La
Religión de Caín
Caín, el primer nacido en esta tierra, era un hombre excepcional. Hábil,
inteligente, activo, seguro de sí mismo, lo que hoy llamaríamos un líder.
Sus padres le habían contado la historia del Edén, y él, por supuesto, creía
en Dios. Era labrador de la tierra y obtenía preciosos frutos. Se presentó
ante su Creador con una ofrenda generosa de lo mejor de ellos. Pero a
Dios no le agradó la ofrenda de Caín… ¿No te extraña…? ¿Qué le pasó a
Dios?
Volvamos al principio. Antes de la caída, Adán y Eva conversaban
diariamente con su Creador. Poseerían la vida eterna mientras
obedecieran su Ley. Dios les impuso una condición pequeñísima, muy fácil
de cumplir, pero le advirtió solemnemente que su transgresión era
enorme, y si pecaban, morirían, dejarían de ser para siempre. Cuando
nuestros primeros padres desobedecieron el mandato divino quedaron
condenados a muerte. La Ley de Dios, el fundamento de su gobierno, no
puede ser violada impunemente. Su transgresión es incompatible con la
existencia. La Palabra empeñada de Dios exigía su ejecución inmediata.
Sin embargo, el Creador no los dejó sin esperanza. Dios Padre en unión
con el Hijo concibió el Plan de Salvación para la raza humana. Aunque
habían de morir, esa muerte no sería eterna. Porque el mismo Hijo de Dios
iba a cargar con la culpa del pecado y moriría en su lugar. De esa manera,
las demandas de la Justicia Divina, serían satisfechas. Y las súplicas de la
Misericordia, también. No sólo Adán y Eva, sino todos los que se acogieran
al perdón serían restaurados a la comunión con Dios y a la vida eterna.
Pero en su condición caída fueron privados de la Presencia visible de Dios
y excluidos del Edén. Un ángel guardaba la puerta del Jardín para impedir
que la pareja o sus descendientes tuvieran acceso al árbol de la vida, y
perpetuaran una existencia miserable. Más que eso. Este mundo,
infectado, quedó aislado del Universo y de la convivencia con seres santos.
La Propuesta de Dios para salvar al pecador es algo que jamás podremos
justipreciar. Que el Hijo eterno de Dios tomara la naturaleza humana y en
esa condición fuera maltratado y muerto por aquellos a quienes había
venido a salvar, que el Creador Todopoderoso se sometiera a insultos,
provocaciones, humillaciones y crueldad extremas, y al fin depusiera su
vida, es inexplicable e inentendible para nuestra mente. Mucho más, la
eternidad no nos alcanzará para aprenderlo completamente, pero
alabaremos su nombre y lo adoraremos agradecidos:
“Cristo Jesús… siendo en forma de Dios, no estimó el ser igual a Dios
como cosa a qué aferrarse, sino que se despojó a sí mismo, tomando
forma de siervo, hecho semejante a los hombres, y estando en la
condición de hombre, se humilló a sí mismo, haciéndose obediente hasta
la muerte, y muerte de cruz. Por lo cual Dios también le exaltó hasta lo
sumo, y le dio un nombre que es sobre todo nombre, para que en el
nombre de Jesús se doble toda rodilla, de los que están en los cielos, y
en la tierra, y debajo de la tierra; y toda lengua confiese que Jesucristo
es el Señor, para gloria de Dios Padre.” (Filipenses 2:5-11)
En eso consiste en esencia la RELIGIÓN verdadera. En RE-LIGAR al hombre
con Dios. Después del pecado no había nada que el hombre pudiera hacer
para recomendarse ante Dios, pues toda buena obra está contaminada de
egoísmo. Una vida entera de fidelidad no pagaba el delito. Por otro lado,
ninguna promesa de fidelidad hubiera sido válida. Cuando el hombre y la
mujer fueron creados no tenían inclinaciones al mal, pero luego de violar
su sentido del deber, la transgresión se hizo cada vez más fácil, hasta
convertirse en una ley estampada en nuestro ADN: la ley del pecado: el
egoísmo. San Pablo reconoció:
“el mal está en mí… sirvo… a la ley del pecado.” (Rom. 7:21-25)
La práctica del mal nos familiariza con él, y lo dejamos de ver malo.
Nuestra conciencia pierde su sensibilidad hasta cauterizarse. Si fuéramos
abandonados a nosotros mismos nuestra propia maldad nos mataría. El
experimento ya ha sido hecho. Nuestro mundo es televisión en vivo para
el Universo no caído. Un estilo de vida artificial, alimentos malsanos,
drogas, ansiedad, depresión, estrés, culpas, odios, llevan a la muerte
prematura a la gran mayoría de la humanidad… Millones, en la miseria,
mueren de hambre, y los que habitan en el lujo y la opulencia acaban por
el consumo de drogas… Y a medida que el Espíritu Santo es rechazado, y
Dios deja a cada uno a su elección, este mundo se llena de violencia:
suicidios, femicidios, filicidios, parricidios y toda clase de homicidios,
guerras, masacres y genocidios… Si quedaran dos sobre la tierra, entre
ellos se matarían…
Nada puede hacer el hombre para religarse con Dios. No puede proponer
una forma de religión, ni construirla. Sólo aceptar la Propuesta Divina:
“Fuimos reconciliados con Dios por la muerte de su Hijo.” (Rom. 5:10)
“Dios, nos reconcilió consigo mismo por Cristo… no tomándoles en
cuenta a los hombres sus pecados.” (2Cor. 5:18-19)
Porque Dios no solamente nos perdona, sino que gradualmente nos
transforma y eleva. Cuando uno considera lo que Jesucristo hizo para
salvarnos se despiertan las más íntimas energías del alma. Lo amamos
porque Él nos amó primero y deseamos ser como Jesús. El Espíritu Santo
recibido voluntariamente en nuestro ser cambia nuestras más profundas
motivaciones y nos da el poder para resistir nuestras inclinaciones al mal.
