Emiliano Jimenes Padre Nuestro
Emiliano Jimenes Padre Nuestro
3ª EDICION
El misterio de la fe exige que los fieles crean en él, lo celebren y vivan de él en una
relación vital y personal con Dios vivo y verdadero. Esta relación es la oración.
[CEC 2558]
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Dice san Agustín: "No nos dejes caer en la tentación: Perdónanos los pecados
cometidos y danos la gracia de no cometer otros, pues el hombre comete pecado cuando
cede a la tentación".
Esta petición llega a la raíz de la anterior, porque nuestros pecados son los frutos del
consentimiento en la tentación. Pedimos a nuestro Padre que no nos "deje caer" en ella. Le
pedimos que no nos deje tomar el camino que conduce al pecado, pues nos hallamos en el
combate "entre la carne y el Espíritu". Esta petición implora el Espíritu de discernimiento y de
fuerza. El Espíritu nos hace discernir entre la prueba, necesaria para el crecimiento del hombre
interior (Lc 8,13-15; Hch 14,22; 2Tim 3,12), y la tentación, que conduce al pecado y a la muerte
(St 1,14-15). El discernimiento desenmascara la mentira de la tentación: aparentemente su
objeto es "bueno, seductor a la vista, deseable" (Gén 3,6), mientras que en realidad, su fruto es
la muerte. [CEC 2846-2847]
Cuando pedimos no caer en la tentación se nos recuerda nuestra debilidad, para que ninguno
se ensoberbezca neciamente; ninguno, con soberbia y arrogancia, se atribuya algo a sí mismo;
ninguno se vanagloria desde el momento que el Señor dijo: 'Velad y orad, para no caer en la
tentación. El espíritu está pronto, pero la carne es débil' (Mt 26,41). Por ello, cuando oremos a
Dios, no olvidemos cómo oraron en el templo el publicano y el fariseo. Aquel, sin alzar
descaradamente los ojos al cielo y sin levantar los brazos con insolencia, golpeándose el pecho
y confesando sus pecados, invocaba misericordia; en cambio, el fariseo se complació en sus
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obras. El publicano, al rezar así, sin confiar en su inocencia, ya que nadie es inocente, mereció
ser justificado. Confesó sus pecados y oró humildemente a Aquel que, perdonando a los
humildes, escuchó su oración (Lc 18,10-14).
Un primer significado de esta petición consiste, pues, en pedir a Dios que "no nos
induzca a la tentación", según la versión latina del Padrenuestro. Pero, en realidad, la
tentación es necesaria en nuestra vida. Tertuliano, el primero en comentar el Padrenuestro,
explica que en esta súplica pedimos que "no nos induzca en tentación el tentador" en las
pruebas que Dios nos mande para probar nuestra fe, por lo que añadimos "mas líbranos del
maligno". Y san Pablo nos dice que no confiemos en nosotros mismos, en nuestra fuerza:
"Así, pues, el que crea estar en pie, mire no caiga. No habéis sufrido tentación superior a la
medida humana. Y fiel es Dios que no permitirá seáis tentados sobre vuestras fuerzas. Ahora
bien, con la tentación os dará modo de poderla resistir con éxito" (1Co 10,13).
La tentación es necesaria
Pedir no ser inducidos en la tentación no se refiere a la tentación útil para robar nuestra
fe, sino a la que "supere nuestra fuerza y no podamos soportar" (Lc 11,4). Porque una cosa es
ser tentado y otra consentir en la tentación. Porque sin tentación ningún hombre puede ser
probado, según leemos en el Eclesiástico: "en el horno se prueban las vasijas de tierra, y en la
tentación de las tribulaciones los hombres justos, (Eclo 27,5). No pedimos, pues, no ser
tentados, sino que en la tentación no sucumbamos; José fue tentado con atractivos impuros y
no sucumbió a la tentación; Susana fue tentada y tampoco fue vencida por la tentación y así
otras muchas personas. Muy variadas son las tentaciones humanas, "pero fiel es Dios, que no
permitirá que seáis tentados sobre vuestras fuerzas, sino que de la misma tentación os hará
sacar provecho para que podáis sosteneros" (1Co 10,13).
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Quien suplica al Padre—dice san Agustín—no ser inducido a la tentación, no ruega ser
preservado de ella, pues "la vida del hombre sobre la tierra es una tentación constante"
(Jb 7,1) por parte de los hombres, de la propia concupiscencia (St 1,14-15) y, sobre todo, de
Satanás (Lc 22,31), a quien Dios puede permitir hacerlo incluso con los justos
(Jb 1,11-12; 2,5-6), para probar su fidelidad en las "tribulaciones" (Eclo 27,5) y hacerles saber
"si le aman" (Dt 13,4). En esta petición, pues, suplicamos no sucumbir en la tentación
permitida por Dios, quien "a nadie tienta" (St 1,13), pero "a todos prueba". Si es cierto que
Dios no prueba con la tentación que conduce al pecado, sí lo hace con la prueba de la fe, para
que no nos engañemos, permitiendo incluso que caiga en ella aquel a quien, por ocultos
designios, retira sus auxilios. Y como toda tentación ha recibido de Dios su medida, todas las
pruebas interiores y exteriores contribuyen al bondadoso designio del Padre sobre sus hijos.
