JAIME MIRON
¿Está su iglesia convirtiéndose
en una secta?
Jaime Mirón
Tyndale House Publishers, Inc.
Carol Stream, Illinois, EE. UU.
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¿Está su iglesia convirtiéndose en una secta?
© 2012 por Jaime Mirón. Todos los derechos reservados.
Fotografía de la portada © Brent Melton/iStockphoto. Todos los derechos reservados.
Fotografía del autor tomada por Benjamin Edwards, © 2010. Todos los derechos reservados.
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Edición: Sarah Rubio
El texto bíblico sin otra indicación ha sido tomado de la Santa Biblia, Nueva Traducción
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Library of Congress Cataloging-in-Publication Data
Mirón, Jaime.
¿Está su iglesia convirtiéndose en una secta? / Jaime Mirón.
p. cm.
Includes bibliographical references (p. ) and
index. ISBN 978-1-4143-6740-8 (sc)
1. Church. 2. Cults. I. Title.
BV600.3.M57 2012
273´.9—dc23 2012004758
Impreso en Estados Unidos de América
Printed in the United States of America
18 17 16 15 14 13 12
7 6 5 4 3 2 1
Contenido
Introducción vii
C A P í T U L o 1: La historia de Laura 1
C A P í T U L o 2: ¿Cómo es la verdadera iglesia? 15
C A P í T U L o 3: ¿Qué es una secta? 25
C A P í T U L o 4: ¿Por qué son tan atractivas las sectas?
33 C A P í T U L o 5: ¿Por qué es tan difícil dejar una
secta? 41 C A P í T U L o 6: ¿Es una secta . . . ? 47
C A P í T U L o 7: ¿Debo o no cambiar de iglesia? 71
C A P í T U L o 8: ¿Cómo testifico a una persona atrapada en
una secta? 81
C A P í T U L o 9: Conclusión: Aliento de 1 Juan
95
A PéNDI CE
El gnosticismo: La secta encontrada en 1 Juan 97
:
Notas 103
Preguntas para reflexión 107
Índice de citas bíblicas 111
Acerca del autor 115
Introducción
“¿QUIéN LE CoNTó sobre mi esposo?”
Miré confundido a la interrogadora, esposa del pastor de una
pujante iglesia que contaba con unos seiscientos miembros.
Asistíamos a una conferencia pastoral, y esa tarde me tocó hablar
sobre la importancia de volver a la Biblia como autoridad principal en
nuestras iglesias. Para ilustrar cómo la palabra del hombre ha
sustituido a la Palabra de Dios, mencioné el caso de una persona —
sin mencionar si era hombre o mujer— que gozaba de un ministerio
importante pero llevaba una doble vida: predicador y adúltero. Nadie se
atrevía a reprenderlo porque, según decían, “tiene un gran ministerio” y
porque temían las consecuencias de “tocar al ungido de Dios.” Más
tarde, durante la reunión, la mujer había pedido hablar conmigo y con
mi esposa.
Le pedí que me aclarara la pregunta. Fue entonces que me
explicó que había estado presente en mi charla y creía que yo había
relatado la historia de su esposo. (En realidad, yo no había hecho
referencia a este hombre sino a una predicadora que ocultaba su
lesbianismo.) Resultó ser que su esposo, un joven con gran carisma,
había aceptado el pastorado de una iglesia en decadencia, la cual logró
reavivar. Uno de los programas más dinámicos era el ministerio juvenil.
El pastor pasaba cada vez más tiempo con los jóvenes —y con una
vii
muchacha en particular— y menos
vii
tiempo con su esposa y sus cuatro hijos. Para la fecha de la conferencia
mencionada, este pastor ya convivía con la joven entre semana y con su
esposa e hijos durante los fines de semana.
¿Cómo podía seguir pastoreando la iglesia mientras
abiertamente vivía en adulterio? Su esposa nos contó la historia
escalofriante de cómo el hombre, a fin de justificar su adulterio,
estaba transformando a la congregación de una iglesia evangélica
en una secta. Siguió un largo proceso de adoctrinar a la iglesia según
“nuevas enseñanzas”; entre otras ideas peligrosas, el pastor alegaba que
la Biblia emplea la palabra adulterio solamente en forma simbólica
para prohibir la idolatría.
Sin embargo, más sorprendente todavía fue cuando mi esposa le
pre- guntó a esta mujer sufrida por qué ella misma no había intentado
hacer algo. Con temor en los ojos exclamó: “La Biblia declara que no
hay que tocar el ungido de Dios.”
Lamentablemente no es una historia aislada; con cada vez
mayor frecuencia escuchamos relatos de situaciones similares. Todos
los días surgen nuevos grupos, nuevas doctrinas y nuevos profetas
autoprocla- mados. Gran parte del Nuevo Testamento hace referencia a
este tema y actualmente las enseñanzas falsas quizá sean la amenaza más
grande para la sanidad espiritual de nuestras iglesias en América
Latina.
