SEMINARIO DIOCESANO DE CIUDAD OBREGÓN
TEOLOGÍA
RESUMEN:
CARTA ENCÍCLICA VERITATIS SPLENDOR
(El esplendor de la verdad)
Alumno: Víctor Manuel Castro Trujillo
Profesor: Pbro. Lic. José Alfredo González Chávez
Ciudad Obregón, Sonora, Noviembre de 2017.
RESUMEN
Inicia la carta expresando que la verdad brilla en todas las obras del Creador y, de modo
particular, en el hombre, creado a imagen y semejanza de Dios. Pero por el pecado del principio,
a instigación de Satanás, mentiroso y padre de mentira, el hombre es tentado continuamente a
apartar su mirada del Dios vivo y verdadero y dirigirla a los ídolos. Y poder conocer la verdad
queda ofuscada y debilitada para someterse a ella, sin embargo las tinieblas del pecado no tienen
la capacidad de eliminar totalmente la luz de Dios Creador en el hombre. Es cierto que ningún
hombre puede dejar de preguntarse ¿qué debo hacer? ¿Cómo puedo discernir el bien del mal?
Pero la respuesta decisiva a las interrogantes del hombre, las da Jesucristo, especialmente las de
tipo religiosas o morales; la Iglesia sabe que por la senda de la vida moral está abierto a todos el
camino de la salvación.
El Papa explica que se ha hecho necesario reflexionar sobre el conjunto de la enseñanza moral
de la Iglesia, a fin de recordar algunas verdades fundamentales de la doctrina católica, que
actualmente corren el riesgo de ser deformadas o negadas; también se encuentra la difundida idea
de poner en duda la relación intrínseca entre fe y moral, por lo que es necesario precisar algunos
aspectos doctrinales que son decisivos para afrontar la que sin duda constituye una verdadera
crisis; por lo que la encíclica busca exponer, las razones de una enseñanza moral basada en la
sagrada Escritura y en la Tradición viva de la Iglesia, poniendo de relieve, al mismo tiempo, los
presupuestos y consecuencias de las contestaciones de que ha sido objeto tal enseñanza.
La pregunta ¿qué he de hacer de bueno?, está plena de significado para la vida, porque es la
aspiración central de toda decisión y de toda acción humana, la búsqueda secreta y el impulso
íntimo que mueve la libertad. Es la pregunta para todo hombre. Pero es necesario que el hombre
se dirija nuevamente a Cristo para obtener de él la respuesta sobre lo que es bueno y lo que es
malo, pero solo en Dios podemos encontrar la respuesta de lo que es bueno o malo, porque
aquello que es el hombre y lo que debe hacer se manifiesta en el momento en el cual Dios se
revela a sí mismo, entonces reconocer al Señor como Dios como es el núcleo fundamental, el
corazón de la ley. Ante la pregunta esencial, ya Dios ha respondido lo hizo creando al hombre y
ordenándolo a su fin con sabiduría y amor, mediante la ley inscrita en su corazón, es lo que
conocemos como la ley natural, que no es más que la luz de la inteligencia infundida en nosotros
por Dios. Gracias a ella conocemos lo que se debe hacer y lo que se debe evitar. Dios dio esta luz
y esta ley en la creación. Peor además tenemos lo que dice el Decálogo, porque éstos como
preceptos negativos expresan con singular fuerza la exigencia indeclinable de proteger la vida
humana, la comunión de las personas en el matrimonio, la propiedad privada, la veracidad y la
buena fama, son pues la condición básica para el amor al prójimo y al mismo tiempo son su
verificación. Constituyen la primera etapa necesaria en el camino hacia la libertad.