Por ello, dada nuestra fragilidad, pedimos al Padre que no permita que seamos engañados
por el tentador diabólico ni nos prive de su auxilio para no sucumbir a la tentación; pedimos
finalmente el don de la perseverancia hasta el fin en la santidad recibida de Dios, soslayando
su primer y fundamental obstáculo: caer en la tentación.
Está la tentación del ensaño y la tentación de la prueba. En aquella tienta el demonio; en ésta,
tienta Dios. Hay en el hombre cosas escondidas e ignoradas incluso para él mismo. No salen a
la luz ni se conocen sino en las tentaciones. Si Dios dejase de tentar, sería como si un maestro
dejase de enseñar.
Dios no tienta a nadie para alejarlo de Él, pero sí prueba para acercar el hombre a El. Así
probó la fe de Abraham, de Isaac y de Jacob1. También probó la fidelidad de Israel en el
desierto, primero, y en el exilio, después2. Dios prueba al justo y a quien comienza a servirle
(Eclo 4,17). La prueba sirve de crisol: "Hijo, si te acercas a servir al Señor, prepara tu alma
para la prueba. Endereza tu corazón, manténte firme, y no te aceleres en la hora de la
1
Gn 22,1-12; Eclo 44,20; 1Mac 2,52; Jdt 8,26-27: Hb 11,17.
2
Dt 8,2.18; Sal 8,2. 16.
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¿Nos enseña quizá el Señor a rogar que no seamos tentados de ninguna forma? Pues ¿cómo
se dice en otra parte "el varón no tentado no es varón aprobado" (Eclo 34,9) y, de nuevo,
"tened por gozo completo, hermanos míos, cuando os viereis cercados de diferentes
tentaciones" (St 1,2)? Pero tal vez el "entrar en la tentación" es el ser sumergidos en ella.
Porque parece la tentación como un torrente difícil de atravesar. Por una parte, los que pasan
por las tentaciones sin sumergirse, son unos magníficos nadadores y de ningún modo son
arrastrados por ellas. Por otra parte, los que de tal modo no las atraviesan, se hunden. Como,
por ejemplo, Judas, habiendo entrado en la tentación de avaricia, no nadó, sino que, hundido
corporal y espiritualmente, se ahogó. Pedro entró en la tentación de la negación, pero habiendo
entrado, no fue sumergido, sino que, habiendo nadado con valentía, fue liberado de la
tentación. Los santos, que no cayeron, cantan en acción de gracias por haber sido liberados de
la tentación: "Nos probaste, oh Dios, nos has acrisolado como se acrisola la plata. Nos has
metido en el lazo, has cargado de tribulaciones nuestra espalda, hiciste pasar hambre sobre
nuestras cabezas. Hemos atravesado por fuego y agua, y nos has sacado a un lugar de
refrigerio" (Sal 65,10-12). El llegar al refrigerio es el ser librados de la tentación.
sustituyéndolo por el sometimiento al diablo, señor de todos los reinos del mundo. Jesús es
tentado a rebelarse contra la voluntad del Padre al principio y también al final de su vida
(Mt 26,39). Es la misma tentación a la que están expuestos sus discípulos, por lo que Jesús
les exhorta a "velar y orar para no caer en la tentación" (Mt 26,41). "Los discípulos—comenta
Tertuliano—fueron tan tentados que llegaron a abandonar al Señor, pero esto sucedió porque
fueron más condescendientes con el sueño que con la oración"5. El tentador es el enemigo del
Reino de Dios. Con la tentación a que no aceptemos la voluntad de Dios se opone al Reino de
Dios, mientras extiende su reino.
Según san Lucas, desde el principio (4,2-13) hasta el final de su vida (22,42-44), Jesús
fue tentado por el diablo a rebelarse contra la misión que le había encomendado el Padre, a
no entrar en SU voluntad sobre la pasión y muerte. La vida de Jesús fue una continua lucha el
fuerte, culminado en el combate—agonía—de Getsemaní "contra el poder de las tinieblas"
(22,31-53), que intenta enfrentar la voluntad de Jesús con la del Padre. Allá Jesús, "sumido en
agonía, insistía más en la oración"(22,44). Esta es la tentación también de los hijos, por lo que
piden todos los días al Padre que no les deje sucumbir a ella: Orad para no sucumbir en la
tentación" (22,46).
