante con los brazos extendidos sobre la cabeza.
El alargamiento después de hacer un giro brusco bien
puede ser un apuro, y siempre siento que mis piernas están
326
más largas y mi espalda más recta. Me estiro, la barbilla
levantada, los ojos cerrados…
Reese tropieza. Sus piernas están temblando, y su
centro de gravedad esta desviado. Sus brazos se agitan,
casi como un molinete, y entonces cae sobre mí.
Mis brazos lo envuelven y lo atraen mientras caemos,
golpeando suavemente la alfombra en una maraña de
miembros. Está medio debajo de mí, con un brazo a mi
alrededor en un gesto protector instintivo, con un muslo
deslizado entre los míos como si estuviéramos a punto de
luchar. Cuando aterrizamos, rueda, me empuja hacia la
36
alfombra y se cierne sobre mí. Pechos juntos, su brazo
debajo de mí, mi muslo presionado contra su cadera.
El tiempo se detiene.
Mis dedos se deslizan por su cabello. Los mechones
pasan por mi palma y luego caen, volviendo a caer sobre su
frente. Dudo y luego acuno su mejilla en mi mano.
No quiero luchar contra esto. Quiero rendirme Quiero
vivir fuera del tiempo, donde Reese y yo podamos
enamorarnos, y el beso que tan desesperadamente quiero
de él no esté lleno de consecuencia. Quiero ser alguien que
no soy, alguien que pueda amar al hombre que necesito.
Me mira fijamente, con las pupilas dilatadas, los labios
entreabiertos, la respiración entrecortada y acelerada. Su
mano se eleva, se detiene y luego agarra mi muñeca. ¿Me
va a alejar?
327
Se gira con un suspiro y roza con sus labios la parte
interna de mi brazo, deslizando su mano hacia arriba hasta
que sus dedos se enredan con los míos. —Brennan.
No hay nada más que este momento. El latido de mi
corazón y su pulso. La profundidad de su mirada, tan
profunda y oscura que siento que estoy cayendo en él. Lo
estoy haciendo. Ya me estoy enamorando Reese.
Me estoy enamorando de ti.
Nos movemos al mismo tiempo, como si estuviéramos
pensando lo mismo en el mismo momento. Él se inclina y
yo levanto la cabeza. Mantenemos los ojos abiertos,
mirando fijamente, hasta que nuestros labios se encuentran
y se funden.
Reese gime. Cierra los ojos y me enjaula en el suelo.
Sus rodillas aterrizan en el exterior de mis caderas. Mis
brazos serpentean alrededor de su cuello, y mis manos se
pierden en su pelo. Nuestras narices se rozan. Pone su
cuerpo sobre el mío, presiona sus caderas contra las mías.
Arrastra su polla dura, encerrada en los pantalones de su
traje, por la mía, atrapada en mis leggins.
Jadeo, y él la toma dentro de sí en otro beso. Me
rodea, por dentro y por fuera, consumiéndome. Presiona su
frente contra la mía, con una mano acunando mi
mandíbula.
El musculo de su mejilla se dispara. Sus paredes han
bajado, y lo veo todo. El deseo que probe en él. La
electricidad que nos une y que se desató en el primer
momento en que nos vimos. Una cautela casi debilitante. Y
la esperanza, ese peligroso infierno, que surge de él,
328
aunque intente sofocarlo.
—¿En qué estás pensando? —Mi voz es gruesa y
pesada.
—En cosas que no deberían, mon cher.
Ríndete conmigo. Ríndete a nuestra conexión y al amor
que podemos construir entre nosotros. Estamos en una
encrucijada, y una opción lleva a una vida juntos mientras
que la otra es solo una soledad asfixiante.
—Brennan, necesito ser más fuerte que esto. Es mi
trabajo protegerte…
—Tú no eres un peligro para mí. No hay nada de lo que
protegerme. Podemos hacer que esto funcione, Reese. Sé
que podemos.
Sus ojos se cierran de golpe. Arrastro mis manos hacia
su cuello, su cara. Lo sostengo contra mí. —Este es
exactamente el lugar al que pertenezco. Aquí, contigo.
Sus ojos se abren y me besa.
Me besa como el sol besa la tierra cuando sale. Lento,
un despliegue de calidez, de luz juguetona y toques de
calor. Y luego, todo de una vez, brillante y caliente y
quemando todas las dudas. Nos juntamos como si fuera el
destino, como si siempre hubiera estado destinado a
besarlo y él siempre hubiera estado destinado a besarme.
Ahora estamos más allá de la razón. Me agarra de la
camisa, tirando de ella hacia arriba, con las manos
explorando mi estómago y mi pecho. Mis labios recorren su
mandíbula, su cuello. Entierro mi cara en el hueco de su
garganta. 329
Esto va a pasar. No hay nada que nos detenga, no esta
vez.
Nos revolcamos, nos besamos, nos desnudamos
mutuamente. Él está encima, y yo le tiro de la camiseta por
encima de su cabeza y luego entierro mi cara en su pecho,
besando mi camino de pezón a pezón. Mordiendo la curva
de su pecho y bebiendo su gemido. Me abraza a él y jadea
mi nombre. Mi pierna envuelve su cintura, y me aprieto
contra él, con la polla tan dura que…
Volvemos a rodar, y yo estoy encima, y él está
frenético. Me quita la camiseta, sus manos siguen la tela, y
me tocan por todas partes. Mi cabeza cae hacia atrás y dejo
de respirar cuando sus labios se cierran alrededor de mi
propio pezón. Cuando lo muerde. Cuando besa el dolor y
luego entierra su rostro en la piel de mi pecho.
De alguna manera, nos levantamos del suelo y nos
besamos hasta llegar a mi dormitorio. Nuestras manos no
se separan, y tampoco nuestros labios
La parte posterior de mis piernas choca con el borde
del colchón y caigo sobre la cama mientras me arrastro por
el cuerpo de Reese. Su polla está dura contra la bragueta
de su traje, haciendo fuerza en la hebilla.
Empujo mi cara contra su bulto, respirando sobre la
cabeza de su polla cubierta de tela. Jadea mi nombre
mientras sus uñas se clavan en mis hombros.
En un momento, tengo su cinturón desabrochado, su
bragueta desabrochada. Fijo mi mirada en la suya mientras
engancho mis pulgares en la cinturilla de su ropa interior.
Sus labios se separan y asiente.
330
Tiro
Su polla se libera.
Justo en frente de mi cara.
Mi boca está sobre él, chupando, tragando. Gimo, mis
ojos se cierran, mis manos agarran sus muslos y su culo
mientras lo devoro. Me encanta su sabor, su calor, la
pesadez en mi boca. Lo quiero así todos los días. No puedo
tener suficiente, nunca tendré suficiente.
Está maldiciendo, sus uñas se clavan en mis hombros
y bíceps con la suficiente fuerza como para saber que
mañana tendré marcas. Marcas de media luna, moretones
que me recuerdan a Reese.
—Para —jadea—. Para, Brennan. Merde, demasiado.
Me retiro. Me chupo los labios. Vuelve a maldecir.
Me arrastro de nuevo sobre el colchón, mis dedos se
enganchan en la cintura de mis leggins para correr. Ya
están bajos en mis caderas, rebajados escandalosamente
cerca de revelar el final de mi rastro feliz. Sus ojos se fijan
en mis manos, en lo que estoy a punto de hacer. Su polla
está reluciente. Mojada por mí, por mis labios, por mi boca.
Tal vez una pequeña provocación. Arrastro mi mano
desde mi cintura hasta mi pecho, jugando sobre mi piel.
Dibujando pequeños círculos sobre mis abdominales y mis
costillas y luego toca mi pezón mientras me mira.
Deja de respirar.
Gimo su nombre. —Reese…
Vuela sobre el colchón y toma mis leggins con ambas 331
manos, como si estuviera a punto de arrancármelas. Está
sobre mi rodeándome de nuevo, su presencia me aplasta y
me roba el aliento. Me agarro a sus hombros, me aferro a
sus brazos.
Él espera.
Me toca asentir.
Reese me quita los leggins lentamente. Levantando mi
pie y despojándome de cada pierna, luego me separa,
abriéndome.
Estamos desnudos. Ambos estamos desnudos, en mi
cama. Reese observa cada parte de mí, desde los dedos de
mis pies hasta mis pantorrillas y mis muslos temblorosos.
Mi polla dolorida, que ya gotea un rastro de presemen. Mi
pecho y mis brazos. Sus ojos se arrastran hacia los míos.
Envuelvo mi pierna alrededor de su cintura y presiono
mi talón contra la parte baja de la espalda de Reese. Lo
atraigo hacia mí.
Reese se desliza sobre mí. Pecho con pecho, vientre
con vientre, muslo con muslo. Su pelo me hace cosquillas.
Sus músculos me acarician. Me besa dulcemente, una, dos
veces.
Y entonces deja caer sus caderas y muele su polla
contra la mía.
Gime y entierra su cara en un lado de mi cuello. Me
arqueo, con sonidos sin sentido que estallan en mí. Puedo
correrme así. Solo así.
Sus manos están por todas partes, tocándome como si
no tuviera suficiente con mi cuerpo. Entrelaza nuestros
dedos y luego me besa la mandíbula, la garganta y la
332
clavícula antes de empezar a recorrer mi pecho. Besos
húmedos y lentos aterrizan en cada uno de mis pectorales
y luego bajan hasta mi ombligo. Desciende.
Me mira a los ojos, justo cuando envuelve sus labios
alrededor de mi polla y me lleva a su boca.
Puedo decir que es su primera vez. Está nervioso, pero
también entusiasmado. Me chupa lo más profundo que
puede, las mejillas se hunden mientras su lengua se desliza
por la parte inferior. No puedo respirar.
Pero quiero más, y lo arrastro de vuelta a mis brazos.
Me acaricia la sien y susurra mi nombre en mi oído. Lo
quiero todo. Quiero todo de este hombre, y quiero darle
todo de mí.
Nuestros labios se encuentran como si nos
estuviéramos haciendo promesas el uno al otro que no
podemos decir en voz alta. Nuestras manos se enredan de
nuevo, sujetándose. Aférrate a mí para siempre.
Me muevo, maniobrando las caderas de Reese contra
las mías, poniendo un muslo alrededor de su cintura.
Nuestras pollas se deslizan juntas, y yo tartamudeo,
tropiezo, mi mente se queda en blanco mientras nuestro
beso se profundiza. No, más. Quiero más. Me muevo de
nuevo, hasta que…
La polla de Reese se desliza detrás de mis bolas y
entre mis nalgas, bombeando en el apretado calor de mi
agujero.
Gimo y él se pone rígido. Se queda quieto, sus ojos
vuelan hacia los míos mientras rompe nuestro beso. — 333
¿Estás seguro?
—Dios, sí. Te deseo. —Dudo—. Solo si tu…
Los labios en los míos, robando el aire de mis
pulmones. —Te quiero —suspira en mí—. Pero no quiero
lastimarte.
—No lo harás.
—¿Cuánto tiempo ha pasado?
Años. Décadas. Pero no importa. No respondo, sólo lo
beso de nuevo. Él gime. —Brennan…
—Por favor. —Soy tuyo. Soy tuyo para siempre.
Tómame por favor.
Nuestros ojos se mantienen mientras él presiona dos
de sus dedos en mis labios. Los chupo, girando mi lengua
sobre ambos, empapándolos y cubriéndolos con mi saliva.
Desliza sus dedos hacia mi culo. Rodea mi agujero
antes de introducir uno.
Mi boca se abre en un grito silencioso.
Me besa con fuerza y luego desaparece, alejándose tan
rápido que me quedo agarrando al aire vacío. Jadeo y me
tambaleo hacia el lugar donde solía estar, observándolo
mientras se precipitaba hacia mi baño.
Golpeando en el mostrador. Botellas volcadas.
Me doy cuenta. Ya ha hecho esto antes. No con un
hombre, pero lo sabe, al menos, la mecánica de lo que
estamos a un punto de hacer. 334
Vuelve un momento después, agarrando lo más
parecido a un lubricante que tengo aquí: una botella de
loción de hotel. Lo tira al colchón y me toma en sus brazos
como si se hubiera ido por años y no un puñado de
segundos. Rodamos, con los brazos alrededor del otro, mis
piernas apretadas alrededor de su cintura, hasta que estoy
encima. A horcajadas sobre su vientre, con su polla
goteando presemen contra mi nalga.
Toma mi mano entre las suyas y me besa los dedos. La
tapa de la loción se abre detrás de mí, fuerte como un
disparo. Me caigo hacia adelante, con mis brazos
aprisionando a Reese esta vez. Nos besamos, oh,
lentamente, mientras él presiona un dedo resbaladizo en mi
agujero de nuevo.
—¿Esto está bien?
Asiento. Mis labios se arrastran sobre los suyos.
Un dedo, dando vueltas dentro de mí.
Gimoteo. Arqueo la espalda. Me balanceo en su
contacto.
Dos dedos, abriéndome.
Me follo sobre él. Siente su pulgar jugando en el borde
de mi agujero.
Abre mis mejillas mientras lo beso como un animal
salvaje. Un fuego líquido me atraviesa. Un relámpago
crepita a través de mis nervios
Tres dedos.
Echo la cabeza hacia atrás y grito. Me voy a correr, me
voy a correr exactamente así. Me agarro la polla y aprieto, 335
desesperado por aguantar.
Nos unta de loción, tanto que los sonidos húmedos y
resbaladizos son obscenos mientras mete y saca los dedos
de mí y sobre sí mismo.
—¿Estás listo? —Su voz es oscuridad y llama. Una
chispa a medianoche, encendiendo un fuego salvaje.
Hambriento.
No puedo hablar Asiento.
Me extiende. Mis brazos tiemblan mientras me
sostengo, ambas manos en el pecho de Reese, empujando
mis caderas hacia atrás hasta que…
La polla de Reese, caliente, dura y gruesa, presiona
contra mi agujero.
Está jadeando. Me mira fijamente. Me mirando
fijamente de nuevo, como si pudiera leer mi alma.
Le devuelvo la mirada.
Placer al rojo vivo. Presión. Dolor, por supuesto,
porque es grande. Grito, y Reese se queda quieto, sus
manos agarrando mis caderas con tanta fuerza que puedo
sentir sus huellas dactilares incrustándose en mis huesos.
—No te detengas.
—¿Estás…?
—No pares, Reese.
No lo hace. Mi cuerpo lo acoge, centímetro a
centímetro. Mis dedos se aprietan en los músculos de su
pecho. Reese jadea, sus piernas tiemblan, y una mano
vuela hacia la sábana, apretando la tela mientras gime mi
336
nombre.
Entonces está dentro de mí. Todo dentro de mí.
No puedo respirar, y él tampoco. Mis muslos se
aprietan alrededor de sus caderas. Arranca la sábana de la
esquina de la cama. Su polla se estremece. Lo siento por
todas partes.
Me muelo lentamente. Muevo mis caderas. Reese
gruñe, y entonces él empieza a moverse. Agonizantemente
lento, tan lento que creo que moriré. Es suave, más de lo
que quiero que sea. Quiero sentirlo, ahora, mañana y
pasado mañana. Quiero sentir su forma de hacer el amor
durante días. Quiero que se labre un lugar permanente
dentro de mi cuerpo. Quiero que me haga el amor para
siempre.
Lo beso y siento que algo dentro de él se rompe. La
dulzura cede, se convierte en empujes más duros y
profundos. Cada uno de ellos provoca un jadeo en mi.
Más. Necesito más. Lo necesito todo. Lo cabalgo
empujón a empujón, acelerando, persiguiendo este
momento, persiguiendo el fuego que está avivando dentro
de mí. Sus manos se deslizan por mis muslos y sobre mis
costillas y mis pectorales y bajan hasta mis manos, donde
entrelaza nuestros dedos y los aprieta. Me envuelve con
mis brazos alrededor de mi propia espalda, envolviéndome
mientras se levanta, hasta que está sentado y
sosteniéndome en su regazo. Entierra su rostro en mi
pecho, jadeando una mezcla de mi nombre, maldiciones y
ruidos desesperados…
Toma mi cara entre sus manos y me besa antes de
337
rodar y ponerme de espaldas, con su polla aún enterrada.
Toma mis piernas en sus manos y las levanta hacia sus
hombros y luego se agarra el borde del colchón sobre mi
cabeza. Estoy doblado por la mitad, con la espalda fuera de
la cama. Suspendido por él.
Y así, él va aún más profundo.
Soy desvergonzado, suplicando por más. Más de él.
Cada presión de nuestros cuerpos está desdibujando los
límites entre nosotros, hasta que una parte de él parece
deslizarse dentro de mí y quedarse.
Me besa como si recogiera cada jadeo y cada gemido.
Me aferro a él, a sus bíceps y a sus hombros, mi agarre es
tan feroz que estoy dejando moretones. Nuestras pieles
empapadas de sudor chocan entre sí. Me está golpeando,
más fuerte, más rápido, clavándose en mí, con una mirada
casi aterrorizada…
Reese ruge, bramando mi nombre, empujando
mientras su polla se hincha y el calor líquido pulsa dentro
de mí y alrededor de mi agujero. Mi espalda se arquea, y
me aprieto contra él, contra su semen, contra su polla, y
me acaricio mientras lo beso y saboreo la forma en que sus
labios forman mi nombre y luego “Mon cher” y “Je t'aime”…
Me deshago.
Seguimos, como si pudiéramos hacer el amor para
siempre sin parar. Las réplicas resuenan durante varios
minutos. Me estremezco sobre su polla. Reese sigue
empujando, lenta y suavemente, intentando prolongar mi
placer.
Finalmente, nos derrumbamos, Reese se inclina hacia
338
un lado y me arrastra con él. Estamos de lado, uno frente
al otro, tocándonos desde la clavícula hasta los dedos de
los pies.
Nuestros besos se ralentizan y se convierten en
sonrisas a medida que el cansancio se apodera de nosotros.
Sus dedos recorren la longitud de mis brazos, giran en
círculos sobre mis costillas y mis huesos de la cadera.
—Me encantan tus piernas —susurra—. ¿Tienes idea de
lo sexy que eres?
Suspiro en su cuello. —¿Por qué no me lo dices?
Se ríe. —Voy a adorar tus piernas con mi boca. Besar
cada centímetro.
—¿Solo mis piernas?
—Ahí es donde voy a empezar. —Él sonríe, y yo me
derrito en él otra vez.
Nuestros párpados caen y los parpadeos se hacen más
largos. Seguimos besándonos, acariciándonos, enredados el
uno en el otro. Lo oigo susurrar "Mon amour" y siento sus
labios contra mi cabello, y luego…
El sueño me reclama.
339
CAPÍTULO VEINTITRÉS
Reese
Entonces
Estoy aturdido. Normalmente me despierto totalmente
alerta. La ventaja de este trabajo. Ahora me siento como si
estuviera saliendo de la hibernación. El sueño se aferra a
mí. El sueño, y la aniquilación que sigue a una noche de
sexo absolutamente increíble…
Mis ojos se abren de golpe.
Brennan yace a mi lado en la cama. Puedo ver un ojo
azul claro y la curva de su sonrisa por encima de una nube
de algodón blanco. Está jugando con mi pelo. La sábana 340
está agrupada en su cintura, mostrando la amplia extensión
de su pecho desnudo, y hay un moretón, una marca de
mordisco, en su pecho debajo de la clavícula.
Merde.
Después del primer asalto, dormitamos hasta las dos
de la mañana, cuando nos despertamos con las manos y los
labios moviéndose el uno sobre el otro. Un momento
después, estaba dentro de él. Fue más lento, más suave, y
me corrí profundamente dentro de él mientras nos
besábamos sin aliento.
Volvimos a hacer el amor una hora más tarde, esta vez
con Brennan encima, con las manos entrelazadas, la
habitación completamente a oscuras salvo por el reflejo de
Manhattan en los ojos de neón de Brennan. Podría haber
durado un minuto o una hora o un siglo. Lo único que podía
sentir era él.
—Días —dice en voz baja. Afuera todavía está oscuro.
El horizonte de Manhattan está empezando a cambiar de
índigo a azul claro—. Te estaba viendo dormir. —Se acerca,
hasta que compartimos la almohada. Nuestros cuerpos se
funden, su calor -su dureza- contra mi muslo desnudo. Se
me escapa un gemido bajo.
Captura mis labios mientras toma mi cara en su palma.
No debería hacer esto. No, no debería volver a hacer esto,
pero Brennan tiene una forma de hacer que el resto del
mundo parezca insignificante, como si lo único que
importara fuéramos él y yo y los ángulos de nuestros
cuerpos.
Así que estoy allí con él, besándolo mientras lo hago 341
rodar sobre su espalda y lo cubo con mi cuerpo. Me mira a
los ojos y yo le devuelvo la mirada, y no hay forma de
ocultar lo que estoy haciendo ahora. Me estoy follando al
presidente.
Mi orgasmo me asalta sigilosamente. Muerdo su
hombro para amortiguar mi gemido, y un momento
después, él hace lo mismo. Nuestro semen se mezcla en
nuestra piel, y nos derrumbamos en un montón de
miembros sudoroso y besos lentos con la boca abierta.
Por un momento de pereza, después del orgasmo,
quiero quedarme aquí e ignora al mundo, quedarme en la
cama y hacerle el amor todo el día. Olvidar la ONU,
olvidar…
Arrête-toi37.
Vuelve a chocar contra mí, las líneas que he cruzado,
borradas, -y lo absolutamente jodido que estoy. Lo jodidos
que nosotros estamos.
Merde, ¿qué estoy haciendo? No, ¿qué he hecho?
El cielo afuera está cambiando, ahora lila y rosa con
hilos de fuego anaranjado. El amanecer ya casi está aquí.
Dos pisos más abajo, el centro de mando está cobrando
vida, el turno de noche cambia de lugar con el de la
mañana. Se supone que debo estar allí ahora mismo,
informando a todo el equipo sobre el programa del día.
Movimiento de POTUS a la ONU a las diez, sesión del
Consejo de Seguridad hasta las 15:00. POTUS al helipuerto
de Midtown a las 15:30, ruedas arriba en el Air Force One a
las 16:45. ETA en la Casa Blanca 18:40.
342
Se supone que debo estar al lado de Brennan durante
todo eso, como si no hubiera pasado la noche haciendo el
amor en su cama.
La estática crepita a través de mi radio, abandonada
en medio de su suite cerca de mi chaqueta y el resto de mi
equipo.
—Ellis a Theriot, ¿cuál es su ubicación, cambio?
Joder. Es Henry en un canal privado. No puede
encontrarme. Por supuesto.
Me levanto de la cama y corro por la suite. Desnudo,
cojo la radio y me coloco el auricular. —Aquí Theriot.
—Uhh, ¿se está retrasando esta mañana, jefe?
37
Para
—Sí. Dame cinco.
—Entendido.
Mi ropa está por todas partes. Los pantalones del traje
junto a la cama. La camisa en la esquina. Agarro cada una
y me visto tan rápido como puedo. Todo está arrugado, con
el mismo aspecto que si hubiera pasado la noche hecho un
ovillo en el suelo.
No tengo tiempo para ducharme. Dios, necesito una,
porque huelo a sexo y a Brennan. Y cuando me miro al
espejo, es obvio lo que he hecho. Estoy desaliñado, la
barba demasiado larga, el pelo con ese despeinado de
recién jodido.
Peor aún, lo que he hecho está prácticamente tatuado
en mi frente: Me he follado al presidente.
343
Brennan aparece detrás de mí en el espejo. Me aprieta
los hombros y me besa la mejilla. Sonríe. Está feliz. Le sale
en olas.
Un sudor frío me eriza la piel.
—¿Puedo verte más tarde? —pregunta mientras me
pongo el cinturón y las esposas, la radio, la porra, los
cargadores de repuesto y la linterna.
No puedo mirarlo a los ojos, ni siquiera en el espejo. —
Los dos tenemos el día completo.
—No me lo recuerdes. —Su sonrisa se convierte en una
mueca—. Le estoy pidiendo al mundo una guerra. —
Suspirando, apoya su frente en mi cabello y cierra los ojos
mientras sus brazos se enrollan alrededor mi cintura—.
Espero estar haciendo lo correcto.
Mi corazón se rompe. No quiero dejarlo, y menos así.
Apoyo mis manos sobre las suyas y él entrelaza nuestros
dedos.
Pero tengo que irme, ahora. Mis cinco minutos están
en cuenta regresiva. Tengo que hacer algo con mi traje,
lavarme la cara, cepillarme los dientes. Intenta quitarme el
olor a sexo.
Me acompaña hasta su puerta. Maldita sea, no pensé
en los agentes apostados en los extremos de su pasillo.
Compruebo mi reloj de nuevo. Es el cambio de turno, y por
una vez, espero que mi la gente esté distraída. Que pueda
jugar con eso, pasar bajo el radar.
No puedo irme sin arrinconar a Brennan contra la
pared y besarlo hasta que casi se me doblan las rodillas.
Dios, lo deseo tanto. Mueve sus caderas contra las mías y 344
yo gimo...
Rompo el beso y me alejo suavemente. Tengo que
hacerlo, o nunca saldré de aquí. —Lo vas a hacer muy bien.
Me mira como si yo fuera la razón por la que su mundo
gira.
Es hora de irse, antes de que haga esto peor de lo que
ya es. Si eso es incluso posible.
Salgo y cierro la puerta. Lo oigo apoyar la mano contra
el panel como si estuviera tratando de alcanzarme.
El suelo se desmorona con cada paso que doy.
Deberías haberte alejado de él.
Se suponía que debías protegerlo de todo.
Especialmente de ti mismo.
Eres malo para Brennan Walker.
Corro por el pasillo tan silenciosamente como puedo
moverme. Uno de los agentes de Nueva York está en el
puesto del ascensor, alguien a quien solo he visto en las
esquinas y en las salas de reuniones en la oficina de
Brooklyn. Educo mi expresión y me adelanto a él para
llegar al hueco de la escalera.
—Señor —dice.
—Días. —La puerta de la escalera se cierra de golpe
con la última sílaba.
Subo las escaleras de dos en dos, mi mano tiembla al
rozar la barandilla.
Entonces se estrella contra mí, solo en el hueco de la
345
escalera de hormigón. Choco contra la pared, me deslizo
hasta quedar de rodillas y mi mano se cierra en puños
frente a mi boca para cubrir mi gemido. Estoy
hiperventilando.
Acabo de hacer lo que juré que nunca, jamás haría.
He puesto a Brennan en peligro.
Brennan bajo fuego en los medios, la prensa gritando
preguntas sobre mí mientras cuestionan su juicio. Críticas
mordaces en la televisión y en los periódicos. Los números
de las encuestas de desploman. El Congreso inicia
investigaciones, citando a mis agentes, citando al personal
del presidente, citando a Brennan.
La condena de mis agentes y del Servicio. ¿Quién lo
sabía y cómo? ¿Quién sospechaba? ¿Quién guardó silencio
y quién lo facilitó?
No solo me he jodido a mí mismo, sino a todos. Todos
serán destruidos. Henry y Sheridan. Nuñez y Roberts y
todos los que estaban en el Air Force One ese día, o que
nos han visto correr juntos. ¿Qué viste? ¿Y no informaste
de este comportamiento sospechoso?
Estará en todas partes. La caída, la ruina del Servicio
Secreto.
“Digno de confianza.” Eso es lo que dice mi placa. Con
una noche, he destruido cien años de reputación y honor
del Servicio.
Bien hecho, Reese. La has jodido tanto como has
podido.
346
Las reverberaciones de anoche van a hacer eco en
todo el mundo si esto sale a la luz. Todo lo que Brennan
espera lograr, todo lo que está trabajando tan duro para
lograr, se habrá ido.
Antepongo mis propios deseos a todo, absolutamente
todo. Por delante de la nación y del mundo.
¿Quién diablos me creo que soy?
Voy a vomitar.
Vomito en las escaleras, la bilis y las arcadas me
desgarran las entrañas. Me sorprende no ver sangre. Hay
suficiente agonía dentro de mí que algo debe estar
irreparablemente roto.
—Ellis a Theriot.
Joder. Han pasado seis minutos desde que le dije a
Henry que estaría allí. Me limpio la boca con la manga y me
obligo a ponerme de pie. —Estoy en camino.
Salgo disparado de las escaleras en mi piso y corro a
mi habitación. En treinta segundos, meto la llave en la
puerta, arranco un traje nuevo de mi armario, y abro los
grifos. Me doy un baño de puta, arrastrando una toallita por
mis axilas y bajando por mis muslos y alrededor de mi
polla. Huelo a Brennan por todas partes. Está
profundamente en mi piel, en mis manos, en mi cabello y
en mis labios.
Hago gárgaras con enjuague bucal mientras me paso
una navaja por la cara, escupo y luego me peino mientras
me pongo los pantalones nuevos. Diez segundos después,
vuelvo a salir por la puerta, abrochándome la camisa y
347
metiéndola en los pantalones mientras corro. Cualquiera
que me vea lo sabrá. Es obvio, claramente obvio, que estoy
saliendo a toda prisa de una noche pasada en la cama de
otra persona.
Por lo que, por supuesto, Sheridan es con quien me
encuentro en el hueco de las escaleras.
Él sale cuando yo entro, y casi chocamos. Mi corbata
aún está desabrochada, y mi cabello está húmedo por
donde pasé los dedos mojados en él. Todavía huelo a otro
hombre. Como Brennan.
Sheridan me estabiliza. Sus ojos están demasiado
abiertos, su rostro cuidadosamente en blanco. —Henry me
envió. ¿Estás bien?
—Si. —Intento no estrangularme con mi corbata. Mis
manos tiemblan violentamente—. Si, estoy bien.
Me mira fijamente.
—Vamos. —Le doy una palmada en el hombro y paso
junto a él. Después de un momento, lo oigo seguirme.
Espero un piso más abajo, sosteniendo la puerta para él.
Sheridan no me mira.
ME DESENTIENDO de los movimientos de la mañana.
No puedo enfrentarme a Brennan en este momento. No 348
después de hacer el amor con él toda la noche. No en
frente de mi equipo. Le doy a Henry el liderazgo, pongo a
Sheridan a su mano derecha.
En cambio, estoy en la ONU, coordinando la llegada de
Brennan en medio de la furiosa actividad que bulle detrás
de escena. Todo el mundo ya está tenso, con los nerviosos
a flor de piel tras la maniobra de los rusos y el peso de la
sesión de hoy. El aire retumba como una cuerda de guitarra
pulsada.
Evito a Brennan y al resto del destacamento cuando
llegan, moviéndome desde las cámaras del Consejo de
Seguridad hasta nuestro centro de comando móvil para
supervisar y luego volver a las cámaras. Aunque no estoy al
lado de Brennan, estoy observando cada uno de sus
movimientos. Mirando a todos los demás, también.
Creía que era protector antes, cuando solo era el jefe
del destacamento del presidente. Ahora he hecho el amor
con Brennan. Ahora soy el amante del presidente.
Ahora hay una ferocidad dentro de mí que es
abrumadora. Cegadora. Agonizante.
No entro en la sala del Consejo de Seguridad hasta que
todos han tomado sus asientos. Henry y Sheridan están es
sus puestos a lo largo de la pared, y me uno a ellos cuando
la sesión se llama al orden.
Henry me mira. Sheridan sigue sin mirarme.
Brennan se aclara la garganta. El mundo entero lo está
mirando. Está ahí arriba, delante de todo el mundo, con mi
semen en su cuerpo. Ni siquiera use condón. Me lo follé -al
presidente- a pelo.
349
Mis dientes raspan mi labio inferior. Puedo sentir su
cuerpo moverse contra el mío como un fantasma pisando
mi tumba.
Eres malo para Brennan Walker.
Me inquieto, golpeando mis manos contra la pared.
Henry me lanza miradas, cada vez más oscuras, hasta que
me clava el codo en el costado y se inclina. —¿Qué mierda
es tu problema? —sisea es mi oído—. Está a punto de
hablar.
El comienza…
—Damas y caballeros, miembros del Consejo de
Seguridad. Mis colegas jefes de gobierno y de estado. En
los setenta y cinco años de historia de este augusto
organismo, solo se ha convocado a los líderes de este
consejo en siete ocasiones. En cada una de ellas,
abordamos las amenazas más graves y significativas a las
que se enfrentaba nuestro mundo. Ahora, pido que este
organismo y la comunidad mundial se unan nuevamente.
»Durante la última década, Rusia ha infligido una
angustia y una miseria incalculable en Ucrania. Las
libertades individuales han sido sustituidas por el
autoritarismo. Los civiles han sido sometidos al terror y la
opresión. Millones de personas viven en la inanición y la
desesperación mientras Rusia bloquea la ayuda
humanitaria. Y ahora, tenemos testimonios de testigos
oculares de la limpieza étnica que está echando raíces
malignas.
»El presidente Kirilov ha dejado claras sus intenciones:
si no encuentra oposición, seguirá despreciando los
principios fundamentales del derecho internacional, y 350
continuará con su campaña de violencia, opresión, horror y
asesinato. Si Rusia y el presidente Kirilov no son detenidos,
miles de personas morirán y millones más sufrirán. La
humanidad tiene un ejemplo clarísimo de lo que sucede
cuando no se confronta a los hombres peligrosos que
intentan hacer el mal. En los años 1930, la indecisión a la
hora de intervenir condujo a las peores atrocidades de
nuestra historia moderna.
»En el pasado se han formado alianzas para proteger a
los pueblos vulnerables que luchan bajo el yugo de la
opresión y el terror. Las Naciones Unidas actuaron para
salvaguardar a los libios de una matanza planificada, y en
los Balcanes, las Naciones Unidas y las fuerzas aliadas de la
OTAN trabajaron juntas para proteger a los civiles de las
peores crueldades que puede desencadenar la guerra.
»Hoy, debemos volver a estar juntos. Esta comunidad
internacional debe unirse contra el desprecio desenfrenado
de Rusia por los derechos humanos y la vida humana, y
debemos hacer todo lo que esté a nuestra mano para poner
fin a este conflicto y salvar al pueblo de Ucrania. Nosotros,
como Estados individuales y colectivamente, como
organismo internacional, tenemos la responsabilidad de
proteger a las poblaciones de los crímenes de guerra, la
limpieza étnica y los crímenes de lesa humanidad. Ahora
está claro que debemos actuar.
»Con efecto inmediato, Estados Unidos y sus aliados
comenzaran a patrullar los corredores humanitarios sobre
Ucrania. Estos corredores asegurarán la entrega de
alimentos, combustible y suministros médicos, y actuarán
como garantías contra cualquier otro acto de limpieza
étnica. No nos quedaremos de brazos cruzados mientras
351
ocurren estas atrocidades.
»También estoy anunciando una nueva ronda de
sanciones, acordada a una sola voz por los EE.UU. y
nuestros aliados. A partir de hoy, todos -todos- los oficiales
del ejército de Rusia serán excluidos de la banca
internacional y el sistema financiero mundial. Su elección
de perpetuar esta guerra y permanecer en el campo de
batalla ha dejado a todos y cada uno de ustedes tan
aislados como sus líderes políticos.
»Debemos comprometernos, por completo, con la
promesa de 'Nunca más'. Si Rusia continúa burlando el
derecho internacional y persiste en cometer estos crímenes
atroces, entonces debemos enviar un mensaje inequívoco y
decisivo: sus acciones no serán toleradas. El mundo los
detendrá. No hay negociación cuando se trata de derechos
humanos.
Los aplausos se multiplican. En un cuerpo tan serio,
eso es inusual. La solemnidad de la cámara es casi
sacrosanta.
Brennan sigue hablando, pero no puedo estar aquí ni
un segundo más. No puedo escuchar estos aplausos.
Salgo de la cámara del consejo y voy al pasillo trasero.
Mi visión es borrosa. Mi corazón se acelera. No puedo
respira, no puedo jodidamente respirar…
—¡Reese! —Henry me sigue, gritando sobre la
multitud—. ¿Qué mierda te pasa? ¿Qué…?
—No puedo estar aquí.
—¿Qué mierda quieres decir?
352
—No puedo estar aquí, Henry. No puedo estar cerca de
él. No puedo. —Mis manos agarran mi nuca. Merde, mon
Dieu, joder, joder…
Henry me mira como si nunca me hubiera visto antes.
—He hecho algo terrible —me ahogo—. Lo he jodido.
Lo he jodido, tan mal.
Se queda quieto, y veo que se da cuenta.
Ha visto todo lo que he intentado ocultar, ha
desmenuzado mi mierda y me ha llamado la atención.
¿Confías en ti mismo? No, Henry, no lo hago. No puedo. Me
vio caer, pero incluso él pensó que era lo suficientemente
inteligente como para detenerme. No lo soy, jodidamente
no lo soy. Cada oportunidad que tuve, la desperdicié.
Soy malo para Brennan Walker. No, soy terrible para
él.
Estoy amenazando todo lo bueno que está haciendo.
Cada sueño que ha tenido, cada promesa que ha hecho.
Cada vida que está tratando de salvar ahora mismo, hoy.