Jesús viene a dar perfección a la ley, y entendiendo que tenemos una especie de nostalgia de
una plenitud que supere la interpretación legalista de los mandamientos, el Maestro bueno invita
al joven a emprender el camino de la perfección: Si quieres ser perfecto, anda, vende lo que
tienes y dáselo a los pobres, y tendrás un tesoro en los cielos; luego ven, y sígueme; y es cuando
pone sobre la mesa las bienaventuranzas, las cuales son ante todo, promesas de las que también
se derivan, de forma indirecta, indicaciones normativas para la vida moral, entonces, La
perfección exige aquella madurez en el darse a sí mismo, Jesús no sólo se limita a dar un sermón,
sino que pide que le sigan y le imiten en el camino del amor, de un amor que se da totalmente a
los hermanos por amor de Dios; y aunque para el joven de la parábola le pareciera imposible el
seguimiento a Cristo, no es así, si aprendemos a confiar en Dios, ya que este amor se hace capaz,
solo gracias a un don recibido, don que es fruto gratuito de Jesús. Tenemos que los contenidos la
subordinación del hombre y de su obrar a Dios, el único que es Bueno; la relación, indicada de
modo claro en los mandamientos divinos, entre el bien moral de los actos humanos y la vida
eterna; el seguimiento de Cristo, que abre al hombre la perspectiva del amor perfecto; y
finalmente, el don del Espíritu Santo. Así que la Sagrada Escritura es la fuente siempre viva y
fecunda de la doctrina moral de la Iglesia.
La reflexión moral de la Iglesia, hecha a la luz de Cristo, desarrollado también en la forma
específica de la ciencia teológica llamada teología moral; esta acoge e interpela la divina
Revelación y responde a la vez a las exigencias de la razón humana, es una reflexión que
concierne a la moralidad, o sea, al bien y al mal de los actos humanos y de la persona que los
realiza, y en este sentido está abierta a todos los hombres; sin embargo la demanda de autonomía
que se da en nuestros días no ha dejado de ejercer su influencia incluso en el ámbito de la
teología moral católica. Ahora bien, la ley moral es la ley propia del hombre, la ley natural es la
luz de la inteligencia infundida en nosotros por Dios. Por ella conocemos lo que se debe hacer y
lo que se debe evitar, y Dios ha donado esta luz y esta ley en la creación. La autonomía de la
razón práctica significa que el hombre posee en sí mismo la ley, recibida del Creador.; pero la
autonomía de la razón no puede significar la creación, por parte de la razón, de los valores y de
las normas morales. El presunto conflicto entre la libertad y la ley se replantea hoy con una
fuerza singular en relación con la ley natural y en relación con la naturaleza, por lo que ante las
interpretaciones naturalistas de la moral conviene mirar con atención la recta relación que hay
entre libertad y naturaleza humana, especialmente el lugar que tiene el cuerpo humano en las
cuestiones de la ley natural.
Y tenemos que una libertad que pretenda ser absoluta acaba por tratar el cuerpo humano como
un ser en bruto, desprovisto de significado y de valores morales hasta que ella no lo revista de su
proyecto; tales teorías morales van contra las enseñanzas de la Iglesia sobre la unidad del ser
humano, cuya alma racional es la forma del cuerpo; entonces es necesario recalcar que La
persona está confiada enteramente a sí misma, y es en la unidad de alma y cuerpo donde ella es el
sujeto de sus propios actos morales. Por lo tanto una doctrina que separe el acto moral de las
dimensiones corpóreas de su ejercicio es contraria a las enseñanzas de la sagrada Escritura y de la
Tradición, es así que cuerpo y alma son inseparables: en la persona, en el agente voluntario y en
el acto deliberado, están o se pierden juntos.
Tenemos que los preceptos negativos de la ley natural son universalmente válidos: obligan a
todos y cada uno, siempre y en toda circunstancia. En efecto, se trata de prohibiciones que vedan
una determinada acción, sin excepciones, porque la elección de ese comportamiento en ningún
caso es compatible con la bondad de la voluntad de la persona que actúa, con su vocación a la
vida con Dios y a la comunión con el prójimo; y el hecho de que solamente los mandamientos
negativos obliguen siempre y en toda circunstancia, no significa que, en la vida moral, las
prohibiciones sean más importantes que el compromiso de hacer el bien, como indican los
mandamientos positivos.