En la explicación de la parábola del sembrador, Jesús dice: "La semilla que cae sobre
la piedra son aquellos que, al oír la palabra, la reciben con alegría, pero no tienen raíz; creen
por algún tiempo, mas a la hora de la tentación sucumben" (Lc 8,13). Se trata de la tentación
contra la palabra del Reino, concretizada en ultrajes 6, burlas (Hch 17,32), contradicciones
(Hch 13,45; 28,22), amenazas (Hch 4,21; 5,28.40), castigos (Hch 12,1; 18,17), azotes7,
lapidaciones8, persecuciones9, encarcelamientos10, llegando hasta el martirio11 por causa de
la Palabra predicada y acogida "por el nombre de Jesús" (Hch 5,41; 21,13). Pues "es
necesario pasar por muchas tribulaciones para entrar en el Reino de Dios" (Hch 14,22).
5
Mt 26,36ss; Mc 14,32; Lc 22,39ss.
6
Hch 6,41; 13,45; 14,5; 18,6.
7
Hch 5,40; 16,22-23; 22,24.
8
Hch 7,58; 14,5.19.
9
Hch 4,1-3; 8,1-3; 9,1-2.
10
Hch 4,3; 5,18; 12,3-5; 16,18.24.
11
Hch 7,58-60; 22,20; 12,2...
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En él entran quienes "después de haber oído conservan la Palabra con corazón bueno y recto
y dan fruto con paciencia" (Lc 22,31), es decir, perseverando fieles en la tentación. Por eso
ruegan al Padre: "¡No nos dejes caer en la tentación!".
vez probado, recibirá la corona de la vida" (St 1,12). Todo contribuye al bien de los elegidos
de Dios. La tentación nos ayuda a descubrir lo que hay en nuestro interior: "El Señor os tienta
para saber si le amáis" (Dt 13,4); San Agustín lo interpreta: "para haceros saber si le amáis".
San Pablo dice de sí mismo: "para que no me enorgullezca, me fue dado el aguijón de la
carne, un ángel de Satanás" (2Cor 12,7).
Como en este mundo caemos de improviso en numerosas tribulaciones, que nos enmallan y
lacen tambalear hasta turbar nuestro espíritu, el Señor añadió "no nos induzcas en tentación".
Ante todo pedimos a Dios que la tentación no nos alcance; pero, si entramos en ella, pedimos
la fuerza de soportarla y salir de ella cuanto antes. No es un secreto que en este mundo
muchas y variadas tribulaciones turban nuestros corazones. La misma enfermedad corporal, en
efecto, si se prolonga y agrava, turba profundamente a los enfermos. También las pasiones
corporales nos seducen a veces sin quererlo y nos desvían de nuestro deber. Caras bonitas,
miradas de repente, despiertan la concupiscencia que está en nosotros. Y otras muchas cosas
nos sobrevienen, cuando menos lo pensamos, inclinando al mal nuestra elección e incluso
complacencia en el bien. Sobre todo los proyectos contra nosotros de los malvados y, más aun,
si se trata de hermanos en la fe, bastan para alejar del bien incluso al probadamente virtuoso...
Por todo esto nos enseñó el Señor a pedir: "no nos induzcas en tentación" y añadió: "mas
líbranos del maligno", pues Satanás pone en obra variadas y numerosas astucias para
desviarnos de la consolación y elección del deber.
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Aquí nos instruye el Señor sobre nuestra miseria y reprime nuestro engreimiento,
enseñándonos que si no hemos de rehuir los combates, tampoco hemos de saltar
espontáneamente a la arena. De este modo, en efecto, nuestra victoria será más brillante y la
derrota del diablo más vergonzosa. Arrastrados a la lucha, mantengámonos firmes.
Provocados, estémonos quietos a la espera del momento del combate, con lo que mostraremos
a la vez nuestra falta de ambición y nuestro valor.
La tentación es propia del "seductor del mundo entero" (Ap 12,9). La súplica del
Padrenuestro pide no ser inducido por él, no caer en las manos del tentador; no sucumbir a la
tentación. Depende del Padre el caer o no dentro de la esfera de Satanás, pues la actividad
de Satanás se halla dentro de los límites fijados por Dios. Nuestra súplica brota del temor, que
ha de darse incluso en la fe más confiada y en el más ferviente amor de Dios. Satanás tiene
sólo la facultad que ha implorado y que Dios ha tenido a bien concederle (Lc 22,31s). Ese
poder está, además, limitado por la intercesión de Jesús (Lc 22,31) y por las peticiones de los
discípulos de Jesús, a quienes el Señor ha confiado el encargo de hacer esta petición.