Si lo destruyo…
La agonía me atraviesa. Me inclino, apoyo mis manos
en mis rodillas, trato de inspirar el oxígeno que no
encuentro. Es como si me hubieran arrojado al espacio,
como si mis pulmones se hubieran colapsado, como si
estuviera muriendo, aquí y ahora.
—Jesucristo —murmura Henry—. Jesús jodido Cristo,
Reese.
Todavía están aplaudiendo en la cámara del consejo. El 353
discurso de Brennan se reproducirá hoy, mañana, dentro de
cincuenta años.
¿Qué tan egoísta soy? Sabía que tenía que parar. Lo
sabía, pero lo ignoré. Y ahora…
Lo huelo de nuevo, como si estuviera detrás de mí.
Como si estuviera a un punto de envolver sus brazos en mi
cintura y susurrar mi nombre. Besa la piel detrás de mi
oreja y me acaricia la nuca.
—Bien, esto es lo que haremos. —Henry me arrastra
por el pasillo, lejos de las puertas dobles que van a abrirse
en cualquier momento, vomitando a los medios de
comunicación del mundo. Nos movemos rápido casi
trotando—. Me haré cargo de los detalles. Estás enfermo.
Intoxicación alimentaria.
Llegamos a las escaleras, me empuja a través de la
puerta y luego me sigue adentro. Bajamos a trompicones,
nuestras pesadas pisadas resuenan en el hueco de la
escalera de hormigón. Me saca de un tirón en el segundo
piso, me aleja del entresuelo. Me empuja contra la pared.
La furia llena su mirada. —Reese.
—Lo siento —respiro—. Lo siento mucho, Henry. Yo…
Suspira, todo el aire de su interior se escapa mientras
se inclina hacia adelante y apoya su cabeza en la pared por
encima de mi hombro. Mis pensamientos dan vueltas, al
igual que el mundo, ambos corriendo tan rápido que estoy
a punto de caer. Agarro la chaqueta de Henry, hundo mi
propia frente en su hombro.
Su mano cubre la mía donde estoy destrozando la tela.
—Vuelve al hotel —dice finalmente. La rabia se ha ido
354
de su voz. Sólo queda la resignación y una silenciosa
tristeza. Saca su billetera y saca la llave de su habitación—.
Ve a mi habitación y quédate allí. Nadie te molestará.
Dúchate, duerme un poco, come algo. —Presiona su tarjeta
de acceso mi mano
Nuestras radios escupen estática. —Sheridan a Theriot,
Ellis. ¿Cuál es tu ubicación, cambio?
Henry saca mi auricular y apaga la radio en mi
cinturón. —Hablaremos más tarde.
Asiento. Me mira por última vez antes de darse la
vuelta. Le responde algo a Sheridan, pero mi radio está
apagada y Henry se aleja de mí. Sus pasos se desvanecen,
y entonces…
Estoy solo.
Mi espalda se desliza por la pared hasta que mi culo
toca el suelo, y cuelgo la cabeza entre mis rodillas
separadas. Brennan…
No. Ni siquiera lo pienses.
Eres malo para Brennan Walker.
Tomo una de nuestras SUVs de regreso al hotel y me
dirijo a la habitación de Henry. El mundo no tiene sonido, ni
textura, ni color. Me ducho con agua hirviendo hasta que
mi piel está en carne viva, y uso dos barras de jabón para
frotar hasta que ya no puedo oler a Brennan. Mi traje huele
a él, así que lo hago una bola y rebusco en la maleta de
Henry un par de boxers y una camiseta.
Mi estómago ruge. No he comido desde que devore
medio trozo de pizza ayer, y no puedo recordar lo que comí
antes de eso. El servicio de habitaciones no está cubierto
355
por el gobierno, pero lo arreglaré en el frente cuando nos
vayamos. Pido un sándwich, papas fritas y una Coca-Cola,
y como estamos en Nueva York, sale más de cincuenta
dólares.
No he tenido una noche completa de sueño en toda la
semana, y tan pronto me meto a la cama de Henry, el
cansancio me golpea. He estado yendo a mil por hora
durante meses, haciendo malabares con mis deberes y este
deslizamiento hacia la depravación mientras me
comprometía a mí mismo y a Brennan. Pasé tiempo que
nunca debí, persiguiéndolo a él y a la brujería entre
nosotros. Relámpagos negros. Hechizos de amor oscuros.
El destino y la suerte.
El mejor hombre que he conocido.
El hombre que amo.
El hombre que nunca podré amar.
HORAS MÁS TARDE, los sonidos de Manhattan me
despiertan: bocinas sonando, frenos de camiones
chirriando, sirenas de policía sonando por las calles y
avenidas. La luz del sol salpica la almohada, filtrándose a
través de las persianas corridas sobre la ventana de la
356
habitación.
Mi primera reacción es de pánico. ¿Dónde está el
destacamento? ¿Dónde está Brennan? Miro mi reloj y busco
mentalmente su agenda. Ha salido de la ONU y va camino
al aeropuerto, y luego de vuelta a Washington. Marine One
lo llevará de Andrews a la Casa Blanca. Tendrá una
bienvenida de héroe cuando regrese.
Me quedo en la habitación de Henry hasta que Nueva
York comienza a desmantelar el centro de mando y mis
equipos de Washington han empacado y ya están en el Air
Force One o de camino a La Guardia con Brennan. En mi
habitación, me pongo jeans y una camiseta de manga larga
que cubre mi equipo, y meto mi traje en una bolsa de
lavandería del hotel antes de empujarlo al fondo de mi
maleta.
En la planta baja, pago la cuenta del servicio de
habitaciones que pedí, y estoy a punto de caminar las
cuatro manzanas que nos separan del depósito de vehículos
cuando las puertas del vestíbulo escupen a un Henry
atareado y desaliñado. Afuera, un taxi se aleja.
—Maldito tráfico en esta ciudad. Uno pensaría que el
presidente está aquí o algo así.
—¿Qué estás haciendo aquí?
—Voy a conducir de regreso contigo.
No merezco su amabilidad. Debería estar huyendo de
mí, corriendo tan lejos y tan rápido como pueda, si no
entregarme al director. Aprieto la mandíbula y tengo que
apartar la mirada mientras mis ojos arden y el mundo
empieza a tambalearse.
357
—No, no hagas eso. Vamos. —Pasa su brazo alrededor
de mi cuello y me lleva a la salida—. Estoy hambriento.
Vamos a agarrar un poco de pizza antes de salir a la
carretera. Hay un Original Ray a unas cuadras de aquí.
Henry me distrae durante horas, desde tomar la pizza
hasta llegar al auto y luego por toda la autopista de Jersey
mientras se queja de su equipo de beisbol favorito y de la
temporada de los Washington Commanders. La radio está
alta, pero su voz es más fuerte, y ambos son suficientes
para ahogar mis pensamientos autocastigadores.
Se queda dormido en la frontera del estado de
Maryland. Durante una hora, estoy solo en mi mente.
Brennan me espera en Washington.
Puedo sentir el tirón de él, la atracción magnética de
su alma hacia la mía. Podría cerrar los ojos y navegar de
memoria, y este SUV iría directo a la Casa Blanca. Cada
parte de mí está ligada a cada parte de él, mucho más
íntimamente después de la última anoche.
Henry debe sentir mi angustia, porque al entrar en
Washington, se estira a través de la consola central y
descansa su puño en mi rodilla. Cuando estacionamos en el
sótano, sale del SUV y espera mientras me limpio los ojos y
me restriego cara.
Es tarde cuando entramos en el centro de mando.
Estamos entre turnos, justo en ese momento en que hay
una pausa y la Casa Blanca está tranquila. Henry y yo
recibimos algunos saludos al entrar, pero eso es todo.
Llegamos a mi escritorio sin ninguna catástrofe.
358
Por hoy, eso es una victoria.
—Henry…
—Han sido un par de meses jodidos, Reese —dice—.
Las cosas se han salido de control. —El mueve un bolígrafo
contra su muslo—. Haz lo que tengas que hacer. Te
esperaré.
—No tomará mucho tiempo.
¿Cuánto se tarda en romper el corazón de un hombre?
Más tiempo, si sigo demorando.
Cuando las puertas del ascensor se abren en el
segundo piso de la Residencia, escucho a Brennan. Está
hablando por teléfono, y me quedo en la puerta de su
oficina observándolo.
Es hermoso, de pie bajo la luz ámbar de la lampara de
su escritorio. Lleva unos jeans y un jersey de color verde
oscuro, un color que contrasta perfectamente con su
cabello oscuro y sus ojos azules. Está lanzando una pelota
de béisbol en una mano. —Vamos a hacerlo —dice al
teléfono, y la convicción, el acero absoluto en su voz hace
que mi garganta se cierre. Merde.
Se vuelve y me ve.
Mon Dieu, lo amo.
Alejarme me va a destruir.
—Escucha, Dean, tengo que irme. —Cuelga y cruza la
habitación a grandes zancadas, sonriéndome. No puedo
devolverle la sonrisa.
—¿Qué ocurre? —Besa mi frente, mi sien, y me mira 359
con una adoración tan abierta que quiero caer a sus pies y
rogar. Rogar misericordia, rogar por su amor, suplicar que
me perdone por lo que estoy a punto de hacer.
Mis dedos se enroscan en su suéter. Quiero ceder.
Quiero sentir el calor de su piel. Quiero.
Querer es lo que me metió en este lío. Quise, y tomé,
y ahora necesito corregir esto antes de que no podamos
escapar de lo que he hecho.
Lo empujo, tan suavemente como puedo.
Da un paso atrás, la confusión grabada en todo su
rostro.
Sus manos van a mis muñecas y trata de entrelazar
nuestros dedos. No lo dejo.
La confusión se convierte en conmoción, se transforma
en desánimo. Se mete las manos en los bolsillos. —No lo
hagas. Por favor, Reese. Por favor.
—Tengo que hacerlo.
—Reese…
—Sr. Presidente. —Se estremece—. Lo que pasó fue un
error.
—¿Un error? —retrocede, y se aleja un paso más de
mí.
Quiero perseguirlo. Quiero traerlo de vuelta. Yo quiero
tragarme las palabras que necesito decir.
—Me equivoqué al dejar que nos acercáramos tanto
como lo hicimos. Debería haberme alejado de ti, porque lo
que hemos hecho será el mayor error de tu carrera si nos
360
atrapan.
Su mandíbula trabaja de izquierda a derecha. —Tengo
mucha practica en mantener las cosas en secreto.
—No como esto. No sabes cómo es este lugar. Los
secretos en Washington son moneda de cambio o armas. Y
si esto sale a la luz, no podrás cambiar el mundo si todos
creen que eres…
Silencio. Luego —¿Qué soy qué?
—Que te estás acostando cuando estás en el trabajo.
Que no eres lo suficientemente fuerte para resistir las
tentaciones de la oficina. Que eres un mentiroso, y que no
respetas las normas y los reglamentos.
—Nada de eso está ni siquiera cerca de la verdad.
—Lo sea o no, sabes que la verdad no importa.
—Debería importar entre nosotros. La verdad debería
ser lo único que importa entre tú y yo.
Pero no somos solo él y yo. Somos él y yo y el mundo
entero.
Daría cualquier cosa por no hacer esto.
—La verdad, Sr. Presidente, que cometí muchos
errores con usted. Fue un error dejarle creer que podíamos
ser algo más que agente y mandatario. Fue un error
engañarlo. Lo de anoche fue un error y no volverá a
suceder.
Él sabe que se acabó. Sabe que es el final. Me está
mirando con esos grandes y hermosos ojos, y estoy
destrozando el corazón del mejor hombre que he conocido. 361
No hay nada más que decir.
No sé cómo hago para volver al ascensor. Golpeo los
botones y me aferro a los pasamanos. No oigo nada, sólo
un rugido sordo y tembloroso.
Henry está esperando cuando se abren las puertas en
el sótano. Me mira y suspira. —Jesús, Reese.
Me arrastra por el sótano hasta el garaje, y mis dedos
se clavan en sus brazos como si me estuviera sacando del
océano. Cierro los ojos para no ver la Casa Blanca cuando
salimos, y cuando los abro de nuevo, estamos en casa de
Henry.
Estoy hecho polvo. Nos sentamos en su oscura entrada
mientras me trago los mocos. Siento los ojos como si les
hubiera echado papel lija. Me duele ver. Me duele vivir.
No hablamos cuando entremos. Me guía hasta el salón
y me trae una almohada y una manta raída de sus días en
el Cuerpo de Marine. Desaparece y vuelve con dos Whiskys
con tequila puro.
—Necesito darte los detalles —le digo finalmente—.
Necesito renunciar. O trasladarme al Ártico.
—Nunca te perdonaré si te escapas y me jodes así.
—No deberías perdonarme de todos modos
—Deja de decir tonterías.
—No lo haré. Hice algo imperdonable.
No estoy hablando de enamorarme de Brennan. Estoy
hablando de romperle el corazón.
Si pudiera reescribir el mundo como quisiera, lo 362
reescribiría con él en el centro. Nos escribiría un final feliz
que haría que los cuentos de hadas se pusieran verdes de
envidia. Nada se interpondría entre nosotros. Él sabría que
lo amo, que siempre lo amaré.
Henry se estira, se quita la chaqueta y se quita los
zapatos antes de dejar su equipo en el suelo. Está
exhausto. Ha estado haciendo trabajo extra todo el día
gracias a mí. —No quiero tu trabajo.
Su casa está en silencio. El agua gotea en la cocina.
—Lo siento —respira.
La amabilidad de Henry despedaza los músculos de mis
huesos. —Es mi culpa. Todo ello.
—No. Él es un chico grande. Él también tomó sus
decisiones.
—Pensé que me detendrías.
—Pensé que él mismo se detendría. —Cruza sus brazos
sobre su pecho. Mira fijamente al techo—. Sin embargo, me
sorprendiste. No pensé que fueras por ese camino.
Sacudo la cabeza. —Es el único hombre con el que él
estado.
Henry silba. —¿Qué te parece ese discurso?
—Por eso... —Mi voz se apaga—. Puede hacer tanto
bien, Henry. No puedo arruinar eso. O a él.
No dice nada.
Finalmente, su respiración se estabiliza mientras cae
en el sueño de los muertos. Veo como sus hombros suben y
bajan a medida que los minutos se desvanecen.
363
Hace veinticuatro horas, Brennan y yo nos
entregábamos a la intensidad de nuestro amor. Anoche nos
convertimos en uno, nuestros cuerpos separados solo son
ecos de una verdad más grande y profunda entre nosotros.
Ahora estamos destrozados en todas las formas en que dos
corazones pueden romperse.
Un sueño irregular e inquieto me agarra, y cuando me
despierto, todavía tengo los ojos hinchados y rasposos.
Henry se ha ido, pero en la mesa de café hay una hoja de
papel encima de una pila de ropa doblada. Caquis y un polo
del Servicio Secreto. Recambios de Henry.
Jefe,
Llevaré tu traje con el mío a la tintorería. Toma
prestados estos para hoy. Voy a ir en metro, así
que toma el SUV cuando salgas. Hay café, leche,
cereales y tequila en la cocina. Elige tu veneno.
Ancló la nota con las llaves del SUV, mi BlackBerry… y
mi teléfono desechable. Debió encontrado en el fondo de mi
bolsa cuando sacó mi traje.
El indicador de mensaje parpadea.
Solo hay una persona en el mundo que puede enviar
mensaje a este teléfono.
Lo sostengo en mis manos, mirando la pantalla oscura,
antes de encenderlo finalmente.
Brennan: No entiendo qué cambió entre Nueva
York y lo que me dijiste anoche. No creo que lo
haga nunca. Por favor, debes saber que siempre,
siempre apreciaré lo que compartimos, aunque no 364
signifique lo mismo para ti. No volveré a
contactarte. Adiós, Reese.
CAPÍTULO VEINTICUATRO
Reese
Ahora
Arrestamos a Konstantin Petrov en su casa adosada en
Georgetown. Es un golpe de suerte, y una parte de mi se
pregunta por qué está allí y no está bien escondido en la
embajada rusa donde no podríamos tocarlo. En cambio, lo
sacamos de su sofá, donde estaba roncando después de lo
que parece una noche de chupitos de vodka y Doritos.
A veces la vida de un espía internacional no es todo lo
que parece.
Nos grita en ruso, forcejeando mientras Sheridan y yo 365
lo tiramos al suelo y lo esposamos. Hudson está con
nosotros y se encarga de la custodia de Konstantin cuando
lo tenemos asegurado.
Las cortinas se mueven en las ventanas de sus vecinos
cuando lo sacamos. Tenemos unos diez minutos hasta la
embajada rusa entre en espasmo y los teléfonos exploten
en el Departamento de Estado mientras los diplomáticos
intentan desentrañar quién a arrestado a Konstantin sin
pedir permiso primero.
Sheridan y yo subimos a la parte trasera del auto de
Hudson y metemos a Konstantin entre nosotros. Él mira de
mí Sheridan antes de mirar hacia adelante, con el ceño
fruncido.
—¿Te acuerdas de nosotros? —señalo a Sheridan—.
¿Te acuerdas de él? Te pateó el culo en Nueva York.
Sheridan, dramáticamente, hace crujir sus nudillos.
—No es así como lo recuerdo. —El acento de
Konstantin es gruesa, su voz profunda.
—¿Dónde estabas anoche?
Silencio.
—¿Qué hacías en la casa del Agente Ellis?
Silencio de nuevo.
—¿Cómo conoces a Clint Cross?
Ni siquiera se inmuta.
No estamos llegando a ninguna parte, y el tiempo
corre. Hudson está fumando uno tras otro y mirando su
reloj. Tenemos que llevar a Konstantin al cuartel general
antes de que los rusos envíen un equipo de interceptación.
366
Sheridan agarra la barbilla de Konstantin mientras me
deslizo fuera del asiento trasero. Se miran fijamente
durante un largo, largo momento. Konstantin no parpadea.
Sheridan tampoco.
No me gusta esto. No me gusta lo que sea que esté
pasando entre ellos, una intensidad feroz que podría ser
simple odio y el desbordamiento de Nueva York y dos
hombres que intentaron matarse agolpes…
O podría ser algo más, algo que no puedo precisar
pero que sigue bordeando en la periferia de mi mente como
una sombra que se desliza por un cuarto oscuro.
No quiero enfrentarme a las preguntas que tengo que
hacer, pero hay balas y una tarjeta de memoria en mi
bolsillo, y tengo que averiguar qué estaba dispuesto
Sheridan a romper con el protocolo para ocultármelo. Lo
que estaba dispuesto a mentirme.
Golpeo la ventana y le hago señas a Sheridan para que
salga del auto. Él empuja a Konstantin antes de salir. No
me mira a los ojos.
Hudson está escuchando su radio. —Las unidades han
asegurado La casa del agente Ellis, señor —dice—. Están
procesando la escena.
—Bien. Tenemos que llevar a Konstantin al cuartel
general.
—Si. —Hudson saca otro cigarrillo. Está nervioso.
Arrestar a un diplomático extranjero es el beso de la
muerte en Washington, y con los rusos, eso no es
necesariamente una manera de hablar. Chupa todo el
cigarrillo en tres arrastres largos—. Dirige el camino.
367
Enciendo las luces y las sirenas y nos dirigimos hacia la
Avenida Pennsylvania a toda velocidad. Pasamos por
delante de dos patrullas de la policía metropolitanas de DC,
y la radio crepita con quejas sobre las bandas conjuntas.
Hudson procesa a Konstantin en una de nuestras
celdas en el sótano. Lo hace todo según las normas.
Leyendo a Konstantin sus derechos, tomando sus huellas
dactilares, fotografiándolo. Espera que esto se someta a
una revisión oficial.
Konstantin rechaza su llamada telefónica, lo que
significa que los rusos ya saben que esta aquí.
—Envía un mensaje a Marshall —le digo a Sheridan—.
Esto va a explotar. El vicepresidente tiene que saberlo. —
Una parte de mi quiere mantener el arresto de Konstantin
en silencio y dejar que Marshall se retuerza cuando los
rusos vengan exigiendo respuestas.
Ahn me interrumpe mientras miro el centro de la
espalda de Sheridan, tratando de alinear las piezas en este
tablero de ajedrez. —¿Agente Theriot? Tengo algo para ti.
La sigo y dejo a Sheridan al teléfono.
¿Ha identificado Ahn el cadáver? ¿El cuerpo pertenece
a Henry o Brennan? ¿Mi mejor amigo o el amor de mi vida?
—Dos cosas —dice ella—. Primero, pude secar el papel
que recuperó el apartamento de su sospechoso. Es un
recibo de un campo de tiro en las afueras de Baltimore. Su
sospechoso pasó tres horas de práctica de tiro hace dos
días.
Ahí está el acto manifiesto que estaba buscando. Clint 368
estaba tomando pasos para convertir su odio en acción.
¿Konstantin le dio el empujón? ¿Estaba en el campo de tiro
con Clint? ¿Estaban los rusos echando leña al fuego,
tratando de hacer una falsa bandera? —¿Qué estaba
disparando?
—El recibo no dice. Sólo da la fecha, hora y en qué
carril de alcance estaba. Puedo decir que era un campo de
tiro interior de cincuenta metros de longitud.
—Un arma de mano, entonces. Tendré que interrogar
al jefe de campo. —Me da la dirección y la introduzco en mi
BlackBerry. Está a treinta minutos—. ¿Qué más? —Me
preparo, con las uñas clavadas en mi palma.
—No tengo una identificación positiva en el segundo
grupo de restos. Estoy ejecutando un programa de
reconstrucción digital.
Ella hace girar su portátil hacia mí. Un cráneo gira en
la pantalla, al menos un centenar de marcadores que
surgen desde el pómulo y la mandíbula y la curva del hueso
de la ceja. —Va a tomar algún tiempo, pero nos dará una
representación de cómo era nuestro John Doe.
—¿Cuánto tiempo?
—Un par de horas más.
Observo como girar el cráneo, una microcapa de
musculo y tejido que aparece sobre los marcadores.
En horas, lo sabré.
Quiero gritar. Quiero retroceder el tiempo. Quiero
detener todo antes de que empiece.
Pero la única manera de saber con seguridad que
Brennan no está en esa camilla es si lo encuentro.
369
Tengo que encontrarlo.
Sheridan sigue al teléfono. Está caminando, con una
expresión de ceño fruncido. Puedo ver la flexión de su
antebrazo cuando cierra el puño y lo suelta.
No parece que vaya a colgar pronto. Bien.
—Necesito leer lo que hay en esta tarjeta de memoria
—le digo a Ahn y se la pongo en la mano—. ¿Tienes algo
que pueda usar?
—Hoy en día se puede meter una en cualquier cosa.
—Necesito algo que no esté conectado a la red. No sé
que voy a encontrar.
—Tenemos algunas tabletas que mantenemos en
blanco a propósito para revisar las pruebas. Voy a buscar
una.
Sheridan se da la vuelta y capta mi mirada a través de
la ventana del laboratorio. Su ceño cambia. Intenta sonreír,
pero no lo consigue.
—Date prisa.
Ahn me entrega una tableta y no hace ninguna
pregunta.
La tableta tarda unos segundos en leer la tarjeta
memoria. ¿Qué me estás ocultando, Sheridan? Hay uno
carpeta en la tarjeta, y la abro.
Fotos.
Veintiséis de ellas. Se cargan como miniaturas e
370
incluso sin hacer clic en ellas, ya puedo distinguir
características de la Casa Blanca. Maldita, Sheridan.
Toco la primera foto, ampliándola…
Soy yo.
Soy yo en el patio del Despacho Oval. Me estoy riendo.
Las rosas están en su última floración detrás de mí, y los
árboles en los bordes de la foto están inundados de otoño
tardío, sus hojas son un derroche de ámbar y berenjena y
rojo sangre.
Recuerdo este día. Estaba con Brennan.
Él también está ahí, en el borde del encuadre, de
espaldas a la cámara. Ahora me doy cuenta de lo que
realmente muestra esta foto: nosotros dos en uno de
nuestros momentos robados.
Las tres fotos siguientes siguen siendo de nosotros en
el patio, pero Brennan ocupa más parte de la foto. En la
tercera, es obvio: alguien nos estaba espiando.
Han capturado nuestra electricidad. Pueden verla,
nuestra conexión, la que solo comparten los amantes.
Brennan me mira con amor en sus ojos, y yo estoy
desprevenido, como cuando me hace perder el sentido.
Maldita sea, este era nuestro momento. Era nuestro, y se
suponía que era privado.
¿Por qué Sheridan tiene fotos de nosotros?
Hay más. En el Ala Oeste, en las escaleras que salen
del sótano. Nosotros con abrigos de lana, caminando por la
Columnata Oeste, el Jardín de las Rosas cubierto de nieve.
371
El escándalo grita en cada imagen. Cada foto cuenta la
historia de como rompimos las reglas.
¿Esto es un chantaje? ¿Extorsión? Si es así, ¿por qué
Sheridan no ha hecho ya su movimiento? Algunas de estas
son de hace seis meses. En DC, eso es una eternidad.
¿Está reuniendo pruebas para otra persona? ¿El
Servicio Secreto? ¿Soy objeto de una investigación interna?
No es que pueda culparlos si lo soy, es solo que no
esperaría que Sheridan fuera el oficial de Asuntos Internos
de mis pesadillas. Por supuesto, así es como te atrapan.
Nunca es quien esperas.
—¿Señor?
Apago la pantalla. Sheridan está guardando el teléfono
desechable mientras se inclina hacia el laboratorio. Se ve
demacrado y derrotado, y hace una hora, me habría
sentido por él, me habría sentido con él. Ahora estoy
buscando las señales que me he perdido.
Sheridan vive su vida al revés. En lugar de secretos y
soledad, se reviste de una amabilidad y gentileza
entrañables. ¿Qué ha enterrado bajo esa sonrisa?
—¿Qué, Sheridan?
—El NPS sacó los perros para cadáveres en el parque
Rock Creek. No han encontrado nada en un radio de
trescientos metros desde el accidente.
Trago saliva. —De acuerdo.
—Nada todavía de los rusos, —dice Marshall. Sheridan 372
me mira como si él también me estuviera buscando. Mueve
la barbilla hacia la tableta—. ¿Tienes algo?
—No.
La mirada de Ahn hace ping-pong entre nosotros.
—Sheridan, ¿me traes un café de arriba? Las horas
empiezan a acumularse.
—Por supuesto. ¿Puedo traerle uno a usted también,
señora? —Ahn declina, y Sheridan sonríe, transformado, al
parecer, de la bola de frustración e ira que era en el pasillo
a su personalidad ansiosa por complacer.
¿Me he apresurado a confiar en ese afán?
Saco las balas del 45 que recogí el suelo de su
dormitorio y se las entrego a Ahn. —¿Alguna de estas
coincide con las que sacaste del accidente?
—Sin el arma que las disparó, no puedo darle nada
definitivo. Basada en una mirada rápida, son del mismo
tipo, punta hueca de cobre, pero eso ya lo sabe. Puedo
hacer una comparación básica y verificar el fabricante.
También puedo hacer una prueba de composición química.
Eso le dará información sobre el lote del que proceden.
—Hazlo. Necesito saberlo todo, y necesito saberlo tan
pronto como lo descubras.
Me encuentro con Sheridan en las escaleras,
sorprendiéndolo mientras equilibra dos tazas en una mano
y envía un mensaje de texto a alguien con su prepago.
Mueve el café y casi termina tirándolo. —Mierda, no lo vi 373
allí, señor. —Mete el equipo en su bolsillo antes de que
pueda echar un vistazo a la pantalla.
Debo encontrar a Brennan, y usaré todo lo que pueda
para hacerlo.
Incluso a Sheridan. Especialmente a Sheridan, si se da
el caso.
No le digo a dónde vamos. Lo observo retorcerse todo
el camino, leyendo las señales de la interestatal como si
tratara de adivinar mi ruta a partir de los indicadores de los
kilómetros que pasan. Cuando salgo de la autopista, se
incorpora. Y cuando entro en el estacionamiento del campo
de tiro, se pone rígido.
No digo nada.
Es un lugar divertido, todo hormigón picado, manchas
de agua, y banderas confederadas. Es el tipo de lugar que
atiende a un determinado público. No se trata de los tipos
de cuello blanco que ven el hacer agujeros en las dianas
como un deporte y una terapia. No, estos son los tipos que
se masturban con intrincadas fantasías de guerra civil y
derrocamiento del gobierno. Tienen una visión de la
realidad como la de un gusano, y cualquier cosa que
desafíe sus ideas preconcebidas es inmediatamente tildada
de falsa y peligrosa. En el Servicio, siempre tenemos que
reventar sus puertas. Les gusta hablar mucho sobre el odio
al presidente, y no les gusta pagar impuestos. Si quieres
entrar en el centro de la diana del Servicio Secreto, esas
son sus dos mejores maneras.
No es el tipo de lugar en que esperaría que la mano
derecha del Director de la CIA pasara el rato. 374
Dentro, pido hablar con el encargado del campo de
tiro. La chica que está detrás del mostrador parece
molesta, pero agarra un juego de protectores para los oídos
y entra en el campo de tiro y luego vuelve con un hombre
mayor, calvo, con jeans y una camisa a cuadros. Se mueve
con una cojera, pero parece que podría romper un bate de
béisbol sobre su pierna. En la gorra que lleva se lee
"Veterano de la Tormenta del Desierto".
Sus ojos se deslizan por Sheridan antes de aterrizar en
mí.
—¿Te ayudo? —Es cauteloso. Hay una relación difícil
entre las fuerzas del orden y los campos de tiro.
—Espero que puedas. Estoy tratando de localizar a un
amigo que conocí aquí. Estaba disparando hace dos días en
el carril cinco. Me ayudó cuando mi arma se atascó, y me
gustaría recompensarlo. ¿Qué es lo que disparaba? Me
gustaría comprarle una caja de su munición favorita. Y, si
te parece bien, ¿puedo dejarla aquí para cuando regrese?
El jefe de campo se chupa los dientes. —UH Huh.
Déjame ver alguna identificación.
Mierda. Tenemos que identificarnos ahora. Saco mi
placa y credenciales y las pongo en la vitrina de cristal de la
pistola frente a él.
—Y tú. —El jefe de campo sacude la cabeza hacia
Sheridan.
Sombrío, Sheridan saca su propia placa y credenciales
y las deja abajo. El jefe de campo los mira, vuelve a mirar
a Sheridan y sacude la cabeza antes de volver su atención
hacia mí. —¿Por qué clase de tonto me tomas?
375
—Estoy tratando de evitar una pelea, eso es todo.
—¿Entrando aquí y mintiéndome en la cara?
—Todo lo que quiero es una pieza de información.
—Diablos, si quieres saber algo sobre mi campo, ¿por
qué no se lo preguntas a él? —Señala con un dedo nudoso
a Sheridan—. Aparentemente, hemos estado bajo
vigilancia. Ha estado disparando aquí durante meses. No te
tomé por un federal, muchacho.
Sheridan no responde.
—Lo que sea que el agente Sheridan estaba haciendo
aquí fue por su cuenta. Nadie ha estado vigilando tu campo
de tiro.
—¿Esperas que me crea eso?
—Cree lo que quieras. Es la verdad. —Saco la foto
impresa de Clint Cross y se la entrego—. Solo quiero saber
sobre él.
El jefe de tiro estudia la foto de Clint. —¿Por qué?
—Está desaparecido. Necesito encontrarlo.
Arroja la foto de Clint, luego se apoya contra el
mostrador y mira a Sheridan. Sheridan, por su parte, mira
fijamente hacia la esquina como si estuviera de vuelta en
su puesto en la Casa Blanca. Su pulso está desbocado, un
latido frenético que lo traiciona.
—Guarda eso —gruñe, empujando mi placa hacia mí—.
No quiero que nadie me vea hablando con ustedes.
Sheridan y yo volvimos a poner nuestras credenciales
376
e insignias en nuestros bolsillos, y después de un momento,
el jefe de campo comienza a hablar.
—Cuando diriges un campo de tiro te haces una idea
de los tipos. Acabas averiguando rápidamente quién es
sólido y quién anda por ahí medio loco. Y luego están los
que son como él. —Le pone un dedo grueso sobre la cara
de Clint.
Teniendo en cuenta el lugar, eso es toda una
declaración.
—Era un tipo con una misión.
—¿Una misión?
—Sí, uno de los que se les metió en la cabeza que
tienen un deber o algún propósito especial. La mayoría se
pasa la vida entrenando para ello. —Rueda los ojos—. Les
presto atención, porque cuando comienza a hablar sobre
los detalles, o el momento, o empiezan a insinuar que su
misión no es solo una fantasía con la que se masturban
todas las noches, bueno… —Se encoge de hombros—. He
echado a más de un bicho raro fuera de mi radio de
alcance.
—¿Lo echaste?
—No. He intentado hablar con él. Todavía no he
conseguido que se abra.
—¿Con qué frecuencia viene?
—Tres veces a la semana. Toma un taxi cada vez.
—¿Alguna vez alguien estuvo con él?
—Nunca. Es un solitario entre los solitarios. No le gusta
377
mucho la gente.
Liu había dicho lo mismo. —¿Qué dispara?
—Trescientos cartuchos de punta hueca de cobre
macizo 45 cada vez.
—Esa es una ronda de aplicación de la ley.
—Tu chico aquí dispara lo mismo. —Asiente hacia
Sheridan. Veo la mandíbula de Sheridan apretada y
sostenida—. Pero hay civiles que usan esa munición. La
punta huaca es popular.
—Sin embargo, parece una elección específica,
disparar al mismo tipo de ronda cada vez.
Se encoge de hombros. —Como dije, el tipo nunca me
habla. —Sus ojos se estrechan—. ¿Ha desaparecido? ¿Ya
hizo algo, o estás tratando de detenerlo antes de que lo
haga?
Quiero decirle que Clint ha atacado al presidente de la
Estados Unidos. Quiero decirles que Clint ha matado a mis
amigos. Quiero decirle que Clint se entrenó para su misión
justo delante de sus narices, gastando tranquilamente
trescientas rondas de municiones tres veces por semana
mientras imaginaba cada bala impactando en el cuerpo de
Brennan. Quiero agarrarlo por el cuello de su camisa,
acercarle la cara al cristal y decirle que él jodidamente dejó
que pasara, que dejó que Clint se volviera lo
suficientemente bueno como para llevar a cabo esto.
—Estamos tratando de encontrarlo —es todo lo que
digo—. ¿Tienes alguna idea de donde podría estar?
Él sacude la cabeza. 378
—Gracias por su tiempo. Aprecio su ayuda.
—De qué demonios estás hablando —espeta—. Nunca
hablo con los federales.
Espero hasta que estamos de vuelta en la SUV para
enfrentarme a Sheridan.
Él sabe que viene, y se sienta en el asiento del
pasajero como si estuviera viendo el sol.
Mi furia se convierte en una bola de fuego nuclear, que
me atraviesa con tanta fuerza y calor que me hace temblar.
Todo se reduce a Sheridan y sus mentiras.
—Dime ahora mismo: ¿Conociste a Clint Cross, o
hablaste con él, o te asociaste con él de alguna manera?
—No, Jesús. —La voz de Sheridan es hueca, casi un
susurro—. Nunca lo he visto. Nunca. Solía venir aquí los
fines de semana, eso es todo.
—¿Por qué? ¿Por qué este agujero de mierda?
—Estaba practicando —murmura y sacude la cabeza
mientras mira por la ventana—. No hacen muchas
preguntas. No les importa por qué estás aquí, o con qué
frecuencia.
—Claramente.
—Solo intentaba practicar…
—Disparamos en Rowley. No en campos de tiro
privados.
Se hunde, desinflándose. Sacude su cabeza. —Yo…
379
—¿Tienes alguna idea de lo que pasó anoche?
—¡No! ¡Jesucristo, no! —Sheridan se da la vuelta y se
queda mirando, con la sorpresa grabada en cada una de las
líneas agotadas de su rostro. Es tan dolorosamente serio,
tan jodidamente desgarrador. Quiero creerle. Quiero confiar
en él.
—¿Hay algo que me estés ocultando?
Su respiración tartamudea, y veo sus pupilas dilatarse.
—No. Nada.
Oh, Sheridan...
Antes de que pueda confrontarlo, suena mi teléfono.
Lo arranco con tanta fuerza que casi lo tiro al otro lado del
SUV, y exhalo mientras espero a que se calme la tormenta
de mis pensamientos. No lo hacen y me quedo con una
sensación de desgarro, como si me hubiera destrozado a mí
mismo. Mi mundo se derrumba. Dondequiera que miro,
todo en lo que he confiado ha cambiado y se ha convertido
en otra cosa, y ahora no sé a dónde ir ni en quién puedo
confiar.
Y no reconozco el número que está sonando en mi
teléfono.
—Theriot.
—Reese —dice la voz en el teléfono— ¿qué diablos has
hecho con Konstantin?
—Anatoly. —Agarro el volante con mi mano libre—.
¿Por qué tu agente irrumpió ayer en la casa de un agente
del Servicio Secreto?
Suspira, larga y lentamente. —Parece que tenemos 380
mucho que hablar, Reese. Debemos reunirnos. Ahora. Lejos
de nuestros gobiernos.
CAPÍTULO VEINTICINCO
Reese
Entonces
Seis semanas.