Sin embargo, antes de poder enfrentarnos a dicha amenaza,
tene- mos que entenderla; y así llegamos al corazón de este libro.
La pre- gunta “¿Qué es una secta?” se responde de muchas maneras
distintas y a menudo confusas. Al referirse a las sectas, la prensa (y
hasta algunos gobiernos) en Latinoamérica tiene en mente a todos los
grupos que no pertenecen a la religión tradicional, y ¡hasta nos
incluyen a los cristianos evangélicos! Convengamos que no es fácil
definir la palabra secta. Una prominente revista secular, luego del
suicidio de treinta y nueve miem- bros de una secta, explicó: “La línea
divisoria entre religión y secta, entre fe y fanatismo, a menudo es
difícil de trazar.”1
ix
¿ESTÁ SU IGLE SI A C ONVI RTI É ND OS E EN UNA
En este libro definimos secta como un grupo que ha dejado la verdad
enseñada en la Biblia para ir tras una doctrina extraña o un líder con
x
JAIME MIRÓN
mucho carisma. Esta desviación de la verdad empieza con creencias
erró- neas acerca de la persona y la obra de Dios Hijo, Jesucristo, y por
ende, del plan de la salvación. A estas alturas, cualquier creyente en
Cristo podrá ver con suma claridad por qué las sectas son
peligrosas. Como dijo el apóstol Pablo, si el evangelio, tal como se la
predica en la Biblia, no es la verdad, “somos los más dignos de
lástima de todo el mundo” (1 Corintios 15:19).
Además de poner en peligro el destino eterno de sus feligreses, las sec-
tas también los hacen pasar por mucha angustia en esta vida. Para
evitar que se descubran sus doctrinas erróneas (y, muchas veces, sus
pecados ocultos), los líderes de las sectas ejercitan un control agobiante
sobre los miembros, separándolos de sus familiares y amistades,
imponiéndoles requisitos legalistas y juzgándoles cada palabra y
acción.
Uno quizá se preguntará cómo cualquier persona, mucho menos
uno de los santos de Cristo, podría dejarse engañar de esta manera.
Al leer este libro se dará cuenta de lo atractivo de las sectas para todas
las personas y para los evangélicos en particular. Explicaré cómo nuestra
cul- tura cristiana latinoamericana, con toda su vitalidad y deseo
sincero de buscar al Señor, también se puede volver vulnerable a los
engaños de las sectas. Incluso el legado del movimiento pentecostal,
que ha reavivado a muchas iglesias decadentes y ha provocado la
admiración de la iglesia global, puede ser aprovechado por los que
quieren abusar del evangelio. Tomando en cuenta lo antedicho, a
continuación detallaré mi pro-
pósito al escribir este libro:
• Provocar cambios en las iglesias que exhiben características
de secta a fin de que regresen a la verdad bíblica
• Informar y advertir a las iglesias cristianas evangélicas
para que sus congregaciones nunca se conviertan en
secta
xi
• Ayudar a quienes están atrapados en una secta a darse
¿ESTÁ SU IGLE SI A C ONVI RTI É ND OS E EN UNA
cuenta de su situación, salir del grupo falso y
buscar
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¿ESTÁ SU IGLE SI A C ONVI RTI É ND OS E EN UNA
una iglesia que cumpla fielmente con las tres pruebas
explicadas en el capítulo 2
• Ofrecer ideas sobre cómo testificar a un sectario
Desde que se publicó este libro por primera vez en 1997, Dios
en su gracia lo ha usado para rescatar y edificar a muchos. Oro para
que el Dios de la verdad utilice a esta nueva edición de igual manera
para bene- ficio de su novia, la iglesia, confiando en las palabras de su
único Hijo, Jesucristo: “Conocerán la verdad, y la verdad los hará libres”
(Juan 8:32).
—Jaime Mirón
x
C AP í T U L o 1
LA HISTORIA DE LAURA
En este capítulo presentamos la triste pero verídica historia de una
muchacha de dieciséis años —le daré el seudónimo “Laura”— que se unió
a una secta. Ella es conocida de un buen amigo mío, quien se mantuvo
al tanto de su travesía. He aquí la historia de Laura, en sus propias
palabras.
eE
LA SIGUIENTE ES una crónica de mi experiencia con una iglesia que deno-
minaré La Capilla, de la que fui miembro durante un año. Creo que
se ha incrementado el número de personas con experiencias similares a
la mía; por eso comparto este testimonio.
Crecí en un hogar cristiano. Mi padre era anciano en nuestra iglesia
y mamá tenía parte activa en la congregación. Yo regularmente asistía
a la iglesia con ellos. Leía la Biblia; oraba; creía en Dios, y en Jesús como
Hijo de Dios y Señor de mi vida; y pienso que mi vida reflejaba ese
hecho.