Cantemos aquí el Aleluya, aun en medio de nuestras dificultades, para que podamos luego
cantarlo allá, estando ya seguros. ¿Por qué las dificultades actuales? ¿Vamos a negarlas
cuando el mismo texto sagrado nos dice: El hombre está en la tierra cumpliendo un servicio?
¿Vamos a negarlas, cuando leemos también: Velad y orad para no caer en la
tentación?¿Vamos a negarlas, cuando es tan frecuente la tentación, que el mismo Señor nos
manda pedir: Perdona nuestras ofensas como también nosotros perdonamos a los que nos
ofenden? Cada día hemos de pedir perdón, porque cada día hemos ofendido. ¿Pretenderás
que estamos seguros, si cada día hemos de pedir perdón por los pecados, ayuda para los
peligros? Primero decimos, en atención a los pecados pasados: Perdona nuestras ofensas
como también nosotros perdonamos a los que nos ofenden; luego añadimos, en atención a los
peligros futuros: No nos dejes caer en tentación. ¿Cómo podemos estar ya seguros en el bien,
si todos juntos pedimos: Líbranos del mal? Mas con todo, aun en medio de este mal, cantemos
el Aleluya al Dios bueno que nos libra del mal.
Aun aquí, rodeados de peligros y tentaciones, no dejemos por eso de cantar todos el Aleluya.
Fiel es Dios—dice el Apóstol— para no permitir que seáis tentados más allá de lo que podéis.
Por esto, cantemos también aquí el Aleluya. El hombre es todavía pecador, pero Dios es fiel.
No dice: "Para no permitir que seáis tentados", sino: Para no permitir que seáis tentados más
allá de lo que podéis. Por el contrario, él dispondrá con la misma tentación el buen resultado de
poder resistirla. Has entrado en la tentación, pero Dios hará que salgas de ella indemne; así, a
la manera de una vasija de barro, serás modelado con la predicación y cocido en el fuego de la
tribulación. Cuando entres en la tentación, confía que saldrás de ella, porque fiel es Dios: el
Señor guarda tus entradas y salidas. A Jesucristo, en el combate final, el Padre le envió un
ángel que le dio fuerzas. A nosotros también, conociéndonos, nos mandará sus ángeles en la
tentación, si se lo pedimos.
¿Qué pedimos? Escuchad. El Apóstol Santiago dice: "Que ninguno diga, cuando sea tentado:
es Dios quien me tienta" (St 1,13). Él llama mala a la tentación que nos lleva al engaño, que
nos hace esclavos del demonio: esta es la tentación, según el Apóstol. Pero hay otra tentación
que se llama prueba, para "saber si le amáis" (Dt 13,3). Para que lo sepáis vosotros, porque Él
ya lo sabe. Cuando la tentación nos engaña y nos seduce, no es Dios el que tienta. El, en su
designio, a veces abandona a algunos a sí mismo y entonces el tentador sabe bien lo que tiene
que hacer. Para que Dios no nos abandone a nosotros mismos, decimos: "No nos dejes caer
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en la tentación". El mismo Apóstol Santiago dice: "Cada uno es tentado por su propia
concupiscencia, que le arrastra y seduce. Luego, la concupiscencia, cuando ha concebido, da a
luz el pecado: el pecado, una vez cometido, engendra la muerte" (St 1,14-15). Al decir esto nos
enseña que debemos luchar contra nuestras concupiscencias. En el santo bautismo, dejaréis el
pecado, pero no la concupiscencia. Contra ella os toca luchar, incluso después de haber sido
regenerados. La lucha entre la carne y el espíritu permanece dentro. No temáis a ningún
enemigo externo. Si alguno, para seducirte, te propone alguna ganancia, que no encuentre en ti
la avaricia. Si eres avaro, ante la ganancia, arderás de deseo y caerás en los lazos engañosos;
en caso contrario, la trampa se coloca inútilmente. El tentador te propone una mujer bellísima;
si habita en ti la castidad, la iniquidad que te viene de fuera será vencida; pero si dentro de ti
está la lujuria, serás fácilmente vencido. Por eso, no te preocupes de tu enemigo, sino de tu
concupiscencia. Y, puesto que es seguro que sucumbirás si Dios no viene en tu ayuda, si Él te
abandona a ti mismo, ora así: No nos dejes caer en la tentación. Pues como dice el Apóstol:
"Dios les abandonó a la concupiscencia de sus corazones" (Rm 1,24).
La concupiscencia tiene en ti su única fuente. Si consientes en ella, en tu corazón la conviertes
en tu concubina. Cuando surja, resístela, no la sigas. No le des el abrazo de tu consentimiento
y no llorarás por el parto que te seguirá de él, porque, si consientes y la abrazas, seguro que
concebirá: "La concupiscencia, cuando ha concebido, engendra el pecado". ¿No te basta esto?