Recordemos que la conciencia el espacio santo donde Dios habla al hombre. Es el
razonamiento de la conciencia la que se encarga de realizar un juicio moral sobre el hombre y sus
actos, que es absolución o de condena según que los actos humanos sean conformes o no con la
ley de Dios escrita en el corazón; juicio de la conciencia es práctico, o sea, un juicio que ordena
lo que el hombre debe hacer o no hacer, o bien, que valora un acto ya realizado por él. Ahora bien
mientras la ley natural ilumina sobre todo las exigencias objetivas y universales del bien moral, la
conciencia es la aplicación de la ley a cada caso particular, la cual se convierte así para el hombre
en un dictamen interior, una llamada a realizar el bien en una situación concreta. El hombre debe
de actuar de conformidad con ese juicio. Es en el juicio práctico de la conciencia, donde impone a
la persona la obligación de realizar un determinado acto, se manifiesta el vínculo de la libertad
con la verdad.
Hay ocasiones que la conciencia yerra por ignorancia invencible, es una ignorancia de la que
el sujeto no es consciente y de la que no puede salir por sí mismo, y así mal cometido a causa de
una ignorancia invencible, o de un error de juicio no culpable, puede no ser imputable a la
persona que lo hace; pero tampoco en este caso aquél deja de ser un mal, un desorden con
relación a la verdad sobre el bien; pero la conciencia, compromete su dignidad cuando es errónea
culpablemente, porque no trata de buscar la verdad y el bien, y cuando, de esta manera, la
conciencia se hace casi ciega como consecuencia de su hábito de pecado. Finalmente la libertad
de la conciencia no es nunca libertad con respecto a la verdad, sino siempre y sólo en la verdad.
Ante la idea de libertad es decisión sobre sí y disposición de la propia vida a favor o en contra del
Bien, a favor o en contra de la Verdad; algunos autores señalan que la función clave en la vida
moral habría que atribuirla a una opción fundamental. Es ésta una verdadera y propia elección de
la libertad y vincula profundamente esta elección a los actos particulares. Es por ella que el
hombre es capaz de orientar su vida y tender a su fin siguiendo la llamada divina, se ejerce en las
elecciones particulares de actos determinados, mediante los cuales el hombre se conforma
deliberadamente con la voluntad, la sabiduría y la ley de Dios; por esto, la opción fundamental es
revocada cuando el hombre compromete su libertad en elecciones conscientes de sentido
contrario, en materia moral grave.
Al separar la opción fundamental de los comportamientos concretos significa contradecir la
integridad sustancial del agente moral en su cuerpo y en su alma. El hombre entonces, no va a la
perdición solamente por la infidelidad a la opción fundamental, sino por cualquier pecado mortal
cometido deliberadamente; entonces, es pecado mortal lo que tiene como objeto una materia
grave y que, además, es cometido con pleno conocimiento y deliberado consentimiento, de tal
manera que la orientación fundamental puede, pues, ser radicalmente modificada por actos
particulares. Los actos humanos, son actos morales, porque expresan y deciden la bondad o
malicia del hombre mismo que realiza esos actos, y su moralidad esta definida por la relación de
la libertad del hombre con el bien auténtico. Por eso cuando el joven pregunta a Jesús ¿Qué he de
hacer de bueno para conseguir la vida eterna? Evidencia inmediatamente el vínculo esencial entre
el valor moral de un acto y el fin último del hombre. El obrar es moralmente bueno cuando
testimonia y expresa la ordenación voluntaria de la persona al fin último y la conformidad de la
acción concreta con el bien humano, tal y como es reconocido en su verdad por la razón. Para
descubrir las fuentes de la moral se han dado falsas soluciones, tales como el consecuencialismo
o el proporcionalismo, estas no admiten que se pueda formular una prohibición absoluta de
comportamientos determinados que, en cualquier circunstancia y cultura, contrasten con aquellos
valores. Para ofrecer los criterios racionales de una justa decisión moral éstas tienen en cuenta la
intención y las consecuencias de la acción humana. Ciertamente hay que dar gran importancia ya
sea a la intención.