Mis experiencias en La Capilla comenzaron cuando yo tenía apenas
dieciséis años. Mi grupo de Muchachas Exploradoras contaba con una
nueva líder un poco mayor que yo. Durante una reunión nos invitó a su
iglesia. La mayoría ya asistía a su propia iglesia, por lo que nadie
prestó atención a su invitación, pero ella siempre comentaba cuán
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¿ESTÁ SU IGLE SI A C ONVI RTI É ND OS E EN UNA
hermosa era esa iglesia donde se reunía y con insistencia nos animaba
a ir. Algunas
2
JAIME
veces nos acosaba individualmente. En parte para apaciguarla, pero
más que nada para que dejara de insistir con la invitación, acepté ir.
Fue una gran experiencia y me sentí muy “enganchada” con los cultos.
Las personas siempre sonreían y parecían felices. La reunión era de un
estilo espontáneo y realmente me atraía. La congregación, que en un
90 por ciento constaba de jóvenes universitarios, cantaba con un
entusiasmo como nunca había visto antes, y todos tomaban notas
durante el sermón. Después del servicio todos se abrazaban y
conversaban; no disparaban a sus casas como había visto en otras
iglesias. Daba la impresión de que todos en un momento u otro se
presentaban, conversaban e invitaban a seguir asistiendo. Me
preguntaron si había oído sobre algo llamado “charla espiritual” que
estaba a cargo del copastor de la iglesia. Todos deseaban saber si yo
había convenido en asistir a esa charla el martes siguiente.
Ese día en la iglesia estaban varias estudiantes de la secundaria con
quienes había tenido apenas un trato superficial y de las que solo sabía
sus nombres. Al día siguiente en la escuela, cada una de ellas se me acercó
en algún momento del día y me preguntó si yo pensaba ir a la
“charla espiritual” el martes y a una fiesta el miércoles por la noche.
Yo estaba muy impresionada porque esta gente, a quien casi no
conocía, me pedía que asistiera a las actividades de la iglesia. Lo
pedían de tal manera que prácticamente me sentía obligada a decir
que sí.
Pronto empecé a asistir con regularidad. Aún era muy feliz con mis
propias creencias; simplemente quería asistir a esa iglesia, pero sin
invo- lucrarme demasiado. Sin embargo, mi líder del grupo de
Muchachas Exploradoras constantemente me pedía que me uniera
como miembro. Había asistido solo dos domingos cuando durante la
invitación al con- cluir el culto, me presionó a que pasara adelante.
Cuando le dije que no sentía la necesidad de hacerlo se mostró herida,
y esa tarde conversamos nuevamente. Siguió insistiendo en que yo
debía hablar con el pastor de la iglesia. Por mi parte, no veía la
necesidad de hacerlo ya que me sentía cómoda con mi fe. Pero ella
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¿ESTÁ SU IGLE SI A C ONVI RTI É ND OS E EN UNA
continuaba insistiendo, y al concluir el
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JAIME
servicio el pastor mismo vino a pedirme que fuera a conversar con él.
Yo solo sonreí, preguntándome por qué me presionaban tanto.
Ante otra invitación del pastor, un domingo dije:
—Bueno, sí.
—¡Qué bien! —respondió él—. ¿Qué te parece el miércoles a las
cuatro?
Tenía una cita con el pastor.
Comenzó con una charla amena haciéndome preguntas sobre mi
vida, mis pasatiempos, la escuela y luego sobre mi relación personal
con Dios. Eran preguntas muy directas: cuánto oraba, cuánto leía la
Biblia, si creía que lo que decía la Biblia era verdad. Cuando me
preguntó si me había bautizado, respondí que a los nueve años.
Entonces me explicó que según Gálatas 3:26, Hechos 2:38 y 1
Pedro 3:21 uno no puede ser cristiano hasta que se bautice
correctamente. Dedujo que mi bautismo no era correcto y que por lo
tanto yo no era cristiana. Agregó que el solo hecho de creerme cristiana
no significaba que lo fuera. Cuando le hablé de los años en que yo
había hecho todo lo posible para seguir el ejem- plo de Cristo,
“tapó” todo eso con el versículo de Efesios 2:8-9, donde dice que el
hombre no es salvado por sus obras sino por fe. Cuando le respondí
que tenía fe en Cristo, me dijo que si así fuera hubiera sido
bautizada en Cristo como él deseaba. Me señaló Marcos [Link] “El que
creyere y fuere bautizado, será salvo; mas el que no creyere, será
conde- nado” (Rv60). Para cada pregunta mía él tenía una respuesta con
muchos versículos de la Escritura que parecían apoyarla. Su forma de
actuar y de hablarme era tal que casi empecé a creer en lo que decía. Al
finalizar nuestra conversación me preguntó si deseaba ser bautizada para
así llegar a ser cristiana. Yo precisaba tiempo para pensarlo, de modo
que concertó una cita para el lunes siguiente y me dio una lista de
pasajes bíblicos para estudiar. Me animó a que antes del lunes
siguiente fuera a una reunión de estudio bíblico y oración con mi líder
de las Muchachas Exploradoras. Me retiré de su oficina confundida.