"El pecado engendra la muerte" (St 1,13-15). Si no temes el pecado, teme al menos sus
consecuencias. El pecado es dulce, pero la muerte es amarga. Los que mueren dejan en el
mundo aquello por lo que han pecado y se llevan consigo solamente el pecado. Tú pecas a
causa del dinero: debes dejarlo; pecas a causa del poder: debes dejarlo; pecas a causa de una
mujer: debes dejarla. Cuando cierres los ojos para morir, tendrás que dejar todo lo que te ha
sido causa de pecado; sólo te llevarás el pecado que has cometido.
Velad y orad
Jesús exhortó a sus discípulos: "¡Velad y orad para no sucumbir a la tentación!"
(Mt 26,41). Eso es lo que suplican los cristianos al Padre: "No nos dejes caer en la tentación".
No ruegan al Padre que les preserve de la tentación: los discípulos pueden ser tentados 14 y de
hecho son tentados15. Para no sucumbir a la tentación es preciso mantenerse en vela, pero no
es suficiente, es necesario también orar. El cristiano que se apoya en sí mismo, en la carne,
14
1Cor 10,12; Gál 6,1; 1Tes 3,5.
15
Lc 22,31-32; Mc 14,27; 1Co 10,13: St 1,2.12.19.
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experimentará la debilidad y caerá en la tentación. Sólo el Espíritu puede darle la fuerza para
resistir en la tentación y no sucumbir en ella (Mt 26,41).
Este combate y esta victoria sólo son posibles con la oración. Por medio de su oración, Jesús
es vencedor del Tentador, desde el principio (Mt 4,11) y en el último combate de su agonía
(Mt 26,36-44). En esta petición a nuestro Padre, Cristo nos une a su combate y a su agonía. La
vigilancia de la oración es recordada con insistencia en comunión con la suya
(Mc 13,9.23.33-37; 14, 38; Lc 12,35-40). El Espíritu Santo trata de despertarnos continuamente
esta vigilancia (1Cor 16,13; Col 4,2; 1Tes 5,6; 1Pe 5,8). [CEC 2849]
Hay una tentación también con respecto a Jesús, porque no se manifiesta en la forma
gloriosa en que se le espera: "¡Feliz aquel que no se escandalice de mi" (Lc 7,23). La figura
de Cristo, colgado en la Cruz, es la expresión máxima del absurdo y del escándalo: "¡Ved que
ha llegado la hora en que el Hijo del Hombre es entregado en manos de los pecadores!"
(Mc 14,41). Es la hora en que "todos se escandalizarán" (Mc 14,27) y Pedro hasta negará al
Señor (Mc 14,30). Jesús tiene que orar por Pedro para que su fe no desfallezca (Lc 22,32).
Pero no sólo a Pedro, sino a todos los discípulos va a cribar Satanás.
Tras pedir al Señor que no nos deje caer en la tentación, le pedimos como último grito
que nos libre incluso del poder del maligno, que nos preserve de las garras del diablo, nuestro
"enemigo que, como león rugiente, da vueltas en torno a nosotros, buscando a quien devorar"
(1Pe 5,8). "¡Líbranos, Señor, de la boca del león!" (2Tm 4,17-18).
Dios y el diablo
Las últimas palabras del Padrenuestro están en perfecta correlación con las primeras.
No sólo Dios es Padre. Jesús, en el Evangelio, habla de otra paternidad: "Vosotros sois de
vuestro padre el diablo, y queréis cumplir los deseos de vuestro padre" (Jn 8,44). A quien el
demonio hace su esclavo, acaba haciéndolo hijo suyo: según un proceso inverso al empleado
por Dios, que nos libera para hacernos sus hijos, el diablo nos esclaviza para hacernos sus
hijos.
Padre es la voz de la libertad. "Ya no eres esclavo, sino hijo" (Gál 4,7). Es la libertad de
los hijos de Dios la que les permite invocarle como Padre. "Al llegar la plenitud de los tiempos,
envió Dios a su Hijo, nacido de mujer, nacido bajo la ley, para rescatar a los que se hallaban
bajo la ley, y para que recibieran la filiación adoptiva. La prueba de que sois hijos es que Dios
ha enviado a nuestros corazones el Espíritu de su Hijo que clama: ¡Abba, Padre!" (Gál 4,4-6).
Sin embargo, ser hijos de Dios, vivir en la libertad, poder llamar a Dios Padre, no hace
superfluo el temor. Porque existe el mal, porque existe la posibilidad de recaer en el viejo
cautiverio. "Para ser libres nos ha liberado Cristo: manteneos, pues, firmes y no os dejéis
oprimir nuevamente bajo el yugo de la esclavitud" (Gál 5,1). Lo que sí excluye la libertad, que
Cristo nos ha otorgado, es el temor del esclavo, aunque quede el temor filial, expresión del
amor "En efecto, todos los que son guiados por el espíritu de Dios son hijos de Dios. Pues no
recibisteis un espíritu de esclavos para recaer en el temor; antes bien recibisteis un espíritu de
hijos adoptivos que nos hace exclamar: ¡Abba, Padre!" (Rm 8,14s).