Pero la consideración de estas consecuencias y de las intenciones, no es suficiente para valorar
la calidad moral de una elección concreta. Las consecuencias previsibles pertenecen a aquellas
circunstancias del acto que, aunque puedan modificar la gravedad de una acción mala, no pueden
cambiar la especie moral. La moralidad del acto humano depende sobre todo y fundamentalmente
del objeto elegido racionalmente por la voluntad deliberada; la Iglesia que enseña hay
comportamientos concretos cuya elección es siempre errada porque ésta comporta un desorden de
la voluntad, es decir, un mal moral, entonces ninguna buena intención autoriza una obra mala, es
necesario la recta elección en las obras, el acto es bueno si su objeto es conforme con el bien de la
persona en el respeto de los bienes moralmente relevantes para ella.
Se rechaza entonces que sería imposible calificar como moralmente mala según su especie, la
elección deliberada de algunos comportamientos o actos determinados prescindiendo de la
intención por la que la elección es hecha o de la totalidad de las consecuencias previsibles de
aquel acto para todas las personas interesadas. Existen objetos del acto humano que se
configuran como no ordenables a Dios, han sido denominados intrínsecamente malos, lo son
siempre y por sí mismos, por su objeto, independientemente de las intenciones posteriores de
quien actúa, y de las circunstancias, serán todo lo que se opone a la vida, todo lo que viola la
integridad de la persona humana, todo lo que ofende a la dignidad humana, todas estas cosas y
otras semejantes son oprobios que, al corromper la civilización humana, deshonran más a quienes
los practican que a quienes padecen la injusticia. Pablo VI declara que no es lícito, ni aun por
razones gravísimas, hacer el mal para conseguir el bien. Por lo tanto si los actos son
intrínsecamente malos, una intención buena o determinadas circunstancias particulares pueden
atenuar su malicia, pero no pueden suprimirla, ya que son actos irremediablemente malos. El
respeto a las normas que prohíben actos intrínsecamente malos y obligan sin excepción alguna,
no sólo no limita la buena intención, sino que hasta constituye su expresión fundamental.
La cultura contemporánea ha perdido en gran parte el vínculo esencial entre Verdad-Bien-
Libertad; La pregunta ¿Qué es la verdad? Refleja la triste perplejidad de un hombre que a
menudo ya no sabe quién es, de dónde viene ni adónde va. Pero en Cristo crucificado se revela la
auténtica libertad, como don total de sí. La radical separación entre libertad y verdad es
consecuencia, manifestación y realización de otra dicotomía más grave y nociva: la que se
produce entre fe y moral; es urgente que los cristianos descubran la novedad de su fe y su fuerza
de juicio ante la cultura dominante e invadiente. Urge recuperar y presentar una vez más el
verdadero rostro de la fe cristiana, que no es simplemente un conjunto de proposiciones que se
han de acoger y ratificar con la mente, sino un conocimiento de Cristo vivido personalmente, una
memoria viva de sus mandamientos, una verdad que se ha de hacer vida.
Ante la posibilidad de violar la ley de Dios, se presenta el martirio, exaltación de la santidad
de esa ley, este demuestra como ilusorio y falso todo significado humano que se pretendiese
atribuir, aunque fuera en condiciones excepcionales, a un acto en sí mismo moralmente malo;
más aún, manifiesta abiertamente su verdadero rostro: el de una violación de la humanidad del
hombre, antes aún en quien lo realiza que no en quien lo padece, es, también exaltación de la
perfecta humanidad y de la verdadera vida de la persona y es finalmente un signo claro de la
santidad de la Iglesia. Ante las normas morales que prohíben el mal intrínseco no hay privilegios
ni excepciones para nadie. No hay ninguna diferencia entre ser el dueño del mundo o el último de
los miserables de la tierra, ante las exigencias morales somos todos absolutamente iguales.