La incredulidad y la desconfianza se convierten en fe, y el odio en amor. Se
borra el rostro de Satanás y se restaura la perdida Imagen de Dios.
Volvamos al principio. Para que Adán y su familia entendieran la gravedad
de su pecado, que ocasiona muerte, Dios ordenó a Adán matar un
corderito inocente e inofensivo, en su lugar, en representación del
Redentor prometido, manso y humilde. Durante casi mil años que duró la
vida de Adán, él y su familia iban a la puerta del Edén y ofrecían sacrificios
por sus pecados. Unos mil quinientos años después de la muerte de Adán,
cuando Dios sacó a Israel de Egipto le dio esta ley ceremonial para expiar
los pecados de todo el pueblo, la que quedó vigente otros mil quinientos
años más, hasta que vino el Cordero de Dios:
“Esto es lo que ofrecerás sobre el altar: dos corderos de un año cada día,
continuamente. Ofrecerás uno de los corderos por la mañana y el otro
cordero ofrecerás a la caída de la tarde… Esto será el holocausto
continuo por vuestras generaciones, a la puerta del tabernáculo de
reunión, delante de Jehová, en el cual me reuniré con vosotros para
hablaros allí… y el lugar será santificado con mi gloria.” (Éxodo 29: 38-43)
Unos siete siglos antes de que Cristo naciera, el profeta Isaías escribió por
inspiración divina, describió el sacrificio del Cordero de Dios:
“No hay parecer en él, ni hermosura; le veremos, mas sin atractivo para
que le deseemos. Despreciado y desechado entre los hombres, varón de
dolores, experimentado en quebranto; y como que escondimos de él el
rostro, fue menospreciado, y no lo estimamos. Ciertamente llevó él
nuestras enfermedades, y sufrió nuestros dolores; y nosotros le tuvimos
por azotado, por herido de Dios y abatido. Mas él herido fue por
nuestras rebeliones, molido por nuestros pecados; el castigo de nuestra
paz fue sobre él, y por su llaga fuimos nosotros curados. Todos nosotros
nos descarriamos como ovejas, cada cual se apartó por su camino; mas
Jehová cargó en él el pecado de todos nosotros. Angustiado él, y afligido,
no abrió su boca; como cordero fue llevado al matadero; y como oveja
delante de sus trasquiladores, enmudeció, y no abrió su boca. Por cárcel
y por juicio fue quitado; y su generación, ¿quién la contará? Porque fue
cortado de la tierra de los vivientes, y por la rebelión de mi pueblo fue
herido. Y se dispuso con los impíos su sepultura, mas con los ricos fue en
su muerte; aunque nunca hizo maldad, ni hubo engaño en su boca. Con
todo eso, Jehová quiso quebrantarlo, sujetándole a padecimiento.
Cuando haya puesto su vida en expiación por el pecado, verá linaje,
vivirá por largos días, y la voluntad de Jehová será en su mano
prosperada. Verá el fruto de la aflicción de su alma, y quedará
satisfecho; por su conocimiento justificará mi siervo justo a muchos, y
llevará las iniquidades de ellos. Por tanto, yo le daré parte con los
grandes, y con los fuertes repartirá despojos; por cuanto derramó su
vida hasta la muerte, y fue contado con los pecadores, habiendo él
llevado el pecado de muchos, y orado por los transgresores.” (Isaías 53)
Cuando Jesús tenía doce años, fue por primera vez al templo con sus
padres, y al ver sacrificar al cordero se dio cuenta de que Él mismo sería
sacrificado, y al empezar su ministerio a los treinta años, Juan el Bautista,
profeta y precursor suyo, lo declaró el Cordero de Dios:
“Vio Juan a Jesús que venía a él y dijo: He aquí el Cordero de Dios, que
quita el pecado del mundo. Este el aquel de quien yo dije: Después de mí
viene un varón el cual es antes que yo, porque era primero que yo… Y yo
le vi y he dado testimonio de que éste es el Hijo de Dios.” (Juan 1:29-34)
Volvamos al principio de nuestro relato:
“Y conoció Adán a su mujer Eva, la cual concibió y dio a luz a Caín…
Después dio a luz a su hermano Abel. Y Abel fue pastor de ovejas y Caín
fue labrador de la tierra. Y aconteció andando el tiempo que Caín trajo
del fruto de la tierra una ofrenda a Jehová. Y Abel trajo también de los
primogénitos de sus ovejas, de lo más gordo de ellas. Y miró Jehová con
agrado a Abel y a su ofrenda pero no miró con agrado a Caín y a la
ofrenda suya.” (Gén 4:1-5)
Caín y Abel, los hijos de Adán, estaban bien informados de todo. Conocían
los requerimientos divinos, pero era muy diferente el uno del otro. Caín
culpaba a sus padres por su propia desgracia y creía que Dios mismo los
había tratado con excesiva dureza. No se sentía pecador, ni estaba
arrepentido de sus faltas. Todo lo contrario. Se sentía muy satisfecho
consigo mismo y muy orgulloso de sus realizaciones. No presentó a Dios
una ofrenda de gratitud por la bondad de Dios, sino que su acción estaba
destinada a obtener la aprobación divina y el reconocimiento de Dios
mismo. Y lógicamente, no lo consiguió.