Jesús "ha visto a Satanás caer como un rayo" (Lc 10,18). Desde el comienzo de su
vida pública Jesús se enfrenta a Satanás como a su verdadero enemigo (Mc 1,13). Nadie
como Jesús conoce la peligrosidad de Satanás. Satanás es el antagonista de Dios: cuanto
más despunta el reino de Dios, tanto más patente se hace Satanás con su poder: Y la lucha
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final se hace encarnizada (Cfr. Ap 12,1-17). La caída de Satanás provoca el himno de triunfo:
''¡Ahora ha llegado la salvación y el poder y el reino de nuestro Dios!" (Ap 12,10). Pero esta
caída de Satanás es una caída de los cielos sobre la tierra, donde comienza su lucha contra
los seguidores del Cordero. Al "¡Regocijaos, cielos!", sigue el grito: "¡Ay de la tierra y del mar!",
porque descendió el diablo a vosotros con gran furor; porque "sabe que le queda poco tiempo"
(Ap 12,12). Es la hora de la gran tribulación.
El Señor nos libra del mal no cuando el enemigo deja de presentarnos batalla valiéndose de
sus mil artes, sino cuando vencemos, arrostrando con valor los acontecimientos. Así leemos:
"Muchas son las aflicciones del justo, pero de todas lo libra el Señor" (Sal 33,20). Porque Dios
libra de las tribulaciones no cuando las hace desaparecer, ya que dice el Apóstol "en mil
maneras somos atribulados" (2Cor 4,3), como si nunca nos fuéramos a ver libres de ellas, sino
cuando por la ayuda de Dios no nos abatimos al sufrir tribulación, por eso añade san Pablo"
atribulados más no abatidos". Debemos, pues, pedir a Dios, que si somos tentados no
perezcamos ni seamos abrasados por "los encendidos dardos que nos lanza el maligno"
(Ef 6,16). Estos dardos prenden fuego en todos aquellos cuyos "corazones estaban prestos
como un horno" (Os 7,6); en cambio no se inflaman los que "con el escudo de la fe hacen
inútiles los encendidos dardos del maligno" (Ef 6,16), teniendo en sí mismos "ríos de agua que
saltan hasta la vida eterna" (Jn 4,14), que impiden el incremento del fuego del maligno,
extinguiéndolo fácilmente con un diluvio de pensamientos divinos y saludables.
La victoria sobre el "príncipe de este mundo" (Jn 14,30) se adquirió de una vez por todas en la
hora en que Jesús se entregó libremente a la muerte para darnos su vida. Es la hora del juicio
de este mundo, en la que el príncipe de este mundo ha sido "echado abajo"
(Jn 12,31; Ap 12,11). "ÉI se lanza en persecución de la Mujer" (Ap 12,13-16), pero no consigue
alcanzarla; la nueva Eva, "llena de gracia" del Espíritu Santo, es librada del pecado y de la
corrupción de la muerte. "Entonces, despechado contra la Mujer, se fue a hacer la guerra al
resto de sus hijos" (Ap 12,17). Por eso, el Espíritu y la Iglesia oran: "Ven, Señor Jesús"
(Ap 22,17.20), ya que su Venida nos librará del Maligno. [CEC 2853]
Precisamente para no entrar en este momento de tentación pedimos cada día: "No nos
dejes caer en la tentación, mas líbranos del Maligno". San Pablo desea a los romanos "que el
Dios de la paz aplaste a Satán bajo vuestros pies lo más pronto posible" (Rm 16,20). El misma
Jesús oró al Padre por sus discípulos: "Yo no te pido que los saques del mundo, sino que los
libres del Maligno" (Jn 17,15).
2
Col 1.13; Ef 6,12: Gál 1,4.
3
Ef 6,16; 1Jn 2,13-14; 3,12; 5,18-19; Mt 13,19.38; 5,37.
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Con mal no nos referimos a los males terrenos. El discípulo es invitado a aceptar la
pobreza, la falta de cobijo, la soledad, ataques y calumnias, y hasta la cruz. Para Jesús y sus
discípulos las desgracias terrenas no constituyen un peligro amenazador. Se trata del mal
moral o del pecado: "El Señor me salvará de toda obra mala" (2Tim 4,18). O como ya leemos
en el Eclesiástico: "Al que teme al Señor, no le sobrevendrá el mal. Y si se encuentra en la
tentación, será librado nuevamente" (Eclo 33,1).