Mil horas.
Sesenta mil minutos.
Mucho tiempo para destrozarme a mí mismo.
Estoy agotado. Desgastado. Exhausto, también,
porque incluso por la noche, no estoy durmiendo
realmente. Mis manos se deslizan a través de las sábanas
hasta el espacio vacío a mi lado. Sueños irregulares me
381
arañan, y después de unas horas, me despierto acurrucado
de lado, ahogándome en el recuerdo de los ojos de Brennan
y su tacto.
Brennan Walker se apoderó de mí, y ahora que lo he
arrancado de mi vida, es como si el resto de mi existencia
hubiera colapsado. Como si los fuegos que me alimentaban
se hubieran apagado, y las razones que tenía para seguir
adelante estos días ya no significan lo mismo que antes.
Me hice esto a mí mismo. Abrí de una patada las
puertas de mi infierno privado.
La culpa me golpea de adentro hacia afuera.
Veo la Casa Blanca cuando no puedo dormir. A estas
alturas es una manía, o tal vez una compulsión. Más que un
hábito.
Represento los días y las noches que podría haber
estado al lado de Brennan. Las tardes que podríamos haber
pasado juntos, pasando de la cocina al salón de la Sala
Oeste. ¿Me habría enseñado más yoga? ¿Habríamos visto la
lluvia desde las ventanas de su dormitorio? ¿Habríamos
hecho el amor a medianoche? ¿Habríamos bailado en el
balcón al son de un blues doloroso mientras veíamos cómo
se marchitaban las rosas?
Imagino la vida que podríamos haber vivido mientras
persigo mis recuerdos de Brennan.
Fiel a su palabra, Brennan no me ha vuelto a hablar.
No es más que un hombre de honor e integridad.
Por supuesto, el teléfono desechable ha desaparecido.
Ahora no son más que fragmentos destrozados en el fondo
del Potomac. Ni siquiera el Servicio podría reconstruir esos 382
fragmentos.
Soy un fantasma en la Casa Blanca. Le he dado a
Henry las tareas de cara a la residencia, y estoy dirigiendo
el centro de mando y entrenando a los agentes junior. Son
un buen grupo. Sheridan, gracias al liderazgo de Henry,
está a leguas por encima del resto. Pronto será el líder del
equipo.
Sheridan es uno de mis únicos puntos brillantes en
estos días de desolación. Después de Nueva York, se tomó
tres días libres y volvió como un hombre nuevo. Me dijo:
"Buenos días, señor", y me sonrió, y desde entonces, cada
día parece tener la misión personal de hacerme sonreír. Su
imparable buen humor me anima, me hace seguir adelante.
Hay días en que solo él es la razón por la que no me
siento superado.
A veces me recuerda a Brennan, o una versión más
joven de él. Lo observo cuando no se da cuenta, y veo un
lado más profundo en él. Más serio. Menos sonrisas tontas.
No puedo decir si la oscuridad que lo envuelve en esos
momentos es algo fugaz o si hay algo que excavar. Si
tuviera más ancho de banda, excavaría. Pasaría más
tiempo comprendiendo a Sheridan. Quiero entenderlo.
Es todo lo que puedo hacer para poner un pie delante
del otro. El dolor sólo lo consume todo, y cuando el dolor se
ahoga en la culpa, cada pensamiento, cada recuerdo, cada
momento, se convierte en un fragmento que corta tu alma
devastada y parpadeante.
Me he entregado a este oscuro pozo creado por mí
mismo, y es un mundo que parece encogerse cada día. O
tal vez soy yo el que se está encogiendo. Un día puede que
abra los ojos y descubra que no queda nada.
383
Debería trasladarme. Durante mis primeros años en el
Servicio, me hice un nombre en los escuadrones
cibernéticos. Debería volver allí. Debería hacer todo lo
posible para alejarme de Brennan.
Esta noche estoy particularmente triste. Brennan ha
dejado Washington por el fin de semana y se ha ido a
Camp David. Los ‘y si’ se rascaran como arañas
moviéndose a través de mi cerebro.
Podría estar allí con él. Podríamos robar estos días y
envolvernos el uno al otro, ignorar el mundo y simplemente
ser. Estar enamorados, estar juntos. Podríamos…
Mis manos se restriegan sobre mi cara cansada. Tratar
de escapar de mi propia mente es como tratar de huir del
diablo. Siempre esta delante de ti.
El otoño está en su último suspiro y el mundo se
alborota con el cambio de estación. El atardecer ha sido
como un fuego agonizante en el horizonte, rojo y líneas
anaranjadas rayando la cúpula del cielo. Ahora las estrellas
brillan en una noche sin viento. Los monumentos del centro
comercial parecen haber sido pintados en terciopelo.
Recorro la pista que rodea el Jardín Sur. Reviviendo
momentos y reproduciendo recuerdos como si no existieran
si yo no los revivo cada día.
Golpe, golpe. Pasos arrastrando los pies. Otra serie de
golpes rápidos, goma sobre pavimento. Los sonidos
solitarios de un jugador solitario en media cancha.
A la mitad de la pista, cuando te diriges hacia la calle E
más allá del extremo sur del edificio Eisenhower, hay un
pequeño y sinuoso trozo de pavimento que conduce a un 384
grupo de árboles imponentes. Al principio, parece no ir a
ninguna parte, pero si tomas ese camino el pavimento te
lleva a la media cancha de baloncesto de la Casa Blanca.
No es gran cosa: la cancha se colocó en el mismo
terreno donde alguna vez se instalaron los antiguos anillos
de herradura, y como todo en la Casa Blanca, es más
pequeña de lo que uno espera. La pintura se desvanece, y
el pavimento se desdibuja en la suciedad a centímetros de
las líneas.
A algunos presidentes les encanta jugar. Es un espacio
privado y puedes fingir que estás en otro lugar que no sea
la Casa Blanca mientras estás botando una pelota en una
carrera hacia la canasta. A al menos un presidente celebró
allí sus reuniones diarias. La mayoría de las veces, esas
reuniones se convertían en juegos de recogida, y el
presidente llevaba a la cancha a cualquiera que estuviera
cerca para completar los equipos. Intenta pedirle a un
agente del Servicio Secreto que presione al presidente.
Puede cargar todo el día.
Brennan no es un jugador de baloncesto, lo que
significa que la cancha está a disposición del personal del
Ala Oeste y del Servicio Secreto. Henry tampoco lo es, pero
Núñez y Sheridan sí, y organizan partidos de tres contra
tres en media cancha casi todas las noches de la semana.
Después de Nueva York, me alejé. Soy un remolino
que chupa la vida y la alegría de cualquiera que esté cerca.
Pero Sheridan siguió invitándome y, finalmente, cedí.
Nada se ha curado mágicamente, pero durante una hora, al
menos, hay algo más allá de mi miseria privada y mi
desesperación desgarradora. 385
He seguido yendo a los partidos. Incluso he participado
una o dos veces. Sheridan es un jugador implacable,
siempre conduciendo, sin parar para un descanso o un
respiro. Es bueno, especialmente en la línea, donde puede
lanzar un tiro fadeaway38 a través del centro de la canasta.
Parece perderse y encontrarse a sí mismo cuando juega.
Así que sé a quién me voy a encontrar en la media
cancha.
Efectivamente, ahí está. Sheridan está retroiluminado
por la lámpara de sodio que domina la cancha, las largas
líneas de su cuerpo estirado por completo mientras salta
38
Consiste en la rápida ejecución de una finta que proporcione el espacio
indispensable para "armar" un tiro al aro: estando de espaldas a la canasta, giras
sobre el pie de pivote a la vez que saltas atrás para realizar una suspensión
desequilibrada pero prácticamente indefendible.
sobre la llave y hace rebotar la pelota en el centro del
tablero y a través del aro. Oigo el silbido de la red como un
susurro.
—Buen tiro.
Gira. Su conmoción le hace perder el rebote, y tiene
que correr por el balón. Sus mejillas están rosadas, y
alterna dribles con miradas persistentes en mi dirección
mientras merodeo por el borde de la cancha.
—¿Uno contra uno? —Me hace un pase de rebote. Cojo
el balón y dribleo lentamente, mano a mano. Debe haber
venido aquí justo después terminar su turno. Sigue con su
traje, aunque se ha quitó la chaqueta. Lleva la corbata
suelta y los botones superiores de la camisa
desabrochados. También tiene las mangas arremangadas.
Ha estado aquí durante horas. 386
—Claro. —Le devuelvo el balón y me quito la chaqueta
y la corbata y las dejo caer al borde de la cancha. Me deja
empezar, y cargo, luchando contra su fuerte presión y su
feroz juego cerrado. Me aprieta, me obliga a rodar. Aun así,
logro un tiro en salto, metiendo el balón en la canasta con
los dedos.
Sheridan toma el rebote y se lanza hacia la línea, luego
inicia su propia carga. Driblea rápido, se mueve aún más
rápido. Lo presiono con fuerza. Sus ojos son ascuas
mientras se mueven entre el aro y yo. Se mueve hacia la
izquierda. Me abalanzo sobre él. Él salta y yo salto con el…
Chocamos en el aire, y el balón se desplaza, golpeando
el tablero y saltando fuera de los límites. Caemos
enredados, con los brazos de Sheridan a mi alrededor, su
cara en mi cuello mientras me estabiliza y me mantiene de
pie. Agarro sus antebrazos. Me inclino hacia él.
No estoy listo para esto. No estoy listo para otra
persona -otro hombre- me desee o me quiera. No estoy
listo para enfrentar la verdad en los ojos de Sheridan.
Tampoco estoy listo para pensar por qué puedo sonreír
con él cuando nada me hace sonreír estos días.
El aliento de Sheridan es caliente, bocanadas de
esfuerzo y de conmoción. Sus brazos se tensan y sus
manos se deslizan alrededor de mi espalda como si me
estuviera abrazando, acunando…
Se aleja girando, liberándose mientras persigue el
balón hacia la línea de los árboles y las sombras fuera del
charco de la luz de la cancha.
387
Estoy congelado en la línea de tres puntos.
Brennan me abrazó así. Apoyó su cara contra mi cuello
y me inhaló. Me quería, y me abrazaba como si me
quisiera, y el recuerdo de sus brazos a mi alrededor me
destroza nuevamente.
Sheridan ha vuelto. Lleva el balón con las dos manos
frente a su pecho, con los codos abiertos y mirando la
cancha como si estuviera pensando derretir el pavimento y
desaparecer en la tierra. Tiene un tono burdeos que no he
visto antes. ¿Es vergüenza o ira? ¿Frustración o furia?
—Lo siento —comienza.
—Sheridan…
Me corta, lo cual es una novedad. —Lo sabes, ¿verdad?
¿Lo que siento por ti? —Sigue sin mirarme.
—Lo sé.
Asiente y mira hacia otro lado. Sus dedos juegan sobre
la superficie del balón de baloncesto como si estuviera
tratando de encontrar sus globos oculares y sacarlos. Su
mandíbula se dispara, el músculo en su mejilla chasquea.
—Apesta enamorarse de alguien con quien no puedes estar.
Su voz es tranquila, pero me corta hasta la médula.
Quiero compadecerme de él, apoyarme en él, contarle
de mis agonías y noches de angustia, de cómo no puedo
respirar por el dolor y cómo cada vez que cierro mis ojos
veo los ojos azules y la forma de la sonrisa de Brennan.
Que cada día me despierto de lado, mirando una almohada
vacía e imaginando que Brennan está ahí, abollando el
algodón y viéndome dormir mientras sus dedos juegan con
mi cabello. 388
Pero Sheridan me mira como yo miro a Brennan.
Estoy viendo cómo se destroza un corazón en tiempo
real.
—Lo sé... —susurra, y por un momento, mi sangre se
convierte en hielo. Lo sabe, lo sabe…
Sin embargo, está luchando contra algo, y sus labios
se afinan antes de volver a hablar. —Sé que nunca pasará
nada. He tratado de lidiar con ello. Dejarlo. Pero he ido por
ti desde que nos conocimos en el ring de boxeo en RTC. Era
casi imposible hacer sparring. No podía respirar, joder. Pero
tampoco podía decepcionarte. Yo solo…
Se aleja, el balón chirriando en su agarre de hierro.
Sigue adelante. —He estado pensando en decírtelo. No
para invitarte a salir ni nada, sino porque es difícil pasar el
día con estos sentimientos explotando dentro de mí. No
quiero meter la pata o cometer un error. O peor, hacerte
sentir… —Finalmente, su voz se quiebra.
—Sheridan... me siento honrado.
Puedo verlo, una imagen desenfocada: Sheridan y yo
pasando nuestras vidas juntos. Me amaría para siempre,
siempre a mi lado con su sonrisa y su corazón abierto.
Podríamos encontrar la felicidad, si me permitiera sentirla.
Pero…
Diferente tiempo, diferente lugar, diferente realidad.
Hace rebotar el balón. Lo coge con una mano. Lo
rebota otra vez.
389
—No estoy preparado —le digo—. Acabo de romper el
corazón de alguien, y me rompí a mí mismo haciéndolo. No
estoy listo.
Tal vez haya un día en un futuro lejano en el que
pueda considerar abrir los restos de mí mismo, pero ese día
no está cerca.
—Lo sé —dice de nuevo, y maldita sea, ¿qué diablos
quiere decir? ¿Qué es lo que sabe?—. Te he estado
observando. —Se estremece—. Eso suena jodidamente
espeluznante. Lo siento. No quiero decirlo así. Quiero
decir... me he dado cuenta. Estabas feliz, y luego no lo
estabas. Algo sucedió después de Nueva York. He estado
tratando de animarte, distraerte o hacerte reír.
—Lo has hecho. Me haces sonreír todos los días. —
Ahora se me cierra la garganta. Ahora soy yo el que se
ahoga con mis palabras—. Me haces sonreír cuando nada
más puede hacerlo, Sheridan.
Vuelve a maltratar el balón, los músculos de su
antebrazo se flexionan.
—No te conocía hace meses, pero ahora… —Inhalo,
parpadeo. Mis palabras son un río caudaloso, rugiendo
fuera de mí—. No puedo imaginar mis días sin ti. Creo que
hay una parte de mí que te necesita.
—Hay una parte de mí que también te necesita. —Su
voz es de acero silencioso—. Eres todo para mí.
Como Brennan lo es todo para mí.
El balón de baloncesto golpea el pavimento, dribleando
furiosamente mientras él mira al suelo. —¿Quieres que deje
el destacamento? ¿Debo pedir un traslado? 390
—No. Eres un agente fantástico. —Sus ojos se dirigen
a los míos. Están llenos de preguntas, agrupadas como
tormentas eléctricas—. Sheridan, quiero que te quedes,
pero si necesitas espacio, lo entiendo.
Finalmente, aparece una pequeña sonrisa, hecha más
de tristeza que de deleite. —Quiero quedarme.
—Entonces quédate.
El silencio desciende sobre la cancha. Él me mira
fijamente y yo lo miro. ¿Habría sido Sheridan capaz de
desbloquear mi corazón como lo hizo Brennan? Si hubiera
conocido a estos hombres al revés, ¿sería Sheridan el
hombre en mi cama y Brennan solo un presidente más, un
trabajo más, en la periferia de mi vida?
Uno se enamora de la gente por diferentes razones.
Sheridan es cálido y maravilloso y se ha ganado un lugar
en mi vida por su amabilidad y su firmeza, su mente rápida
y su sonrisa más rápida. Él es el hombre que me apreciará
por toda la vida, que me despertará con un beso cada
mañana y tomará mi mano a la luz del sol.
Brennan es relámpago negro y blues, rachas de lluvia
bañada de neón, medianoches de pantano y musgo español
rastrero. Es profundidades desconocidas, toques ardientes
y ojos de color azul. Él es el misterio, la luna que sale por el
oeste, los secretos escritos en los huesos y arrojados bajo
las estrellas oscuras.
Una parte de mí puede necesitar a Sheridan, como la
tierra necesita los rayos del sol. Pero fui hecho para amar a
Brennan Walker. Y luego fui puesto en esta vida, donde ese
391
amor es una imposibilidad.
La desesperación me envuelve de nuevo. El momento
en la cancha ha pasado, y el cálido resplandor de la luz, el
acogedor refugio de los árboles, ha cambiado. Ahora la
noche es borrosa, un peso que me presiona contra el suelo.
Sheridan percibe los cambios en mí y me lanza una
sonrisa tensa mientras retrocede, moviéndose hacia la línea
de tiros libres y preparándose para un tiro. Lo veo arrojar
otra canasta antes de agarrar mi chaqueta y mi corbata y
salir por la pista. Me mira partir, y lo único que dice es: —
Te veré el lunes.
Podría poner mi reloj al servicio de los cuidados
silenciosos y el afecto infinito de Sheridan. Es tan fiable
como el amanecer. ¿Qué demonios ve en mí?
Menos de cinco minutos después, mi BlackBerry suena.
Jefe. Reunión de emergencia. El Viejo Ebbit.
Henry ha estado convocando reuniones "de
emergencia" conmigo varias veces a la semana, siempre
fuera de las instalaciones en un bar. Aparezco, y hay una
cerveza helada y mi mejor amigo esperándome. Se pasa
unas horas hablando de nada -fútbol, el comienzo del
hockey, el olor en el vestuario, de los empleados
subalternos que abarrotan los pasillos de la Casa Blanca,
del tráfico en DC- mientras yo miro fijamente el fondo de
mi vaso y dejo que sus palabras me inunden.
El Old Ebbitt Grill es un pilar de Washington, la taberna
más antigua de la ciudad. Su encarnación actual está al
otro lado de la calle del complejo de la Casa Blanca y al
lado del Tesoro. Ciento cincuenta años de personal de la
Casa Blanca ha ahogado sus penas en el bar Old Ebbitt. El
392
ambiente es el clásico victoriano mezclado con el oeste
americano de 1800.
Es uno de los mejores lugares de la ciudad para
conseguir ostras en la media concha, y está lo
suficientemente cerca de la Casa Blanca como para que yo
pensara en traerlas una noche para Brennan. Ostras, jazz
lento y un Sazerac a la luz de las velas. Pensaba que
podríamos tomarnos de la mano mientras diseccionábamos
el mundo, y luego besar el día mientras nos mecíamos en
los brazos del otro.
Soy un tonto, y siempre lo seré.
Henry está en la barra, con la corbata hecha un ovillo
junto a un vaso de bourbon. Tiene un tacón enganchado en
el peldaño de un taburete vacío junto a él, y tres grupos
diferentes de bebedores le lanzan miradas de Medusa. No
hay asientos disponibles aparte del que él está guardando,
y el lugar está lleno de pared a pared. Solo espacio para los
codos.
El hielo derretido aun resbala por los lados de mi vaso
de pinta escarchado mientras me arrastro a su lado. —Hey.
—Por fin. Pensé que tendría que luchar con las piernas
de todo el lugar por tu asiento. —Se toma su bourbon y
pide otra ronda en la barra.
Hago girar mi cerveza y observo cómo se mueven las
ondas. Henry estudia mi reflejo en el espejo detrás de la
barra. Sus ojos se estrechan. Esta noche hay una borde
extra en él, como si hubiera pasado algún tiempo
masticando algo y la crudeza se hubiera fijado en sus
encías.
—¿Alguna vez vas a hablar de eso?
393
Mon Dieu. Me ruborizo hasta los dedos de mis pies,
corriendo caliente. ¿Esta noche? ¿Ahora? No hemos hablado
de esto desde que me trajo a su lugar.
—No hay nada de qué hablar. —Ya no.
Henry resopla. —Si, vale. Por eso estás así. Un rayo de
sol cada maldito día.
Mis pulgares golpean mi vaso, las uñas golpean y
golpean. —Si estás esperando a que me desahogue,
estarás esperando mucho tiempo.
Vuelve a apoyar el pie en el peldaño de mi taburete y
luego se gira para mirarme de frente. Está jugando con un
palillo de dientes, y desliza un extremo entre sus dientes y
lo muerde. —Debes haber sentido algo muy fuerte.
Asiento y no digo nada.
Frunce el ceño mientras me mira. El bar ruge, la gente
habla en voz alta y se ríe a carcajadas por todos lados. Sin
embargo, ambos estamos fuera de eso.
—Bueno, ya sabes lo que dicen. A veces la manera
más rápida de superar a alguien es ponerse debajo de otro.
—Se encoge de hombros mientras lo fulmino con la
mirada—. Solo digo que Sheridan cortaría su testículo
izquierdo con un cuchillo de mantequilla si eso significara
poder llevarte a una cita.
—¿Sabes sobre eso?
—Oh, sí —se ríe—. Yo sé sobre eso. Ha ido por ti. —
Sus ojos se estrechan—. Tienes algún tipo de efecto en los
chicos, ¿eh? Aquí hay dos de ellos...
394
—Cierra la boca, Henry. Ni siquiera empieces.
Levanta las manos en señal de rendición, con
expresión torcida como si fuera yo quien lo insultara.
Mi ira está en llamas. —¿Por qué haces esto? Merde,
¡esto no es una broma! Mira lo que he hecho a… —Cierro la
boca de golpe antes de decir su nombre.
Me ha estado incitando, y ahora su trampa ha saltado.
Entré directamente en ella, sin siquiera darme cuenta de
que estaba preparando un interrogatorio Su expresión se
suaviza, como si me hiciera admitir algo, y él asiente para
sí mismo.
—Ahí está. Tienes que dejar de culparte, Reese. —Me
señala con el extremo masticado de su mondadientes—. No
tienes la culpa aquí. Es un jodido chico grande, y sabía
exactamente lo que estaba haciendo.
—No, no lo sabía.
—Mentira.
—Él no se dio cuenta…
—¡Mentira! —Henry sisea—. ¿Crees que creía que los
agentes del Servicio Secreto eran una ventaja del trabajo?
yo estaba allí cuando tú le explicaste todo, ¿recuerdas?
—¡No importa!
—¡Importa que haya ido por ello! Importa que haya ido
por lo que -y por quién- él quería. Mira —dice, deslizando
su refrescante vaso de bourbon sobre la barra—. Yo estaba
ahí cuando ustedes dos se conocieron, y tal vez debería
haber visto a dónde se dirigía todo esto en ese entonces.
395
Porque él sabía lo que estaba haciendo desde el día que
entró en el Oval, y sabía lo que estaba haciendo contigo.
—¿Estás tratando de hacerme sentir peor?
—No —dice—. ¿No ha pensado en ir a por él, también?
Cierro mis ojos. —Cada maldito día.
Pero las razones por las que no puedo estar con
Brennan no han cambiado. Está tan fuera de los límites
como siempre lo estuvo.
—Entonces… —agita su mano hacia la puerta como si
yo debiera levantarme e ir directamente hacia Brennan,
tumbarlo con un beso.
—Arrête-toi. No, Jesús, Henry. No.
—¿Es un crimen? ¿Es contra alguna ley?
—Abandono del deber.
—No podrías abandonar tu deber, aunque lo intentaras
—se burla.
—¿Qué es lo que realmente estás tratando de decirme?
Henry se inclina hacia mí, hasta hablarme al oído. —Si
él pensó que valía la pena el riesgo para él, ¿no vale la
pena el riesgo para ti?
—Podría destruirlo, Henry. Lo que hicimos... No es solo
un pequeño riesgo. Podría arruinar su vida.
Eres malo para Brennan Walker. Malo para su carrera,
su legado, sus sueños.
—¿No vale la pena intentar tener lo que ustedes
tienen?
396
Si así es como Henry cree que va a animarme, se
equivoca. No tengo que escuchar esto.
Estoy a mitad de camino de mi taburete antes de que
me agarre del antebrazo y me arrastre hacia abajo. —Esta
es tu vida, y solo tienes una. Toma una decisión sobre lo
que quieres. Ve por ello.
—La vida real no funciona así.
—Si yo quisiera algo lo suficiente fuerte, no hay una
jodida cosa en este mundo que me detendría. —Me agarra
la barbilla y me gira hacia él. Puedo oler el bourbon en su
aliento—. Tienes que hacer algo. No puedo seguir viendo
esto. O vas a hacer realidad los sueños de Sheridan y te lo
follas a través del colchón…
Me sonrojo. Me guiña un ojo. —O ve tras lo que
realmente quieres, y no dejes que nada se interponga en tu
camino.
Apesta enamorarse de alguien con quien no puedes
estar.
Arrastro mi labio entre mis dientes.
Quiero a Brennan. Estoy enamorado de Brennan.
Quiero pasar todos mis días a su lado. Y estoy dispuesto a
perder todo en mi propia vida para ganar a Brennan y su
amor.
Pero entre nosotros, Brennan corre el mayor riesgo en
nuestra historia de amor. Él puede perderlo todo.
Tal vez aquí es donde realmente no he podido avanzar
realmente. 397
Tal vez no he estado dispuesto a seguir mis
pensamientos hasta aquí, porque la pregunta que necesito
hacer y que él tiene que responder es, ¿piensa él que yo
valgo la pena?
¿Me seguiría amando si él lo perdiera todo?
¿Y el mundo? Él es responsable de tanto bien, y yo
sigo siendo un riesgo para su legado.
Puedo decidir ignorar los riesgos y las razones por las
que no podemos estar juntos. No cambiarán, pero...
Lo elegiría a él y renunciaría a todo lo demás en un
latido del corazón.
¿Qué elegiría él?
Tengo los dedos mojados y arrugados por girar mi
vaso de cerveza. No, he tomado un solo sorbo. Mi corazón
late con fuerza. Merde, ¿realmente estoy pensando en ir
con él? ¿Hacerle esta pregunta? Seis semanas, sesenta mil
minutos. Verlo de nuevo…
Mis ojos se cierran.
—Henry, me voy a tomar el fin de semana libre.
Los ojos de Henry parpadean. —¿Sheridan va a
necesitar una silla de ruedas el lunes?
—No. Pero échale un vistazo este fin de semana, ¿de
acuerdo? Me dijo lo que siente por mi esta noche.
—Mierda, ¿en serio? ¿Antes de llegar aquí? —Asiento.
Henry silba—. Le voy a dar al chico una medalla al valor.
Mierda, pensé que tendría que vivir con él haciéndote ojitos 398
para siempre. Entonces, ¿por qué el fin de semana libre?
—Me voy de viaje.
Una sonrisa lenta se despliega en su rostro. —
¿Catoctin Mountain?
Vuelvo a asentir. Catoctin Mountain. Camp David.
No quiero más sueños diurnos angustiosos, ni vigilias
nocturnas, ni recuerdos que se desangren en visiones de
futuros fantasiosos.
Necesito saber.
Y luego necesito seguir adelante. Con él o sin él.
Henry paga la cuenta y me acompaña al otro lado de la
calle hasta la Casa Blanca. No dice ni una palabra mientras
saco un SUV del parque de vehículos. Caminamos hasta la
esquina del garaje, donde estamos a la sombra de la
oscuridad y el voladizo, y él mantiene abierta la puerta del
conductor mientras yo subo. —¿Vas a llamar por radio?
—No.
—¿Cuál será tu excusa para ir hasta allí?
—Tengo una hora y media para resolverlo. —Dudo, con
un pie colgando de la puerta—. No sé qué pasará. Podría
patearme el culo.
—Si es necesario, vuelve a mi casa. Esta noche. ¿De
acuerdo? —Henry no necesita ser amable después de toda
la mierda que le he echado encima, pero lo es—. Si tiene
algo de sentido común, va a dar gracias a su estrella de la
suerte y no voy a tener noticias tuyas hasta el lunes. Pero
mi sofá siempre está abierto.
399
Arranco el SUV y bajo la ventanilla. —¿Cuidarás de
Sheridan este fin de semana?
—Lo distraeré con videojuegos y levantamiento de
pesas. Cosas de hombres, para que no pueda sentir la
angustia que le has infligido.
Pongo los ojos en blanco mientras pongo reversa.
—Buena suerte, jefe.
CAPÍTULO VEINTISÉIS
Reese
Entonces
El viaje hacia el norte es tranquilo, sin más sonido que
el zumbido de los neumáticos sobre el pavimento a medida
que me alejo de Washington. Mi mente se despliega en los
faros y sigue las curvas de la carretera.
No tengo ni idea de qué decir. Ni idea de cómo hacer
esto.
Las dudas aparecen con la oscuridad. ¿Quién me creo
que soy para pedirle a Brennan que lo arriesgue todo?
¿Qué pensará de que me presente en su puerta en la 400
mitad de la noche?
¿Qué me dirá después de que le dije que fue un error?
Eso demasiado tarde.
No puedo volver a confiarte mi corazón.
He tenido tiempo para pensar, y tienes razón. No vale
la pena.
Tú no vales la pena.
Me serviría de mucho si él hubiera seguido adelante.
Que me diera la misma agonía que yo le infligí a él. Querer,
anhelar, amar, sólo para recibir un frío rechazo.
Camp David está ubicado en Catoctin Mountain Park en
el norte de Maryland, justo al sur de la línea estatal de
Pensilvania. Es una instalación de la Marina de los EE. UU.,
y es el único lugar donde el presidente va donde el Servicio
no toma la delantera. Los Marines son responsables de
asegurar los terrenos. Llevamos un destacamento mínimo
de agentes para los desplazamientos de ida y vuelta, y si es
un fin de semana no laboral y el presidente está allí solo
para relajarse, los agentes pueden traer a sus familias.
Los guardias de la Marina no esperan visitas al
anochecer, y cuando tomo el desvío a Camp David, me
detiene inmediatamente la patrulla exterior. Muestro mi
placa. —Tengo que informar a POTUS por la mañana.
Surgió algo. Me quedaré en una de las cabañas esta noche,
para estar aquí a primera hora.
El sargento asiente una vez. —Entendido, señor. Mis
hombres lo escoltarán hasta el recinto.
Cualquier otra persona seria devuelta y conducida de 401
vuelta a la carretera, pero yo soy el agente especial a cargo
del destacamento de protección presidencial. Soy de
confianza.
Estoy abusando de esa confianza. Diablos, ¿qué más
hay de nuevo? En este punto, entrar en Camp David con
una placa tiene que estar en algún lugar cerca del final de
mi lista de transgresiones.
Mis neumáticos crujen sobre el camino cubierto de
hojas cuando me detengo en Aspen, la cabaña del
presidente. La llamamos cabaña, pero es una mansión de
madera. El bosque llega hasta las paredes, rodeando al
presidente de bosques vírgenes y soledad. Angostos
senderos serpentean entre los árboles, donde el resto de
las cabañas están enclavadas en arboledas tranquilas y
bosquecillos bordeados de riachuelos.
Aparco. No hay nadie más aquí. Está solo.
¿No sería divertidísimo si estuviera entreteniendo a un
nuevo amante? ¿Si yo hubiera roto el sello, pero ahora él
hubiera seguido adelante, hubiera encontrado a alguien
aficionado al yoga y no lo suficientemente peligroso como
para destruirlo?
Es tan silencioso que puedo oír mi propia respiración.
Irónicamente, el presidente nunca cierra sus puertas.
O no se supone que lo haga. Si tenemos que llegar a él, no
podemos ser demorados.
Lo que significa que no hay nada que me impida
entrar.
Excepto yo mismo. Merde, estoy aterrado. Más de lo
que nunca he estado. Me he enfrentado a hombres y 402
mujeres dispuestos a asesinar al presidente, pero abrir esta
puerta...
Dejo de pensar y lo hago. Entro a Aspen a grandes
zancadas y cierro la puerta tras de mí.
Entro en una sala de estar abierta bajo un techo de
vigas a la vista. Una de las paredes está hecha de vidrio y
da a la piscina. Ahora mismo, la plata brilla en el agua,
como si Brennan hubiera bajado la luna del cielo. Una
chimenea de piedra va del suelo hasta el techo contra otra
pared. En ella, un fuego arde suavemente.
Brennan está de pie en la chimenea. Sostiene un vaso
de whisky, y cuando me ve, sus dedos se tensan alrededor
del cristal tallado hasta que su mano tiembla.
Me duele mirarlo, sobre todo con la luz parpadeante
del fuego jugando sobre su rostro. Entonces mi mirada se
dirige a los huecos bajo sus ojos y a la tirantez de la piel de
sus pómulos y su mandíbula. Su suéter está más holgado,
y los jeans cuelgan más abajo en sus caderas. No ha
estado comiendo. O durmiendo, parece.
Las brasas se mueven. Se asientan en la rejilla.
Las llaves caen sobre la mesa junto a la puerta.
Comienzo a quitarme el equipo. Mis esposas. Mi bastón. Mi
linterna. Mis cargadores de repuesto. Deslizo mi arma de
mi cadera. Levanta la pierna de mi pantalón y desabrocho
la funda del cargador allí. Tiro mi chaqueta al suelo y la
dejo en un montón, luego me desabrocho el arnés del
hombro y la segunda pistola que he empezó a llevar.
Esta noche, no vendré a Brennan como el jefe de su 403
destacamento. Vengo a él como yo. Reese, el hombre que
lo ama. Él observa cada uno de mis movimientos, sus ojos
me recorren, de pies a cabeza y viceversa. Su mirada es
cautelosa, desconfiada. Con bordes de hierro por el
tormento y coloreado en el dolor recordado cuando
nuestras miradas se cruzan.
—¿Qué estás haciendo aquí? —Su voz rechina,
irregular y áspera y demasiado profunda.
—Necesito hablar contigo.
—¿No ha pasado ese tiempo? —Se vuelve, y su rostro
se pierde en sombras. Mira fijamente el fuego moribundo y
no se mueve—. Reese, vine aquí para sacarte de mi mente.
Iba a darme un fin de semana más y luego iba a enterrar
mis sentimientos por ti.
—Por favor, no lo hagas.
—¿Por qué no? —Se agarra a la repisa de la
chimenea—. Dijiste que éramos un error.
—Estaba tratando de protegerte. Si alguien descubre lo
que hemos hecho...
Mis labios se cierran con fuerza. Esas son viejas
verdades. Las verdades que deberían mantenernos
separados. He cultivado esas preocupaciones en los campos
en barbecho de mi psique, cosechado siglos de dolor por
mis esfuerzos. No hay nada nuevo allí.
El fuego chisporrotea cuando las últimas llamas se
apaga. Solo quedan las brasas. Sus ojos se cierran y
exhala. —¿Por qué estás aquí?
Estoy haciendo esto mal, todo mal. —Estoy aquí 404
porque… Brennan, algo nos ha unido desde que nos
conocimos. No lo entiendo, y nunca lo he hecho. He
intentado luchar contra ello, y he intentado huir de ello,
pero no puedo.
Su mandíbula funciona, los músculos se tensan. —Yo
sentí lo mismo —susurra—. El mundo cambió cuando te
miré a los ojos. Ahora está mi vida antes de ti y mi vida
después de ti. —La angustia retuerce su rostro—. Me
enamoré tan profundamente de ti.
—Yo también me enamoré de ti. —Y todavía me estoy
enamorando. Estoy en caída libre. Cayendo en picada, esta
vez aterrorizado—. Cometí un error, pero no fue que nos
enamoráramos. Fui yo que me alejé. Cometí el mayor error
de mi vida hace seis semanas, y si pudiera rebobinar el
tiempo y volver a esa noche, yo…
Mi voz se quiebra.
—Merde, no puedo dejar de imaginar lo que podríamos
ser juntos. Pero... Somos malas noticias, Brennan. Soy
malo para ti. ¿Qué soy yo en comparación con toda tu
carrera? Comparado con todo lo que has hecho y todo el
bien que puedes lograr, ¿qué soy yo?
—Nunca me has preguntado lo que vales para mí,
Reese. Amarte es más grande que la presidencia, o mi
legado, o mi reputación. Soy un hombre ...
—Eres más que un hombre. Eres un gran presidente.
—No me mires y solo veas a un político.
—Pero tú puedes cambiar el mundo. Ya lo has hecho.
En las últimas seis semanas, desde que me fui, la
alianza de Brennan y su compromiso con los derechos
405
humanos ha salvado a miles. Decenas, cientos de miles de
vidas. Las reubicaciones, las tumbas que se cavan, los
pueblos que se incendian. Todo eso ha llegado a su fin.
Gracias a Brennan.
Eso hace que lo ame aún más.
—Este mundo seguirá, pero quiero nuestro mundo,
Reese. Quiero lo que encontramos juntos. Quiero que me
mires y pienses en nuestro amor.
El silencio nos envuelve.
—Hay cosas más grandes que nosotros mismos —dice
en voz baja—. Amarte es una.
Está tan quieto.
—Brennan… Esto es… —La suerte. El destino. Él es el
amor de mi vida—. No quiero sacrificarme más. No quiero
hacer concesiones. Quiero estar contigo.
La esperanza brutal arde en él de forma tan feroz, tan
intensa. —Tienes que estar seguro. —Su voz está
temblando. No, él está temblando, cada parte de él. Sus
manos están apretadas a los lados como si se estuviera
conteniendo y le costara todo lo que tiene para hacerlo—.
No puedo sobrevivir a que te alejes de mí otra vez.
Seis semanas de noches de insomnio, de sueños
irregulares, de despertar con el fantasma de sus ojos.
—Estoy seguro.