No creí todo lo que había dicho pero sí comencé a dudar de mi
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salvación. Necesitaba tiempo para estar
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JAIME
sola y pensar. En el colegio, mis nuevas amigas de la iglesia se acercaron;
eran muy amables, caminaban conmigo hasta la clase, comían conmigo
y volvíamos juntas a mi casa todos los días. A menudo me
encontraba con mi líder de Muchachas Exploradoras para
conversar, estudiar la Biblia y orar. Casi todas las noches asistía a
un culto en la iglesia.
En la siguiente cita pastoral, y sin mis “amigas guías,” me sentí
muy confundida. Ricardo, el pastor, afirmó que mi bautismo era el
primer y más importante paso para ser cristiana. Yo no estaba del todo
de acuerdo, pero reconocí que para ser miembro de ese grupo debía
bautizarme en esa iglesia. Ellos aseguraban no tener membresía y
que cualquier cristiano era bienvenido en su confraternidad; sin
embargo, eran ellos los que decidían quién era cristiano y quién no.
Yo realmente deseaba ser parte de ese grupo; me hacían sentir
amada y todos siempre pare- cían felices y llenos de amor. Nunca
había tenido tantos amigos que me aceptaran incondicionalmente.
Descubrí que cuanto más hablaba el pastor, más le creía, y dos días
más tarde me bauticé. Todos hicie- ron una fila para abrazarme,
besarme y decirme cuán contentos estaban de que finalmente me
hubiera convertido en su hermana y qué bueno había sido que Cristo
me hubiera mostrado “el camino.” Su entusiasmo era contagioso. Una
de mis nuevas amigas en el colegio me preguntó si deseaba ser su
“compañera de oración.” Dijo que todos en la iglesia tenían dos o
tres compañeros de oración con quienes se reunían una o dos veces
por semana para conversar, estudiar y orar juntos. Ella llegó a ser mi
tutora y empezó a enseñarme más acerca de cómo llegar a ser y
seguir siendo cristiana. Conversábamos sobre cómo íbamos creciendo
y a quién le testificábamos.
Aprendí que no debía asociarme con “gente que no fuera de nuestra
iglesia,” a no ser con la intención de invitarlos a asistir a nuestras
reunio- nes. Como mi novio no quiso dejar la iglesia bautista, el pastor
me leyó y explicó 2 Corintios [Link] “No os unáis en yugo desigual con
los incrédu- los; porque ¿qué compañerismo tiene la justicia con la
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¿ESTÁ SU IGLE SI A C ONVI RTI É ND OS E EN UNA
injusticia? ¿Y qué comunión la luz con las tinieblas?” (Rv60). Luego,
Biblia en mano, me
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JAIME
señaló los puntos doctrinales incorrectos de la iglesia bautista. Como mi
novio rehusaba unirse a nuestra iglesia, el pastor me aseguró que no era
creyente, y que yo debía decidir entre mi novio y la obediencia a Dios.
También tenía dos amigas íntimas, y se me permitía estar con ellas
siempre y cuando existiera la posibilidad de que se unieran a la igle-
sia. De manera que aunque estaba perdiendo a todos mis amigos
ante- riores, estaba tan entusiasmada con esta nueva y gran iglesia
que por el momento no los extrañaba pues estaba haciendo muchas
amistades
nuevas.
La Capilla consumía virtualmente todo mi tiempo. Los
domingos había reuniones a la mañana y a la tarde; los lunes, estudio
bíblico; los martes, charla espiritual; los miércoles, culto en la iglesia;
los viernes, devocional; los jueves y los sábados eran noches para
tener comunión con otras personas de la iglesia. Además pasaba
mucho tiempo con mi compañera de oración, y con frecuencia
salíamos de compras con un grupo de hermanas de la iglesia.
Debido a que estaba tanto tiempo en la iglesia, no solo me
desen- tendí de mis amigos anteriores sino que no tenía tiempo para
otras acti- vidades. Me habían explicado que el estudio bíblico y la
comunión con mis hermanos eran más importantes que cualquier otra
actividad. No era fácil faltar a un culto de la iglesia; si lo hacía, de
alguna manera todos lo sabrían (como explicaré más adelante), lo
mencionarían y averiguarían el motivo por el cual yo había faltado.