Hoy tenemos una descristianización, que no sólo es la pérdida de la fe o su falta de relevancia
para la vida, sino también una decadencia u oscurecimiento del sentido moral: y esto es por la
disolución de la conciencia de la originalidad de la moral evangélica, o por el eclipse de los
mismos principios y valores éticos fundamentales; así pues la teología moral, es la reflexión
científica sobre el Evangelio como don y mandamiento de vida nueva, sobre la vida según la
verdad en el amor, y sobre la vida de santidad de la Iglesia; y como la doctrina moral de la Iglesia
implica una dimensión normativa, la teología moral no puede reducirse a un saber elaborado sólo
en el contexto de las ciencias humanas, éstas se ocupan del fenómeno de la moralidad como
hecho histórico y social, sin embargo la teología moral no está en absoluto subordinada a los
resultados de las observaciones empírico-formales o de la comprensión fenomenológica. Por
tanto los principios morales no son dependientes del momento histórico en el que vienen a la luz,
ya que la teología moral mira sobre todo a la dimensión espiritual del corazón humano y su
vocación al amor divino. Es importante que quede claro gravedad de cuanto está en juego, no
sólo para cada persona sino también para toda la sociedad, con la reafirmación de la
universalidad e inmutabilidad de los mandamientos morales y, en particular, de aquellos que
prohíben siempre y sin excepción los actos intrínsecamente malos. Termina la encíclica
encomendándose a la Santísima Virgen María como modelo de sencillez, quien es Madre de Dios
y Madre de Misericordia.
LA OPCIÓN FUNDAMENTAL
Todo hombre que ya ha dado el paso hacia la madurez, debe de haber decidido cuál es la
opción fundamental de su vida, es decir, cual es el objetivo hacia el cual van a atender todos y
cada uno de sus actos particulares, hacia donde va atender su vida, de manera inmediata y a largo
plazo, es descubrir cual será esa brújula que irá guiando sus acciones de manera tal que todo su
obrar tenga un sentido de cumplimiento de esa opción; desde la creencia personal y particular es
desde donde se puede ir dilucidando cual es el llamado al que como hombre ha sido convocado.
Desde el plano antropológico el hombre se descubre como un ser que le corresponde dueño de
sus actos, que no se puede limitar a ser un simple productor de actos, el hombre es una persona en
acto, es decir es un ser que se va a manifestar él mismo en el obrar.
La teología moral, y en específico desde la Veritas Splendor se nos manifiesta cual es esa
orientación global y globalizante del accionar particular, es la llamada opción fundamental, la
cual se puede definir en palabras de Fidel Herráez como «La actitud humana primordial en la que
la persona asume consciente, libre, y progresivamente la realidad total de su propio ser,
constituyendo y configurando así su propia personalidad humano-moral, confiriendo al conjunto
de su existencia una orientación básica, e insertándose de modo efectivo en un contexto
socio-cultural»1, decimos pues que es fundamental, porque orienta toda la vida hacia la
realización de ideal elegido. Toda vez entonces que se ha definido cuál es esa elección que ha de
guiar los pasos, viene después la respuesta de manera radical y clara, en la que no se puede
escatimar esfuerzos si es que se ha decidido caminar hacia una meta específica, de igual manera
Jesús lo deja muy claro cuando le dice al joven rico que si quiere ser perfecto que deje todo y lo
siga, entonces el seguimiento a Cristo, no es a medias tintas es totalizante, «quieres ser perfecto»
le dice como un cuestionamiento hacia lo más profundo, entonces tendrá que hacer un cambio
radical de conducta, ya no solo en cumplimiento de normas, sino desde lo interno, ya que de
manera libre ha optado por ella.
La opción fundamental, entonces, es tomada u orientada en miras ese tesoro que se ha
descubierto (cfr parábola del tesoro, la perla y la red) pero que aún no se puede tener entre las
manos, pero que su valor es tan grande, que se vuelve necesario e indidpsensable vender lo que se
tiene y comprar el terreno donde se encuentra, y ese vender lo que se tiene es un abandono de
algo que se posee en miras a la obtención de algo más maravilloso y grande, y esto lleva apareado
algo elemental en el ser humano, algo que lo hace ser humano, y esto es el utilizar el poder de
elección, propio del hombre.