La liturgia de la Iglesia interpreta esta petición de una manera general: "Te rogamos,
Señor, que nos libres de todos los males pasados, presentes y futuros". De modo similar es la
suplica, que ya encontramos en la Didajé: "Acordaos, Señor, de vuestra Iglesia para librarla de
todo mal". Y san Pablo expresa esta confianza en el Señor, según dice a Timoteo: "El Señor
me librará de todo mal" (2Tim 4,18). Merece la pena recoger lo que nos testimonia san
Bernardo:
Ciertas inclinaciones al mal no proceden de mí, sino que yo las sufro. Las advierto en mí, pero
no soy yo quien las provoca, pues ni siquiera las consiento. Estaré sin mancha ante Dios si no
me dejo dominar por ellas y si me cuido de no consentir en la iniquidad que hay en mí. La
iniquidad es mía, no porque yo sea su autor, sino porque soy su víctima. Yo estoy revestido de
un cuerpo arrojado a la muerte, de una carne de pecado; sin embargo, es suficiente que el
pecado no reine en este cuerpo mortal, de modo que mi cuerpo no sea condenado si no meto
mis miembros al servicio de la iniquidad. Es, por ello, Dios misericordioso, que el hombre santo
en el momento de la tentación eleva a ti su suplica, porque él siente el mal, pero no consiente
en él. Es santo por la virtud; te suplica por la tentación. Si, es santo, sin duda; tu ley es la
alegría de su corazón y logra consolarlo incluso el dolor que el mal provoca en su cuerpo, hasta
el punto de que, no pudiendo vencer el uno sin herir al otro, confiesa: No soy yo quien lo
cumple, sino el pecado que habita en mí (Rm 7,17).
ocultamente, nos acosan por obra de los hombres o del diablo"; sobre todo, por obra del
diablo, "el mal por excelencia".
En la última petición del Padrenuestro suplicamos a Dios que nos libre del mal, que en
su expresión plena es el Maligno. Mateo habla del Malo, que arrebata la palabra del reino
(Mt 13,19), Lucas habla del Diablo (Lc 8,12) y Marcos le llama Satán (Mc 4,15). Es el "dios de
este siglo" (2Cor 4,4), "el Príncipe de este mundo" (Jn 12,31; 14,30; 16,11). "Es el padre de la
mentira" (Jn 8,44), que "se disfraza de ángel de luz" (2Cor 11,14) o "se viste de oveja, mas por
dentro es lobo rapaz" (Mt 7,15).
Concluimos, pues, pidiendo la liberación del mal, es decir, de cuantos males "la
fragilidad humana no puede prever y evitar", que puede entenderse también —comenta san
Cromacio de Aquileya—"ser liberados del Malo, autor de todo pecado, quien combate cada
día con diversas tentaciones nuestra fe".
En esta petición, el mal no es una abstracción, sino que designa una persona, Satanás, el
maligno, el ángel que se opone a Dios. El diablo (dia-bolos) es aquel que se atraviesa en el
designio de Dios y su obra de salvación cumplida en Cristo. "Homicida desde el principio,
mentiroso y padre de la mentira" (Jn 8,44), "Satanás, el seductor del mundo entero" (Ap 12,9),
es aquel por medio del cual el pecado y la muerte entraron en el mundo y, por cuya definitiva
derrota, toda la creación será "liberada del pecado y de la muerte". "Sabemos que todo el que
ha nacido de Dios no peca, sino que el Engendrado de Dios le guarda y el Maligno no llega a
tocarle. Sabemos que somos de Dios y el mundo entero yace en poder del Maligno"
(1Jn 5,1819). [CEC 2851-2852]
151
El Malo es nuestro adversario, el demonio, de quien pedimos ser liberados, dice san
Cirilo de Jerusalén. Y san Gregorio de Nisa amplía:
Me parece que el Señor designa "el Malo" de muy diversas maneras, según la diversidad de
sus malas acciones: diablo, Beelzebul, Mammón, príncipe de este mundo, homicida, malo,
padre de la mentira, y otros semejantes. Quien quiere estar lejos del Malo debe separarse del
mundo, pues está escrito: "todo el mundo está sometido al Malo" (1Jn 5,19).
Llama aquí el Señor Malo al diablo. El diablo es llamado el Malo por su extrema maldad.
Ningún agravio le hemos hecho nosotros y, sin embargo, nos hace una guerra implacable. Por
eso no dijo el Señor: "líbranos de los malos", sino "líbranos del Malo", porque todos los males
que nos vienen del prójimo tienen como último autor e instigador a Satanás. Con ello nos
enseña a no guardar rencor contra nuestro prójimo por el mal que sufrimos de su parte. Contra
el diablo hemos de dirigir todo nuestro odio, pues él es culpable de todos los males.