Había personas que se ofrecían a llevarme a la iglesia para asegurarse de
que fuera. Cualquier actividad que compitiera con la iglesia no estaba
permitida. Yo tocaba en una banda que me encantaba, pero me
dijeron que la deje. Los ensayos eran los miércoles y los viernes. El
director de la banda me autorizó a salir más temprano los viernes a fin
de no perder los devocionales, pero eso signifi- caba que todavía iba a
perder los cultos de los miércoles. El pastor debió darme un permiso
especial para poder ensayar con la banda los miércoles por la noche. De
esta manera, La Capilla comenzó a absorber mi vida.
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¿ESTÁ SU IGLE SI A C ONVI RTI É ND OS E EN UNA
Pocas semanas después de haberme convertido en miembro de este
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JAIME
grupo, repentinamente caí muy enferma y debí ser hospitalizada por
varias semanas, a lo que siguieron largos meses de recuperación en
casa. Las personas de la iglesia eran muy persistentes en sus visitas. Tal
es así que mis padres se quejaron y los médicos declararon que era malo
para mi salud. Nunca me dejaban sola. Durante dichas visitas querían
averiguar qué hacía yo: si continuaba leyendo la Biblia, si invitaba a
la gente del hospital a que fuera a la iglesia. Incluso me traían notas de
los mensajes del pastor —ya que todos debían tomar apuntes—,
listas de versículos bíblicos que debía memorizar y libros y tratados
que me sugerían que leyera. Durante la visita siguiente me
preguntaban qué ayuda espiritual había recibido de esos libros. Si no
leía cierto libro o no copiaba las notas ni memorizaba los versículos
bíblicos, a pesar de mi enfermedad me reprochaban que no estuviera
usando mi tiempo en forma sabia.
Mi enfermedad se prolongaba, y al final hasta las personas más per-
sistentes comenzaron a mostrar menos interés en mí. Como las
visitas se esparcieron, encontré tiempo para reflexionar y comencé a
mirar la iglesia desde una perspectiva más objetiva. Un día vino a
visitarme un joven y me preguntó si les había testificado a mis
padres. Le contesté que los había estado invitando a la iglesia, pero él
quiso saber si yo les explicaba cómo salvar sus almas. Mi padre era
anciano en su iglesia y mi madre secretaria de la Comunidad de
Universitarios, un grupo cristiano evangélico que ministra a los
estudiantes universitarios de nuestra ciu- dad. Yo estaba segura de que
ambos eran verdaderos cristianos y le expli- qué esto al joven. Para mi
sorpresa, comenzó a refutar punto por punto la doctrina de la iglesia a
la que asistían mis padres. Él parecía conocer la doctrina mejor que yo;
todo lo “respaldaba” con las Escrituras. Continuó diciendo que La
Capilla no tenía tales defectos. Luego comenzó con las mismas críticas
a la Comunidad de Universitarios. Su conclusión era que cualquiera que
asistiera a esa iglesia o grupo paraeclesiástico no podía ser un cristiano
verdadero. Sin siquiera conocer a mis padres, los consideró paganos.
Conseguí que se marchara recién al asegurarle que les testifica- ría a
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¿ESTÁ SU IGLE SI A C ONVI RTI É ND OS E EN UNA
mis paganos padres. El hecho de que mi madre fuera secretaria de
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JAIME
la Comunidad de Universitarios era de mucho interés para La
Capilla ya que uno de sus mayores desafíos era convertir a un
miembro de la Comunidad de Universitarios, la que consideraba
una organización rival. Siendo la hija de la secretaria, se esperaba que
yo la “convirtiera.” Solo le había confiado a este joven la cuestión de
mi madre, pero en pocos días los demás miembros de la iglesia lo
comentaban conmigo. Lo que me desconcertó fue que tantos lo
supieran en tan poco tiempo; por lo tanto quise averiguarlo. Había
ocurrido por medio del sistema de compañeros de oración. Cada
miembro tenía al menos un compañero de oración (pero por lo general
tenía dos) a quien le contaba absolutamente todo sobre sí mismo y
sobre el resto de los miembros. Ese compañero de oración luego lo
revelaría a otro compañero de oración, quien a su vez lo comunicaba a
sus propios compañeros de oración. Cualquier detalle que uno le
confiara a un compañero de oración un día lunes, al día viernes lo
sabría toda la iglesia. De esa manera los líderes podían controlar a todos.
Fue entonces que comprendí por qué, cuando recién me iniciaba
en el grupo, seis u ocho personas a quienes casi no conocía me
habían pedido que me uniera a la charla espiritual. Esto no solamente
me había impresionado sino que además había sido un motivo de
halago, aunque también debo reconocer que me había sentido
presionada a aceptar sus invitaciones. El sistema también cumple su
función entre aquellos que empiezan a “flaquear.” En pocos días toda la
iglesia lo sabe y comienza a aplicar presión para que el alejamiento
no se concrete.