Tenemos entonces que se vuelve una prioridad la educación humana y por tanto cristiana del
uso de la libertad, y de los hábitos que le dan una estructura ética, esto como resultante de la
1
Herráez, F. (1978). La Opción Fundamental. Ed. Sígueme. Salamanca
cultura actual en la que el hombre se viene desarrollando, una cultura plagada de hedonismo y
materialismo que domina el mundo, un mundo en que el tener y el gozar, el no esforzarse son las
normas de vida que guian; de allí que la educación moral sea no sobre los actos en si de manera
particular, es decir no sobre limitar, prohibir o castigar los actos no deseables, sino más bien
sobre las opciones antropológicas, es decir, sobre como aprender a decidir por la opciones o actos
humanos que determinan el camino de hacia esa opción. Tenemos como ejemplo que por esa
opción fundamental realizada por Cristo la madre Teresa vive su amor por los enfermos y los
ama como amar a Cristo, abraza su dolor y su sufrimiento, haciéndose parte de ellos; así pues la
opción que se ha tomado conlleva aceptar las viscicitudes que la vivencia en el caminar en ella
conlleve.
Coherencia ante la opción fundamental
No solamente es necesaria la decisión de amar a Dios, sino que también hay que tener una
coherencia en el vivir de acuerdo a dicha elección, no es posible con los labios proclamar una
cosa y con los actos decir otra, la coherencia de vida es una exigencia para aquel que ha decidido
optar por el seguimiento evangélico; ser coherente implica buscar una identidad de vida entre lo
que uno es y lo que uno pretende ser, «de buenas intenciones están llenos los panteones», reza un
refrán popular, si ponemos como ejemplo la vida del seminarista, no basta con decir quiero ser
Sacerdote si no se encamina la vida hacia la exigencia del sacerdocio, porque el trabajo de
identificarse con el ideal no resulta fácil, requiere de un esfuerzo continuo que abarca todos los
instantes de la existencia, todos y cada uno de los momentos de la vida deben de ir encaminados a
la adquisición de ese ideal de vida planteado, elegido, de tal manera que toda su vida consiste en
conformarse con su opción fundamental. Siempre es posible la infidelidad categorial (el pecado
venial), ya que el hombre es un ser en construcción, se va haciendo en el continuo de su vida,
con las elecciones que se tomen, sin embargo es posible las caídas en cuanto a lo que se pretende
llegar a ser, pero la revisión continua de la vida a la luz de la opción fundamental mueve a la
conversión y a la reintegración en el bien, dicho en otras palabras el recordar cual ha sido la meta
hacia la que se optó sirve como parámetro para determinar si el accionar diario aleja o acerca
hacia ella, y en caso de no ser positivo el balance se da la necesidad de replantearse el cómo se
está conduciendo la vida.
Por tal motivo la opción fundamental es revocada cuando el hombre compromete su libertad
en elecciones conscientes de sentido contrario, en materia moral grave, como hombre que se es
libre, no es el problema la equivocación como parte del caminar, sino cuando de manera
deliberada y consciente se opta por acciones totalmente opuestas a lo que es la elección realizada,
como ejemplo podemos decir, la opción del hombre por el sacerdocio, que lleva apareado el
celibato, pero de manera libre se opta por mantener una relación sentimental con una mujer, se
está incurriendo en un pecado de gravedad, porque se ha buscado caer en él, se ha decidido por ir
hacia eso que va contrario a la elección realizada. Finalmente no se trata de ver si la opción
fundamental es buena o mala, porque de suyo debiera ser buena, ya que es producto de un
razonamiento sincero y a la luz de la revelación Divina, sin embargo si sería importante revisar si
lo que se ha elegido va a favor o en contra de la voluntad de Dios, y después orientar todos y cada
uno de los actos hacia la consecución de esa decisión.