Está sobre mí en un momento, y sus brazos me
envuelven, aplastándome contra él. —Reese…
406
Entonces su boca esta en la mía. Nuestras lenguas se
baten en duelo mientras nos devoramos el uno al otro, solo
rompiendo por el instante que toma quitarnos nuestras
camisas. Me arqueo contra él mientras sus manos se
deslizan sobre mí.
Su toque es como si me devolviera la vida. Lo he
echado mucho de menos.
Estoy desesperado. Él está desesperado. Sus dedos
patinan por mi columna y más allá, dentro de mis
pantalones mientras me agarra el culo. Me desabrocho la
bragueta y me baja los pantalones mientras cae de rodillas.
Los besos aterrizan en mi vientre y caderas, y luego más
abajo, antes de llevarse mi polla a la boca.
Ha pasado demasiado tiempo -seis semanas- desde mi
último orgasmo, y me elevo demasiado rápido, demasiado
bruscamente. Intento quitármelo de encima, pero toma mis
manos entre las suyas y me mira a los ojos mientras chupa
más profundamente…
Y me pierdo. Perdido. Me corro gritando su nombre, y
él gime a mi alrededor mientras disparo por su garganta.
Después me siento débil, me tiemblan las rodillas, mis
nudillos se convierten en duras crestas mientras nos
abrazamos con tanta fuerza que nuestros dedos se
entumecen.
Acabamos en el sofá, completamente entrelazados,
con los cuerpos desnudos meciéndose y empujándose
mientras nos besamos y jadeamos y tratamos de respirar el
uno al otro. Sus manos en mi cabello, mis manos rozando
su espalda. Me vuelvo a endurecer contra su muslo.
—Quiero pasar el resto de mi vida amándote —susurra. 407
Nos movemos como uno. Su polla se desliza sobre mi
vientre, mi cadera, mi propia polla. Levanto mi otra pierna
y la envuelvo alrededor de su cintura. Sus manos se
enroscan con las mías y me clava en los cojines.
Sus ojos se abren de par en par y se corre con mi
nombre saliendo de sus labios. Me deshago debajo de él,
temblando y estremeciéndome y sacudiéndome mientras él
sigue empujando. Estoy en pedazos.
Nos tumbamos juntos, jadeando, tratando de dejar
que nuestros corazones se calmen. Mis dedos trazan
patrones entre sus pectorales, se deslizan sobre los planos
de su estómago.
—¿Cuánto tiempo tenemos?
—Me tienes para el resto de tu vida. —Me estiro,
enganchando un muslo sobre su cadera—. Y durante todo
el fin de semana.
—¿Sin interrupciones? ¿Sin deberes?
—Nada menos que una guerra nuclear.
—Incluso entonces. —Me besa, y lo que comienza
dulce y simple se convierte en mucho más.
Me desarma con la boca, hasta que no soy más que
nervios desgarrados. Entonces me pongo sobre él, y le pido
que me enseñe exactamente lo que quiere de mis labios y
mi lengua. Lo hace, y lo chupo mientras masajeo sus bolas,
acaricio sus muslos, presiono mis dedos contra su agujero.
Luego le devoro el culo. El anal no es nuevo para mí.
Brennan es el primer hombre con el que he estado, pero 408
esta no es la primera vez que me zambullo de cara en un
par de mejillas perfectas. Sostengo sus muslos hacia atrás,
lo doblo por la mitad y voy a por todas. Me perdí esto la
primera vez, y no volveré a cometer ese error.
Brennan agarra el cojín del sofá, un almohadón, tira de
mi cabello. Tomo su mano en la mía. Sus uñas arañan la
piel de mi palma.
Lo reduzco a gemidos, a pequeñas sacudidas y
estremecimientos y luego las suaves ondulaciones de sus
caderas mientras intenta follarme la cara. Mi lengua está
enterrada hasta el fondo y mis dedos juegan con el borde
de su agujero.
Merde, lo quiero de nuevo. Quiero estar dentro de él,
tan profundamente que pueda sentir sus pensamientos
moviéndose en mi mente. Me levanto y envuelvo sus
piernas alrededor de mi cintura mientras lo beso y luego
susurro —Pon tus brazos alrededor de mi cuello.
Lo hace, y yo me pongo de pie y lo llevo por el pasillo
de la cabaña presidencial y hasta su dormitorio.
Golpeamos la cama y rodamos, besándonos como si no
acabáramos de quemar el aire entre nosotros. Está en mi
regazo, presionándonos piel con piel, pecho con pecho,
labios con labios. Se lanza, hurgando en la mesita de noche
hasta que abre un cajón, y luego me pasa una botella
nueva de lubricante. —Iba a tratar de sacarte de mí
sistema.
Iba a follarse a sí mismo y pensar en mí y luego
intentar olvidarme.
Me lubrica a mí y a él. Sostiene mi rostro entre sus
manos. Nos miramos fijamente mientras me muevo dentro
409
de él, y todas las noches interminables y los días
angustiosos, todos los dolores de corazón y las ampollas en
carne viva frotadas en mi alma, todas las formas en que
me he equivocado sin Brennan, se esfuman. Esto es lo
correcto. Esto, nosotros, lo todo.
Me cabalga lentamente. Beso su pecho y muerdo sus
pezones, luego los lavo con mi lengua. Mis manos recorren
su espalda, catalogando cada escalofrío y gemido, cada
momento candente que saco de él.
Nuestro acto de amor se detiene finalmente cuando
sale el sol. La cama está destrozada, las sábanas
arrancadas de las esquinas, las almohadas en el suelo. Nos
tumbamos en el centro del colchón, su cabeza sobre mi
hombro, mis brazos alrededor de él, y nos quedamos
dormidos con el sonido de los pájaros.
Debe haberle dicho a todo el mundo que no lo
molesten durante el fin de semana, porque nadie nos
interrumpe por la mañana. Cuando finalmente nos
despertamos, pasado el mediodía, me dice que me quede
en la cama y me relaje mientras él prepara el almuerzo. No
empaqué nada, vine aquí sin nada, así que le quito un par
de sus boxers y lo sigo después de unos minutos. Después
de seis semanas separados, no quiero perderlo de vista.
Casi abandona la tostada francesa en la sartén. Nos
bancamos los fuegos entre nosotros el tiempo suficiente
para comer, pero tan pronto como terminamos, me pone
sobre la mesa y pide el postre.
Cuando se pone el sol, nos aventuramos afuera. La luz
de las estrellas ilumina nuestro mundo, y hablamos en voz
baja mientras vemos salir la luna.
410
Más tarde, de vuelta al interior, hacemos el amor. Beso
mi camino hacia abajo por su cuerpo hasta que tomo su
polla en mi boca. Su gemido llena todos los rincones de la
habitación, y sus dedos se clavan en las sábanas mientras
sus muslos tiemblan. Sostengo su mirada y lo chupo
lentamente.
Finalmente, vuelvo a deslizarme dentro de él.
Sostengo su mano contra mi corazón mientras me cabalga.
Esto es diferente a lo anterior. Esto es más profundo. Este
es el comienzo de una eternidad.
Estoy tratando de memorizarlo, memorizar la forma en
que la luz de la luna lo abraza y como sus ojos rivalizan con
el brillo de las estrellas. Necesito recordar cada línea tensa,
cada músculo tallado. Necesito llevar este momento dentro
de mí para siempre.
El futuro que hemos elegido no va a ser fácil. Podemos
fingir durante este fin de semana, pero la realidad está a la
vuelta de la esquina. Todavía estamos en peligro.
Pero enfrentaremos ese peligro juntos.
De la forma en que estamos destinados a hacerlo.
Besa mis labios con suaves mordiscos entre sonrisas y
lentos balanceos de sus caderas. Envuelvo mi mano
alrededor de la curva de su cara y acuno su pómulo en mi
palma.
—Quiero casarme contigo. —Su voz es menos que un
susurro. Menos que un sonido. Siento sus palabras más que
las oigo.
Siento como si me estuviera casando con él ahora. —
Soy tuyo, Brennan. Y siempre seré tuyo. 411
CAPÍTULO VEINTISIETE
Reese
Ahora
Anatoly pide encontrarse en un McDonald's en el lado
más rudo de Baltimore, a media hora de DC.
Sheridan permanece en silencio durante el viaje. Está
encorvado en el asiento con los codos en las rodillas y el
rostro hundido en sus palmas Intento leer el temblor de sus
hombros, la línea de tensión recorriendo su columna
vertebral.
¿Tu mundo se está derrumbando, Sheridan? ¿Se están
cerrando tus mentiras a tu alrededor? 412
No pensé que Sheridan sería el hombre que me
rompiera el corazón, pero aquí estamos. Puedo sentir como
se forman las grietas.
Cuando llegamos, Anatoly ya está estacionado en una
esquina, junto al contenedor de basura. Me paro a su lado y
bajo mi ventana. —¿Qué quieres?
Pone los ojos en blanco y sale de su Lexus. —Sal de
ahí. Hablemos cara a cara.
No tengo tiempo para rusos malhumorados, y casi
meto la reversa y lo dejo ahogándose con mis gases. Pero
necesito saber el papel de Konstantin en todo esto. Apago
el motor y me guardo las llaves.
Hace una hora, no habría pensado dos veces en
dejarlas en el coche con Sheridan.
Sheridan me sigue afuera, dando un portazo. Lo miro
con atención cuando rodea el capó.
La mirada de Anatoly pasa de mí a él.
—Habla. Tienes tres minutos —le digo—. Vamos a
acusar a Konstantin en un tribunal federal en una hora. —
Estoy fanfarroneando, pero Anatoly no lo sabe—. Lo
tenemos para agredir a un agente federal. Allanamiento de
morada. Conspiración.
—¿Crees que estuvo en algún lugar ayer? ¿De eso se
tratan estas acusaciones inventadas?
—En algún momento entre las diez de la mañana de
ayer y esta mañana, sí. Dejó una huella durante un
allanamiento en la casa de un agente del Servicio Secreto.
Los ojos de Anatoly se estrechan. —¿Tiene esto algo 413
que ver con el accidente de coche en el parque Rock Creek
anoche? ¿O con la forma en que el Servicio Secreto se
apresuró a responder? Casi como… —Deja que su
implicación quede entre nosotros, con las cejas levantadas.
No digo nada. Sheridan muele su talón contra una
hierba.
—Konstantin tiene una coartada para todo lo de ayer.
—Que conveniente.
—Tal vez, pero es la verdad. —Anatoly saca un
teléfono. En la pantalla está precargado el video de
vigilancia de la embajada rusa, con la fecha y la hora en la
esquina superior. Ayer por la mañana, a las ocho—. Mira.
Verás a Konstantin entrar en la embajada. Se ha reunido
conmigo.
Efectivamente, ahí está Konstantin entrando a
zancadas por las puertas principales y saludando a Anatoly
en el vestíbulo con un abrazo y besos en cada mejilla. Los
hombres se alejan del marco, dirigiéndose al interior de la
embajada. No tienen prisa.
—No se fue hasta la tarde. De nuevo, conmigo. —Se
reproduce un nuevo video, esta vez mostrando a
Konstantin y Anatoly saliendo de la embajada en compañía
de otros tres hombres. Están relajados, riendo entre ellos,
compartiendo bromas. Una cámara exterior capta la
grabación cuando salen del marco del vestíbulo. Los cinco
hombres suben al auto de Anatoly.
—Fuimos a cenar. Estuvimos hablando de negocios con
estos hombres. Venían de fuera de la ciudad.
—¿Y quiénes son ellos? 414
Anatoly me mira y no responde. —Aquí está el video
de vigilancia del restaurante.
De alguna manera, tiene las cintas de vigilancia del St.
Regis. Comieron en el Alhambra dentro del hotel. Si esto es
legítimo. Sin embargo, el video parece ser del St. Regis. He
sacado sus cintas de vigilancia cientos de veces. La hora, la
fecha, su logo en la esquina. Anatoly llega en su Lexus y los
mismos hombres se bajan. Un valet toma el auto mientras
Anatoly y Konstantin hacen pasar a los hombres adentro a
las 15:21 horas de ayer.
—Nos quedamos cinco horas.
—Cena larga.
—A diferencia de ustedes, los estadounidenses,
sabemos saborear las experiencias.
El siguiente video muestra a los cinco hombres
saliendo a las 8:30. El valet es diferente, forma parte del
turno de la tarde. Anatoly y Konstantin fuman mientras
esperan. Cuando llega el coche, Konstantin le da una
propina al valet.
—Los llevamos a Illumination por vodka. —El infame
Club de striptease ruso, una fachada ridícula para la mafia
rusa. Por supuesto, Anatoly tiene videovigilancia desde allí,
y veo como los cinco hombres entran al club un poco antes
de las nueve.
Los tiempos de conducción se alinean hasta ahora. No
hay ningún trozo de minutos que faltan.
—Nos quedamos hasta pasadas las dos de la mañana.
Lo recuerdo, porque en el camino de regreso, escuché las
noticias sobre el accidente en el parque. —También tiene 415
un video de cinco hombres borrachos riéndose mientras
fuman puros y suben al Lexus de Anatoly. Sello de Tiempo:
2:37 am.
—Konstantin y yo dejamos a nuestros invitados en su
hotel...
—¿Dónde?
—El Ritz.
—Por supuesto.
—... y fuimos a la casa de Konstantin. —El ultimo video
es de una cámara de vigilancia doméstica en lo que parece
ser la casa adosada al otro lado de la calle de Konstantin en
Georgetown. El Lexus se detiene, y Anatoly y Konstantin se
bajan. Van más lento y fuman antes entrar a las 3:23 am.
—Me quedé una hora y luego me fui.
El último video muestra a Anatoly alejándose a las
4:30 de la mañana. Deja el video reproduciéndose.
—Y Konstantin se quedó en casa hasta que ustedes
vinieron a arrestarlo esta mañana. No fue a ningún otro
lado. Verás, ayer estuvo conmigo todo el día. No hay
tiempo para que haya pensado en lo que sea que lo estás
acusando.
—Esto es jodidamente conveniente. —Miro a Anatoly a
través de mis gafas de sol—. Sabes, he perdido la cuenta
de cuantas veces han intentado hacer pasar por auténtica
la vigilancia de videos falsos. Siempre nos enteramos. No
son tan buenos en eso.
—Esto no es falso. Es real, todo ello. Puedes ir al St.
Regis tú mismo. Y el Illumination está esperando tu
416
llamada. Ellos lo confirmarán.
—Por supuesto que tu bar ruso confirmará tu historia,
Anatoly. Es más que creíble que cada movimiento de ayer
de Konstantin esté grabado. Es como si supieras que
necesitaría una coartada.
—En mi línea de trabajo, necesitamos coartadas todos
los días. Si no intento esconderme, me mantengo al
descubierto. Nunca se sabe cuándo algún agente federal te
va a acusar de algo que no has hecho.
—Que bonito.
Me paso la lengua por los dientes. Miro a Sheridan. Se
está mordiendo el labio con tanta fuerza que puedo ver
cómo se forma un moretón. También está jodiendo a
Anatoly con su mirada. Parece que mi soleado Sheridan se
ha cansado. ¿Ha dejado de fingir? ¿Es este el verdadero
Sheridan que estoy viendo?
—¿Esta huella digital dentro de la casa de alguien es
todo lo que tienes sobre Konstantin? ¿Y si estaba haciendo
una visita amistosa? Seguramente no lo arrestaron solo por
eso. Esto es América, después de todo.
—Esta no fue una visita amistosa. Destrozó el lugar. Lo
revolvió del piso al techo, buscando algo. Su huella estaba
en la bombilla que desenroscó al entrar.
Anatoly inclina la cabeza hacia atrás y se ríe. Sus
hombros tiemblan y se lleva las manos a la sien,
maldiciendo en ruso durante un minuto. — Reese, eres
mucho más inteligente que eso. ¡Sabes que esa no es la
huella de Konstantin!
—Sé lo que sé, Anatoly. Es la puta huella de
417
Konstantin. Demonios, incluso tu embajada lo confirmó.
—¡Piensa! —Anatoly espeta—. ¿Por qué Konstantin,
uno de los mejores agentes con los que he trabajado,
dejaría su huella detrás? Especialmente si estaba
irrumpiendo en la casa de uno de sus agentes. Mi hombre
no es tan descuidado.
—Todos cometemos errores. No necesito explicar por
qué hizo lo que hizo. Todo lo que necesito hacer es
demostrar que estuvo allí.
—Él no estuvo allí. —Anatoly sostiene el teléfono con
los vídeos—. Esto es para ti. Todos los videos están en él.
Dáselo a tu FBI y déjalos diseccionar las imágenes.
Encontrarán que es auténtico. Konstantin no es tu culpable.
—Entonces, ¿por qué está su huella allí? Sabemos que
el allanamiento se produjo ayer pasadas las diez de la
mañana.
Pero, ¿de dónde salió esa información? Sheridan está
en silencio a mi lado. No está aportando nada a esta
conversación. No ayuda de ninguna manera.
—Nunca lo he enviado a entrar en la casa de uno de
tus agentes. Lo juro. Creo, en cambio, que a Konstantin le
han tendido una trampa. Tal vez por alguien que le guarda
rencor, ¿no?
Mi mirada se dirige de nuevo a Sheridan. Sacude la
cabeza y se aleja. Lo pierdo de vista cuando camina hacia
el otro lado del SUV. Un momento después, un puño golpea
el panel de acero reforzado del vehículo una, dos, tres
veces. 418
Cuando me vuelvo hacia Anatoly, su expresión parece
decir: ¿Ves?
—¿Es esto de lo que querías hablar? —pegunto—.
¿Tratando de convencerme de que tu hombre es inocente
con algunos archivos de video cortados y pegados? ¿Por
qué no le envía esto al Departamento de Estado? No
necesito estar perdiendo el tiempo aquí.
—Konstantin está al borde de algo terrible que has
encontrado, Reese. Estás tanteando las sombras. Te has
metido en algo que no entiendes. Tengo información que
creo que puede ayudarte, y estoy dispuesto a cambiar esa
información por Konstantin.
Brennan.
Haré cualquier cosa para recuperarlo. Liberaré a cien
Rusos si ese es el precio. Por eso nuestro amor es tan
peligroso ¿Dónde está mi lealtad ahora? ¿Qué no daría yo
por él? No sé la respuesta. —¿Sabes dónde está?
—¿Sé dónde está quién? —pregunta Anatoly
lentamente.
Mis dientes chocan entre sí. Anatoly me ha llamado.
Anatoly quiere negociar. Que sea él quien lo diga.
—Esto es lo que sé —dice Anatoly, acercándose. Él
baja la voz, y su acento se espesa—. Se que ese accidente
de anoche es más de lo que pretende tu gobierno. Sé que
ha ocurrido algo terrible. Y sé que estás operando por tu
cuenta, en lo profundo de la oscuridad. Tú y… —Señala con
la barbilla hacia donde desapareció Sheridan—. ¿Es tu chico
de los recados? ¿O te está espiando? ¿En quién confías 419
ahora mismo?
—En ti no.
—Yo tampoco confiaría en mí. Por eso quiero negociar.
Información por Konstantin. Ambos salimos ganando.
—No puedo aceptar un intercambio hasta que sepa qué
información quieres darme.
—Sé lo que tiene tu gobierno en espasmos. El secreto
que se supone que solo tu presidente debe saber.
La reunión informativa. A dónde iba Brennan. —Dime.
—Hay un espía dentro de tu gobierno en los niveles
más altos. Alguien que trabaja con el presidente Walker.
—¿Que? —Es como si estuviera en una montaña rusa
que se desmorona, partes, piezas y rieles salen volando en
todas direcciones mientras caigo en picada.
—Este espía ha estado enviando a Kirilov todas las
decisiones de tu presidente ¿Cómo crees que los rusos
saben cómo contrarrestar cada uno de tus movimientos?
¿Predecirlos, adelantarse a ellos? Kirilov fue capaz de
tenderle una trampa a sus SEAL no porque tuviera suerte.
Porque estaba advertido.
Puedo contar los hombres y mujeres que estaban en la
Sala de Situación ese día. ¿Quién de ellos podría pasar esa
información -información que costó vidas estadounidenses-
a Rusia?
—¿Cómo sabes esto?
Anatoly me estudia. —Estos son tiempos peligrosos. Se
420
han puesto en marcha acontecimientos que no pueden ser
revertidos. Lo que tu presidente hizo en la ONU fue la gota
que colmó el vaso para muchos en Rusia. Ahora se están
tomando decisiones y Kirilov está cada vez más
desesperado.
—¿Decisiones? ¿Estás hablando de un golpe de
palacio?
La mirada de Anatoly es oscura y dura. No puede
confirmarlo, pero tampoco lo niega.
—¿Cuál es tu papel en todo esto?
—Estoy tratando de sobrevivir.
—Como todos los buenos chicos rusos.
—Kirilov es un viejo FSB, ¿no? Todavía dirige espías e
informantes, incluso dentro de su propio gobierno. Juega
con los más importante cerca de su pecho, para que nadie
sepa quiénes son. Esta persona en tu gobierno, es uno de
estos espías. Es su as. Es su último suspiro.
No puedo creer esto. Ni siquiera puedo imaginarlo. Me
alejo de Anatoly. Me acaban de inyectar adrenalina. Estoy
temblando, todo hasta mis células. Estoy jugando sudoku
con una pistola en mi cabeza, y alguien sigue cambiando
los números en mí.
Todo lo que quiero es a Brennan. Malditos sean los
secretos y las mentiras. Maldita sea la política, el
subterfugio, el cuchillo esperando para clavarse en mi
espalda. Me quedaré ahí y dejaré que me corte la columna
vertebral si puedo trae a Brennan a casa.
421
¿Dónde diablos está Sheridan? Me giro y lo veo
apoyado contra la puerta trasera, mirando al suelo. Está
girando el teléfono desechable que Marshall le dio en sus
manos.
Vuelvo a dirigirme a Anatoly. —¿Cómo pudo Kirilov
reclutar a alguien del círculo íntimo del presidente? Todo el
mundo está vigilado. Todo el mundo está monitoreado.
—Kirilov recurrió a alguien en quien confiaba, otro
espía suyo, para traer a este estadounidense. Alguien con
quien ha estado trabajando durante mucho tiempo. Ha
estado actuando como un recorte entre Kirilov y el
americano.
—¿Sabes quién es el recorte?
Anatoly asiente. —¿Esos hombres con los que estuve
ayer? Ellos me estaban entregando información sobre él
desde Moscú. Creemos que el recorte y el espía
estadounidense hicieron contacto en la Asamblea General
de la ONU en septiembre.
—Dime su nombre.
—Estamos negociando. No puedo darte todo sin que tú
me des lo que quiero a cambio.
—Dame el recorte y te daré a Konstantin.
—No. No va a funcionar así. Ustedes los americanos
son torpes. Harán que me maten cuando se excedan en el
juego. He estado persiguiendo al espía de Kirilov durante
meses. No puedes cortocircuitar eso porque estés en una
misión de venganza.
422
—Entonces, ¿qué quieres de mí?
—Te daré el nombre del recorte solo si encontramos a
tu traidor juntos. Tú y yo, no todo tu gobierno y todas tus
filtraciones americanas. Estoy tratando de mantener mi
cabeza. Más que eso, estoy tratando de salvar a mi país.
—¿Manteniendo a Kirilov en el poder o destituyéndolo?
¿De qué lado estás, Anatoly?
Muestra sus dientes. —Estoy del lado de mi país. Rusia
necesita recuperar su futuro.
¿Cómo se supone que debo analizar esa respuesta?
Malditos rusos y su doble discurso.
—¿Señor?
La voz de Sheridan, justo detrás de mí, me hace
estremecer. Ni siquiera lo he oído moverse. —¿Qué?
Está pálido, y puedo ver el blanco de sus ojos. Tiene su
teléfono móvil en la mano con un artículo de noticia de
última hora en la pantalla. —Mire.
Presidente desaparecido, grita el titular, en el texto
más grande que he visto en la CNN. Se Confirma que el
Misterioso Accidente de Coche en el Parque Rock
Creek Involucra al Presidente Walker. Múltiples
Muertes Reportadas. Posiblemente Sin
Sobrevivientes.
—Joder —grito—. ¡Joder!
—Hay más, señor —susurra Sheridan—. Marshall va a
hacer una declaración.
423
CAPÍTULO VEINTIOCHO
Reese
Entonces
Hemos sobrevivido varios meses con este secreto
entre nosotros. Nos hemos dado besos a escondidas y nos
hemos dicho te-amo en el Despacho Oval y en su estudio, y
kilómetros de miradas privadas y anhelantes viajan de sus
ojos a los míos. Lo acompaña desde el Residencia al Oval
todas las mañanas y luego me quedo a tomar un café. Paso
demasiado tiempo con él.
Estoy seguro de que Matt lo sabe.
Las noches son las más difíciles. 424
Quiero seguirlo hasta la Residencia al final de cada día
y dormirme en sus brazos y en su cama. Quiero mover mi
cuerpo a la Casa Blanca de la misma manera que he
trasladado mi corazón.
Tenemos una cita permanente para cenar en la
Residencia. Se llama reunión informativa. Somos nosotros
en la cocina, intercambiando besos mientras Brennan nos
prepara la cena. Es él enseñándome yoga e interrumpiendo
sus propias rutinas para inclinarse y besarme. Soy yo
abrazándolo mientras tarareo una canción de blues con la
que crecí mientras bailamos lentamente al ritmo de
nuestros corazones.
Si puedo, cuando Brennan no esté encerrado en la Sala
de Situación o en reuniones con su equipo de seguridad
nacional, me escabullo durante el fin de semana y nos
robamos veinticuatro horas juntos. Imagino que esos días
son como serán nuestras vidas en el futuro: no las
exigencias de la presidencia sino despertarnos con besos y
la calidez de la piel desnuda. Hablar durante horas. Nunca
tener suficiente de nuestras manos en el cuerpo del otro.
Una noche, un Sazerac en la noche, me mira en el ojo
y dice: —Me gustaría que fueras mi primer caballero.
No sé cómo responder.
No es que no lo haya pensado. Me he preguntado qué
pasaría si. Si pudiera chasquear los dedos y reorganizar mi
vida. Si pudiera pasar de ser el hombre a su lado con un
arma al hombre a su lado con su corazón para que todo el
mundo lo vea. Nunca escondido. Nunca teniendo que
escabullirme de la Residencia o pretender que no lo amo
cada vez que nuestros ojos se encuentran en el Ala Oeste. 425
Sacude la cabeza. —Lo siento. Ignora lo que dije.
—¿Desearías que yo fuera diferente?
—No. —Me coge de la mano en la encimera de la
cocina y hace gira su vaso mientras los olores de las
chuletas de cerdo asadas con manzanas a la canela y
batatas llenan la cocina—. No cambiaría ni una sola cosa de
ti. Lo que quiero es imposible: Desearía que pudieras ser
tú, exactamente como eres, y ser mi Primer Caballero.
Desearía que pudieras pasar de asegurar mi cena de estado
a estar a mi lado en la línea de recepción. Asegurar la
caravana y luego entrar a mi lado. Sin Sacrificios. Sin
compromisos.
Entrelazo nuestros dedos. —Tienes razón: eso es
imposibles.
—Entonces esto -lo que tenemos- es lo que quiero —
dice—. Bueno… —sonríe—. Quiero que pases la noche unos
cuantos días de la semana. Como, todos ellos.
Lo beso y no volvemos a hablar del tema.
ESTAMOS COMIENDO pizza cuando entra la llamada.
Brennan tiene su brazo alrededor de mis hombros mientras
arrastramos trozos de queso en nuestro regazo, sentados
426
en el suelo frente al sofá de su dormitorio. Mi equipo está
apilado junto con su chaqueta y su corbata. Estamos
compartiendo un refresco.
El teléfono suena. El seguro, la línea Top Secret que va
directo a la Sala de Situación. Hay un teléfono en cada
habitación, y cuando suena, la Residencia suena como el
interior de un departamento de bomberos recibiendo una
llamada de emergencia.
Él gime, se pone de pie y agarra el teléfono junto a su
cama. —Walker. —Su rostro se endurece—. ¿Cuándo? —Y
luego—. Reúne a todos en la Sala de Situación.
Nos apresuramos. Tomo mi equipo y bajo corriendo las
escaleras traseras mientras él se dirige al ascensor y luego
me reúno con él de nuevo fuera de la Sala de Situación. La
Sala de Situación está justo enfrente de nuestro centro de
mando, así que la mitad de mi destacamento tiene un
asiento de primera fila para vernos a los dos.
—Sr. Presidente —digo mientras abro la puerta de
seguridad. Técnicamente, todavía estoy de servicio, y como
soy el agente de mayor rango, soy responsable de
acompañarlo.
Mientras lo sigo adentro, Henry asoma la cabeza por el
centro de mando y levanta cuatro dedos. Es un código
silencioso y rápido: ¿Codigo cuatro? ¿Estás bien? Asiento.
Su mirada me barre, y enarca una ceja antes de
encerrarnos a Brennan y a mí en la Sala de Situación.
Es más pequeña de lo que la gente imagina. Solo la
mitad del personal de seguridad nacional de Brennan ha
llegado hasta acá, y Shannon le da a Brennan un resumen
rápido mientras McClintock gruñe en un teléfono. Los 427
oficiales están pululando, sacando mapas de satélite de
Ucrania. Todo está en penumbras, sólo el resplandor de las
pantallas y las luces colgantes bajas que iluminan la sala.
—Uno de nuestros cazas ha caído, Sr. Presidente.
Estaba volando una patrulla sobre uno de nuestros
corredores humanitarios en Ucrania. Las imágenes
satelitales muestran un lanzamiento de misiles aire-tierra
desde detrás de la línea de ocupación rusa.
—¿El piloto? —Es la primera pregunta de Brennan.
—Capitana de la Fuerza Aérea Isabella Wilkes, señor.
Se eyectó y su baliza localizadora está transmitiendo. Está
detrás de la línea rusa en las montañas del este de Ucrania.
Los nudillos de Brennan se blanquean mientras sus
manos se aprietan. —¿Podemos confirmar que los rusos
dispararon?
—No al cien por ciento, señor. El lanzador está
estacionado en territorio ocupado, y es una región de
bosque en la que se sabe que operan los rusos. Pero no
tenemos ojos para una confirmación visual.
Lo que significa que los rusos podrían marcar esto en
falso. En lugar de admitir haber derribado un avión de
combate estadounidense, lo que traería toda la furia de los
Estados Unidos en un golpe de martillo, podrían tratar de
señalar a los insurgentes. Alegando que no fueron ellos.
—Lo primero es lo primero: tenemos que rescatar al
Capitán Wilkes. ¿Opciones?
Brennan va de un lado a otro con Liu y Shannon, y
428
McClintock se une después de colgar el teléfono. Marshall
está en la Sala de Situación y Sheridan está con él.
Sheridan está cubriendo el servicio del vicepresidente,
tomando el mando de algunos turnos de trabajo mientras el
jefe de servicio está con licencia extendida. Esto no es un
traslado. De hecho, es lo opuesto. Lo estoy preparando
para que sea el líder del equipo de Brennan. Si Henry es mi
mano derecha, quiero que Sheridan sea mi mano izquierda.
Almorzamos dos veces por semana. Todavía voy a sus
partidos de tres contra tres. De hecho, soy su animadora
más ruidosa.
Nunca hemos hablado de lo que dijimos en la media
cancha.
Sheridan se une a mí en las sombras del fondo. Es su
primera vez en la Sala de Situación durante una crisis, y
tiene los ojos muy abiertos y está pálido mientras trata de
asimilar todo.
La puerta se abre de nuevo, y esta vez, Henry escolta
al secretario de defensa. El secretario se une al creciente
equipo alrededor de la mesa de conferencias, y la tensión
en la sala aumenta. Henry no necesita estar aquí, pero se
queda, deslizándose junto a Sheridan y a mí.
Marshall se inclina hacia el estrecho anillo de luz sobre
la mesa. —Sr. Presidente, tenemos un pelotón de Navy
SEALs en estado de alerta en Polonia. Podemos moverlos a
través de la frontera y a la posición del Capitán Wilkes
antes del amanecer para una extracción.
—Botas americanas sobre el terreno en Ucrania han 429
sido la línea roja de los rusos para ir a la guerra… —
comienza Shannon.
—Casi nos han declarado la guerra, ¿no? —El acento
tejano de McClintock va en aumento—. ¡Le acaban de
disparar a uno de nuestros aviones!
—Y podrían estar tratando de arrastrarnos a un
compromiso más amplio con ese derribo —dice Brennan—.
Desde la última ronda de sanciones, Rusia se ha sumergido
en la confusión.
Brennan hizo muchas promesas en la ONU y las ha
cumplido todas. Los corredores humanitarios están siendo
patrullados. Las armas y la ayuda siguen llegando a
Ucrania.
Y Brennan logró unir a Occidente para sancionar a algo
más que un puñado de importantes testaferros u oligarcas,
los hombres y mujeres que ya tenían su riqueza escondida
en bóvedas intocables. Fue tras el poder real detrás de
Kirilov: los generales, los coroneles, los comandantes del
campo de batalla. Los jefes de división del FSB. La gente
que está metida hasta el cuello en la sangre y la
corrupción. Los que dirigen la guerra, la policía secreta, las
prisiones. Los que están en el frente tirando del gatillo.
La idea de sancionar a miles de rusos de clase media
fue objeto de risa cuando Brennan lo planteó por primera
vez en la mesa redonda posterior a su cena de estado.
Sancionar a individuos no ejercería presión sobre una
nación, le dijeron. No se podría paralizar la economía de un
país de esa manera.
Brennan ha conducido personalmente convoyes de
430
ayuda a través de campos de minas. Ha esquivado ataques
de artillería para llevar combustible para generadores y
medicamentos a hospitales que mantienen vidas con nada
más que curitas y cuerdas. Ha ayudado a cirujanos de
campo que operan en bosques y se esconden debajo de
lonas de camuflaje, lavando tubos intravenosos y guantes
de plástico para que puedan reutilizarlos. Ha cavado
tumbas con sus propias manos. Ha vivido tras las líneas
enemigas.
—Traigan consecuencias reales a la gente con sus
dedos en el gatillo —les dijo a todos— y forzarán a que
suceda el cambio.
Los ojos de Marshall son como diamantes negros que
absorben la luz mientras escucha a Brennan.
—Arrastrar a los EE. UU. a una guerra de disparos
cambiaría la narrativa en Moscú de que la campaña en
Ucrania es un engaño mortal a que sea una guerra de
autoconservación contra la agresión occidental. Así es como
es probable que hagan girar este derribo. Que estamos al
borde de la invasión. Si les damos algo de combustible para
ese fuego, acabamos de convertir esto en tierra de nadie.
Silencio, hasta que habla McClintock. —Entonces ¿no
va a responder Sr. Presidente?
—Hay muchas formas de responder. No quiero dar a
Kirilov exactamente lo que podría estar buscando: una
excusa para la escalada que inflará su propia posición en
casa. La guerra con nosotros podría ser lo único que podría
salvarlo en este punto.
—Sr. Presidente, Rusia ha derribado uno de nuestros 431
aviones...
—¡Y estás permitiendo que Kirilov dicte cómo y cuándo
este conflicto se intensifique, Dean! —Brennan ladra—.
Estás reaccionando, reaccionando, reaccionando a cada uno
de sus movimientos. Está tratando de forzar nuestra mano,
y tú estás caminando directamente hacia él.
Un silencio quebradizo llena la Sala de Situación.
Brennan dirige su mirada a su secretario de defensa.
—Bob, habla conmigo sobre el rescate de nuestro piloto.
¿Se puede hacer en silencio, sin que los rusos lo sepan?
—Será difícil, Sr. Presidente, pero es factible. Los
SEALs tienen la mejor oportunidad de cruzar la frontera sin
ser detectados. Si los atrapan, lo más probable es que
Rusia tome su presencia en Ucrania como un acto de
guerra. Tienes razón, podrían estar tendiendo una trampa.
Derriban a nuestro piloto, nos arrastran a un rescate que se
desvía. Se dispara, y entonces estamos en la Tercera
Guerra Mundial.
Brennan se recuesta y observa la transmisión satelital
en vivo sobre Ucrania. Es de noche al otro lado del mundo,
y el cielo parece tinta derramada. El humo se eleva desde
un cráter del tamaño de una mancha. Una superposición
térmica en una pantalla separada muestra los incendios que
arden en el bosque. Diminutos puntos de calor a kilómetros
de distancia se mueven, en dirección al accidente.
Sus ojos se cierran y baja la barbilla contra el pecho.
Esta es la paradoja de la presidencia, y puede quebrar
a quienes se sientan en esa silla.
El peso del mundo descansa sobre los hombros de
432
Brennan, desde la guerra nuclear hasta la vida de un piloto
estadounidense, perdido y solo tras las líneas enemigas.
Sería fácil devolver el golpe, fácil herir como hemos sido
heridos. Ojo por ojo.
No hay ningún hombre cuyas decisiones sean más
impactantes. Con una palabra, Brennan puede defender o
destruir innumerables vidas.
Y por eso, tiene una responsabilidad mayor que la de
cualquier otro para preservar la paz del mundo. Tiene que
ser más grande. Tiene que ser mejor.