Que esperaran que yo tratara de decirles a mis padres que no
eran creyentes fue lo que me hizo reconocer que La Capilla creía ser la
única iglesia con la doctrina correcta. Todos en La Capilla estaban
convencidos de que cualquiera que estuviera involucrado en otro
grupo caminaba rumbo al infierno.
El requisito impuesto a los miembros era estudiar la doctrina en
detalle a fin de que si nos encontrábamos con miembros de otro grupo,
pudiéramos transmitir lo que creíamos y demostrar que la doctrina de
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¿ESTÁ SU IGLE SI A C ONVI RTI É ND OS E EN UNA
La Capilla era la única correcta. Siempre teníamos un argumento
preparado
1
JAIME
sobre cualquier tema, y usábamos los mismos versículos vez tras
vez. Todos aprendíamos los mismos versículos; no había variación. Si
alguno de afuera le hacía una pregunta a algún miembro, obtenía la
misma respuesta de cualquiera de nosotros.
A esa altura me di cuenta de que quería salir de esa iglesia. Sin
embargo, Julia, mi amiga íntima, se estaba por bautizar. Conociendo
las reglas sobre las amistades entre los miembros y los que no lo eran,
reco- nocí que o bien debía quedarme y seguir siendo su amiga, o debía
dejar la iglesia y perder su amistad. Ninguna de las perspectivas me
agradaba, por lo tanto decidí hablar con ella y hacerle ver ciertas cosas
que comen- zaba a descubrir en la iglesia. Quería que supiera que yo
deseaba seguir siendo su amiga pero que estaba planeando retirarme
del grupo. Nunca pude llegar a ese punto de la conversación pues ni
bien le hice saber mi sentir de que La Capilla no era la única iglesia
verdadera, se inquietó tanto que llamó a su compañera de oración,
quien a su vez llamó a otros cinco que vinieron al instante. Allí estaba
yo, enfrentando a Julia, a sus compañeras de oración y a cinco
hombres, todos sentados en círculo alrededor de mí con sus Biblias
abiertas. Me aleccionaron sobre cómo y por qué La Capilla era la única
iglesia verdadera, y para ello utilizaron todos los versículos que yo
había aprendido. Sus argumentos estaban meticulosamente
preparados, y mientras uno se dirigía a mí los otros preparaban el
siguiente versículo bíblico. No me daban tiempo de mirar los versículos
ni de emitir una palabra. Alguien me hablaba constante- mente; me
sentí abrumada y desesperada, sin preparación para debatir con ellos.
Me interrumpían en la mitad de las frases; cuando a veces me daban la
oportunidad de terminar una aseveración, continuaban como si yo no
hubiera dicho nada; buscaban un versículo y afirmaban: “La Biblia dice
que . . .” y luego me preguntaban si tampoco estaba de acuerdo con la
Biblia. Además, durante toda la tarde me clavaron la vista de manera
amenazante.1 Me pusieron tan nerviosa que no lo soporté, y a las
once de la noche me rendí, arrepentida, y volví a la iglesia.
Para entonces estaba recobrando la salud y se me requería asistencia
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¿ESTÁ SU IGLE SI A C ONVI RTI É ND OS E EN UNA
regular a los cultos. En los meses siguientes por vez primera hice
un estudio de lo que era esa iglesia.
Solo a los miembros bautizados se les permitía asistir a ciertas acti-
vidades. Mi hermano iba regularmente pero había sido bautizado en
otra iglesia y rehusó ser bautizado otra vez, por lo tanto había
ciertas actividades a las que a él no lo invitaban. La primera vez que
sucedió le pregunté a mi compañera de oración si habría habido una
equivocación. Me contestó que como mi hermano no era miembro,
no se lo invitaba a reuniones para “miembros solamente.”
Sorprendida, mencioné que la iglesia alegaba no tener membresía y
decía estar “abierta a todos los cristianos.” Con sencillez me respondió
que mi hermano no era cristiano porque había sido bautizado en una
iglesia errada. Después de esto mi hermano dejó de asistir.
Las reuniones para miembros solamente se anunciaban por
invita- ción personal, y los que no pertenecían a la iglesia no podían
asistir. En estas se discutían asuntos que los que no eran miembros
no compren- derían, tales como las técnicas para la visitación casa por
casa. La idea era entrar a una casa con la intención de pedirle al
residente que asista a la iglesia. Se empleaban muchos manejos y
trampas para manipular a la gente. Una vez que la persona abría la
puerta había que presentarse y, por ejemplo, si la televisión está
encendida, inmediatamente había que demostrar interés en el
programa que el otro está mirando. “Oh, yo justamente estaba mirando
este programa,” había que decir aunque no fuera cierto. “¿Le
molestaría si me quedo a mirar con usted?”