Abel, en cambio, reconocía su naturaleza egoísta y se arrepentía de actos
egoístas. Esperaba agradecido el perdón y la vida eterna que con tanto
sacrificio traería el Salvador prometido. Se dedicaba a cuidar animales, y,
conforme a lo ordenado presentó un corderito sin mancha y lo inmoló. La
respuesta de Dios no se hizo esperar: cayó fuego del Cielo y consumió la
víctima.
Todas las religiones del mundo están representadas en esas dos religiones.
La religión de Caín tiene miles de millones de variantes, tantos como seres
humanos haya, pero un factor común a todas: el hombre es el que
impone las condiciones del pacto con Dios. El hombre elige como adorar a
Dios. Y es un derecho que le corresponde y debe ser reconocido, ante sus
semejantes. Pero no ante Dios. Ni la criatura impone condiciones al
Creador, ni el acusado a su Juez. Dios no firma ese pacto.
Sin embargo, esta religión es, por lejos, mayoritaria. Muchos hacen
promesas difíciles de cumplir, grandes sacrificios personales, ingentes
donaciones, rezan día y noche, para conseguir el favor divino. Pero la gran
mayoría de los adherentes de Caín son los que tratan de guardar los
mandamientos de Dios para salvarse. Guardar los mandamientos de Dios
es imprescindible si queremos salvarnos; pero querer salvarnos guardando
los mandamientos de Dios, sin humillarnos de corazón, reconocer
nuestras transgresiones y confesar nuestros pecados es falsa religión que
produce sólo una apariencia externa. La soberbia y el orgullo son pasiones
de Satanás y abrigarlas nos hace sus esclavos. Si no hay Cordero, no hay
Pacto. Todo esto es insultar al que fue Crucificado por nuestros pecados. Y
a Dios Padre, que entregó a su propio Hijo para salvarnos, esta religión le
resulta abominable, le da asco.
La religión de Abel es una sola. Se define con sólo dos características:
“los que guardan los mandamientos de Dios y la fe de Jesús” (Apoc.
14:12). Dios firmó ese Pacto:
“Por la fe, Abel ofreció más excelente sacrificio que Caín, por lo cual
alcanzó testimonio de que era justo, dando Dios testimonio de sus
ofrendas, y muerto, aún habla por ellas.” (Heb. 11:4)
Hay muchos Abeles en todas las religiones que se acogen humildes al
perdón divino y están dispuestos a hacer lo que Dios mande. Pertenecen a
la religión del Cordero, pero no lo saben, las circunstancias los tienen acá y
allá, pero han de recibir el llamado de Cristo a su redil:
“Yo soy el buen pastor, y conozco mis ovejas, y las mías me conocen… y
pongo mi vida por las ovejas… Por eso me ama el Padre, porque pongo
mi vida para volverla a tomar. Nadie me la quita, sino que yo de mí
mismo la pongo. Tengo poder para ponerla y tengo poder para volverla a
tomar… También tengo otras ovejas que no están en este redil; aquellas
también debo traer, y oirán mi voz, y habrá un rebaño y un pastor…
Mis ovejas oyen mi voz, y yo las conozco, y me siguen. Y yo les doy vida
eterna; y no perecerán jamás, ni nadie las arrebatará de mi mano. Mi
Padre que me las dio, es mayor que todos, y nadie las puede arrebatar
de la mano de mi Padre.” (Juan 10:14-17; 27-29)
Tanto ama Jesús a las ovejas que no están en su redil que mandó a sus
discípulos que las vayan a buscar. Para eso tenían que llevar el Evangelio,
anunciar el gratuito perdón divino, a toda criatura del globo, sin ninguna
discriminación de raza, sexo, posición social, cultura o religión:
“Jesús se acercó, y les habló diciendo: Toda potestad me es dada en el
cielo y en la tierra. Por tanto, id, y haced discípulos a todas las naciones,
bautizándolos en el nombre del Padre, y del Hijo y del Espíritu Santo;
enseñándoles que guarden todas las cosas que os he mandado, y he aquí
yo estoy con vosotros todos los días hasta el fin del mundo.” (Mat.
28:18-20)
“Y le dijo: Id por todo el mundo y predicad el evangelio a toda criatura. El
que creyere y fuere bautizado, será salvo; mas el que no creyere será
condenado.” (Mar. 16:15-16)
“Recibiréis poder cuando haya venido sobre vosotros el Espíritu Santo y
me seréis testigos en Jerusalén, en toda Judea, en Samaria, y hasta lo
último de la tierra.” (Hech. 1:8)
A pesar de salir a ofrecer gratuitamente el mayor Don que el Cielo puede
otorgarnos, esta no sería una tarea fácil. Los seguidores de la religión de
Caín se opondrían tenazmente. Sigamos con nuestro relato. Luego de que
Dios mostrara su agrado a la ofrenda de Abel:
“se ensañó Caín en gran manera y decayó su semblante… Y dijo Caín a su
hermano Abel: Salgamos al campo. Y aconteció que estando ellos en el
campo, Caín se levantó contra su hermano Abel, y no mató.” (Gén. 4:5-8)
Como su hermano menor, Abel respetaba y obedecía a Caín, pero
obedecía a Dios en primer lugar. Esta actitud de Abel encolerizaba a Caín.
No podía soportar que no se le sometiera en todo, y menos aún que su
humilde obediencia evidenciara su propia soberbia desobediencia. Se
sentía infeliz porque Dios prefiriera la ofrenda de su hermano a quien
consideraba inferior. Lo invitó al campo y allí lo mató. Así demostró el
espíritu que lo animaba. Su corazón no amaba a Dios, sino que servía a
Satanás. Falsa religión. Mejor dicho, religión satánica.