Es una posición insoportable.
—Lanza los SEALs —dice. Sácala de ahí. En silencio.
—Sr. Presidente... —protesta McClintock.
—Si escalamos esto, convertimos a Kirilov en el héroe
mítico que se imagina a si mismo ser. No voy a alimentar
sus Fantasías, Dean.
El silencio llena la Sala de Situación, en cada rincón
sombreado.
Las fosas nasales de McClintock se agitan. Marshall se
inclina hacia atrás, sus rasgos que desaparecen de la luz de
la mesa de conferencias, dejando solo sus manos girando
lentamente una pluma.
Estoy demasiado congelado para romper la quietud
respirando. Por el rabillo del ojo, veo a Henry tragar. Oigo
los latidos del corazón de Sheridan.
—Nuestras fuerzas armadas son las mejores del
mundo. Nuestros SEALs son más que capaces de rescatar
al Capitán Wilkes, y nosotros, los Estados Unidos, somos
433
más que capaces de encontrar una manera de salir de esto
que no termine en una guerra total con Rusia al amanecer.
Tenemos una oportunidad esta noche. No la
desperdiciemos.
McClintock tarda cinco segundos completos en decir: —
Sí, Sr. Presidente.
—Patrick, quiero que te acerques y veas si hay alguna
fuerza en la zona a la que podamos pedir refuerzos. No
quiero dar la mano, pero si nuestra gente necesita la
caballería, la quiero lista.
—¿La OTAN, señor? —Marshall pregunta.
—No, mantengamos esto más silencioso que eso.
Llama al Reino Unido. Mantendremos esto cerca.
—Sí, Sr. Presidente.
—Bob. —Se vuelve hacia el secretario de defensa—.
Despliega rápidamente nuestras fuerzas de reacción rápida
a nuestros nuevos FOBs en Europa del Este. Kirilov necesita
ver que estamos listos para luchar y que tenemos los
números para hacerlo. Necesita saber que la carga de la
escalada recae sobre él. Si quiere iniciar una guerra, tiene
que dar el primer paso.
—¿No lo ha hecho ya, Sr. Presidente? —gruñe
McClintock.
—Dímelo tú, Dean. Si podemos sacar al Capitán Wilkes
con vida sin comenzar una guerra que matará a millones,
¿no es eso un mejor resultado?
El rostro de McClintock se tuerce. Mira fijamente a la
oscuridad.
434
—¿Estás tan ansioso por ver cómo los misiles
destruyen ciudades estadounidenses? —pregunta Brennan.
El aliento de Sheridan tiembla. Los ojos de Henry se
deslizan más allá de él y se encuentran con los míos.
—Hagamos esto. —Brennan se levanta.
La Sala de Situación pasa de una quietud antinatural a
un tornado de actividad. Marshall y Shannon salen primero,
con sus cabezas juntas. Sheridan los sigue, pero antes de
irse, me lanza una mirada que no puedo entender. No estoy
seguro de lo que veo, y la luz tenue borra más de lo que
revela. Capto ese borde duro y oscuro en sus ojos
normalmente brillantes, un eco de cuando corríamos en el
centro comercial y cuando disparábamos en Rowley.
A veces, en este trabajo, nuestro pasado salta sobre
nosotros y nos agarra por el cuello, pero no hay tiempo
para lidiar con eso en el momento Por eso se supone que
nos conocemos por dentro y por fuera, para poder confiar
en el otro hasta la médula.
Debería saber lo que significa esa mirada.
Henry no se va hasta que McClintock y el secretario de
defensa lo hacen. Se supone que no debería estar aquí de
todos modos, pero nos estaba controlado a mí y a Sheridan
y le doy el espacio para que se escabulla en silencio. Si lo
hubiera necesitado, podría haber puesto todo en sus
manos. Me habría cubierto sin hacer preguntas.
Brennan sabe cuándo es el momento de dejar que los
expertos hagan su trabajo, cuando sus preguntas pasan de
la dirección y la orientación a la microgestión y la 435
interferencia. Dice a la sala que estará en el Oval. Sostengo
la puerta para él, y los volúmenes pasar entre nuestros
ojos.
Pasa el resto de la noche en el Ala Oeste. Me quedo su
lado, y estoy con él cuando el amanecer trae a McClintock y
Marshall al Oval. El sol naciente revela las líneas
demacradas, las sombras en los rostros de ambos hombres.
Se paran frente al escritorio de Resolute, y sus palabras se
derraman como veneno.
—Sr. Presidente... —Los ojos de McClintock se cierran.
Su papada tiembla—. Lo siento. La misión fue un fracaso.
No pudimos localizar al Capitán Wilkes y perdimos a cuatro
de nuestros SEALs.
Brennan inclina la cabeza sobre sus manos
entrelazadas. La luz del sol se cuela por las ventanas,
pintando las paredes y el gran sello americano en un brillo
dorado. Los pájaros del Jardín de las Rosas van de un lado
a otro, y las voces resuenan en los pasillos del Ala Oeste.
—Dime lo que sucedió.
Suena como una emboscada, como si todo fuera una
trampa. A nuestra gente le dispararon antes de que
estuvieran en el objetivo, y desde el primero hasta el
último, estaban a la defensiva. Cuando los SEALs
finalmente llegaron a la baliza de emergencia del Capitán
Wilkes, no había ni rastro de ella, solo nieve manchada de
sangre y un casco abollado por las balas. Los SEAL se
abrieron paso hasta la frontera, arrastrando a sus heridos y
a sus muertos.
—¿Tienes los nombres de los que hemos perdido? —
pregunta Brennan después de haber diseccionado cada 436
momento del ataque, hacia atrás y hacia adelante y a la
izquierda y a la derecha.
—Aquí mismo, señor. —Marshall le entrega una
carpeta con banda roja. —He despejado mi mañana, Sr.
Presidente, si...
—Gracias, Patrick, pero voy a hacer estas llamadas yo
mismo.
Se van, pero yo me quedo. El agotamiento lucha con la
derrota en los ojos de Brennan.
—Estos fueron los primeros de lo que probablemente
serán muchos si todo esto sale terriblemente mal —
suspira—. Va a ser un día agotador. ¿Puedo verte esta
noche?
—Por supuesto, mon chere.
Maldito sea el secreto. Me escabullo a la Residencia y
lo espero. No soy cuidadoso, ni circunspecto, y por una vez,
no me importa. Espero, y camino, y no me importa nada
excepto él.
437
CAPÍTULO VEINTINUEVE
Reese
Ahora
—Tengo una breve declaración —comienza Marshall,
una vez que la prensa en la sala de reuniones ha dejado de
gritar— y no voy a aceptar preguntas en este momento.
Anatoly, Sheridan y yo nos apiñamos alrededor del
móvil de Sheridan para ver la transmisión en vivo de la
CNN. La pantalla tiembla porque Sheridan está temblando.
Le agarro la muñeca.
Marshall mira fijamente a la cámara y es como si
estuviera frente a él, como si me estuviera hablando 438
directamente.
—Anoche, hubo un incidente en el parque Rock Creek.
Dos agentes del Servicio Secreto de los Estados Unidos y el
presidente Walker se perdieron.
La sala de reuniones explota. Tres docenas de
reporteros se ponen de pie, con preguntas gritadas una
encima de la otra.
—¿Qué quiere decir con perdido?
—¿El presidente fue asesinado?
—¿Fue un ataque?
Mi mente da vueltas sobre "perdido". ¿Marshall está
siendo cauteloso? ¿O sabe más que yo? No he tenido
noticias de Ahn. ¿El programa de reconocimiento facial
volvió con una identidad definitiva?
Tengo que llamarla, pero no puedo apartarme de la
conferencia de prensa.
Marshall espera a los medios. Se dan por vencidos
cuando se niega a responder, y la habitación se convierte
en clics de los obturadores y el estallido de los flashes de la
cámara. —Todavía estamos investigando y estamos
trabajando para comprender la secuencia exacta de
eventos que llevaron a esta tragedia. En este momento,
todas las señales apuntan a un fallo crítico dentro del
Servicio Secreto.
—Joder —susurro—. Nos la está colgando.
Sabía que esto iba a pasar desde el momento en que
salí de la Oficina Oval esta mañana. Britton también lo
sabía. Sabíamos que nos iban a colgar para secarnos.
Marshall está solo en el podio de la Casa Blanca.
439
Escudriño los bordes del encuadre, tratando de detectar a
los agentes que se supone que siempre acompañan al
presidente y al vicepresidente. No hay nadie. No están
flotando contra la pared. ¿Ha alejado a mi gente? O…
—Nuestra investigación ha descubierto patrones de
comportamiento inquietantes dentro del Servicio Secreto.
Ninguno más que el del agente especial a cargo del
destacamento de protección presidencial, Reese Theriot. —
Mi foto de servicio aparece en las pantallas detrás de
Marshall a ambos lados del podio de prensa—. En este
momento, el Departamento de Justicia está presentando
cargos contra Theriot. Estos cargos incluyen negligencia
grave y abandono del deber que condujo directamente a la
puesta en peligro del Presidente Walker. El FBI está
investigando actualmente a Theriot como el principal
sospechoso de otros crímenes, crímenes contra los Estados
Unidos que se elevan el más alto y severo nivel.
Las palabras de Marshall son balas disparadas
directamente a mi corazón.
—Theriot ahora es un prófugo de la justicia. Pido a
todos los estadounidenses que permanezcan vigilantes y
que informen inmediatamente a la policía local o al FBI si lo
ven. Por favor, no se acerquen a él por su cuenta. Está
armado y debe ser considerado extremadamente peligroso.
—No me lo creo —murmuro—. Esto no puede estar
pasando.
—A mis compatriotas estadounidenses, sepan que
incluso en esta hora oscura, estamos unidos, fuertes y
absolutamente dedicados a la pronta búsqueda de la
justicia. Gracias. Que Dios bendiga a Estados Unidos —dice,
440
casi gritando por encima de la erupción de la sala y el
descenso a los gritos y las preguntas:
—¿Es usted el presidente ahora?
—¿Ha sido juramentado?
—¿A qué hora murió Brennan Walker?
Se baja del podio y la señal vuelve a la transmisión en
la sala de prensa de la CNN, donde dos presentadores
sorprendidos se apresuran a responder.
Sheridan apaga la pantalla de su teléfono.
—Estás siendo incriminado, Reese —dice Anatoly.
La furia eclipsa todo dentro de mí, cada pensamiento,
cada emoción. Empujo a Sheridan con fuerza, con ambas
manos en el centro de su pecho. —¿Lo sabías? —Tropieza
hacia atrás, apenas manteniéndose en pie. Está exhausto y
se está ralentizando. Tal vez por eso está resbalando. ¿No
puede mantener su fachada?—. ¿Lo sabías, joder?
—¡No! ¡No tenía idea de que iba a dar una conferencia
de prensa!
—¿Sabías que me iba a incriminar?
La mandíbula de Sheridan se aprieta con tanta fuerza
que sus huesos podrían romperse. —No.
¿Cómo puedo creerle ahora, después de todo?
¿Por qué Marshall me llamó fugitivo cuando Sheridan le
ha estado dando información toda la mañana? Demonios, el
Servicio podría rastrear nuestro SUV si quisieran. Tal vez se
están negando. Tal vez hay un mal funcionamiento de la 441
señal. La radio no funciona, Sr. vicepresidente. Lo siento.
No sé qué pensar de la ausencia de mis agentes en la
rueda de prensa. Sé lo que quiero que signifique. Es el tipo
de mensaje que Henry me enviaría, apoyo silencioso y un
gigantesco "Vete a la mierda" a los poderes fácticos, todo
en uno.
Pero Henry se ha ido.
Dos agentes del Servicio Secreto de los Estados Unidos
y el presidente Walker se perdieron
Solo tenemos dos conjuntos de restos. Dos esqueletos
ennegrecidos.
Necesito llamar a Ahn. Necesito saber lo que Marshall
sabe. Le doy la espalda a Sheridan y saco mi BlackBerry.
Anatoly se ha alejado y está hablando por teléfono en
ruso. No sé si está intentando que un equipo de
secuestradores salga a recogerme o si solo está hablando
con su mujer. Todo es posible ahora mismo.
Ahn responde después del cuarto timbre, mientras me
muerdo la uña de mi dedo pulgar y paseando a lo largo del
SUV. —Hola mamá —dice Ahn—. Déjame llegar a algún
lugar donde pueda hablar.
Mierda. Espero, y escucho su respiración y el sonido de
una puerta cerrándose y bloqueándose.
—Vi la conferencia de prensa —dice ella—. Justo antes,
me ordenaron empaquetar todo lo relacionado con el
accidente y entregarlo a la Casa Blanca y al vicepresidente.
Su jefe de gabinete está aquí y no se apartará de mi lado.
Tengo quizás un minuto para hablar antes de que él venga 442
a buscarme.
¿Sabe Marshall algo que yo no sepa? Dio a entender
que había tres conjuntos de restos. ¿Tienes…?
—No. No sé por qué dijo eso. Todavía solo tenemos los
dos.
Me desplomo contra el costado del SUV. Todavía hay
esperanza, aunque sea microscópica. No puedo, no quiero,
dejar ir esa esperanza.
—¿Y el programa de reconocimiento facial?
—Necesito otra hora. Tuve que transferirlo desde mi
ordenador. Ahora está en un servidor virtual fuera de las
instalaciones. Eres el único que sabe que está funcionando.
Y nunca le dije a Sheridan.
—¿Vas a decirle a Marshall?
—No.
Lo que significa que esta es la única bala que nos
queda. —Gracias.
—Mierda. —Oigo golpes en la línea, un puño golpeando
una puerta pesada—. Me tengo que ir. —La línea se corta.
Me ha colgado.
Inclino mi cabeza hacia atrás. Los humos del Diesel y
la basura me asaltan, procedentes del contenedor de
basura desbordado y de la estación de servicio al otro lado
de una alambrada.
Brennan está ahí afuera. Lo sé. Ese cráneo no le
pertenece. ¿No lo sabría si estuviera muerto? Es el amor de
mi vida. Este no puede ser un mundo del que Brennan no 443
forme parte. El sol no brillaría, y el cielo no sería el mismo
color que sus ojos.
—Reese. —Anatoly se inclina a mi lado—. Tenemos que
sacarte de la calle. Mi gente dice que el FBI te está
buscando, ahora mismo.
—¿Pero no el Servicio Secreto?
—¿Cuánto confías en ellos?
Mi mirada se dirige a Sheridan. Si Anatoly me hubiera
preguntado esto hace veinticuatro horas, habría dicho:
“Con mi vida”. No, con más que eso. Con la vida de
Brennan.
Él toma mi silencio como respuesta. —Tengo un lugar
al que podemos ir donde no te encontrarán.
—¿Dónde?
—Una de nuestras casas seguras, una que tu gente
aún no ha descubierto. Tú y yo, tenemos trabajo que hacer.
Necesitamos encontrar a tu traidor.
Resoplo y me paso las manos por la cara. ¿Realmente
voy a seguir a Anatoly? ¿Entregarme al FSB? ¿Huir de mi
propio gobierno a los brazos de los rusos?
Marshall me está poniendo en bandeja para tomar la
culpa de toda esta catástrofe. Si me escapo con Anatoly,
¿le estoy haciendo el juego al vicepresidente?
—No tenemos mucho tiempo, Reese.
—Bien, bien.
¿Y qué hago con Sheridan? Está parado solo en medio
del estacionamiento, todavía congelado en el lugar donde lo
444
empujé. Meses atrás me dijo que me amaba. Ahora podría
estar ayudando a incriminarme por asesinato. Por traición.
Sabe demasiado para que lo deje libre. Si me deshago
de él, llamará a Marshall, y entonces todo el gobierno de
los Estados Unidos sabrá que he huido con Anatoly.
No, él está atrapado conmigo y yo con él. Somos
prisioneros el uno del otro.
—Sheridan, entra. —Cuando estamos abrochados de
nuevo en el SUV, extiendo mi mano—. Dame tu arma.
Se queda, pero no soy estúpido.
Me la pasa sin decir nada.
Me meto su arma -nuestro arma de servicio, no una
45- en mi pretina y sigo a Anatoly de vuelta a DC.
El SUV es demasiado pequeño para toda esta traición y
esta angustia.
Nos metemos en un callejón detrás de una casa
adosada en U Street, al norte del centro de DC. Anatoly
tiene razón: no conocía este lugar. Lo cual es un maldito
problema, porque está a solo dos kilómetros de la Casa
Blanca. Merde.
En el interior, está amueblado de manera cómoda,
aunque económica. La decoración es ecléctica de Goodwill:
sillas de comedor y cocina que no combinan. mesa, un sofá
a cuadros hundido, debajo de la ventana de la habitación
del frente. Las cortinas están cosidas. Todo el lugar es
oscuro y polvoriento. —Hay habitaciones arriba —dice
Anatoly.
—Tal vez quieras descansar, ¿no? —Está mirando a 445
Sheridan.
—Ve —digo. Lo necesito lejos de mí.
Sin discutir, sube las escaleras. Escuchamos sus
pesados pasos a lo largo del pasillo del piso superior y en el
dormitorio sobre la cocina. Una puerta chirría al abrirse. No
se cierra.
Anatoly y yo nos sentamos en la tambaleante mesa.
Ha traído un portátil de su coche. —Ahora, vamos a
empezar.
—No más juegos. ¿Quién es el recorte?
Girar su portátil hacia mí. Ha sacado una foto, una foto
publicitaria, y es un hombre que conozco bien.
Hace un mes, se sentó al otro lado de la mesa de
Brennan en la Sala Roosevelt y le informó sobre las
crecientes tensiones en Ucrania, y le pidió a Brennan que
enviara más armas y ayuda a la insurgencia.
—¿General Adrián Quinten? ¿El jefe adjunto del Mando
Aliado de Operaciones de la OTAN?
El General Quinten del Ejército Británico es la mano
derecha del Comandante Supremo Aliado en Europa. Ha
leído todos los informes clasificados, conoce los
movimientos de las fuerzas militares de todos los miembros
de la OTAN. Se he sentado en la Sala de Situación con
Brenan. Ha elaborado docenas de estrategias para
contrarrestar la agresión rusa en Europa del Este en
coordinación con el Pentágono, los ministerios de defensa
británico y alemán y el Ministerio de las fuerzas Armadas de
446
Francia.
—Un golpe devastador, ¿no?
El mundo es un túnel, mi visión se estrecha, mi
corazón late tan fuerte que mi cráneo parece que va a
explotar. No puedo hablar. Todo lo que puedo hacer es
pasar mis dientes por mis labios, tratar de parpadear y
abrir los ojos a un mundo diferente.
—Hace muchos años, Quinten se enamoró de una
hermosa joven.
—La vieja historia de amor rusa: ¿un tarro de miel?
¿Cuántos hombres han sido víctimas de la perfecta
amante rusa? Ella es todo lo que siempre imaginaron,
siempre desearon, hasta que de repente no es su mano la
que les acaricia los huevos sino la de la Madre Rusia, y lo
tienen agarrado con un tornillo de banco hasta que hace
exactamente lo que Rusia quiere.
—No exactamente. Ambos estaban realmente
enamorados y ella no era un agente. En ese momento, él
solo era un oficial de rango medio y no soñaba con una
larga carrera militar. Él iba a terminar su período de
servicio y luego se iría para estar con la mujer que amaba.
Sabían que no podían casarse mientras él estuviera
sirviendo, y pensaron que habían cubierto sus huellas lo
suficientemente bien como para que nadie supiera que
estaban juntos.
—¿Por qué tendrían que cubrir sus huellas? ¿Quién era
ella?
—La media hermana del presidente Kirilov.
—Kirilov no tiene una hermana.
447
—No, pero si la tenía. —Los ojos de Anatoly
parpadean—. Era la primogénita de la primera esposa del
padre de Kirilov, la campesina siberiana que dejó atrás
cuando ascendió en el partido y se trasladó a Moscú. El
padre de Kirilov intentó borrar esos años y Kirilov siguió
con la farsa. Excepto por algunos veranos que pasó en
Siberia cuando era adolescente.
Sacudo la cabeza, mis pensamientos chocan.
—Lena Kirilov fue asesinada en Finlandia hace veinte
años. Se salió de la carretera tras cruzar la frontera desde
Rusia. Su coche cayó en un fiordo tan espeso de nieve y
hielo que su cuerpo permaneció allí durante casi dos años
antes de que pudiera ser recuperado. Solo supe de su
existencia por un único registro hospitalario. Kirilov se
rompió el brazo cuando tenía quince años en Tomsk. Me
pregunté por qué estaba allí ¿Por qué Siberia?
Anatoly se acerca, su cara casi junto a la mía. —
Encontré a la familia desechada de su padre, y luego la
encontré a ella. A Lena. Investigué en su vida y,
finalmente, encontré los registros de las visitas de Lena
Kirilov y Adrian Quinten a un hospital de maternidad en
Helsinki.
—Ella estaba embarazada.
Anatoly asiente. —Entiendes lo difícil que ha sido sacar
todo esto adelante, ¿verdad?
—¿Tuvo el bebé?
—No. Estaba embarazada de cuatro meses cuando la
corrieron del camino. 448
—¿Está seguro de que la mataron?
—Kirilov y Quinten están seguros. El informe del
accidente se perdió misteriosamente en los servidores de la
policía finlandesa. Solo queda una copia impresa y la saqué
de un depósito. Los detalles del choque, los daños a su
vehículo… suena como un asesinato de manual. Ya sea el
FSB o una operación de la CIA o el MI6.
—¿Por qué cualquiera de los lados querría asesinar a
Lena Kirilov?
—Ambos estaban probablemente preocupados de que
los hombres cercanos a ella estuvieran comprometidos. Si
fue el FSB quien la asesinó, ciertas facciones podrían haber
pensado que el entonces nuevo Presidente Kirilov estaría
abierto a la presión de su hermana, o de Occidente
actuando a través de ella. Si Lena -comprometida con la
CIA o el MI6- pidiera un favor a su hermano, ¿este
aceptaría? Y lo mismo ocurriría con la CIA o el MI6, si
pensaran que un prometedor oficial del ejército británico
haría cualquier cosa por la mujer que amaba y la hermana
secreta del nuevo presidente de Rusia.
—¿Cómo es que su asesinato convierte a Quinten en
un espía personal para el presidente Kirilov?
—La razón más simple del mundo: la rabia. Si tuviera
que apostar dinero, diría que una facción del FSB trató de
sacar al Presidente Kirilov antes de tiempo y pensaron que
matar a su hermana lo debilitaría. E incluso si no era así,
eliminaban un posible riesgo de seguridad. Pero Kirilov y
Quinten creer lo contrario. Para ellos, Occidente es el
culpable de la muerte de Lena, y el vacío dejado en sus
449
vidas nunca se ha llenado. Se unieron en su dolor.
—¿Entonces Quinten se volvió traidor? Dijiste que no
había planeado una larga carrera militar. Era solo un joven
oficial cuando esto sucedió.
—La venganza es un plato que se sirve frio. Con la
orientación adecuada, la motivación correcta, el Capitán
Adrian Quinten se convirtió en el general Adrian Quinten, y
luego en el jefe adjunto del Mando Aliado para las fuerzas
de la OTAN. ¿Podría haber algún espía mejor para Rusia? Es
un cuchillo en el corazón de la OTAN.
—Jesús. —Me paso las manos por el pelo mientras los
recuerdos del último encuentro de Quinten con Brennan
pasan por mí. Lo conduje a través de la seguridad. Lo
acompañé a la Sala Roosevelt. Marshall lo había presentado
como su "buen amigo".
—El vicepresidente Marshall es muy cercano a él.
Marshall lo llevó a la Casa Blanca, y fueron los dos quienes
convencieron a Brennan de canalizar más armas y
municiones a la oposición interna dentro de Ucrania.
—Todo lo cual, te lo garantizo, fue directamente a los
partidarios de Kirilov. Esas armas probablemente se usaron
contra sus fuerzas aliadas en Ucrania.
No puedo creer lo profundamente que nos han jugado.
Cuán a fondo, cuán completamente.
Dondequiera que miro, hay otra traición, otro parche
de arenas movedizas.
—¿Has estado siguiendo a Quinten?
—Hace muy poco tiempo descubrí su identidad como el
contacto de Kirilov. He estado trabajando día y noche, 450
tratando de moverme hacia atrás a través de todos sus
movimientos y todos sus contactos. Tu vicepresidente es
uno, pero hay más en el círculo de tu presidente que están
conectados con él.
Cierro los ojos y hundo las palmas de mis manos en
mis ojos. —Creo que la conexión de Marshall con Quinten
es fuerte.
—Quizás. Pero tu vicepresidente no estuvo en la
Asamblea General de las Naciones Unidas, y es allí donde
creemos que el general Quinten se conectó con el espía
dentro de tu gobierno. Debe haber estado allí. El tiempo se
alinea.
Los ojos de Anatoly giran hacia el techo. Sheridan se
ha quedado en silencio sobre nosotros. —Ahora, hay algo
que quiero que veas —dice mientras abre un archivo de
video.
Es vigilancia rusa, una vista de cámara miniatura del
interior de un bar de Manhattan que reconozco. Está a una
manzana de la ONU, y el lugar está lleno. La fecha y la hora
en la esquina dicen que es la noche de la Asamblea
General. La noche que me acosté con Brennan.
—¿Qué estoy mirando?
—Aquí. —Anatoly señala el borde del video, hacia una
mesa alta con dos asientos contra la pared. Dos hombres
con trajes oscuros bebiendo cerveza. Hay cuatro botellas
vacías entre ellos. Uno se inclina sobre la mesa y su
compañero gira la cabeza para poder oír…
Es Sheridan.
451
Veo como Sheridan asiente y se levanta. Ahora que se
ha quitado de en medio, veo que es Henry el que está
sentado al otro lado de la mesa. Agita su botella vacía hacia
Sheridan. Sheridan se ríe y luego se abre paso entre la
multitud como un salmón luchando contra la corriente.
En el bar, Sheridan mira a la izquierda, a la derecha y
otra vez a la izquierda, como si buscara algo o a alguien.
Finalmente se abre paso a codazos junto a un hombre alto
de cabello plateado que está tomando un Martini.
Ese hombre -Adrian Quinten- se gira con una sonrisa y
abre un espacio para Sheridan.
Entablan conversación hasta que llega el cantinero y
Sheridan ordena sus cervezas y las de Henry. Lo veo hablar
a él y a Quinten durante dos minutos y treinta y seis
segundos. Quinten le sonríe a Sheridan y le dice algo al
oído. Sheridan le devuelve la sonrisa. Asiente.
Entonces, Sheridan se aleja con las cervezas, solo para
regresar un momento después. Intenta llamar la atención
del cantinero nuevamente, pero se ha ido y ya está
sirviendo cosmos para tres mujeres en el otro extremo de
la barra. Quinten le pasa un cenicero a Sheridan y Sheridan
dice: "Gracias". Agarra el cenicero y regresa con Henry.
Anatoly detiene el video. —Como dije, hemos estado
siguiendo cada momento de los movimientos de Quinten en
Nueva York. Estamos especialmente interesados en todas
las personas con las que habló. Imagina nuestra sorpresa
cuando descubrimos que este joven era un agente del
Servicio Secreto. Eso fue intrigante, así que lo hemos
estado siguiendo desde Nueva York.
452
Han estado siguiendo a Sheridan. Mi Sheridan.
¿Pero es realmente mío ya? ¿Lo fue alguna vez?
Se negó a irse después de la pelea en la ONU.
—¿Qué has encontrado?
—Esto. —Anatoly abre una nueva ventana en su
portátil con archivos que muestran intercepciones de
teléfonos móviles. Jesús, el FBI y la NSA tienen años de
reconstrucción por hacer. Estados Unidos y Rusia siempre
han jugado al juego del espía contra el espía, pero nos
gusta pensar que llevamos la delantera. No lo estamos.
Claramente no lo estamos—. Hemos estado monitoreando
sus comunicaciones.
Hay nueve llamadas destacadas en los registros del
móvil de Sheridan que se remontan a seis meses atrás. —
Este número que marcó —dice Anatoly— lo hemos
rastreado recientemente hasta un teléfono desechable que
Quinten compró en Nueva York durante la ONU.
Se abre un pozo dentro de mí, un abismo sin fondo.
Cuanto más caigo, más oscuros se vuelven mis
pensamientos.
Confié en él. Confié en Sheridan con Brennan.
Saco mi arma y me levanto. Anatoly me sigue,
sacando su propia pistola de debajo de su chaqueta. Nos
movemos a las escaleras, y nuestras espaldas golpean la
pared. Miró hacia arriba. No veo nada.
Cada paso que doy es lento, cuidadoso. Anatoly hace
sombra a mis movimientos, hasta que somos imágenes
especulares el uno del otro. No hace mucho, me habría
parecido absurdo que pudiera estar en formación con el
453
jefe del FSB, acercándome a un traidor estadounidense
dentro del Servicio Secreto. Habría dicho que podía confiar
en mi gente. Con la vida de Brennan.
Que equivocado estaba.
El segundo piso está en silencio. Según lo que nos ha
dejado oír, Sheridan está en el dormitorio del final del
pasillo. Despejo primero los otros dos dormitorios, mirando
por las puertas abiertas y barriendo las esquinas mientras
Anatoly me cubre. Ambos están vacíos.
Me apilo fuera del lado izquierdo del último dormitorio
mientras Anatoly toma el derecho. La puerta está lo
suficientemente agrietada como para que Sheridan haya
podido oír a escondidas nuestra conversación si él hubiera
presionado su oído contra el marco, pero puedo ver la luz
del día todo el camino por la hendidura. Si estaba
escuchando, ya no está allí.
Doy la cuenta atrás. Esta es la casa de Anatoly, pero
Sheridan es mi hombre. Él entrará primero. Yo haré el
arresto.
En uno, abro la puerta de una patada y retrocedo.
Anatoly entra a la carga, se lanza a la derecha..
Sheridan salta desde donde estaba escondido contra la
pared y se agacha bajo los brazos bloqueados de Anatoly.
Empuja hacia arriba, golpeando el codo de Anatoly y
lanzando su pistola hacia el techo.
Se producen dos disparos. Las balas se entierran en el
yeso del techo, y el polvo y los paneles de yeso llueven
cuando Sheridan patea las rodillas de Anatoly y envuelve su
corbata dos veces alrededor de la garganta de Anatoly.
454
En dos segundos, Sheridan tiene a Anatoly en el suelo,
con los músculos de sus antebrazos abultados mientras tira
de los extremos de la corbata que vi por última vez metida
en su bolsillo cuando estamos sentados en el maletero del
SUV en la casa de Henry, esperando a Hudson.
Sheridan ruge mientras tira con más fuerza…
Le apunto con mi pistola en la nuca. —Quieto,
Sheridan.
No se mueve. La cara de Anatoly se está poniendo
morada.
Clavo mi arma en su cuero cabelludo. —Déjalo ir, o
apretaré el gatillo.
Sheridan abre las manos. Anatoly cae al suelo y toma
una bocanada de aire mientras se quita la corbata. Su cara
esta roja, y por algo más que el estrangulamiento.
Sheridan lo derribó en menos tiempo del que se tarda en
parpadear. Estaría orgulloso si no quisiera vomitar.
—Manos arriba —gruño—. ¡Ahora!
—Reese… —comienza Sheridan.
—No quiero oírlo. ¡Levanta las manos!
Lo hace, lentamente. Lo tiro al suelo, lo acuesto boca
abajo, y lo despojo de su placa, esposas, linterna y
cargadores. Las únicas otras cosas que lleva encima son
sus dos teléfonos móviles.
Le pongo un grillete en el brazo y lo arrastro al baño,
luego lo esposo alrededor de las tuberías debajo del lavabo. 455
Él no pelea conmigo. Está inerte. Está temblando. Las
lágrimas corren por su rostro. Los mocos gotean de su
nariz. Le castañetean los dientes, y cuando me mira, hay
tanta agonía saliendo de él que casi me parte el corazón.
No. Él me ha usado. Se abrió paso a través de todas
mis defensas. Ha jugado conmigo a la perfección, pero
ahora se le ha acabado el tiempo.
Le apunto con mi pistola a la frente. Lágrimas frescas
corren por sus mejillas.
—Cuéntame todo, Sheridan. Empezando por dónde
está Brennan.
CAPÍTULO TREINTA
Brennan
Entonces
Por primera vez en mi presidencia y en mi vida, no
estoy solo. Tengo a Reese a mi lado, y más que eso, en mi
corazón.
Nuestras reuniones matutinas vuelven a aparecer en
mi calendario. En el caos interminable, esos treinta
minutos, que son solo nuestros, son lo que me hace sentir.
Mientras el mundo se fragmenta en decisiones agonizantes
y en la oscuridad que se extiende, encuentro mi refugio en
la luz de los ojos de Reese y en el consuelo de su abrazo.
456
Se pasa todo un vuelo a Bruselas en mi despacho,
haciendo de abogado del diablo contra mis argumentos.
Está sentado en mi escritorio comiendo M&M's mientras
camino frente a él, y en algún lugar de Irlanda, me doy
cuenta de que este es un momento sacado directamente de
uno de mis miles de sueños: él y yo, juntos contra el
mundo.
Volamos de regreso a Washington en un vuelo
nocturno, y mientras todos los demás roncan, yo se la
chupo a través de tres husos horarios, hasta que se
desploma en el sofá de mi despacho y yo me relamo su
semen en los labios. —¿Hay un club de una milla de altura
para el Air Force One? —Bromeo.
He vivido mi vida con secretos, pero ahora quiero
arrojarlos al océano. Quiero ser abierto acerca de amarlo.
Quiero escuchar sus opiniones, intercambiar ideas con
él y escuchar sus consejos mientras estamos en el Oval y la
Sala de Situación.
En una ocasión, estuve a punto de pedirle que se
quedara y me ayudara a desenredar mis pensamientos
cuando Marshall invitó al jefe adjunto del Comando Aliado
de Operaciones de la OTAN a la Casa Blanca para hablar de
más armas y ayuda para Ucrania. Después del desastre con
nuestro equipo SEAL, agradezco las opciones alternativas.
Rusia todavía parece estar un paso por delante de
todos nuestros movimientos, anticipando nuestras
decisiones, nuestras acciones. Nuestros corredores
humanitarios son bombardeados. Nuestros pilotos son
acosados, las baterías antiaéreas están cerca de derribar a
nuestros aviones casi todos los días.
457
No lo digo, pero parece que estamos a la defensiva.
Las sanciones que ordené contra los oficiales militares
de Kirilov han sacudido a Rusia hasta la médula, por lo
menos.
El General Quinten pide más armas y que las fuerzas
especiales estadounidenses entren en Ucrania para
entrenar a los insurgentes que entran y salen de la zona
ocupada por Rusia. Si son descubiertos, su presencia sería
una excusa envuelta en papel de regalo para que Kirilov
intensificara su guerra contra nosotros. Contra mí.
Pero debemos asegurarnos de que nuestra ayuda
humanitaria llegue a la gente. He estado sobre el terreno
durante una ocupación cuando la comida y las medicinas
desaparecen y el hambre reemplaza a la esperanza, cuando
el miedo y la desesperación son las únicas monedas que
quedan.
Con el mundo precipitándose hacia lo que se siente
cada vez más como una guerra inevitable e ineludible,
anhelo los momentos que puedo encontrar para Reese y
para mí.
Le preparo un festín de Luisiana el sábado más cercano
al Mardi Gras. Étouffée de langosta, jambalaya, bolitas de
boudin, pato asado, cush-cush y pastel de nuez. Le digo
que se siente y haga nada más que beber de una botella de
champan que abro.
Para cuando la cena está lista, ya hemos bebido una
segunda botella y hemos pasado de la borrachera, y nos
alimentamos mutuamente con la mano allí mismo, en la
cocina. Nunca llegamos al comedor ni probamos la vajilla 458
oficial recién llegada para mi administración.
Más tarde, me hace el amor, deshaciéndome hasta que
grito tan fuerte que ambos tememos que los agentes de
turno investiguen. Se queda dormido acurrucado a mi lado
con su mejilla apoyada en mi pecho. Por la mañana,
repartimos los informes de inteligencia y, juntos, tratamos
de desenredar este intrincado globo.
Hemos recorrido un largo camino en los seis meses
que han pasado desde Nueva York.
Hay un mundo de diferencia entre enamorarse y estar
enamorado. Todas las respiraciones contenidas y las dudas
de antes se han desvanecido. La certeza me llena.
Soy más de lo que era antes. Soy un mejor hombre, y
un mejor presidente, por amarlo.
Todo lo que necesito hacer, cuando siento que las
mareas oscuras suben o las presiones de este cargo me
empujan en mil direcciones diferentes, es volverme hacia
Reese y pararme en el puente que hemos construido entre
nosotros. Puedo extender la mano, y él está allí. No estoy
solo. La luz de sus ojos y el latido de su corazón me guían,
y sé, sé, que él siempre me encontrará.
459
CAPÍTULO TREINTA Y UNO
Reese
Ahora
—Cuéntame todo, Sheridan. Empezando por donde
está Brennan.