Santa Teresa avisa a sus monjas sobre las tentaciones más peligrosas:
Los que son de temer y hay que pedir siempre al Señor que nos libre de ellos son unos
enemigos que hay muy traidores, unos demonios que se transfiguran en ángel de luz y vienen
disfrazados. Hasta que han lecho muchos daños en el alma, no se dejan conocer, sino que nos
andan bebiendo la sangre y acabando las virtudes, y andamos en la tentación y no lo
entendemos. De estos pidamos y supliquemos muchas veces que nos libre el Señor y que no
consienta andemos en tentación que nos traiga engañadas; que se descubra la ponzoña, que
no se escondan la luz y la verdad.
Resistidle firmes en la fe
El maligno, "mediante los hombres perversos y malos", atenta constantemente contra la
fe de los cristianos (2Tes 3,2); como "adversario, el Diablo ronda como león rugiente,
buscando a quien devorar" (1Pe 5,8). Solo la fidelidad del Señor puede librar de sus garras:
4
Jn 13,2.27; 8,34.44.
5
Jn 12,31; 1Jn 3,8; Hb 2,14; Ap 20,2-3.
153
"Él os afianzará y os guardará del maligno" (2Tes 3,3). Con esta confianza puesta en el
Señor, el cristiano, embrazando siempre el escudo de la fe, puede apagar los dardos
encendidos del maligno" (Ef 6,16). Es lo que recomiendan también Pedro y Santiago:
"Resistidle firmes en la fe" (1Pe 5,9), "Resistid al diablo y huirá de vosotros" (St 4,7).
El que Dios permita la actividad diabólica es un gran misterio, pero "sabemos que en
todas las cosas interviene Dios para bien de los que le aman" (Rm 8,28) [CEC 395]. Es
siempre un don del Padre la liberación del Maligno (2Tes 3,1-3), bajo cuyo poder "yace el
mundo entero" (1Jn 5,19), pero los fieles pueden resistirle mediante la fe (Ef 6,16; 1Pe 5,8-9).
La petición final—dice san Cipriano—resume todas nuestras súplicas, pues la liberación del mal
incluye todos los males maquinados por el enemigo contra nosotros en este mundo. Obtenida
la protección de Dios contra el mal, nada nos queda ya por pedir. Con esta protección estamos
seguros y protegidos contra cualquier mal que puedan tramar contra nosotros el diablo y el
mundo. ¿Qué puede temer del mundo el que tiene a Dios para protegerlo en este mundo?
También san Agustín dice que en esta petición rogamos a Dios que nos libre del "mal
que no tenemos y también del mal en que hemos sido hundidos", hemos caído en la
tentación:
Conseguido esto, nada queda que sea temible. Sin embargo, no podemos esperar que suceda
en esta vida, mientras dura nuestra condición mortal, a que nos condujo la seducción de la
serpiente. Pero esperamos que llegará algún día la liberación total del mal. Esta es la
esperanza que no se ve, de la que nos habla el Apóstol: "pues no se dice que alguno tenga
esperanza de aquello que ya ve" (Rm 8,24) o posee. Pero esta felicidad perfecta esperada ya
es incoada en esta vida, si escuchamos al Apóstol, que nos dice: ''Redimamos el tiempo,
porque los días son malos". Así mientras "deseamos la vida y ver días buenos" hacemos lo que
el salmo dice a continuación: "aparta tu lengua del mal y que tus labios no pronuncien mentira;
apártate del mal y obra el bien; busca la paz y síguela" (Sal 33,13-15).
El Señor, que ha borrado vuestro pecado y perdonado vuestras faltas, también os protege y os
guarda contra las astucias del diablo, que os combate, para que el enemigo, que tiene la
costumbre de engendrar la falta, no os sorprenda. Quien confía en Dios, no tema al demonio.
"Si Dios está con nosotros, ¿quién estará contra nosotros?" (Rm 8,31).
154
San Mateo nos presenta al diablo como el enemigo del Reino: "Entonces llega el
malvado y arrebata la semilla de la palabra" (Mt 13,9) y "siembra la cizaña en el campo del
mundo" (Mt 13,25-39). Su acción es diabólica, de división: a "los hijos del reino" se oponen
"los hijos del malvado" (Mt 13, 27.38). Toda palabra superflua "viene del malvado" 6. San
Mateo termina, pues, el Padrenuestro con una petición insistente para que Dios nos libre del
malvado, que es "el enemigo", el peligroso adversario de Dios (2Tes 2,4) y del cristiano
(1Tm 5,14; 1Pe 5,8-9). Esta petición cierra el Padrenuestro, remitiéndonos a la petición de la
venida del Reino, porque cuando el Reino esté plenamente establecido desaparecerán
Satanás y sus amenazas. Con el temor del Maligno, el fiel se arroja en los brazos del Padre,
invocado al comienzo de la oración.
6
Mt 5,37; Jn 9,24; 17,15; 1Jn 2,13-14; 3,12; 5,18-19.