Esta contienda entre el espíritu de Abel y Caín, entre la religión del uno y
la del otro, y la persecución a Abel, durarían hasta el fin del tiempo:
“No penséis que he venido para traer paz en la tierra; no he venido para
traer paz sino espada. Porque he venido para poner en disensión al
hombre contra su padre, a la hija contra su madre, y a la nuera contra su
suegra; y los enemigos del hombre serán los de su casa. El que ama a
padre o madre más que a mí, no es digno de mí; el que ama a hijo o hija
más que a mí, no es digna de mí; y el que no toma su cruz y viene en pos
de mí, no es digno de mí. El que halla su vida, la perderá y el que la
pierda por causa de mí la hallará.” (Mat. 10:34-39)
He aquí, yo os envío como a ovejas en medio de lobos; sed, pues,
prudentes como serpientes y sencillos como palomas. Y guardaos de los
hombres, porque os entregarán a los concilios, y en sus sinagogas os
azotarán; y aún ante gobernadores y reyes seréis llevados por causa de
mí, para testimonio a ellos y a los gentiles… El hermano entregará a la
muerte al hermano y el padre al hijo; y los hijos se levantarán contra los
padres y los harán morir. Y seréis aborrecidos de todos por causa de mi
nombre; mas el que persevere hasta el fin, éste será salvo. Bástale al
discípulo ser como su maestro, y al siervo como su Señor. Si al padre de
familia (Jesús) llamaron Beelzebú (Satanás), ¿cuánto más a los de su
casa?” (Mat. 10: 16-25)
Y lo harían en el nombre de Dios y la religión:
“Os expulsarán de las sinagogas, y aún viene la hora cuando cualquiera
que os mate, pensará que rinde servicio a Dios. Y harán esto porque no
conocen al Padre, ni a mí.” (Juan 16:2)
En estos días, tras un largo y arduo proceso ecuménico de encuentro
entre las principales religiones mundiales, el papa Francisco ha presentado
su encíclica ‘Fratelli Tutti: Todos Hermanos’, donde promueve el
establecimiento de una sola religión conformada por todas las que ya
existen y liderada por él mismo... Considera a toda la humanidad como
una sola familia que vive en la misma casa: nuestro planeta. Hace un
llamado a la solidaridad… a cuidar la naturaleza y compartir sus recursos…
Y, en una crisis económica y sanitaria global, convoca al establecimiento
de un gobierno mundial, que asegure la paz y la justicia social, y garantice
el bienestar y una vida digna y feliz para cada ser humano…
¡Qué bello discurso! Poco menos que irresistible… Pero…
“Cuando digan Paz y Seguridad, entonces vendrá sobre ellos destrucción
repentina.” (1 Tes. 5:3)
¿Paz?... Pero Cristo dijo: “No penséis que he venido para traer paz en la
tierra” y que a sus seguidores los perseguirían y matarían en el nombre
de Dios… La paz que nos dejaba, era interior: “La paz os dejo, mi paz os
doy… No se turbe vuestro corazón, ni tenga miedo.” (Juan 14:27)
¿Somos todos hermanos? Pero… ¿es así? Biológicamente sí, somos todos
hijos de Adán y Eva. Dios “de una sangre ha hecho todo el linaje de los
hombres, para que habiten sobre toda la faz de la tierra.” (Hech. 17:26),
pero ESPIRITUALMENTE NO. Unos dan cabida al Espíritu de Dios y otros al
de Satanás. Como Caín y Abel. Y el Papa es un líder espiritual.
Consideremos lo que Cristo dijo: Jesús resumió toda la Ley de Dios en dos
mandamientos: Amar a Dios y Amar al prójimo. Entonces, un escriba se
acercó a él con la pregunta: ¿Y quién es mi prójimo? Como para los judíos
era imposible amar a los extranjeros, ya que aborrecían a los samaritanos,
y consideraban a los paganos poco más que animales no los consideraban
como sus prójimos. Jesús entonces le contestó con la parábola del buen
samaritano, inspirada en un hecho real de esos días:
Un hombre descendía de Jerusalén a Jericó, y cayó en manos de ladrones, los cuales le
despojaron; e hiriéndole, se fueron, dejándole medio muerto. Aconteció que descendió un
sacerdote por aquel camino, y viéndole, pasó de largo. Asimismo un levita, llegando cerca de
aquel lugar, y viéndole, pasó de largo. Pero un samaritano, que iba de camino, vino cerca de él,
y viéndole, fue movido a misericordia; y acercándose, vendó sus heridas, echándoles aceite y
vino; y poniéndole en su cabalgadura, lo llevó al mesón, y cuidó de él. Otro día al partir, sacó
dos denarios, y los dio al mesonero, y le dijo: Cuídamele; y todo lo que gastes de más, yo te lo
pagaré cuando regrese. ¿Quién, pues, de estos tres te parece que fue el prójimo del que cayó
en manos de los ladrones? Él dijo: El que usó de misericordia con él. Entonces Jesús le dijo: Ve,
y haz tú lo mismo. (Luc. 10:25-37)
La moraleja era evidente: Prójimo es todo ser humano que necesita de mí
y está a mi alcance ayudarlo, no importa su raza, religión, sexo, o
nacionalidad. En otra oportunidad fue aún más específico. Amar al
prójimo implica amar a los enemigos también. Dicho esto, las exigencias
de la Ley de Dios alcanzan a todos mis semejantes. Sin embargo, esta
obligación de amar, ayudar y ser solidarios con el prójimo NO implica
considerarlos hermanos. Jesús dijo:
“El que hace la voluntad de mi Padre que está en los Cielos, ese es mi
hermano, mi hermana y mi madre.” (Mat. 12:50)
Al convocar a todas las religiones como válidas, Francisco está diciendo
que todas las religiones son buenas, y son diferentes caminos para llegar a
Dios… Las que profesan Cristo y las que no. El sacrificio de Cristo es
optativo para la salvación… Si fuera así, el Cordero de Dios que quita los
pecados del mundo murió en vano… Quien pretende representar a
Jesucristo desconoce voluntariamente que Cristo aseguró: “Yo soy el
Camino, la Verdad y la Vida. Nadie viene al Padre si no es por mí.” (Juan
14:6)
Todas las religiones son bienvenidas a la religión ecuménica. No hay
ningún problema con que cada uno conserve las creencias y prácticas que
más le gustan, se comunique con los demonios y adore a Satanás si lo
desea, mientras se subordinen a la Iglesia de Roma y reconozcan el
primado universal del papa, poder religioso superior todo poder político.