—¿Cómo podría saber eso?
—Porque me traicionaste. Nos ha traicionado a todos.
—No sé de qué estás hablando. —Sus ojos están rojos
como la sangre—. No sé dónde está. Lo juró.
—No te creo.
—¿Por qué iba yo a saber dónde está? ¿Cómo lo 460
sabría?
—Porque nos has vendido a Rusia…
—¿Qué?
—Se acabó, Sheridan. Te vi reunirte con el recorte en
Nueva York. Estás en vídeo. Te vi. No intentes negarlo más.
La sangre se drena de su rostro.
—Filtraste la información de la caravana de Brennan,
¿verdad? Esperabas que los rusos lo eliminaran. ¿Qué
mejor oportunidad se te podría haber dado? Una carretera
vacía en medio de la noche.
—¡No! ¡Jesús, no! ¿Cómo pudiste siquiera…?
—¿Cómo arreglaste tu encuentro en Nueva York? ¿Él
hizo vino a ti, o tú fuiste a él?
—¡Lo juro, no tengo ni idea de lo que estás hablando!
—¿Cuándo decidiste convertirte en espía?
Sus labios tiemblan. —Reese…
—¡No te atrevas a decir mi nombre! —grito. Me está
cortando en seco, y él debe saberlo. Siempre ha sabido
cómo meterse bajo mi piel y en mi corazón, hacer un hogar
allí para él. Te he estado observando. Sabía exactamente
cómo jugar conmigo.
Anatoly se apoya en la puerta, mirándonos a los dos.
No ha dicho una palabra. —Consigue el video —le digo—.
Déjalo ver lo que sabemos.
Sheridan tiembla cuando se lo pongo.
—Ahí estás, buscando el recorte. Ahora están lado a
lado. ¿Ves lo amigables que son los dos? Tenían mucho de
461
qué hablar, ¿no?
Cuando termina el video, cierra los ojos con fuerza. —
Ese era solo un tipo en el bar. Estaba pidiendo cervezas,
eso es todo, lo juro.
—Ese es el general Adrian Quinten. Sabes exactamente
quien es.
Sheridan parpadea rápido. —OTAN —susurra—. Jefe
adjunto del Comando Aliado. Estuvo en la Casa Blanca el
mes pasado…
—¿Ves? Lo conoces. Dime, ¿cómo se vincularon por
primera vez? ¿En el Pentágono? ¿Lo conociste en una
misión del Estado Mayor Conjunto?
Necesito cotejar el historial de servicio de Sheridan con
el de Quinten, para saber exactamente dónde comenzó su
conexión.
—Yo… yo no lo reconocí en el bar…
—¡Mentira! —gruño—. ¡Sabes que está trabajando para
el presidente Kirilov! ¡Sabes que está dirigiendo al
espionaje dentro del círculo interno de Brennan! ¡Y sabes
que cada decisión que Brennan ha tomado en los últimos
seis meses, Quinten se los ha entregado a Kirilov!
Sheridan se pone blanco como la ceniza y se queda
quieto.
—¿Cómo crees que Quinten consigue su información?
Su boca se mueve, pero no sale nada. Esos grandes y
amplios ojos son tan frágiles que espero que se rompan en 462
su cráneo.
—Tú, se la das Sheridan.
—¡No!
—Deja de mentir. Deja de fingir. Deja de protestar. No
te estás ayudando a ti mismo Lo mejor que puedes hacer
es admitir la verdad.
—Esto es un error. Todo esto, es un gran error…
—La evidencia no es un error.
—Esto no está pasando. Oh, Dios mío, esto no está
pasando…
—Tengo sus registros telefónicos. Has llamado a
Quinten nueve veces desde Acción de Gracias. Él te dio un
número de teléfono en ese bar para que ustedes dos
pudieran comunicarse, ¿no? Eres un tipo inteligente. Lo
memorizaste de inmediato.
—No —respira—. No lo hice.
—Si admites la verdad y nos das a Quinten, podrías
evitar la pena de muerte. Pero dos agentes están muertos
por tu culpa Cuatro SEALs están muertos por tu culpa.
Brennan es… —Mi garganta se cierra—. Dame a Brennan, y
haré todo lo posible para evitar que te claven una aguja.
Está hiperventilando. Su pulso se acelera más de lo
que creía que podía latir un corazón.
—¿Cómo pudiste hacerle esto a Henry?
Sheridan gime.
Agarro su rostro y tiro de él hacia adelante hasta que
sus muñecas se tensan contra las esposas. —¡Déjate de
463
tonterías! ¡Tu me fais chier! ¡Tengo la evidencia, Sheridan!
Evidencia contundente, ¡así que basta con esta puta farsa!
Tengo tu encuentro con Quinten en cámara. Tengo tus
llamadas telefónicas a él. Estabas en la Sala de Situación
cuando Brennan evitó a los SEAL que rescataron al Capitán
Wilkes.
Él se estremece, y sus ojos se apartan de los míos.
Lo obligo a mirarme de nuevo. —Estás pasando los
secretos de Brennan a Rusia a cambio de… ¿qué? ¿Dinero?
¿Kirilov te ha abierto una gran cuenta bancaria en el
extranjero? ¿Algo que crees que no podemos rastrear y
localizar?
Sus lágrimas corren por mis dedos y bajan por mi
brazo antes de caer al suelo. Hay un río que se está
formando en la baldosa agrietada bajo sus rodillas.
Lo empujo lejos. —¿Piensas que puedes comprarte una
nueva conciencia? ¿O es que no tienes una para empezar?
Tú me dijiste que me amabas, pero eso era mentira, ¿no?
Sheridan hace un sonido que ni siquiera es humano.
Se lanza hacia mí hasta donde sus esposas se lo permiten,
hasta que parece un hombre colgado por las muñecas. Sus
dientes están al descubierto, los ojos inyectados en sangre
y sus gritos desesperados se desprenden de él.
—Veamos de qué han estado hablando Marshall y tú
por mensaje de texto.
Cuando abro su conversación, veo muchos más
intercambios de los que esperaba. Y aunque sé que
464
Sheridan me ha traicionado, es asqueroso leer lo que ha
escrito. Theriot no tiene idea de lo que está pasando. No
tiene nada. Vamos en círculos.
—Merde, ¿qué es esto? —Pensé que no podía sentirme
peor, pero estaba equivocado.
—Estaba tratando de protegerte. —Los mocos caen de
la nariz de Sheridan todo el camino hasta el azulejo, una
larga hebra de miseria.
—¿Cómo diablos me protege esto?
—Es como lo que dijiste esta mañana: si yo no estaba
involucrado, podría sobrevivir. Bueno, si el vicepresidente
pensaba que no sabías nada ni hacías nada, ¿cómo podría
hacerte responsable también?
Me rio, porque si no lo hago, empezaré a dar
puñetazos a las paredes. —¡Inténtalo otra vez Sheridan!
¡Marshall acaba de decirle al mundo que yo asesiné a
Brennan!
Sus hombros tiemblan mientras los sollozos salen de
su pecho. —Lo siento. Lo siento jodidamente tanto.
—No quiero tus disculpas —rujo—. ¡Quiero a Brennan!
¿Dónde está?
—¡No lo sé! —grita, tan fuerte que sus cuerdas vocales
suenan como si se estuvieran destrozando—. ¡No lo sé! ¡Lo
juro por el jodido Dios!
De repente, está arremetiendo, pateando las tuberías
debajo del fregadero, tratando de sacar las muñecas de las
esposas, luchando por liberarse de cualquier manera que
pueda. Su cabeza golpea contra la porcelana, rebota en el
465
azulejo. Es un animal enjaulado, nada más que pura
desesperación.
Anatoly lo golpea, su gordo puño se estrella contra la
nariz de Sheridan y su mejilla izquierda con un crujido.
Sheridan se desploma en el suelo, mareado, pero no
inconsciente, mientras la sangre brota de su nariz y su
labio partido. Parpadea y me mira. Las lágrimas se aferran
a sus pestañas largas.
—¿Qué más has estado planeando? —pregunto,
después de que el silencio se prolonga lo suficiente como
para que su cordura se haga añicos.
Lanzo la tarjeta de memoria que saqué de su colchón,
al suelo frente a él. Rebota, pequeños plinks de plástico
como disparos en este terrible baño.
Se hunde, cada músculo se relaja mientras exhala.
Suena como un estertor de muerte. —Eso no es mío…
—Por supuesto que no lo es.
—Lo robe. —Sus labios se manchan en el charco de
sangre que se esparce debajo de su nariz rota—. Del
fotógrafo de la Casa Blanca.
Me congelo. —¿Qué?
—Lo oí hablar de que no paraba de verte con el
presidente y que empezó a tomar más y más fotos porque
sospechaba. Así que me colé en su oficina y robé la tarjeta
de memoria de su cámara.
—¿Por qué?
—Porque lo sé. Se que ustedes están enamorados. Lo
he sabido desde que todos corrimos juntos. El Memorial a
466
Vietnam. Nueva York. Se separaron por un tiempo, pero
luego…
Las cejas de Anatoly se disparan.
—¿Así que ha estado esperando el momento adecuado
para chantajearme?
—No… —Él huele. Su voz se quiebra—. Reese, te amo.
Solo he estado tratando de protegerte. Y él.
Joder, ¿por qué? ¿Por qué, Sheridan, por qué hiciste
esto? Me apoyé en él, confié en él, incluso lo amé a mi
manera. Llegó a ser tanto para mí en tan poco tiempo…
No. Me engañó por completo. No puedo confiar en lo
que dice.
Debería haber prestado más atención cuando vi los
bordes de su oscuridad. Cuando su fachada se deslizó y su
verdadero yo salió a la luz.
—¿Todo sobre ti es una mentira? —Mis palabras se
rompen como el cristal.
Ya no puedo hacer esto. Este baño, estas preguntas,
sus lágrimas. Estoy a un segundo de derrumbarme, de
sacudirlo y exigirle Porqué, porqué, porqué.
Apenas llego al pasillo antes de que mis rodillas
golpeen el suelo. Caigo hacia adelante, un grito silencioso
alojado en mi garganta.
No sobreviviré a este día. Toda esta pérdida. Toda esta
traición.
Anatoly me deja allí. Debe estar amando esto. Nadie 467
puede destrozar a los estadounidenses como otros
estadounidenses. Somos profesionales en arrancarnos el
corazón. Nos está viendo apuñalarnos a nosotros mismos
más profundamente de lo que él o su FSB jamás podrían
soñar: un traidor en el centro de nuestro gobierno, dentro
del círculo del presidente.
Necesito moverme. Necesito alinear todo, conectar los
puntos. Necesito llevar esto al director Britton, al director
Liu. Demonios, incluso a McClintock. Necesito que todos
sepan la verdad.
Al principio no noto cuando mi BlackBerry comienza a
sonar. El sonido es algo lejano, un gorjeo distante, y la
llamada casi salta al buzón de voz, pero la arrastro hasta
mi oído un segundo antes de que sea demasiado tarde. —
Theriot.
—No tengo mucho tiempo —susurra Ahn. Suena como
si se estuviera escondiendo. Su voz tiene ese sonido
rasposo de alguien que respira demasiado cerca del
micrófono—. El programa de reconocimiento facial. Está
terminado.
Mis uñas se clavan en las tablas del piso. Las astillas
me cortan la piel.
—No es el Agente Ellis, y no es el presidente. No sé
quien es. Voy a enviarle una foto de la reconstrucción.
Tengo que borrarlo. El vicepresidente, está… —Hay una
maldición, y luego un choque. La línea se corta.
Tres segundos después, llega un mensaje de texto. Es
una sola foto de la pantalla de un portátil. El portátil está
en equilibrio sobre las rodillas de Ahn, y parece como si
estuviera escondida en un baño. 468
Ella no reconoce la cara que aparece en su pantalla,
pero yo sí. Sé exactamente quién es.
Estoy viendo a Clint Cross.
¿Por qué están los restos quemados de Clint Cross
junto a la puerta del conductor del SUV de Brennan?
¿Dónde está Henry? ¿Dónde está Brennan?
Mi estómago está revuelto, la bilis y la desesperación
me suben por la garganta Tengo el teléfono de Sheridan
frente a mí y estoy estudiando detenidamente las fotos que
tomó en el apartamento de Clint. ¿Qué me he perdido?
¿Qué no vi?
La biblioteca de Clint. Sus libros extremistas. Su foto
de Brennan. El recibo del campo de tiro. Su nido de
jugador. Esos videojuegos: ¿la génesis de sus fantasías
violentas, o un síntoma? Su PlayStation…
Me detengo a mitad de camino. La PlayStation de Clint
llena la pantalla.
¿Y si algo se arrastrara por la tubería y se deslizara
hasta su PlayStation?
Paso por las partidas guardados de Clint, por sus
capturas de pantalla de victorias y disparos. Sheridan tomó
fotos de todo, registró cada pantalla. Él es tan bueno.
No, es un jodido traidor.
Finalmente, encuentro los contactos en línea de Clint.
Hay tres: BulletEater. Sl4ought3r3r. y LoneGunman.
Hay dos entradas de registros de chat, una con
BulletEater y uno con LoneGunman. El chat de BulletEater
469
es una charla basura de ida y vuelta, con insultos como
"novato, come mierda" y "te han jodido", que se remontan
a meses atrás.
El contenido del registro de chat de LoneGunman ha
sido borrado.
Sé en mis huesos que LoneGunman es un agente del
Servicio Secreto.
Aparqué nuestro SUV en el garaje de Anatoly para que
no lo vieran, y lloraría por la ironía de un vehículo del
Servicio Secreto en una casa segura rusa, si no fuera por
Anatoly es la única razón por la que no estoy esposado.
Una parte de mí está sorprendida de que todavía esté justo
donde lo dejé, el motor hace tictac mientras se enfría. No
estoy seguro de lo que esperaba: ¿un equipo de rusos que
ya lo hubiera desmontado, despojado de los pernos?
El traje de repuesto que Sheridan agarró de la casa de
Henry está en el asiento trasero, y sacudo sus pantalones
azul marino y su camisa azul bebé. La chaqueta está
envuelta alrededor de algo, y cuando tiro de ella, la
PlayStation destruida de Henry cae sobre el asiento.
—¡Anatoly! —grito, corriendo de vuelta a la cocina—.
¡Necesito un destornillador!
Debe pensar que he perdido la cabeza. No dice nada
mientras desenrosco la carcasa y arranco el disco duro de
Henry.
El que destrozó el sistema no fue lo suficientemente
lejos. El disco duro sigue intacto.
470
—Necesito tu portátil, Anatoly. Necesito extraer los
datos de esto.
Puede que nos estemos ayudando mutuamente, pero
pedirle usar su portátil es claramente un puente demasiado
lejos. Se resiste. —¿Qué estás buscando en esta... cosa?
—Nombres de usuario. Registros de chat.
—Reese…
—Mon Dieu, no quiero tus jodidos secretos. No me
importa ahora mismo sobre tú, o el FSB, o incluso Rusia.
Necesito escanear este puto disco. O me dejas usar tu
portátil o me consigues otro ordenador que pueda usar,
pero que sea rápido.
Lo veo sopesar la decisión. Finalmente, girar su portátil
sobre la mesa de la cocina hacia mí. Antes de que pueda
cambiar de opinión, conecto el disco duro y abro una
pantalla de comandos.
Solo tarda unos minutos en entrar en los subsistemas
de la PlayStation. Aparecen líneas de código. Recorro
páginas de datos, sistemas operativos hinchados y archivos
de partidas guardadas y actualizaciones del sistema.
¿Dónde está? ¿Dónde diablos está?
Finalmente. Usuarios del sistema. Hay dos carpetas.
Anatoly lee por encima de mi hombro. —USMC1994…
Ese debe ser Sheridan. Nació en 1994.
—Y... ¿BodyguardMyBeer? —Anatoly me da una
mirada.
Hoy no ha sido un día para destacar lo mejor y más
brillante del Servicio Secreto.
471
—Ese es Henry. —Me derrumbo en mi silla. El miedo
libera su dominio sobre mí. Puedo respirar de nuevo. No
hay otros usuarios
Espera…
El sudor frío me cubre las palmas de mis manos. Hay
una carpeta que no vi a primera vista. Usuarios eliminados.
El tiempo se ralentiza. Cada tecla que presiono me
lleva toda una vida. Cierro los ojos antes de terminar el
comando para recuperar los datos.
Un usuario eliminado: LoneGunman
Estoy en piloto automático. Mi mente está haciendo
conexiones sin mí. Todo es demasiado rápido y demasiado
lento. Los pensamientos a medio formar pasan a toda
velocidad. Fragmentos de realizaciones. Hay un grito en mi
pecho.
Dos hombres tenían acceso a esta PlayStation. Uno ha
desaparecido. El otro está destrozado en el piso de arriba.
¿Cuál es LoneGunman?
—Anatoly, muéstrame ese video del bar otra vez. —No
reconozco mi voz.
Es un hombre inteligente y no me cuestiona. Saca el
video de vigilancia en su teléfono y me lo da.
Lo dejo sobre la mesa. Mis manos tiemblan demasiado
para mantenerlo firme.
El video se reproduce desde el principio. El bar
abarrotado. Sheridan y Henry en la mesa contra la pared.
Henry agitando su botella de cerveza y Sheridan yendo a 472
buscar otra ronda. Quinten y Sheridan dándose la mano,
sonriendo, hablando entre ellos. Quinten señalando su ojo
morado y casi puedo oír a Sheridan contando la historia de
su enfrentamiento con Konstantin.
Llegan las cervezas. Sheridan los agarra y se despide.
Se aleja y luego se vuelve. Busca un cenicero. Después de
la medianoche, el bar permite fumar puros. No te das
cuenta hasta que viajas fuera de Estados Unidos, pero
fumar sigue siendo muy popular en el resto del mundo.
Gracias a que este lugar está a las puertas de la ONU, la
mayoría de los clientes quieren fumar, especialmente
después de algunas rondas.
Quinten le pasa un cenicero. Sheridan le agradece y se
aleja de nuevo.
Antes detuve el video, pero esta vez, lo dejé
reproducir. Sheridan regresa a su mesa y la de Henry. Él
deja las cervezas y le entrega el cenicero a Henry.
Henry lo deja en el borde de la mesa. Avanzo rápido
mientras hablan y ríen, bebiendo sus cervezas, y diez
minutos después, Henry saca un cigarro de su chaqueta y
lo enciende. Él y Sheridan siguen hablando mientras él da
una calada.
Tres minutos después, Quinten deja su Martini en la
barra y sale.
—¿Seguiste a estos dos hombres?
—Seguimos al más joven a través de Nueva York.
Aparte de esta noche con su compañero agente, nunca fue
a ninguna parte que no fuera parte de su tarea.
473
—¿Y el otro hombre?
—Sobornamos al gerente del hotel donde se
hospedaba…
—Quieres decir dónde se alojaba el presidente.
Anatoly se encoge de hombros. —Se puede comprar
cualquier cosa en este mundo. No creas que tu Servicio
Secreto es todopoderoso, especialmente después de
empacar y salir de la ciudad.
Incluso puedes comprar un agente del Servicio
Secreto. —¿Viste algo sospechoso de él? —Mi dedo pincha
la pantalla y cubre la cara de Henry.
Anatoly sacude la cabeza. —Puedo mostrarte las
imágenes. Puedes verlo por ti mismo.
Vuelve a coger el portátil y busca el archivo,
murmurando en ruso mientras toca las teclas. Observo
cada uno de sus movimientos, y cuando aparece el video
de vigilancia de nuestro hotel en Manhattan, le aparto las
manos y tomo su portátil de nuevo.
El vídeo parece auténtico. Es el formato correcto, la
marca de tiempo correcto. Acelero la grabación y veo pasar
dos días en cinco minutos: Henry llegando y tirando su
maleta. Saliendo para la recepción de la noche. Volviendo
con una bolsa de hielo en el hombro. Por la mañana, está
rígido y dolorido, pero se ríe cuando ve a Sheridan y
comprueba su ojo morado. Nada en todo el día y luego en
la noche. Se donde estamos. Estamos en la ONU, y luego
en el centro de mando comiendo pizza, y luego él y
Sheridan están en el bar…
474
Henry vuelve después de las dos de la mañana, dando
las buenas noches a Sheridan antes de que entrar en su
habitación.
Una hora más tarde, aparece el servicio de
habitaciones. Un hombre alto empuja un carrito por el
pasillo del hotel. Se detiene frente a la puerta de Henry y
llama a la puerta. Henry responde, recién salido de la
ducha y con una toalla envuelta alrededor de la cintura…
Pero pagué la jodida factura del hotel de Henry. La
pagué porque yo pedí servicio a la habitación, y solo hubo
un cargo por toda la maldita estadía. ¿Qué mierda estoy
viendo?
Rebobino y reproduzco de nuevo los últimos minutos,
desde la aparición del hombre alto hasta que Henry toma el
plato cubierto que le entrega. No puedo distinguir su rostro.
Mantiene la cabeza baja. Nunca levanta la vista.
—Fue el cenicero —susurro—. Esa fue la señal. No fue
la conversación entre Quentin y Sheridan -esa fue la
distracción.
Quentin le pasó a Sheridan un cenicero para Henry. Y
luego observó, y esperó…
Era Henry encendiendo, Henry fumando un cigarro,
Henry usando el cenicero, esa era la señal para seguir
adelante con este pase de inteligencia.
La verdad detona dentro de mi: Henry creo una línea
secreta de comunicación con Quinten. Henry arregló un
pase de inteligencia en el jodido hotel de Brennan.
¿Qué estaba escondido en esa bandeja del servicio de 475
habitaciones? ¿Instrucciones sobre cómo comunicarse más?
¿Un teléfono desechable? ¿Un número de teléfono?
Mis dedos trabajan en el portátil y vuelvo a sacar los
archivos del sistema PlayStation. Hay un registro de chat
con el nombre de usuario de Sheridan. No reconozco al otro
usuario. No es Clint Cross. Es otra persona ¿Quinten?
Entiendo el contexto con bastante facilidad.
11:46:37 a. m.
USMC1994: Esta noche. Cero-uno-cien. 38.953581, -
77.046827
No necesito buscar los números de GPS. Ya sé que ese
es el parque Rock Creek, y esa es la hora en que Brennan
tenía previsto salir de la Casa Blanca en su viaje
clandestino a Langley.
Solo hay un jodido problema gigante: estaba
almorzando con Sheridan cuando se envió este mensaje.
¿Dónde estuvo Henry ayer? No recuerdo haberlo visto
hasta el comienzo del segundo turno.
Nunca lo pensé dos veces.
Podría haber tenido toda la mañana una vez que
Sheridan se fue a la Casa Blanca. Toda la mañana para
revolver su propia casa. Montar un robo y culpar a
Konstantin con una huella dactilar plantada para confundir
la investigación.
Y, por supuesto, si todo el resto de la evidencia -la
PlayStation, la reunión en Manhattan, los registros del
móvil- apuntan a Sheridan, ¿por qué no iba a ser también
Sheridan quién plantara esa huella?
476
Los registros del celular. Sheridan ha estado viviendo
con Henry durante meses. Henry podría haber robado su
teléfono y hacer esas llamadas cuando Sheridan estaba en
la ducha. Cuando estaba durmiendo. A sus espaldas,
mientras Sheridan les cogía cervezas cuando pasaban el
rato y jugaban en esta misma PlayStation.
¿Quién podría hacer un mejor trabajo secuestrando al
presidente que un miembro de su propio Servicio Secreto?
¿Quién podría tirar nuestra investigación tan
perfectamente? Merde, incluso planeó este accidente para
despistar desde el principio para que nos perdiéramos en su
falso rastro.
Henry sabía cada paso que íbamos a dar.
Mas que eso. Me conoce. Sabe exactamente cómo
haría esto.
Y él hizo que me doliera.
Hay más registros del chat.
11:47:13 a.m.
FatalDestiny: Dijiste que necesitamos quince horas.
11:47:55 a. m.
USMC1994: No te preocupes.
¿Por qué quince horas? Si Quinten y Henry estaban
planeando asesinar a Brennan, podrían hacerlo y terminar
en un minuto ¿Qué les obligaría a esperar?
¿Qué sabe Henry? ¿Qué planeó?
Después de un ataque al presidente, todos los
transportes aéreos, marítimos y terrestres hacia y desde
Washington, DC, se cierran durante un mínimo de doce
477
horas.
—Anatoly, ¿hay algún carguero con bandera rusa
atracado en los puertos de la Costa Este?
Vuelve a coger su portátil mientras yo busco el sitio
web de la FAA en mi BlackBerry. De ninguna manera
podrían sacar a Brennan del país en cualquier vuelo
comercial. Lo que deja los vuelos de carga, los vuelos
privados, o…
—Hay una nave con bandera de Malasia que salió ayer
de Filadelfia, —dice Anatoly, frunciendo el ceño ante su
portátil—. Una de sus paradas es Kaliningrado. Aparte de
eso…
—No están en un barco. —Mi silla traquetea detrás de
mi cuando me pongo de pie de un salto—. Hay un vuelo
diplomático iraní en la pista de Dulles ahora mismo. Tiene
previsto un repostaje en Moscú de camino a Teherán.
Supuestamente, acaban de llegar de la oficina iraní en la
ONU en Manhattan.
No hay relaciones diplomáticas oficiales entre Irán y
Estados Unidos. En su lugar, Rusia actúa a veces como
representante de Irán en Washington, y un único
diplomático iraní trabaja en la ONU y, a veces en la
embajada rusa en Nueva York.
En todo un año, hay tal vez tres o cuatro vuelos
diplomáticos iraníes. Tal vez
Y ahora, hoy, hay un avión con bandera iraní en
Dulles, listo para despegar, con un plan de vuelo que pasa
por Moscú. No ha habido ningún vuelo directo de EEUU a
Moscú desde la invasión de Ucrania. Pero este vuelo está 478
programado para salir en menos de una hora.
Necesitamos quince horas.
Henry está en ese avión, con Brennan.
Corro hacia las escaleras y las subo de tres en tres,
casi arrastrándome con tanta rapidez. —¡Sheridan! —rujo—
. ¡Sheridan! —Vuelo a través de la puerta del baño y reboto
en la pared, me agarro al lavabo y al marco de la ventana
para detener mi impulso.
Sheridan está de rodillas, tirando de sus puños. Sus
lágrimas se han secado en forma de huellas de sal en sus
mejillas, y su camisa está mojada con su sangre. Me mira
fijamente con los ojos muy abiertos y, maldita sea, sigue
siendo tan dolorosamente abierto, tan agonizantemente
deseoso por ayudarme.
Me tiemblan las manos cuando saco las llaves de las
esposas. Caen al suelo entre nosotros.
Si Sheridan fuera el traidor que le acusé de ser, se
abalanzaría sobre ellas, me daría un cabezazo, giraría sus
piernas y me haría una llave de cabeza antes de romperme
el cuello. Se escaparía. Acabo de entregárselo.
En cambio, espera, observando cómo caigo de rodillas
a su lado.
—Reese, ¿qué pasa? ¿Qué está pasando?
—Sé dónde está Brennan.
—Lo juro, no tuve nada que ver con…
—Lo sé. —Agarro las llaves y me pongo detrás de el
para quitarle las esposas. Mi cabello roza su mejilla—. Él te
tendió una trampa. Te inculpó. Merde, te ha estado
479
incriminando todo el tiempo. Caí en la trampa, y lo siento,
Sheridan. Lo siento tanto.
Sheridan se hunde contra mí tan pronto como lo libero.
Lo sostengo, lo envuelvo en mis brazos. Él entierra su
rostro en mi cuello con sus manos en mi cintura hasta que
tiene la fuerza para retirarse.
—¿Quién? ¿Quién me ha inculpado? ¿Quién tiene al
presidente?
Esto lo va a destruir.
Sus muñecas están negras y e hinchadas por mis
esposas, y las tomo en mis manos y trato de frotar la
sangre con mis pulgares. Mierda, puede que no me crea.
Hace diez minutos, habría dicho que él y Henry eran más
cercanos que hermanos. Habría dicho que morirían el uno
por el otro.
No hay forma de suavizar esto para él, así que lo miro
fijamente a los ojos mientras lo digo. —Henry. Nos
traicionó a todos.
Me examina y le dejo ver mi propia agonía, mi
angustia, mi deseo desesperado de que esto no sea cierto.
Pero lo es, jodidamente lo es.
Se encorva hacia adelante, con la cabeza inclinada casi
hasta el suelo, y el rugido que sale de su garganta es el
sonido de un corazón partiéndose en dos. Me aferro a él, y
él se aferra a mí. Si lo suelto, podría romperse. O podría
hacerlo yo. Ya no sé quien de los dos sostiene al otro.
—Están en el aeropuerto. Hay un vuelo diplomático a
Moscú despegando en una hora. Henry tiene a Brennan, y
480
están en él. —Le extiendo su arma—. Tenemos que
detenerlos.
Esa oscuridad de la que solo vi ecos, explota fuera de
Sheridan. Sus ojos son agujeros negros sin fondo mientras
toma su pistola y la desliza en su funda. —Vamos.
CAPÍTULO TREINTA Y DOS
Brennan
Anoche
Reese entró en mi vida y todo se detuvo, congelado en
una respiración contenida y un latido de espera.
Él es la luz que hace cosquillas en el cielo antes del
amanecer y el zumbido embriagador de las estrellas que
arden a medianoche. Me ha sacado de mi mundo cansado y
ha derramado color, calor y llamas. Cuando me mira, siento
que soy el único hombre en esta tierra.
Me deshace una y otra vez y luego me reconstruye, me
recrea con amor y promesas de eternidad. Mi vida, con 481
todos sus giros y vueltas, todos los secretos y verdades
ocultas, me ha llevado a él. A nosotros. Estoy incompleto
sin él.
Nunca tengo suficiente de su amor. Incluso ahora,
minutos antes de tener que irme, tengo que sentirlo. Barro
las carpetas y los informes de mi escritorio, y lo persigo a él
y a su beso. Mi hogar está en sus brazos.
Estoy desesperado por quedarme aquí con él en lugar
de enfrentarme a lo que hay más allá de esas puertas. En
este momento, se supone que yo no debo ser Brennan y no
se supone que él sea Reese, y nuestro tiempo no nos
pertenece.
—Se acabaron los cuatro minutos —susurra Reese
contra mis labios—. Es hora de irse, mon cher.
No estoy listo. No quiero pasar de esto. Apoyo mi
frente contra la suya. Mis ojos se cierran.
Desearía poder arrodillarme y meter la mano en mi
bolsillo. En lugar de ir a Langley, quiero sacar el anillo que
llevo conmigo desde hace días. Prefiero tropezar con la
pregunta que he ensayado y ensayado y vuelta a ensayar,
hasta altas horas de la noche e incluso cuando se supone
que debería estar escuchando a mi gabinete.
Mantener esa pregunta dentro me está asfixiando.
Reese necesita saber cómo me siento, saber que soy suyo
para siempre.
Lo hemos dicho y lo sentimos, pero hay una diferencia
entre decir las palabras y deslizar un anillo en el dedo de tu
hombre.
Pero este no es el momento. No todavía.
482
La valija clasificada con la solicitud del Director Liu
para la reunión de esta noche está en el suelo. Quiero
dejarlo allí. Ignórala, desecharla. Una página, un párrafo
escrito a mano por Liu es suficiente para casi destruir mi
mundo.
Hay un traidor dentro de su círculo íntimo, Sr.
Presidente. Alguien le ha estado dando al presidente Kirilov
sus conversaciones privadas.
¿Cómo podría haber un traidor entre mis consejeros
más cercanos? Es incomprensible.
Sin embargo, debe ser cierto.
Llevo días dándole vueltas a la idea, tratando de
racionalizar, de razonar para superar esta sospecha. Pero
no puedo. ¿Cómo puede saber Kirilov los pensamientos que
tengo y las decisiones que tomo minutos después de
haberlas tomado? Alguien le está canalizando información.
Alguien cercano.
Este traidor tiene sangre americana en sus manos.
Cuatro SEALs muertos y un piloto estadounidense.
¿Cómo puede ser capaz de eso alguien con quien
trabajo? ¿A quién saludo todos los días, que está
asesinando a sus compañeros americanos?
La última línea de la nota de Liu dice: No se lo digas a
nadie. No confíes en nadie.
Esta noche hemos organizado una reunión informativa
individual con el analista que destapó los ecos de los
movimientos del traidor. Solo Liu, el analista y yo.
483
Liu fue explícito: no se lo digas al Servicio Secreto. Es
un riesgo demasiado grande, dijo.
Me está matando no confiar en Reese, pero le di a Liu
mi palabra. Y si ocultarle esto a Reese lo mantiene a salvo,
entonces es la elección correcta.
Aun así, Reese era la única persona a la que podía
pedirle que organizara esto.
Se negó. Esta noche va en contra de su entrenamiento
y sus creencias, sus normas y sus procedimientos. Pero
esta noche, todo está fuera de la ventana. Y él lo odia.
Pero tengo que hacer esto.
Su auricular chirría. Es Henry, y en la quietud, escucho
su voz. —Pastel listo en el subsuelo.
—Hora de irse.
Beso los dedos de Reese mientras él toca su micrófono
de muñeca y responde: —Entendido.
Nos movemos por la silenciosa Ala Oeste, pasando por
las oscuras oficinas de mi jefe de gabinete y del
vicepresidente antes de que Reese me lleve escaleras abajo
y entre en el garaje del sótano.
Los mejores y más cercanos agentes de Reese están
aquí. Henry está conduciendo. Stewart, de CAT, está en el
asiento delantero. Sheridan estará al lado de Reese en la
Casa Blanca mientras yo no esté. Con los dos vigilando, se
controlará cada aleteo de las alas de un pájaro. Cada
inhalación, cada exhalación.
Henry ya está al volante del SUV negro que Reese ha
preparado y nos observa a ambos mientras yo subo a la
484
parte trasera.
Esto realmente está sucediendo. Hasta ahora, podía
fingir que todo era una pesadilla. No iba a haber una
reunión secreta sobre un traidor. Liu no me había pasado
su nota. Es el material de las películas de espías y las
novelas baratas. Pero ahora me tiemblan las manos, y mi
estomago esta hecho un nudo. El miedo me está
asfixiando.
Quiero alcanzar a Reese…
Reese cierra la puerta y me encierra en el capullo
seguro del SUV.
Nuestros ojos se encuentran a través del cristal
blindado. Está distorsionado, como si estuviera mirando a
través de una ventana empapada de lluvia.
Golpea la puerta dos veces. Sostengo su mirada
mientras Henry nos hace rodar hacia adelante.
Ya está.
Nos escabullimos de la Casa Blanca al amparo de la
oscuridad.
El viaje transcurre sin incidentes, salvo por la novedad
de detenerse en los semáforos. Observo los autos
dispersos, los taxis que salpican la ciudad. Henry y Stewart
guardan silencio en el asiento delantero. Henry me estudia
por el espejo retrovisor mientras giramos hacia Piney
Branch Parkway.
Cierro mis ojos. Intento imaginarme la cara de Reese
cuando saque el anillo y le pida que se case conmigo.
Sorpresa. Alegría, espero. Un instantáneo e irreversible Sí
485
El chirrido de los frenos me tira hacia adelante contra
el cinturón de seguridad. Levanto un brazo y me sostengo
antes de que mi frente se golpee contra el reposacabezas.
Stewart maldice. —¿Qué diablos está haciendo ese tipo
en el camino?
—No lo sé —gruñe Henry mientras pone el SUV en
reversa. Nos echamos hacia atrás, con la goma quemada
llenando mi nariz.
Los cristales se astillan y Stewart vuelve a maldecir
mientras el parabrisas frontal se rompe en una docena de
telarañas. —¡El cabrón está disparándonos! Voy a…
Henry acelera. Casi patinamos, pero los neumáticos se
agarran del camino y seguimos adelante. ¿Cómo puede
Henry ver algo a través del vidrio roto? —¡Henry! —grita
Stewart—. Cuidado…
La caída libre me atrapa. Estoy flotando, volando
dentro de los milímetros que me da mi cinturón de
seguridad. Giro mi cabeza a la derecha y lo veo, al hombre
que estaba disparando. Sigue apuntando su arma hacia mi
incluso cuando nos elevamos hacia un grueso grupo de
árboles.
El impacto sacude cada hueso de mi cuerpo. El
cinturón de seguridad me tira el hombro hasta detenerlo.
Algo se rompe. Mis dientes chocan entre sí, casi cortando
mi lengua por la mitad, y mi cabeza rebota hacia adelante y
hacia atrás y luego se estrella contra el marco de la puerta
sobre la puerta del pasajero. El metal grita, el sonido del
acero rasgándose y los cristales combinados cuando el SUV
486
se hunde en la tierra. Estamos completamente fuera de
control.
Terminamos en una repentina y violenta colisión, boca
abajo, cuando el lado del pasajero del todoterreno se
estrella contra el tronco de un árbol. La cabeza de Stewart
golpea el tablero con un crujido húmedo. No se mueve.
Yo cuelgo del cinturón de seguridad, con los brazos
colgando sobre mi cabeza. La sangre gotea por mi cara,
cayendo desde mi barbilla hasta mi mejilla y luego a los
ojos. No puedo moverme ¿Estoy paralizado?