De esa manera, la persona se sentiría obligada a dejar entrar al visi-
tante desconocido. Una vez adentro, las instrucciones eran ser lo
más amable posible, tener conversaciones inteligentes y tratar de
averiguar todo sobre la persona antes de intentar convencerla de asistir
a la iglesia. Se nos enseñaba a ir de a dos, ya que si surgía algún
argumento reli- gioso, uno de los dos podía hablar mientras el otro
buscaba los versículos correspondientes. Si a uno no se le ocurría una
respuesta adecuada, la daba el otro.
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JAIME
Recibíamos instrucciones sobre cómo presionar para conseguir que
la gente asistiera. Nunca había que darles la oportunidad de que se
negaran. Debíamos insistir diciendo, por ejemplo: “Pasaré a buscarlos
mañana a las 6:45.”
Después de salir de cada hogar, debíamos tomar notas detalladas
para que la vez siguiente la persona se impresionara al creer que
recordábamos todo sobre ella. Era común dejar un efecto personal
“olvidado” a fin de que hubiera una excusa para volver y así tener
otra oportunidad de hablar con la persona.
Las reuniones exclusivamente para miembros eran también
ocasiones para efectuar promesas sobre cuántas personas teníamos
intención de invitar cada semana. Frecuentemente recibíamos
instrucciones sobre el tema y nos presionaban para que apareciéramos
con muchas visitas. Yo me preguntaba si mi presencia habría sido
simplemente un número para mi líder de las Muchachas
Exploradoras.
Más aún, se nos ordenaba aparentar que siempre estábamos felices.
Era extremadamente importante sonreír siempre, y fui criticada por
no hacerlo lo suficiente. Se nos decía cuán importante era aparentar
interés durante un sermón para impresionar a los visitantes. Se nos
indicaba cómo entablar amistad con extraños; cómo hacer para que las
personas se sintieran amadas antes de que las invitáramos a la iglesia,
cómo cantar con ganas y emoción, también para impresionar
favorablemente a las visitas.
Permanecí en La Capilla durante seis meses más, fingiendo;
pero no era feliz y quería retirarme. Hacía falta una valentía fenomenal
para hacerlo. Yo tenía miedo de lo que pudiera suceder. No quería otra
escena como la anterior. No quería perder a mis amigos porque ya no
tenía otros fuera de la iglesia. Parecía no encontrar escapatoria ni a
nadie que me ayudara. Necesitaba desesperadamente que alguien
hablara conmigo, pero la iglesia había cortado mis vínculos con la
gente que no pertenecía a ese grupo exclusivo.
Era difícil para mí confesarles a mis padres que me había
1
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equivocado. Sin embargo, cuando lo hice ellos me apoyaron y me
animaron a hacer
1
JAIME
lo que debía. Lo correcto era seguir a Cristo. Había estado viviendo un
engaño. También me di cuenta de que mi vida estaba siendo controlada
por un grupo de personas en lugar de ser controlada por el Señor. En
vez de seguir las enseñanzas de la Biblia, yo estaba siguiendo las
interpreta- ciones dadas por el pastor y el copastor.
La razón por la cual me quedé tanto tiempo en La Capilla fue mi
amistad con Julia; pero cuanto más se involucraba ella en la iglesia,
menos tiempo tenía para mí. Finalmente llegué al punto de estar
lista para tomar la decisión. Querían manejar mi vida: ellos me
decían qué Biblia debía leer, qué amigos podía tener, a qué colegio
debía asistir. Por lo tanto casi al año de haber sido bautizada, le
comuniqué a mi compañera de oración que me retiraba de la iglesia.
Tenía mi respuesta preparada para cuando me preguntara por qué.
Cuando lo hizo le di tres razones: (1) Dudaba seriamente de que esa
doctrina de salvación fuera bíblica; (2) no creía que el pastor y el
copastor fueran las únicas personas que conocieran la verdadera
interpretación de la Biblia; (3) creía que hay cristianos verdaderos en
otras iglesias.
Ella sacó su Biblia, pero le dije que no se molestara ya que sabía
perfectamente bien lo que estaba por decir. Yo ya había tomado una
decisión terminante ante Dios.
Sin embargo, en lugar de sentir el alivio que esperaba, me sentí
tensa e insegura. Es difícil describir por qué precisé tanta valentía
para reti- rarme. En parte, porque sabía que por medio del sistema de
compañeros de oración muy pronto todos lo sabrían. El solo pensar que
toda la iglesia comentaría y oraría porque yo “renegaba” me
acobardaba. Aunque había participado cuando otros habían “renegado,”
no estaba segura de cuánto podría soportar la presión que ellos
pondrían sobre mí para tratar de que yo volviera. Hacía falta valor
para no estar de acuerdo con personas a quienes había dedicado un
año de mi vida . . . las mismas que me habían abrazado y asegurado
cuánto me amaban. Cuando me retiré de la iglesia, dejé tras de mí el
sentido de seguridad. Esa gente había sido una parte tan grande de mi
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vida que, aunque parezca extraño, sentí un
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JAIME
gran vacío. Repentinamente no tenía nada que hacer; estaba sola y
sin amigos. Decidí tratar de ver si aún podía seguir mi amistad con las
chicas de la iglesia, especialmente con Julia.