Quien pretende representar a Jesucristo y aspira al gobierno mundial
desconoce voluntariamente que Cristo oró por sus discípulos diciendo:
“No ruego que los quites del mundo, sino que los guardes del mal. No
son del mundo, como tampoco yo soy del mundo.” (Juan; 17:14-16)
“El príncipe de este mundo nada tiene en mí.” “MI REINO NO ES DE ESTE
MUNDO”. (Juan 14:30; 18:36)
Una religión mundial no es de Dios porque la Palabra de Dios afirma que:
“Satanás, el cual engaña al mundo entero, fue arrojado a la tierra; y sus
ángeles fueron arrojados con él” “el mundo entero está bajo el maligno”
“malignas fuerzas espirituales del cielo (ángeles rebeldes) tienen mando
autoridad y dominio sobre este mundo oscuro.” (Apoc. 12:9; 1° Juan
5:19; Efesios 6:12, V.P.)
Una vez establecida la religión universal, la religión de Caín, la que impone
sus leyes a Dios mismo, se impedirá a todos promover la religión propia,
pues esa ha sido la causa de muchas guerras. Que cada uno se quede
contento con la suya y deje a los demás en paz. Las distintas comunidades
religiosas se transformarán en ‘unidades solidarias’ para distribuir
beneficios y favores con los cuales los más quedarán muy complacidos…
Prohibirán lo que Cristo ordenó: la predicación del evangelio de la
salvación gratuita en Jesucristo; la predicación de la vigencia de la Ley de
Dios; la predicación del pronto regreso de Cristo en gloria y majestad; la
predicación del mensaje del tercer ángel. Esto no será acatado por
aquellos que reconocen la Voz del Buen Pastor, y como Abel serán
perseguidos, por la misma religión que dice respetar a todas las religiones
y buscar la paz del mundo. Como Caín revelarán su verdadero espíritu. La
sentencia de Cristo a los fariseos de antaño, se aplicará más aún a la
religión de Roma, la religión de Caín:
¡Ay de vosotros, escribas y fariseos hipócritas, porque… decís: Si
hubiésemos vivido en los días de nuestros padres, no hubiéramos sido
sus cómplices en la sangre de los profetas… Por tanto, he aquí yo os
envío profetas y sabios y escribas; y de ellos a unos mataréis y
crucificaréis, y a otros azotaréis en vuestras sinagogas, y perseguiréis de
ciudad en ciudad; para que venga sobre vosotros toda la sangre justa
que se ha derramado sobre la tierra, desde la sangre de Abel, el justo,
hasta la sangre de Zacarías hijo de Berequías, a quien matasteis entre el
templo y el altar. De cierto os digo que todo esto vendrá sobre esta
generación.” (Mat. 23:29-36).
Porque lo mismo se dice de “Babilonia” nombre que se le da en el
Apocalipsis a la Iglesia de Roma. Un ángel le muestra a Juan su
condenación:
“Ven acá y te mostraré la sentencia contra la gran ramera… y la mujer
estaba vestida de púrpura y escarlata, y adornada de oro, de piedras
preciosas y de perlas, y tenía en la mano un cáliz de oro, lleno de
abominaciones y de la inmundicia de su fornicación; y en su frente un
nombre escrito: BABILONIA LA GRANDE, LA MADRE DE LAS RAMERAS Y
DE LAS ABOMINACIONES DE LA TIERRA. Vi a la mujer ebria de la sangre
de los santos y de los mártires de Jesús… Y oí otra voz del cielo que
decía: Salid de ella pueblo mío, para que no seáis partícipes de sus
pecados ni recibáis parte de sus plagas; porque sus pecados han llegado
hasta el cielo, y Dios se ha acordado de sus maldades… y en ella se halló
la sangre de los profetas y de los santos, y de todos los que han sido
muertos en la tierra.” (Apoc. 17:1, 4-6, 18:4-5, 24)
Y así será. El espíritu de Caín, que es el espíritu de Satanás, volverá a
levantarse contra quienes posean la religión de Abel. En el comienzo de la
historia de la humanidad se produjo la primera muerte por motivos
religiosos. Sin ninguna causa, Caín mató a Abel. La sencilla obediencia a
Dios de Abel lo llenaba de ira, porque contrastaba con su propia rebeldía.
Sin ninguna causa los religiosos de su época condenaron a Cristo, porque
su vida de pureza y abnegación los condenaba. Así sucederá nuevamente.