No, estoy en estado de shock. Mis dedos se curvan,
uno a la vez. Descoordinado, intento liberarme y no consigo
nada.
Se escabullen a nuestra derecha.
Solo un faro sigue funcionando y brilla sobre los
troncos de los árboles antes de desvanecerse en la
oscuridad del parque Rock Creek.
El tirador todavía esta aquí, y por el momento,
estamos a su merced.
—Sr. Presidente, ¿está vivo allá atrás? —Henry se
desabrocha el cinturón de seguridad y rueda sobre su
hombro. Apoya su peso en la ventanilla del conductor y
empuja. El vidrio roto se inclina, luego se dobla, y él tira
hacia atrás, golpea la ventana, una, dos, una tercera vez,
antes de que se separe del marco. Mete las palmas de las
manos por el hueco y lo retira todo como si estuviera
abriendo una lata.
—Estoy vivo —grazno—. Sácame de aquí, Henry.
Esos pasos han vuelto, un silencioso arrastrar de pies
487
en la noche. El Henry militar sale del asiento del conductor
y se agacha sacando su arma. Él espera.
—Estoy aquí —susurra una voz.
Henry se pone de pie. —Está vivo. No tenemos mucho
tiempo. Date prisa, joder.
Un hombre sale del bosque. El mismo hombre de la
carretera, vestido de negro y portando su pistola como he
visto hacer al Servicio Secreto. Sus ojos se deslizan de
izquierda a derecha antes de moverse al lado de Henry.
—¿Trajiste todo? —pregunta Henry.
—Si. —El hombre arroja una mochila a los pies de
Henry.
Stewart gime. Gira la cabeza…
El hombre de negro se agacha y dispara a través de la
ventana hacia él. La bala golpea el costado de Stewart,
viajando a través de su cuerpo antes de incrustarse en la
puerta.
Stewart se hunde con un largo suspiro que se
desvanece, y no vuelve a respirar de nuevo.
—¡Hijo de puta! —Henry agarra al hombre por la parte
delantera de su camisa oscura y lo tira contra el SUV. Sus
piernas bailan frente a mi ventana rota—. ¿Qué mierda
estás haciendo?
—¡Todavía estaba vivo!
—No te dije que dispararas, ¿verdad? —Henry sisea.
El hombre guarda silencio. —¿Lo hice?
Oigo los latidos de mi corazón durante tres segundos
488
completos mientras los dos hombres se enfrentan. Estoy
congelado, como un animal atrapado en la mirada de un
depredador. ¿Qué estoy oyendo? ¿Qué estoy viendo? Nada
tiene sentido. Me he golpeado la cabeza. Debo estar
delirando. O estoy inconsciente y todo esto es realmente
una pesadilla.
Henry tira al hombre de negro al suelo. Se golpea boca
abajo, ahogándose en la tierra antes de caer de espalda. —
Hey…
Tres balas se estrellan contra su pecho. Se agita con
cada impacto, luego se queda terriblemente quieto.
La realidad avanza a trompicones. Henry maldice. Él
agarra la mochila del muerto y rebusca en ella. Saca una
muda de ropa y se quita el traje. Se viste todo de negro y
luego arroja su traje en la parte delantera del SUV. Ha
pasado tal vez un minuto desde que nos estrellamos.
Trato de escapar cuando Henry atraviesa de un
puñetazo mi ventanilla rota, y me las arreglo para lanzarle
un puñetazo descoordinado a la cara al mismo tiempo que
busco a tientas mi cinturón de seguridad.
Henry agarra mi puño con uno de los suyos y lo
retuerce. Mis huesos rechinan y luego chasquean,
chasquean, chasquean.
Debería gritar. Debería llamar la atención sobre esto.
Me han dicho que me calle y que deje que el Servicio
Secreto me salve si ocurre lo peor, pero lo peor está
pasando y ellos no me van a salvar.
Henry me va a matar.
489
Pone una mano alrededor de mi cuello antes de
desabrocharme el cinturón de seguridad. Caigo en una
maraña de brazos y extremidades, hacia atrás y boca
abajo. El dolor brota de mi mano destrozada, mis costillas,
mi cabeza. No puedo decir en qué dirección está arriba.
Todo lo que puedo ver son los ojos sin vida de Stewart y un
charco de sangre goteando sobre el salpicadero y el techo.
Henry me arrastra por la garganta a través de la
ventana rota y termino boca abajo en el suelo. El hombre
de negro yace a medio metro delante de mí, inmóvil.
Este es el fin. Voy a ser ejecutado por un hombre al
que le confié mi vida. Hay un traidor en tu círculo íntimo.
No fue Valerie Shannon o Patrick Marshall o Dean
McClintock. O cualquiera de mi gabinete.
A menudo estamos más cerca que tu sombra -y
tenemos que estarlo, para hacer nuestros trabajos
Nunca lo pensé. Nunca lo consideré. Nunca imaginé
que uno de mis protectores pudiera volverse tan
completamente contra mí.
—¿Por qué? —Me ahogo—. Henry, por qué...
—Cállate —gruñe. Su rodilla aterriza en el centro de mi
espalda, sacándome el aliento. Mis labios se mueven como
si fuera un pez fuera del agua. Henry golpea mi cara contra
el suelo. La suciedad me llena la boca, se desliza por mi
garganta. Él va a sofocarme. Él va a…
Una aguja se clava en mi cuello. El hielo inunda mis
venas, extendiéndose por mi pecho y bajando hasta lo más
profundo de mis pulmones. —Tenemos un largo camino por
recorrer —dice Henry— y necesito que se quede callado, Sr.
490
Presidente.
Rujo, finalmente, gritando a la tierra mientras trato de
luchar contra él, este hombre que pensé que era más
grande que la vida, a quien imaginaba como un héroe
estadounidense, que estaba orgulloso de tener a mi lado.
Ahora va a matarme, y mientras mis pulmones se
agarrotan y mi corazón se acelera y mi visión se oscurece,
lo que más lamento es que nunca le pedí a Reese que se
casara conmigo.
Reese, te amo. Te amo tan…
CAPÍTULO TREINTA Y TRES
Reese
Ahora
—A todas las unidades, a todas las unidades, aquí el
agente especial Reese Theriot. Ranger localizado en Dulles
International, pista uno-dos a la derecha. Ranger retenido
como rehén por el exagente especial Henry Ellis en India
17, vuelo diplomático iraní con destino a Moscú. Converger
en el aeropuerto de Dulles para interceptar. Ejecutar de
inmediato.
Suelto la radio cuando Sheridan sube a la mediana de
la autopista directa a Dulles. Está acelerando el motor, las
luces encendidas y las sirenas a todo volumen, y estamos 491
rebasando el tráfico que ya lo está registrando. El
velocímetro dice que Sheridan nos lleva a 140.
¿Alguien vendrá y nos respaldará? Ya no sé qué
significa mi nombre en el Servicio. El FBI me estaba
cazando hace diez minutos. ¿Responderá mi gente cuando
los necesite?
Cuento hacia atrás en intervalos de sesenta segundos.
Mi mano aprieta y suelta la barra de sujeción junto a mi
cabeza, aprieta y suelta. Las sirenas suenan detrás de
nosotros, a lo lejos.
Sheridan atraviesa el peaje del aeropuerto y nos
balancea sobre dos ruedas hacia la carretera de acceso.
Vamos paralelo a la pista de aterrizaje al otro lado de una
cerca de tela metálica, pasando a toda velocidad por las
terminales C y D hasta llegar a los hangares
gubernamentales.
—¡Ahí!
Sheridan gira el volante y atravesamos la cerca como
si ni siquiera estuviese allí. El acero desgarrado raspa el
SUV. Una larga y delgada línea de alambre de púas termina
enrollada alrededor de nuestro neumático, desenrollándose
desde lo alto de la cerca como un carrete de hilo mientras
arrastramos el culo por la pista.
India 17, el vuelo diplomático iraní, se está alineando
para el despegue. El avión es un viejo Boeing 707, un
remanente de los años setenta que se subastó en el tercer
mundo hace veinte años y luego revendido en algún
momento a Irán. Es deliberadamente simple, un tubo largo
y blanco con una sola franja verde que recorre su longitud. 492
La radio grazna, la torre Dulles emite un mensaje de
parada inmediata en tierra y detiene todo el tráfico. Se
ordena a cada avión que se detenga en su lugar y que
apaguen los motores, que no se muevan ni una pulgada.
Hemos violado el perímetro del aeropuerto, y todos se
están cagando encima.
Por supuesto, India 17 no escucha. Avanza, ganando
velocidad lentamente mientras gira hacia la derecha de la
pista uno-dos.
—No dejes que ese avión despegue —gruño—. Lo que
sea necesario.
Sheridan nos empuja más allá de la línea roja. El
motor grita, y el SUV tiembla tanto que me duelen los
huesos. Pasamos por encima de una mediana cubierta de
hierba y estamos en el aire durante cuatro segundos antes
de derrapar sobre el pavimento de la pista 1 y 2 a la
derecha.
Dos kilómetros frente a nosotros, India 17 inicia su
rodaje.
Sheridan aprieta el volante con los nudillos blancos
mientras yo me vuelvo hacia el asiento trasero. Guardamos
nuestras armas de repuesto bajo el banco, yo lo levanto y
saco un MP5.
—Mantennos firmes —le digo a Sheridan mientras bajo
la ventanilla.
Durante diez años, he calificado en el 1 por ciento
superior con cada arma del arsenal del Servicio Secreto. He
dado en el blanco en el centro de la escena mientras está
parado en el espacio para los pies de la limusina
493
presidencial mientras viaja a cien kilómetros por hora.
Obtuve una puntuación perfecta después de una carrera de
dieciséis kilómetros y cincuenta flexiones, cuando mis
brazos estaban gelatinosos y no creía que pudiera apretar
el gatillo.
Nunca he tenido que hacer un tiro que importara tanto
como éste.
—Tenemos compañía —grita Sheridan.
Mi mirada se dirige al retrovisor. Rojos y azules, y un
montón de ellos. Vienen a arrestarnos o vienen a
ayudarnos, y desde aquí, no sé cuál es. Supongo que lo
averiguaremos si empiezan a disparar.
—Ten cuidado. —Sheridan no ha quitado los ojos de la
carretera, pero por un momento, me mira. Nuestros ojos se
encuentran.
Meto la culata en la carne de mi hombro y me asomo a
la ventana El viento casi me derriba, pero empujo en él.
Agarro el cañón. Aprieto el gatillo.
Estoy demasiado lejos para ser realmente preciso, pero
cualquier piloto que se precie abortará un despegue cuando
haya balas volando hacia ellos Por ahora, mantengo mi
puntería baja y concentrada en los neumáticos. El tren de
aterrizaje.
Los miles de metros entre India 17 y nuestro SUV se
desvanecen. No puede despegar sin atropellarnos, cosa que
el piloto puede ser lo suficientemente imprudente como
para intentarlo. Yo también querría volar, si tuviera a bordo 494
a un presidente secuestrado.
Las sirenas son cada vez más fuertes.
Más cerca, más cerca. Quinientos metros entre
nosotros y el India 17.
Dejo de disparar y conservo mis municiones.
Cuatrocientos cincuenta. Trecientos. Está casi encima de
nosotros. Doscientos.
Abro fuego de nuevo.
A noventa metros, los dos neumáticos delanteros del
tren de aterrizaje derecho explotan cuando meto doce balas
en cada rueda. El India 17 gira bruscamente a la derecha y
luego a la izquierda, saliendo de la pista hacia una zanja
poco profunda. El ala izquierda se hunde, rozando el
pavimento, y el avión se desliza suavemente otros ciento
veinte metros en un deslizamiento lateral hasta que se
inclina y entierra su ala izquierda en la hierba en el arcén
de la pista.
Sheridan me agarra, arrastrándome de regreso al SUV
mientras nuestros frenos se bloquean y nos deslizamos
fuera de control, gritando bajo el motor del India 17, tan
cerca que podría extender la mano y tocarlo. Nuestro SUV
se tambalea sobre dos neumáticos, luego sobre uno, y por
un momento creo que vamos a volcar, pero Sheridan nos
hace volver a bajar. Terminamos quemando caucho en una
triple pirueta, finalmente deslizándonos hasta detenernos
frente a la cola del India 17 y, más allá, el ejército de rojos
y azules encima de los SUV negros que siguen corriendo
por la pista.
—India 17 —crepita la radio. reconozco esa voz. Es
495
Núñez—. Este es el Servicio Secreto de los Estados Unidos.
Apaguen sus motores y prepárense para ser abordados.
La caballería ha llegado.
NO HAY ni un solo ruido desde el avión durante diez
minutos.
Sheridan y yo conducimos nuestro humeante SUV por
la pista y nos reunimos con los demás. Núñez se ha hecho
cargo de los refuerzos del Servicio Secreto, y ha traído al
menos cien vehículos de respaldo del Servicio Secreto, el
FBI, la policía de DC y la policía del aeropuerto. Los
camiones de bomberos y las ambulancias están a la espera.
Hay tantas luces intermitentes que parece que el mundo ha
sido repintado de rojo encendido y azul giratorio.
Los francotiradores del Servicio Secreto observan el
avión con binoculares y visores, tratando de echar un
vistazo al interior de la cabina o a través de las ventanas de
esta.
—Todas las persianas de las ventanas están cerradas.
No tenemos contacto visual.
—La cabina está a oscuras. Sin movimiento.
Núñez tiene desplegados los esquemas del Boeing 707
en su maletero, los papeles sujetados por municiones de
496
repuesto y un par de NVGs39.
—El procedimiento estándar de rescate de rehenes
sería enviar un equipo de ruptura a través de las salidas de
emergencia con la máxima fuerza. Sin embargo, ese plan
conlleva un riesgo, señor. No todos los rehenes pueden
sobrevivir a una violación forzada.
—Inaceptable. No podemos perder al presidente.
También no podemos hacer esto por el libro. Nos
enfrentamos a Henry, y él conoce todas nuestras tácticas.
—El viento azota mi cabello mientras estudio los esquemas.
De la nariz a la cola, de la punta de ala a la punta de ala—.
¿Cuál es la configuración interna de este avión? ¿Lo
sabemos?
39
Gafas de visión nocturna
—Originalmente era un avión de pasajeros, pero ahora
funciona con carga. Todo lo que está detrás de la cabina de
primera clase ha sido convertido. Detrás de las alas, es una
gran bahía abierta.
—¿Están pesados?
—No. El plan de vuelo dice que vuelan casi vacíos. Solo
dos pilotos, cinco tripulantes, quince pasajeros. Nos
pusimos en contacto con nuestro contacto diplomático iraní.
Afirma no tener idea de qué es este vuelo, así que el buen
dinero dice que todos son rusos —ella duda—. También
indican 'carga diplomática' a bordo.
Carga diplomática. Mis uñas muerden mi palma.
Brennan, espera. Voy por ti. —Tenemos que asumir que
todos son rusos y todos leales a Kirilov.
—Y Henry —gruñe Sheridan.
497
La mirada de Núñez registra a Sheridan. Se ve peor
que el infierno, ensangrentado y magullado con sus
muñecas negras y azules. Él se quitó la camisa de vestir
cuando salimos de nuestro vehículo, pero hay una gran
mancha de sangre empapando la parte delantera de su
camiseta. La sangre seca todavía forma costras en su cara,
bajando de su nariz y a través de su barbilla.
—Una cosa es segura: no van a ir a ninguna parte —
dice Núñez. No con el avión inclinado sobre su ala izquierda
y los neumáticos reventados.
Mi BlackBerry suena. La melodía esta fuera de lugar en
este pista azotada por el viento. La saco y miro fijamente la
pantalla.
Cada musculo en mi se bloquea.
Es Henry.
En el último momento, apuñalo la pantalla y me la
acerco a la oreja. No digo una palabra.
Lo escucho respirar. —Reese.
—Hijo de puta. Maldito...
—Cállate. No querrás hablarme de esa manera.
—No tienes idea de lo que quiero hacerte, Henry.
—Déjame decirlo de otra manera. No quieres hablarme
de esa manera mientras tengo mi arma presionada contra
la cara de tu precioso presidente.
Trago saliva y no digo nada.
—Eso es lo que pensé.
498
—¿Qué quieres?
—Lo que quiero es largarme de aquí. Quiero estar al
otro lado del Atlántico ahora mismo. Quiero que tú y todos
los demás estén en mi jodido retrovisor.
—¿Todos, como Sheridan? Querías que cayera por
esto, ¿no es así?
Esta vez, Henry se queda callado. A mi lado, Sheridan
mira con fuerza por la pista, una oscura brutalidad saliendo
de él.
—Estoy abriendo la puerta de carga de popa. Tú, y solo
tú, Reese, te acercarás al avión. Deja tus armas en la pista
y entra.
—Vete a la mierda…
—Si no lo haces, le meteré una bala en el cráneo.
Henry, más que nadie, sabe lo que Brennan significa
para mi. —Quiero escuchar su voz. Quiero saber que está
vivo.
—No. Ve por ti mismo si está vivo o no cuando vengas
a bordo.
—Henry…
—Si alguien más se acerca al avión, arrojaré su cuerpo
fuera de la bodega de carga para que el mundo la vea.
Tienes cinco minutos.
Él cuelga.
Mi frente cae sobre mi BlackBerry. ¿Por qué no dejaría
oír a Brennan? Sabía que pediría una prueba de vida. Es un
parte estándar de la negociación de rehenes. ¿Está
Brennan…? 499
No lo pienses.
Los dedos de Sheridan rozan el interior de mi
antebrazo. —No puedes entrar ahí.
—No tenemos opción.
—No tenemos que escucharlo…
—Sheridan, la vida de Brennan se mide en minutos,
ahora mismo. Era útil para Henry y los rusos cuando podían
tenerlo como rehén fuera de los EE.UU., pero su valor es
cayendo exponencialmente cuanto más tiempo pasan en
ese avión. Henry tiene que saber que no puede salir de aquí
con vida. ¿Cuál es su próxima jugada? ¿Cuáles son sus
opciones? ¿Qué le queda?
Sheridan pone todo junto, el espectáculo de terror que
podría atrapar al mundo en los próximos minutos. En todo
el perímetro del aeropuerto, las cámaras nos apuntan.
—Necesitamos detenerlo antes de que ejecute a
Brennan en la televisión en vivo —digo.
Sus ojos se abren de par en par. Sus labios se afinan,
y su pecho sube y baja, más rápido, más rápido.
—Henry se ha capacitado en nuestros procedimientos
de rescate de rehenes. Él sabe cómo se supone que
debemos entrar. Él estará esperándonos, listo para
cualquier cosa que intentemos del libro.
—Entonces, ¿qué sugiere, señor? —pregunta Núñez.
Trazo los esquemas, las líneas de las alas, las puertas
de carga. El interior abierto del 707 se desarrolla en mi 500
mente tal y como Nuñez lo describió: una gran bahía
cavernosa. La cubierta de carga. Las dos salidas de
emergencia selladas de las alas. Delante de las alas, el
avión está dividido en dos niveles: carga abajo, asientos de
primera clase arriba.
—Henry ocupará la posición más defendible. —Señalo
al centro, detrás de las alas y las ruedas—. Aquí. Aquí es
donde tendrá a Brennan. Colocará guardias en el nivel
superior en primera clase y en las puertas izquierda y
derecha a lo largo del fuselaje.
—¿Y la cabina? —pregunta Núñez—. No vemos ningún
movimiento, no desde que salió de la pista. Tiene que estar
observándonos desde algún lugar, y la cabina tiene el
mejor punto de vista.
—Tendrá un observador ahí. Tal vez dos. También
querrá maximizar su potencia de fuego en los puntos de
ruptura. —Señalo cada una de las puertas situadas delante
de las alas y la puerta de carga trasera donde me dijo que
entrara.
Mi tiempo -y el de Brennan- se está acabando. Ya ha
pasado un minuto. En algún lugar de ese avión, Brennan
me está esperando.
—Esto es lo que haremos.
Esbozo mi plan de irrupción en cincuenta y cinco
segundos. Núñez escucha atentamente, sus ojos me siguen
mientras señalo cada sección. —¿Cuánto tiempo les tomará
a todos ponerse en posición?
No hay lugar para malentendidos, ni conjeturas ni para
un segundo de error. No si esto va a funcionar.
501
Ella calcula la distancia entre la cola y la nariz del avión
y lo que le estoy pidiendo a ella y a su gente. —Diecinueve
minutos.
—Sincroniza tu reloj con el mío. —Esperamos la marca
de treinta segundos y sincronizamos. Sheridan también lo
hace—. El tiempo comienza tan pronto como entre en la
bodega de carga. ¿Entendido?
—Sí, señor.
—Sheridan, ven conmigo.
Me sigue hasta el lado del pasajero de nuestro
maltrecho y cansado SUV, esperando mientras dejo mi
radio, mi bastón, mi linterna, y mis cargadores de repuesto
en el asiento delantero. Detrás de nosotros, Núñez está
dando órdenes en silencio y moviendo a su gente a la parte
trasera de nuestro bloqueo. Se prepararán detrás de los
camiones de bomberos para salir fuera de la vista de la
cabina.
—Estaré justo detrás de ti —dice Sheridan cuando
estamos solos. El SUV bloquea la mayor parte del viento, y
está extrañamente quieto, como si el mundo se hubiera
detenido para nosotros dos.
—No puedes seguirme ahí. —Han pasado dos minutos
y cuarenta y cinco segundos.
—No vas a entrar solo. —Está tan cerca que puedo
sentir el calor de su cuerpo.
—No, Sheridan. Es una orden.
Su mandíbula se aprieta. —Nunca me apartó de tu 502
lado. No voy a hacerlo a ahora.
Tres minutos.
Mis ojos encuentran los de Sheridan. Me devuelve la
mirada y me deja ver hasta lo más profundo de él, donde
conviven su agonía y su amor. —Reese…
Lo empujo en el centro del pecho. Lo inmovilizo contra
la puerta abierta de nuestro SUV. Él gruñe…
Y lo beso. Mis labios se mueven suavemente sobre los
suyos.
Se queda quieto, se pone rígido…
Mis esposas se cierran alrededor de su muñeca por
segunda vez hoy, y antes de que pueda moverse, he
cerrado la otra esposa a la manija interior de la puerta del
pasajero.
La mandíbula de Sheridan se afloja. Todo el color se
drena de su cara. —No puedes estar a mi lado esta vez —
respiro.
—Reese, no hagas esto —suplica—. Por favor. —Puedo
ver el pánico en sus ojos.
—Me has dado todo a mí, y al Servicio, y mira cómo te
han pagado. —Mi mano está en su mejilla. Mi pulgar roza
su barba incipiente, la línea de su mandíbula.
Se gira hacia mi toque. —No me importa. No.
—No sé cómo va a terminar esto. Cuando termine, te
necesito con vida. Tal vez Brennan y yo no lo hagamos,
pero necesito que estés bien. 503
—¿Cómo puedo estarlo, si haces esto?
La desesperación brota de él mientras retrocedo. Él tira
de las esposas. Patea la puerta. Se esfuerza por liberarse.
Tres minutos, cuarenta y cinco segundos. Levanto mis
manos sobre mi cabeza y salgo de la fila de SUV negros.
Los cien metros entre el avión y yo toman una
eternidad en ser recorridos. Todo se desvanece, excepto
por el sonido de mis zapatos golpeando el pavimento. El
olor a caucho quemado, a metal sobrecalentado.
Combustible derramado. Hierba triturada y tierra revuelta.
Delante de mí está la puerta de carga de popa. Se está
abriendo en un vacío negro. Los francotiradores me están
observando y estarán escaneando el interior con sus
visores. Henry lo sabe. Nadie podrá ver nada dentro de
este avión.
No sé lo que voy a encontrar. No sé lo que el próximo
minuto traerá.
O Brennan está vivo o no lo está. Si lo está, nada me
impedirá salvarlo. Si no lo está, nada me impedirá
vengarlo.
Si Brennan está muerto, no dejaré ese avión.
Me detengo frente a la puerta de carga y saco mis
armas.
Una mano permanece en el aire mientras la pongo en
el suelo y luego las alejo de una patada. El metal traquetea
en el pavimento.
No hay ni un susurro de sonido desde el interior de la
504
bodega.
—¡Henry, voy a entrar!
Mis ojos tardan unos segundos en adaptarse del
resplandor de la tarde a la oscuridad total de la bodega
inclinada. Mantengo mis manos sobre mi cabeza mientras
manchas de color estallan y sangran en mi visión.
Un grito ahogado llama mi atención. Allí, hacia el
morro del avión. Giro…
Merde, es Brennan.
Está de rodillas, forzado frente a Henry, de cara a mí.
Las manos atadas a la espalda, la boca amordazada. Ya no
tiene la chaqueta del traje, y su camisa de vestir está
cubierta de suciedad y manchas de sangre. Tiene un
moretón en su rostro, desde la mandíbula hasta el ojo
izquierdo.
Henry está detrás de él, con su arma presionada en la
parte posterior del cráneo de Brennan.
Nunca olvidaré este momento. No mientras viva.
Como esperaba, Henry ha colocado a los rusos que
vuelan con él en la cubierta superior. Veo a cinco hombres
con rifles arriba, con los cañones apuntando hacia mí. Tres
hombres cubren la puerta de carga desde la parte trasera
del avión. Eso deja a doce más en la oscuridad, más los
pilotos.
—¿Por qué, Henry? Dime por qué.
Henry se ríe. Es la misma risa que he escuchado
durante años, los dos bromeando y pasando el rato y 505
compartiendo cervezas, pero este no es el hombre que
pensé que conocía.
—¿Después de lo que él ha hecho? —Henry empuja su
arma contra la cabeza de Brennan.
Me tambaleo hacia adelante.
—No te muevas, Reese.
—No le hagas daño.
Henry se burla.
—¿Qué ha hecho? Explícame esto, porque no puedo
entender lo que está pasando.
—¡Nos está arrastrando a donde no debemos! —Henry
ruge—. El resto del mundo no es nuestro jodido problema.
Pasé demasiados años de mi vida luchando en las guerras
de otros, y finalmente, finalmente habíamos terminado.
Pero ahora este imbécil piensa que el ¡puede salvar a
todos!
—Henry…
—Salvar a la gente que no puede salvarse a sí misma
no es nuestra maldita lucha. Aprendí eso. Demonios,
Sheridan también lo aprendió, pero está demasiado cegado
por su adoración a los héroes como tú para pensar con
claridad.
—O tal vez Sheridan es mucho mejor hombre que tú.
—¿Tienes alguna idea de a lo que yo he renunciado?
¿A lo que los verdaderos estadounidenses han renunciado?
—Henry…
—¿Tienes alguna idea de cuanta sangre
506
estadounidense hemos desperdiciado? ¿Por países a los que
no les importamos una mierda? Todo el jodido mundo es un
océano de sangre estadounidense, y él… —Henry agarra el
cabello de Brennan y lo arrastra más cerca, clava su pistola
en la sien de Brennan—. Va a hacer que más
estadounidenses mueran por este maldito mundo
desagradecido.
—Henry, merde, ¿qué estás diciendo?
—Estoy diciendo que alguien tiene que detenerlo.
—¿Traicionando a Estados Unidos ante Rusia?
—Esto no es EEUU —se burla—. Mira a tu alrededor.
¿Acaso reconoces este lugar? No puedo traicionar a un país
que no existe. —La mano que sostiene su arma tiembla—.
Los países se levantan y caen. Nuestro tiempo se ha
acabado. Es hora de cobrarlo, Reese.
—¿No puedes oírte a ti mismo? Estás destruyendo todo
en lo que alguna vez has creído.
—¡Soy el único que cree en lo que tiene que pasar!
¡Soy el único que hará lo que sea necesario!
Una misión. Eso es lo que dijo el dueño del campo de
tiro. A los que se les mete en la cabeza que tienen un
propósito especial. La de Henry ha sido martillada en el
yunque del diablo. Su alma se ha oscurecido, su cerebro
está al rojo vivo. Está hirviendo de furia extática. ¿Cuánto
tiempo ha estado construyendo esto?
—Creo en ponernos a nosotros mismos primero —
desprecio rancio gotea de él—. El resto del mundo puede
irse a la mierda. Él puede irse a la mierda.
507
Nuevamente, arrastra a Brennan por el cabello,
empuja su arma contra la cabeza de Brennan. El hierro
candente me atraviesa. Me derrite, me debilita. Me arranca
el aire de los pulmones.
—Tú puedes irte a la mierda, Reese.
Endurece su rostro y, por un instante, creo que lo va a
hacer. Va a ejecutar a Brennan delante de mí.
—¡No, joder, Henry! ¡Merde, no lo hagas!
—Sabes, pensé que podrías estar a mi lado. —¿Eso es
arrepentimiento en la voz de Henry, cocinándose a fuego
lento bajo toda la rabia? —Realmente pensé que podríamos
hacer esto juntos.
—¿Estás fuera de tu jodida mente? —Es como si nunca
me hubiera conocido.
Los ojos de Henry parpadean. —Jódete —sisea—. ¿Por
qué estás aquí? Se suponía que te ibas a perseguir tu
jodida cola por otras cinco horas. Se suponía que estarías
paralizado cuando te dieras cuenta de que Sheridan los
había traicionado a todos. ¡Y se supone que debo estar a
mitad de camino a través del Atlántico, dirigiéndome a mi
nueva vida!
—Sabes que te habríamos encontrado. Si no aquí,
entonces en el aire. ¿Cómo se desarrolló esto? ¿Cómo
terminó esto en tu mente?
—¿Quién se atrevería a atacar a quien tiene cautivo al
presidente? ¿Quién se atrevería a derribar este avión? ¿O a
lanzar una invasión contra el país que lo ejecutaría tan 508
pronto como una jodida bota tocara su suelo?
Yo trago. —Nadie.
—Iba a poner al mundo de rodillas.
Adrian Quinten sale de la oscuridad detrás de Henry.
Está claro que él es el estable detrás de esta operación. La
psique de Henry se ha hecho añicos. Se ha aferrado a las
piezas de su mente a través de la rabia blanca, y ahora se
está deshaciendo. Me quedan momentos antes de que
Henry llegue a su fin, e intente una última jugada en su
desesperación.
—¿Cuánto le estás pagando? —le pregunto a Quinten.
—Suficiente.
—Esto no se trata de dinero —espeta Henry.
—Sabes, no fue la CIA o el MI6 quienes mataron a
Lena. Fue el FSB. —Mis ojos perforan los de Quinten—.
Estas trabajando para la gente que la asesinó.
—No sabes de lo que estás hablando —ladra Quinten.
—Sé que estaba embarazada. Sé que la amabas, y que
ella te quería.
—¡Cállate la boca! —Henry aprieta los dientes y ruge
mientras empuja a Brennan desde las rodillas hasta el
vientre y clava el cañón de su arma en la nuca de Brennan.
Brennan se retuerce y sus ojos se encuentran con los
míos…
No te rindas. Su voz está dentro de mi cabeza, el
pensamiento en sus ojos es tan claro y brillante que puedo
oírlo dentro de mí.
509
Espero que mis ojos hablen con la misma intensidad.
Je t 'aime, mon cher. Mi cuenta regresiva interna llega a los
dieciséis minutos.
—¿Cómo te has despegado tanto sin que me diera
cuenta, Henry?
—Estabas tan ocupado enamorándote, que no notaste
una maldita cosa. ¿Cómo ibas a darte cuenta de algo
cuando todo lo que veías era a él
—¿Y Sheridan? ¿Pensaste en lo que le estabas
haciendo a él?
—Está tan jodidamente ido por ti que no puede ver
nada tampoco. —La expresión de Henry es fea, odiosa—.
¿Qué pasa contigo? ¿Por qué los dos se volvieron locos por
ti?
Como si los dos mejores hombres que conozco
pensaran que vale la pena hacerme espacio en sus
corazones no fuera el mayor honor de mi vida.
—¿Qué hay de Clint? ¿Cómo encaja él en el cuadro?
—Clint estaba esperando que le dijeran que todas sus
teorías conspirativas eran ciertas. ¿Quién mejor que yo
para ponerle la píldora roja? Alguien en el interior que
podía ver todo. Clint estaba preparado y listo para creer
que Walker era el traidor que estaba cazando, que él era el
que vendía Estados Unidos a Rusia. Fue demasiado fácil
llevarlo a donde necesitaba que fuera.
Silencio. El metal se enfría y hace tictac, el calor se
escapa de los átomos.
—¿Qué pasa ahora, Henry?
510
—Vas a conseguirnos un nuevo avión.
—No lo voy a hacer.
—Lo harás. Porque si no, lo voy a ejecutar… —Le da
una patada a Brennan en las costillas, con fuerza— …frente
a ti, y pasarás el resto de tus días sabiendo que tú eres la
razón por la que Brennan Walker, el amor de tu vida, está
muerto.
—No —susurro—. Por favor. Por favor.
Tengo que convencerlo. Tengo que convencer al
hombre que pensé que era mi mejor amigo.
—Y después de conseguirnos el avión, vas a
conseguirnos una garantía de paso seguro fuera del espacio
aéreo estadounidense y una escolta hasta Moscú.
—Haré cualquier cosa que quieras. —Me tiembla la
voz. Aprieto los dientes—. Mientras no lo lastimes.
Henry sonríe a Quinten. —¿Qué te dije? —a mí, me
dice— eres tan jodidamente predecible, Reese.
Han pasado diecinueve minutos.
Un cristal se astilla, más silencioso que un jadeo. Oigo
un ruido sordo, como el de un libro cayendo sobre la
alfombra, en algún lugar de la parte delantera, cerca de la
cabina. Luego otro.
Justo a tiempo.
Nuñez ha liderado a su equipo en un doble ataque. El
primer equipo corrió bajo del vientre del avión mientras el
segundo en silencio amarró los estabilizadores horizontales
y se deslizaba por la parte superior del fuselaje. Se 511
encontraron en la cabina, el equipo de la azotea listo para
descender tan pronto como el equipo de tierra hizo un
disparo silenciado a través de la ventana del primer oficial y
eliminó al observador que Henry dejó agazapado en la
oscuridad.
Y tan pronto como ganarán el control de la cabina…
—Joder —gruñe Henry.
La puerta de la cabina explota en la cabina de
pasajeros de arriba y se desprende de sus goznes. Todo el
avión tiembla y luego se inclina sobre su ala rota.
Gritos, maldiciones en ruso. Pasos, botas golpeando,
voces bramando. Los cuerpos caen y los gritos se ahogan
en húmedo gorgoteo cuando Núñez y su equipo abren
fuego.
Sus balas derriban a los rusos uno por uno, y su
equipo se desliza por el avión como espectros, tomando las
posiciones donde estaban los rusos hace solo unos
momentos.
Todo sucede en el espacio entre latidos.
Henry pone una bala en el centro del cuello de
Quinten, dejándolo caer. Brennan grita, su voz apagada
bramando mi nombre. Henry lo agarra por la garganta y lo
levanta como un escudo humano. Se aleja de mí y de los
ángulos de tiro del equipo de Núñez.
—¡Henry! —grito.
Desaparece en la penumbra de la bodega de carga
inferior, y yo lo sigo hasta el vientre del avión.
La luz que se desvanece se reflejas en los ojos de 512
Brennan. Tiene la misma mirada que tenía en el momento
en que nos conocimos. La misma que tenía cuando
bailamos en el Balcón Truman y cuando me besó en
Manhattan. La misma mirada que tenía cuando me dijo que
me amaba. Siempre ha sido la misma, cada vez. Siempre
me ha amado, desde ese primer momento.
La puerta de carga abierta es un rectángulo cegador
detrás de mí. Estoy en la peor posición posible,
perfectamente recortado. Henry puede poner una bala en
mi corazón sin siquiera intentarlo.
Está en las sombras. —Solo somos tú y yo ahora,
Reese —dice—. Y sabes que no voy a morir solo.
—Va te faire foutre40 —escupo.
40
Bésame el trasero
Henry está demasiado lejos para apresurarse. A esta
distancia, él va a ser capaz de apretar el gatillo antes de
que yo pueda llegar a él.
Tengo que elegir.
Tratar de derribar a Henry, pero correr el riesgo de que
ponga una bala en el cráneo de Brennan antes de que yo
pueda.
O ir por Brennan y recibir los tiros que sé que van a
llegar.
Núñez está corriendo hacia nosotros, pero está
segundos detrás de mí, y Henry va a apretar el gatillo
ahora.
Solo tengo una oportunidad.
Cada músculo de mi cuerpo se dispara a la vez.
513
El dedo de Henry aprieta…
Un solo chasquido florece a través de la bodega de
carga como un cañonazo. En el tubo de metal hueco, la
explosión suena y se siente como estar en la zona cero de
una bomba lanzada. Las ondas de cavitación me golpean
mientras rodeo con mis brazos a Brennan y lo llevo a la
cubierta. Ruedo, saliendo encima de él de espalda a Henry,
por si hay otro disparo.