Me integré a la iglesia bautista local y comencé a trabajar allí,
cami- nando con el Señor de la mejor manera posible. Con esto
deseaba demostrarles a los miembros de La Capilla que realmente era
posible ser un cristiano verdadero sin estar unido a ellos.
Las chicas que asistían a La Capilla continuaban hablándome en
la escuela y comiendo conmigo a la hora del almuerzo. Sin
embargo, después de seis semanas fue como si mi período de gracia
se hubiera extinguido. Un día, mi ex compañera de oración me llamó
aparte y abrió su Biblia en 1 Corintios [Link] “Más bien os escribí que
no os juntéis con ninguno que, llamándose hermano, fuere fornicario, o
avaro, o idólatra, o maldiciente, o borracho, o ladrón; con el tal ni
aun comáis” (Rv60). Prosiguió alegando que yo había rechazado a
Cristo como mi Salvador y, con la aprobación del pastor, ellas no se
asociarían más con perso- nas como yo. Luego me pidió que no me
uniera más a la mesa donde almorzaban. Me sentí tan insultada y
enfurecida que no pude pensar en nada que decir o hacer;
simplemente me fui. Después me di cuenta de lo ridícula que era la
situación; yo no había rechazado a Cristo, solo a esa iglesia; no había
fallado a las expectativas que Dios tenía con respecto a mí, solamente
a las que tenían ellos. Dudo de que alguna vez le hayan pedido a
Dios su opinión sobre la situación. El versículo que utilizaron contra mí
había sido sacado de contexto en forma grosera. Mi examiga nunca me
detalló exactamente a qué categoría de 1 Corintios 5:11 perte- necía yo.
Por mi parte, estaba segura de que no andaba en pecado sexual, ni era
avara, idólatra, borracha ni ladrona.
Las últimas palabras que me dirigió fueron: “Recuerda que aún
te amamos.” Palabras interesantes para alguien que me estaba
rechazando. Me hicieron reconocer cuán vacío y superficial había
sido todo. Cada vez que me abrazaron, había sido para retenerme en la
iglesia. Nunca me habían amado de verdad. Cuando los quise
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confrontar por sus creencias
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me esquivaron, incluso Julia que había sido mi buena amiga
durante seis años. Por cierto que me sentí profundamente herida,
confundida, asustada y enojada. Me habían despojado de más de un
año de vida, de mi novio y de mi amiga íntima. Habían jugado con
mis emociones y virtualmente habían controlado mi vida. Deseaba
pagarles con la misma moneda, pero cualquier cosa que hiciera o dijera
sería tomada como una venganza de mi parte y demostraría que yo
era lo que ellos señalaban: una pagana.
Mis padres estaban muy molestos con la situación. Papá llamó
por teléfono a los pastores para asegurarse de que estas adolescentes no
estu- vieran obrando por cuenta propia. Sin embargo, se enteró de que
habían recibido instrucciones para hacerlo. Fue doloroso para mí
comprender que el pastor que había compartido comidas conmigo,
que me daba abrazos después de los cultos y me decía cuánto me
amaba en Cristo, hubiera ordenado a las que fueron mis amigas que
me dieran la espalda. Uno no puede describir con palabras el dolor que
significa una experien- cia como esta; para una persona que no lo ha
vivido sería difícil com- prenderlo. Yo había sido una cristiana fiel y
confiada antes de ingresar a La Capilla, y después de esto mi confianza
en Dios se vio severamente debilitada. Perdí también la confianza en la
gente por temor a que llega- ran a ser tan falsos como las personas de
ese grupo.
En conclusión, creo que este tipo de iglesia está perjudicando a
muchos. Reconozco que mis experiencias no son tan extrañas ni tan
graves como las de otros. Las expongo para advertir a los jóvenes inse-
guros y solitarios que buscan un lugar donde sentirse cómodos. Los
grupos como este ofrecen lo que aparenta ser amor y aceptación, y
a primera vista la iglesia puede parecer hermosa; pero luego los
miembros confunden y presionan para que uno se involucre, y
recién cuando es demasiado tarde uno reconoce que está siendo
parte de una secta. Por otro lado, aquellos que no han tenido una
experiencia previa con Dios pueden desviarse totalmente por este mal
ejemplo, creyendo que todas las iglesias son iguales.
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Este grupo y otros similares están creciendo rápidamente. Es funda-
mental preguntarse cómo y por qué están creciendo. Funcionan de esa
manera porque para ellos el fin justifica los medios, y lamentablemente
están perjudicando a muchas personas vulnerables.