El gran conflicto entre el bien y el mal no dio nunca tregua, y su desenlace
culminará con la peor de las persecuciones. Sin causa, la religión de Caín
se ensañará con los que sean leales a Jesucristo, el Cordero de Dios y
guarden sus mandamientos de Dios, incluyendo el Sábado de la Creación:
“El dragón, que se llama diablo y Satanás… se llenó de ira contra la mujer
(la iglesia verdadera de Dios); y se fue a hacer guerra contra el resto de la
descendencia de ella, los que guardan los mandamientos de Dios y
tienen el testimonio de Jesucristo.” (Apoc. 12:17)
“Entonces os entregarán a tribulación y os matarán, y seréis aborrecidos
de todas las gentes por causa de mi nombre…” (Mat. 24:9)
“Habrá entonces gran tribulación cual no la ha habido desde el principio
del mundo hasta ahora, ni la habrá…” (Mat. 24:21)
“E inmediatamente después de la tribulación de aquellos días… las
potencias de los cielos serán conmovidas. Entonces aparecerá la señal
del Hijo del Hombre en el cielo, y entonces lamentarán todas las tribus
de la tierra, y verán al Hijo del Hombre viniendo en las nubes del cielo
con poder y gran gloria. Y enviará a sus ángeles con gran voz de
trompeta, y juntarán a sus escogidos, de los cuatro vientos, desde un
extremo del cielo hasta el otro.” (Mat. 24:29-31)
“Y los reyes de la tierra, y los grandes, los ricos, los capitanes, los
poderosos, y todo siervo y todo libre, se escondieron en las cuevas y
entre las peñas de los montes, y decían a los montes y a las peñas: Caed
sobre nosotros , y escondednos del rostro de Aquel que está sentado
sobre el trono, y de la ira del Cordero; porque el gran día de su ira ha
llegado, ¿y quién podrá sostenerse en pie? (Apoc. 6:15-17)
El Apocalipsis y el Cordero
El Apocalipsis identifica veintitrés veces a Cristo como el Cordero (los
cuatro evangelios una sola vez), porque en la última generación todos los
poderes de la tierra se reunirán para pelear contra el Cordero. Querrán
ignorar a Cristo y su sacrificio expiatorio. La religión de Caín lo hará
innecesario. Con una religión que hable de paz, de amor, de respeto,
comprensión y de solidaridad entre los seres humanos, ya es suficiente.
Esa es la verdadera religión, dirán. La religión de las buenas obras. Será un
sentimiento tan universal, con tanto ‘sentido común’ que será aplastante.
Todos estarán de acuerdo… ¿quién podrá oponerse a una religión así?
Sólo aquellos cuyos nombres… estaban escritos en el libro de la vida del
Cordero que fue inmolado desde el principio del mundo.” (Apoc. 13:8)
que no adoraron a la bestia (gobierno y religión mundial) ni al dragón.
Sólo los que “le han vencido (al dragón, a Satanás) por medio de la
sangre del Cordero y de la palabra del testimonio de ellos, y
menospreciaron sus vidas hasta la muerte.” (Apoc. 12:11)
Porque “Pelearán contra el Cordero, pero el Cordero los vencerá, porque
él es Rey de reyes y Señor de señores, y los que están con él son
llamados, y elegidos y fieles.” (Apoc. 17:14)
Sólo “los que han salido de la gran tribulación y han lavado sus ropas, y
las han emblanquecido en la sangre del Cordero.” (Apoc. 7:14)
Sólo “los que siguen al Cordero por dondequiera que va. Estos fueron
redimidos de entre los hombres como primicias para Dios y para el
Cordero, y en sus bocas no fue hallada mentira, pues son sin mancha
delante del trono de Dios.” (Apoc. 14:1-5)
Sólo ellos “cantan el cántico de Moisés, siervo de Dios, y el cántico del
Cordero, diciendo: Grandes y maravillosas son tus obras, Señor Dios
Todopoderoso; justos y verdaderos son tus caminos, Rey de los Santos.”
“y nadie podía aprender el cántico sino aquellos ciento cuarenta y cuatro
mil que fueron redimidos de entre los de la tierra.”(Apoc. 15:2-3; 14:1-5)
Pero no fueron sólo ciento cuarenta y cuatro mil:
“Miré, y he aquí una gran multitud, la cual nadie podía contar, de todas
naciones, tribus, pueblos y lenguas, que estaban delante del trono y en
la presencia del Cordero, vestidos con ropas blancas y con palmas en las
manos, y clamaban a gran voz diciendo: La salvación pertenece a nuestro
Dios, que está sentado en el trono, y al Cordero… Estos son los que han
salido de la gran tribulación, y han lavado sus ropas, y las han
emblanquecido en la sangre del Cordero. Por esto están delante del
trono de Dios, y le sirven día y noche en su templo, y el que está sentado
sobre el trono extenderá su tabernáculo sobre ellos. Ya no tendrán
hambre, ni sed, y el solo no caerá más sobre ellos, ni calor alguno.
Porque el Cordero que está en medio del trono los pastoreará, y los
guiará a fuentes de agua de vida; y Dios enjugará toda lágrima de los
ojos de ellos.” (Apoc. 7:9-10; 14-17)
Y el ángel me dijo: Escribe: Bienaventurados los que son llamados a la
cena de las bodas del Cordero. Y me dijo: Estas son las palabras
verdaderas de Dios.” (Apoc. 19:9)
Conclusión:
La lucha final entre el bien y el mal pronto reñirá la más feroz batalla. Será
entre las dos únicas religiones que hay en el mundo: La religión de Satanás
y la de Cristo. La religión de Caín y la religión de Abel. La religión del
hombre y la religión de Dios. La religión de los propios méritos y la religión
de la sangre del Cordero. La religión ecuménica, mundial, y la de unos
‘fanáticos inadaptados’.