Vendrá Núñez. Ella salvará a Brennan. Pero yo…
Solo me quedan momentos. Así de cerca, cualquier
disparo al centro de masa es mortal. Todavía no lo siento,
pero es la adrenalina. Me voy a desangrar antes de que
Núñez pueda conseguirme un médico. Hay suficiente
tiempo para decirle a Brennan que lo amo, suficiente
tiempo para un último beso…
El cuerpo de Henry se estrella contra la cubierta. Su
arma sale ruidosamente de su mano, haciendo eco en la
bodega vacía, y su cabeza se inclina hacia un lado.
Sus ojos ciegos miran fijamente a los míos. Un agujero
de bala perfecto marca el centro de su frente.
Me giro, y ahí está Sheridan, recortado en el halo de la
puerta de carga abierta. Sé que es él aunque no pueda ver
su cara. ¿Quién más estaría detrás de mí con un par de
esposas y el panel interior de la puerta de un SUV colgando
de una muñeca?
Suelta el arma y se tambalea hasta que su espalda
choca con el mamparo y se desliza hasta el culo, con la
cabeza caída y los hombros caídos.
514
En los siguientes dos segundos, el equipo de Núñez
desciende en rapel desde la cubierta superior y barren la
bodega con sus rifles y linternas. Doy la orden de que todo
está despejado, y una docena de pares de botas recorren el
fuselaje hasta llegar a Brennan y a mí.
Tres miembros del equipo de Núñez rodean a Henry,
sus rifles apuntan a su cadáver como si hubiera una
posibilidad de que volviera a la vida y pudieran dispararle
de nuevo.
Ayudo a Brennan a sentarse, y le quito la mordaza de
la boca mientras Núñez deja sus manos libres. Una está
negra y azul e hinchada. Rota.
—Lo tenemos, Sr. Presidente —dice Núñez—. Lo
tenemos.
Estamos rodeados, pero ¿a quién le importa un carajo?
Tan pronto como él está libre, lo beso. Sus brazos me
envuelven y nos besamos como si fuera la última vez que
lo haremos, volcando todo lo nuestro en el otro.
Casi no tenemos esto.
Nadie dice una palabra.
Nos separamos cuando necesitamos respirar. Descanso
mi frente contra la suya y paso mis manos por sus mejillas,
deslizo mis dedos en su cabello enmarañado. Las linternas
nos iluminan, es nuestra única luz, pero me basta para ver
la sangre en su rostro y los moretones alrededor de su
cuello. Está herido, gravemente. Henry lo trabajó, ya sea
sacándolo del parque Rock Creek o después, cuando pudo
descargar su ira sobre Brennan en privado.
El médico de Núñez está a nuestro lado, guiando
515
suavemente el rostro de Brennan lejos del mío. —Sr.
Presidente —dice— por favor míreme. —Ilumina los ojos de
Brennan con una linterna. Brennan entrelaza sus dedos
sanos con los míos—. ¿Puede ponerse de pie?
—Sí. Voy a salir de aquí.
—Entonces vamos a ponerlo de pie, señor.
Todo el equipo nos pone entre paréntesis mientras él
se levanta. Después de un paso, él vacila y se inclina hacia
mí. Le rodeo la cintura con el brazo, y él apoya el suyo
sobre mi hombro con cautela. —Sabía que me encontrarías.
Lo beso de nuevo delante de todos. Apoya su mejilla
contra la mía.
Luego da un paso brusco hacia un lado y extiende la
mano que no está. —Sheridan —dice— vamos a casa.
Sheridan mira fijamente a Brennan, sin moverse, sin
respirar.
Finalmente, levanta la mano.
Brennan se apoya con fuerza en mí mientras ayuda a
Sheridan a levantarse. Busco a tientas las llaves de mis
esposas en el fondo de mi bolsillo, la saco y llego al lado de
Sheridan. Abro las esposas que le he puesto por segunda
vez hoy, y las suelto junto con el panel de la puerta
arrancado, en el área de carga.
Sheridan tiembla como si ya no tuviera centro, ni
pilares en su interior, y fuera a derrumbarse en segundos.
Da un paso, pero como Brennan, vacila. Tropieza conmigo
y se hunde contra mi pecho. Su boca abierta presiona
516
contra mi hombro, lágrimas y mocos y un gemido
entrecortado saliendo de él.
Brennan pone su mano en el cuello de Sheridan.
Acaricio la mejilla de Sheridan, presiono mis labios en su
frente.
Esperamos a que Sheridan recupere su alma.
Él estabiliza su respiración, y sus manos dejan de estar
apretadas en la tela de mi camisa. Se retira, y Brennan
pasa su brazo alrededor de la cintura de Sheridan.
Le doy a Núñez el visto bueno. —Avisa.
—A todas las estaciones —dice por radio—. La
amenaza está neutralizada. Ranger está asegurado.
CAPITULO TREINTA Y CUATRO
Reese
Ahora
Brennan pasa la noche en el Hospital Naval de
Bethesda. Me quedo a su lado. No estoy de servicio, ni
pretendo estarlo. Me siento junto a su cama y sostengo su
mano.
Núñez se convierte en mi segundo al mando temporal.
Convierte Bethesda en una fortaleza, cada uno de mis
agentes equipado con su equipo táctico completo. Si
alguien viene por un segundo intento con Brennan, no
avanzarán más de un centímetro.
517
Nadie lo hace.
Por ahora, la amenaza ha pasado. El presidente Kirilov
ha desaparecido, y un general varios peldaños por debajo
de la jerarquía aparece en la televisión estatal rusa,
denunciándolo a él, a Henry, a Quinten y a toda la
conspiración. El general incluso se ofrece a reunirse en
Viena para mantener conversaciones de paz con el gobierno
de Ucrania a cambio de una conversación sobre el alivio de
las sanciones impuestas a los oficiales militares rusos.
Anatoly no responde cuando llamo. Tal vez el golpe de
palacio tuvo lugar. Kirilov estaba desesperado, había dicho
Anatoly. Se estaban haciendo movimientos, por Kirilov y los
otros. Quizás el secuestro de Brennan fue la última apuesta
de Kirilov y de Quinten, una que no dio resultado.
Brennan tiene dos costillas rotas, una mano rota, un
labio partido, un ojo morado, magulladuras y cortes en
todo el cuerpo, y los restos persistentes de benzodiazepinas
en su sistema. Cuenta su historia al vicepresidente, al fiscal
general, al director del FBI y al director Britton desde su
cama de hospital. Entrego el disco duro de la PlayStation de
Henry y hago un relato minuto a minuto de las últimas
veinticuatro horas.
Me aseguro de que todos sepan que Sheridan es un
héroe.
Brennan finalmente se queda dormido cuando todos se
van. Le cojo la mano y lo veo respirar.
¿Podré volver a cerrar los ojos?
Si lo hago, ¿veré a Henry en mis pesadillas? ¿No el
hombre con el que trabajé durante años, sino el monstruo
518
de esos últimos momentos?
¿Cómo podré perder de vista a Brennan después de
esto?
A pesar de mis miedos, mis ojos se cierran mientras
acaricio mi pulgar sobre el dorso de la mano de Brennan, y
duermo como si hubiera caído en un agujero negro. Tres
horas después, me despierto de golpe, alcanzando mi arma
mientras instintivamente me muevo para cubrir a Brennan.
Está despierto y me está mirando. Sonríe. —Estoy
bien. Estoy aquí.
Mi mano tiembla mientras trato de enfundar mi arma.
Me lleva tres intentos para meterla. —Bordel de merde —
murmuro. Luego—: Lo siento. Brennan, lo siento mucho...
Me interrumpe. —Para. No es tu culpa. Henry jugó con
todo de nosotros.
—Pensé que nos apoyaba.
Pero no lo hizo. Todo ese tiempo, Henry estuvo
sentando las bases de su traición, tendiéndome una trampa
para poder usar mi amor por Brennan en mi contra.
—Sospecho que ahora tenemos un apoyo diferente. —
Asiente hacia la puerta. Tres agentes montan guardia, y no
se ha dicho ni una palabra sobre Brennan y yo.
Nos sentamos en silencio durante unos minutos,
cogidos de la mano y escuchando cómo su monitor emite
un ritmo constante. Me coge la mano izquierda, y frota su
pulgar sobre mi dedo anular.
—Reese —dice finalmente. Mete la mano en el bolsillo 519
de su sudadera, traída para él de la Casa Blanca, y saca un
anillo. Es una simple banda de oro, y me la tiende.
He pensado que mi corazón se detendría cientos de
veces desde la 1:17 de ayer, cuando Sheridan me despertó
para decirme que habían perdido el contacto con el SUV de
Brennan y Henry. Pensé que el siguiente segundo sería el
último, una y otra vez.
No. Ahora, este momento, esto es a lo que no
sobreviviré.
—Hoy tuve miedo —dice Brennan—. No porque tuviera
miedo de morir, sino porque si lo hacía, tu no habrías
sabido que yo quería hacer esto. Me mantuve en pie
diciéndome que cuando me rescataras, no dejaría pasar un
día más sin preguntarte…
Sostiene el anillo en mi dedo.
—…si quieres un para siempre conmigo, Reese.
¿Quieres casarte conmigo?
No puedo decir nada. Asiento, y cuando me pone el
anillo, entierro mi cara en su pecho mientras los miedos
que he mantenido atados durante veinticuatro horas se
liberan por fin. Mis lágrimas caen y mojan el vendaje sobre
sus costillas, y él pasa su mano por mi cabello, besando la
parte superior de mi cabeza mientras susurra—: Te amo y
sabía que me salvarías.
La primera luz del amanecer se cuela entre las
persianas de su habitación de hospital. Brennan toma mi
mano y besa mi dedo anular y su anillo de compromiso. —
Lo conseguí.
520
—PENSÉ QUE ERAS EL TRAIDOR. —El vicepresidente
Marshall me mira fijamente a los ojos a través de su
escritorio—. Cuando el director Liu me dijo de qué se
suponía que iba a ser la sesión informativa del presidente
Walker, pensé que eras el traidor. Por eso te estaba
acorralando. Estaba seguro de que eras tú.
—Nunca podría traicionarlo.
—Ahora lo se. —Marshall me da una pequeña sonrisa.
Estamos en su oficina en la Casa Blanca. El reloj de pie
en la esquina resuena.
Quiero atravesar las paredes y desaparecer.
Esta es la primera vez que vuelvo al Ala Oeste desde
que ocurrió todo. Mire donde mire, me encuentro con
recuerdos de Henry. Estoy caminando con mi mano en mi
arma como si estuviera a punto de sacarla, esperando
peligro en cada esquina.
Hemos abotonado la Casa Blanca. Solo se permite la
entrada al personal esencial. Los pasillos están vacíos, pero
oigo muchos fantasmas.
—Sabía que había algo inusual en tu relación con el
presidente Walker. Sabía que estaban más cerca de lo que
deberían estar un presidente y un jefe de destacamento.
Mantuve un ojo en ambos durante meses.
521
Mi lengua se desliza sobre el frente de mis dientes.
—Me preguntaba si tu dedicación a él ocultaba un
motivo oculto. Tal vez estabas jugando con él. Tal vez
estabas abusando de tu posición. —Suspira y mira hacia
abajo, más allá de sus dedos entrelazados. El
remordimiento baña sus rasgos—. Tuve la idea correcta —
dice lentamente— pero la persona equivocada.
El Servicio Secreto y el FBI han destrozado la vida de
Henry. Han analizado cada línea de código en las
PlayStation de él y de Clint. LoneGunman, la cuenta
alternativa de Henry y TruthWarrior14, el personaje en
línea de Clint. Henry había rodeado a Clint como un
depredador, jugando con su mente vulnerable, cargada de
conspiraciones.
Hace tres años, Henry había sido asignado a un
destacamento especial sobre radicalización para
comprender mejor los pasos que alguien daba antes de
tomar la decisión de atentar contra el presidente o el
gobierno de los Estados Unidos.
No se suponía que fuera un manual de entrenamiento.
Leer sus registros de chat me rompió el corazón. Henry
convenció a Clint de que la inteligencia que vio con sus
propios ojos no era de fiar. Que el propio Brennan era el
traidor y estaba inculpando a alguien de su administración.
Y al mismo tiempo que Henry me decía que fuera con
Brennan y tomara una oportunidad en todo lo que quería,
le estaba prometiendo a Clint que tendría un objetivo real
al que disparar una vez que fuera lo suficientemente bueno
en el campo de tiro. Durante meses, discutieron
522
tranquilamente el asesinato de Brennan.
El plan que Henry le vendió a Clint era que sacarían a
Brennan de la carretera y luego lo secuestrarían,
celebrarían un tribunal improvisado y lo ejecutarían por
traición. Henry incluso le prometió a Clint que podría
apretar el gatillo.
Todo era una mentira. Clint era una herramienta, la
primera cortina de humo que Henry tendió para nosotros,
la primera de las muchas formas en que cubrió sus huellas.
En realidad, Quinten estaba al acecho en el parque Rock
Creek, listo para llevarse a Brennan con Henry.
Mi idea de cotejar la hoja de servicios de Sheridan con
la de Quinten era el enfoque correcto, pero como todos los
demás, estaba mirando al hombre equivocado. Cuando el
FBI comparo los historiales de Henry y Quinten,
encontraron una coincidencia: dieciocho meses en
Afganistán, sirviendo en un comando conjunto. Había
tenido tiempo suficiente para conocerse. Pasaron años
desde entonces, lo suficiente como para que nadie supiera
que habían sido amigos.
Lo último que supe fue que el FBI seguía reuniendo los
ecos de sus conversaciones. Se comunicaban en línea
mientras jugaban videojuegos ya través de la red privada
PlayStation Network. Habían borrado sus mensajes directos
antes del ataque, dejando solo el registro del chat que
implicaba a Sheridan.
¿Quién se acercó primero? ¿Fue Henry quien acudió a
Quinten con su rabia que hervía lentamente? ¿O Quinten le
hizo a Henry lo que Henry le hizo a Clint?
Puede que nunca lo sepamos. 523
—Sobre el agente Sheridan —dice Marshall.
He estado esperando este ajuste de cuentas. Esta es la
última pieza del rompecabezas de ese día.
Lo que Henry le hizo a Clint fue horrible, pero lo que le
hizo a Sheridan es indescriptible. No se si había algo real
sobre la amistad de Henry con Sheridan. Todo, hasta el
más mínimo detalle, estaba envuelto en la manipulación.
Henry era la razón por la que Sheridan estaba en el
campo de tiro de Clint. Envió a Sheridan allí y le dijo que la
forma de impresionarme de verdad era ser más bueno que
el infierno con su arma, y que ese campo de tiro le
permitiría disparar todas las rondas como quisiera, sin
hacer preguntas.
—No le eches en cara a Sheridan su cooperación
conmigo —continúa Marshall—. Se negó a espiarte cuando
se lo ordené por primera vez, y no fue hasta que amenacé
con hacer que te arrestaran que accedió.
Frunzo el ceño.
—El agente Sheridan estaba conmigo cuando Stephen
se acercó a mí con preocupaciones por usted y el
presidente Walker.
Stephen Payne, el fotógrafo de la Casa Blanca. Mis
manos se enroscan alrededor de los brazos de madera de
mi silla.
—Sheridan estaba al alcance del oído cuando Stephen
describió lo que había visto. Stephen me hablo de ciertas
fotos que había tomado y que, en su opinión, indicaban una
posible relación inapropiada. Al día siguiente, cuando vino a
524
verme furioso y me dijo que le habían robado la tarjeta de
memoria, no fue difícil sumar dos y dos. No con la lealtad
que tu gente te tiene.
No dije nada.
—Le dije a Stephen que investigaría tanto su relación
con el presidente Walker y el robo de su tarjeta de
memoria. No me enfrenté a Sheridan entonces. No fue
hasta que necesité su cooperación que le dije que sabía lo
que había hecho. No lo negó. —suspira—. Irónicamente,
fue el agente Sheridan escuchando mi conversación lo
primero me dio la idea de que el traidor podría ser un
agente del Servicio Secreto. ¿Quién más conoce cada uno
de nuestros secretos?
A menudo estamos más cerca que tu sombra, y
tenemos que estarlo, para hacer nuestros trabajos
Sacudo la cabeza. Ese recuerdo está manchado por la
presencia de Henry. Todo lo que tocó sabe a ceniza. —
Encontré la tarjeta de memoria en el dormitorio de
Sheridan. La había escondido.
La he llevado conmigo desde entonces. Es mi
autoacusación.
La puse en el escritorio de Marshall.
Marshall saca la tarjeta de su escritorio y la parte por
la mitad, luego tira cada trozo a la papelera de clasificados,
la basura que se recoge cada hora y se tritura. Incluso los
restos se queman.
—Ahora entiendo la profundidad de tu dedicación y la 525
devoción al presidente Walker. —Sus ojos se mueven
rápidamente hacia mi mano izquierda, donde se encuentra
la banda dorada de Brennan.
El silencio se alarga entre nosotros, puntuado por el
profundo tañido de su reloj de pie. —Gracias —digo
finalmente.
—Tenías razón, lo sabes.
—¿Señor?
—Me dijiste que tendrías al responsable de rodillas al
final del día. Te tomó menos que eso poner todo junto y
salvar al presidente.
—Tuve ayuda, señor. No estaba solo.
—Aun así. Estoy orgulloso de que dirija el
destacamento, Agente Theriot. —Me extiende su mano
mientras me acompaña a la puerta.
Las acusaciones de negligencia en el cumplimiento del
deber -y algo peor- han sido retirados. El propio Marshall
emitió una retracción de Bethesda y pasó más tiempo del
necesario alabando mis esfuerzos para rescatar a Brennan.
—Gracias, señor vicepresidente.
—Tú y Brennan son hombres muy afortunados.
526
DEAMBULO por el Ala Oeste, vacía, hasta que termino
fuera de la Residencia, en el patio bajo el Pórtico Norte. Lo
que debería ser un espacio bullicioso está mortalmente
silencioso. No hay camiones de reparto que lleguen con
flores o comida fresca, ni cocineros haciendo barbacoas al
sol.
Vamos a tener un equipo esquelético por un tiempo,
hasta que este apretón alrededor de los corazones de todos
se haya aliviado.
Hay un hombre con un traje oscuro sentado en los
escalones que conducen a la Entrada Norte. Tiene los codos
apoyados en las rodillas, y esta inclinando hacia adelante,
mirando al suelo mientras chupa un cigarrillo.
—No sabía que fumabas. —Subo las escaleras hasta
estar al lado de Sheridan.
Retira la ceniza. —Solía hacerlo, en los Marines. Lo
dejé cuando conseguí este trabajo. Ahora… —Se encoge de
hombros.
Me siento, con mi lado derecho apoyado en su lado
izquierdo. Estamos conectados desde los hombros hasta las
caderas y los muslos. Está cálido por el sol. Ha estado aquí
mucho tiempo.
Cuando Brennan volvió a la Residencia, yo vine con él
y nunca me fui. No es algo de lo que nadie hable. De
hecho, alguien ha estado firmando mi entrada y salida de
los registros cada día. Creo que es Sheridan.
La casa de Henry es una escena del crimen, y todavía
está siendo revisada por nuestros técnicos forenses.
527
Sheridan estuvo sin hogar por uno minuto hasta que le di
las llaves de mi casa y le dije que se mudara. Ahora vive en
mi segundo dormitorio.
¿Ve la Casa Blanca desde el balcón como yo solía
hacerlo?
¿Duerme? Apenas puedo. Cada vez que cierro los ojos,
incluso envuelto en los brazos de Brennan, vuelvo a
sumergirme en esas horribles horas. Vuelvo a estar en el
accidente, solo que esta vez, Henry dejó a Brennan allí para
que se quemara vivo, y lo veo retorcerse y gritar, colgado
boca abajo hasta que se ha ido.
Otras veces, estoy en el baño de la casa segura de
Anatoly. No tengo que imaginar un resultado peor allí. Lo
que pasó en esa pequeña habitación es una pesadilla que
vive entre Sheridan y yo.
Yo también descubrí a Sheridan. Fue una mala luna la
que juntó las piezas. Me despertaba con un sudor frío,
cualquier pesadilla que me había perseguido se alejaba en
la oscuridad. Aun así, no podía dormir más esa noche, y
observaba a Brennan respirar hasta el amanecer.
A medida que pasan las horas, pienso en Sheridan. Los
pozos oscuros de sus ojos solían contener tantas preguntas
para mí. Yo temía que ocultara algún secreto retorcido, o
que hubiera una versión impredecible o amenazante de él
que tuviera que descubrir. Que tendría que sacar la verdad
de él hasta que pudiera confiar en quien era realmente.
Ahora lo sé. La verdad salió a la luz en el vientre de
ese avión. Esos momentos negros que vislumbro son 528
agujeros que le han perforado el alma. Las muertes que ha
causado. El horror que ha visto. Sus habituales sonrisas
esconden criptas escabrosas donde la terrible historia le
persigue por mucho que intente seguir adelante. Una vez
pensé que me recordaba una versión más joven de
Brennan. No tenía idea de cuánta razón tenía.
Ahora ha abierto un nuevo agujero en su alma. Puso
una bala en el cráneo de Henry para salvarnos a mí y a
Brennan.
Ambos vamos a tener que encontrar una manera de
superar la traición de Henry.
Algunos días, creo que lo que Henry le hizo a Sheridan
es peor que lo que me hizo a mí. Me traicionó a mí y a los
largos años de nuestra amistad, amenazó mi carrera y mi
vida y -lo más imperdonable de todo- la vida de Brennan.
Pero él aisló a Sheridan, hizo que el mundo y todos los que
Sheridan amaba se volvieran contra él. Me puso en contra
de Sheridan.
Le he dicho que lo siento tantas veces que me ha dicho
que deje de hacerlo.
Pero sigue evitándome. Hay un espacio vacío en mis
días donde solía ver su sonrisa. La cancha de baloncesto
está en silencio. Nadie está jugando a la recogida.
Sheridan da otra larga calada a su cigarrillo. Las brasas
arden. La ceniza cae entre sus rodillas. —Hay algo que
necesito decirte —dice. El humo envuelve cada una de sus
palabras—. Necesito que me escuches, ¿vale? Que
escuches de verdad.
Asiento.
529
—Necesito que sepas -que sepas- que nunca te
traicionaré como lo hizo Henry. Nunca podría hacer algo
así. Nunca iré contra ti, Reese. No importa qué.
—Lo sé, Sheridan.
—¿Lo sabes? —Sus mejillas se hunden mientras aspira
otra bocanada de humo—. Lo digo en serio. Moriría por ti.
Yo…
—Lo sé. —Lo detengo antes de que lo diga. Mataría por
ti. Ya lo ha hecho.
Y él me ama, de la forma hasta-el-fin-de-los-tiempos.
Caminamos juntos por el infierno. Cada minuto de esas
interminables horas fue nuestro propio infierno, desde el
primero hasta el último. Desde que me despertó hasta que
disparó esa última bala fatal. Estábamos atados a través de
él, unidos y destrozados y enfrentados el uno al otro, solo
para terminar justo donde empezamos: uno al lado del
otro.
—Sheridan, no hay nadie en quien confíe más que en
ti, y por eso ahora eres mi segundo al mando.
Se retuerce y mira fijamente, a mitad de una calada de
su cigarrillo.
—Te lo has ganado. —Arranco el cigarrillo de sus labios
y luego lo tiro lejos—. Pero tienes que dejar de fumar. Eso
no está permitido en mi equipo de mando.
Se ríe. Es un sonido triste. Se frota las manos en su
cara, y su cabello se levanta en una docena de diferentes
direcciones.
—¿Vas a cenar con nosotros? —Asiento hacia la 530
Residencia—. Te echo de menos. Brennan también.
—¿A mí?
—A ti.
Sheridan es importante para ambos. Ha estado con
nosotros en lo maravilloso, en lo secreto y en lo horrible.
Nos salvó la vida, y la visión de él levantando su arma en
esa bodega de carga y apretando el gatillo detrás de mí se
ha grabado permanentemente en la psique de Brennan.
Sheridan es parte de nosotros y siempre lo será.
—Brennan aún se está recuperando, así que estoy a
cargo de cocinar, lo que significa que probablemente
termines comiendo macarrones con queso, pero le echaré
un poco de Chachere y lo sazonaré.
Esta vez, se ríe de verdad, echando la cabeza hacia
atrás y dejando que el sol le dé en la cara. Espero mientras
toma un profundo respiro, lo retiene, lo deja salir.
Se vuelve hacia mí con una sonrisa, esa sonrisa de
Sheridan que ha desaparecido de mi vida. —Sí, señor.
BROMEO, pero no puedo traicionar mi sangre. Hay una
forma Cajun de condimentar los macarrones con queso, y
reúno la santísima trinidad, cerdo desmenuzado y queso
531
extra, y me pongo a trabajar.
Al otro lado de la isla de la cocina, Brennan está
enseñando a Sheridan cómo hacer espárragos con queso de
cabra envueltos en tocino. Parece que esta noche estamos
comiendo bien, a pesar de mis terribles advertencias.
Mientras mi sartén hierve a fuego lento, observo a
Brennan y a Sheridan mientras hacen un desastre con el
queso de cabra. A juzgar por lo que está sucediendo allí,
Sheridan podría no haber visto nunca el interior de una
cocina. Está sonrojado y tratando de no reírse. Brennan
está riendo y ambos parecen tan relajados como no los he
visto desde la bodega de carga.
Es casi suficiente para hacer que no mire la férula de la
mano de Brennan o los moretones que aún le decoloran la
mejilla, la barbilla y el ojo.
Pero no del todo.
Cuando terminan, distribuyo cervezas de victoria para
todos, y abarrotamos la cocina mientras se hornean los
espárragos y se cuecen a fuego lento los macarrones con
queso.
Sheridan y Brennan se llevan tan bien como cuando
recorrimos el centro comercial. Esta vez, Brennan hace reír
a Sheridan con sus historias sobre la política de California y
los absurdos del Ala Oeste. Vuelve a hacer su imitación de
McClintock, y es tan divertida como la primera vez que lo
escuché, corriendo a su lado en la pista de South Lawn.
McClintock y Brennan han enterrado el hacha.
532
McClintock quedó marcado por el secuestro y casi asesinato
de Brennan, y había llorado cuando tomó la mano de
Brennan junto a su cama en el hospital. Han encontrado la
paz entre ellos.
Mantenemos los buenos momentos durante la cena.
Brennan y Sheridan son hombres tan diferentes, pero se
juntan como iguales. Nunca es incómodo. Nunca forzado.
Brennan sabe todo sobre Sheridan y yo. Cómo Henry
nos formó, nos unió, nos separó. Anoche me escuchó
mientras me atragantaba con mi confesión de lo que había
pasado en ese estrecho baño. —Pensé que él sabía dónde
estabas. Y, en ese momento, me di cuenta de que haría
cualquier cosa para recuperarte. Cualquier cosa, Brennan.
Yo habría apretado el gatillo en muchas oportunidades allí,
incluso si me hubiera costado Sheridan.
—Pero no apretaste el gatillo.
Lo dijo metafóricamente. Lo dije literalmente. Raspé
mis dientes sobre mi labio inferior y dejé que mi mirada se
estrellara en el suelo.
—Reese. —Su mano ahuecó mi mejilla y giró mi cara
hacia la suya—. Mon cher. —Sonreí. Besó mi frente, mi
nariz, mis labios—. Eres un buen hombre. Uno de los
mejores que he conocido.
También le conté sobre la cancha de baloncesto y de
cómo la amabilidad de Sheridan fue lo único que me
mantuvo cuerdo mientras me arrastraba por las paredes de
mi arrepentimiento. Él sonrió y dijo: —Me alegro de que
estuviera ahí para ti.
—¿Pero, quién estuvo ahí para ti?
533
Yo ya sabía la respuesta. La culpa me cortó desde el
vientre hasta el esternón.
—Eso es el pasado. —Brennan volvió a besarme—. Lo
que importa es el ahora y lo que hacemos con el hoy. El
mañana es un sueño. El pasado está olvidado. Hoy te amo.
—Eres mucho mejor hombre que yo, mon cher.
—No estoy de acuerdo.
Jugamos al “No, lo eres” y del “Te quiero más” hasta
que nuestros besos reclamaron nuestras palabras, y el
resto de la noche hablamos con nuestras manos y nuestros
cuerpos mientras hacíamos el amor.
Sin embargo, no importa lo que diga. La verdad es
objetiva. Brennan Walker es el mejor hombre que he
conocido y jamás conoceré.
Verlo arrancar otra sonrisa a Sheridan en la mesa de
nuestra cocina no hace sino consolidar esa convicción. Ha
conseguido que Sheridan hable de la liga de baloncesto que
él y Nuñez organizaron dentro del destacamento. Sheridan
es el dueño de eso, y esos juegos son totalmente suyos.
Henry nunca los rozó, al menos. Sheridan puede conservar
sus recuerdos sin mancha.
—¿Juegas? —Sheridan le pregunta a Brennan.
—En la secundaria, pero principalmente calentaba el
banco. Cuando trabajaba en el extranjero, había muchos
partidos casuales. El baloncesto es uno de los deportes
universales. No importaba dónde estuviera o con quién
estaba, todos sabían cómo jugar —sonríe—. La mayoría de
las veces nuestros aros eran cestas situadas en los
extremos de escobas clavadas en el suelo. Era fácil hacer
un mate.
534
Sheridan se ríe, otra vez. Me embriaga el sonido de
sus voces y sus risas. Su felicidad ha encendido fuegos
artificiales en mis venas, y me conformo con sentarme a
observar. Tomo la mano de Brennan y sonrío.
Esta no es la vida que merezco, pero es la que se me
ha concedido.
—¿Tal vez podríamos jugar algunos juegos? —pregunta
Sheridan.
—Cuando esto se acabe… —Brennan agita su mano
entablillada—. Absolutamente.
Después de la cena, Sheridan insiste en ayudar con los
platos y él seca mientras yo lavo mientras Brennan se
sienta en la isla de la cocina. Es tarde cuando terminamos,
lo suficientemente tarde como para que Brennan debiera
estar solo y ni Sheridan ni yo deberíamos estar en cualquier
lugar cerca de la Residencia.
Pero esta es nuestra Casa Blanca. Conocemos a cada
persona dentro de estas paredes, hasta sus moléculas. La
rata se ha ido. Y por el momento, nosotros -y Brennan y
yo- estamos seguros.
Son casi las once cuando acompaño a Sheridan desde
la Residencia hasta el Ala Este. Estamos solos, y salimos al
mismo pequeño estacionamiento que usamos cuando
sacamos a Brennan a escondidas para correr por el centro
comercial.
Los pensamientos de Sheridan deben estar reflejando
los míos, porque él dice —Me recuerda cuando hicimos esa
carrera con él. 535
—Un poco. —Estamos flotando en las sombras de la
entrada del Ala Este, sin estar preparados para decir adiós
todavía.
Henry estaba con nosotros entonces.
Pero el recuerdo no es tan nítido ahora. Él estaba allí.
Ahora no está aquí. Hizo sus elecciones, y esas decisiones
lo sacaron de nuestras vidas. Ahora sus cenizas están en
una caja en la oficina del director.
—Deberíamos hacerlo de nuevo —dice Sheridan—. Fue
una buena noche.
—Lo fue. Y lo haremos. —Compartimos una sonrisa,
como si ambos hubiéramos guardado algo—. Oye, solo un
aviso. Estaré en al apartamento este fin de semana. Tengo
que lavar la ropa, recoger la ropa de la tintorería, hacer
algunas cosas.
—Por supuesto. Es tu casa.
—Es nuestra casa.
Se sonroja.
—¿Estás libre? Podríamos ir a la cancha también.
Otra sonrisa de Sheridan. —Sí, definitivamente. Y
tráelo, si está libre. —Sheridan asiente a la Casa Blanca.
Está atrapado en ese lugar en el que, ahora que
conoce a Brennan, ahora que se ha reído con él y ha
cenado con él, se siente demasiado distante llamarlo
POTUS, pero demasiado familiar para llamarlo por su
nombre. Brennan no tardará en darse cuenta de su
torpeza, y entonces le dirá a Sheridan: "Llámame
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Brennan”, y Sheridan se volverán tan neón como un letrero
de cerveza de bayou que parpadea sobre las aguas
pantanosas.
La sonrisa de Sheridan se vuelve malvada. —Él puede
animarte mientras yo te destruyo.
—Oh, tienes grandes sueños.
—Tráelo. Veamos lo que tienes.
—Te lo estás buscando ahora.
—Tengo confianza.
Lo empujo, suavemente. Se ríe, con los hombros
sueltos y la cabeza inclinada hacia atrás y baja los
escalones de la entrada del Ala Este con un suspiro de
satisfacción. —No vemos mañana —dice.
—Hasta luego, caimán.
Lo veo adentrarse en la noche, con las manos en los
bolsillos y el rostro vuelto hacia las estrellas.
Vamos a estar bien.
CAMINO DE REGRESO a la Residencia y me detengo en
seco.
Suena un blues suave, del tipo melancólico, que derrite
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el alma. Mi favorito. Hay velas encendidas, cuatro o cinco
esparcidas por las mesas de la Sala Oeste. Hay un
resplandor que viene de la habitación de Brennan, como si
hubiera más velas encendidas dentro.
Y Brennan me está esperando. Me extiende la mano.
—Danza avec moi, mon amour.
Bailamos hasta que las velas se apagan, murmurando
dulces palabras al oído del otro. Promesas para mañana,
para pasado mañana, para todos los días por venir. Pasa su
pulgar por la banda de mi anillo, besa mi mano y mis
dedos. Lo abrazo, rozo nuestros labios. Nuestras narices,
nuestras frentes, hasta que estamos tan cerca como
podemos estar sin estar dentro del otro.
—Mon cher, tu es l'amour de ma vie.
—Y tú eres el amor de mi vida —me susurra Brennan
antes de besarme con más suavidad y más dulzura que
nunca.
ESTOY ACOSTADO en la cama de Brennan, desnudo,
enredado en sus brazos. Dibujo formas en su pecho,
corazones perezosos y soles y garzas. Mi anillo atrapa la
luz. Meses atrás, habría escondido esto. Lo habría usado en
una cadena alrededor de mi cuello. ¿Ahora? Que el mundo 538
vea que estoy tomado.
Hoy le han quitado la férula. Los moretones se han ido.
Lo primero que hicimos fue dirigirnos a la cancha de
baloncesto, donde nos esperaban Sheridan y su sonrisa.
Brennan practicó tiros libres y bandejas hasta que se le
acalambró la mano, y entonces le masajeé los dedos
mientras veíamos a Sheridan hacer un salto tras otro.
—Han pasado seis semanas. —Brennan pasa los dedos
por mi cabello y besa la parte superior de mi cabeza.
Asiento. Seis semanas de andar de puntillas. Seis
semanas de espera. Seis semanas de dudas.
Seis semanas de lucha conmigo mismo. ¿Puedo
continuar como jefe de destacamento de Brennan?
Antes, temía no ser objetivo o capaz de funcionar si
Brennan estaba herido -o algo peor- pero en el espacio de
unas pocas horas, aprendí de lo que era realmente capaz
cuando me quitaban a Brennan. Cómo apartaría el cielo de
la tierra, drenaría los océanos, derribaría las estrellas.
Cómo me fundiría el alma en acero fundido y formaría balas
con mi corazón roto.
Nunca me detendré hasta que Brennan esté a salvo.
No estoy orgulloso de cada momento. Hay cosas que
desearía poder retirar. Más que eso, desearía no haber sido
nunca puesto a prueba, no haber descubierto la verdad de
lo que haría si hubiera una pistola en la cabeza de Brennan.
Pero también aprendí que no estaba solo.
Y que Brennan y yo no estamos solos.
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He tomado mi decisión. Me quedo justo donde estoy:
al lado de Brennan. En su vida y en los detalles.
Apoyo mi barbilla en su pecho. —¿Estás diciendo que
me he quedado demasiado tiempo?
Sus ojos brillan.
—¿Está insinuando que necesito irme, Sr. Presidente?
No puede luchar contra su sonrisa. Veo sus labios
contraerse.
—Comenzaré a empacar mis cosas…
—No te atrevas. —Me atrae hacia sus brazos hasta que
estamos lo más cerca posible. Ruedo con él hasta que está
debajo de mí y lo he atrapado en la protección de mis
brazos contra la cama. Ya hemos hecho el amor, pero él
vuelve a endurecerse. Sostiene mi cara en su mano. Le
beso el interior de la muñeca, le acaricio el antebrazo y la
palma—. Tú perteneces aquí —dice.
Capturo sus labios en los míos. —Sí, mon cher, te
pertenezco a ti.
FIN
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SOBRE EL AUTOR
¿Quién es Tal?
Tal Bauer escribe novelas de romance gay
impresionantes, sinceras y, a menudo, llenas de acción.
Sus personajes están locos el uno por el otro y luchan
contra viento y marea por su final feliz. Nada se interpone
en el camino del amor. Tal es más conocido por sus novelas
románticas de suspense, incluida la serie Executive Office,
The Night of, y los thrillers de Noah & Cole, incluidos The
Murder Between Us y The Grave Between Us. También ha
escrito You & Me, The Jock y The Quarterback, junto con la
serie Big Bend Texas Rangers.
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