Perseguidores y perseguidos. Imposible ser neutral.
¿Y tú, de qué lado estás?
Apocalipsis y el Cordero (todos los versículos ordenados)
“Y miré y vi que en medio del trono y de los cuatro seres vivientes, y en
medio de los ancianos, estaba en pie un Cordero como inmolado… Los
cuatro seres vivientes y los veinticuatro ancianos (Jueces) se postraron
delante del Cordero; todos tenían arpas y copas de oro llenas de
incienso… y cantaban un nuevo cántico diciendo: Digno eres de tomar el
libro y de abrir sus sellos; porque tú fuiste inmolado, y con tu sangre nos
has redimido para Dios, de todo linaje, y pueblo y lengua y nación; y nos
has hecho reyes y sacerdotes, y reinaremos sobre la tierra. Y miré, y oí la
voz de muchos ángeles alrededor del trono, y de los seres vivientes y de
los ancianos; y su número era millones de millones, que decían a gran
voz: El Cordero que fue inmolado es digno de tomar el poder, las
riquezas la sabiduría, la fortaleza, la honra, la gloria y la alabanza.
Y a todo lo creado que está en el cielo, y sobre la tierra, y debajo de la
tierra, y en el mar y a todas las cosas que en ellos hay, oí decir: Al que
está sentado en el trono y al Cordero, sea la alabanza, la gloria, la honra
y el poder, por los siglos de los siglos. Los cuatro seres vivientes decían:
Amén; y los veinticuatro ancianos se postraron sobre sus rostros y
adoraron al que vive por los siglos de los siglos.” (Apoc. 5:6-14)
“Vi cuando el Cordero abrió uno de los sellos…” (Apoc. 6:1)
“Y el cielo se desvaneció como un pergamino que se enrolla; y todo
monte y toda isla se removió de su lugar. Y los reyes de la tierra, y los
grandes, los ricos los capitanes, los poderosos y todo siervo y todo libre,
se escondieron en las cuevas y entre las peñas de los montes; y decían a
los montes y a las peñas: Caed sobre nosotros y escondednos del rostro
de aquel que está sentado sobre el trono, y de la ira del Cordero, porque
el gran día de su ira ha llegado; ¿y quién podrá sostenerse en pie? (Apoc.
6:14-17)
“Y ellos le han vencido por medio de la sangre del Cordero y de la
palabra del testimonio de ellos, y menospreciaron sus vidas (dieron
menos valor) hasta la muerte.” (Apoc. 12:11)
“Y le adoraron todos los moradores de la tierra cuyos nombres no
estaban escritos en el libro de la vida del Cordero que fue inmolado
desde el principio del mundo.” (Apoc. 13:8)
Después miré y he aquí el Cordero estaba en pie sobre el monte de Sion,
y con él ciento cuarenta y cuatro mil, que tenían el nombre de él y el de
su Padre escrito en su frente… Y cantaban un cántico nuevo delante del
trono, y delante de los cuatro seres vivientes, y de los ancianos, y nadie
podía aprender el cántico sino aquellos ciento cuarenta y cuatro mil que
fueron redimidos de entre los de la tierra… Estos son los que siguen al
Cordero por dondequiera que va. Estos fueron redimidos de entre los
hombres como primicias para Dios y para el Cordero, y en sus bocas no
fue hallada mentira, pues son sin mancha delante del trono de Dios.”
(Apoc. 14:1-5)
“El tercer ángel le siguió diciendo: Si alguno adora a la bestia y a su
imagen, y recibe la marca en su frente o en su mano, él también beberá
del vino de la ira de Dios, que ha sido vaciado puro en el cáliz de su ira; y
será atormentado con fuego y azufre delante de los santos ángeles y del
Cordero.” (Apoc. 14:9-10)
“Vi también como un mar de vidrio mezclado con fuego; y a los que
habían alcanzado la victoria sobre la bestia y su imagen, y su marca y el
número de su nombre, en pie sobre el mar de vidrio con las arpas de
Dios. Y cantan el cántico de Moisés, siervo de Dios, y el cántico del
Cordero, diciendo: Grandes y maravillosas son tus obras, Señor Dios
Todopoderoso; justos y verdaderos son tus caminos, Rey de los Santos.”
(Apoc. 15:2-3)
“Pelearán contra el Cordero, pero el Cordero los vencerá, porque él es
Rey de reyes y Señor de señores, y los que están con él son llamados, y
elegidos y fieles.” (Apoc. 17:14)
“Y oí como la voz de una gran multitud… que decía: “¡Aleluya, porque el
Señor, nuestro Dios Todopoderoso reina! Gocémonos y alegrémonos y
démosle gloria; porque han llegado las bodas del Cordero, y su esposa se
ha preparado. Y a ella se le ha concedido que se vista de lino fino, blanco
y resplandeciente; porque el lino fino es las acciones justas de los santos.
Y el ángel me dijo: Escribe: Bienaventurados los que son llamados a la
cena de las bodas del Cordero. Y me dijo: Estas son las palabras
verdaderas de Dios.” (Apoc. [Link]-9)
“Vino entonces a mí uno de los siete ángeles… diciendo: Ven acá, yo te
mostraré la desposada, la esposa del Cordero. Y me llevó en Espíritu a un
monte grande y alto, y me mostró la gran ciudad santa de Jerusalén, que
descendía del cielo, de Dios…” (21: 9-10)
“Y el muro de la ciudad tenía doce cimientos, y sobre ellos los doce
nombres de los doce apóstoles del Cordero…” (21:14)
“Y no vi en ella templo, porque el Señor Dios Todopoderoso es su templo
de ella, y el Cordero… La ciudad no tiene necesidad de sol ni de luna que
brille en ella; porque la gloria de Dios la ilumina, y el Cordero es su
lumbrera… (Apoc. 21:22-23)
“Después me mostró un río limpio de agua de vida, resplandeciente
como el cristal, que salía del trono de Dios y del Cordero…” (Apoc. 22:1)
“Y no habrá más maldición; y el trono de Dios y del Cordero estará en
ella, y sus siervos le servirán.” (Apoc. 22:3)
Jesús y la Encíclica Fratelli Tutti:
¿Somos todos hermanos? Pero… ¿es así? Biológicamente sí, somos todos
hijos de Adán y Eva. Dios “de una sangre ha hecho todo el linaje de los
hombres, para que habiten sobre toda la faz de la tierra.” (Hech. 17:26),
pero ESPIRITUALMENTE NO. Unos dan cabida al Espíritu de Dios y otros al
de Satanás. Como Caín y Abel. Y el Papa es un líder espiritual.
Consideremos lo que Cristo dijo: Jesús resumió toda la Ley de Dios en dos
mandamientos: Amar a Dios y Amar al prójimo. Entonces, un escriba se
acercó a él con la pregunta: ¿Y quién es mi prójimo? Como para los judíos
era imposible amar a los extranjeros, ya que aborrecían a los samaritanos,
y consideraban a los paganos poco más que animales no los consideraban
como sus prójimos. Jesús entonces le contestó con la parábola del buen
samaritano, inspirada en un hecho real de esos días:
Un hombre descendía de Jerusalén a Jericó, y cayó en manos de ladrones, los cuales le
despojaron; e hiriéndole, se fueron, dejándole medio muerto. Aconteció que descendió un
sacerdote por aquel camino, y viéndole, pasó de largo. Asimismo un levita, llegando cerca de
aquel lugar, y viéndole, pasó de largo. Pero un samaritano, que iba de camino, vino cerca de él,
y viéndole, fue movido a misericordia; y acercándose, vendó sus heridas, echándoles aceite y
vino; y poniéndole en su cabalgadura, lo llevó al mesón, y cuidó de él. Otro día al partir, sacó
dos denarios, y los dio al mesonero, y le dijo: Cuídamele; y todo lo que gastes de más, yo te lo
pagaré cuando regrese. ¿Quién, pues, de estos tres te parece que fue el prójimo del que cayó
en manos de los ladrones? Él dijo: El que usó de misericordia con él. Entonces Jesús le dijo: Ve,
y haz tú lo mismo. (Luc. 10:25-37)
La moraleja era evidente: Prójimo es todo ser humano que necesita de mí
y está a mi alcance ayudarlo, no importa su raza, religión, sexo, o
nacionalidad. En otra oportunidad fue aún más específico. Amar al
prójimo implica amar a los enemigos también. Dicho esto, las exigencias
de la Ley de Dios alcanzan a todos mis semejantes. Mat. 5:47 “Y si
saludáis a vuestros hermanos solamente, ¿qué hacéis de más? ¿No
hacen así también los gentiles?
Sin embargo, esta obligación de amar, saludar, ayudar y ser solidarios con
el prójimo no implica considerarlos hermanos. Jesús dijo:
“El que hace la voluntad de mi Padre que está en los Cielos, ese es mi
hermano, mi hermana y mi madre.” (Mat. 12:50)
“El campo es el mundo; la buena semilla son los hijos del reino; y la
cizaña son los hijos del malo.” (Mat. 13:38)
“Y si hubiere allí algún hijo de paz; vuestra paz reposará sobre él; y si no se volverá a vosotros.” (Luc.
10:6)
“Y alabó el amo al mayordomo malo por haber hecho sagazmente; porque los hijos de este siglo, son
más sagaces en el trato con sus semejantes, que los hijos de la luz.” (Luc 16:8)
Y cuando Jesús confrontó a los judíos religiosos pero hipócritas y malos no
los trató de hermanos. Al contrario. Les dijo que eran hijos del diablo.
Juan 8:39 “Yo hablo lo que he visto cerca del Padre; y vosotros hacéis lo
que habéis oído cerca de vuestro padre. Respondieron y le dijeron:
Nuestro padre es Abraham. Jesús les dijo: Si fueseis hijos de Abraham las
obras de Abraham haríais. Pero ahora procuráis matarme a mí, hombre
que os he hablado la verdad… Vosotros hacéis las obras de vuestro
padre. Entonces le dijeron. Nosotros… un padre tenemos, que es Dios.
Jesús entonces les dijo: Si vuestro padre fuese Dios, ciertamente me
amaríais, porque yo de Dios he salido, y he venido… Vosotros sois de
vuestro padre el diablo, y los deseos de vuestro padre queréis hacer. Él
ha sido homicida desde el principio, y no ha permanecido en la verdad,
porque no hay verdad en él. Cuando habla mentira, de suyo habla,
porque es mentiroso, y padre de mentira. Y a mí que digo la verdad no
me creéis… El que es de Dios las palabras de Dios oye, por esto no la oís
vosotros, porque no sois de Dios.” (Juan 9:38-47)
Así es. Cuando Jesús estuvo en este mundo no trató de confederar las
religiones existentes bajo su persona. Ni les ordenó tal cosa a sus
discípulos. Todo lo contrario. Ni siquiera trató de hacerlo con los judíos.
Era imposible. Porque no lo aceptaban, porque no aceptaban a Dios. Por
eso Jesús aunque no discriminó a nadie y murió por todos, sentó bien las
diferencias entre los hijos de Dios y los hijos del diablo.